El Arbol de la Vida
El mejor guía en este estudio, en este conocimiento simbólico
y sagrado, es el propio modelo, que ha sido revelado, conteniendo en sí
todas las posibilidades de exégesis, de frutos inteligibles a los
que el hombre pudiera acceder, incluyéndolos en sí desde el
principio, pues es la expresión de la Realidad integral y total.
El Arbol Sefirótico es un modelo especulativo, un espejo,11 de otras
realidades inteligibles y suprainteligibles, un diagrama sintético
que habla de la constitución del Universo, de la armonía de
las partes, de las relaciones entre los distintos planos o mundos que lo
componen, de las relaciones del hombre con ese mismo modelo del universo,
del que es imagen y semejanza. Este es un modelo que permite indefinidas
relaciones, que en cierto sentido es inagotable y lo será siempre,
no sólo por las indefinidas correspondencias, analogías y
relaciones a las que da lugar -se refiere a la Totalidad Universal-, sino
también porque el Conocimiento al que se refiere, el que vehicula
en tanto que modelo sagrado, no es el de una suma de datos, el de una acumulación
vana, sino que promueve la encarnación, es decir la actualización,
en el espacio mental, en el interior de la conciencia del que medita y labora
con él, de aquellas energías o ideas-fuerza que lo han conformado
y que son las que permanentemente crean, conservan y destruyen (o transforman)
la totalidad del Universo y los seres que en él habitan. Es entonces
un vehículo intermediario, capaz de conducirnos de lo conocido a
lo desconocido, de la lectura superficial de las cosas a su realidad profunda
y meta-física a través del viaje por las distintas lecturas
de la realidad, que constituyen los diferentes planos o mundos que el ser
ha de recorrer para acceder al conocimiento de su verdadero Origen, de su
Identidad. Esa visión "otra" -que pasa por el olvido de
lo aprendido, de lo extraído de un medio que ignora, o rechaza, lo
sagrado-, es lo que caracteriza al símbolo en tanto que vehículo
del eje que, al absorber en sí -a cualquier nivel que fuere- la dualidad
de sujeto y objeto, lo hace morir (al "sujeto" relativo) a una
lectura, y nacer a otra, más amplia y universal, más incluyente
y como anterior a aquélla pues está más próxima
al origen. Es así que del Arbol Sefirótico se dice que está
invertido con respecto al hombre, pues tiene sus raíces en el Cielo
y sus frutos en la Tierra, y el hombre, entonces, es un ser caído,
identificado con sus literalidades, que de pronto puede tomar conciencia
de su exilio y acceder a estas enseñanzas, y volver sus ojos al símbolo,
y descubrir que existe un proceso arquetípico: la recepción
de una Enseñanza capaz de llevarlo a la libertad de su ser original
por la efectivización de lo que ella le está mostrando.
Según nos dice René Guénon, el ser ha de conseguir
primero una unidad de pensamiento, luego una unidad de acción, y
-"lo que es más difícil"- una unidad de pensamiento
y acción. La unidad de pensamiento la promueve la doctrina, el bautismo
por las aguas (que corresponde a una primera fase del ascenso por el Arbol),
la unidad de acción es el rito reiterado, del estudio y de la internalización
de la doctrina, (incluyendo las adecuaciones que ella misma proyecta sobre
la vida a través de una imagen del orden) expresados asimismo en
el ordenamiento existencial de acuerdo a la unidad que se intuye, y expresado
en indefinidas formas del rito, resumidas en la con-centración (lo
que incluye una ascesis como disolución de lo compuesto o como separación
de lo sutil y lo grosero). La conjunción de ambos es efectivización
del conocimiento, producida por la irrupción de lo sagrado como es
en sí mismo, lo que hace del individuo y sus condiciones un símbolo
o discurso simbólico en acción: el mito permanente. Esto no
quiere decir que el estudio, o la meditación, esté separado
de la acción, que sea "previo" a ella; en realidad ese
estudio es un rito, y las labores que lo acompañan, el trazado de
los símbolos, los ejercicios de respiración, las asociaciones
y analogías con otros códigos simbólicos, la observación
de la exactitud de sus correspondencias, la meditación, es la imitación
de un modelo arquetípico, o de un rito creacional, que se rebate
en el espacio-tiempo individual, lo que por otra parte es lo que todos los
pueblos tradicionales han hecho o hacen constantemente (pues no cabe otra
perspectiva en su visión, habitando un mundo vivo que se recrea constantemente)
con lo que conjugan permanentemente lo vertical y lo horizontal, y las energías
de lo sagrado, del eje vertical, se expanden entonces en la horizontalidad
de su espacio geográfico y en su tiempo histórico, remitiéndolos
a su origen, atemporal, imagen del Principio inmanifestado, donde se establece
la comunicación efectiva, directa o indirecta, con lo trascendente.
Esta atemporalidad es la dimensión del mito: en la atemporalidad
de la Creación el mito es actual y siempre presente y constituye
el verdadero principio informador de todo cuanto se manifiesta, de todo
cuanto ocurre, siendo lo que se encarna pues no hay nada que no esté
incluido en él, hasta su propia trascendencia.
Para nosotros, los hijos de este tiempo histórico, o los 'nacidos'
en él, signado por la oscuridad del fin de un ciclo, todo esto, la
realidad de otros mundos, se ve como muy oculta, apenas virtual en lo más
interno y velado del corazón de todas las cosas, de nosotros mismos.
Pero ese es, sin embargo, el presentimiento, o aun la intuición de
la inmanencia divina, de la 'presencia' de lo sagrado como única
realidad posible, que todas las cosas deben testimoniar como siéndolo,
aunque nos encontremos que algunas lo hacen en forma negativa o como deformaciones,
en un mundo que a veces se manifiesta como un complot contra el Ser, o un
medio donde hablar de la "Verdad" es sospechoso y por lo menos
objeto de irrisión, cosas ellas periféricas con respecto a
esa realidad central que ha de ser realizada con la plenitud de las posibilidades
que le han sido entregadas al hombre, cuyo propio desarrollo es parejo o
simultáneo al propio proceso de Conocimiento, al conocimiento de
la Realidad tal cual es, cualquiera que ella sea, cosa que es asombrosa
de por si y que incluye un viaje al inframundo, reiterado cuantas veces
sea necesario, y no siempre por propia voluntad, para despojarnos de la
tontera, o de la ignorancia, que hemos adquirido a muy alto precio (el de
nuestra propia posibilidad de ser), morir una vez más a lo conocido
y observar lo más pequeño como lo más poderoso, y a
la vez como lo más elevado, de lo que procede la sacralidad del mundo,
que en él está contenido, y que se manifiesta articulado como
un lenguaje, en el que se expresan los Nombres divinos, (emanación
de un Nombre inefable) como la Realidad Universal, donde todo está
realizado y sólo hay que tomar conciencia de ello.
El Arbol de la Vida Sefirótico, como modelo de la totalidad del Mundo
o Universo, expresión de sus Números o Númenes, aspectos
de la Deidad trascendente ("el Santo,12 Bendito sea", o el "Uno
sin segundo"), el que simultáneamente con el Cosmos ha manifestado
el modelo simbólico, es un vehículo intermediario por arquetípico,
capaz de fecundar el pensamiento, y actuar como soporte de la transmutación.
Verdadera Puerta sagrada entre lo conocido y lo desconocido, lo que por
lo demás es todo símbolo en tanto que emanación del
Logos Spermatikos, puesto que porta en sí la idea-fuerza que fecunda
el alma y genera la Memoria.
Todo ser, o manifestación del Ser, del Misterio, todo símbolo,
es la propia realidad en tanto que símbolo, vehículo de una
energía que abre un espacio en la conciencia, energía e Idea
que el símbolo contiene, emana y es en cuanto tal, la que genera
el significado a la inteligencia o universaliza el significado primeramente
comprendido, que lo manifiesta como universal-trascendente, vinculando así
lo visible y lo invisible, promoviendo que la unidad trascienda las limitaciones
del espacio mental, y se dirija a la integridad del ser, reconstituyendo
un presente en el que las cosas son por plenitud significativa, a las cuales
la Gloria divina (Hod) articula como realidad jerarquizada haciéndolas
inteligibles en un acto único (Yesod) que es expresión de
la Belleza (Tifereth), de la relación de lo pequeño o de lo
sin tamaño con el Principio, tanto directamente como en el conjunto
o ciclo al que pertenece o que conforma por su propia expansión,
o expresión; todo lo cual no es por otra parte sino el propio natural
de las cosas, pero no como lo que hoy se considera como 'natural', sino
la Naturaleza como soporte y expresión de lo Sobrenatural, o la Física,
en tanto que manifestación de la Metafísica.
Sefer13 quiere decir numerar, nombrar. En la Tradición hebrea número
y letra tienen el mismo signo,14 no hay un signo diferente para el número,
siendo éste un valor interno de la letra. Ese modelo es la estructura
del cosmos considerado como emanación y manifestación de los
Atributos divinos, de los aspectos o manifestación de la Unidad,
o mejor, de aquella Realidad, de la que la Unidad, la primer sefirah es
la primera "afirmación". Es también la imagen de
un Ser Universal o de un "Hombre Universal", Adam Qadmon, cuya
"fragmentación" aparente da lugar a todos los seres, lo
que es observado como un sacrificio, visto desde el lado de la Gracia o
del Amor (desde el punto de vista de los Dêvas, en la tradición
hindú), porque da lugar a la existencia de todo ser, o como un asesinato,
del lado del Rigor (la fragmentación del ser universal es simultánea
con la caída), lo que corresponde a un sentido 'descendente' el primero
y a uno 'ascendente' el segundo en la reconstitución de la Unidad
por el ascenso por los sucesivos planos, correspondiente a otras tantas
"muertes", a unas lecturas más chatas o menores, en todo
caso limitadas por las condiciones que las definen, por las que se puede
acceder al Conocimiento.
Así vemos que, desde la Unidad Arquetípica, Kether, la Corona,
las energías espirituales, creativas y formativas, descienden hasta
Malkhuth, el Reino, la sefirah número 10, con lo que se cumple el
acto de la manifestación, que ha dado lugar a la totalidad del Cosmos,
integrado por los cuatro planos que el Arbol del Mundo manifiesta y sintetiza.
El primero, Olam Ha Atsiluth, Plano o Mundo de las Emanaciones, es inmanifestado
y está constituido por las tres primeras sefiroth, Kether (Corona,
o Kether Elyon, Corona Suprema), Hokhmah (Sabiduría), Principio activo
del Cosmos y Binah (Inteligencia), Principio receptivo.15 Nos dice la Tradición
extremoriental que el Uno produce el Dos, el Dos produce el Tres y el Tres
todas las cosas. En efecto al producir o manifestar al cuaternario, por
su suma triangular, toda la manifestación está implícita
en él: 1 + 2 + 3 + 4 = 10 (y 1 + 0 = 1),16 siendo ésta la
manifestación informal, llamada por la Cábala Olam Ha Beriyah
o Mundo de la Creación, la primera expresión de los Principios
por la afirmación de su Unidad indisoluble, la manifestación
sobre la "Superficie de las Aguas" del Logos o Verbo proferido
en el principio de los tiempos, y por lo tanto la 'medida' del Mundo, que
es una realidad inteligible y constituye la proyección del Hombre
Universal, cuyo símbolo es la cruz, como intermediaria y estructura
del círculo y el cuadrado.
El 4 es la irradiación indefinida de la creación, el número
de la creación, determinada por la consideración de una realidad
distinta a los principios (3 +1 = 4),17 Olam Ha Beriyah, el Mundo o Plano
de la Creación está constituido por las sefiroth Hesed, Gracia
(Nº 4), Gueburah, Rigor (Nº 5), también llamada Din, Juicio,
y Tifereth, Belleza, Esplendor o Misericordia, la sefirah Nº 6, que
es el Corazón o Centro del Arbol Sefirótico, que une lo alto
y lo bajo, la derecha y la izquierda en el Arbol, o sea lo trascendente
y lo inmanente, lo activo y lo pasivo, lo masculino y lo femenino. Estas
Numeraciones o luces sefiróticas son los arquetipos creacionales,
sintetizados en Tifereth, y así todo pueblo tradicional se considera
como viviendo en el Centro del Mundo y ordena su existencia con respecto
al cuaternario en el que se proyecta el espacio y el tiempo. Pero es el
hombre verdadero el que encarna el centro en ese espacio o para ese espacio
o plano y le corresponde el Nº 5, como centro de la cruz y asimismo
como quintaesencia del cuadrado, de la proyección de lo celeste en
lo terrestre, de la cruz que une o que es común a lo circular y a
lo cuadrado, tal como se ve en la figura del "Paraíso terrestre"
que es circular y de cuyo centro parten cuatro ríos, los que se dice
están en relación, por las consonantes de la palabra PaRDéS,
con los cuatro sentidos o niveles de lectura en profundidad de las Escrituras,
los que corresponden a los cuatro planos del Arbol.18
Los dos triángulos del Sello de Salomón, o Escudo de David,
son una expresión simbólica del Nº6, uno invertido respecto
al otro, el triángulo con el vértice hacia arriba se refiere
a los Principios y el triángulo con el vértice hacia abajo
es un símbolo de la copa y se refiere al corazón: es el reflejo
de aquellos Principios, y en el Sello de Salomón ambos se equilibran
y se conjugan. Uno, el del corazón, está invertido con respecto
al otro, y son la conjunción de lo creado y lo increado, de lo divino
y lo humano, que deberá retornar al principio por la misma vía
por la que ha descendido, para identificarse con lo Inmanifestado, lo que
será idéntico a realizar la integración del Eje que
une los cuatro planos de la Creación, a lo que se refiere la Cábala
como a la "reconstitución" efectiva del Nombre Divino,
formado por las cuatro letras del Tetragrama: Yod, Hé, Vau, Hé,
cuya pronunciación ya no se conoce, o que es impronunciable, con
cada una de las cuales está asimismo en correspondencia uno de los
planos del Arbol.
Estos planos son invisibles, excepto Olam ha Asiyah, el de la Concreción
o Manifestación material, que es el de la percepción de los
sentidos. Son otros Mundos que están en éste, o son otras
lecturas de este mismo mundo, las que pueden ser, evidentemente, completamente
invertidas, como nos muestra la simbólica de la unidad aritmética
con respecto a la Unidad metafísica, y esos mundos pueden ser indefinidos,
pero estos arquetipos o modelos divinos se incorporan, se manifiestan en
símbolos, que constituyen la expresión sensible e inteligible
de esas realidades. En cada plano hay asimismo un Arbol, y en cada sefirah,
pues el Todo está en la parte, no pudiendo haber, de otra manera,
la posibilidad de la analogía; como en cualquier cifra, sin importar
sus dígitos, el 1 está presente (pues esta es la suma de él
con todos los restantes que la totalizan), así está en las
cosas, más o menos oculto, más o menos recubierto por los
velos de la forma o la substancia, sutil o grosera, el Principio que es
su origen.19 Estos ropajes dejan de ser tales cuando se constituyen en símbolos,
en cuyo caso son objetos y aun sujetos del Arte, pues lo conforman, en cuanto
que lo manifiestan, comunicando la energía y el "espacio",
si así pudiera decirse, de lo divino, lo que incluye asimismo, desde
otro punto de vista, lo verdaderamente humano. El plano o Mundo de las Formaciones,
Olam Ha Yetsirah,20 está constituído especialmente por las
sefiroth Netsah (Nº 7), Victoria, Hod (Nº 8), Gloria, y Yesod
(Nº 9), Fundamento, o Fundación. La primera es la energía
positiva de la Gracia que desborda la insuficiencia de lo que sin ella sería
puro vacío y muerte, nadidad e insignificancia, y la segunda la restringe
al producir el equilibrio entre los elementos de la Creación, que
han de manifestar también en su conjunto el orden y la armonía
que constituyen la manifestación como imagen y expresión de
la Unidad, "Los Cielos y la Tierra narran la Gloria de Dios",
dice el texto sagrado. Estas dos sefiroth, sintetizadas en Yesod -el acto
creador constante y virgen que da la vida, alma y espíritu permanentemente
a todas las cosas- hacen descender las energías espirituales de todo
el Arbol, a la inmanencia divina, Malkhuth, la sefirah que constituye el
plano de Asiyah, en la cual están contenidas las anteriores, la "Reina"
o "esposa del Rey" (Kether, constituyendo Beriyah y Yetsirah el
"Reino") lo que se manifiesta como inmanencia divina en el seno
de la Creación, en el que todos los seres manifestados son una realidad
sagrada y significativa, como un lenguaje arquetípico que conforma
el Libro de la Vida, en el que el ser humano está incluído
como agente consciente capaz de tomar conciencia de esas realidades y de
unir la horizontalidad y la verticalidad en sí mismo, al ser un símbolo
que depende del Polo celeste por su naturaleza axial.