VÍA INICIÁTICA Y VÍA MÍSTICA
La confusión
entre el dominio esotérico e iniciático y el dominio místico,
o, si se prefiere, entre los puntos de vista que respectivamente les corresponden,
es una de las que más frecuentemente se cometen hoy en día,
y ello, nos parece, de una manera no siempre completamente desinteresada;
hay aquí, por lo demás, una actitud nueva, o que al menos,
en ciertos ambientes, se ha generalizado demasiado en los últimos
años, y es por lo que nos parece necesario comenzar por explicarnos
claramente sobre este punto. Está ahora de moda, si puede decirse
así, el calificar de "místicas" a las doctrinas
orientales, incluidas aquellas en donde no hay ni siquiera la sombra de
una apariencia exterior que pudiera, en aquellos que no ven más allá,
dar lugar a una calificación semejante; el origen de esta falsa interpretación
es naturalmente imputable a ciertos orientalistas, que pueden por otra parte
no haber sido inducidos de principio por una segunda intención claramente
definida, sino únicamente por su incomprensión y por un prejuicio
más o menos inconsciente, que les es habitual, al pensar sólo
desde puntos de vista occidentales (2).
Pero otros llegan a continuación que se adueñan de esta asimilación
abusiva, y que, viendo el provecho que podrían sacar para sus propios
fines, se esfuerzan en propagar la idea fuera de ese mundo especial, y en
resumidas cuentas bastante restringido, de los orientalistas y de su clientela;
y esto es más grave, no solamente porque es ante todo por ello que
esta confusión se difunde cada vez más, sino también
porque no es difícil advertir las señales inequívocas
de una tentativa "anexionista" contra la cual es preciso protegerse.
En efecto, aquellos a los que aludimos son a los que se puede considerar
como los negadores más "serios" del esoterismo; queremos
referirnos con ello a los exoteristas religiosos que se niegan a admitir
nada más allá de su propio dominio, pero que estiman sin duda
esta asimilación o esta "anexión" más hábil
que una negación brutal; y, viendo de qué manera algunos de
ellos se esfuerzan en transformar en "misticismo" las doctrinas
más claramente iniciáticas, realmente parecería que
esta labor reviste a sus ojos un carácter particularmente urgente
(3). A decir verdad, habría no obstante en el mismo dominio religioso
al cual pertenece el misticismo, algo que, en ciertos aspectos, podría
prestarse a un acercamiento, o mejor dicho a una apariencia de acercamiento:
es lo que se designa con el término "ascética",
pues reviste aquí al menos un método "activo", en
lugar de la ausencia de método y de la "pasividad" que
caracterizan al misticismo y sobre los cuales hemos de volver más
adelante (4); pero no hay duda de que estas similitudes son por completo
exteriores, y, por otra parte, esta "ascética" no tiene
posiblemente sino objetivos demasiado visiblemente limitados como para poder
ser ventajosamente utilizada de esta forma, mientras que, con el misticismo,
no se sabe jamás exactamente a dónde se llega, y esta misma
vaguedad es con seguridad propicia a las confusiones. Unicamente aquellos
que se entregan a este trabajo deliberadamente, y no los que los siguen
más o menos inconscientemente, no parecen dudar de que, en todo lo
que se refiere a la iniciación, no hay en realidad nada de vago ni
de nebuloso, sino por el contrario elementos precisos y "positivos";
y, de hecho, la iniciación es, por su propia naturaleza, incompatible
con el misticismo.
Esta incompatibilidad no resulta, por otra parte, de lo que originalmente
implica el término "misticismo", que está incluso
manifiestamente emparentado con la antigua designación de los "misterios",
es decir, con algo que pertenece por el contrario al orden iniciático;
pero este término es de aquellos por los cuales, lejos de poderse
referir únicamente a la etimología, se está rigurosamente
obligado, si uno quiere hacerse comprender, a tener en cuenta el sentido
que le ha sido impuesto por el uso, y que es, de hecho, el único
al que actualmente se le vincula. Ahora bien, cada uno sabe lo que se entiende
por "misticismo", durante ya varios siglos, de manera que no es
posible emplear este término para designar algo distinto; y es esto
lo que, como dijimos, no tiene y no puede tener nada en común con
la iniciación, en primer lugar porque este misticismo compete exclusivamente
al dominio religioso, es decir, exotérico, y después porque
la vía mística difiere de la vía iniciática
en todos sus caracteres esenciales, y esta diferencia es tal que de ella
se deriva una verdadera incompatibilidad. Precisemos por otra parte que
se trata de una incompatibilidad de hecho más bien que de principio,
en el sentido en que no se trata en absoluto de negar el valor, al menos
relativo, del misticismo, ni de poner en duda el lugar que legítimamente
le pertenece en ciertas formas tradicionales; la vía iniciática
y la vía mística pueden perfectamente coexistir (5), pero
lo que queremos indicar es que es imposible que nadie siga a la vez ambas,
incluso sin juzgar de antemano el fin al cual pueden conducir, aunque por
lo demás se pueda ya presentir, en razón de la profunda diferencia
entre los dominios a los cuales se refieren, que este fin no podría
ser en realidad el mismo.
Hemos dicho que la confusión que hace que algunos vean misticismo
allí donde no hay la menor traza de ello tiene su punto de partida
en la tendencia de reducirlo todo a los puntos de vista occidentales; y
es que, en efecto, el misticismo propiamente dicho es algo exclusivamente
occidental y, en el fondo, específicamente cristiano. Por este motivo,
vamos a aprovechar la ocasión de indicar algo que nos parece lo bastante
curioso como para que lo mencionemos aquí: en un libro del cual ya,
en otro lugar, hemos hablado (6), el filósofo Bergson, oponiendo
lo que el llama la "religión estática" a la "religión
dinámica", ve la más alta expresión de esta última
en el misticismo, al que por otra parte apenas comprende, y al cual admira
especialmente por todo lo que nosotros podríamos por el contrario
encontrar de vago e incluso, bajo ciertos aspectos, de defectuoso; pero
lo que puede parecer realmente extraño por parte de un "no cristiano"
es que, para él, el "misticismo completo", por poco satisfactoria
que sea la idea que de hecho es, no es sino el de los místicos cristianos.
A decir verdad, por una consecuencia necesaria de la poca estima que él
siente por la "religión estática", olvida que aquellos
son cristianos antes incluso de ser místicos, o al menos, para justificarles
el ser cristianos, sitúa indebidamente al misticismo en el origen
mismo del Cristianismo; y, para establecer a este respecto una especia de
continuidad entre éste y el Judaísmo, llega a transformar
en "místicos" a los profetas judíos; evidentemente,
del carácter de la misión de los profetas y de la naturaleza
de su inspiración no tiene la más mínima idea (7).
Sea como sea, si el misticismo cristiano, por deformada o menguada que sea
su concepción, es a sus ojos el tipo mismo del misticismo, la razón
es, en el fondo, bien fácil de comprender: es que, de hecho y estrictamente
hablando, apenas existe otro misticismo que éste; e incluso los místicos
que se han llamado "independientes", y que de buen grado calificaríamos
de "aberrantes", no se inspiran en realidad, debido a su ignorancia,
sino en ideas cristianas desnaturalizadas y más o menos completamente
vacías de su contenido original. Pero también esto, como tantas
otras cosas, escapa a nuestro filósofo, que se esfuerza en descubrir,
anteriormente al Cristianismo, los "esbozos del futuro misticismo",
cuando se trata de cosas totalmente diferentes; hay aquí particularmente,
sobre la India, algunas páginas que atestiguan una inaudita incomprensión.
También están los misterios griegos, y aquí la aproximación,
fundada sobre el parentesco etimológico que señalábamos,
se reduce en suma a un mal juego de palabras; por lo demás, Bergson
se ve obligado a reconocer que "la mayor parte de los misterios no
tenían nada de místico"; pero entonces, ¿por qué
habla sobre este vocablo?. En cuanto a lo que fueron los misterios, se hace
la representación más "profana" que pueda hacerse;
ignorándolo todo acerca de la iniciación, ¿cómo
podría comprender que había allí, tanto como en la
India, algo que en primer lugar no era en absoluto de orden religioso, y
que iba incomparablemente más lejos que su "misticismo",
e incluso, es preciso decirlo, que el auténtico misticismo, que al
mantenerse en el dominio puramente exotérico tiene forzosamente sus
limitaciones? (8)
No nos proponemos actualmente exponer en detalle y de forma completa todas
las diferencias que separan en realidad a los puntos de vista iniciático
y místico, pues sólo para ello se necesitaría todo
un volumen; nuestra intención es sobre todo insistir aquí
sobre la diferencia en virtud de la cual la iniciación, en su proceso
mismo, presenta unos caracteres totalmente distintos a los del misticismo,
incluso opuestos, lo que basta para demostrar que hay aquí dos "vías"
no solamente distintas, sino también incompatibles en el sentido
que hemos indicado. Lo que a menudo se dice a este respecto es que el misticismo
es "pasivo", mientras que la iniciación es "activa";
esto es por otra parte muy cierto, a condición de determinar exactamente
la acepción en la que debe entenderse. Esto significa principalmente
que, en el caso del misticismo, el individuo se limita simplemente a recibir
lo que se le presenta, y tal como se le presenta, sin que él mismo
actúe para nada; y, digámoslo a continuación, en esto
reside para él el principal peligro, en el hecho de que esté
así "abierto" a todas las influencias, sean del orden que
sean, y que por lo demás, en general y salvo raras excepciones, no
tiene la preparación doctrinal que sería necesaria para permitirle
establecer entre ellas una discriminación cualquiera (9). En el caso
de la iniciación, por el contrario, es al individuo a quien corresponde
la iniciativa de una "realización" que se perseguirá
metódicamente, bajo un control riguroso e incesante, y que deberá
normalmente conducir a superar las posibilidades mismas del individuo como
tal; es indispensable añadir que esta iniciativa no es suficiente,
pues es demasiado evidente que el individuo no podría superarse a
sí mismo por sus propios medios, pero, y esto es lo que nos importa
por el momento, es ella lo que constituye obligatoriamente el punto de partida
de toda "realización" para el iniciado, mientras que el
místico no tiene ninguna, incluso para lo que no va en absoluto más
allá del dominio de las posibilidades individuales. Esta distinción
puede ya parecer bastante clara, ya que demuestra bien que no podrían
seguirse a la vez las vías iniciática y mística, pero
sin embargo no podría ser suficiente; podríamos incluso decir
que no responde todavía mas que al aspecto más "exotérico"
de la cuestión, y, en todo caso, es demasiado incompleta en lo que
concierne a la iniciación, de la que está bien lejos de incluir
todas las condiciones necesarias; pero, antes de abordar el estudio de estas
condiciones, nos quedan todavía algunas confusiones por disipar.
NOTAS
1. Aperçu podría traducirse como ojeada, idea general o de
conjunto, apreciación. (N. del T.)
2. Es así como, especialmente después de que al orientalista
inglés Nicholson se le ocurriera traducir taçawwuf por misticismo,
se ha convenido en occidente que el esoterismo islámico es algo esencialmente
"místico"; o incluso, en este caso, no se habla de esoterismo,
sino únicamente de misticismo, es decir, que se ha llegado a una
verdadera sustitución de puntos de vista. Lo mejor del caso es que,
en las cuestiones de este orden, la opinión de los orientalistas,
que no conocen sino por los libros, cuenta manifiestamente mucho más,
a los ojos de la inmensa mayoría de los occidentales, que la opinión
de los que tienen un conocimiento directo y efectivo.
3. Otros se esfuerzan también en transformar las doctrinas orientales
en "filosofía", pero esta falsa asimilación es quizá,
en el fondo, menos peligrosa que la otra, en razón de la estrecha
limitación del propio punto de vista filosófico; éstos
no consiguen por otra parte, por la manera especial en que presentan dichas
doctrinas, sino hacer algo totalmente desprovisto de interés, y lo
que se desprende de sus trabajos es sobre todo una prodigiosa impresión
de "aburrimiento".
4. Podemos citar, como ejemplo de "ascética", los Ejercicios
espirituales de San Ignacio de Loyola, cuyo espíritu es incontestablemente
tan poco místico como es posible, y para los cuales es al menos verosímil
que se inspiró en parte en ciertos métodos iniciáticos
de origen islámico, pero, por supuesto, aplicándolos a un
objetivo completamente diferente.
5. Podría ser interesante a este respecto hacer una comparación
con la "vía seca" y la "vía húmeda"
de los alquimistas, pero esto se saldría del marco del presente estudio.
6. Los dos orígenes de la moral y de la religión. Ver a este
respecto Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps,
cap. XXXIII.
7. De hecho, no se puede encontrar misticismo judío propiamente dicho
hasta el Hasidismo, es decir, en una época muy reciente.
8. Alfred Loisy ha querido responder a Bergson y sostener contra él
que no hay un solo "origen" de la moral y de la religión;
en su calidad de especialista de la "historia de las religiones",
prefiere las teorías de Frazer a las de Durkheim, y la idea de una
"evolución" contínua a la de una "evolución"
por mutaciones bruscas; a nuestros ojos, ambas son equivalentes; pero es
al menos un punto sobre el cual debemos darle la razón, y posiblemente
se deba a su educación eclesiástica: gracias a ella conoce
a los místicos mucho mejor que Bergson, y señala que jamás
tuvieron la menor pizca de algo que se pareciera, aun de lejos, al "elán
vital"; evidentemente, Bergson ha querido hacer literalmente "bergsonianos",
lo que no está muy de acuerdo con la simple verdad histórica;
y Loisy se asombra también a justo título al ver a Juana de
Arco incluida entre los místicos. -Señalemos de pasada, pues
es bueno indicarlo, que su libro comienza con una ingeniosa confesión:
"El autor del presente opúsculo declara que no tiene una particular
inclinación por las cuestiones de orden puramente especulativo".
He aquí al menos una muy loable franqueza; y, ya que es él
mismo quien lo dice, y de manera totalmente espontánea, creemos de
buen grado sus palabras.
9. Es el carácter de "pasividad" lo que explica, si bien
no los justifica de ninguna manera, los errores modernos que tienden a confundir
a los místicos sea con los "médiums" y otros "sensitivos",
en el sentido que los "psiquistas" dan a este nombre, sea incluso
con los simples enfermos.