SUMISION
A DIOS
Bahya
Ibn Paquda
Dios en su poder y gloria permanece más escondido que todo lo escondido y más lejano que toda lejanía. La razón sólo nos dice que Él existe. Si la razón intenta penetrar la esencia de Dios o atribuirle cualquier semejanza, la existencia de Dios se desvanece, pues se trata de un objetivo que la razón no puede alcanzar. Es como intentar obtener una percepción sensible sin usar el sentido adecuado. Por esto nos vemos obligados a buscar a Dios en la huella que de sí deja en sus obras. Cuando de esta forma es conocida su existencia no hay que proceder a atribuirle forma o figura, o a buscar su esencia gloriosa, pues lo reduciríamos a la medida de nuestro pensamiento y se nos escaparía su misma existencia, ya que cuanto podemos concebir mentalmente no es Él... Cuando descubrimos a Dios gracias al rostro que de sí deja en sus obras, cuando razonamos acerca de su sabiduría y poder, comprendemos que existe, nuestro espíritu es iluminado por tal conocimiento y entonces sabemos cuanto se puede saber, como dice el verso: "Yo soy el Señor, tu Dios; te enseño para tu utilidad. Yo te llevo por el camino que conduce adonde debes ir" (Isaías, 48, 17).
Alma. -Si no estuviera ansiosa, cierto que no intentaría levantar
el velo que cubre mi misterio.
Razón. -El misterio de tu existencia consiste en que tu Creador te
ha creado de la nada como a otras esencias espirituales y ha querido, además,
elevarte al rango de sus elegidos, de aquellos que ha elegido a causa de
su pureza y que contempla íntimamente la luz de la gloria. Quiere
tu felicidad porque te ama gratuitamente. Mas para hacerte acreedor a esta
gracia debes deshacerte de la máscara de locura que sobre ti pesa
y ser iluminado por su conocimiento. Debes también probarte y sondearte
para poder cerciorarte de si vas a escoger adorarlo o rebelarte contra Él.
Debes, en fin, aceptar la disciplina de su yugo con el fin de ser elevado
a las regiones supremas donde los ángeles, como héroes, se
someten y bendicen al Señor.
En tu estado original tú no puedes cumplir con estos requisitos,
por lo cual el Altísimo, en su sabiduría, ha creado este mundo
para ti, con sus minerales, vegetales y animales sometidos a un orden establecido,
a una ley inmutable, donde todo está dispuesto para servirte
Si te abres a la intención de mi gracia, escoges mi servicio y desechas
toda manera de rebelión en el uso de tus dones, te levantaré
a los grados supremos de elección y gracia Te llevaré a las
puertas de mi misericordia y te revestiré con el resplandor de mi
gloria. Mas si escoges la rebelión haré que caiga sobre ti
un duro castigo, una opresión terrible...
Todo es justicia de parte de tu Creador, ya escojas rebelarte o someterte
en tus actos y deseos secretos, pues lo descubierto y lo que ocultas están
para Él patentes. Te recompensará según lo que haya
visto en ti, aunque sea oculto a los ojos de los hombres... Cuando el tiempo
de tu prueba en la tierra toque a su fin, el Creador mandará a tus
servidores para que la abandones y te quitará las ligaduras que te
atan al cuerpo. Entonces tornarás a tu estado original, permaneciendo
el cuerpo inmóvil, inerte, y volverá a su primer estado, como
dice el Eclesiastés: "El polvo vuelve a la tierra de donde salió
y el espíritu a Dios, que lo dio" (12, 7). Entonces te será
presentado el recuento de los pensamientos, deseos y aspiraciones que escogiste
en la tierra. De Él depende tu suerte eterna tal como te fue manifestado
por sus enviados, sus profetas y la Tora. Presta, pues, atento oído
a las palabras de los sabios.
El amor de Dios es un ímpetu del alma, la cual, en su esencia, gravita
hacia Dios para unirse con su altísima luz. El alma, sustancia espiritual
simple, es atraída por lo que le es semejante en el mundo de los
espíritus y es naturalmente repelida por lo que le es opuesto en
el mundo de la tosca materia. Para perfeccionarla el Creador la ha unido
a un cuerpo opaco con el fin de que ella lo dirija, cuide de él y
le proporcione cuanto le sea útil; ella desea cuanto se ordena al
bien del cuerpo, cuanto le evita sufrimiento; es como el médico experto
que cuida de su enfermedad y le sirve con cuidado. Cuando el alma percibe
un objeto que aumenta su luz y fuerza, es atraída por él,
se une con él y medita con ansiedad y ardiente deseo acerca de su
presencia. En esto consiste la perfección del puro amor... Entonces
ella se sacia con la copa del amor santo, se aísla en Dios para unírsele
de corazón y rendirle su ofrenda de amor; se abandona, desea... No
tiene otro deseo que someterse a Él... Ninguna imagen que no sea
la de Él pasa por su espíritu. Y nadie, excepto Él,
ocupa su pensamiento.
Enferma de
amor y ebria de deseo, no inicia el menor gesto que no le una a la voluntad
de Él, ni usa su lengua si no es para celebrarlo, para darle alabanza
y gloria. Si Él la humilla, ella le da gracias; si le agobia, ella
se muestra paciente y sólo concibe más amor y abandono. Un
santo se levantaba de noche y decía: "¡Oh Dios mío!
me haces pasar hambre, me dejas abandonado en las tinieblas de la noche;
mas por tu gloria soberana ya puedes consumirme en las llamas y el fuego,
que en mí sólo crecerá mi amor por ti y mi gozo en
tu seno".
(De Bahya ibn Paquda (1040?-1110?), filósofo y poeta, se sabe poco,
excepto que vivió en Zaragoza, donde ejerció el cargo de juez
de la comunidad judía, y que su obra principal, Libro de la doctrina
sobre los deberes de los corazones, de la que procede el siguiente extracto,
fue escrita en árabe. Traducido en Textes mystiques d'Orient et d'Occident,
ed. Solange Lemaître, vol. 2, París, Plon, 1955, páginas
129-133. Utilizamos la versión de la editorial Taurus, Madrid, 1983,
aparecida en el volumen titulado La literatura mística española.
Antología. Vol. I: la Edad Media)