LA TRANSMISIÓN INICIÁTICA
La iniciación
propiamente dicha consiste esencialmente en la transmisión de una
influencia espiritual, transmisión que no puede efectuarse sino por
medio de una organización tradicional regular, de tal manera que
no podría hablarse de iniciación fuera de la adhesión
a una tal organización. Hemos precisado que la "regularidad"
debía ser entendida como excluyendo a todas las organizaciones pseudoiniciáticas,
es decir, a todas aquellas que, sean cuales sean sus pretensiones y por
cualquier apariencia que adopten, no son efectivamente depositarias de ninguna
influencia espiritual, y no pueden en consecuencia transmitir en realidad
nada. Desde este momento es fácil de comprender la importancia capital
que todas las tradiciones atribuyen a lo que se designa como la "cadena"
iniciática (49), es decir, una sucesión que garantiza de manera
ininterrumpida la transmisión de que se trata; fuera de esta sucesión,
en efecto, la observación misma de las formas rituales sería
en vano, pues faltaría el elemento vital esencial para su eficacia.
Volveremos más especialmente a continuación sobre la cuestión
de los ritos iniciáticos, pero debemos ahora responder a una objeción
que puede presentarse aquí: los ritos, se dirá, ¿no
tienen por sí mismos una eficacia que le es inherente?. En efecto,
la tienen, ya que, si no son observados, o si son alterados en alguno de
sus elementos esenciales, ningún resultado efectivo podrá
ser obtenido; pero, si ésta es una condición necesaria, no
es sin embargo suficiente, y es preciso además para que los ritos
tengan efecto, que sean cumplidos por quienes están cualificados
para hacerlo. Esto, por otra parte, no es, de ningún modo, particular
a los ritos iniciáticos, sino que se aplica también a los
ritos de orden exotérico, por ejemplo a los ritos religiosos, que
tienen su propia eficacia, pero que no pueden ser cumplidos validamente
por cualquiera; así, si un rito religioso requiere una ordenación
sacerdotal, quien no haya recibido esta ordenación no obtendrá
ningún resultado por mucho que observe todas las formas o incluso
tenga la intención requerida (50), ya que no es portador de la influencia
espiritual que debe operar tomando estas formas rituales como soporte (51).
Incluso en los ritos de orden más inferior, concernientes a aplicaciones
tradicionales secundarias, como por ejemplo los ritos de orden mágico,
donde interviene una influencia que no tiene nada de espiritual, sino que
es simplemente psíquica (entendiendo con ello, en sentido general,
lo que pertenece al dominio de los elementos sutiles de la individualidad
humana y lo que le corresponde en el orden "macrocósmico"),
la producción de un efecto real está condicionada en muchos
casos por una cierta transmisión; y la más vulgar hechicería
rural suministraría a este respecto numerosos ejemplos (52).
No hemos de insistir por otra parte en este último punto, que está
fuera de nuestro objeto; únicamente lo indicamos para hacer comprender
que, con mayor razón, una transmisión regular es indispensable
para permitir cumplir validamente los ritos que implican la acción
de una influencia de orden superior, que propiamente puede ser llamada "no
humana", lo que a la vez es el caso de los ritos iniciáticos
y de los ritos religiosos.
Este es en efecto el punto esencial, y es preciso todavía insistir
en ello: ya hemos dicho que la constitución de organizaciones iniciáticas
regulares no está a disposición de las simples iniciativas
individuales, y se puede decir exactamente lo mismo en lo que concierne
a las organizaciones religiosas, pues, en ambos casos, es necesaria la presencia
de algo que no podría provenir de los individuos, estando más
allá del dominio de las posibilidades humanas. Podrían, por
otra parte, reunirse ambos casos diciendo que aquí se trata, de hecho,
de todo el conjunto de las organizaciones que pueden verdaderamente ser
calificadas de tradicionales; se comprenderá entonces, sin que haya
necesidad de hacer intervenir otras consideraciones, la razón de
que rehusemos, como hemos dicho en muchas ocasiones, aplicar el nombre de
tradición a cosas que no son sino puramente humanas, como abusivamente
hace el lenguaje profano; no será inútil señalar que
el mismo nombre de "tradición", en su sentido original,
no expresa sino la idea de transmisión que ahora consideramos, y
ésta es por otra parte una cuestión sobre la cual volveremos
más adelante.
Se podría ahora, para más comodidad, dividir a las organizaciones
tradicionales en "exotéricas" y "esotéricas",
aunque ambos términos, si se quisieran entender en su sentido más
preciso, no se aplican quizá en todas partes con igual exactitud;
pero, para lo que actualmente tenemos a la vista, nos será suficiente
entender por "exotéricas" las organizaciones que, en una
cierta forma de civilización, están abiertas indistintamente
a todos, y por "esotéricas" a las que están reservadas
a una elite, o, en otras palabras, donde no son admitidos sino quienes poseen
una "cualificación" particular. Estas últimas son
propiamente las organizaciones iniciáticas; en cuanto a las otras,
no comprenden solamente a las organizaciones específicamente religiosas,
sino también, como se observa en las civilizaciones orientales, a
organizaciones sociales que no tienen este carácter religioso, estando
al igual vinculadas a un principio de orden superior, lo que es en todos
los casos la condición indispensable para que puedan ser reconocidas
como tradicionales. Por otra parte, ya que no hemos de considerar aquí
a las organizaciones exotéricas, sino únicamente para comparar
su caso con el de las organizaciones esotéricas o iniciáticas,
nos podemos limitar a la consideración de las organizaciones religiosas,
pues son las únicas en este orden que se conocen en Occidente, y
así las referencias serán inmediatamente comprensibles.
Diremos entonces esto: toda religión, en el verdadero sentido de
la palabra, tiene un origen "no humano" y está organizada
de forma que conserve el depósito de un elemento igualmente "no
humano" que tiene desde el origen; este elemento, que pertenece al
orden de lo que llamamos las influencias espirituales, ejerce su acción
efectiva por medio de ritos apropiados, y el cumplimiento de estos ritos,
para ser válido, es decir, para suministrar un soporte real a la
influencia de que se trata, requiere una transmisión directa e ininterrumpida
en el seno de la organización religiosa. Si esto es así en
el orden simplemente exotérico (y está claro que lo que decimos
no se dirige a los "críticos" negadores a los cuales hemos
hecho alusión anteriormente, que pretenden reducir la religión
a un "hecho humano", y de los cuales no hemos de tomar su opinión
en consideración, al igual que de todo lo que no procede sino de
prejuicios antitradicionales), con mayor razón deberá serlo
en un orden más elevado, es decir, en el orden esotérico.
Los términos de los que nos servimos son tan amplios como para ser
aplicados, incluso aquí, sin ninguna variación, reemplazando
únicamente la palabra "religión" por "iniciación";
toda la diferencia recaerá sobre la naturaleza de las influencias
espirituales que entran en juego (pues hay aún muchas distinciones
que hacer en este dominio, en el cual incluimos en suma todo lo que se refiere
a las posibilidades de orden supra-individual), y especialmente sobre las
respectivas finalidades de la acción que éstas ejercen en
uno y otro caso.
Si, para mejor hacernos entender, nos referimos más particularmente
al caso del Cristianismo en el orden religioso, podríamos añadir
que los ritos de iniciación, teniendo como objetivo inmediato la
transmisión de la influencia espiritual de un individuo a otro, que,
en principio al menos, podrá por consiguiente transmitirla a su vez,
son exactamente comparables a este respecto con los ritos de ordenación
(53); y se puede incluso indicar que unos y otros son similarmente susceptibles
de comportar numerosos grados, no siendo la plenitud de la influencia espiritual
forzosamente comunicada de una sola vez con todas las prerrogativas que
implica, especialmente en lo que concierne a la aptitud actual para ejercer
tales o cuales funciones en la organización tradicional (54). Ahora
bien, se sabe la importancia que tiene, para las Iglesias cristianas, la
cuestión de la "sucesión apostólica", y esto
se comprende sin dificultad, ya que, si esta sucesión se interrumpiera,
ninguna ordenación podría ser válida, y, por consiguiente,
la mayor parte de los ritos no sería mas que una vana formalidad
sin alcance efectivo (55).
Quienes admiten a justo título la necesidad de tal condición
en el orden religioso no deberían tener la menor dificultad en comprender
que no se impone menos rigurosamente en el orden iniciático, o, en
otras palabras, una transmisión regular, constituyendo la "cadena"
de la que hablábamos, es también estrictamente indispensable.
Dijimos hace un momento que la iniciación debe tener un origen "no
humano", pues, sin ello, no podría de ningún modo alcanzar
su meta final, que sobrepasa el dominio de las posibilidades individuales;
esta es la razón por la cual los verdaderos ritos iniciáticos,
como indicábamos anteriormente, no pueden estar relacionados con
autores humanos, y, de hecho, no se conocen nunca tales autores (56), al
igual que no se conocen los inventores de los símbolos tradicionales,
y ello por la misma razón, ya que estos símbolos son igualmente
"no humanos" en su origen y en su esencia (57); y, por otra parte,
existen, entre los ritos y los símbolos, unos vínculos muy
estrechos que más tarde examinaremos. Se puede decir con todo rigor
que, en casos como éstos, no hay un origen "histórico",
ya que el origen real se sitúa en un mundo en el cual no se aplican
las condiciones de tiempo y lugar que definen a los hechos históricos
como tales; y ésta es la razón por la cual estas cosas escapan
siempre inevitablemente a los métodos profanos de investigación,
que, en cualquier caso y por definición, no pueden ofrecer resultados
relativamente válidos sino en el orden puramente humano (58).
En tales condiciones, es fácil de comprender que el papel del individuo
que confiere la iniciación a otro es verdaderamente un papel de "transmisor",
en el más exacto sentido de la palabra; no actúa en tanto
que individuo, sino en tanto soporte de una influencia que no pertenece
al orden individual; es únicamente un eslabón de la "cadena"
cuyo punto de partida está fuera y más allá de la humanidad.
Es esta la razón por la cual no puede actuar en su propio nombre,
sino en nombre de la organización a la que está vinculado
y de la cual le provienen sus poderes, o, más exactamente todavía,
en nombre del principio que esta organización representa visiblemente.
Esto explica, por otra parte, que la eficacia del rito cumplido por un individuo
sea independiente del valor propio de ese individuo como tal, lo que es
igualmente cierto para los ritos religiosos; y no entendemos esto en sentido
"moral", lo que evidentemente no tendría importancia en
una cuestión que en realidad es de orden exclusivamente "técnico",
sino en el sentido en que, incluso si el individuo considerado no posee
el necesario grado de conocimiento para comprender el sentido profundo del
rito y la razón esencial de sus diversos elementos, dicho rito no
dejará de tener pleno efecto si, estando regularmente investido de
la función de "transmisor", lo cumpliera observando todas
las reglas prescritas, y con una intención que sea suficiente para
determinar la conciencia de su vinculación a la organización
tradicional. De ello deriva inmediatamente la consecuencia de que, incluso
una organización en donde no se encontraran en un cierto momento
mas que lo que hemos denominado iniciados "virtuales" (y volveremos
todavía sobre esto más adelante), no sería por ello
menos capaz de continuar transmitiendo realmente la influencia espiritual
de la cual es depositaria; es suficiente para ello que la "cadena"
no sea interrumpida; y, a este respecto, la conocida fábula del "asno
transportando las reliquias" es susceptible de un significado iniciático
digno de ser meditado (59).
Por el contrario, el conocimiento completo de un rito, si ha sido obtenido
fuera de las condiciones regulares, está por completo desprovisto
de todo valor efectivo; tal es así, por tomar un ejemplo simple (ya
que el rito se reduce esencialmente a la pronunciación de una palabra
o una fórmula), que, en la tradición hindú, el mantra
que no ha sido obtenido de la boca de un guru autorizado no tiene ningún
efecto, pues no está "vivificado" por la presencia de la
influencia espiritual de la cual únicamente está destinado
a ser el vehículo (60). Esto se extiende, por otra parte, en un grado
u otro, a todo lo que está vinculado a una influencia espiritual:
así, el estudio de los textos sagrados de una tradición, realizado
mediante libros, no podría jamás suplir a su comunicación
directa; y esta es la razón de que, incluso allí donde las
enseñanzas tradicionales han sido más o menos completamente
puestas por escrito, éstas no dejan de ser regularmente objeto de
una transmisión oral, que, al mismo tiempo que es indispensable para
obtener su pleno efecto (desde el momento en que no se trata de atenerse
a un conocimiento simplemente teórico), asegura la perpetuación
de la "cadena" a la cual está unida la vida misma de la
tradición. De otro modo, no se trataría sino de una tradición
muerta, con la cual ninguna vinculación efectiva es posible; y, si
el conocimiento de lo que resta de una tradición puede tener todavía
un cierto interés teórico (fuera, por supuesto, del punto
de vista de la simple erudición profana, cuyo valor es nulo, y en
tanto sea susceptible de ayudar a la comprensión de ciertas verdades
doctrinales) no podría ofrecer ningún beneficio directo en
vistas a una "realización" cualquiera (61).
Se trata también, en todo esto, de la comunicación de algo
"vital"; en la India, ningún discípulo puede sentarse
jamás frente al guru, con el fin de evitar que la acción del
prâna, que está unido al aliento y a la voz, ejerciéndose
demasiado directamente, produzca un choque violento que, por consiguiente,
podría ser psíquica e incluso físicamente peligroso
(62).
Esta acción es tanto más poderosa, en efecto, en cuanto que
el prâna mismo, en este caso, no es sino el vehículo o el soporte
sutil de la influencia espiritual que se transmite de guru a discípulo;
y el guru, en su función propia, no debe ser considerado como una
individualidad (desapareciendo ésta entonces verdaderamente, salvo
en tanto como simple soporte), sino únicamente como el representante
de la tradición que él encarna en cualquier caso en relación
con su discípulo, lo que constituye exactamente el papel de "transmisor"
del que hemos hablado.
Notes
49. La palabra "cadena" es lo que traduce el hebreo shelsheletk,
el árabe silsilah, y también el sánscrito paramparâ,
que expresa esencialmente la idea de una sucesión regular e ininterrumpida.
50. Formulamos expresamente esta condición de la intención
para precisar que los ritos no podrían ser objeto de "experiencias"
en el sentido profano de la palabra; quien quisiera cumplir un rito, del
orden que sea, por simple curiosidad o por experimentar su efecto, podría
estar bien seguro de antemano de que dicho efecto será nulo.
51. Los propios ritos que no requieren especialmente tal ordenación
tampoco pueden ser cumplidos indistintamente por todo el mundo, pues la
adhesión expresa a la forma tradicional a la cual pertenecen es,
en todos los casos, una condición indispensable para su eficacia.
52. Esta condición de la transmisión se encuentra entonces
hasta en las desviaciones de la tradición o en sus vestigios degenerados,
e incluso también, debemos añadirlo, en la subversión
propiamente dicha que constituye el hecho de lo que hemos denominado la
"contra-iniciación". -Cf., a este propósito, Le
Règne de la Quantité et les Signes des Temps, caps. XXXIV
y XXXVIII.
53. Decimos "a este respecto", pues, desde otro punto de vista,
la primera iniciación, en tanto que "segundo nacimiento",
sería comparable al rito del bautismo; está claro que las
correspondencias que pueden observarse entre cosas pertenecientes a órdenes
tan diferentes deben ser forzosamente complejas y no se dejan reducir a
una especie de esquema unilineal.
54. Decimos "aptitud actual" para precisar que se trata de algo
más que la "cualificación" previa, que puede ser
designada también como una aptitud; así, podrá decirse
que un individuo es apto para el ejercicio de las funciones sacerdotales
si no tiene ninguno de los impedimentos que obstaculizan su acceso, pero
no será actualmente apto mas que si ha recibido efectivamente la
ordenación. Señalemos también a este propósito
que éste es el único sacramento para el cual se exigen "cualificaciones"
particulares, por lo que es comparable a la iniciación, a condición,
claro está, de tener siempre en cuenta la diferencia esencial entre
los dominios exotérico y esotérico.
55. De hecho, las Iglesias protestantes que no admiten las funciones sacerdotales
han suprimido casi todos los ritos, o no los han guardado sino a título
de simples simulacros "conmemorativos"; y, dada la constitución
propia de la tradición cristiana, no pueden en efecto ser nada más
en semejante caso. Se sabe por otra parte a qué tipo de discusiones
da lugar la cuestión de la "sucesión apostólica"
en lo que concierne a la legitimidad de la Iglesia anglicana; y es curioso
comprobar que los teosofistas mismos, cuando quisieron constituir la Iglesia
"Libre-Católica", pretendieron ante todo asegurarse el
beneficio de una "sucesión apostólica" regular.
56. Ciertas atribuciones a personajes legendarios, o más exactamente
simbólicos, no podrían en ningún modo ser consideradas
como teniendo un carácter "histórico", sino que,
por el contrario, confirman plenamente lo que estamos diciendo.
57. Las organizaciones esotéricas islámicas se transmiten
un signo de reconocimiento que, según la tradición, fue comunicado
al Profeta por el propio arcángel Gabriel; no podría indicarse
más claramente el origen "no humano" de la Tradición.
58. Indiquemos a propósito de lo dicho que quienes, con intenciones
"apologéticas", insisten sobre lo que ellos llaman, con
un término por otra parte demasiado bárbaro, la "historicidad"
de una religión, hasta el punto de ver en ello algo por completo
esencial e incluso de subordinarle a menudo las consideraciones doctrinales
(cuando, por el contrario, los hechos históricos en sí mismos
no sirven realmente sino en tanto que puedan ser comprendidos como símbolos
de realidades espirituales), cometen un grave error en detrimento de la
"trascendencia" de esa religión. Un error semejante, que
manifiesta por otra parte una concepción demasiado "materializada"
y la incapacidad de elevarse a un orden superior, puede ser considerado
como una molesta concesión al punto de vista "humanista",
es decir, individualista y antitradicional, que caracteriza propiamente
al espíritu occidental moderno.
59. Es incluso importante señalar, a este propósito, que las
reliquias son precisamente un vehículo de influencias espirituales;
ésta es la verdadera razón del culto del cual son objeto,
a pesar de que dicha razón no siempre sea consciente entre los representantes
de las religiones exotéricas, que parecen frecuentemente no tomar
en cuenta el carácter "positivo" de las fuerzas que manejan,
lo que por otra parte no impide a estas fuerzas obrar efectivamente, incluso
a pesar de su ignorancia, aunque quizás con menor amplitud de la
que tendrían si estuvieran "técnicamente" mejor
dirigidas.
60. Señalemos de paso, a propósito de esta "vivificación",
si uno puede expresarse así, que la consagración de los templos,
de las imágenes y de los objetos rituales tiene como objetivo esencial
el convertirlos en el receptáculo efectivo de las influencias espirituales
sin cuya presencia los ritos a los cuales deben servir estarían desprovistos
de eficacia.
61. Esto completa y precisa todavía lo que dijimos acerca de la vanidad
de una pretendida vinculación "ideal" a las formas de una
tradición desaparecida.
62. Es esta también la explicación de la especial disposición
de los asientos en una Logia masónica, lo cual están con seguridad
lejos de sospechar la mayor parte de los Masones actuales.