LAS CONDICIONES DE LA INICIACIÓN
Podemos volver
ahora a la cuestión de las condiciones de la iniciación, y
diremos en primer lugar, aunque pueda parecer evidente, que la primera de
estas condiciones es una cierta aptitud o disposición natural, sin
la cual todo esfuerzo sería vano, pues el individuo no puede indiscutiblemente
desarrollar sino las posibilidades que lleva en él desde el origen;
esta aptitud, que hace lo que algunos llaman el "iniciable", constituye
propiamente la "cualificación" requerida por todas las
tradiciones iniciáticas (23). Esta condición es, por lo demás,
la única común, en cierto sentido, a la iniciación
y al misticismo, pues está claro que el místico debe tener,
él también, una disposición natural especial, aunque
por completo diferente de la del "iniciable", incluso opuesta
a ella en muchos aspectos; pero esta condición, para él, aunque
igualmente necesaria, es de sobra suficiente; no hay ninguna otra que deba
añadirse, y las circunstancias hacen el resto, haciendo pasar a su
capricho de la "potencia" al "acto" tales o cuales posibilidades
que comporte la disposición de que se trata. Esto resulta directamente
del carácter de "pasividad" del que hemos hablado: no podría,
en efecto, en tal caso, tratarse de un esfuerzo o de un trabajo personal
cualquiera, que el místico jamás efectuará, y del cual
deberá incluso guardarse cuidadosamente, como de algo que estuviera
en oposición con su "vía" (24), mientras que, por
el contrario, en lo relativo a la iniciación, y en razón de
su carácter "activo", un trabajo tal constituye otra condición
no menos estrictamente necesaria que la primera, y sin la cual el paso de
la "potencia" al "acto", que es propiamente la "realización",
podría en ningún modo cumplirse (25).
Sin embargo, esto no es todavía todo: no hemos hecho en suma mas
que desarrollar la distinción, expuesta al principio, entre la "actividad"
iniciática y la "pasividad" mística, para extraer
la consecuencia de que, para la iniciación, hay una condición
que no existe, y que no podría existir, en lo concerniente al misticismo;
pero aún hay otra condición no menos necesaria de la cual
no hemos hablado, y que se sitúa en cualquier caso entre aquellas
que están puestas en tela de juicio. Esta condición, sobre
la cual es preciso por otra parte insistir en que los occidentales, en general,
son demasiado dados a ignorarla o a desconocer su importancia, es incluso,
verdaderamente, la más característica de todas, la que permite
definir a la iniciación sin equívoco posible, y no confundirla
con cualquier otra cosa; por ella, el caso de la iniciación está
mucho más delimitado de lo que podría serlo el del misticismo,
para el cual no existe nada de ello. Es a menudo difícil, si no del
todo imposible, distinguir el falso misticismo del verdadero; el místico
es, por definición, un aislado y un "irregular", y muchas
veces él mismo no sabe lo que es verdadero; y el hecho de que no
se trate del conocimiento en estado puro, sino que incluso lo que es conocimiento
real está siempre influido por una mezcla de sentimiento y de imaginación,
hace que se esté lejos de simplificar la cuestión; en todo
caso, hay algo que escapa a todo control, lo que podríamos expresar
diciendo que no hay para el místico ningún "medio de
conocimiento" (26). Se podría decir también que el místico
no tiene "genealogía", que no es tal sino por una suerte
de "generación espontánea", y creemos que estas
expresiones son fáciles de comprender sin necesidad de más
explicaciones; entonces, ¿cómo se puede afirmar sin ninguna
duda que uno es auténticamente místico y que otro no lo es,
cuando sin embargo todas las apariencias pueden ser sensiblemente las mismas?.
Por el contrario, las falsificaciones de la iniciación siempre pueden
ser detectadas infaliblemente por la ausencia de la condición a la
que hemos aludido, y que no es otra que la adhesión a una organización
tradicional regular.
Hay ignorantes que se imaginan poder "iniciarse" a sí mismos,
lo que es en cualquier manera una contradicción en los términos;
olvidan, si es que alguna vez lo han sabido, que la palabra initium significa
"entrada" o "comienzo", confunden el hecho mismo de
la iniciación, entendida en sentido estrictamente etimológico,
con el trabajo a realizar posteriormente para que esta iniciación,
de virtual que ha sido en un principio, se transforme más o menos
en plenamente efectiva. La iniciación, así comprendida, es
lo que todas las tradiciones concuerdan en designar como el "segundo
nacimiento"; ¿cómo podría un ser actuar por sí
mismo antes de haber nacido? (27). Bien sabemos lo que se nos podrá
objetar a ello: si el ser está verdaderamente "cualificado",
lleva ya en él las posibilidades que se propone desarrollar; ¿por
qué, si ello es así, no podría realizarlas mediante
su propio esfuerzo, sin ninguna intervención exterior?. Esto es,
en efecto, algo que está permitido considerar teóricamente,
a condición de concebirse como el caso de un hombre "dos veces
nacido" desde el primer momento de su existencia individual; pero,
si no hay en ello una imposibilidad de principio, no hay menos una imposibilidad
de hecho, en el sentido en que esto es contrario al orden establecido para
nuestro mundo, al menos en sus condiciones actuales. No estamos en la época
primordial en que todos los hombres poseían normal y espontáneamente
un estado que hoy en día es solamente adquirido en un alto grado
de iniciación (28); y, por otra parte, a decir verdad, el nombre
mismo de iniciación, en una época semejante, no podía
tener ningún sentido. Estamos en el Kali-Yuga, es decir, en un tiempo
en que el conocimiento espiritual se encuentra oculto, y donde solamente
unos pocos pueden todavía alcanzarlo, con tal de que se sitúen
en las condiciones requeridas para obtenerlo; ahora bien, una de estas condiciones
es precisamente aquella de la cual hemos hablado, así como otra es
un esfuerzo del cual los hombres de las primeras épocas no tenían
necesidad alguna, ya que el desarrollo espiritual se cumplía en ellos
tan naturalmente como el desarrollo corporal.
Se trata entonces de una condición cuya necesidad se impone en conformidad
con las leyes que rigen nuestro mundo actual; y, para hacernos comprender
mejor, podemos recurrir aquí a una analogía: todos los seres
que se desarrollarán en el curso de un ciclo están contenidos
desde el principio, en estado de gérmenes sutiles, en el "Huevo
del Mundo"; entonces, ¿por qué no surgieron al estado
corporal por sí mismos, sin padres?. No es esto una imposibilidad
absoluta, y puede concebirse un mundo en que ocurra así; pero, de
hecho, ese mundo no es el nuestro. Nos reservamos, por supuesto, la cuestión
de las anomalías; puede que existan casos excepcionales de "generación
espontánea", y, en el orden espiritual, hemos aplicado hasta
ahora esta expresión en el caso del místico; pero también
hemos dicho que éste es un "irregular", mientras que la
iniciación es algo esencialmente "regular", que nada tiene
que ver con las anomalías. Todavía faltaría por saber
exactamente hasta dónde pueden éstas llegar; deben, también,
ajustarse en definitiva a alguna ley, pues todas las cosas no pueden existir
sino como elementos del orden total y universal. Sólo esto, si se
quisiera reflexionar, podría bastar para hacer pensar que los estados
realizados por el místico no son precisamente los mismos que los
del iniciado, y que, si su realización no está sometida a
las mismas leyes, es que efectivamente de trata de algo distinto; pero ahora
podemos dejar por completo de lado el caso del misticismo, sobre el cual
ya hemos hablado bastante para lo que nos proponíamos establecer,
para no considerar exclusivamente mas que el de la iniciación.
Nos falta en efecto precisar el papel de la adhesión a una organización
tradicional, que no podría, por supuesto, dispensar de ningún
modo del trabajo interior que no puede cumplir cada uno sino por sí
mismo, pero que es necesaria, como condición previa, para que este
mismo trabajo pueda efectivamente dar sus frutos. Debe quedar comprendido,
desde ahora, que los que se han constituido en depositarios del conocimiento
iniciático no pueden comunicarlo de una manera más o menos
comparable a como un profesor, en la enseñanza profana, comunica
a sus alumnos fórmulas librescas que deben almacenar en su memoria;
se trata aquí de algo que, en su propia esencia, es propiamente "incomunicable",
ya que son estados a realizar interiormente. Lo que puede enseñarse
son únicamente los métodos preparatorios para la obtención
de estos estados; lo que puede ser proporcionado desde fuera a este respecto
es en suma una ayuda, un apoyo que facilite enormemente el trabajo a cumplir,
y también un control que aparte los obstáculos y los peligros
que puedan presentarse; todo ello está muy lejos de ser despreciable,
y quien se viera privado de esto correría el riesgo de desembocar
en un fracaso, pero todavía esto no justificaría completamente
lo que hemos dicho cuando hablábamos de una condición necesaria.
De modo que no es esto lo que teníamos a la vista, al menos de manera
inmediata; todo ello no interviene sino secundariamente, y en cualquier
caso a título de consecuencias, tras la iniciación entendida
en su sentido más estricto, tal como hemos indicado, y desde el momento
en que se trata de desarrollar efectivamente la virtualidad que ella constituye;
pero aún es preciso, ante todo, que esta virtualidad preexista. Es
entonces otra cosa lo que debe ser entendido por la transmisión iniciática
propiamente dicha, y no podríamos caracterizarla mejor que diciendo
que ésta es esencialmente la transmisión de una influencia
espiritual; deberemos volver sobre ello más ampliamente, pero, por
el momento, nos limitaremos a determinar más exactamente el papel
que desempeña esta influencia, entre la aptitud natural propiamente
inherente al individuo y el trabajo de realización que a continuación
se efectuará.
Hemos señalado en otro lugar que las fases de la iniciación,
al igual que las de la "Gran Obra" hermética que no es
en el fondo sino una de sus expresiones simbólicas, reproducen las
del proceso cosmogónico (29); esta analogía, que se funda
directamente sobre la del "microcosmos" con el "macrocosmos",
permite, mejor que toda otra consideración, aclarar la cuestión
que actualmente tratamos. Puede decirse, en efecto, que las aptitudes o
posibilidades incluidas en la naturaleza individual no son en principio,
en sí mismas, mas que una materia prima, es decir, una pura potencialidad,
en la cual no hay nada desarrollado o diferenciado (30); es entonces el
estado caótico y tenebroso, que el simbolismo iniciático hace
precisamente corresponder con el mundo profano, y en el cual se encuentra
el ser que todavía no ha alcanzado el "segundo nacimiento".
Para que este caos pueda comenzar a tomar forma y a organizarse es preciso
que una vibración inicial le sea comunicada por las potencias espirituales,
a la que el Génesis hebreo designa como los Elohim; esta vibración
es el Fiat Lux que ilumina el caos, t que constituye el punto de partida
necesario para todos los desarrollos posteriores; y, bajo el punto de vista
iniciático, esta iluminación está precisamente constituida
por la transmisión de la influencia espiritual de la que hemos hablado
(31). Desde entonces, y en virtud de esta influencia, las posibilidades
espirituales del ser no son ya la simple potencialidad que antes eran; se
transforman en una virtualidad dispuesta a desarrollarse en acto en los
diversos estadios de la realización iniciática.
Podemos resumir todo lo que precede diciendo que la iniciación implica
tres condiciones que se presentan en forma sucesiva, y que se podrían
hacer corresponder respectivamente con los tres términos de "potencialidad",
"virtualidad" y "actualidad": 1º, la "cualificación",
constituida por ciertas posibilidades inherentes a la naturaleza propia
del individuo, y que son la materia prima sobre la cual el trabajo iniciático
deberá efectuarse; 2º, la transmisión, por medio de la
adhesión a una organización tradicional, de una influencia
espiritual que da al ser la "iluminación" que le permitirá
ordenar y desarrollar las posibilidades que lleva en él; 3º,
el trabajo interior por el cual, con el auxilio de "ayudantes"
o "soportes" exteriores, si tienen lugar y especialmente en los
primeros estadios, el desarrollo será realizado gradualmente, haciendo
pasar al ser, de escalón en escalón, a través de los
diferentes grados de la jerarquía iniciática, para conducirle
al objetivo final de la "Liberación" o de la "Identidad
Suprema".
Notes
23. Se verá por otra parte, a través del estudio especial
que haremos a continuación acerca de la cuestión de las cualificaciones
iniciáticas, que este tema presenta en realidad aspectos mucho más
complejos de lo que se podría creer en un primer momento si nos atuviéramos
a la sola noción general que damos aquí.
24. También los teólogos ven gustosamente, y no sin razón,
un "falso místico" en aquel que busca, mediante un esfuerzo
cualquiera, obtener visiones u otros estados extraordinarios, limitándose
incluso este esfuerzo al mantenimiento de un simple deseo.
25. Resulta de ello, entre otras consecuencias, que los conocimientos de
orden doctrinal, que son indispensables para el iniciado y cuya comprensión
teórica es para él una condición previa a toda "realización",
pueden faltar por completo en el místico; de aquí proviene
frecuentemente, entre éstos, aparte de la posibilidad de errores
y de confusiones múltiples, una extraña incapacidad para expresarse
inteligiblemente. Debe quedar claro, por otra parte, que los conocimientos
de que se trata no tienen absolutamente nada que ver con todo lo que no
es sino instrucción exterior o "saber" profano, que tiene
aquí un nulo valor, como seguidamente explicaremos, y que incluso,
dado lo que es la educación moderna, sería más bien
un obstáculo que una ayuda en la mayor parte de los casos; un hombre
muy bien puede no saber ni leer, ni escribir, y alcanzar sin embargo los
más altos grados de la iniciación, y tales casos no son extremadamente
raros en Oriente, mientras que hay "sabios" e incluso "genios",
según la manera de ver del mundo profano, que no son "iniciables"
en ningún grado.
26. No entendemos por ello palabras o signos exteriores y convencionales,
pues estos no son en realidad sino la representación simbólica
de tales medios.
27. Recordemos aquí el elemental adagio escolástico: "para
obrar, es preciso ser".
28. Es lo que indica, en la tradición hindú, el nombre Hamsa,
dado como el nombre de la única casta existente en los orígenes,
y designando propiamente un estado que es ativarna, es decir, más
allá de la distinción entre las castas actuales.
29. Ver L'Esotérisme de Dante, especialmente p.p. 63-64 y 94.
30. No es preciso decir que no es, rigurosamente hablando, una materia prima
sino en sentido relativo, no en sentido absoluto; pero esta distinción
no es importante desde el punto de vista en que aquí nos situamos,
y por otra parte, es igual a la materia prima de un mundo como el nuestro,
que, estando ya determinada de cierta forma, no es en realidad, con respecto
a la sustancia universal, sino una materia secunda (Cf. Le Règne
de la Quantité et les signes des Temps, cap. II), de manera que,
incluso bajo esta relación, la analogía con el desarrollo
de nuestro mundo a partir del caos inicial es realmente exacta.
31. De aquí vienen expresiones como "dar la luz" y "recibir
la luz", empleadas para designar, con respecto al iniciador y al iniciado
respectivamente, la iniciación en sentido restringido, es decir,
la transmisión misma de la que se trata aquí. Se notará
también, en lo que concierne a los Elohim, que el número septenario
que se les atribuye está en relación con la constitución
de las organizaciones iniciáticas, que debe ser efectivamente una
imagen del propio orden cósmico.