EL
CRISTO SACERDOTE Y REY
RENÉ GUÉNON
De entre los numerosos símbolos que han sido aplicados a Cristo, y de los cuales muchos se relacionan con tradiciones más antiguas, los hay que sobre todo representan a la autoridad espiritual en todos sus aspectos, pero algunos también, en su uso habitual, hacen más o menos alusión al poder temporal. Es así cómo, por ejemplo, frecuentemente se encuentra en la mano de Cristo el "Globo del Mundo", insignia del Imperio, es decir, de la Realeza universal. En la persona de Cristo, los dos poderes sacerdotal y real, a los que respectivamente se vinculan la autoridad espiritual y el poder temporal, son verdaderamente inseparables, y ambos le pertenecen eminentemente y por excelencia, al ser el principio común del cual proceden en todas sus representaciones.
Sin duda, puede parecer que, de manera general, la función sacerdotal
de Cristo haya sido más particularmente puesta en evidencia; ello
se comprende fácilmente, al ser lo espiritual superior a lo temporal,
y la misma relación jerárquica debe ser observada entre las
funciones que respectivamente les corresponden. La realeza no es verdaderamente
de "derecho divino" en tanto no reconozca su subordinación
con respecto a la autoridad espiritual, que es lo único que puede
conferirle la investidura y la consagración que le otorgue su plena
y completa legitimidad. No obstante, desde un determinado punto de vista,
pueden también considerarse las funciones sacerdotal y real como
siendo, en cierto modo, complementarias, y entonces, aunque la segunda,
a decir verdad, tenga su principio inmediato en la primera, hay no obstante
entre ellas, cuando se las considera así separadas, una especie de
paralelismo. En otros términos, desde el momento en que el sacerdote,
de una manera habitual, no es al mismo tiempo rey, es preciso que el rey
y el sacerdote obtengan sus poderes de un origen común; la diferencia
jerárquica existente entre ellos consiste en que el sacerdote recibe
su poder directamente de esta fuente, mientras que el rey, en razón
del carácter más exterior y propiamente terrestre de su función,
no puede recibir el suyo sino por mediación del sacerdote. Éste,
en efecto, desempeña verdaderamente el papel de "mediador"
entre el Cielo y la Tierra; y no sin razón la plenitud del sacerdocio
ha recibido el nombre simbólico de "pontificado", pues,
como dice san Bernardo, "el Pontífice, así como indica
la etimología de su nombre, es una especie de puente entre Dios y
el hombre" (1).
Si se quiere entonces remontar hasta el origen primero de los poderes del
sacerdote y del rey, no es sino en el mundo celeste donde puede ser encontrado;
esta fuente primordial, de la que procede toda autoridad legítima,
ese Principio en el que residen a la vez el Sacerdocio y la Realeza supremas,
no puede ser más que el Verbo divino.
Así, el Cristo, manifestación del Verbo en este mundo, debe
ser realmente sacerdote y rey a la vez; pero puede parecer extraño
a primera vista que su filiación humana parezca designarlo en principio
para la función real y no para la función sacerdotal. Él
es llamado el "León de la tribu de Judá"; el león,
animal solar y real, emblema de dicha tribu y más especialmente de
la familia de David, que es la suya, deviene así su emblema personal.
Si el sacerdocio tiene preeminencia sobre la realeza, ¿cómo
es que Cristo surgió de la tribu real de Judá y de la familia
de David, y no de la tribu sacerdotal de Leví y de la familia de
Aarón? Hay aquí un misterio del que san Pablo nos ofrece la
explicación en los siguientes términos: "Si el sacerdocio
de Leví, bajo el cual descansa la ley dada al pueblo, pudiera hacer
a sus hombres justos y perfectos, ¿qué necesidad había
de que surgiera otro sacerdote llamado "según el orden de Melquisedec",
y no "según el orden de Aarón"? Porque, cambiado
el sacerdocio, necesariamente se cambia la Ley. En efecto, de aquel de quien
se predicen estas cosas pertenecía a otra tribu, de la cual nadie
sirvió en el altar. Y es cierto que nuestro Señor procedía
de Judá, y a esa tribu nunca atribuyó Moisés el sacerdocio.
Todo esto es mucho más evidente aún si surge otro sacerdote
según el orden de Melquisedec, que lo sea no por ley de ordenación
y sucesión carnal, sino por la potencia de su vida inmortal, así
como declara la Escritura: Tú eres sacerdote eternamente, según
el orden de Melquisedec" (2).
De modo que el Cristo es sacerdote, pero por derecho puramente espiritual;
lo es según el orden de Melquisedec, y no según el orden de
Aarón, ni gracias a la "sucesión carnal"; en virtud
de ésta, es la realeza lo que le pertenece, y ello es conforme a
la naturaleza de las cosas. Pero, por otra parte, el sacerdocio según
el orden de Melquisedec implica también en sí mismo a la realeza,
pues precisamente aquí no pueden estar uno y otra separados, ya que
Melquisedec es, también, sacerdote y rey a la vez, de modo que realmente
es la figura del Principio en el que ambos poderes están unidos,
de la misma manera que el sacrificio que ofrece con el pan y el vino es
la figura misma de la Eucaristía. Es en razón de esta doble
prefiguración que se aplica al Cristo la sentencia de los Salmos:
"Tu est sacerdos in aeternum secundum ordinem Melchissedec" (3).
Recordemos el texto del pasaje bíblico donde se relata el encuentro
entre Melquisedec y Abraham: "Entonces Melquisedec, rey de Salem, presentó
pan y vino, pues era sacerdote del Dios Altísimo, y le bendijo diciendo:
"¡Bendito sea Abram (4) del Dios Altísimo, creador de
cielos y tierra. Y bendito sea el Dios Altísimo, que entregó
a tus enemigos en tus manos!". Y diole Abram el diezmo de todo"
(5). Y he aquí en qué términos comenta san Pablo este
texto: "Este Melquisedec, rey de Salem, sacerdote del Dios Altísimo,
que salió al encuentro de Abraham cuando regresaba de la derrota
de los reyes, y le bendijo, al cual dio Abraham el diezmo de todo, y cuyo
nombre significa, en primer lugar, "rey de justicia" (6) y, además,
rey de Salem, es decir, "rey de paz", sin padre, ni madre, ni
genealogía, sin comienzo de días, ni fin de vida, asemejado
al Hijo de Dios, permanece sacerdote para siempre" (7).
Melquisedec es presentado como superior a Abraham, ya que le bendice, y
"es incuestionable que el inferior recibe la bendición del superior"
(8); y, por su parte, Abraham reconoció esta superioridad, ya que
le dio el diezmo, lo cual indica su dependencia. De ello se desprende que
el sacerdocio según el orden de Melquisedec es superior al sacerdocio
según el orden de Aarón, puesto que es de Abraham de quien
surgió la tribu de Leví y, en consecuencia, la familia de
Aarón.
Es lo que también afirma san Pablo: "Y aquí (en el sacerdocio
levítico), ciertamente, reciben el diezmo hombres mortales; pero
allí, uno de quien se asegura que vive. Y, en cierto modo, hasta
el mismo Leví, que percibe los diezmos (del pueblo de Israel), los
pagó por medio de Abraham, pues ya estaba en las entrañas
de su padre cuando Melquisedec le salió al encuentro" (9). Y
esta superioridad corresponde a la de la Nueva Alianza sobre la Antigua
Ley: "Y por cuanto no fue sin juramento -pues los otros fueron hechos
sacerdotes sin juramento, mientras éste lo fue bajo juramento por
Aquel que le dijo: "Juró el Señor y su juramento será
inmutable: Tú serás sacerdote eternamente según el
orden de Melquisedec"- por eso, la Alianza de la que Jesús es
mediador y garante es más perfecta que la primera" (10).
Hemos debido recordar aquí estos textos esenciales sin por lo demás
pretender desarrollar todos los significados en ellos implícitos,
lo que nos llevaría muy lejos, pues hay en ellos verdades de un orden
muy profundo y que no se dejan penetrar inmediatamente, tal como san Pablo
tiene el cuidado de advertir: "Sobre este particular tenemos muchas
cosas que decir, aunque difíciles de explicar, porque os habéis
hecho tardos de entendimiento" (11). ¿Qué diría
hoy, cuando las cosas de este género se han hecho completamente extrañas
a la inmensa mayoría de los hombres, cuyo espíritu se ha vuelto
exclusivamente hacia las solas realidades del mundo material, ignorando
de antemano todo aquello que supera este dominio tan estrechamente limitado?
Lo que especialmente hemos querido dar a entender es que el orden de Melquisedec
es a la vez sacerdotal y real, y que, en consecuencia, la aplicación
a Cristo de las palabras de la Escritura que se refieren a ello constituye
la afirmación expresa de este doble carácter. Es así
cómo la unión de ambos poderes en una misma persona representa
un principio superior a los dos órdenes en los que se ejercen respectivamente
estos poderes considerados separadamente; y es por ello que Melquisedec
es verdaderamente por todo lo que de él se dice "hecho semejante
al Hijo de Dios" (12). Pero Cristo, siendo el Hijo de Dios, no representa
tan sólo a ese principio de los dos poderes; él es este mismo
principio en toda su realidad trascendente, "por la potencia de su
vida inmortal"; toda autoridad tiene en él su origen, ya que
es el "Verbo Eterno" por quien todas las cosas han sido hechas,
tal como declara san Juan al principio de su Evangelio: "sin Él
nada se hizo de cuanto existe".
A estos puntos de vista fundamentales solamente añadiremos algunas
observaciones complementarias, y, en primer lugar, es importante señalar
que la Justicia y la Paz, que son, como se ha visto, los atributos de Melquisedec,
según el significado de su propio nombre y del título que
le es dado, son también atributos que convienen eminentemente a Cristo,
que es llamado "Sol de Justicia" y "Príncipe de la
Paz". Debe además decirse que estas ideas de la Justicia y de
la Paz poseen, tanto en el Cristianismo como en las tradiciones antiguas,
y especialmente en la tradición judía, en la que se hallan
frecuentemente asociadas, un sentido muy diferente de su sentido profano,
y que precisaría de un estudio profundo (13).
Otra observación, que puede parecer singular a quienes no conozcan
el genio de la lengua hebrea, pero que no es menos importante, es ésta:
Melquisedec es sacerdote del Dios Altísimo, "El Elion";
y "El Elion" es el equivalente de "Emmanuel", pues ambos
nombres tienen exactamente el mismo valor numérico (4). Esta equivalencia
indica que se trata de dos denominaciones del mismo principio divino, considerado
desde dos perspectivas diferentes; en el mundo celeste él es "El
Elion"; en cuanto a su manifestación en el mundo terrestre es
"Emmanuel" ("Dios con nosotros" o "Dios en nosotros").
De ello resulta la siguiente consecuencia: el sacerdocio de Melquisedec
es el sacerdocio de "El Elion"; el sacerdocio cristiano, que es
una participación en el mismo sacerdocio de Cristo, es el de "Emmanuel";
así, pues, si "El Elion" y "Emmanuel" no son
sino un solo y mismo principio, ambos sacerdocios no son sino uno, y el
sacerdocio cristiano, que por lo demás implica esencialmente la ofrenda
eucarística en las especies del pan y del vino, es verdaderamente
"según el orden de Melquisedec".
Finalmente, Melquisedec no es el único personaje que, en las Escrituras,
aparece con el doble carácter de sacerdote y de rey; en el Nuevo
Testamento, efectivamente, volvemos a encontrar la unión de ambas
funciones en los Reyes Magos, lo cual puede hacer pensar en la existencia
de un vínculo muy directo entre éstos y Melquisedec, o, en
otros términos, que en los dos casos se trata de representantes de
una sola y la misma autoridad. Ahora bien, los Reyes Magos, por el homenaje
que rinden a Cristo y por los presentes que le ofrecen, reconocen expresamente
en él a la fuente de esta autoridad en todos los dominios en los
que se ejerce: el primero le ofrece oro y le saluda como rey; el segundo
le ofrece incienso y le saluda como sacerdote; por último, el tercero
le ofrece la mirra o el bálsamo de incorruptibilidad (15) y le saluda
como profeta o maestro espiritual por excelencia, lo que directamente corresponde
al principio común de los dos poderes, sacerdotal y real. El homenaje
es así rendido a Cristo, desde su nacimiento humano, en los "tres
mundos" de los que todas las doctrinas orientales hablan: el mundo
terrestre, el mundo intermediario y el mundo celeste; y quienes se lo rinden
no son otros que los depositarios auténticos de la Tradición
primordial, los guardianes del depósito de la Revelación hecha
a la humanidad en el Paraíso terrestre. Tal es al menos la conclusión
que, para nosotros, se desprende muy claramente de la comparación
entre los testimonios concordantes que, a este respecto, se hallan en todos
los pueblos; y, por otra parte, bajo las formas diversas por las que se
reviste en el curso de los tiempos, bajo los velos más o menos densos
que a veces la disimulan ante las miradas de quienes se atienen a las apariencias
exteriores, esta gran Tradición primordial siempre fue en realidad
la única verdadera Religión de la humanidad en su conjunto.
La ofrenda de los representantes de esta Tradición, tal como nos
la refiere el Evangelio, ¿no debería ser considerada, si se
comprende bien, como una de las más hermosas pruebas de la divinidad
de Cristo y, al mismo tiempo, como el decisivo reconocimiento del Sacerdocio
y de la Realeza supremas que verdaderamente le pertenecen "según
el orden de Melquisedec"?
NOTAS:
(1). Tractatus de Moribus et Officio episcoporum, III, 9.
(2). Epístola a los Hebreos, VII, 11-17.
(3). Salmo CIX, 4.
(4). Es sólo más tarde que el nombre de "Abram"
fue cambiado por el de "Abraham" (Génesis, XVII).
(5). Génesis, XIV, 18-20.
(6). Efectivamente, es lo que significa literalmente "Melki-Tsedeq"
en hebreo.
(7). Epístola a los Hebreos, VII, 1-3.
(8). Ibid, VII, 7.
(9). Ibid, VII, 8-10.
(10). Ibid, VII, 20-22.
(11). Ibid, V, 11.
(12). La unión de los dos poderes podría incluso, en virtud
de sus respectivas relaciones con los órdenes divino y humano, ser
considerada en un cierto sentido como prefigurando la unión de las
dos naturalezas divina y humana en la persona de Cristo.
(13). esta diferencia está claramente afirmada en ciertos textos
evangélicos, por ejemplo en el siguiente: "Os dejo la paz, mi
paz os doy; no os la doy como la da el mundo" (san Juan, XIV, 27).
(14). En hebreo, cada letra del alfabeto tiene un valor numérico,
y el valor numérico de un nombre está constituido por la suma
del de las letras que lo componen; así, el valor de los nombres "El
Elion" y "Emmanuel" es 197.
(15). Los árboles de gomas o resinas incorruptibles desempeñan
un importante papel en el simbolismo; en particular, con el sentido de resurrección
e inmortalidad, han sido empleados en ocasiones como emblemas de Cristo.
Es cierto que también se le ha dado a la mirra otro significado,
que se refiere exclusivamente a la humanidad de Cristo, pero pensamos que
se trata de una interpretación muy moderna, cuyo valor, desde el
punto de vista tradicional, es bastante dudoso.