Los
Misterios De La Eterna Sophia.
Por Carmelo Ríos
Evidentemente,
y contando a partir de su estancia en Estrasburgo34, se descubre en su lectura,
conforme pasan los años, una suerte de verdadera maduración
de la idea de Sabiduría en las obras de Saint-Martin, y no es sorprendente
que después de haber sido, como él lo fue, hasta ese punto
entusiasmado por la obra de Jakob Böhme, que aparezcan bajo su pluma
de
manera más y más regular y precisa los temas principales de
las grandes v3e5rdades teosóficas expuestas por el genial, y sobrenaturalmente
inspirado, zapatero de Görlitz . Meditando, a la enteros que dedicará,
además de a la escritura de sus propias obras, casi exclusivamente
al estudio y traducción de los textos de Jakob Böhme, ayudado
en ello por su amigo y hermano del Régimen Escocés Rectificado,
Rodolphe Saltzmann (1749-1820), teósofo de alto nivel, fino germanista,
nutrido por los mejores autores, así como por Charlotte de Boecklin,
su "querida B." según sus propios términos, que
profesaba un verdadero culto al pensamiento del Philosophus teutonicus.
34 Saint-Martin
llegará a Estrasburgo en junio de 1788 y permanecerá en esta
ciudad hasta junio de 1791, o sea, tres años
35 No olvidemos esta declaración de Saint-Martin, extraída
de su Retrato histórico y filosófico (1789-1803 [publicado
íntegramente por primera vez, según el manuscrito original,
con un prefacio, una introducción y notas críticas por Robert
Amadou, Julliard, 1961], concerniente a su relación con las verdades
superiores y aquellos que en este mundo lo han llevado hasta estas verdades,
dándonos así, en algunas cortas frases, un perfecto resumen
de su encaminamiento espiritual desde su juventud hasta una edad más
avanzada: "Es a la obra de Abadie, titulada "el Arte de conocerse"
que debo mi desapego de las cosas de este mundo. Lo leí en mi infancia,
en el colegio, con deleite, y me pareció que incluso entonces lo
entendía, lo que tampoco debe sorprender infinitamente, puesto que
es más bien una obra de sentimiento que de profundidad de reflexión.
Es gracias a Bularmaqui, como he dicho en anteriores ocasiones, a quien
debo mi gusto por las bases naturales de la razón y la justicia del
hombre. Es a M[artines] de P[asqually] a quien debo mi entrada en las verdades
superiores. Es a J[acob] B[oehme] a quien debo los pasos más importantes
que he hecho en estas verdades. (?)" (Retrato, 418). No se puede ser
más claro sobre este asunto, mostrándonos claramente la íntima
correspondencia y complementariedad que opera Saint-Martin entre los dos
maestros que la Providencia pone en su camino; por otra parte, él
mismo afirmará que los gérmenes de la verdad de los que habla,
a saber los gérmenes del esencial y secreto conocimiento, los ha
recibido previamente de Martines que le ha vez que traduciendo, los múltiples
textos de este segundo maestro que lo trastorna y transporta muy a menudo
hasta las cumbres más elevadas de la comprensión secreta de
los grandes principios que presiden el mundo de aquí abajo y que
participan del mundo de arriba, Saint-Martin ilumina su reflexión
con una viva luz, de la que maravillosamente hace partícipe a su
lector. Volviendo, una vez más, sobre la misión que vino a
cumplir el Divino Reparador, el cual, reduciéndose al estado de la
criatura, por el misterio, según expresión escogida por Saint-Martin,
de su "homomificación", se hizo carne para liberarnos de
la prisión material en la que estamos voluntariamente precipitados,
nos revela que nuestro conocimiento debe llevar, más allá
del carácter exterior y temporal de la Encarnación, hasta
el Centro divino que es la Fuente misma a la que debemos prepararnos para
poder reunirnos, ya que éste es el único destino que nos colmará
plena y definitivamente y nos curará totalmente de la convulsiva
amargura de nuestro desamparo presente. Contemplando, no sin una penetrante
percepción, los diversos estados que Nuestro Señor tuvo que
atravesar para descender hasta nosotros, Saint-Martin nos describe, en algunas
magníficas líneas, el extraordinario pasaje del "Principio
del amor eterno" hacia el hombre inmaterial, pasaje cumplido por la
virtud de la contemplación en el espejo de la SOPHIA, luego, revistiéndose
del elemento puro, nos explica su incorporización en el elemento
terrestre para hacerse carne gracias al concurso de una virgen. Puesto incomparable
el de este divino Reparador, del que no siempre mesuramos la importancia
como convendría, y que es necesario revelar y anunciar a fin de que
nadie pueda ignorar las maravillas de la Nueva Alianza.
Es por lo que Saint-Martin escribe en su última obra, que será ig6ualmente en la que quiere confiarnos los últimos y preciosos elementos de un saber soberano3 :
"Así,
es no conocer nada de este reparador si sólo lo consideramos bajo
sus colores externos y temporales, sin remontarnos, por las progresiones
de la inteligencia, hasta el centro divino al que pertenece. Saquemos pues
de la diversidad de caracteres con los que está revestido algunos
medios para acomodar a nuestras débiles luces su homomificación
espiritual que ha precedido con mucho a su homomificación corporal.
Primeramente, ha sido menester, que siendo el principio eterno de amor tomara
el carácter del hombre inmaterial que era su hijo; y para cumplir
parecida obra, le ha bastado con contemplarse en el espejo de la eterna
Virgen, o SOPHIA, en la que su pensamiento ha grabado eternamente el modelo
de todos los seres.
abierto las
puertas de la "carrera", en la que no ha dejado de profundizar
en los arcanos: "La ciudad de Estrasburgo es la segunda, después
de la de Burdeos, con la que tengo obligaciones inapreciables, porque es
allí donde tuve conocimiento de preciosas verdades de las que ya
me había procurado los gérmenes" (Retrato, 189). Decir
finalmente, de manera a dejar resuelta por completo esta cuestión,
para no volver sobre ella y una vez más, que es imposible disociar,
en aquel que fue verdaderamente el filósofo de "la Unidad",
aquellas que consideró siempre como las dos grandes luces de su propio
Templo, a saber, su primera escuela teúrgica y Böhme, del que
se sabe que selló en el silencio de su corazón los esponsales
invisibles: "Hay un excelente matrimonio a efectuar entre nuestra primera
escuela y nuestro amigo B[oehme]... Es en lo que estoy trabajando, y reconozco
francamente que encuentro a los dos esposos tan compenetrados el uno al
otro, que no conozco nada de más cumplido?" (Correspondance
inédite de Louis-Claude de Saint-Martin [?] y Kirchberger, baron
de liebistorf [?], publicada por L. Schauer y A. Chuquet, Dentu, 1862).
36 Con una cierta lucidez, Saint-Martin nos dice, refiriéndose a
la acogida dispensada por parte del público a su obra El
Ministerio del hombre espíritu: "Éste [libro] aunque
más claro que los otros está demasiado lejos de las ideas
humanas como para que pueda tener éxito; al escribirlo, he sentido
a menudo como si estuviera tocando en mi violín valses y contradanzas
en el cementerio de Montmartre, a donde hubiera hecho bien en llevar mi
arco, los cadáveres que allí están no oirían
ninguno de mis sonidos y tampoco danzarían". (Retrato, 1900).
Después
de haberse convertido en hombre inmaterial por el solo acto de la contemplación
de su pensamiento en el espejo de la eterna Virgen o SOPHIA, ha sido preciso
que se revistiera del elemento puro, que es este cuerpo glorioso engullido
en nuestra materia desde el pecado.
Después de ser revestido del elemento puro, ha tenido que convertirse
en
principio de vida corporal, uniéndose al espíritu del gran
mundo o del universo.
Después de haberse convertido en principio de vida corporal, ha sido
preciso que se convirtiera en elemento terrestre, uniéndose a la
región elemental, y de allí ha tenido que hacerse carne en
el seno de una virgen terrestre, envolviéndose de la carne proveniente
de la prevaricación del primer hombre, puesto que es de la
carne, de los elementos y del espíritu del gran mundo que venía
a liberarnos".
(El Ministerio del Hombre espíritu, Migneret, 1802, págs.
275-276)
Desvelándonos,
en otro texto sacado del Espíritu de las cosas (1800)37, los incomprensibles
misterios de la Encarnación, incluso cuando nuestros ojos oscurecidos
y nublados son incapaces de percibir, y sobre todo comprender los extraordinarios
juegos que son activados desde el principio de los tiempos, Saint-Martin,
con rara maestría, nos permite, más aún si cabe, aproximarnos
muy de cerca a las grandes verdades de la historia divino- humana. Aceptando
llevar, una vez más, un poco más lejos su discurso, nos muestra
los resortes desconocidos que sostuvieron secretamente la venida a este
mundo de Jesucristo, y el extraordinario lazo sobrenatural que ata esta
presencia al objetivo perseguido por la obra
inteligente, viva y divina que debe guiarnos hasta nuestra esperada redención:
"Es pues
desde el momento mismo del pecado que, el corazón de Dios homomificado
o Jesucristo, ha sido concebido en la imagen primitiva del hombre, e incorporado
con ella, en su eterno amor, o en su eterna sabiduría siempre virgen,
que no es la virgen humana. Su concepción temporal, su incorporización
en el seno de María, su nacimiento terrestre y su muerte corporal,
no son más que el complemento sensible de esta obra intelectual,
viva y divina, aunque este complemento debió tener lugar para que
la obra alcanzara su término, puesto que el hombre estaba infestado
de toda la heterogeneidad de los elementos".
(L'Esprit des choses, ou coup d'oeil philosophique sur
la nature des êtres et sur l'objet de leer existente?,
Laran, Debrai, Fayolle, año VIII, t. II, pág. 188-189)
La acción
de la Sabiduría aparece pues como determinante en la obra salvadora
hecha posible por el sacrificio de Jesús, y su papel es capital desde
el punto de vista de nuestras capacidades de renacimiento transformador,
renacimiento que representa la única salida al
37 Saint-Martin publicó esta obra a fin de financiar la edición
de las traducciones de Böhme que había realizado.
Humildemente, en una carta del 5 termidor (noviembre) año VIII, destinada
al yerno y la hija de su difunto amigo Kirchberger, tendrá estas
sorprendentes palabras que testimonian, innegablemente, una gran y excepcional
altitud de alma, no dudando en considerarse como un simple sirviente del
Templo, de entre los más bajos: "No son instrucciones comparables
a las de los grandes maestros, pero pueden preparar las vías y servir
como introducción. Mi objeto principal es desobstruir los senderos
de la verdad, ya que me veo como el barrendero del Templo". Retomará
por otra parte esta imagen en su Retrato, para mostrar la dificultad de
la tarea que incumbe a aquel que está encargado de efectuar, como
fue su caso, una auténtica labor de "barrido" espiritual:
"Como barrendero del templo de la verdad, no debo pues sorprenderme
de haber tenido tanta gente en contra. Las basuras se defienden del barrido
tanto como pueden". (Retrato, 1032). estado de corrupción en
el que estamos sumidos aquí abajo38. Es preciso aún que compren-
damos por el interno, lo que significa verdaderamente el divino sacrificio
del Cordero, que es el sentido profundo de la muerte del Reparador sobre
la madera de la Santa Cruz, que tenía por misión única
y principal el liberarnos definitivamente del elemento carnal corruptible,
de este cuerpo de materia, de este pobre "saco de piel" del que
desgraciadamente estamos cargados y revestidos, para hacernos acceder, en
virtud de la promesa, a la región superior que
fue en su origen nuestro cuerpo primitivo, allí donde mora en su
plenitud la eterna SOPHIA:
"Sería esencial que la operación [de la cena] repitiera
sin cesar a los fieles estas
palabras del maestro: la carne y la sangre no sirven de nada, mis palabras
son espíritu y vida, pues ¿cuándo la letra de las otras
palabras ha estado muerta de espíritu? Es preciso que en el operante,
como en nosotros, la idea y la palabra de carne y de sangre sean abolidas,
es decir, que es necesario que nos remontemos, como el reparador, a la región
del elemento puro que fue nuestro cuerpo primitivo y que encierra finalmente
la eterna SOPHIA, las dos tinturas, el espíritu y la palabra. Es
a este precio que las cosas que pasan en el Reino de Dios pueden pasar también
en nosotros".
(Le Ministère de l'homme-esprit, op. cit., págs. 283-284)
¡Ay!,
para nuestra mayor tristeza, por el lamentable estado en que nos encontramos,
lejos de aparecérsenos bajo el signo de la luz y la alegría,
la Sabiduría está obligada en la actualidad a tomar prestada
la máscara del duelo, puesto que estamos separados de nuestro primitivo
origen por una barrera infranqueable que sumerge al mundo en una situación
de terrible confusión, en la que todo está invertido, trastocado,
en la que el poder de la materia triunfa por completo, oscureciendo el conjunto
de la realidad existencial visible y golpeándola
con una inquietante determinación tenebrosa:
"Es necesario desgraciadamente que la sabiduría, que por sí
misma debió procu-
rarnos antaño tantas alegrías, se cubra para nosotros aquí
abajo con vestimentas de luto y de tristeza; es menester que pongamos hoy
nuestra sabiduría a sufrir en lugar de alegrarnos, porque el crimen
lo ha partido todo, y ha hecho que hayan dos sabidurías. La segunda
o última de estas sabidurías no es la vida pero agrupa la
vida en nosotros, y nos pone por ello en estado de recibir la vida o la
sabiduría primitiva y fuente de toda alegría; también
esta sublime sabiduría primitiva que lo mantiene todo y lo crea todo.
He aquí porqué ella es siempre joven".
(Le Ministère de l'homme-esprit, op. cit., pág. 189)
Huérfanos
en lo concerniente a nuestra fuente original, enfermos, por añadidura,
por nuestra insoportable condición que nos clava a lo elemental más
bajo, asistimos, casi "Todos nosotros somos viudos, nuestra tarea consiste
en volvernos a casar, escribe Robert Amadou, parafraseando a Saint- Martin.
Somos viudos de la sabiduría (manera de decir que somos viudos del
Verbo). Después de haberla desposado, el hombre de deseo engendra
en sí al hombre nuevo. Y todo está relacionado con el hombre
nuevo, con el hombre regenerado: la verdadera medicina, la verdadera poesía,
la verdadera realeza, el verdadero sacerdocio. Cuanto decimos está
lejos de las ciencias humanas, teología o ciencias del hombre.
La sabiduría es, después de las dos formas inferiores de la
tierra, y antes de la tierra divina, la del ternarium sanctum, en la que
el hombre puede sembrar en espíritu, que puede fecundar (Los conocimientos
de biología en tiempos de Saint-Martin le autorizan a saltar del
registro animal al registro vegetal). El Cristo nace entonces en nosotros;
renacemos, renacemos de arriba; nacemos, renacemos en Cristo" (R. Amadou,
Introducción al Hombre de deseo). impotentes, a los sufrimientos
del universo que gime en la espera de su regeneración, esperando
contra toda esperanza, por nuestra parte, un acto que lo libere de la sustancia
nociva que lo carcome interiormente, que lo devora y lo atormenta, suplicando
que se ponga fin a la determinación que limita y ata todos sus movimientos.
La prisión infernal en la que hemos estado históricamente encadenados es portadora, ardiente y violentamente, de una aspiración fundamental que le hace desear un hipotético retorno a su estado primero y original, llamándonos por ello en su angustia, a fin de que nos decidamos por nuestros esfuerzos renovados a devolverle su esposa amada, y que seamos finalmente valerosos en el único trabajo que importa, es decir, aquel que restablecerá el orden primero lamentablemente roto por Adam. Este afligido estado, que sufrimos y recibimos todos desde nuestro nacimiento, es precisamente descrito por Saint-Martin en términos detallados y sobrecogedores:
"El universo
se halla postrado en su lecho de dolor, y nos corresponde a nosotros, los
hombres, el consolarle. El universo está postrado en su lecho de
dolor, porque, desde la caída, una sustancia extraña ha entrado
en sus venas, y no cesa de incomodar y atormentar el principio de su vida;
nos corresponde a nosotros llevarle palabras de consuelo que puedan animarlo
a soportar sus males; nos corresponde a nosotros, digo yo, anunciarle la
promesa de su liberación y la alianza que la eterna sabiduría
acaba de hacer con él.
Es un deber y es de justicia por nuestra parte, puesto que ha sido el jefe
de nuestra familia [Adam] quien ha causado la primera tristeza al universo;
podemos decir al universo que somos nosotros mismos los que lo hemos hecho
viudo: ¿no aguarda acaso a cada instante de la duración de
las cosas a que su esposa le sea devuelta?
Sí,
sol sagrado, somos nosotros la primer causa de tu inquietud y agitación.
Tu ojo impaciente no deja de recorrer todas las regiones de la naturaleza;
tú lo levantas cada día por cada hombre; tú lo levantas
alegre, en la esperanza de que van a devolverte esta esposa querida, o eterna
SOPHIA, de la que estás privado; tú llenas tu curso diario
pidiendo a toda la tierra con palabras ardientes donde se peinan tus deseos
devoradores. Pero por la noche duermes en la aflicción y las lágrimas,
porque has buscado en vano a tu esposa; en vano se la has pedido al hombre;
no te la ha devuelto, y te deja permanecer todavía en sitios estériles
y moradas de prostitución".
(Le Ministère de l'homme-esprit, op. cit., págs. 55-56)
El secreto, que no solamente nos hace comprender la razón de una tal situación en la que somos a la vez las víctimas y, por herencia, los responsables directos, explicando por otra parte la estrecha relación que nos une a la eterna SOPHIA, nos lo libra Saint-Martin de manera muy clara y transparente, sin escondernos las lejanas causas, sin velarnos las íntimas claves. Este secreto, que condiciona toda realidad terrestre y explica lo que debe ser nuestra relación con el Cielo y el universo, se recoge en pocas palabras, pero cada una de ellas merece una pausada y atenta meditación, una reflexión vigilante y sostenida, pues es de ella, de esta comprensión meditada y espiritualmente "incorporada", que depende la eventual posibilidad de nuestra Reintegración, a fin de que, realizándose, podamos participar algún día, "Ad Majorem Dei Gloriam", del desarrollo de los supereminentes misterios de la eterna SOPHIA:
"Dios,
habiendo destinado al hombre como ser perfeccionador de la naturaleza, no
le hubiera dado este destino sin darle la orden de cumplirlo; no le hubiera
dado la orden de cumplirlo sin darle también los medios; no le hubiera
dado los medios sin darle una ordenación; no le habría dado
una ordenación sin darle una consagración; no le habría
dado una consagración sin prometerle una glorifica- ción,
y no le hubiera prometido una glorificación sino porque debía
servir de órgano y propagador de la admiración divina, tomando
el lugar del enemigo cuyo trono estaba invertido y desarrollando los misterios
de la eterna sabiduría".
(Le Ministère de l'homme-esprit, op. cit., pág. 47)