El Filósofo Desconocido Y La Sophia.
El encuentro entre la figura de la Sabiduría y Saint-Martin31, incluso
si ella parece, como podemos constatar, abrirse y expresarse con una cierta
amplitud después de que este se
haya sumergido en las obras de Jakob Böhme, y3sobre todo imponerse
como uno de los temas
mayores en su correspondencia con Kirchberger 2, barón de Liebisdorf,
en el momento mismo
en que se encuentra inmerso en la traducción de las obras del visionario
alemán, esta relación, podríamos decir, se produce
sin embargo muy pronto, creemos por nuestra parte, es decir, en los años
que siguieron a su partida de Burdeos, lo que, por otro lado, nos conduce
a pensar que en sus enseñanzas, Martines de Pasqually sin duda desarrolló
ciertas reflexiones a propósito de la Sophia, incluso aunque éste
juzgara a sus discípulos, según nos cuenta Saint- Martin,
todavía demasiado débiles para recibir tales verdades. Al
hilo de esta hipótesis, es evidente, por ejemplo, que la afirmación
repetida en Martines de una ruptura, que tuvo lugar originalmente, con las
terribles consecuencias que sabemos entrañó para la humanidad
en un alejamiento desgarrador y una privación dolorosa respecto a
su Creador, pone principalmente de manifiesto la imposibilidad en la que
se encuentra el hombre actualmente para acceder al dominio de las generaciones
espirituales a causa de esta falta imperdonable que ha cortado y le ha privado
radicalmente de s3u3 lazo con esta divina Sophia que podemos contemplar
como su auténtica "esposa espiritual" . La incontestable
prueba de esta primera influencia determinante se encuentra en dos pasajes
sacados del Cuadro natural de las relaciones existentes entre Dios, el hombre
y el universo (la obra fue escrita entre 1777 y 1778 aunque no fue publicada
hasta 1782, por razón de múltiples dificultades que impidieron
una salida más rápida), pasajes que nos muestran la Sabiduría
en su actuar con respecto a la generación divina y su lugar en la
perspectiva de la reintegración que le incumbe al hombre realizar,
en un período en el que Saint-Martin, muy probablemente, ignoraba
aún la obra de Böhme. Las siguientes líneas ponen en
evidencia, de manera bastante directa, el papel que ejerce la Sabiduría
desde el punto de vista de la imagen, viniendo de ella, recibida por el
"Ser verdadero", y subrayando su importancia determinante en nuestra
relación con "la Unidad". Presentada como siendo la única
fuente de lo que, en la existencia, recibe el ser en proporción de
su verdad, se la descubre sobre todo como produciendo eternamente su acción
en una suerte de continuada y fecunda generación que le permite nacer,
por efecto de sus propias facultades intrínsecas, favoreciendo así
la universal reproducción de su propia imagen en el seno del mundo,
rodeando por todas partes a los seres vivos con su sutil y sensible presencia.
Saint-Martin nos releva que:
"?la Sabiduría suprema, siendo la única fuente de todo
lo que existe de cierto, si nada no puede ser que no venga de ella y que
se tenga por ella, desde que un Ser verdadero existe, lo es necesariamente
a su imagen: ahora bien, esta fuente universal, no suspendiendo jamás
la acción por la cual se reproduce ella misma, no cesa por consecuencia
jamás de reproducir universalmente sus propias imágenes. ¿Dónde
podría ir pues el hombre que no las encontrara y no le
rodearan? ¿En qué exilio podría estar desterrado que
no llevara alguna huella?"
(Tableau natural, Edimbourg 1782, T. I, págs. 138-139)
Un poco más adelante, en el mismo Cuadro natural, Saint-Martin desarrolla
sus intenciones, inclinándose en el carácter superfluo de
las "vías de la Sabiduría", lo que obliga a la Santa
SOPHIA a operar una perpetua transformación con el fin de armonizarse
con nuestras necesidades en función de las diversas situaciones en
las que en ocasiones nos encontramos. Observemos que los dones de la Sabiduría
son, como debe ser y a pesar de su aspecto plural, constantemente referidos
a "la Unidad" que preside su aparición y finaliza
"Las vías de la Sabiduría son tan fecundas que ella se
transforma a cada instante para proporcionarse a todas nuestras situaciones;
y si por la plenitud de sus facultades, ella abarca todos los tiempos, todos
los espacios, en cualquier posición que nos encontremos, no puede
dejar nunca que se agote la fuente de sus dones; y
por múltiples que estos sean, tienen todos la misma unidad por principio
y fin".
(Ibid. t. I, pág. 182)
El segundo elemento que nos permite suponer que Saint-Martin no ignora,
desde sus primeros años en la "carrera", el lugar fundamental
ocupado por la Sabiduría desde el punto de vista doctrinal, se sitúa
en un corto texto, que a pesar de no comportar una fecha exacta y habiendo
sido objeto de una edición en 1807 por Nicolás Tournier en
el interior de una recopilación reunida bajo el título de
Obras póstumas, hubiera podido ser escrito, probablemente, en el
momento mismo, entre 1774 y 1776, en que se daban en Lyon las lecciones
a los cohen lioneses pertenecientes al Templo que dirigía por aquél
entonces Jean- Baptiste Willermoz (1719-1814). Estas líneas reflejan,
como se puede constatar, un real conocimiento de los poderes de la Sabiduría
y de su lugar fundamental en el seno de los
equilibrios universales:
"La eterna sabiduría divina -explica Saint-Martin- mantiene
todas las produc- ciones de la eterna inmensidad en sus formas, en sus leyes
y en su viviente actividad; el aire opera el mismo efecto en todos los seres
de la naturaleza: ya que sin él, todas las formas se disolverían.
La plegaria tiene el mismo destino y el mismo empleo en relación
al hombre; ella debe hacer descender su peso sobre todas las facultades
que componen nuestra existencia y mantenerlas en todo su juego, como el
poder universal pesa sin cesar sobre todos los seres y los urge a manifestar
la vida que tienen en ellos. Esta sabiduría eterna es el aire que
Dios respira, ella es una en sus medidas: la que hace que la forma de Dios
sea eterna, ella no tiene nada que combatir ni ningún trabajo que
soportar, como esta sabiduría temporal de la que tenemos necesidad
durante nuestro viaje en las regiones mixtas".
(Oeuvres Posthumes, Letourmy, 1807, t. II, págs. 406-407)