Jesús
o el secreto mortal de los templarios
Ambelain
Índice
Advertencia 7
1.- Introducción 10
2.- Las piezas del expediente 19
3.- La pseudo anunciación 32
4.- Las diversas fechas de nacimiento de Jesús 40
5.- Los hermanos de Jesús 49
6.- El hermano gemelo de Jesús 55
7.- Las claves del enigma 64
8.- El nido de águilas: Gamala 84
9.- Para dar el cambiazo: Nazaret 91
10.- El misterioso José y la Sagrada Familia 96
11.- Los años oscuros de Jesús 106
12.- Jesús entre los doctores 114
13.- Juan, el Precursor y el Bautista 117
14.- La magia en la vida de Jesús 129
15.-El Rey de los Judíos 142
16.- El diezmo mesianista 150
17.- La huida a Fenicia 170
18.- Los enigmas del último día 177
19.- El acta de acusación de Jesús 184
20.- La maldición sobre Jerusalén 197
21.- La ejecución de Jesús 205
22.- La pseudo resurrección 223
23.- Apariciones y Ascensión de Jesús 239
24.- La Redención 247
25.- La ejecución de Judas 253
26.- Jesús y las mujeres 268
27.- Epílogo: La hoguera 282
Introducción
"El silencio es el arma más poderosa del MAL..."
MAURICE MAGRE, Le Sang de Toulouse
Fecha: 21 de octubre de 1307. Una ventana ojival, estrecha y alta, apenas permite
la entrada de la luz del día. Nos hallamos en una amplia sala abovedada
del viejo Louvre de Felipe Augusto, que el humo de las antorchas murales oscurece
todavía un poco más. Tras una mesa de tosca madera, unos hombres,
vestidos con pesados ropajes, con los rostros tensos y crispados por el odio,
los "legistas" de Felipe IV el Hermoso, escuchan la voz baja y triste
que se eleva desde un bulto de ropas mugrientas y manchadas de sangre, desplomado
delante de ellos. Detrás, unos carceleros revestidos de cuero y mallas,
con rostro impasible, curtido por las campañas. El hombre que habla es
un templario. Se llama Godofredo de Charnay, y fue comendador de Normandía.
Hoy, después de haber sido "trabajado" duramente durante varios
días por los verdugos del Palacio, cuenta las circunstancias de su admisión
en la Orden del Temple, y toda su juventud, apasionada por las hazañas
guerreras a caballo y por las carreras marítimas bajo el espléndido
sol mediterráneo, acude ahora a su memoria...
Sin duda, y a pesar del atroz sufrimiento que le causan sus piernas, que los
verdugos han ido untando lentamente, durante horas, con aceite hirviendo, ha
negado tenazmente su homosexualidad, una de las primeras acusaciones que se
le hacían. Sin duda ha afirmado que ignoraba todo cuanto se le decía
sobre la supuesta adoración ritual de un gato negro, o sobre una misteriosa
"cabeza" en un relicario de plata. Pero en cuanto a renegar de la
divinidad de Jesús, ha confesado, es más, incluso ha proporcionado
detalles:
"Después de haberme recibido e impuesto el manto, me trajeron una
cruz en la que había una imagen de Jesucristo. El hermano Amaury me dijo
que no creyera en aquel cuya imagen estaba representada allí, ya que
era un falso profeta, no era Dios..."
El comendador que imponía semejante abjuración al joven Go-dofredo
de Chamay, futuro comendador de Normandía, se llamaba Amaury de la Roche,
y era el amigo y favorito de san Luis...
Esta confesión de Godofredo de Charnay confirmaba la de otro caballero
templario. A este otro, el comendador que acababa de proceder a su recepción
le había asegurado, al verle retroceder horrorizado:
"No temas nada, hijo. Éste no es el Señor, no es Dios, es
un falso profeta..."
Muchas otras confesiones parecidas completaron el expediente.
En una de las obras más completas que se hayan consagrado a este proceso,
M. Lavocat resume las preguntas formuladas a los templarios por los inquisidores,
tal como aparecen en el propio expediente:
"Uno se encontraba frente a conclusiones de inculpación y de información
ya establecidas (sistema demasiado cómodo), elaboradas por unos juristas
versados en la ciencia de las herejías infligidas a la Iglesia. Los prelados
instructores estaban encargados de investigar si los Templarios eran gnósticos
y docetas, o, lo que era peor, maniqueos, de los que dividían a Cristo
en un Cristo superior y un Cristo inferior, terrestre, pasible, partidista,
vivo y cautivo en la Materia, cuya Organización él constituía.
¿Formarían parte de aquellas antiguas sectas llamadas libertinas
de los gnósticos carpo-cratianos, nicolaístas y maniqueos?
"¿Habrían abrazado la religión de Mahoma (como pretendía
la Chronique de Saint- Denys)? Quedaba todavía un punto por examinar,
pero difícil de conciliar con los otros. ¿Los hermanos del Templo
consideraban a Jesús como un falso profeta, como un criminal de derecho
común, que habría sido condenado y ejecutado por sus crímenes?
De confirmarse esta última hipótesis, los Templarios se habrían
sumado al número de los asesinos de Jesús, a quien crucificaban
por segunda vez, como lo había escrito Felipe el Hermoso " (Op.
cit.)
En estas últimas preguntas, los inquisidores demostraban estar perfectamente
informados. Cien años antes, los interrogatorios a los "perfectos"
cataros les habían revelado un secreto que siempre, hasta entonces, habían
ignorado, puesto que era secreto de la Iglesia, únicamente conocido por
sus más altos dignatarios: la revelación del verdadero rostro
de Jesús en la Historia. Ese rostro había sido registrado en los
archivos del Imperio romano. Y después de Constantino los habían
expurgado. El judaismo lo había conocido, y en la tormenta de las persecuciones
que se habían abatido desde hacía mil trescientos años
sobre los infortunados judíos se había conseguido confiscar, destruir
o modificar los escritos comprometedores. Lo habían conocido los cataros,
y se había destruido esta herejía, así como sus documentos
manuscritos. Lo habían revelado a los Templarios. Y ahora de lo que se
trataba era de destruir a éstos. Ahí estaban las confesiones,
formales, de numerosos hermanos de la Orden que lo sabían... ¿Y
esos besos impúdicos que se daban, uno entre los dos hombros, y el otro
en el hueco de los ríñones, no estaban acaso destinados a atraer
la atención hacia uno de los secretos del Zohar, hacia un procedimiento
de acción que los cabalistas judíos denominan "el misterio
de la Balanza", que pone en acción a Hochmah (la Sabiduría)
y a Binah (la Inteligencia), los dos "hombros" del Antiguo Día,
en el mundo de Yesod (la "Base" de sus ríñones)?
Así pues, en una época en que los documentos de archivo no permiten
situar con exactitud, pero que creemos que se aproximaría a la segunda
mitad del siglo XIII, la Orden del Temple, primitivamente conocida como la "Milicia
de los Pobres Soldados de Cristo y del Templo de Salomón", sufrió
una importante y grave mutilación espiritual en numerosas encomiendas
de la Orden.
A raíz, sin duda, del descubrimiento de unos manuscritos efectuados por
ellos en pueblos de Tierra Santa, o por medio de misteriosas conversaciones
mantenidas con sabios árabes, con cabalistas judíos, o con "perfectos"
cataros, unos maestres secretos, aparecidos un buen día de forma harto
misteriosa, demostraron que el verdadero rostro del Jesús de la historia
había resultado ser muy diferente al de la leyenda.
Gracias a un hecho trivial, poseemos la prueba de la existencia de esos maestres
secretos, que suplantaban a los maestres oficiales. ¿Quién había
ordenado a Jacques de Molay, gran maestre oficial, que no sabía ni leer
ni escribir, recoger todos los archivos de la Orden, y especialmente las "reglas"
de las encomiendas, poco antes de la redada general organizada por Felipe el
Hermoso?
¿Quién es ese "maestre Roncelin", en realidad llamado
Ronce-lin de Fos, a quien algunos templarios atribuyeron la introducción
de aquella terrible práctica de renuncia a Jesús? En la lista
de los maestres de la Orden del Temple no figura. O, al menos, en la lista de
los maestres oficiales... Lo volveremos a encontrar más adelante.
Es, pues, probable que ciertos altos dignatarios de la Orden, menos ignorantes
que la gran mayoría de los demás, hubieran tenido conocimiento
de documentos ignorados en Europa referentes a los verdaderos orígenes
del cristianismo, documentos que la Iglesia se apresuró a hacer desaparecer
de inmediato. Fue por ello por lo que poco a poco, a semejanza de Federico de
Hohenstaufen, emperador de Alemania y rey de las Dos Sicilias, y el soberano
más letrado de su época, la Orden del Temple fue rechazando el
dogma de la divinidad de Jesús y volvió al Dios Único,
común al judaismo y al Islam.
Y fue así cómo, en el propio seno de la Orden oficial, se constituyó
una verdadera sociedad secreta interior, con sus jefes ocultos, sus enseñanzas
esotéricas, y sus objetivos confidenciales, y todo ello de forma bastante
fácil, ya que en el año 1193 la Orden no tenía más
que 900 caballeros.
A partir de entonces, en las ceremonias capitulares de recepción, aquellos
que, como ingenuos neófitos, rehusaron despreciar la Cruz, creyendo que
se trataba de una sencilla prueba sobre la solidez de su fe, fueron enviados
a los campos de batalla de ultramar, para mantener allí el buen nombre
de la Orden y cubrirse de gloria.
En cambio, aquellos otros que, sin decir palabra, perinde ad cadáver,
dóciles ante la orden de los comendadores, aceptaron pisar una cruz de
madera o la de un viejo manto de la orden tendido en el suelo, esos permanecieron
en Europa, como reserva para los misteriosos y lejanos objetivos del poder templario.
Y, efectivamente, en aquella época no podía haber prueba más
definitiva que esa.
Se trataba de hacer del mundo entero una "tierra santa". Pero, para
ello, primero había que apoderarse del mundo. Y eso, a una minoría
valiente, organizada y rica, muy vagamente consciente de la grandiosa finalidad
de sus hazañas, pero sabiamente dirigida por un grupo de iniciados, y
que supiera guardar el secreto y obedecer ciegamente, le era perfectamente posible.
Pero llegó un día en que la cosa salió a la luz y en que
los tránsfugas, orgullosos decepcionados o amargados, hablaron.
El rey de Francia olfateó la ganancia, y supo hacer cómplice al
papa, quien ya era su deudor desde el acuerdo nocturno del bosque de Saint-Jean-d'Angély.
El tesoro real y el dogma romano tenían el jaque mate en sus manos.
Entonces los siervos de la justicia engrasaron la madera de los potros, y los
verdugos pusieron al rojo candente sus tenazas ardientes. Y cuando se hubieron
apoderado de todo el dinero del Temple y hubieron confiscado los feudos y las
encomiendas, se encendieron las piras.
Su humo negro, graso y maloliente, que entenebrecía albas y crepúsculos,
desterró, durante seiscientos años, la esperanza de una unidad
europea y de una religión universal que uniera a todos los hombres. Pero
ese humo, ante todo, iba a ahogar la verdad sobre la mayor impostura de la Historia.
Por eso, para apartar su sombra maléfica, es por lo que han sido escritas
estas páginas, aunque después de muchas otras, ya que, mucho antes
de los Templarios, los cataros habían conocido y propagado esta verdad.
Y fue para tapar sus voces por lo que hicieron aniquilar la civilización
occitana, como vamos a demostrar a continuación.
Roncelin de Fos, el "maestre Roncelin" de los interrogatorios, poseía
como señorío un pequeño puerto que llevaba su nombre (Fos-sur-Mer),
situado todavía en nuestros días en la entrada occidental del
estanque de Berre. Era entonces vasallo de los reyes de Mallorca, los cuales
dependían de los reyes de Aragón, defensores de la herejía
catara en la batalla de Muret, en el año 1213. Béziers, la ciudad
mártir de la Cruzada, está muy cerca, y la matanza efectuada sobre
toda su población (100.000 personas) por los cruzados de Simón
de Montfort, el 22 de julio de 1209, católicos y cataros incluidos, todavía
no se había olvidado en su época. En su corazón anidó
el odio contra la Iglesia católica, que era entonces sinónimo
de cristianismo, de modo que para él ambos estaban englobados dentro
de una aversión común.
Los atestados de los interrogatorios que los inquisidores nos han legado son
bastante moderados en lo que respecta a las apreciaciones achacadas a los herejes
sobre Jesús de Nazaret.
Podemos juzgarlo nosotros mismos; a continuación veremos qué hay
que deducir de todo ello.
El "Manual del Inquisidor" del dominico Bernard Gui (1261-1331), titulado
Practica, nos proporciona a este respecto preciosos detalles:
"La Cruz de Cristo no debe ser ni adorada ni venerada, ya que nadie adora
o venera el patíbulo en el que su padre, un familiar o un amigo ha sido
ahorcado." (Op. cit.)
(ítem, dicunt quod crux Christi non est adorando nec veneranda, quia,
ut dicunt, nullus adorat aut veneratur paábulum in quo pater aut aliquis
propinquus vel amicus fuisset suspensus...")
"ítem, niegan la encarnación de Nuestro Señor Jesucristo
en el seno de María siempre virgen y sostienen que no adoptó un
verdadero cuerpo humano, ni una verdadera carne humana como la tienen los otros
hombres en virtud de la naturaleza humana, que no sufrió ni murió
en la cruz, que no resucitó de entre los muertos, que no subió
al cielo con un cuerpo y una carne humanos, ¡sino que todo ello sucedió
de modo figurado!..." (Op. cit.)
("ítem,i¿ncarnationem Domini Ihesu Christi ex María
semper virgine, asserentes ipsum non habuisse verum corpus humanum nec veram
carnem hominis sicut habent ceteri homines ex natura humana nec veré
fuisse passum ac mortuum in cruce nec veré resurrexisse a mortuis nec
veré ascendisse in celum cum corpore et carne humana, sed omnia in similitudine
facía fuisse!...")
Es fácil comprender semejante prudencia en la transcripción de
las respuestas: el hecho de mantener y relatar la verdadera opinión de
los "perfectos" sobre Jesús de Nazaret habría significado
destruir la labor depurativa de los Padres de la Iglesia y la de los monjes
copistas. Ello explica el que hayan llegado a nuestras manos tan pocos atestados
completos del interrogatorio de los "perfectos". En lo que respecta
a los de los simples "creyentes", que ignoraban la doctrina total,
ésos tenían menor importancia. Pero la verdad es muy distinta.
En la época en que se desarrolla el inicio de la Cruzada los nobles tolosanos,
los vasallos de los condes de Foix y de los Trencavel, los vizcondes de Béziers,
si no han recibido ya el "consolamentum" de los "perfectos"
cataros, todos ellos son, en su mayoría, "creyentes". ¿Hay
que incluir ya entre ellos a los templarios de dichas regiones, teniendo en
cuenta su extraña actitud en el curso de la Cruzada? Este punto todavía
no está bien elucidado.
Sea lo que fuere, los vasallos de los condes de Foix y de los vizcondes de Béziers
albergan, todos, a los "perfectos", amparan sus reuniones, y a veces
reciben el "consolamentum" en su lecho de muerte. Las mujeres, más
valerosas y más ardientes, no esperan ya a su última hora para
ponerse la famosa túnica negra de las "perfectas"'. los textos
de los interrogatorios de la Inquisición son explícitos a este
respecto. Y las nobles familias vasallas de los condes de Foix y de los vizcondes
de Béziers, los Fanjeaux, los Laurac, los Mirepoix, los Durban, los Saissac,
los Cháteauverdun, los de 1'Isle-Jourdain. los Castelbon, los Niort,
los Durfort, los Montréal, los Mazerolles, los des Termes, de Minerve,
de Pierrepertuse, etc., por no citar sino a las familias principales, cuentan
todas con "herejes revestidos" entre sus miembros, y todos los otros
son "creyentes" o simpatizantes.
Pero Raimundo-Roger, conde de Foix, es más encarnizado todavía
que su soberano Raimundo VII, conde de Tolosa. Juzguen ustedes mismos.
En primer lugar, vive prácticamente rodeado de herejes. Y, de cara a
los privilegiados de la Iglesia católica y sus clérigos, no se
siente en modo alguno acomplejado por ello, cosa que horroriza a Pierre des
Vaux de Cernay, cronista acérrimamente católico de la Cruzada.
De modo que, al poseer la jurisdicción de Pamiers junto con el abad de
Saint-Antonin, hace todo lo necesario para asquear a éste y obligarle
a renunciar. Así, por ejemplo, autoriza a dos caballeros de su séquito
a instalar a su anciana madre en la abadía. Pero como dicha señora
es una "perfecta" bastante conocida, los monjes de Saint-Antonin la
echan de allí sin contemplaciones, como una apestada de aquella época.
Ante esto, uno de los dos hermanos degüella, sobre el altar, al canónigo
que había golpeado a su madre. A continuación, alertado por los
dos caballeros, Raimundo-Roger acude a Saint-Antonin con sus hombres de armas
y sus oficiales, echa al abad y a los canónigos, hace demoler parte de
la capilla, el dormitorio y el refectorio, y transforma la abadía en
fortaleza.
En el curso del inevitable saqueo de la capilla, los hombres de armas rompen
un crucifijo de madera maciza, y utilizan sus astillas como mano de mortero
para majar las especias de sus comidas. Otro día, los caballeros del
séquito de Raimundo-Roger descuelgan de la cruz a un Jesús de
tamaño natural, lo visten con una cota de malla y lo toman como diana
en la justa llamada del "estafermo", juego de armas reservado a los
hidalgos y caballeros nobles y a cada lance le gritan que "se redima".
Se denomina "estafermo" a un maniquí de madera, montado sobre
un eje giratorio asentado sobre una base, que llevaba atado en el brazo izquierdo,
extendido, un escudo de torneo, y en el brazo derecho, también extendido,
un largo y sólido garrote. Si el justador golpeaba torpemente con su
lanza, y al galope, el escudo del maniquí, y no se agachaba a tiempo
sobre el cuello del caballo, el maniquí giraba sobre sí mismo
bajo el efecto del choque, y asestaba automáticamente un garrotazo en
la nuca o en la espina dorsal del torpe caballero.
Sin comentarios. Practicar un orificio e introducir un palo a modo de eje en
la base de un Cristo de tamaño natural, para convertirlo luego en un
guiñol irrisorio, que servía de diana en un "juego de armas",
demuestra el poco caso que los nobles "creyentes" cataros hacían
del Jesús de la Historia. En cuanto a sus apostrofes de que "se
redimiera" el personaje rebajado a la categoría de diana, no podía
tratarse de "rescate" alguno, ya que el juego del estafermo no era
un torneo. Es fácil comprender el carácter insultante de semejante
apostrofe de cara al personaje histórico así representado.
Por otra parte, cuando los cataros hablan del "Espíritu Santo",
esta expresión designa una entidad del panteón gnóstico,
un eón, pero en modo alguno una emanación eterna nacida de las
relaciones esenciales entre el "Padre" y el "Hijo".
De esta utilización prudente de la terminología cristiana ordinaria
en un lenguaje esotérico y secreto, propio del catarismo, quedaba una
prueba perentoria, testimoniada por las actas de los interrogatorios: es el
hecho de designar a su propia Iglesia, la constituida única e interiormente
por los "perfectos", bajo el nombre de "Virgen María".
¿Quién iba a suponer, al oír por casualidad esta expresión,
que ella designaba, en realidad, el bastión interior de la herejía?
Veamos unos textos definitivos al respecto:
"Niegan, asimismo, que la bienaventurada Virgen María haya sido
la verdadera madre de Nuestro Señor Jesucristo, y que fuera una mujer
de carne y hueso. La Virgen María, dicen, es su secta y su orden, es
decir, la verdadera penitencia casta y virginal, que engendra a los hijos de
Dios, en cuanto éstos son iniciados en dicha secta y dicha orden."
(Op. cit.)
("ítem, beatam Mariam Virginem negant fuisse veram matrem Domini
Ihesu Christi, nec fuisse mulierem camalera, sed sectam suam et ordinem suum
dicunt esse Mariam Virginem, id est veram penitenciam castam et virginem qui
general filios Dei, quando reci-piuntur ad eam camdem sectam et ordinem.")
De esta afirmación en cuanto al engendramiento de los "hijos de
Dios" por esa "Virgen María", puramente convencional,
se desprende la conclusión de que todos aquellos a quienes la Iglesia
catara engendra bajo dicho nombre se toman ipsofacto en idénticos y semejantes
a Jesucristo. A partir de ese momento, la noción cristiana de un único
redentor queda aniquilada por esa multiplicación ilimitada.
Esta conclusión conduce a otra, a saber, que el Evangelio de san Juan,
el único utilizado por los cataros desde el versículo uno hasta
el diecisiete, no es sino una engañifa, ya que su enseñanza oral
niega, como acabamos de ver, la unicidad del Verbo Encarnado, afirmado por dicho
evangelio.
Observaremos, por otra parte, que a menudo se ha confundido a los vaudois con
los cataros. Los primeros chocaron a menudo con los segundos, ya que se desarrollaron
en las mismas regiones y en las mismas épocas. Pues bien, los vaudois,
al igual que los cataros, estaban divididos en "perfectos" y en "creyentes".
Esta identidad de las palabras que los designaban hace que a menudo se consideren,
equivocadamente, los rituales vaudois como rituales cataros, y que se haya podido
suponer, de buena fe, que los cataros eran cristianos. Pero únicamente
lo eran los vaudois, en el sentido absoluto del término, aunque sin ser
católicos. En cambio, tal como ya hemos visto, los cataros no lo eran
en absoluto. Para cualquier demostración sobre lo que antecede, remitimos
a la Práctica del inquisidor Bernard Gui.
Probablemente este es et mismo caso en lo que concierne a "Jesucristo".
Charles Guiguebert ha demostrado que las sectas esotéricas judías
de antes de nuestra era invocaban a una entidad llamada leshuah (Jesús
en hebreo). Todavía no se trataba, para ellos, del Jesús de la
Historia, evidentemente. Pues bien, Jesucristo quiere decir, literalmente, "Salvador
Sagrado" (del hebreo leshuah y del griego Khristos).
Por otra parte, todo cátaro que recibiera el "consolamentum"
debía pronunciar antes, en voz alta, la fórmula de la abrenuntiatio,
mediante la cual renegaba solemnemente del bautismo de agua recibido a su nacimiento,
declaraba no creer en él y renunciar a él. Así quedaban
borradas ante sus ojos la cruz que había marcado su frente y las unciones
que le habían seguido.
Sin duda se trataba de un bautismo de agua recibido en el seno de la Iglesia
católica, pero no recibía ningún otro en sustitución
de aquél.
Partiendo de todas estas constataciones, nos parece muy difícil seguir
sosteniendo que el catarismo no era sino una forma primitiva del cristianismo.
Más bien al contrario, se trataba en realidad de una religión
de forma absolutamente maniquea, que no disimulaba su rechazo del Jesús
clásico de la Historia y su incredulidad total en cuanto a su Encarnación,
su Pasión, su Resurrección y su Ascensión se refiere. ¿Qué
quedaba entonces del cristianismo? Nada, evidentemente.
Éste fue el camino que siguieron, a su vez, los Templarios; menos de
setenta años separan la hoguera de Montségur de la de La Cité,
y fue el mismo guantelete de hierro el que amordazó la Verdad. Porque:
"Las armas han sido, en todo tiempo, los instrumentos de la barbarie. Han
asegurado el triunfo de la materia, y de la más pesada, sobre el espíritu.
Remueven, en el fondo de los corazones, el lodo de los peores instintos".
2.- Las piezas del expediente
"Las narraciones escritas sobre pergaminos son destruidas por aquellos
que quieren mantener la ignorancia, pero las palabras caen en las almas como
palomas venidas de lo lejos que, apenas se posan, parten de nuevo. Y ésta
es una forma de la justicia..."
MAURICE MAGRE, Le Sang de Toulouse
Vamos a dar a continuación los datos sucintos de los manuscritos más
antiguos de una "biblioteca" básica del cristianismo.
A su lectura, el lector podrá convencerse de aquello que afirmamos a
lo largo de esta obra, a saber, que los documentos reales (¡y no aquellos
"citados" como "desaparecidos"!) no son jamás anteriores
al siglo IV.
Hemos mencionado los Evangelios apócrifos a continuación de los
Evangelios canónicos, dado que "su mayor interés radica en
el hecho de darnos un reflejo del cristianismo popular de los orígenes
[...]. Constituyen el complemento de esas crónicas de los primeros tiempos
que son las grandes Epístolas paulinas y los Hechos de los Apóstoles.
[...] Desde un punto de vista más estricto, los apócrifos aportan
algunos detalles históricos que pueden no ser nada despreciables".
(Cf. Daniel-Rops, en Les Evangiles apocryphes, por el abad F. Amiot, Arthéme
Fayard, París, 1952.-
LOS
MANUSCRITOS DE LOS AUTORES PAGANOS
Es habitual cantar las alabanzas de los monjes copistas, esos buenos y excelentes
padres que, en los monasterios de la Edad Media, "recogieron" y copiaron
los manuscritos de los autores griegos y latinos.
Lo que se omite precisarnos es qué se hizo de los originales. De hecho,
esa tarea respondía a una necesidad urgente: se trataba de hacer desaparecer
toda huella de un Jesús jefe de una facción política, facción
que frecuentemente, por necesidad vital, había derivado al bandolerismo,
y cuyos actos, durante más de treinta años, no habían tenido
nada de evangélicos. Y también de hacer desaparecer la opinión
de los autores latinos sobre el tal Jesús, así como la de los
judíos apacibles, opiniones que también tenían algo que
decir al respecto.
De modo que nos encontramos frente a un balance bastante decepcionante en cuanto
a los manuscritos de los autores antiguos se refiere.
Los manuscritos más antiguos de Flavio Josefo son de los siglos IX y
XII, y únicamente el segundo posee el famoso pasaje sobre Jesús,
pasaje que todos los exegetas católicos serios reconocen como una burda
interpolación. Sobre su Guerra judía, a veces titulada Toma de
Jerusalén o Guerras de Judea, el texto eslavón es diferente al
texto griego, y las interpolaciones también diferentes.
En cuanto a Tácito, los manuscritos de sus Historias y Anales son de
los siglos IX y XI. Y falta, precisamente, todo aquello que se refiere a los
años cruciales del naciente cristianismo, todo el período del
28 al 34. Ahí, una vez más, abundan las censuras e interpolaciones,
a veces de forma tan torpe que el lector perspicaz, sin ninguna preparación
previa, puede jugar al exegeta y descubrirlas por sí mismo.
Daniel-Rops, sin quererlo, e ingenuamente, nos proporciona la clave de esos
misterios. En Jesús en son temps nos dice lo siguiente:
"Tómese nota de esta fecha: siglo IV. Los textos del Nuevo Testamento
datan, en general, del periodo 50-100, por lo tanto se intercalan tres siglos
entre su redacción y los primeros manuscritos completos que poseemos.
Esto puede parecer exagerado, pero no es nada, debemos subrayarlo, al lado del
espacio de tiempo que existe, en todos los clásicos de la antigüedad,
entre el autógrafo desconocido y la más antigua copia conocida:
mil cuatrocientos años en el caso de las tragedias de Sófocles,
así como en las obras de Esquilo,
Aristófanes y Tucídides; mil seiscientos años en las de
Eurípides y Catulo, mil trescientos años en las de Platón,
mil doscientos en las de Demóstenes. Terencio y Virgilio resultaron favorecidos,
ya que en ellos la demora no fue, en el primero, sino de siete siglos, y de
cuatro en el segundo."
Es perfectamente evidente que los autores antiguos que vivieron antes de Jesús,
y por consiguiente que lo ignoraron, o que simplemente compusieron obras de
teatro, no tenían necesidad alguna de ser censurados o interpolados.
No sucedía lo mismo en el caso de historiadores como Flavio Josefo, Tácito
o Suetonio, y, bajo este criterio, ni siquiera un cronista satírico como
era Petronio escapó al celo de los monjes copistas. En efecto, su célebre
Satiricen no contiene, en las copias manuscritas que han llegado hasta nosotros,
más que 250 páginas, de las 3.000 que componían, como sabemos
por otras fuentes, las copias primitivas del manuscrito original. Es por lo
tanto seguro que ese inventario de la dolce vita bajo el imperio de Nerón
no era tan sólo eso, y que Petronio fue censurado despiadadamente, al
igual que Tácito, quien vio retirar de sus Historias y Anales todos los
capítulos que trataban sobre los acontecimientos de Palestina de aquella
misma época.
En cuanto a la autenticidad absoluta de los Evangelios canónicos, nos
limitaremos a citar las palabras del abad Bergier en su Dictionnaire de Théologie.
"Los hombres verdaderamente sabios en materia de exégesis, y sobre
todo sinceros, reconocen que el texto del Nuevo Testamento no se remonta a antes
del siglo sexto." (Op. cit.)
LOS MANUSCRITOS DE LOS EVANGELIOS CANÓNICOS
" Codex Sinaiticus: Fecha: siglo iv. Contiene casi todo el Antiguo Testamento,
el Nuevo Testamento, la Carta de Bernabé, el Pastor de Hermas (parcialmente).
Descubierto en 1844 por Tischendorf, en el monasterio de Santa Catalina, en
el monte Sinaí. Se encuentra actualmente en el Museo Británico
de Londres.
" Codex Vaticanas: Fecha: siglo iv. Contiene el Antiguo Testamento (salvo
unas cincuenta páginas, perdidas), y el Nuevo Testamento hasta la Epístola
a los Hebreos, 9, 14. Muy mala ortografía. Entró en el Vaticano
entre 1475 y 1481.
" Codex Alexandrinus: Fecha: siglo V. Contiene el Antiguo Testamento, y
el Nuevo Testamento a partir de Mateo 25, 6, Texto menos bueno que el precedente,
especialmente en los Evangelios. Se encuentra en el Museo Británico de
Londres.
" Codex Ephraemi Rescriptas: Fecha: siglo v. Palimpsesto. El texto bíblico
fue recubierto, en el siglo XII, por una versión griega de tratados de
san Efrén. Es de origen egipcio, y fue llevado a París por Catalina
de Mediéis. Se conserva allí en la Biblioteca Nacional.
" Codex Bezae, o Codex Cantabrigiensis: Fecha: siglos v o vi. Comprende,
con algunas lagunas, los cuatro Evangelios y los Hechos. Manuscrito bilingüe,
grecolatino. Se encontraba desde el siglo IX en Lyon. Teodoro de Béze
lo cedió en 1581 a la Universidad de Cambridge, donde se encuentra actualmente.
" Codex Freer: Fecha: siglo v. Contiene los cuatro Evangelios, con algunas
lagunas. Comprende un añadido después de Marcos, 16, 14. Fue comprado
en 1906 por Freer a un mercader árabe. Se encuentra actualmente en Washington.
" Codex Koridethi: Fecha: siglos vil a ix. Conservado en Tiflis, pero procedente,
según indican las notas marginales, del monasterio de Koridethi, en el
Cáucaso.
" Codex Regius, todavía llamado Codex Parisiensis: Fecha: siglo
VIII. Numerosas correcciones y notas marginales. Se encuentra en París,
en la Biblioteca Nacional.
" Codex Beratimus: Fecha: siglo vi. Contiene Mateo y Marcos, en pergamino
púrpura. Se encuentra en Berat (Albania).
" Codex Athusiensis: Fecha: siglos vm o ix. Contiene el Nuevo Testamento,
excepto Mateo, Marcos (1, 1; 9,4) y Apocalipsis.
" Codex Vercellensis: En latín. Fecha: siglo iv. En Verceil.
" Codex Veronensis: En latín. Fecha: siglos iv o v. En Verona.
" Codex Colbertinus: En latín. Fecha: siglo xn. En París.
" Codex Sangermanensis: En latín. Fecha: siglo VIH. En París.
" Codex Brixianus: En latín. Fecha: siglo vi. En Brescia.
" Codex Palatinas: En latín. Fecha: siglo v. En Dublín.
" Codex Bobiensis: En latín. Fecha: siglos iv o v. No contiene más
que Marcos (8, 3 a 16, 8) y Mateo (1, 1 a 15, 36), con algunas lagunas.
" Codex Monacensis: En latín. Fecha: siglos vi o vil.
" Codex Curetonianus: En siríaco. Fecha: siglo iv. Descubierto en
1842 en un monasterio del desierto de Nitria (Egipto).
Existen todavía algunos papiros, cuyos fragmentos minúsculos nos
aportan ciertos capítulos de los Evangelios canónicos. Son:
" Papiro Pl: Fecha: siglos III o iv. Contiene Mateo (capítulo 1,
versículos 1 a 9 y 12 a 20).
" Papiro P3: Fecha: siglo vi. Contiene Lucas (capítulo 7, 36 a 45,
y 10,38 a 42).
" Papiro P4: Fecha: siglo IV. Contiene Lucas (1, 74 a 80, y 5, 30 a 6,
4).
" Papiro P37: Fecha: siglos III o IV. Contiene Mateo (capítulo 26,
19 a 52).
" Papiro P45: Fecha: siglos lll o IV. Contiene los cuatro Evangelios y
los Hechos, en cuadernos de dos pliegos. Desgraciadamente está muy estropeado;
queda: Mateo (20, 24 a 21, 19; 25, 41 a 26, 33), Marcos (4, 36 a 9, 31; 11,
27 a 12, 28), Lucas (6, 31 a 7, 7; 9, 26 a 14,33).
" Manuscritos siríacos: Diversos manuscritos de la versión
"Sencilla". Fecha: siglos v o vi.
" Manuscritos coptos: Diversos manuscritos en sahídico, dialecto
del Alto Egipto. Algunos de estos manuscritos son del siglo iv.
" Manuscritos coptos: Diversos manuscritos en bohaírico, dialecto
del Bajo Egipto. El más antiguo data del siglo ix.
LOS MANUSCRITOS DE LOS APÓCRIFOS
" Codex Askewianus, alias Pistis Sophia: Fecha: siglo v. Redactado en copio
tebano, o sahídico. Se encuentra en el Museo Británico desde 1785.
" Codex de Bruce: Fecha: siglos iv o v para cada parte. Contiene el Libro
del gran tratado según el Misterio. Se encuentra en la Biblioteca Bodleiana.
Fue descubierto en 1769. En copto tebano.
" Codex Berolinensis 8502: Fecha: siglo v. En copto tebano. Fue adquirido
en El Cairo en 1896, y se hallaba todavía en Berlín en 1945. Contenía
un Evangelio de María, el Libro secreto de Juan, la Sofía de Jesús,
los Hechos de Pedro.
" Protoevangelio de Santiago: Reconstituido por los exegetas con ayuda
de manuscritos que van de los siglos v al xv. Esos manuscritos se hallan dispersados
en numerosas bibliotecas.
" Evangelio de Pedro: Fecha: siglo VIH. Redactado en griego. Descubierto
en 1887 en el Alto Egipto.
" Apocalipsis de Pedro: Fecha: siglo vm. Redactado en griego. Descubierto
en el Alto Egipto en 1887.
" Evangelio deipseudo Mateo: Fecha: siglos vi o vil. No es sino una modificación
del Protoevangelio de Santiago.
" Relato de las infancias del Señor, llamado también Pseudo
Tomás: Fecha: siglo V. Dio nacimiento al Libro armenio de la Infancia,
del siglo VI, y al Evangelio árabe de la Infancia, del siglo vii.
" Evangelio de Nicodemo: Fecha: siglo IV. Llamado también Hechos
de Pilatos. Diversas versiones, coplas y siriacas.
" Evangelio de Gamaliel: Fecha: según los manuscritos, del siglo
vil todo lo más. Redactado en lengua etíope, o en copto.
" Testamento en Galilea de N.S.J.C.: Fecha: según los manuscritos,
siglo vm todo lo más. Versiones en copto y en etíope.
" Los Milagros de Jesús: Fecha: según los manuscritos, siglo
IX como máximo. Redactado en etíope.
" Evangelio de los Doce Apóstoles: Fechas: diversas, según
los manuscritos. Está citado en los de Rufino (siglo v), que traducía
a Orígenes, como uno de los más antiguos evangelios apócrifos.
" Evangelio de Bartolomé: Fecha: siglo V. Sólo poseemos algunos
fragmentos, redactados en copto.
" Hechos de Juan: Fecha: siglo IV. Redactado en griego. Sólo poseemos
dos tercios de éste.
" Hechos de Pedro: Fecha: siglo v. Redactado en griego. Poseemos solamente
el final. Conocemos el principio a través de un fragmento copto, y por
los Hechos llamados de Verceil, en latín.
" Hechos de Pablo, llamados también Hechos de Pablo y de Tecla:
Fecha: siglo VI, en versiones siríaca, eslava y árabe. Existen
fragmentos de la versión griega en un pergamino del siglo v.
" Hechos de Andrés: Fecha: siglo vi en su versión latina.
Existen versiones griegas y siríacas, pero serían anteriores,
probablemente del siglo v.
" Apocalipsis de Pablo: Fecha: siglo v. Redactado en griego. Existe una
versión latina posterior.
" Evangelio de Tomás, llamado también Palabras secretas de
Jesús: Fecha: siglos IV o v. Redactado en copto. Forma parte del conjunto
descubierto en Khenoboskion, en Egipto, cerca de Nag-Hamadi.
" Homilías Clementinas: Fecha: siglo V. Redactado en griego. El
texto griego de las Homilías, se ha conservado, pero el de los Reconocimientos
(su segunda parte) se ha perdido. Sólo lo poseemos en la versión
latina de Rufino.
Sobre el conjunto de los 49 manuscritos descubiertos en Khenoboskion en 1947
habrá que esperar a su publicación, aunque sea resumida, para
separar los escritos estrictamente maniqueos de las otras redacciones, gnóstico-cristianas.
Por eso no mencionamos aquí ninguno de esos preciosos documentos, que
datan aproximadamente del siglo v.
LA
APOCALIPSIS Y SU SECRETO
Hemos reservado un estudio particular a un texto extraño, y que no ha
cesado de levantar polémicas desde su aparición; lo hemos denominado
la Apocalipsis, término derivado de una palabra griega que significa
"Revelación".
El Concilio de Trento (1545) lo clasificó definitivamente entre los textos
canónicos, y su decisión es, evidentemente, y en principio, inapelable
para el mundo católico. Pero no deja de ser cierto que numerosas Iglesias
orientales autocéfalas, y no unidas a Roma, continúan rechazándolo,
siguiendo así ilustres y antiquísimos ejemplos.
Así, por ejemplo, el gran Orígenes (muerto en 254) lo ignora.
Eusebio de Cesárea (muerto en 340), aunque sin atreverse a tomar partido
abiertamente, cita extensamente las objeciones de san Dionisio de Alejandría
(muerto en 261) y proporciona todos sus argumentos contra el carácter
apostólico de la Apocalipsis. Pero notamos que, en el fondo, Eusebio
de Cesárea está de acuerdo con todo lo que alega Dionisio de Alejandría
contra ese misterioso texto.
Más adelante, el Concilio de Laodicea (en 362) se niega a inscribirlo
en el Canon oficial. Y otras autoridades se alzarían, entre los Padres
de la Iglesia, contra ese intruso que, debemos subrayarlo, no presenta ningún
carácter que permita asociarlo al mensaje nuevo. Citaremos a san Basilio
(muerto en 379), san Cirilo de Jerusalén (muerto en 386), Gregorio de
Nacianzo (muerto en 390), Gregorio de Nysse (muerto en 400). San Juan Crisóstomo
(muerto en 407) y Teodoredo no dicen ni una palabra de él, y no lo cuentan
entre los textos que utilizan. San Jerónimo (muerto en 420) adopta una
posición semejante a la de Eusebio de Cesárea.
La tradición oficial pretende que la Apocalipsis sea el relato de una
visión de la que se benefició el apóstol Juan durante su
exilio en la isla de Patmos. El exilio de Patmos data del año 94, año
I del reinado de Nerva; observemos ese detalle, que tiene su importancia.
Podríamos extrañamos de que una visión de semejante longitud
pudiera recordarla, con todo lujo de detalles, un "médium"
al regresar a su estado normal. También podríamos extrañamos
de ver presentar como profetice, en el año 94, un texto que relata de
forma bastante precisa el incendio de Roma, que tuvo lugar en el año
64, es decir, treinta años antes, y la destrucción de Jerusalén,
que se produjo en el 70, o sea, veinticuatro años antes. Pues bien, el
primero aparece en el capítulo 18, y la segunda en el capítulo
11.
Por otra parte, se nos dice que el apóstol Juan la redactó en
griego, pero, y tal como observa san Dionisio de Alejandría: "...veo
que su dialecto y su lengua no son exactamente griegos, sino que emplea modismos
bárbaros, ¡y a veces incluso hay solecismos!...". (Cf. Eusebio
de Cesárea, Historia eclesiástica, VII, xxv, 26.)
De hecho, se trata probablemente de un original redactado en armenio, traducido
una primera vez al hebreo, y luego al griego. Las dos primeras versiones habrían
desaparecido ya en la época en que apareció la versión
griega, a finales del siglo I.
Por otra parte, eso que hemos convenido en denominar "la Apocalipsis"
es un ensamblaje de varios textos, de autores incluso diferentes, según
ciertos exegetas. Hay quienes hablan de tres obras distintas, otros de dos,
la mayoría de las veces de origen judío, mal compiladas por un
redactor cristiano en una época bastante tardía.
En opinión del padre Boismard, profesor en la Escuela Bíblica
de Jerusalén, al presentar este libro en el marco de la Biblia de Jerusalén,
la parte propiamente profética de la Apocalipsis (capítulos 4
a 22) estaría compuesta por dos "apocalipsis" diferentes, primitivamente
independientes y fundidas a continuación en un solo texto. En cuanto
a las "Cartas a las Siete Iglesias" (capítulos 2 y 3), éstas
habrían existido primitivamente, pero en forma separada. Y, en efecto,
es difícil imaginar a un redactor agrupando todas sus cartas y enviando
copias de ellas a todos sus corresponsales, aunque el tema fuera común.
Además, la lectura de la Apocalipsis conduce al lector a ciertas reflexiones,
por poco observador y desconfiado que sea.
Por ejemplo, un texto que se supone que fue compuesto en el año 94 en
Patmos por el apóstol Juan ignora lo esencial del movimiento cristiano,
a saber:
" la existencia de los doce apóstoles, designados y consagrados
por Jesús como guías de la Iglesia naciente;
" la existencia de Pedro, como jefe supremo del movimiento;
" la existencia de Pablo, su misión, su papel relevante, su muerte
en Roma en el año 67;
" la existencia de los cuatro Evangelios esenciales, sin olvidar la gran
cantidad de apócrifos que empezaban a difundirse;
" la existencia de las Epístolas de Pablo, leídas entonces
en todas las comunidades cristianas a las que iban destinadas;
" la designación de los setenta y dos discípulos, su misión.
Si todo esto lo ignora la Apocalipsis, es que fue redactada mucho antes. Indudablemente,
se habla de "la ciudad donde su señor fue crucificado" (11,
8), pero numerosos jefes mesianistas fueron crucificados en Jerusalén,
por ejemplo Ezequías, "hijo de David" también, y por
consiguiente "señor" de Israel, por no citar a otros.
Indudablemente, en el capítulo 14, 6, se habla de un misterioso "evangelio
eterno", pero examinemos el texto exacto: "Vi otro ángel, que
volaba en medio del cielo, con un evangelio eterno para anunciarlo a los habitantes
de la tierra..." (Op. cit.)
Pues bien, el término utilizado en la versión griega original:
evanggelion aionion, significa, no un evangelio en el sentido que le damos ahora
a esa palabra, sino en el sentido griego de entonces:
mensaje feliz, buena nueva, correo o carta de buen augurio.
Por otra parte, subsiste una prueba de la realidad de un original redactado
en arameo, dialecto popular desde que el hebreo clásico se había
convertido en lengua litúrgica en el siglo iv antes de nuestra era. Esto
es perfectamente concebible si la Apocalipsis (al menos el texto primitivo,
sin las añadiduras posteriores) iba destinada -como una verdadera "apelación
al pueblo"- a la nación judía, que gemía bajo el yugo
romano.
Y esa prueba es la siguiente:
En el capítulo 9, versículo 11, leemos:
"Y tienen sobre sí como rey al Ángel del Abismo; cuyo nombre
es en hebreo "Abaddon" y en griego tiene por nombre "Apoliyon"..."
(Op. cit.)
Cuando san Jerónimo redactó su Vulgata latina anadió a
dicho versículo, sin ningún escrúpulo, el siguiente final:
"...et latine habet nomen Exterminans". Es decir, palabra por palabra:
"y que en latín tiene el nombre de Exterminador".
El padre Boismard, más cauto, se contenta con remitir a una nota a pie
de página en la que nos dice "En francés: destrucción,
ruina".
Es fácil sacar conclusiones. Cada traductor sucesivo creyó bueno
precisar en su propia lengua la significación del nombre del Príncipe
del Abismo, añadiéndolo, cada vez, a la traducción precedente.
¿Cuál era el nombre arameo, que el primer traductor hebreo tradujo
por Abaddon? Quizás Abduth (aleph-beth-daleth-vaw-thau), que en el Sepher
Raziel, en el folio 5ª, encontramos con el sentido de "Perdición"
y que corresponde asimismo al nombre del Ángel del viento del este en
la 3.a tequfah.
Pero entonces, si dicho texto era simplemente un manifiesto, redactado en la
lengua popular del tiempo, para galvanizar la resistencia judía contra
el ocupante romano, ¿qué fue de su autor? ¿En qué
época fue compuesta la base primitiva (sin sus añadidos)?
A esta última pregunta responderemos que la Apocalipsis fue redactada
antes del año 64, dado que fue el año del incendio de Roma, y
que no podía presentarse su descripción ulteriormente como una
profecía.
Asimismo, antes de que Juan el Bautista adoptara la posición de predicador
en el vado de Betabara, en el Jordán, el año 15 del reinado de
Tiberio, es decir, en el 28 de nuestra era. Veamos la prueba, con la firma del
autor:
"Revelación de Jesús, el Ungido, que Dios le confió
para manifestar a sus siervos lo que ha de sobrevenir en breve, y que él
dio a conocer por mediación de un ángel suyo que envió
a su siervo Juan, el cual testificó la palabra de Dios y el testimonio
de Jesús, el Ungido, que es cuanto vio. Bienaventurado el que lee y los
que oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas escritas en
ella, porque el tiempo está cerca." (Apocalipsis, Prólogo,
1,1-3.)
"Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para testimoniaros estas
cosas relativas a las Iglesias. Yo soy la raíz y la estirpe de David,
la Estrella resplandeciente de la mañana. [...] El que tenga sed, que
venga; el que quiera, saque agua de vida gratuitamente. [...] Dice el que testifica
estas revelaciones: Sí, mi regreso está próximo..."
(Apocalipsis, Epílogo, 22,16-20.)
Si admitimos una Apocalipsis redactada por el apóstol Juan en Palmos
en el 94, debemos admitir la falsedad de su visión, \ ya que el regreso
de Jesús no tuvo lugar jamás! Y en cuanto al anuncio del incendio
de Roma (citada bajo el nombre simbólico de Babilonia) y la destrucción
de Jerusalén, ya se habían producido.
A partir de ahí, podemos sacar conclusiones. El Juan que recibe el mensaje
de Jesús, después de una visión de éste, en forma
de esa terrorífica apocalipsis, es Juan el Bautista. Ese mensaje le llega
de Egipto, donde Jesús se encuentra aún, después del fracaso
de la rebelión del Censo, las represalias romanas y la dispersión
de las tropas zelotas.
Y, efectivamente, el regreso de Jesús está próximo, pero
en el sentido absolutamente material del término. Ya que pronto aparecerá
en el vado del Jordán, en el año 28, para reemplazar al Bautista,
que había cumplido ya su cometido.
El ángel que lleva el mensaje lo es tan sólo en la versión
latina, porque el texto griego habla de un aggelos, término que significa
enviado, pero despojado de todo carácter sobrenatural en el griego de
aquella época. Para designar a las entidades espirituales se utilizaban
los términos daimon, alabólos, kakodaimon. La razón es
muy sencilla: los griegos de antaño ignoraban en su mitología
ese tipo de espíritus que nosotros hemos convenido en denominar ángeles.
..
En cuanto al término ekklesia (en griego: asamblea), puede traducirse
perfectamente en hebreo por kahal, que tiene el mismo significado. Designa el
agrupamiento, en un lugar dado, de todos los fieles. Y más adelante vamos
a ver que esta aproximación no es desatinada.
Así pues, la Apocalipsis primera (sin los añadidos posteriores)
tiene como autor al propio Jesús, como él mismo lo dice en el
Prólogo y el Epílogo. La redactó hacia los años
26-27, y su destinatario no era otro que Juan, el Bautista. Su fin era estimular
una vez más, mediante falaces esperanzas, el legítimo deseo de
independencia de la nación judía, doblegada bajo el yugo romano.
Para ello no faltan tampoco las amenazas. Júzguenlo:
"¡Ay! ¡Ay! ¡Ay (tres veces) de los habitantes de la Tierra!..."
(Apocalipsis, 8,13.)
"¡Ay de la tierra y del mar!..." (Op. cit., 12, 12.)
La suerte de las naciones ordinarias no será nada envidiable cuando este
extremismo fanático, por otra parte rechazado por casi todo Israel, haya
triunfado:
"Y al que venza y observe hasta el fin mis obras, le daré poder
sobre las gentes, y las gobernará con vara de hierro, y serán
quebrantadas como vasos de arcilla, como yo lo recibí de mi Padre...
Y le daré la estrella de la mañana..." (Op. cit., 2, 26-28.)
Dejando aparte este extraño regalo, comprendemos que las naciones vecinas
no hubieran mostrado ningún apresuramiento en unirse a los zelotas en
su lucha contra el Imperio romano.
Pero también podemos imaginarnos bastante bien que, si algunos ejemplares
de esta vehemente llamada a la guerra santa (dado que no es otra cosa que esto),
debidamente traducidos del arameo al griego (lengua corriente de comunicación
entre el ocupante romano y el judaismo culto, que desde el siglo ll antes de
nuestra era se había vuelto muy helenófilo), fueron entregados
por los adversarios de Jesús a los diferentes procuradores -Pilatos,
Marcelo, etcétera-, su lectura y su comunicación al secretariado
de César debieron justificar la adopción de medidas sistemáticas
contra todo aquello que pretendiera tener alguna relación con ese enigmático
"Chrestos". Y no sólo en Palestina, sino en todas las provincias
del Imperio bañadas por los mares del Levante.
De ahí la frase de Suetonio, probablemente cercenada por los monjes copistas,
en su Vida de los Doce Césares:
"Como los judíos se sublevaban continuamente, instigados por un
tal Chrestos, los expulsó de Roma..." (Op. cit., Claudio, 25.)
Estamos en el año 52. Hace diecinueve años que Jesús ha
sido crucificado en Jerusalén, pero como sus seguidores lo presentan
como resucitado, es que continúa conspirando contra la pax romana, y
Suetonio, basándose en los interrogatorios hechos, imagina que sigue
vivo.
Así pues, ya en el año 52, en el seno de la importante colonia
judía de Roma, que asciende a más de cincuenta mil almas bajo
Tiberio, el clan mesianista atrae las iras del Imperio sobre una gran mayoría
de gentes de lo más apacible.
Así también comprendemos bastante bien el por qué del silencio,
después la reserva, o incluso el rechazo que los Padres de la Iglesia
naciente (y no los menos) manifestaron ante un texto tan comprometedor. Porque
si la policía romana, y por consiguiente el emperador, conocieron la
Apocalipsis antes del incendio de Roma en el año 64 (cosa que puede darse
casi por segura), es comprensible que, después de semejante incendio,
en todo el Imperio se incluyera dentro de los crímenes el hecho de ser
cristiano.
Y no hay que descartar tampoco, en modo alguno, el hecho de que la lucha de
Roma contra el mesianismo de Jesús se hubiera emprendido ya desde sus
inicios, y en vida de éste, dado que sus actividades materiales abrían
el paso a esa verdadera "llamada a la guerra santa", a esa declaración
de guerra "a las naciones" que representaba la Apocalipsis. Veamos
por qué:
En la "Carta a la ekklesia de Pérgamo" (Apocalipsis, 2, 12-13)
hay una alusión a un mártir que no se atreve a imponerse, un mártir
cuya memoria ningún exegeta osa evocar, ¡ya que dicho mártir,
con su simple recuerdo, hace correr el riesgo de que estalle la Verdad! Y éste
es el asombroso pasaje:
"Y al ángel de la iglesia de Pérgamo, escribe: Así
habla el que tiene la espada aguda de doble filo. Sé dónde habitas,
es allí donde se halla el trono de Satanás. Pero mantienes firme
mi nombre y no negaste la fe en mí ni siquiera en los días en
que Antipas, mi fiel testimonio, fue matado entre vosotros, donde mora Satanás..."
(Apocalipsis, 2, 13.)
Observaremos en primer lugar que los "ángeles" a los que Juan
recibe la orden de escribir no pueden ser "angelis" en el sentido
latino del término, sino "aggelous", en el sentido propio del
griego antiguo, es decir, mensajeros, y, en este caso concreto, corresponsales,
humanos a más no poder. Se trata ahí de los escribas de cada kahal
hebreo. Este kahal es el que luego se convertiría en ekklesia al pasar
del original arameo, y luego del hebreo, a la versión griega.
Si hubiera sido de otro modo, nos resulta difícil imaginar cómo
se las iba a arreglar el tal Juan para dar a conocer el mensaje de Jesús
al ángel protector de una ekklesia, de haber sido dicho "ángel",
realmente, un espíritu...
Y ahora es cuando se plantea el problema: ¿quién era ese "testimonio"
de Jesús, ese mártir llamado Antipas, matado en Pérgamo
por su fidelidad a Jesús, antes de que este último hubiera redactado
la Apocalipsis v la hubiera enviado a Juan?
Los Hechos de Pionio, los Hechos de Carpo, la Historia eclesiástica de
Eusebio de Cesárea no dicen ni una palabra de él. Eusebio, en
su cuarto libro, después de haber citado los mártires de Esmirna,
dice lo siguiente:
"Poseemos todavía los Hechos de otros mártires que sufrieron
en Pérgamo, ciudad de Asia. Carpo, Papylas y una mujer, Agatho-nicea,
los cuales acabaron gloriosamente su vida después de numerosos y notables
testimonios." (Eusebio de Cesárea, Historia eclesiástica,
IV, xv, 48.)
Ahora bien, los exegetas católicos sitúan estas ejecuciones en
la época de Marco Aurelio (161 a 180), o bien de Decio (240 a 251). De
modo que nos encontramos muy lejos de la época de la Apocalipsis, incluso
de la época oficial (redactada en el año 94). Porque dicho Antipas
tendría que haber muerto, según ésta, antes del año
94, o, según nuestra demostración, antes del 28.
Y, para toda la exégesis católica, protestante u ortodoxa, el
diácono Esteban fue el primer mártir, lapidado en Jerusalén
en el año 36, el año en que Marcelo sucede a Pilatos en calidad
de procurador.
Así pues, ese Antipas, muerto en Pérgamo por su fidelidad a la
causa de Jesús, del que todo exegeta se guarda bien de hablarnos (siempre
pasan este embarazoso versículo sin decir ni una palabra, sin redactar
ninguna pequeña nota explicativa a pie de página), ese Antipas
se convierte entonces, para la historia oficial del cristianismo, en algo tan
molesto y tan comprometedor como Judas de Galilea y la ciudad de Gamala.
3.- La pseudo anunciación
"La verdad es siempre extraña, más extraña que la
ficción..."
LORD BYRON, Don Juan
"En el mes sexto fue enviado el ángel Gabriel de parte de Dios a
una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen prometida de un varón
llamado José, de la casa de David. El nombre de la virgen era María.
Y presentándose a ella, le dijo: "Salve, llena de gracia, el Señor
es contigo".
"Turbada por este saludo, María se preguntaba qué podrían
significar tales palabras. El ángel le dijo: "No temas, María,
porque has hallado gracia delante de Dios. He aquí que concebirás
en tu seno y que darás a luz a un hijo, a quien pondrás por nombre
Jesús. Éste será grande y será llamado Hijo del
Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su
padre. Reinará sobre la casa de Jacob eternamente, y su reino no tendrá
fin"
"María dijo al ángel:
"¿Cómo podrá ser eso, pues no conozco varón?"
El ángel le respondió: "El Espíritu Santo vendrá
sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y
por esto el hijo engendrado será santo, y será llamado Hijo de
Dios. E Isabel, tu parienta, también ha concebido un hijo en su vejez,
y ella, a la que llamaban estéril, está ya en su sexto mes, porque
nada hay imposible para Dios..."
"Dijo María:
"He aquí a la sierva del Señor, hágase en mí
según tu palabra..." Y entonces el ángel se retiró
de ella.
"En aquellos mismos días, María se levantó y se fue
con presteza a la montaña, a una ciudad de Judá. Entró
en la casa de Zacarías y saludó a Isabel..." (Lucas, 1, 26
a 41.)
De este relato sacamos ya dos conclusiones. La primera es que María no
pone ni un instante en duda las palabras del ángel, y la prueba de ello
es que se pone inmediatamente en marcha, por el largo y fatigoso camino, de
ciento ochenta kilómetros, que va de Galilea al reino de Judá.
Por consiguiente, para ella la aparición es real, no duda ni un instante.
Al menos así es en el relato del siglo IV, atribuido a Lucas, que nos
cuenta lo que sabía de ello su maestro Pablo, quien a su vez no era tampoco
un testimonio directo.
La segunda conclusión es la de la inexistencia de un prometido llamado
José. Porque nos hallamos frente a una joven, prometida oficialmente
a un hombre de estirpe davídica y real, y que, por lo tanto, va a casarse.
Pero le anuncian que quedará embarazada, que tendrá un hijo, y
que éste será un futuro rey de Israel,¡y ella pregunta cómo
podría suceder tal cosa, "pues no conozco varón..."!
De modo que, o bien sabe ya que su prometido es impotente, o bien es que éste
no existe. La primera hipótesis es chocante desde diversos puntos de
vista, dado que supone que María ya intentó hacer una prueba con
el prometido llamado José, y por lo tanto no es ya virgen, al menos moralmente.
O bien ha aceptado casarse con un hombre cuya impotencia es cosa pública,
conocida, y ello es contrario a la ley judía, ya que dicha ley talmúdica
daba dos semanas como máximo al esposo impotente para aceptar devolverle
la libertad a su esposa (Talmud: Arakh-, 5, 6; Keth., 13, 5; Ned., 11, 12; Keth.,
5, 6). Después de ese tiempo el tribunal fallaba el divorcio. Además,
en Israel el matrimonio, que debía tener lugar, en el hombre, a la edad
de dieciocho años todo lo más, tenía como fin la procreación.
Así pues, casarse con un hombre o una mujer notoriamente impotente o
estéril era hacer algo inmoral y contrario a la ley.
Pues bien, pronto constataremos que el verdadero padre de Jesús no dio
a María un hijo, sino una pareja de gemelos, cosa totalmente aberrante
si se tratara de una entidad angélica que hubiera suscitado en el seno
de una joven virgen al único "Hijo del Altísimo".
También se calificará a Jesús, indudablemente, con el sobrenombre
de "hijo del carpintero" (Mateo, 13, 55; Marcos, 6, 3). Pero aquí
se trata, una vez más, de un apodo de Judas de Gamala, quien también
tuvo que estudiar, antes que su hijo primogénito. Jesús, la
Magia, si no la egipcia, al menos la de la Cabala hebraica. Efectivamente, el
término de carpintero tiene dos traducciones en hebreo. Si se transcribe
heth-resh-shin (heresh) significa también encantador, mago, de donde:
"Y aquel que (heresh) es hábil en la Magia..." (Isaías,
3, 3), y: "El artesano insigne, y (heresh) el encantador hábil..."
(/Crónicas, 9,15.)
Y llegamos, por fin, a una última prueba (y perentoria) de la irrealidad
de la aparición angélica a María, madre de Jesús,
y son los propios Evangelios oficiales los que nos la van a proporcionar.
"Vinieron su madre y sus hermanos, y desde fuera le mandaron llamar. Estaba
la muchedumbre sentada en torno a Él y le dijeron:
"Ahí fuera están tu madre y tus hermanos, que te buscan..."
Y Él les respondió: "¿Quién es mi madre? ¿Y
quiénes son mis hermanos?..." Después, echando una mirada
sobre los que estaban sentados en derredor de él, dijo: "He aquí
a mi madre y a mis hermanos. Pues el que hiciere la voluntad de Dios, ése
es mi hermano, mi hermana y mi madre..."" (Marcos, 3, 31-35.)
"La madre y los hermanos de Jesús vinieron a encontrarle, pero no
pudieron acercársele a causa de la muchedumbre. Y le comunicaron: "Tu
madre y tus hermanos están ahí fuera y desean verte". Pero
Él respondió diciéndoles: "Mi madre y mis hermanos
son éstos, los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica...""
(LMCOS, 8,19-21.)
Antes que nada constataremos que en esos dos fragmentos el término de
hermanos está tomado en un sentido absolutamente familiar, y la presencia
de la madre no hace sino reforzar esa precisión. Sin duda iban a pedirle
dinero a Jesús, dinero necesario para la vida cotidiana, ya que vivir
como vagabundos, errantes, siguiendo una larga columna de cinco mil personas
aproximadamente (Mateo, 14, 21), con la gendarmería romana pisándoles
los talones, plantearía problemas de subsistencia. Judas Iscariote, el
tesorero (Juan, 12, 6; 13, 29), no lo era tan sólo para una docena de
discípulos.
A continuación, como ya hemos dicho, el desprecio, expresado por las
palabras de Jesús hacia su madre y sus hermanos, como si renegara de
su familia camal, el hecho de preferir a aquellos que observaban sus enseñanzas,
por encima de su familia, demuestran más que sobradamente que María,
su madre, y sus hermanos no le seguían, no eran discípulos suyos.
Y, efectivamente, en Juan podemos leer: "En efecto, ni siquiera sus propios
hermanos creían en él..." (Juan, 7, 5.)
Esta simple frase barre definitivamente la hipótesis de que los hermanos
de Jesús pudieron ser hermanos en el sentido esotérico de la palabra,
como en una orden monástica o en la francmasonería. Ya que es
evidente que semejantes "hermanos" habrían sido sinónimos
de "discípulos", de "compañeros", que creerían
en la palabra del maestro y no dudarían de ella.
Por otra parte. Jesús engloba a su madre dentro de aquellos que no le
siguen doctrinalmente, como hemos visto en Marcos (3, 31-35) y en Lucas (8,
19-21), antes citados. Pero Juan (7, 5) confirma este hecho "ni siquiera
ellos...". Y, en este supuesto, ¿cómo imaginar que María
hubiera podido ver y oír al ángel Gabriel, creer lo que éste
le anunciaba hasta el punto de ponerse inmediatamente en camino para ir a Judea,
a casa de Isabel, y, más adelante, no creer ya en la misión divina
de su hijo?...
La razón de esta nueva contradicción es que María concibió
a Jesús igual que conciben todas las mujeres, y que jamás hubo
tal aparición angélica, concepción sobrenatural o nacimiento
milagroso. Y la siguiente frase nos suministra una última prueba: "En
efecto, ni siquiera sus propios hermanos creían en él..."
(Juan, 7, 5), ya que esto prueba que María, la madre de todos ellos,
nunca les había dicho nada sobre el nacimiento milagroso y la misión
sobrenatural de su hermano mayor, al no creer "tampoco ella" en dicha
misión. ¿Qué hay entonces de su declaración entusiasta,
relatada por Lucas (1, 46 a 55), y que sirvió de tema al "Magnifica
t"?
Hay todavía otros puntos oscuros. Así, por ejemplo, en el Templo
de Jerusalén, que era como una ciudad sagrada dentro de la Ciudad Santa,
unos sacerdotes asignados a estas funciones conservaban las genealogías
de las familias de Israel por tribus, clanes, etcétera.
Herido por no haber sido considerado jamás como otra cosa que un incircunciso
de origen, Herodes había hecho destruir toda esta extraordinaria documentación,
nos dice Flavio Josefo. Ignoraba que cada familia, por poco notable que fuera,
conservaba cuidadosamente la suya propia en la mansión familiar. Éste
era, evidentemente, el caso de todas las familias de ascendencia davídica,
y por consiguiente real.
Pues bien, los Evangelios canónicos nos dan de José, el presunto
padre de Jesús, dos genealogías absolutamente diferentes. La de
Mateo (1, 1-16) no se parece en nada a la de Lucas (3, 23-38), y, lo más
sorprendente de todo, el padre, el abuelo, el bisabuelo, el tatarabuelo de José
no son los mismos, cuando esos cuatro ascendientes son precisamente aquellos
en los que se deben cometer menos errores que en los demás, menos conocidos
al ser más antiguos.
Además, no se nos da ninguna genealogía de María en esos
mismos canónicos. Cuando se pone en camino para ir de Galilea a Judea,
a casa de su prima Isabel (embarazada del Bautista a pesar de su edad avanzada),
debe atravesar, a lo largo de un peregrinaje de más de ciento ochenta
kilómetros, regiones en las que la guerra causa estragos, y a las que
el bandolerismo endémico hace todavía menos seguras. Y no se nos
dice con qué medios (si fue a pie, en burro, sola o acompañada,
y en este caso, ¿por quién?), y tampoco se nos dice ni siquiera
el nombre de su padre y su madre.
La verdad es que es imposible que una joven consiguiera, en aquella época,
atravesar, sin arriesgar su honor y su vida, unas regiones donde se enfrentaban
incesantemente, en combates sin piedad, mercenarios romanos de todos los orígenes
e innumerables salteadores, que devastaban dichas regiones. Por ejemplo las
bandas del pastor Athronge y de sus cuatro hermanos, las de Simón, antiguo
cautivo o esclavo de Herodes, célebre por su estatura gigantesca, y,
por último, las unidades zelotas de Judas de Gamala, que levantaría
el estandarte de la revolución cuando tuvo lugar el censo del año
6, precisamente el año en que María estaba encinta. Y es igualmente
imposible que llevara a cabo el viaje de regreso en esas mismas condiciones,
sin correr los mismos riesgos. La Convención de Ginebra no existía,
ni las treguas de Dios, ni las costumbres de la caballería. Y si, como
había declarado al ángel, no había "conocido varón",
ahora sí que conocería, tanto a la ida como a la vuelta, admitiendo
que no cayera en manos de los "cazadores" de esclavos.
La Palestina de aquella época era como la Francia de la guerra de los
Cien Años, la Francia de las "grandes compañías".
Si Juana de Arco pudo ir de Vaucouleurs a Chinon sin tener nada que temer fue
porque, aparte de la escolta armada que le había dado el señor
de Baudricourt, ella tenía a su lado al heraldo de armas Collet de Vienne,
que había ido a buscarla por orden de Carlos VII, y dicho heraldo, revestido
con su tabardo y empuñando su bastón de orden, era más
inviolable en aquella época que un embajador. María no disponía
de nada de eso.
Por otra parte, su prometido, el evanescente José, la deja marchar en
tan peligrosas condiciones, y no se inquieta. Sin embargo, lo ignora todo, porque
María no le ha dicho nada. Una vez casado, no sabrá que María
está encinta sin haber conocido varón, o por lo menos, no a él.
Volvamos a leer los Evangelios:
"La concepción de Jesucristo fue así: estando María,
su madre, desposada con José, se halló haber concebido por la
virtud del Espíritu Santo antes de haber convivido juntos. Entonces José,
su esposo, que era hombre de bien y no quería exponerla a la vergüenza,
decidió repudiarla secretamente. Mientras reflexionaba sobre esto, he
aquí que un ángel del Señor se le apareció en sueños
y le dijo..." (Mateo, 1, 18.)
Es evidente que el término "convivido" se ha adoptado aquí
(por discreción) en lugar de "cohabitado", en el sentido sexual
del término; es el "conocer" bíblico. Porque, si es
"su esposo", es evidente que ella vive ya en casa de él. ¿Cómo
se dio cuenta José? De la manera habitual entre marido y mujer, porque
si él se dio cuenta, no se nos dice que el vecindario se hallara en la
imposibilidad de constatar lo mismo.
De donde puede sacarse la conclusión de que. al menos, después
del nacimiento de Jesús, por lo que se infiere del relato, María
conoció la misma vida de todas las esposas, lo cual explica los hermanos
y hermanas de Jesús.
Así pues, de la aparición del arcángel, de la concepción
milagrosa, del papel inaudito reservado en adelante a ese niño, María
no dijo nada a José, así como tampoco a los sucesivos hermanos
de Jesús. Esto refuerza todavía más nuestra conclusión
de que Gabriel, el arcángel, jamás se le apareció a María,
cosa que estaba ya implicada en el hecho de que, mucho más tarde, ella
no creyera en la misión que Jesús se atribuía, como hemos
podido ver al comienzo del presente capítulo.
En cuanto al verdadero esposo -pronto lo conoceremos al estudiar a Simón-Pedro-,
comprenderemos que ese misterioso José, al igual que el arcángel
Gabriel, no desempeñó papel alguno en la vida de María.
El esposo era Judas de Gamala, Judas el Galileo, aquel que se convertiría,
en justicia, y en aquella misma fecha, en un "gabriel" (en hebreo:
"héroe de Dios"), al convertirse en el "héroe de
la revolución del Censo".
Para evitar al lector búsquedas inútiles, vamos a dar a continuación
las dos genealogías contradictorias de Jesús:
GENEALOGÍA SEGÚN MATEO
1 Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham;
2 Abraham engendró a Isaac; Isaac engendró a Jacob; Jacob engendró
a Judá y a sus hermanos;
3 Judá engendró a Farés y a Zara de Tamar; Farés
engendró a Esrom; Esrom engendró a Aram;
4 Aram engendró a Aminadab; Aminadab engendró a Naasón;
Naasón engendró a
Salmón;
5 Salmón engendró a Booz de Rahab; Booz engendró a Obed
de Ruth; Obed engendró a Jesé;
6 Jesé engendró a David, el rey; David engendró a Salomón
en la mujer de Unas;
7 Salomón engendró a Roboam; Roboam engendró a Abías;
Abías engendró a Asá;
8 Asá engendró a Josafat; Josafat engendró a Joram; Joram
engendró a Ozías;
9 Ozías engendró a Joatam; Joatam engendró a Acaz; Acaz
engendró a Ezequías;
l0 Ezequías engendró a Manases; Manases engendró a Amón;
Amón engendró a Josias;
11 Josías engendró a Jeconías y a sus hermanos en el tiempo
de la deportación a Babilonia.
12 Después de la deportación a Babilonia, Jeconías engendró
a Salatiel; Salatiel engendró a Zorobabel;
13 Zorobabel engendró a Abiud; Abiud engendró a Eliacim; Eliacim
engendró a Azor;
14 Azor engendró a Sadoc; Sadoc engendró a Aquim; Aquim engendró
a Eliud;
15 Eliud engendró a Eleazar; Eleazar engendró a Matan; Matan engendró
a Jacob;
16 Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual
nació Jesús, llamado Cristo.
17 Son, pues, catorce las generaciones desde Abraham hasta David, catorce generaciones
desde David hasta la deportación de Babilonia, y catorce generaciones
desde la deportación de Babilonia hasta Cristo.
MATEO, 1, 1-17
GENEALOGÍA SEGÚN LUCAS
23 Jesús, al empezar su ministerio, tenía aproximadamente treinta
años, y era, según se creía, hijo de José, hijo
de Elí,
24 hijo de Matat, hijo de Leví, hijo de Melqui, hijo de Janai, hijo de
José,
25 hijo de Matatías, hijo de Amos, hijo de Nahúm, hijo de Esli,
hijo de Nagai,
26 hijo de Maat, hijo de Matatías, hijo de Semein, hijo de Josec, hijo
de Jodá.
27 hijo de Joanán, hijo de Resá, hijo de Zorobabel, hijo de Salatiel,
hijo de Neri.
28 hijo de Melqui, hijo de Addi, hijo de Cosam, hijo de Elmadam, hijo de Er,
29 hijo de Jesús, hijo de Eliezer, hijo de Jorim, hijo de Matat, hijo
de Leví,
30 hijo de Simeón, hijo de Judá, hijo de José, hijo de
Jonam, hijo de Eliaquim,
31 hijo de Meleá, hijo de Menná, hijo de Mattatá, hijo
de Natam, hijo de David,
32 hijo de Jesé, hijo de Jobed, hijo de Booz. hijo de Sala, hijo de Naasón,
33 hijo de Aminadab, hijo de Admin, hijo de Arní, hijo de Esrom, hijo
de Farés, hijo de Judá,
34 hijo de Jabob, hijo de Isaac, hijo de Abraham, hijo de Taré, hijo
de Nacor,
35 hijo de Seruc, hijo de Ragau, hijo de Falec, hijo de Eber, hijo de Sala,
36 hijo de Cainán, hijo de Arfaxad, hijo de Sem, hijo de Noé,
hijo de Lamec,
37 hijo de Matusalá, hijo de Enoc, hijo de Járet, hijo de Maleleel,
hijo de Cainán,
38 hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios.
LUCAS, 3, 23-38
Observamos que Mateo y Lucas no dan a José las mismas filiaciones. Por
otra parte, Mateo hace descender a Jesús de David por línea de
Salomón, mientras que Lucas lo hace descender por línea de Natam.
Pero este último es el tercer hijo de David, y Salomón es el cuarto.
Además, no nacieron de la misma madre. Por línea de Salomón,
hijo de David y de Betsabé, casada con Urias el Heteano, a quien David
hizo literalmente asesinar para poseer a su mujer, que consintió en ello,
Jesús descendería de una pareja adúltera y criminal. Extraña
elección, por parte del "hijo de Dios", para una filiación.
4.- Las diversas fechas de nacimiento de Jesús
"¡La Historia justifica lo que uno quiera! No enseña absolutamente
nada, ya que lo contiene todo y da ejemplos de todo. Es el producto más
peligroso que la química del intelecto haya elaborado..."
PAÚL VALERY, Regarás sur le monde actuet
El octavo día de abril del año de gracia de 1546, en su cuarta
sesión, los Padres del Concilio de Trento promulgaban el decreto siguiente:
"El Santo Concilio de Trento, ecuménico y general, legítimamente
congregado en el Espíritu Santo... declara:...
"Recibir todos los Libros, tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento,
porque el mismo Dios es su autor, tanto del uno como del otro, así como
las tradiciones que contemplan la fe y las costumbres, como dictadas por boca
mismo de Jesucristo, o por el Espíritu Santo, y conservadas en la Iglesia
católica por una sucesión continua, y las abraza con un mismo
sentimiento de respeto y piedad.
"Ha juzgado bueno, a este propósito, que el Catálogo de los
Libros Sagrados estuviera anexo al presente decreto, a fin de que nadie pueda
dudar sobre cuáles son los libros que el Concilio recibe. Helos aquí
enumerados: (Sigue la enumeración de los libros del Antiguo y Nuevo Testamento,
lista clásica).
"Quienquiera que no reciba como sagrados y canónicos esos libros
por entero, con todas sus partes, tal como se acostumbra a leerlos en la Iglesia
católica y tal como están en la antigua Vulgata latina, y que
desprecie con propósito deliberado las citadas tradiciones, quedará
excomulgado."
Ahora bien, cuando uno se mete en cosas tan serias como la de enviar a la gente
al infierno, si ésta no es lo bastante dócil como para admirar
con los ojos cerrados lo que los canosos Padres conciliares afirman haber decidido
por su bien, es conveniente, como mínimo, ponerse antes de acuerdo.
Según san Mateo, Jesús habría nacido en tiempo del rey
Herodes el Grande:
"Nacido Jesús en Belén de Judá en los días
del rey Heredes..." (Mateo, 2,1.)
"Al oír esto, el rey Heredes se turbó, y con él toda
Jerusalén..." (Mateo, 2,3.)
"Entonces Heredes, llamando en secreto a los Magos..." (Mateo, 2,
7.)
"Advertidos en sueños de no volver a Herodes, regresaron a su país
por otro camino..." (Mateo, 2, 12.)
"Y estuvo allí hasta la muerte de Herodes, para que se cumpliese
lo dicho por el Señor en boca del profeta: de Egipto llamé a mi
hijo..."(Afateo,2, 15.)
Detengámonos aquí, con desconfianza, y puntualicemos. Herodes
murió el año 4 antes de Jesucristo. Así pues, según
Mateo, Jesús habría nacido al menos un año antes de la
muerte de Herodes, o sea en el año 5 antes de nuestra era.
Pasemos ahora a Lucas. Vamos a encontramos con sorpresas, y de envergadura.
"Aconteció, pues, que por aquellos días salió un edicto
de César Augusto en que ordenaba que se empadronase todo el mundo. Este
primer censo se hizo siendo Quirino gobernador de Siria. E iban todos a empadronarse,
cada cual a su ciudad. Subió también José desde Galilea,
de la ciudad de Nazaret, a Judea, a la ciudad de David que se llama Belén,
por ser él del linaje y de la familia de David, para inscribirse en el
censo junto con María, su esposa, que estaba encinta.
"Y sucedió que, estando ellos allí, se cumplieron los días
del parto, y dio a luz a su hijo primogénito, y le envolvió en
pañales y le acostó en un pesebre, pues no había lugar
para ellos en el mesón..." (Lucas, 2, la 7.)
Nada más claro. No hay nada que argüir: esta vez, Jesús nació
en Belén, en Judea, el año en que Quirino, gobernador de Siria,
hizo efectuar un censo por orden del emperador Augusto. Pues bien, ese empadronamiento
es un hecho real, históricamente indiscutible, y cuya fecha es precisa,
cierta. Tuvo lugar, efectivamente, tras la deposición de Arquelao, hijo
de Herodes, rey de Judea, que fue seguida de su exilio a las Galias, más
concretamente a Vienne, en el valle del Ródano. (Cf. Flavio Josefo, Antigüedades
judaicas, libros XVII y XVIII.)
Y poseemos la fecha exacta porque Flavio Josefo, en sus Guerras de Judea, libro
II, capítulo 9, nos dice que fue en el noveno año de su reinado
cuando Arquelao fue llamado por César a Roma, y depuesto. Herodes el
Grande había muerto el año 4 antes de nuestra era, añadamos
nueve años, y nos encontramos con que esa deposición de Arquelao
tuvo lugar en el año 4 o 5 de nuestra era.
Así que el Jesús del evangelio según Mateo tenía
ya once años cuando nació, en las mismas condiciones y en el mismo
lugar, el Jesús del evangelio según Lucas. Tanto en un caso como
en el otro, y de cara al anatema del Concilio de Trento, siempre estaremos equivocados.
Un proverbio afirma que "No hay dos sin tres...". Y, en efecto, tenemos
todavía una tercera fecha, que esta vez nos viene dada por san Ireneo.
Auditor, cuando era joven, de san Policarpo, uno de los cuatro "padres
apostólicos" (que había conocido a los Apóstoles),
sostiene, como él y "los Antiguos", es decir, los primeros
presbíteros sacados de entre los famosos setenta discípulos, como
todos esos "testigos", que Jesús "tenía más
de cincuenta años cuando enseñaba". "Murió a
una edad que lindaba con los cincuenta, y en el umbral de la vejez..."
Como fue crucificado en el año 33 o 34 de nuestra era, tendría
que haber nacido en el año 16 o 17 antes de ésta. Y ya estamos
otra ^ez lejos de Mateo y de Lucas. De todos modos, otros detalles nos permiten
pensar que es san Ireneo quien revela la verdad, sin imaginarse la importancia
de su revelación. Por eso conservamos la fecha del 16 o 17 antes de nuestra
era como año del nacimiento de Jesús. j Y no en Belén,
claro está!
La natividad de Jesús no se ha celebrado siempre el 25 de diciembre,
ni mucho menos. En ausencia de todo documento que estableciera la fecha exacta
del nacimiento, los cristianos aventuraron al principio las hipótesis
más fantasiosas y más contradictorias. De hecho, quienes las elaboraron
tenían, como único recurso, el simbolismo analógico. Ninguno
de sus cálculos reposaba sobre nada que se pareciera a documentación
histórica y geográfica. Un desconcertante ejemplo ayudará
al lector a comprender mejor el valor de semejantes hipótesis.
En el De Pascha compustus, publicado en el año 243, cuyo manuscrito,
evidentemente, se ha perdido, pero que se encuentra anexo a los apéndices
de las ediciones de san Cipriano (sin ser de él), encontramos lo siguiente:
En primer lugar, es "evidente" que el primer día de la Creación,
según el Génesis, día en que Dios creó la luz y
la separó de las tinieblas, ese día no podía ser otro que
el 25 de marzo, fecha del equinoccio de primavera en aquella época, momento
en el cual el día y la noche son de igual duración.
Pero el autor olvida decimos cómo unos elementos imaginarios y convencionales
como la eclíptica, los solsticios y los equinoccios podían existir
antes que el Sol y la Tierra.
Una vez establecido esto, y dado que Dios creó el sol el cuarto día
de la Creación, se añaden entonces tres días y nos encontramos
en el 28 de marzo. Considerando que a Cristo se le llama "sol de justicia",
no podía haber nacido sino el mismo día que el sol cósmico,
es decir, el 28 de marzo.
Cálculos así de maravillosos crearon, inevitablemente, envidiosos.
Y así vemos a Hipólito estableciendo que Cristo nació el
2 de abril, o incluso el 2 de enero, según si se traducía génesis
por nacimiento o por concepción.
Como las operaciones aritméticas del citado Hipólito demostraron
ser inútiles a consecuencia de un año lunar demasiado corto, con
nueve horas menos, lo cual falseaba todos sus cálculos, dicho Hipólito
empezó de nuevo, y esta vez desembocó en una fecha totalmente
diferente.
Al haber descubierto que el arca de la Alianza medía cinco codos y medio
en total, consideró que Cristo, nueva arca de alianza, habría
nacido en el año 5500 del mundo. Habría muerto el 25 de marzo
del año 29, y habría sido concebido, por lo tanto, treinta y tres
años antes (al ser treinta y tres años la duración del
año trópico), y habría nacido nueve meses más tarde,
o sea, el 25 de diciembre.
Hay que reconocer que esta elección es muy poco afortunada. En efecto,
las almas piadosas que imaginan (con todo el romanticismo que las diversas Iglesias
han sabido dar a esta fecha invernal, y todo lo que la imaginería popular
ha podido añadirle) las diversas modalidades del nacimiento de Jesús,
ignoran que dicha fecha (pero esta vez de forma perfectamente establecida, indiscutible)
es la del nacimiento de Nerón.
Y así es; si consultamos la Vida de los Doce Césares, de Sueto-nio,
en su libro IV, relativo a Nerón, podemos leer lo siguiente:
"Nerón nació en Antium, nueve meses después de la
muerte de Tiberio, dieciocho días antes de las calendas de enero, precisamente
al salir el sol, de tal suerte que sus rayos lo tocaron casi antes que a la
tierra."
Antium es aquella antigua ciudad del Lacio donde se cuenta que se refugió
Coriolano durante-su exilio. Fue la patria de Calígula, y, como acabamos
de ver, de Lucius Domitius Ahenobarbus, que fue emperador con el nombre de Nerón
César.
Por cierto que era en Antium donde él residía cuando se declaró
el incendio de Roma, en el año 64. Como le previnieron bastante tarde,
no llegó a Roma, quemando etapas, hasta el cuarto día, cosa que,
en la opinión unánime de los historiadores, libera su memoria
de la responsabilidad de haber querido contemplar dicho incendio. Por otra parte,
tomó inmediatamente todas las medidas necesarias para ayudar a los siniestrados,
y llegó incluso a abrir sus propios jardines para albergarlos.
Pero volvamos a la fecha dada por Suetonio para el nacimiento de Nerón,
es decir, dieciocho días antes de las calendas de enero. Esto nos conduce
al 14 de diciembre, pero del calendario juliano. Añadamos once días
para dar con la era gregoriana exacta, y tenemos el 25 de diciembre.
Se comprende que el apologista cristiano Arnobio (hacia el año 296) se
burlara de los paganos que celebraban el día de nacimiento de un dios,
pues encontraba indigno de un dios haber recibido la vida a partir de un día
dado. ¿Pero eran los cristianos más razonables? Por eso Clemente
de Alejandría ridiculiza a aquellos que buscan, no sólo el año,
sino incluso el día de nacimiento de Cristo. Y pregunta de qué
valen unos cálculos que desembocan, unos en el 19 de abril, y otros en
el 20 de mayo.
Sea lo que fuere, durante cerca de cuatro siglos vieron sucederse las fechas
del 25 de diciembre, 6 de enero, 28 de marzo, 19 de abril y 20 de mayo.
Por último, en el siglo iv, al constatar la Iglesia la inmensa popularidad
del culto a Mithra, el "Sol Invictas", juzgó muy hábil
apropiarse de esta popularidad confundiendo la fecha del presunto nacimiento
de Jesús con la de la "Luz nueva", brotando de nuevo con el
paso del sol sobre la eclíptica. Para unos y otros era válida
la vieja fórmula litúrgica procedente de lo más recóndito
del Irán: "Sol novus oritur...", un sol nuevo había
nacido.
Fue así como quedó fijada irrevocablemente la fecha, hasta entonces
flotante y sin bases históricas válidas, del nacimiento de Jesús,
y como fue perpetuada, bajo un nombre nuevo, la fiesta del "Sol invicto",
de ese "Sol Invictas" que la Iglesia había creído poder
borrar.
No podemos terminar razonablemente este capítulo, consagrado a las contradicciones
sobre el nacimiento de Jesús y sus circunstancias, sin mencionar una
leyenda conmovedora (ya que, como veremos, no se la puede calificar de otra
cosa) que se refiere a la "Matanza de los Inocentes".
Un solo evangelista menciona este hecho, y es Mateo, quien sitúa la natividad
de Jesús "en los días del rey Heredes", como hemos visto.
Lucas, que relata esa misma natividad, no habla de ello, y con razón,
ya que la sitúa en "la época del Censo", es decir, doce
años más tarde. Al haber muerto Herodes en el curso de esos doce
años, no se le puede imputar semejante crimen. En cuanto a Marcos y a
Juan, éstos no nos hablan de los años jóvenes de Jesús,
y hacen empezar su relato en los primeros días de su actividad me-siánica.
Parece que dicha matanza no revistió un carácter histórico
seguro para Daniel-Rops, quien en Jesús en son temps nos dice:
"Esa "Matanza de los Inocentes", según la fórmula
consagrada, no parece en absoluto incompatible con lo que sabemos sobre el carácter
de Herodes. Quizás a los antiguos les pareciera menos horrible que a
nosotros. Suetonio se hizo eco de unos rumores según los cuales el Senado
romano, poco antes del nacimiento de Augusto, al haber sido advertido por un
presagio de que iba a nacer un niño que reinaría sobre Roma, había
decretado una matanza análoga."
Ignoramos en qué versión de Suetonio encontró Daniel-Rops
esta alusión, a la que él mismo calificó de rumor, ya que
este hecho no aparece mencionado en la Vida de los Doce Césares en el
libro segundo, que trata de Augusto. Y en cuanto al hecho atribuido a Herodes,
Daniel-Rops no lo confirma, aunque lo juzga posible, teniendo en cuenta la crueldad
del citado Herodes.
Veamos, pues, el pasaje de Mateo que lo relata:
"Entonces Herodes, viéndose burlado por los Magos, se irritó
sobremanera y mandó matar a todos los niños que había en
Belén y en su territorio, de dos años para abajo, según
la fecha que con diligencia había averiguado de los Magos. Entonces se
cumplió la palabra del profeta Jeremías, que dice: "Una voz
se oye en Rama, llanto y gran lamentación: es Raquel, que llora a sus
hijos, y rehúsa ser consolada, porque ya no están"."
(Mateo, 2, 16-18.)
Una primera contradicción: Herodes "había averiguado con
diligencia" la fecha en que se había producido el nacimiento, al
que asistieron los Magos, milagrosamente conducidos por una extraña estrella.
En este caso, bastaba con matar a los niños de dos o tres meses de edad
nacidos en Belén, y no era necesario remontarse a dos años atrás.
Esto tendería a hacer creer que, entre la visita de los Magos a Herodes
y su partida secreta, habían transcurrido dos años, lo cual sería
contradecir el relato de Mateo, que los hace volverse inmediatamente a su patria.
Por otra parte. Rama se encontraba en el territorio de la tribu de Benjamín,
y Belén en el territorio de Judá; la primera se hallaba muy al
noroeste de Jerusalén, y la segunda al sudeste. Había, aproximadamente,
cincuenta kilómetros a vuelo de pájaro entre estas dos ciudades.
Además, la profecía de Jeremías no hablaba de una matanza,
sino de una deportación:
"Así dice Yavé: En Rama se ha oído una voz, lamento
y llanto amargo; Raquel llora a sus hijos, no quiere consolarse, porque ya no
están. Pero así habla Yavé: Aparta tu voz del llanto, aparta
las lágrimas de tus ojos, porque habrá una recompensa para tus
penas. ¡Ellos volverán del país enemigo! Hay una esperanza
para tu porvenir. Tus hijos regresarán a sus confines... (Jeremías,
31, 15-17.)
Y efectivamente, poco después de la profecía de Jeremías
que anunciaba la destrucción de Jerusalén, en julio del año
587, Nebuzardán, general de Nabucodonosor, se apoderó de la ciudad
santa, y la población de Israel era deportada a Babilonia. Regresaría
de allí en 536, tras la toma de Babilonia por Ciro, tal como había
predicho Jeremías.
¡Pero se necesita mucha buena voluntad para ver en dicha profecía
una matanza, en Belén, de niños recién nacidos, uno de
los cuales podía convertirse en rey!
Al darse cuenta de esta imposibilidad, algunos exegetas recurren al profeta
Miqueo para ver de nuevo dicha matanza, que tanto les interesa, ya que su inexistencia
haría de Mateo un falsificador de la historia.
"Y tú, Belén Efrata, pequeña entre las miles de Judá,
de ti saldrá para mí aquel que dominará Israel, y cuyo
origen se remonta a los tiempos antiguos, a los días de la eternidad.
Por eso los entregará hasta el tiempo en que alumbrará aquella
que debe alumbrar, y el resto de sus hermanos volverá al lado de los
niños de Israel..." (Miqueo, 5, 1-2.)
Miqueo, el profeta, era de la tribu de Judá, del pueblo de Mo-rascheti,
aldea situada enfrente de Eleuterópolis. Vivió en el año
758 antes de nuestra era, es decir, un siglo antes de Jeremías. Una vez
más, ahí se hace alusión a la próxima deportación
a Babilonia. No hay nada sobre una matanza de recién nacidos en Belén.
Así pues, ninguna profecía anuncia este hecho, aunque no hay duda,
tal y como lo reconoce Daniel-Rops, de que Heredes era perfectamente capaz.
Más, a pesar de todo, ¿para qué imputarle crímenes
imaginarios? ¡Por desgracia, la realidad ya bastaba sobradamente sin eso!
Empero, si dudáramos, nos bastaría con recordar que Flavio Josefo,
en sus Antigüedades judaicas, en los libros XVI y XVII, que dan cuenta
del reinado de dicho rey, no le trata con indulgencia: no omite ninguno de sus
crímenes. En cambio, a esa matanza de niños no hace ninguna alusión.
Es más, el panegirista de Heredes, su contemporáneo Nicanor (alias
Nicolás), que se esfuerza por encontrar una justificación a todas
las exacciones del tirano idumeo, no siente necesidad alguna de excusarlo por
ello; ignora absolutamente ese hecho.
Entonces, ¿cuáles son los textos cuyo manuscrito original poseemos,
y que podamos mantener como "testimonios" cronológicos indiscutibles
de la aparición de dicha leyenda? Remitámonos al catálogo
de los manuscritos antiguos de los Evangelios, y que el lector ha encontrado
ya al comienzo de la obra.
Tenemos, en primer lugar, el Sinaiticus, que, oficialmente, es del siglo IV;
sería uno de los cincuenta manuscritos que Eusebio de Cesárea
cuenta que hizo transcribir para Constantino, y por orden suya, hacia 331. El
emperador distribuyó esas copias a las principales iglesias del imperio,
evidentemente con el fin de unificar auto-cráticamente la naciente tradición
cristiana. El Sinaiticus contiene, entre otros, el Nuevo Testamento completo.
Por consiguiente, el episodio de la "Matanza de los Inocentes" debe
encontrarse allí en Mateo (2, 16-18).
También tenemos el Vaticanus, que, oficialmente, es asimismo del siglo
IV. Constantino recibió un cierto número de ejemplares de éste,
elaborados por san Atanasio, hacia el año 340. Contiene también
el Nuevo Testamento, y, por consiguiente, ese pasaje de Mateo.
A continuación, tenemos el Alexandrinus, éste del siglo v. Según
Soden, este texto es el prototipo de la recensión de Luciano de Antioquía
(muerto en el año 311 o 312), pero el texto de los Evangelios no es tan
bueno. Le falta todo Mateo, de 1, 1 a 25, 5. Por lo tanto, no hay ningún
relato sobre "Matanza de los Inocentes", pero ello no prueba que no
figurara en el fragmento ausente.
En los papiros de los que poseemos pequeños fragmentos y que datan, en
el caso de los más antiguos, del siglo lll, no está el segundo
capítulo de Mateo. Por lo tanto, no podemos prejuzgar nada.
En conclusión:
Para sostener, a pesar del silencio de Flavio Josefo y de Nicanor, y a pesar
del intencionado apaño de las profecías supuestamente relativas
a dicha matanza, el hecho en sí, tal y como nos lo cuenta Mateo, hay
que admitir que Lucas se equivocó, que Jesús no nació en
"el tiempo del Censo de Quirino", sino doce años antes, y por
lo tanto, que habría muerto, no a los treinta y tres años, sino
a los cuarenta y cinco.
Y teniendo esto en cuenta, ¿cómo conceder crédito a relatos
tan disparatados, tan contradictorios, tan incoherentes? La historia se escribe
con documentos, no con leyendas. Numerosos exegetas, protestantes y católicos,
afirman actualmente que "/os Evangelios no son relatos históricos",
sino simplemente textos relativos a una "revelación espiritual".
En este caso. ¿en qué quedan la concepción milagrosa, la
encarnación, los prodigios, la resurrección y la ascensión...?
Todo ello no es sino una contradicción más.
5.- Los hermanos de Jesús
"El testimonio verídico libera las almas..."
salmos, 14,25
Una de las pruebas de que el nombre del verdadero padre de Jesús está
cuidadosamente ocultado es, sin lugar a dudas, el hecho de que dos genealogías
proporcionadas por los Evangelios canónicos sean totalmente diferentes.
Para justificar esta divergencia algunos exegetas no han vacilado en afirmar
que una era la genealogía de José, y la otra la de Mana. Pero
¿cómo iba a atreverse un evangelista y apóstol a dar la
genealogía de José y a incluir en ella a Jesús, si lo que
pensaba era que el segundo no tenía padre camal como los demás
mortales?
Por otra parte, ¿cómo iban a atreverse en Israel, en aquella época,
a dar la genealogía de María, su madre, si no era para escamotear
la del verdadero padre? Porque dar tan sólo la de la madre era hacer
de Jesús un bastardo, y según la ley de Moisés, precisada
en el Deuteronomio, la madre debía sufrir la lapidación, tanto
si era hija como esposa. Además, en aquella época en Israel la
mujer estaba muy lejos de tener la misma condición que el hombre en la
sociedad. No tenía acceso, en el Templo, al mismo recinto que su esposo,
su hermano o su padre. En ningún caso era ella quien ofrecía el
sacrificio de sustitución del hijo primogénito, sino exclusivamente
el padre. Y el esposo podía repudiar a su mujer con una simple carta,
por motivos bastante discutibles. De modo que la genealogía de María
no pudo, en ningún caso, haber sido tenida en cuenta.
Por otra parte, decir que una es la genealogía "camal" y la
otra la "legal" equivaldría a afirmar, sin excepción,
que todos los padres de la primera murieron sin descendencia, lo cual implica,
en cada grado genealógico, que la viuda se casó, según
la ley de Moisés, con el hermano del esposo difunto. Así, todos
los ascendientes varones de Jesús habrían sido engendrados y concebidos
"legalmente". Esta explicación es inverosímil.
De hecho (quien quiere probar demasiadas cosas, no prueba nada), al elaborar
dos falsas genealogías para disimular la verdadera, nuestros evangelistas
no hicieron sino subrayar el hecho de que Jesús tenía un padre
carnal, cuyo nombre no se podía, ni se debía, pronunciar.
Simón-Pedro, el hombre de las llaves, nos dará la clave de este
enigma.
El problema de los hermanos y las hermanas de Jesús no puede, por muy
sorprendente que parezca, estar disociado del de María, su madre perfectamente
carnal. Y vamos a dar la opinión de la Iglesia católica sobre
este tema:
"En primer lugar recordaremos que, desde hace mucho tiempo, ningún
teólogo católico considera ya la concepción virginal de
Ana (la supuesta madre de María) como una condición de la Inmaculada
Concepción de ésta. Por el contrario, todo el mundo está
de acuerdo en decir que María, concebida según las leyes ordinarias
de la naturaleza, fue, por la gracia divina, preservada de la mancha original."
Esta frase, a excepción de las cinco palabras que hemos añadido
entre paréntesis, es del abad Emile Amann, doctor en teología,
capellán del colegio Stanislas, en su libro Le Protoévangile de
Jacques (París, 1910), y dicha obra recibió el imprimatur de monseñor
A. Baudrillart el 1 de febrero de 1910.
Ya hemos subrayado que el nombre de la madre de María, Ana, es supuesto,
igual que el de su padre, Joaquín. Y ésa es aún la opinión
de la Iglesia católica. En efecto: "La Iglesia hace profesión
de no saber ninguna de las circunstancias que la acompañaron (se refiere
a la natividad de María), y de no podernos decir nada de ella, ya que
las Escrituras y la tradición apostólica no le proporcionan información
alguna..." (Op. cit., pág. 49, que cita al célebre hagiógrafo
Adrien Baillet.)
Así pues, en conclusión: la madre de Jesús se llamaba María,
fue concebida y traída al mundo como todos los hijos de los hombres,
eso es todo, y eso es lo que declara formalmente enseñar la Iglesia católica.
De los padres de María, de un padre llamado Joaquín y una madre
llamada Ana, de su estancia en el Templo como virgen consagrada al Señor,
Roma afirma no saber nada, y rehúsa enseñar cosa alguna a este
respecto.
Queda el problema de los hermanos y hermanas de Jesús, es decir, de los
hijos que María pudo tener después de él.
Observemos en primer lugar que una frase de Lucas evoca claramente a esos hijos
posteriores:
"Estando allí se cumplieron los días de su parto, y dio a
luz a su hijo primogénito.." (Lucas, 2, 6-7.)
Es evidente que si Lucas precisa que se trata de un hijo primogénito
es porque hubo otros después. Ya que, si Jesús hubiera sido su
único hijo, habría sido más fácil hablar de "su
niño", "su hijo" o de "su único hijo",
cosa que habría evitado todavía mejor los posibles equívocos.
Lucas, por el contrario, se expresa con bastante claridad, ya que en todo el
Antiguo Testamento (el único que existe al principio del cristianismo),
cada vez que se emplea esta expresión, evoca la presencia de hijos nacidos
con posterioridad: Génesis, Éxodo, Levítico. Números,
Deuteronomio, etc. Es más, la palabra primogénito, en sí,
reclama ya la existencia de hermanos menores.
La existencia de esos hermanos y hermanas de Jesús es tan evidente, que
diversos autores y exegetas antiguos, en especial Orígenes, creyeron
oportuno suponer que se trataba de hijos que José habría tenido
en un primer matrimonio, antes de su unión con María. Debemos
responder a esto que es imposible, ya que si José hubiera tenido hijos
antes del nacimiento de Jesús, de quien era el padre oficial, y especialmente
hijos varones, no habría podido ir al Templo, tras el nacimiento de Jesús,
a ofrecer el sacrificio de sustitución de los primogénitos:
"Así que se cumplieron los días de la purificación
conforme a la ley de Moisés, José y María lo llevaron a
Jerusalén para presentarlo al Señor, según está
escrito en la Ley del Señor: "Todo varón primogénito
será consagrado al Señor",.." (Lucas, 2,22-24.)
Pues bien, como María no tenía acceso a la nave de los hombres,
sino sólo a la de las mujeres, el único que podía ir hasta
la de los cohanim y ofrecer el citado sacrificio era José. Y ese sacrificio
sólo puede ofrecerlo un hombre una vez en su vida: al nacimiento de su
primogénito. Así, poseemos la prueba absoluta de que Jesús
era el hermano mayor; los otros hermanos, si los hubo, serían segundogénitos,
lo mismo que sus hermanas.
Daniel-Rops, en Jesús en son temps, nos hace observar que el arameo aha
y el hebreo ah significan a la vez hermano, hermanastro, primo, o incluso pariente
cercano. Añadiremos que significan asimismo vecino y colega. Pero el
hebreo es también una lengua lo suficientemente rica como para poseer
términos precisos para esos conceptos. Y precisamente en hebreo al primo
se le llama "hijo de tío". El árabe ha conservado esta
expresión, y las Mil y una noches la emplean a menudo también,
en boca de las mujeres, para dirigirse al elegido de su corazón, a quien
llaman "hijo-de-mi-tío". Y los reyes de Francia tratarían
también con el apelativo de "primo" a los nobles de alto rango
por quienes sentían afecto.
Claro que el hecho de trasladar al arameo y al hebreo la discusión es
una hábil artimaña por parte de Daniel-Rops, ya que este autor
no ignoraba que los Evangelios no fueron jamás redactados en hebreo,
y menos aún en arameo, sino en griego.
Y el griego posee dos términos bien diferenciados para designar a unos
y a otros. Al hermano se le llama adelphós, y al primo anepsios. Y en
todos los puntos donde se trataba de los hermanos de Jesús, los manuscritos
griegos originales de los Evangelios canónicos ponían adelphós,
y jamás anepsios, en plural: adelphoi (hermanos) y adelphai (hermanas).
Y aún hay más: la Vulgata de san Jerónimo, única
versión latina que constituye el texto oficial de la Iglesia católica,
en todas partes utiliza la palabra latina frater, que significa hermano, y jamás
el término consobrinus, que significa primo. Y ésa era una ocasión
única para restablecer la verdad, si es que había otra verdad.
El hecho es que san Jerónimo conservó el término hermano
al traducir del griego al latín.
Por último, y esto es aún mejor, ya que donde pone hermano hay
que entender (dicen) "primo", ¿cómo es que jamás
una traducción en lengua vulgar (francés, alemán, italiano,
español, etc.) ha sustituido aquel término por éste? Es
un hecho que jamás versión católica alguna ha empleado
el término primos allí donde los originales griegos y la Vulgata
latina hablaban de hermanos. Y era también una ocasión única
para restablecer la verdad.
Sólo verbalmente (e irónicamente) algunos sacerdotes o laicos
se burlan de aquellos que entienden por hermanos a parientes de Jesús,
mientras que los "eruditos" de la gran Iglesia romana saben bien,
por su parte, que se trata de simples primos. Nosotros acabamos de ver lo que
hay que entender de todo ello. Si ya no se atreven apenas a usar ese vocablo
verbalmente, menos aún se atreven a escribirlo.
En ciertos medios heterodoxos bastante reducidos se evocará la posibilidad
de que esos hermanos se entiendan como tales en el sentido esotérico
del término, tal como sucedía en la francmasonería, en
las órdenes de caballería cristianas, en tales o cuales hermandades
ocultas. Vamos a responder a esto, y veremos que tampoco hay nada de ello aquí.
Si admitimos que los hermanos de Jesús eran miembros de la misma hermandad
que él, deberían compartir la misma doctrina. Y no es así,
veamos;
"Después de eso bajó a Cafarnaúm con su madre, sus
hermanos^ sus discípulos, y permanecieron allí unos pocos días."
(Juan, 2, 12.)
"Estaba cerca la fiesta de los Judíos, la de los Tabernáculos.
Dijéronle sus hermanos: sal de aquí y vete a Judea para que tus
discípulos vean las obras que haces. Nadie hace esas cosas en secreto
si pretende manifestarse. ¡Puesto que eso haces, muéstrate al mundo!
Pues ni siquiera sus hermanos creían en él..." (Juan, 7,
2-4.)
De estos dos pasajes de Juan se deduce que los hermanos están claramente
asociados con la madre de Jesús, por lo tanto hay que entender esta palabra
en el sentido familiar del término. A continuación aparecen nítidamente
separados de los discípulos, y no creen en él "ni siquiera"
ellos. De modo que es muy difícil ver aquí a "hermanos"
en el sentido esotérico del término. Además, Jesús
no confía en ellos, como vamos a ver:
"Jesús les dijo: ...Vosotros subid a la fiesta; yo no subo a esta
fiesta, porque mi tiempo todavía no se ha cumplido. Dicho esto, se quedó
en Galilea. Pero cuando sus hermanos hubieron subido a la fiesta, también
subió él, pero no manifiestamente, sino en secreto..." (Juan,
7, 6-10.)
Así que desconfiaba de ellos; entre Jesús y sus hermanos no había
la confianza que existe entre los "hermanos" de una misma asociación.
En efecto, ni su madre María ni sus hermanos creían en él,
en su misión y en sus poderes. Cosa que no deja de sorprender por parte
de una mujer que (dicen) gozó del privilegio de conversar con el arcángel
Gabriel y que (en principio) debió asistir a los milagros de su hijo,
aunque no fuera más que al de las bodas de Cana. Veamos:
"Alguien le dijo entonces: Tu madre y tus hermanos están fuera y
desean hablarte. Pero Jesús respondió al que le hablaba: ¿Quién
es mi madre y quiénes son mis hermanos? Y extendiendo su mano sobre sus
discípulos dijo: ¡He aquí mi madre y mis hermanos! Porque
quienquiera que hiciere la voluntad de mi Padre, que está en los cielos,
ése es mi hermano, y mi hermana, y mi madre..." (Mateo, 12,46-50.)
Este pasaje es muy preciso: esos hermanos no son sus discípulos. Es más,
su madre y sus hermanos creen que se ha vuelto loco. Marcos es el que nos lo
dice:
"Oyendo esto sus deudos, salieron para apoderarse de él, pues decíanse:
Está fuera de sí..." (Marcos, 3, 21.)
San Jerónimo, en su Vulgata, traduce por "furorem versus, es decir,
loco furioso, y confirma que su madre y sus hermanos no creían en él,
no estaban convencidos por sus demostraciones públicas, lo consideraban
peligroso, lo cual confirma asimismo que María no se benefició
jamás de una revelación de origen angélico en lo referente
a la misión extraordinaria de su hijo primogénito.
Un pasaje de los Evangelios establece, por otra parte, formalmente que se trata
de hermanos en el sentido familiar de la palabra, y lo hace de forma definitiva,
inapelable, o bien es que entonces las palabras no tienen ya valor alguno. Éste
es:
"¿No es éste el carpintero,' el hijo de María, y el
hermano de Santiago, de José, de Judas y de Simón? ¿Y no
se hallan sus hermanas aquí, entre nosotros?..." (Marcos, 6, 3.)
Observemos que Mateo dice "el hijo del carpintero", y Lucas "el
. hijo de José", sin duda a fin de atajar una corriente judía
hostil que pretendía que Jesús era un bastardo. Por el contrario
Marcos, creyendo afirmar así que Jesús no era hijo de José
en el sentido camal del término, le llama "el carpintero, el hijo
de María", y de esta forma aviva involuntariamente el fuego de la
leyenda de la bastardía de Jesús. Y decimos la leyenda porque,
de haber sido así, en aquella época, y frente a la ley judía,
María no habría tenido la vida nada fácil, ya que, según
la ley de Moisés, la joven que perdía clandestinamente su virginidad
era lapidada en cuanto se descubría el hecho. (Deuteronomio, 22, 21.)
No queremos cerrar este capítulo sin señalar que Daniel Massé
nos dice haber descubierto un hermano de Jesús del que no se habla jamás;
no se le conoce más que por el nombre de Sidonio, es decir, "el
que habita en Sidón", ciudad de Fenicia. Lo cita José el
Eclesiástico, que a su vez sacó esta información de Hipólito
de Tebas.
En caso afirmativo, sería en casa de ese Sidonio donde se habría
refugiado Jesús cuando huyó a Fenicia.
1. En hebreo heresh significa carpintero, y también mago.
6.- El hermano gemelo de Jesús
"¡Salud a ti, gemelo mío, segundo Cristo!"
evangelio de bartolomé, 2." fragmento
En los Evangelios se habla de un misterioso gemelo, pero no se precisa nada
más concreto. Se trata de Tomás, llamado Dídimo, en Juan
(11, 16 y 20, 24). Será él a quien Jesús ofrecerá
la verificación corporal de su herida costal y de los agujeros de las
manos y pies. Pero no olvidemos, de todos modos, que estos relatos no fueron
terminados hasta trescientos años más tarde. Algo así como
si ahora pretendiéramos redactar una crónica del reinado de Luis
XIV basándonos únicamente en lo que se conserva en la memoria
popular, excluyendo cualquier escrito válido.
Pues bien, dídimo significa, en griego, gemelo. Así pues, Tomás
es el hermano gemelo de otro personaje, a quien no se nos cita en absoluto.
Este enigma se refuerza todavía más cuando constatamos que Tomás
también significa gemelo. Así lo dice la versión de la
Santa Biblia de Lemaistre de Sacy traducida y revisada por el abad Jacquet y
editada por Garnier, en cuyo final aparece un léxico de los nombres.
Y el significado que se da a Tomás es el de gemelo.
Y si tomamos un diccionario de hebreo constataremos que esa misma palabra de
gemelo se dice, en singular, taoma, y en plural, taomim. Es fácil encontrar
Tomás en taoma o toama. Así pues, "Tomás, llamado
Dídimo" {Juan, 11, 16 y 20, 24) es "Gemelo, llamado gemelo...",
es decir, lo que en filología se conoce como un idiotismo.
En la enumeración de los doce apóstoles que da Mateo (10, 2 a
4), se denomina a los discípulos de dos en dos:
"Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el
de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé; Tomás y Mateo,
el publicano; Santiago, el de Alfeo, y Tadeo; Simón, el celador y Judas
Iscariote, el que entregó a Jesús..." (Mateo, 10,2 a 4.)
A ese Tomás se le cita como apóstol en Marcos (3, 18), Lucas (6,
15), Hechos (1, 13), y en Juan (11, 16 y 20, 24), único lugar de los
Evangelios donde se le califica de gemelo en griego (dídimo).
Se le atribuye un evangelio apócrifo, que es del siglo v. Otro apócrifo,
Los Hechos de Tomás, es del siglo vi. Pero si no tomamos en cuenta esta
literatura, a la que san Jerónimo calificaba de "delirante"
(a pesar de que a menudo contiene indicios muy valiosos para el gnóstico
y el crítico), si buscamos su huella después de la muerte de Jesús,
estaremos mucho menos documentados.
Deberemos recurrir, inevitablemente, a Eusebio de Cesárea y a su Historia
eclesiástica, monumento considerable por su volumen. Sus versiones más
antiguas son:
a) la versión siríaca, conservada en un manuscrito, en Lenin-grado,
que se remonta al mes de abril de 462 (faltan los libros V, VI y VII), es decir,
del siglo V;
b) la versión siríaca, conservada en un manuscrito, en Londres,
que también se remonta al siglo V. Contiene los cinco primeros libros.
Para las partes que faltan se puede utilizar una versión armenia, traducida
al siríaco hacia el año 420;
c) la traducción latina, de Rufino, que data de 402. Pero, como en toda
la obra de Rufino, éste se toma tantas libertades con Eusebio de Cesárea
como con Orígenes. Los exegetas concuerdan en afirmar que no es de fiar.
Así pues, todo Eusebio de Cesárea es del siglo v, nada de antes.
Veamos los pasajes en los que Eusebio de Cesárea habla del apóstol
Tomás:
" Libro I, capítulo XIII, 4, 11, Tomás envía a Tadeo
a casa de
Abgar.
" Libro II, capítulo I, 6, ídem.
" Libro III, capítuplo 1,1, Tomás evangeliza a los partos.
" Libro III, capítulo XXXIX, 4, Papías busca información
sobre el apóstol Tomás.
" Libro III, capítulo XXV, 6, Eusebio nos dice que el evangelio
de Tomás es apócrifo.
Sobre la historia del rey Abgar y su carta a "Jesús, buen Salvador,
manifestado en el país de Jerusalén" no diremos nada. Hace
tiempo que los exegetas católicos demostraron que era falsa.
El hecho de que Edesa fuera convertida muy pronto al cristianismo, es histórico.
En el siglo ni había un núcleo importante en Edesa. En el siglo
IV la ciudad era totalmente cristiana. Pero esto no nos aporta nada sobre Tomás.
Más adelante, en el libro III (I, 1), leemos lo siguiente: "Los
asuntos de los judíos estaban en este punto. En cuanto a los santos apóstoles
y discípulos de nuestro Salvador, éstos se habían dispersado
por toda la tierra habitada. Tomás, según cuenta la tradición,
obtuvo en reparto el país de los partos, Andrés la Escitia, Juan
el Asia, donde vivió. Murió en Éfeso. Pedro parece ser
que predicó a los judíos de la dispersión en el Puente,
en Galacia, Bitinia, Capadocia y Asia".
Rufino, en su traducción latina, después de mencionar a Tomás
añade lo siguiente: "Mateo obtuvo la Etiopía, y Bartolomé
la India anterior".
El país de los partos era el Korasán, que se extendía,
como imperio parto, desde el mar Caspio hasta el Indo y el Eufrates, y que poseía
metrópolis como Ecbatania, Seleucia y Ctesifón.
Pero entonces, ¿cómo es que a los cristianos de las Indias se
les puede llamar "cristianos de santo Tomás", si este apóstol
no estuvo jamás allí?
Por otra parte, dice que Papías buscó información sobre
Tomás. Pero no dice absolutamente nada sobre si descubrió dicha
información o no:
"Si llegaba a alguna parte alguien que hubiera estado en compañía
de los presbíteros, yo me informaba de las palabras de los presbíteros:
lo que dijeron Andrés o Pedro, o Felipe, o Tomás, o Santiago,
o Juan, o Mateo, o algún otro discípulo del Señor..."
(Euse-bio de Cesárea, Historia eclesiástica, libro III, XXXIX,
4.)
Los escritos de Papías se han perdido. Los cita Ireneo en Contra la herejía
(V, XXXIII, 4), y Eusebio de Cesárea en su Historia eclesiástica,
quien, por otra parte, los menciona por medio de Ireneo.
Con todo esto, jamás habríamos podido saber más sobre el
misterioso Tomás Dídimo, el "gemelo-gemelo" evanescente
de los Evangelios, de no ser por la existencia de un extraño documento
a este respecto, todavía conservado en nuestros días, y que pronto
citaremos.
Queda aún un segundo punto, igual de enigmático.
Orígenes asegura haber tenido en sus manos un manuscrito antiguo del
Evangelio según Mateo en el que se habla de Jesús-bar-Aba. Pues
bien, el nombre de ese Barrabás, al que se sitúa en los Evangelios
como un oscuro ladrón, se descompone necesariamente en bar, que significa
hijo, y en Aba, que significa dos cosas totalmente distintas en hebreo.
Si lo tomamos como el Aba transcrito con un aleph como inicial, tenemos Jesús-bar-Aba,
o sea, Jesús-hijo-del-Padre.
Si lo tomamos como el Aba transcrito por una heith como inicial, tenemos Jesús-hijo-Oculto,
lo cual es bien extraño, la verdad, tanto en un caso como en el otro.
¿Quién sería ese hijo oculto? ¿Sería el misterioso
gemelo, ese "Tomás" de quien encontramos múltiples rastros?
No es imposible que nuestros escribas anónimos del siglo IV, que compusieron
los Evangelios, imaginaran una buena parte de éstos, parte montada sobre
una trama vagamente histórica, y que les era útil como esquema
conductor de su narración. Esto es lo que vamos a verificar ahora, aunque
sin olvidar por ello al hermano misterioso, que vivía en Sidón,
bajo el simple sobrenombre de Sidonio.
En el segundo fragmento del Evangelio de Bartolomé, manuscrito copto
del siglo V, encontramos esta sorprendente frase:
"Él (Jesús) habló con ellos en lengua hebraica, y
les dijo: "Buen día, mi venerable obispo Pedro. Buen día,
Tomás, mi segundo chrestos,.."."
La traducción es del doctor E. Revillout, en la serie de los apócrifos
coptos publicados con el imprimatur por Firmin-Didot. No vacilaremos en sostener
que esta traducción es conforme en cuanto a la ortodoxia, pero no en
cuanto al sentido exacto. No había obispos en aquella época, y
los apodos no eran nombres. Vamos a ver ahora nuestra traducción, perfectamente
heterodoxa, pero conforme a la verdad y al texto copto:
"El [Jesús] habló con ellos en lengua hebraica, y les dijo:
"Salud a ti, Kepha, mi celador; salud a tí, mi gemelo, segundo cristo..."."
Que en hebreo es: "Schalom, taoma, schenimessiah..."
Dado que Tomás no es sino un barbarismo, que ocupa el lugar del hebreo
taoma, nombre común que significa gemelo, es conveniente restablecer
el sentido exacto de esta frase, terriblemente significativa. En cuanto a su
verdadero nombre, se llamaría también Judas.
Si dudáramos de la generalidad de este conocimiento de la existencia
de un hermano gemelo de Jesús, en los primeros tiempos del movimiento,
bastaría con que nos remitiéramos a los Hechos de Tomás,
apócrifo cuyos manuscritos del siglo vi existen todavía, en sus
versiones latina, griega y siríaca. Leemos lo que sigue: "Jesús
apareció entonces bajo la forma de Tomás, y se sentó sobre
la cama..." El lector apasionado por la lógica podrá invertir
los términos de esta frase, sin cambiar nada en la práctica: "Tomás
apareció entonces bajo la forma de Jesús, y se sentó sobre
la cama..." ¡Es exactamente lo mismo! ¡Si Jesús aparecía
bajo la forma de Tomás, era como si Tomás apareciera bajo la forma
de Jesús! Y ahora podemos traducir, esta vez correctamente, este pasaje
tan revelador de los Hechos de Tomás:
"Jesús apareció entonces bajo la forma del gemelo, y se sentó
sobre la cama..." (palabra por palabra: "Jesús apareció
entonces bajo la forma del taoma, y se sentó sobre la cama...").
Veamos el fragmento inicial, copiado y traducido:
"Una vez terminada su oración, él (Tomás el apóstol)
salió y, cuando se hubieron retirado todos los asistentes, el esposo
regresó a la cámara nupcial. Y he aquí que el Señor
se le apareció, bajo la forma de Tomás el apóstol, sentado
sobre la cama. Y el joven, asustado, le dijo: "¿No acabas de salir
ahora mismo? ¿Cómo es que has entrado de nuevo?..." Y el
Señor respondió: "Yo no soy Tomás, sino su hermano...
El os ha recomendado a mí para que os guarde de todo mal... Escuchad,
pues, mi consejo. Abandonad todas las preocupaciones del siglo, y creed en el
Dios Vivo que os predica mi hermano Tomás..."" (Historia de
santo Tomás, III, sacado de la Historia Apostólica de Abdías,
y Viaje y Martirio de Santo Tomás el Apóstol, en el Diccionario
de los Apócrifos del abad Migne, tomos 22 y 23.)
Veamos ahora unas observaciones bastante desconcertantes:
a) Tras la pretendida resurrección de Jesús, María de Magdala
no lo reconoce, lo toma por el hortelano {Juan, 20,15), por lo tanto eso significa
que se disfraza, y eso porque teme algún peligro, cosa extraña
para un espíritu desencarnado...
b) Los peregrinos de Emaús tampoco lo reconocen. No lo identificarán
como Jesús hasta que haya repetido los gestos y las palabras de la Cena.
Pero con la afición innata de todos los orientales por lo maravilloso,
supondrán que se ha transformado para que judíos y romanos no
lo identifiquen (Lucas, 24, 13 a 32). ¡Y tendrán razón,
sin saberlo!
c) Se aparece "bajo otra forma" a dos de ellos (Marcos, 16, 12) que
no lo reconocen. Por lo tanto, sigue disfrazándose, sigue yendo caracterizado,
porque sigue temiendo algún peligro.
d) Por otra parte, cuando Mateo nos relata la última aparición
de Jesús a los once, "en Galilea, sobre la Montaña",
nos dice: "Y, viéndole, se postraron, aunque algunos vacilaron..."
(Mateo, 28, 17.) Sospechaban algún subterfugio, sin lugar a dudas.
e) Por último, esas "apariciones" presentan todos los caracteres
de la materialidad habitual. Jesús come, y, por consiguiente, absorbe
alimentos. Esto no podría hacerlo una aparición (Lucas, 24, 38
a 43), ya que eso implica órganos y funciones, digestivas y de evacuación.
Y nuestros críticos concluyen:
1) No lo reconocen, por lo tanto no es él.
2) Come y bebe, por lo tanto es un hombre ordinario.
3) Celebra los mismos ritos que Jesús, por lo tanto, o es él,
o, al menos, alguien que está perfectamente al corriente, tanto de sus
palabras como de sus intenciones.
Y ese alguien es Tomás, el hermano gemelo, el taoma de Jesús,
el hijo oculto.
Finalmente, el supuesto texto de Juan (20, 24) fue montado con mucha habilidad;
el éxito consiste en haber confiado a ese Tomás, que en hebreo
significa gemelo (taoma), el papel del discípulo incrédulo, cuando
sería justamente ese gemelo, ese mismo taoma, el cómplice de tan
extraordinaria superchería. En efecto, en el jardín, con María
de Magdala, lo mismo que en el camino de Emaús, con algunos de los setenta
y dos discípulos, el gemelo está disfrazado, y no pueden tomarlo
como Jesús, porque así no se le parece nada. La finalidad de ello
era que los legionarios romanos, estupefactos, no lo reconocieran ni lo detuvieran
de nuevo. En cambio, en las mansiones privadas, tanto en Emaús como en
Galilia, "en la montaña", en todos los lugares desiertos, siempre
que se hallaban "entre ellos", el taoma no va ya disfrazado, se deja
reconocer y así puede representar bastante bien el papel de Jesús,
presuntamente resucitado.
Porque de haber sido la resurrección algo auténtico, real, ¿por
qué el pseudo resucitado se disfrazaba cuando se hallaba en lugares públicos,
o incluso ante sus amigos? ¿Por qué éstos no lo reconocieron
en el camino de Emaús? ¿Por qué María de Magdala
lo tomó por el hortelano? Pues porque éste adoptó el rostro
de José de Arimatea. Sobre éste modelaron la máscara de
yeso, pintada y llena de postizos, para que el pseudo Jesús resucitado
circulara libremente, sin temer una nueva detención, seguida inevitablemente
de una segunda crucifixión.
No olvidemos el papel de las máscaras (personna) en el mundo antiguo.
Máscaras de metal para los comediantes, en el teatro, máscaras
de yeso para quien no quisiera ser reconocido, en las calles. Estas últimas
fueron muy utilizadas, según testimonia Luciano de Samóstata,
escritor del siglo II, originario del Asia Menor helénica, que cita en
especial a un tal Peregrinus, quien, tras una vida criminal (fue parricida)
se hizo cristiano y acabó en la cruz.
Si Jesús realmente resucitó, ¿a qué esperaba para
aparecerse, a pesar de las murallas, frente a Pilatos, mientras cenaba rodeado
por sus oficiales? ¿A qué esperaba para aparecerse a Herodes Antipas,
o a Caifas, a pesar de la guardia, los rastrillos y las puertas claveteadas
de bronce? ¡Qué triunfo para aquel de quien todos se burlaban a
más y mejor de su impotencia, cuando agonizaba en la cruz de la infamia!
Es más, ¿a qué esperaba para aparecer ante los cohanim,
muy por encima de la nave de los hombres, en el santo templo, para justificar
por fin sus propias palabras: "Entonces Jesús les dijo:
"¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer
todo lo que vaticinaron los profetas! ¿No era preciso que Cristo padeciese
esto y entrase en su gloriad" (Lucas, 24, 25-27.) Por el momento, "la
entrada en la gloria" se limita a tímidas y nocturnas manifestaciones
de existencia. Es bien poco. En cuanto a cumplir la gran profecía que
probaría la epifanía mesiánica, de eso nada. No obstante,
vamos a verla aquí con toda claridad, nitidez y precisión.
El Yaikouth Schimeoni, glosa completa del Antiguo Testamento (Ed. Wünsche),
lleno de citas extraídas de obras actualmente perdidas, en el comentario
del capítulo 70 de Isaías (op. cit., vol. II, pág. 56c)
muestra al Mesías revelándose al pueblo al que deberá arengar,
encima del pináculo del Templo. Desde allí deberá proclamar
su reinado, la liberación de Israel, y poner en fuga al ocupante romano.
Pero semejante imprudencia nuestro taoma se guardará bien de cometerla.
Un crucificado en la familia ya es más que suficiente, y, además,
sufrir él a su vez este suplicio significaría arruinar para siempre
esa extraordinaria superchería, tan bien montada, pero que por otra parte,
por prudencia, convenía no prolongar demasiado tiempo. Porque de antemano
había recibido consignas precisas:
"Gemelo de Cristo, apóstol del Altísimo, imciado también
tú en la enseñanza oculta de Cristo, has recibido instrucciones
secretas..." (Hechos de Tomás, 39.)
La "salida" de nuestro taoma está, pues, cercana, y en esta
ocasión hay que rendir un justo homenaje a los ingeniosos zelotas. Conseguir
que ese sosias natural de Jesús franqueara los límites de las
provincias guardados por legionarios, sin tomar precauciones, era terriblemente
peligroso. De modo que imaginaron lo siguiente, de lo que poseemos un eco deformado
en el mismo Evangelio de san Bartolomé, que ya hemos citado:
Venderían al taoma, alias Tomás, como esclavo. Al perder así
su personalidad civil y convertirse en un simple mueble, como un animal doméstico,
al no ser otra cosa que una simple propiedad del mercader de esclavos, no tema
que someterse a ningún control. Su dueño sería responsable
ante la ley romana, y si se rebelaba o se rugaba, sufriría el suplicio
de los esclavos fugitivos o rebeldes: la cruz.
Pero había que prevenir a tiempo a la comunidad judía del lugar
de destino, fuera de Palestina, y más concretamente a su fracción
mesianista, de que había un esclavo judío, de raza real y davídica,
y así comprarían de nuevo al mercader de esclavos, al precio que
fuera, a nuestro taoma. Veamos el texto de san Bartolomé. Evidentemente,
es Jesús quien vende a su gemelo, pero se les olvida decirnos por qué.
De hecho, fue Simón-Pedro quien cerró el trato destinado a asegurar
la huida del taoma:
"Kepha (Pedro) dijo al mercader: "Éste es nuestro señor,
ven a hablar con él de aquello en lo que tú consientes".
"Entonces el mercader dijo a Jesús: "Salud, hombre poderoso
y venerable, pareces un hombre importante y bien nacido..." Y el mercader
miró el rostro de Tomás. Lo encontró más maduro
que Mateo. Dijo: "Recibe el precio de éste, y dámelo..."
Jesús le dijo:
"Dame tantas libras de oro por él". Y el mercader consintió.
Dijo a Jesús; "Escríbeme la venta". Jesús escribió:
"Reconozco vender a mi hombre-.."" (Evangelio de san Bartolomé,
2.° fragmento.)
Y el truco surtió efecto. La compra futura era cosa corriente entre los
judíos de la época. Cuando una virgen judía era expuesta
desnuda por los romanos, en un lupanar, como represalia contra su familia, muy
pronto era comprada de nuevo por la comunidad de la ciudad. Éste fue
el caso de Tomás, el hermano gemelo de Jesús.
Esta existencia de un hermano gemelo de Jesús fue conocida, durante un
período de tiempo bastante importante, sin escándalo alguno, en
los medios cristianos iniciales. Tal y como dirían piadosamente los exegetas
contemporáneos, "la cristología no estaba todavía
establecida de forma válida".
¡Claro! Pero ¿qué es lo que reviste más importancia,
el hecho histórico auténtico, o la cogitación de un teólogo
en pleno, delirio de originalidad?
Porque esos mismos Hechos de Tomás eran todavía perfectamente
conocidos en el siglo v en las versiones griega y siriaca, y la versión
latina es del siglo vi. Pues bien, de ellos sacamos esta explícita alusión
al parto gemelar de María:
"¡Ven, oh santo poder del Espíritu! ¡Ven, santa Paloma
que das a luz a los dos gemelos'. ¡Ven, oh Madre Oculta...!" (Hechos
de Tomás, 50.)
Claro que el famoso Canon de Muratori, llamado así por el coleccionista
que lo descubrió (parece ser) en Milán, en 1740, es del siglo
VIH, y por lo visto sería copia (una más) de una lista que la
Iglesia de Roma tenía por sagrada en los alrededores de los años
180-190 de nuestra era. Y ese Canon de Muratori clasifica a nuestros Hechos
de Tomás entre los textos apócrifos.
Ahora bien, el abad F. Amiot, con un prefacio de Daniel-Rops, presentó
extractos de los principales apócrifos en La Bible apocryphe (Arthéme
Fayard, Ed., ímprimatur París, 1952). Y nos dice que los Hechos
de Tomás tienen una narración abreviada: De miraculis beati Thomae
apostoli, que Bossuet atribuía a Gregorio de Tours (538-594), y que,
por lo tanto, seria del siglo vi. Y el abad F. Amiot dice, además, que:
"El escrito original debió ser compuesto en Siria o en la Alta Mesopotamia;
si sufrió, como se ha sostenido, la influencia del hereje Bardesanio,
habría que situarlo a comienzos del siglo III. Pero, en este punto, nos
tenemos que reducir a simples hipótesis", (pp. Cit., pág.
262.)
El mismo exegeta precisa que las influencias gnósticas no son evidentes
en esos mismos Hechos de Tomás, y que el rechazo del matrimonio era cosa
corriente en el siglo n, en el cristianismo naciente. Por otra parte, la causa
se entiende. Entre los años 200 y 300 la existencia de un hermano gemelo
de Jesús no constituía escándalo. No fue así hasta
mucho más tarde, cuando osaron urdir la fábula de la concepción
milagrosa, de la encamación de un "Hijo de Dios", y de la virginidad
absoluta de María; entonces tuvieron que hacer desaparecer a ese gemelo,
que les estaba resultando demasiado molesto.
Esto nos condujo a representar a María, la madre de Jesús, bajo
el aspecto de una jovencita de unos quince años, cuando en realidad la
pobre mujer murió probablemente a una edad avanzada, recogida, según
se nos dice, por Juan a la muerte de Jesús, su hijo "primogénito"
(Lucas, 2, 7.)
Pues bien, en aquella época, en los años 33 o 34 de nuestra era,
a su crucifixión, ella tenía ya unos sesenta y cinco años,
ya que si, como afirma san Ireneo, Jesús murió a los cincuenta
años, "próximo a la vejez", y si ella le dio a luz a
los quince años, eso nos daría perfectamente la edad de sesenta
y cinco años cuando tuvo lugar dicha crucifixión. Si se tiene
en cuenta la miserable y dura vida que se vio en la obligación de llevar,
el rápido envejecimiento de las mujeres del Oriente Medio, y las terribles
pruebas morales a las que se vio sometida, es probable que aparentara sobradamente
su edad.
7.- Las claves del enigma
"Los hombres no saben ser ni enteramente buenos ni enteramente malos..."
MAQU1AVELO. Pensamientos
Se acostumbra a poner dos llaves en las manos de Simón-Pedro, y en la
mente de todos está la idea de que estas llaves son las del Reino de
los Cielos, una para abrir, y la otra para cerrar. Pero para quienquiera que
haya podido penetrar en el corazón de los orígenes reales del
cristianismo, esas llaves no representan otra cosa, y así es de sencillo,
que las claves del enigma. Porque Simón-Pedro es, entre los apóstoles,
el que tiene la llave del Secreto.
Estudiemos, pues, atentamente a este personaje, y éste nos revelará
el gran misterio de los orígenes de su hermano mayor: Jesús.
El Nuevo Testamento cita a seis personajes que llevan el nombre de Simón
(en hebreo Simeón); éstos son mencionados a lo largo de los Evangelios
y son diferentes a aquellos que llevan el mismo patronímico y que se
pueden encontrar en el curso de la lectura del conjunto. Son seis nombres que
aparecen en el seno de la larga lista de los vocablos usados por los apóstoles,
unas veces como nombre real, otras como sobrenombre.
Descartaremos en primer lugar a Simón el Leproso, cuya morada está
en Betania (Marcos, 14, 3 y Mateo, 26, 6). Es, probablemente, el padre de Lázaro
(en realidad llamado Eleazar), de Marta y de María (probablemente primas
de Jesús), y fue en su casa donde tuvo lugar la célebre escena
de la unción misteriosa, sobre la que volveremos a tratar. Es asimismo
en su casa donde Jesús se oculta cuando no reside en Jerusalén.
A continuación tenemos al apóstol Simón, al que encontraremos
con sobrenombres muy diversos, y al que actualmente se le conoce como Simón-Pedro.
Es el Simón Cefas, o más exactamente, en hebreo correcto, Képha.
Esta palabra significa roca, aguja de piedra (Sander, Diccionario rabínico).
De donde sale piedra (Pedro).
Hay asimismo un nombre que se le aproxima mucho, que ha podido permitir establecer
un juego de palabras fácil, y que le sigue de muy cerca en los diversos
diccionarios hebreos. Es la palabra kipahá, que designa a una rama de
palmera. En el simbolismo mesiánico antiguo, éste era el símbolo
mismo del movimiento: es la célebre rama de Jessé.
"Una rama saldrá del tronco de Jessé, y un retoño
brotará de sus raíces..." (Isaías, 11,1.)
Era asimismo el símbolo del gozo, de la alegría, en la Fiesta
de los Tabernáculos:
"Y para eso tomaréis ramas de palmera..." (Levítico,
23, 40.) Así pues, el célebre juego de palabras:
"Tú eres Pedro, y sobre esa piedra levantaré mi Iglesia..."
(Mateo, 16, 18) no es una traducción correcta del pensamiento que presidió
el enunciado primitivo. Hay que leer:
"Tú eres képha (roca), y de ti haré kipahá
(la rama de palmera, símbolo de victoria)..." (Op. cit., 16,18.)
Pero de la tradición oral hebraica, al pasar a la versión griega
escrita, luego de la griega al latín, después a las lenguas vulgares,
el sentido esotérico primitivo se ha alterado considerablemente.
Observaremos, por otra parte, que no es Jesús quien da a Simón
el sobrenombre de piedra (Képha). Éste lo tenía ya:
"Cuando caminaba (Jesús) junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos:
Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano..." (Mateo, 4,
18.)
Este mismo Simón Képha era de Betsaida (Juan, 1,45), pero tenía
su casa en Cafamaúm (Marcos, 1, 30). No hay en ello, necesariamente,
una contradicción. Es el hermano de Andrés (Juan, 1, 40). Es el
hijo de María, y el hermano de Jesús, de Santiago, de José
y de Judas:
"¿No es éste el hijo del carpintero? ¿No se llama
su madre María, y Santiago y José, Simón y Judas sus hermanos?
¿No están sus hermanas todas entre nosotros? (Mateo, 13, 55.)
Es un gran pecador, y no un pescador que maneja la red y captura peces en el
lago de Genezaret. Es un pecador, con todo el sentido moral del término:
"Cuando vio esto, Simón-Pedro cayó de rodillas ante Jesús
y le dijo: "Señor, apártate de mí, que soy un pecador"..."
(Lucas, 5, 8.) Más adelante veremos que este hecho está bastante
relacionado con el crimen y el asesinato.
Le llaman "hijo de Jonás":
"Cuando hubieron comido, Jesús dijo a Simón-Pedro: Simón,
hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos?..."
(Juan, 21, 15.)
Pues bien. Mateo (13, 55 y 27, 56) nos dice que es hijo de Zebedeo. De hecho,
como demostraremos en seguida, esos calificativos no son sino nuevos sobrenombres.
Los escribas anónimos de lengua griega que, basándose en una tradición
oral, transcribieron los textos evangélicos en el siglo iv, no entendían
(ni leían) el hebreo. Es fácil constatarlo. Olvidaron (o ignoraron)
que una lengua, en una época dada, se compone de las aportaciones de
lenguajes más antiguos. En el inglés moderno hay palabras que
proceden directamente del francés antiguo, que han llegado a él
canalizadas por la invasión normanda. Y en el francés moderno
hay palabras que le fueron legadas por los mercenarios ingleses de la guerra
de los Cien Años, y que provienen directamente del viejo sustrato germano-sajón.
Lo mismo sucedió con el hebreo. El sumerio, el asirio y el arameo, e
incluso el antiguo acadio, dejaron numerosas aportaciones en el hebreo clásico.
Nuestros escribas griegos del siglo iv hicieron, pues, de una vieja palabra
acadia, barjonna, un calificativo familiar, y transcribieron: "Simón-bar-Jonás",
es decir. Simón, hijo de Jonás, lo cual contradice a todos los
otros pasajes evangélicos, donde se le llama hijo de Zebedeo. Véase
Mateo 10, 2; 26, 37; Marcos 1, 19-20; 3, 17;
10,35; Lucas 5,10; Juan 21,2.
Ahora bien, en acadio y arameo barjonna significa fuera de la ley, anarquista.
Este calificativo viene subrayado por la confesión de Simón-Pedro:
"Señor, apártate de mí, que soy un pecador..."
(Lucas, 5,8.) Pero todavía lo es más por las otras denominaciones
que acompañan a este nombre de Simón a lo largo de los Evangelios.
No ignoramos que algunos comentaristas han querido ver en Joná una abreviatura
de Johannes. Pero, como el sabio Osear Cullmann, afirmamos que jamás
se encontrará Jona o Jonás como abreviatura de Johannes.
En cambio, la fuente de barjonna (en acadio y en arameo: "fuera de la ley,
anarquista") posee sólidos fundamentos. Robert Eisler, en su ligro
Jésous bassileus ou basileusas (1929), pág. 67, nos dice que,
según Elieser-ben-Jehuda, en su obra Thesaurus totius habraitatis, tomo
II, pág. 623, ése es exactamente el significado de dicha palabra.
En su Aramaisch neuhebraisches Wórterbuch (1922, pág. 65ª,
2.a edición), G. Dalman nos dice lo mismo.
Probablemente el texto copto del Evangelio de los Doce Apóstoles, en
su segundo fragmento, transcribe Bariona, y no Bar-Jonás.
Y ahora veamos las diversas confirmaciones, en el seno mismo de los Evangelios
canónicos.
Hay, entre los Doce, un tal Simón el Zelota. Ese término es griego,,
y, en efecto, pelotes significa celoso, fanático, celador. Sabemos por
Flavio Josefo, tanto en sus Guerras de Judea como en sus Antigüedades judaicas,
que la palabra zelotés era utilizada para designar a los sicarios, terroristas
judíos armados con la sica, puñal curvo con el que destripaban
a sus adversarios.
Ahora bien, Simón el Zelota es hermano de Jesús, como Simón
Képha. Lo citan Lucas y los Hechos:
"...Simón, llamado el Celador, Judas, hijo de Santiago, y Judas
Iscariote, que fue el traidor..." (Lucas, 6,15.)
"Eran Pedro, Juan, Santiago, hijo de Alteo, Simón el Zelota, y Judas,
hijo de Santiago..." (Hechos, 1,13.)
Sin duda en esas dos citas se habla de dos hombres que responden al nombre de
Simón. No lo ignoramos, y precisamente la finalidad de este capítulo
es demostrar que ambos no eran sino un único y mismo individuo. Porque
seria muy sorprendente que Simón el anarquista, la roca, el fuera-de-la-ley,
fuera un hombre distinto a Simón, el sicario, el zelota. Y si esto fuera
así, sería todavía más grave, ya que nos hallaríamos
en presencia de la prueba absoluta de que Jesús no reclutaba a sus gentes
sino en dichos ambientes.
Tenemos a continuación a un cierto Simón el Cañoneo. Según
observa Osear Cullmann en su libro Saint Fierre, apotre, disciple el martyr,
ya citado (Neuchátel, 1952), es el mismo que el Zelota, y esto no tiene
nada que ver con la tierra de Canaán. En efecto, en hebreo la palabra
kana significa celoso, fanático, apasionado. Es el equivalente al zelotés
griego.
Simón el Cañoneo aparece citado en Marcos (3, 18); pero en el
pueblo de Cana (o, más exactamente, Kaná) hay que ver el cuartel
general de los pelotas o sicarios (Juan, 2, 1; 4, 46; 21, 2). Era también
la patria de Natanael (Juan, 21,2 y 1, 46.)
Ahora nos encontramos con un tal Simón Iscariote. Lo cita Juan (6, 70)
como el padre de Judas Iscariote:
""Sin embargo, uno de vosotros es un diablo..." Hablaba de Judas,
hijo de Simón Iscariote, porque era él quien debía entregarle,
él, que formaba parte de los Doce..." {Juan, 6, 70.)
"Uno de sus discípulos. Judas Iscariote, hijo de Simón, el
que había de entregarle..." (Juan, 12,4.)
En ciertos manuscritos se habla también de Simón Iscariote. Por
ejemplo, en el utilizado por san Jerónimo para su Vulgata latina, versión
oficial de la Iglesia católica:
"Dicebat autem ludam Simonis Scariotis..." (lohanem, 6, 70.) La versión
protestante sinodal de 1926 traduce asimismo Simón Iscariote.
Se ha pretendido hacer derivar el nombre de Iscariote de una aldea denominada
Karioth. Judas y Simón serían "hombres (en hebreo: ish) de
Karioth". Pero el propio Daniel-Rops reconoce que esa traducción
es muy "discutible". En efecto, en la época mesia-nista no
aparece citado entre los autores antiguos ningún pueblo que se llame
así. De hecho, Judas y su padre Simón son los hombres (en hebreo:
ish) de,la sica, el terrible puñal de los sicarios, y que les dio su
nombre: ishi-karioth.
Y, por otra parte, ¿cómo sostener que Simón y Judas, su
hijo, podían ser de un pueblo llamado Karioth, cuando se nos había
precisado en otro lugar que la morada de Simón y de Andrés (su
hermano), morada común, y por lo tanto familiar, se hallaba en Cafarnaúm?
"Llegaron a Cafamaúm... [...] Al salir de la sinagoga fueron con
Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón
estaba encama..." (Marcoí, 1,21 y 29-30.)
Por último, ese Judas, hijo de Simón el Zelota, es también
calificado así en un apócrifo etíope, el Testamento en
Galilea de Nuestro Señor Jesucristo, en el capítulo II, versículo
12: "Nosotros, Juan, Tomás, Pedro, Andrés, Santiago, Felipe,
Bartolomé, Mateo, Nata-nael, y Judas Zelota...".
Por todas estas razones, basadas sobre los versículos que hemos citado
cuidadosamente. Simón la Piedra, Simón el Zelota, Simón
el Cañoneo, Simón Iscariote, son una sola y única persona,
que es Simón el Anarquista, Simón el fuera de la ley (barjonna).
Es el hermano de Jesús, de lo que dan fe los versículos citados.
Es el padre de Judas Iscariote, y es uno de los hijos de María, como
lo dicen los mismos pasajes. Y a este título, es el sucesor de ese mismo
Jesús en la estirpe davídica, y a ese mismo título se convertirá,
de kepha (hombre de las rocas, fuera de la ley), en kipahu, o sea, en "vástago"
de Jessé, en su puesto y su cargo, a su muerte.
Todo esto muestra bien la importancia del movimiento pelota en el cristianismo
primitivo. Osear Cullmann, doctor en teología, gran exegeta protestante,
observa lealmente en su libro Dios y César que:
"En primer lugar, no se debería perder de vista que Jesús
fue condenado, como zelota, a la muerte en la cruz por los romanos... (Op. cit.,
pág. 14.)
"E1 hecho de que en el pasaje en cuestión del libro de los Hechos
(5, 37), Gamaliel sitúe a Jesús en el mismo plano que esos dos
jefes telólas (Judas de Gamala y Teudas) parece probar que, a los ojos
de las gentes de fuera, Jesús y los jefes zelotas debían tener
algunas características en común... (Op. cit., pág. 16.)
"Según los Hechos (21, 38), el tribuno romano ante quien es conducido
Pablo en Jerusalén toma a éste por un zelota, y piensa incluso
que éste es el jefe zelota egipcio cuya insurrección cuenta también
Flavio Josefo: "¿No eres tú acaso el egipcio que hace algunos
días provocó una rebelión de cuatro mil zelotas?...""
(Op. cit., Pág. 16.)
Pero el término de egipcio no designa la nacionalidad, sino la calidad
de mago. Lo mismo que se calificaba de caldeo a todo astrólogo, fuera
cual fuese su país de origen.
Y, efectivamente, en la Historia eclesiástica de Eusebio de Cesárea
encontramos lo siguiente, que lo confirma:
"Clemente, en el sexto libro de las Hypotyposes lo establece así;
lo mismo en el séptimo libro de la misma obra, que dice a este respecto:
"A Santiago el justo, a Juan y a Pedro, el Señor, después
de su resurrección, les dio la gnosis..."" (Eusebio de Cesárea,
Historia eclesiástica, II, I, 4.)
Esta gnosis es la magia taumatúrgica que Jesús había traído
de Egipto. Así, por ejemplo, cuando los Hechos cuentan que la sombra
de Simón-Pedro curaba a los enfermos por el simple hecho de cubrirlos
con ella un breve instante, hay que saber traducir a nuestros escribas del siglo
IV y comprender sus expresiones griegas.
La sombra de la que se trata aquí no es la zona oscura producida por
el cuerpo de Pedro interponiéndose entre el enfermo y el sol. Es su "doble
fluídico", el nephesh hebraico, que hay que entender en el sentido
griego del término: sombra, manes, fantasma. Operaba durante su sueño,
a distancia, como todavía lo hacen algunos fetichistas del África
negra, y como pretendían hacerlo los Rosacruces del siglo XVII.
¿Estaba él al corriente de la traición que preparaba Judas
Iscariote, su hijo? Evidentemente no podemos afirmarlo. No obstante, algunos
hechos tienden a establecer que los otros apóstoles lo apartaron del
mando supremo después de la muerte de Jesús. Pronto lo veremos.
Y un hecho, revelado por el maestre Isorni en su libro El verdadero proceso
de Jesús, parece establecer su hipocresía. Cuando Jesús
le pregunta si le ama más que los otros, aquél se sale por la
tangente, habla con rodeos y juega con las palabras:
"Cuando hubieron comido, dijo Jesús a Simón-Pedro: Simón,
hijo de Jonás, ¿me amas más que éstos? Él
le respondió: Sí, Señor, tú sabes que te amo..."
(Juan, 21,15.)
Simón-Pedro elude lo más importante de lo que se le pregunta.
Jesús reiterará todavía dos veces más su pregunta,
y, finalmente, se contentará con esta afirmación de que Pedro
le ama, sin más.
Por eso, más adelante los otros no reconocerán esa "sucesión"
que Jesús le transmite:
"Entonces...,, ese Santiago a quien los antiguos daban el sobrenombre de
Justo, a causa de la superioridad de su virtud, fue, según se dice, el
primero que se instaló en el trono episcopal de la iglesia de Jerusalén.
Clemente, en el sexto libro de las Hypotyposes lo establece de la siguiente
manera: dice que Pedro, Santiago y Juan, después de la ascensión
del Salvador, después de haber sido particularmente honrados por el Salvador,
no se pelearon por obtener este honor, sino que eligieron a Santiago el Justo
como obispo de Jerusalén..." (Eusebio de Cesárea, Historia
eclesiástica, II, I, 2, 3.)
Por otra parte, ¿por qué rondaba Simón solo, después
de la detención de Jesús, su hermano mayor, lo más cerca
posible del local de la audiencia judicial? ¿Era por fidelidad, o por
temor a que Jesús fuera puesto en libertad y les pidiera cuentas a él.
Simón, y a Judas, su hijo, primero por el abandono de todos en los Olivos,
y luego por la traición de su sobrino? Porque la traición de Judas
se duplicó con el abandono de los demás:
"Entonces todos los discípulos le abandonaron y huyeron..."
{Mateo, 26, 56; Marcos, 14, 50.)
Por eso, en las Homilías clementinas, cuyo nombre original era El escrito
primitivo, la epístola de Clemente a Santiago comienza así:
"Clemente, a Santiago, hermano del Señor, obispo de tos obispos,
que gobierna la santa iglesia de los hebreos, en Jerusalén, así
como las iglesias fundadas afortunadamente por todas partes por la Providencia
de Dios, con los presbíteros, los diáconos y los otros hermanos,
que la Paz sea siempre con vosotros..."
Observaremos que Rufino, en el siglo iv, el Rufino que se permitía, al
traducir a Orígenes un siglo después de su muerte, corregir su
obra cuando no le parecía suficientemente ortodoxa, Rufino traduce así:
"Santiago, hermano del Señor" (To Kurion adelfas). No habla,
tampoco él, de primos (anepsios). Y lo mismo encontramos en la Vulgata
de san Jerónimo.
Así pues, está entendido. Fue Santiago el que dirigió la
iglesia de Jerusalén, así como todas las otras. Simón-Pedro
no es en modo alguno el jefe de éstas. El "príncipe de los
apóstoles", presentado desde siempre como el primer papa, es un
error histórico, y lo que viene a continuación va a confirmarlo.
Señalaremos, en primer lugar, que cuando Jesús hubo dirigido a
Simón-Pedro las palabras que transmite Mateo (16, 18-19): "Tú
eres Pedro y sobre esta piedra...", los apóstoles discutieron todavía
sobre cuál de entre ellos era el más importante en la comunidad,
aparte de Jesús (Marcos, 9, 34; Mateo, 18, 1). Por consiguiente, no admitían
la "transmisión" efectuada por Jesús en favor de Pedro
y estaban poniéndolo todo en tela de juicio. Existían, pues, unos
elementos en este problema que así lo autorizaban, y que no han llegado
hasta nosotros.
Por otra parte, los fíeles procedentes del judaismo, y por lo tanto circuncidados,
creían tan poco en la supremacía de Simón-Pedro que discutieron
con él y le reprocharon haber entrado en casa de los incircuncisos y
de haber comido con ellos (Hechos, 11, 2-3). Y él mismo se justifica
a continuación ante ellos, ante los apóstoles y ante los ancianos.
Por lo tanto, no se siente en modo alguno el jefe de la Iglesia naciente (Hechos,
15, 7-11).
En esta ocasión reivindicará la evangelización de los gentiles,
¡y ésa será más adelante la causa de su rivalidad
con Pablo! Privado de toda autoridad primacial ante los judíos que abrazan
la nueva ideología, piensa ejercerla sobre los paganos. ¡Pero he
ahí que otro le birla este nuevo terreno!
No sería él quien abriría el Sínodo de Jerusalén,
aquel primer Concilio (Hechos, 15, 7), y tampoco sería él quien
lo cerraría, sino Santiago, en los dos casos (Hechos, 15, 13). Fueron
los otros apóstoles quienes decidieron en Jerusalén, al enterarse
de que en Samaría había ya núcleos favorables a su ideología,
enviar allí a Simón-Pedro y a Juan (Hechos, 8, 14).'
El propio Pablo, que sin embargo era totalmente nuevo en la naciente Iglesia,
no teme igualarse a él. Léase atentamente la Segunda Epístola
a los Corintios, capítulo 10,12 a 18, y capítulo 11, 4 y 5, y
se verá que esos pasajes son sobradamente claros.
En su Epístola a los galatas (2,9), Pablo no habla en absoluto de una
primacía de Simón-Pedro, sino que lo cita como componente, con
Santiago y Juan, sus hermanos, de una de las tres "columnas" del nuevo
movimiento. Y lo sitúa en segundo lugar:
"Santiago, Cefas y Juan, que pasan por ser las columnas, reconocieron la
gracia que me había sido concedida, y nos dieron a mí y a Bernabé
la mano en señal de asociación..." (Guíalas, 2, 9.)
En ese mismo capítulo de la Epístola a los galotas vemos cómo
Simón-Pedro consiente en compartir con Pablo el terreno de influencia
que primitivamente era el suyo, cosa que no habría podido admitir si
hubiera estado convencido de ser el jefe de la Iglesia.
Pablo no teme amonestarle públicamente, como se trata a un igual:
"Pero cuando Cefas fue a Antioquía, en su misma cara yo le resistí,
porque se había hecho reprensible. Pues antes de venir algunas personas
enviadas por Santiago (el verdadero jefe de la Iglesia), comía con los
gentiles. Pero en cuanto llegaron, se retraía y se esquivaba, por miedo
a los circuncidados. Y como él, los otros judíos consintieron
en la simulación, tanto que hasta Bernabé se dejó arrastrar
por su hipocresía..." (Calatas, 2,11 a 14.)
Reconocemos ahí al hipócrita que, por tres veces, renegó
de su hermano y su rey la noche del apresamiento de Jesús.
Cuando Pablo menciona los diversos cargos que Jesús instituyó
en el movimiento (Éfesios, 4, 11-12) no hace mención alguna de
un jefe supremo, ni de una autoridad central entregada a un solo hombre. Parece
ignorar incluso la de Santiago, que no obstante conoció bien. Es más,
basándose sin duda en la palabra de Jesús, mencionará la
igualdad como uno de los dones aportados por Jesús:
"Se trata de seguir una regla de igualdad..." (// Corintios, 8,13.)
Y este precepto, teniendo en cuenta la época, es una teoría anarquista
en una sociedad civil que reposa sobre la esclavitud, la desigualdad de los
individuos y de los sexos. Así que, de hecho, todos son, como Simón-Pedro,
"barjonna", anarquistas.
El propio Simón-Pedro, consciente de todo su pasado poco brillante (Lucas,
5, 8), no se atribuye ninguna superioridad jerárquica sobre los otros
apóstoles:
"A los presbíteros que hay entre vosotros los exhorto yo, presbítero
como ellos..." (Primera Epístola de Pedro, 5,1.)
No hay que perder de vista que el movimiento es exactamente igual al llamado
"zelota", fundado por Judas de Gamala. Éste había instituido
un doble poder:
" temporal, representado por él mismo, descendiente de David,
" y espiritual, representado por un cohén, que inicialmente pertenecía
a la secta farisea, y que se llamaba Zadoc.
Pues bien, en la Historia eclesiástica de Eusebio de Cesárea leemos
esto, que es muy curioso:
"Juan, también, aquel que apoyó su cabeza sobre el pecho
del Señor, que fue sacerdote (cohén, en hebreo), y que llevó
el petalon, que fue mártir y didáscalo, reposa en Efeso."
(Op. cit., III, XXXI, 3.)
Ahora bien, el petalon era una insignia pontifical, propia de los sumos sacerdotes
judíos; está descrito en el Éxodo (28, 36-38) como una
lámina de oro con la inscripción "Santidad de Yavé",
y estaba fijado sobre la tiara frontal del pontífice.
En otro punto, también de la Historia..., leemos:
"El trono de Santiago, de aquel que fue el primero en recibir del Salvador
y de los apóstoles el episcopado de la Iglesia de Jerusalén, y
que las divinas Escrituras designan corrientemente como el hermano de Cristo,
también se ha conservado hasta ahora..." (Op. cit.,VII,XIX.)
Pero los tronos episcopales no aparecerán bajo el aspecto de cátedras
de piedra o de mármol hasta que los cristianos posean basílicas,
es decir, hasta el siglo iv. Ese trono, que en opinión de los exegetas
católicos debía ser de madera, probablemente de cedro, indicaría
la autoridad de Santiago, y el petalon la de Juan.
En conclusión: si el segundo llevaba el símbolo de la autoridad
espiritual, ese petalon reservado a los pontífices de Israel, el trono
de Santiago representaba la autoridad temporal. Era, pues, un trono real, y
no una cátedra que simbolizaba la autoridad espiritual. Así los
dos poderes estaban bien separados, como en la corriente zelota analizada antes.
Hubo, por lo tanto, separación en dos autoridades a la muerte de Jesús.
Por otra parte, numerosos pasajes de los Evangelios demuestran que Jesús
no había establecido ninguna autoridad espiritual o dogmática
entre sus hermanos y discípulos, y la frase en que figura el célebre
juego de palabras probablemente no tuvo jamás aplicación, ya que
los acontecimientos sucesivos decidieron de otro modo. A este respecto citaremos:
Mateo (23, 8-9), Marcos (10, 42-45), Lucas (20, 24-26), // Epístola a
los Corintios (11, 5), Epístola a los Galotas (2,6, 11, 14), / Epístola
de Pedro (5, 1-3).
Además, el hecho de que Simón-Pedro no fue jamás considerado
como el jefe supremo de la Iglesia naciente lo demuestran, sin discusión
posible, los versículos siguientes: Juan (20, 22-23), Mateo (22, 8,12),
Hechos (5, 29), // Corintios (11, 5).
Sobre el problema de un viaje de Simón-Pedro a Roma y sobre su muerte
en esa misma ciudad, no encontramos ninguna alusión en el Nuevo Testamento.
Ni tampoco los cuatro Evangelios, ni las Epístolas de Pablo, de Santiago,
de Juan o de Pedro dicen nada de ello ni hacen la más vaga alusión.
Es más, la Apocalipsis dice lo contrario, y confirma lo que nos cuenta
la historia oficial. Y Pablo, en su Epístola a los romanos, en la que
saludaba a los numerosos cristianos establecidos en la capital del Imperio,
no hace ninguna alusión a Pedro, ni a una estancia de éste, tanto
actual como precedente, en la Ciudad Eterna.
De modo que si Pedro fue allí, sería accidentalmente, y no quedó
ninguna huella, ninguna tradición oral durante los tiempos apostólicos.
Será mucho más tarde, a finales del siglo u y comienzos del III,
cuando se establecerá la leyenda, con el texto de Tertuliano (muy equívoco,
por cierto), contra el edicto del papa Calixto, la noticia de Gayo y la indicación
de Macario de Magnesia, citando al neoplatónico Porfirio. Hubo doscientos
años de silencio antes de que apareciera, lo cual resta mucho valor a
una tradición, que por otra parte era puramente oral.
Por el contrario, la tesis de su muerte en Jerusalén está mucho
mejor asentada, y el mismo lector podrá juzgarlo.
Observaremos en primer lugar que Simón-Pedro desaparece de los textos
del Nuevo Testamento inmediatamente después del Sínodo de Jerusalén.
En los Hechos no se habla absolutamente más de él después
del capítulo 15, que relata ese primer concilio bajo la presidencia de
su hermano Santiago.
¿Cuándo tuvo lugar esa importante asamblea? La cronología
del cristianismo en su primer siglo es muy imprecisa. No hay ninguna fecha que
pueda afirmarse con seguridad. En efecto, los autores antiguos daban pocas fechas.
Se utilizaban como punto de referencia o bien la era de la fundación
de Roma, o la del reinado de tal o cual cesar. Por lo tanto, la única
manera que tenemos de observar los hechos es tomándolos en una perspectiva
ordenada, aunque sin imponerles ninguna exactitud cronológica. Hasta
el siglo IX, bajo Carlomagno, no se empezó a fechar los años a
partir del supuesto nacimiento de Jesús. No obstante, podemos establecer
el esquema cronológico siguiente:
La opinión general es que Pablo fue enviado a Chipre, con Marcos, alias
Juan, y Barsabas, en el año 45. El viaje duró un año, y
regresó, efectuando un largo periplo que analizaremos en su momento,
a Antioquía, y de allí fue a Jerusalén, para el sínodo.
Nos encontramos pues, por lo que parece, en el año 46.
El hambre causaba estragos, lo cual, teniendo en cuenta el bandolerismo generalizado
y las incesantes guerras civiles, no es nada asombroso, pero confirma que la
lucha por la independencia llevada a cabo por los celólas simplemente
se había extendido.
Ahora bien, Tiberio Alejandro, sobrino de Filón de Alejandría
(llamado Filón el Judío), caballero romano, fue procurador en
Ju-dea en el año 46, hasta el 47, ya que Ventidius Cumanus le sucedió
a finales del 47. El propio Tiberio Alejandro había sucedido en el año
46 a Cuspius Fadus.
Por otra parte, si tomamos las Antigüedades judaicas de Flavio Josefo,
en el libro XX leemos lo siguiente:
"Fue bajo éste (Tiberio Alejandro) cuando sufrió Judea la
enorme carestía de víveres que hizo que la reina Elena (reina
de Abdiadena) comprara trigo a Egipto a elevado precio para distribuirlo a -los
indigentes, tal como he dicho antes. Fue también en aquel mo- mentó
cuando apresaron a los hijos de Judas de Galilea, quien había incitado
al pueblo a rebelarse contra los romanos cuando Quirino procedía al censo
de Judea, como hemos contado precedentemente. Esos dos eran Jacobo y Simón.
Alejandro ordenó crucificarlos..." (Flavio Josefo, Antigüedades
judaicas, XX, v, 2.)
Es evidente que Jacobo, nombre hebreo, es nuestro Santiago apóstol (latín:
Jacobus; griego: Jacobos). Su compañero es nuestro Simón-Pedro.
Y por esta razón no encontramos ninguna huella de este último
después del Sínodo de Jerusalén (Hechos, 15), así
como tampoco de su hermano Santiago, alias Jacobo. Eusebio de Cesárea,
en su Historia eclesiástica, sólo confirma que estuvo en Jerusalén
"en los tiempos del hambre" (op. cit., III, VII, 8), es decir, en
los años 46-47.
Así pues. Santiago y Simón-Pedro fueron crucificados en los anos
46-47, a la salida del sínodo, en Jerusalén. Conclusión
inevitable: Simón-Pedro, por lo tanto, no murió crucificado en
Roma, cabeza abajo, en el año 67.
Faltaría todavía que nos dijeran dónde estuvo y qué
hizo durante los diecisiete años que separan el año 47, en que
desaparece de todos los textos del Nuevo Testamento, bajo Claudio, de su pretendida
muerte en Roma en el 64, bajo Nerón. Los destinos de los apóstoles,
sus leyendas por separado, son muy poco conocidas. En su Historia eclesiástica
Eusebio de Cesárea nos dice lo siguiente:
"Los asuntos de los judíos estaban en este punto. En cuanto a los
santos apóstoles y discípulos de nuestro Salvador, éstos
se habían dispersado por toda la tierra habitada. Tomás, según
cuenta la tradición, obtuvo en reparto el país de los partos,
Andrés la Escitia, Juan el Asia, donde vivió. Murió en
Éfeso. Pedro parece ser que predicó a los judíos de la
dispersión en el Puente, en Galacia, Bitinia, Capadocia y Asia; finalmente,
como también fuera a Roma, fue crucificado allí, cabeza abajo."
(Op. cit., III, 1,1-2.)
Pedro parece ser... Y Eusebio escribe esto en el siglo IV.
Con los siglos la suposición, hábilmente dirigida, se convertirá
en certeza.
La Academia Pontifical Arqueológica, por su parte, hizo saber, con toda
lealtad, el 27 de noviembre de 1969, que la "cátedra" llamada
de san Pedro, cerrada desde la época de Urbano VIII (1666) en el monumento
especialmente encargado a Bemini, era en realidad el trono del emperador Carlos
el Calvo, utilizado con ocasión de su coronación en Roma el 25
de diciembre del año 875, y regalado a continuación al papa Juan
VIII. El control mediante el carbono 14 permitió confirmar lo que los
documentos de archivo consultados acababan de revelar, o, más exactamente,
de recordar. El último examen se remontaba a 1867, cuando tuvieron lugar
las fiestas de conmemoración del decimoctavo centenario del pseudo martirio
de Simón-Pedro en Roma, en el año 67. Pero en aquella época
el papa Pío IX ignoraba sin duda la existencia de dichas piezas de archivo,
y el carbono 14 era desconocido.
Mas nosotros hemos tomado ya partido. Tal como cuenta fielmente Flavio Josefo
en sus Antigüedades judaicas, en el libro XX, Simón y su hermano
Santiago fueron crucificados al concluir el Sínodo de Jerusalén,
en Jerusalén mismo, por orden de Tiberio Alejandro, procurador de Roma,
y este detalle nos permite precisar la época.
En el año 46, Cuspius Fadus es procurador.
En el 46, Tiberio Alejandro le sucede en este cargo.
A finales del 47, Ventidius Cumanus sucede a Tiberio Alejandro.
Por lo tanto, la crucifixión de Simón-Pedro y Santiago en Jerusalén
hay que situarla a caballo de los años 46-47.
Por otra parte, tenemos una confirmación de este hecho en la Apocalipsis;
es Jesús quien habla:
"Daré a mis dos testigos el poder de profetizar, vestidos de saco,
durante mil doscientos sesenta días. [...] Éstos tienen el poder
de cerrar el cielo, a fin de que no caiga la lluvia los días de su ministerio
^ profetice, y tienen el poder de transformar las aguas en sangre y de azotar
la tierra con todo género de plagas cuantas veces quisieren..."
(Apocalipsis, 11, 1 a 6.)
Traduzcamos: en el curso de un período de intensa sequía, los
dos "testigos" desencadenarán una guerra civil tal que la sangre
será tan abundante como el agua. Veamos lo que sigue:
"Cuando hubieren acabado su testimonio, la bestia que sube del abismo les
hará la guerra, los vencerá y los matará. Y sus cadáveres
permanecerán en la plaza de la gran ciudad, que espiritualmente es llamada
Sodoma y Egipto, donde también su Señor fue crucificado..."
(Apocalipsis, 11, 7-9.)
Sigamos traduciendo: los dos testigos (Santiago y Simón-Pedro) serán
ejecutados de tal forma que sus cadáveres serán expuestos (11,
9) durante tres días (11, 9), y luego echados a la fosa de infamia (11,
9). Esa era la suerte de los cadáveres de los crucificados. Porque a
un decapitado no lo dejaban en la plaza.
Por otra parte, la muerte en la cruz Jesús se la había predicho
ya a Simón-Pedro de forma bastante ambigua: "Cuando eras joven,
te ceñías e ibas a donde tú querías. Pero cuando
seas viejo, extenderás tus manos, otro te ceñirá y te llevará
a donde tú no quieras..." (Juan, 21, 18.) Las manos extendidas evocan
la crucifixión, y el hecho de estar ceñido, la flagelación
previa, ya que el condenado era encadenado, por la cintura, a una columna o
un poste.
La ciudad llamada "espiritualmente" Sodoma y Egipto es Jerusalén,
a causa de sus adulterios espirituales y de la cautividad de los dos testigos.
Además, es la ciudad "donde su Señor fue crucificado...".
¿Hay algo más preciso?
El resto procede de las mismas exageraciones que el comienzo en cuanto a los
milagros que, a decir verdad, no tuvieron lugar. Para persuadirse, el lector
no tendrá más que proseguir la lectura del capítulo 11,
y se convencerá.
En resumen:
Los dos testigos crucificados en Jerusalén en los tiempos del hambre
y de la guerra civil son, sin lugar a dudas, según la Apocalipsis, Simón-Pedro
y Santiago. Y esto coincide con el relato histórico de Flavio Josefo.
Todo concuerda.
Pero en sus Antigüedades judaicas (libro XX, V, 2) nos precisaba que ese
Jacobo (Santiago) y ese Simón eran los dos hijos de Judas el Galilea,
alias ludas de Gómala, y por lo tan,to que eran hermanos.
Ahora bien, en el capítulo que trataba de los hermanos de Jesús
hemos citado los versículos que establecen que Santiago (Jacobo en hebreo,
evidentemente) y Simón eran hermanos menores de Jesús. Remitimos
al lector a dichas citas.
Por consiguiente, silogismo inatacable, si Santiago y Simón eran, por
una parte, hijos de Judas el Galileo (alias Judas de Gamala), y, por otra parte,
ambos eran hermanos de Jesús, dicho Jesús era también hijo
de Judas el Galileo...
Lo cual explica que Jesús, en sus teorías, recogiera numerosos
elementos de la doctrina del citado Judas de Gamala, aquella doctrina en la
que se basó la cuarta secta fundada por éste, y de la que nos
habla Flavio Josefo en sus Guerras de Judea y en sus Antigüedades judaicas.
Observaremos también que con frecuencia Jesús se llama a sí
mismo "hijo del hombre". ¿Qué quiere decir con esto?
Aquí abajo todos somos hijos del hombre. Es decir que, en hebreo, bar-aisch
no significa nada. Pero, afortunadamente, existe un segundo vocablo para designar
al hombre. El antiguo germánico conoce la palabra bar, que significa
hombre libre, y ese término dio lugar a nuestro barón. El hebreo
posee la palabra geber, que significa lo mismo, pero que tiene, además,
el sentido de héroe.
Por lo tanto, si traducimos "hijo del hombre", no por bar-aisch, sino
por bar-geber, tenemos "hijo del hombre libre", o "hijo del héroe",
características todas que se acomodan perfectamente a Judas de Gamala,
el "héroe del censo", el hombre que llamó a Israel a
la insurrección en nombre de Yavé, y que hizo acuñar unas
monedas que llevaban como exergo el término de medina, que significa
"república", que organizó Israel siguiendo dicho modelo,
y elaboró una doctrina en la cual únicamente Dios era el rey del
pueblo elegido.
Así pues, sería el "Héroe de Dios" (Geber-ael)
el que fecundaría a la joven virgen llamada María, pero, en realidad,
no se trataría de un puro espíritu (porque Gabriel, arcángel,
significa asimismo "héroe de Dios"), sino de un héroe
de tres dimensiones, de un hombre en el sentido completo del término.
Un último argumento apoya todavía la tesis de que Simón-Pedro
y Santiago-Jacobo, su hermano, eran hijos de Judas de Gamala. Se encuentra en
las Homilías clementinas, apócrifo sacado del Escrito primitivo,
otro apócrifo del siglo II, de origen sirio o transjordano, atribuido
a Clemente de Roma, discípulo directo de Pedro.
En las Homilías clementinas encontramos este extraño pasaje, que
contradice formalmente a los Evangelios canónicos:
"Ante estas palabras Pedro respondió: "...Porque yo y Andrés,
mi hermano, carnal y ante Dios, no sólo fuimos criados como huérfanos,
sino además, a causa de nuestra pobreza y de nuestra penosa situación,
desde nuestra infancia estuvimos acostumbrados al trabajo. Por eso soportamos
bien ahora las fatigas de los viajes..."" (Clemente de Roma, Homilías
clementinas, XII, VI.)
De modo que Simón-Pedro y Andrés, su hermano, fueron huérfanos
muy pronto, vivieron en la pobreza toda su infancia, y tuvieron que trabajar
desde muy jóvenes. Esto se comprende muy bien si ambos eran los hijos
de Judas de Gamala, muerto en el curso de la revolución del Censo. Y
esto contradice, además, la existencia de un padre vivo, del pseudo Zebedeo,
inventado por las necesidades de la causa.
En vista de todo lo precedente, se comprende muy bien la necesidad de los escribas
anónimos de los siglos iv y v, deseosos de encubrir totalmente la figura
de Judas de Gamala, de dar a Simón-Pedro y a Andrés, "su
hermano carnal", un padre con otro nombre, ¡y éste perfectamente
vivo! Y nuestros escribas imaginaron a Zebedeo:
"Pasando más adelante, vio (Jesús) a otros dos hermanos:
a Santiago, hijo de Zebedeo, y a Juan, su hermano, que se hallaban en una barca
con Zebedeo, su padre, y componían sus redes..." (Mateo, 4, 21.)
Pues bien, sabemos por Mateo (13, 55) que Simón y Santiago eran hermanos,
lo que Lucas (5, 10), púdicamente, llama "asociados".
Por lo tanto, los canónicos dicen de Simón, implícitamente,
que es "hijo de Zebedeo". En cambio, en otro punto se dice que es
hijo de un misterioso Jonás (barjonna), y ya hemos visto qué había
que entender de ello (Juan, 21, 15). De hecho, no era hijo ni de Zebedeo ni
de Jonás, era huérfano de padre, y ese padre se llamaba Judas
de Gamala. La contradicción entre Mateo (4, 21), que le llama hijo de
Zebedeo, y Juan (21, 15), que le llama hijo de Jonás, no hace sino acentuar
las mentiras de los escribas.
A menos que María, esposa de Judas de Gamala, se hubiera vuelto a casar
a la muerte de este último. Ello era perfectamente lícito una
vez era patente el fallecimiento. Contrariamente al derecho común, según
el cual cualquier hecho debía tener dos testigos para ser confirmado,
para certificar un fallecimiento bastaba con un solo testimonio, y la muerte
del esposo podía incluso ser sólo presumible (Talmud: Yebamoth,
88ª) si el testigo era perfectamente honorable. Pues bien, no todos los
compañeros de Judas de Gamala perecieron con él, de modo que su
muerte pudo ser fácilmente atestiguada, y además los romanos la
difundieron. En ese caso, Zebedeo pudo ser el segundo esposo de María,
viuda de Judas, ya que la vida, en aquellos tiempos de disturbios, era terrible
para una mujer viuda, con tantos niños que criar.
Uno de los motivos, y no el menos importante, de ese nuevo matrimonio sería
la necesidad de salvar a los hijos del gran Galileo, a fin de salvaguardar la
estirpe davídica, la filiación real. Y ese nuevo matrimonio, que
quizás le fuera impuesto por el partido ze-lota, permitiría conservar
el secreto de su existencia. En adelante serían, oficialmente, "hijos
de Zebedeo".
En efecto, los romanos no teman por costumbre respetar la vida de la progenie
de los rebeldes. Conocemos la historia de aquellas niñas y niños
judíos que fueron embarcados en un navio con destino a los lupanares
de Italia, y que se enteraron por la tripulación, atrevida y burlona,
de su destino final. Todos sin excepción, a la señal de uno de
ellos, se precipitaron al mar para evitar semejante degradación. Asimismo,
cuando Rabbi Hanania, subjefe de los cohanin e hijo de Theradion, decidió
continuar enseñando la Tora a pesar de la prohibición romana (bajo
el reinado de Adriano), se le condenó a ser quemado vivo, con un rollo
de la citada Tora enrollado alrededor de su cuerpo. Su mujer fue también
condenada a muerte, por no haber impedido a su marido que se entregara a esos
estudios sagrados, y su hija fue encerrada en una casa de prostitución.
Fue Rabbi Meir, que se había casado con la sabia Beruria, hermana de
Rabbi Hanania, quien compró a la muchacha de nuevo.
Por otra parte, los romanos buscaban a los supervivientes de la estirpe davídica
para tenerlos bajo vigilancia en los períodos de paz, y exterminarlos
en períodos de disturbios. En la Historia eclesiástica, por ejemplo,
leemos lo siguiente:
"Se cuenta, además, que después de la toma de Jerusalén,
Vespasiano ordenó buscar a todos los descendientes de David, para que
no quedara, entre los judíos, ni un solo hombre de la tribu real. Y a
causa de esta orden, sobre la cabeza de los judíos pendió de nuevo
otra gran persecución..." (Eusebio de Cesárea, Historia eclesiástica,
III, XII.)
"El misma Domiciano ordenó suprimir a los descendientes de David.
Una antigua tradición cuenta que algunos herejes denunciaron a los descendientes
de Judas, que era un hermano camal del Salvador, como emparentados con el propio
Cristo. Eso mismo lo demuestra Hegesipo, que dice en algún sitio: "Todavía
existían, de la raza del Salvador, los nietos de Judas, a quien llamaban
hermano carnal de aquél. Los denunciaron como pertenecientes a la raza
de David. El evocatus los condujo ante Domiciano César, ya que éste,
al igual que Heredes, temía la venida de Cristo. Les preguntó
si eran de la raza de David, y ellos dijeron que sí. Entonces les preguntó
cuántas propiedades tenían, qué riquezas poseían.
Ellos dijeron que entre los dos poseían solamente nueve mil dinares,
y que cada uno de ellos tenía la mitad, y añadieron que ni siquiera
lo tenían en metálico, sino que era la valoración de una
tierra de treinta y nueve pletras, sobre la que pagaban impuestos, y que ellos
mismos cultivaban para vivir. Después mostraron sus manos, como prueba
de su trabajo personal, alegaron la rudeza de su cuerpo, presentaron las callosidades
incrustadas en sus propias manos a consecuencia de su continua labor. En vista
de eso, Domiciano no los condenó a nada, pero los desdeñó
como hombres simples y los dejó en libertad"." (Eusebio de
Cesárea, Historia eclesiástica, III, XX.)
En efecto, los verdaderos sicarios no tenían por costumbre cultivar la
tierra, y sus manos no debían estar marcadas por las huellas de un duro
trabajo del campo. Pero no por eso concluyó la persecución contra
la estirpe:
"Después de Nerón y Domiciano, se levantó una persecución
contra nosotros, según cuenta la tradición, parcialmente y en
ciertas ciudades, a consecuencia de una sublevación de la población.
Simeón, hijo de Cleofás... consumió su vida con el martirio,
por lo que sabemos (III). Algunos de esos herejes acusaron, con toda seguridad,
a Simón, hijo de Cleofás, de ser de la raza de David y cristiano
(III). Porque era cristiano fue atormentado de diversas maneras durante varios
días, y después de haber asombrado profundamente al juez y a quienes
le rodeaban, tuvo un fin parecido a la pasión del Señor... "(0p.
cit., III.XXXII.)
El Chronicon paschale sitúa esta muerte en el año 105. Igual que
Simón-Pedro y Jacobo-Santiago en el año 48, aquél también
fue crucificado:
"...Simón, filius Cleophae, qui in Hierosolymis episcopatum tenebat,
crucifigitur cui succedit lustus..." (Cf. Chronic. ad anum 107, Pág.
194.)
Observemos, de todos modos, que se confiesa que esta persecución (preferiríamos,
para ser más exactos, el término de represión) se produjo
a consecuencia "de una sublevación de la población".
Podemos estar seguros de que se trató, una vez más, de una tentativa
de la corriente zelota de devolver a Israel su independencia, ambición
legítima y loable. Pero liberemos a un emperador como Traja-no, conocido
por su elevado valor moral y su austeridad, de la acusación de intolerancia
anticristiana. Efectuó una represión contra una sublevación
de orden político, pero no decidió efectuar una persecución
contra una creencia religiosa.
RESUMEN
Al ser este capítulo uno de los más copiosos y más importantes
de toda la obra, ya que constituye la clave de ella, es conveniente resumirlo,
teniendo en cuenta lo que nos habían aportado las obras precedentes,
y hacer el balance de nuestras conclusiones.
Hemos constatado que:
" el ángel Gabriel no se le apareció jamás a María,
y ésta Jamás fue fecundada por el Espíritu Santo;
" Jesús fue concebido como todos los hijos de los hombres: por un
padre y una madre perfectamente carnales y normales;
" Jesús tuvo luego hermanos y hermanas menores, y muy probablemente
un hermano gemelo;
" Simón-Pedro y Santiago (en hebreo: Jacobo) están citados
entre los supuestos hermanos de Jesús;
" Santiago (Jacobo) y Juan (lochannan) representaron cada uno, y respectivamente,
en el seno de la fracción mesianista y del movimiento nuevo, uno el poder
temporal (el trono), y el otro el poder espiritual (elpetalon);
" no se encuentra en los Evangelios, en los Hechos de los Apóstoles
ni en las Epístolas rastro alguno de una estancia de Simón-Pedro
en Roma. Esta tradición, puramente oral al principio, no aparece hasta
dos siglos después;
" está establecido históricamente, y admitido por todas las
Iglesias (católica, ortodoxa, reformada), que Santiago (Jacobo) murió
en Jerusalén;
" Simón-Pedro y Santiago (Jacobo) se encuentran, en efecto, en Jerusalén
en el año 47-48, en el momento de la gran carestía de alimentos
y del primer sínodo en esta ciudad, y desaparecen en dicha fecha del
Nuevo Testamento;
" la Apocalipsis prevé, o cuenta, que a los dos "testigos"
de Jesús se les dará muerte "en la ciudad donde su Señor
fue crucificado", y que sus cadáveres permanecerán expuestos
durante tres días allí. Ese es precisamente el caso de los crucificados.
Por lo tanto se trata de la crucifixión en Jerusalén de esos dos
"testigos";
" Flavio Josefo, en sus Antigüedades judaicas, cuenta que Simón
y Jacobo (Santiago), "ambos hijos de Judas de Gamala", fueron crucificados
en Jerusalén, por orden de Tiberio Alejandro, procurador de Roma;
" ahora bien. Tiberio Alejandro no fue procurador de Roma hasta finales
del 46, y concluyó a finales del 47, época precisamente del Sínodo
de Jerusalén y de la "gran hambre", durante la cual, como hemos
visto, Simón-Pedro y Santiago (Jacobo) están en Jerusalén,
y desaparecen entonces del Nuevo Testamento.
SILOGISMO DE CONCLUSIÓN
a) el Simón y el Jacobo que Tiberio Alejandro hizo crucificar en Jerusalén
son los mismos que el Simón-Pedro y el Jacobo, llamado Santiago, de los
Evangelios;
b) como tales, son "hijos de Judas de Gamala", alias Judas el Galileo
o Judas el Gaulanita, el "héroe de la rebelión del Censo";
c) al haber sido establecido que son hermanos menores de Jesús, Jesús
es, por lo tanto, necesariamente, también "hijo de Judas de Gamala",
el hijo primogénito...
Si el lector considera que el silogismo que prueba cuál es el verdadero
padre carnal de Jesús no tiene suficientes elementos de juicio con las
observaciones precedentes y sus conclusiones, es evidente que se encuentra en
la obligación de volver a la leyenda de "san José, padre
adoptivo de Jesús".
Queda entonces por establecer por qué lo ignoramos todo de él,
de lo que hizo desde la época en que desaparece súbitamente de
los Evangelios (es decir, cuando el Jesús de éstos no tenía
más que doce años, según Lucas, o veinticuatro, según
Mateo), cuándo y cómo murió el tal José, por qué
no se ha podido recoger ninguna tradición sobre él, ni en los
Evangelios, ni en los Hechos, ni en las Epístolas, y por qué Papías
y Eusebio de Cesárea no escribieron nada sobre él, etcétera.
En resumen, hay en torno a él un misterioso silencio, que es mucho más
elocuente que si existiera alguna tradición.
Según los Evangelios apócrifos llamados "de la infancia",
habría muerto a la edad de ciento once años, asistido en su lecho
de muerte por Jesús y María.
En este caso, y teniendo en cuenta dicho detalle, habría tenido que morir,
todo lo más tarde, en el año 32, un año antes de la muerte
oficial de Jesús en la cruz, ya que dicha crucifixión tuvo lugar,
según se dice, en el mes de abril, cuando Jesús contaba "oficialmente"
treinta y tres años.
Por lo tanto habría contado 111 - 32 = 79 años cuando nació
oficialmente Jesús, y María, su esposa, tendría entonces
16 o 17 años. Ahora bien, según la ley judía, como ya hemos
visto, la impotencia sexual era un obstáculo legal para toda unión
o para la permanencia de ésta. Y a los 80 años de edad...
Habría que admitir, además, que los hermanos y hermanas menores
de Jesús fueron engendrados por José cuando éste tenía
entre 80 y 87 años. ¡Plantear este problema es, con toda seguridad,
resolverlo!
Por último, los mismos Evangelios apócrifos de "la infancia"
precisan que se casó, por primera vez, a los cuarenta años. En
cambio sabemos que los dieciocho años era el límite de edad a
la que un padre de familia casaba a su hijo en el Israel antiguo.
En conclusión: todas las tradiciones que conciernen al José evanescente
de los Evangelios canónicos son tradiciones imaginadas por los escribas
anónimos de lengua griega, en los siglos iv y V, en su ignorancia de
los usos y costumbres hebraicos, dado que la nación judía no existía
ya desde el año 70, fecha de la toma de Jerusalén.
Y de nuevo nos encontramos con la solución clara y neta, aunque cargada
de tremendas consecuencias, que nos transmiten las Antigüedades judaicas
de Flavio Josefo: Judas de Gamala fue, en realidad, el verdadero padre de Jesús.
8.- El nido de águilas: Gamala
"¡Los vencidos son aquellos que no esperan vencer!...
1. OLMERO, Canto a Bolívar
Al este del lago Tiberíades, alias lago de Genezaret, a veces pomposamente
llamado "mar de Galilea", se encuentra una montaña coronada
por una especie de giba, de donde proviene su nombre, dado que gomal significa
camello. En la cima de dicha giba hay un pueblo, que antaño fue una aldea
muy grande, verdadero nido de águilas, cuyo nombre es Gamala. En su juventud,
Flavio Josefo fue "gobernador de Galilea y de Gamala..." (Flavio Josefo,
Guerras de Judea, II, 11.) La importancia de dicha plaza fuerte viene subrayada
por el hecho de que se la cite aparte.
Veamos lo que dice de ella nuestro autor, con ocasión de la campaña
de Vespasiano:
"Después de la toma de Jopata, todos los galileos que habían
escapado a los brazos de los romanos se entregaron a ellos. Entonces éstos
ocuparon todas las plazas, excepto Gischala y el monte Itabyrios (el Tabor).
A los insumisos se añadió también Gamala, ciudad de los
Tariqueos, situada en la parte alta del lago, allá donde finalizaba el
reino de Agripa, y limitaba con Sogoné y Seleucia, y con la zona en la
que se encuentra también el lago de Semechonitis. Tiene sesenta verstas
de anchura, y llega hasta el pueblo llamado Daphne, que es bellísimo,
y es donde están las fuentes de las que nace el río Jordán,
bajo el templo de la Vaca de Oro [uno de los terneros de oro de Jeroboam; /
Reyes, 12, 29], antes de llegar al gran Jordán. Agripa, al diputar a
estas plazas y concederles su fe, las había pacificado.
"Pero Gamala no se sometía, confiando en su solidez, ya que el suelo
era rocoso y la ciudad se levantaba sobre un contrafuerte, como sobre un cuello
y dos hombros, lo cual le daba la apariencia de un camello. Pero se la denominó
Gomal, ya que ias gentes del país no podían llamarla por su verdadero
nombre de Kamil (pronunciación galilea de Camal), porque detestaban a
dicho animal (en griego kamélos).
"Por sus flancos y de frente había precipicios sin fondo; por detrás
no estaba fortificada, pero los habitantes la habían reforzado mediante
un profundo foso. En cuanto a las viviendas, las habían construido extremadamente
compactas en el interior de la plaza, y habían perforado pozos en el
otro extremo de la ciudad.
"Por muy fuerte que fuera esta plaza, Flavio Josefo todavía la fortificó
más, levantó murallas sólidas, y construyó conductos
subterráneos a fin de que se pudiera circular también bajo tierra."
Pero a pesar de esta situación extraordinaria para su defensa, Gamala
fue tomada por Tito, hijo de Vespasiano, el día 23 del mes de Hiperberetaios,
es decir, el 10 de noviembre del año 67 de nuestra era, tres años
antes de la caída de Jerusalén. Hubo cuatro mil judíos
muertos, y cinco mil se lanzaron a los precipicios. Sólo escaparon dos
mujeres, las hijas de una hermana de Felipe, que era uno de los generales de
Agripa. Pero este asalto había costado la vida a once mil legionarios
romanos, incluidos los auxiliares extranjeros.
Antes había sido tomada ya con Gaulana, Seleucia y Farega, cuando Arelas,
rey de los árabes nabateos, se convirtió en rey de Coelesiria,
marchó contra Judea, venció a Alejandro Janeo, y luego firmó
la paz con él. Entonces, una vez aliados, Alejandro Janeo atacó
y se apoderó de esas cuatro ciudades. Esto tuvo lugar aproximadamente
el año 80 antes de nuestra era.
Así era la ciudad que dio su nombre al verdadero padre de Jesús,
el jefe de la revolución del Censo. A veces se le denomina Judas de Galilea
o Judas el Galilea (Hechos, 5, 37), o también Judas el Gaulanita:
"Después de él (Teudas) se levantó Judas el Galileo
en los días del censo, y arrastró al pueblo tras de sí.
Mas él pereció, y todos cuantos habían tenido confianza
en él fueron dispersados..." (Hechos, 5, 37.)
"En el año 42 del reinado de Augusto, y en el 28 de la sumisión
de Egipto y de la muerte de Antonio y Cleopatra, en que acabó la dominación
de los Ptolomeos sobre Egipto, nació nuestro Señor y Salvador
Jesucristo, en el tiempo del primer censo, cuando Quirino gobernaba sobre Siria..."
(Eusebio de Cesárea, Historia eclesiástica, I, V, 2 y Lucas, 2,
1 a 5.)
"Judas, Gaulanita de una ciudad llamada Gamala, tomó a su lado al
fariseo Saddok y empujó al pueblo a la rebelión. Decían
que el censo no servía para otra cosa que para conducir directamente
a la servidumbre, e incitaban al pueblo a que defendiera su libertad..."
(Flavio Josefo, Antigüedades judaicas, XVIII, 4.)
"Entonces un Galileo llamado Judas impulsó a sus compatriotas a
la rebelión, reprochándoles que aceptaran pagar impuestos a los
romanos y que soportaran a unos dueños mortales, que no eran Dios..."
(Flavio Josefo, Guerras de Judea, II, 18.)
"Había asimismo un tal Judas, hijo de Ecequías, aquel temible
cabecilla de bandoleros a quien antaño Heredes no consiguiera aprehender
sino tras las mayores dificultades. Ese Judas reunió alrededor de Sepphoris,
en Galilea, una tropa de desesperados y efectuó una incursión
en el palacio real. Se apoderó de todas las armas que se enconraban allí,
equipó con ellas a todos cuantos le rodeaban, y se llevó todas
las riquezas que había recogido de dicho lugar. Aterrorizaba a todo el
contorno a causa de sus razzias y sus saqueos, que tenían como meta alcanzar
una elevada fortuna e incluso los honores de la realeza, ya que esperaba elevarse
a dicha dignidad, aunque no mediante la práctica de la virtud, sino precisamente
mediante los excesos de su injusticia..." (Flavio Josefo, Antigüedades
judaicas, XVII, 10.)
Flavio Josefo acaba de precisar con esto que Judas de Galilea era el hijo de
Ezequías, de quien dice que se trataba de un "temible cabecilla
de bandoleros". Pues bien, en un capítulo precedente nos había
dado curiosas precisiones sobre el fin de dicho Ezequías, precisiones
que Lemaistre de Sacy mencionó en su cronología bíblica.
En el año 46 antes de nuestra era. Heredes, segundo hijo de Antipater,
era gobernador de Galilea por orden de César. Tras innumerables persecuciones
y combates, sus tropas consiguieron capturar a Ezequías, que por entonces
causaba estragos en Siria, que en aquellos tiempos era romana. Herodes lo mandó
crucificar.
Inmediatamente, éste fue citado para que compareciera ante Hircano, soberano
pontífice de Israel, quien le reprochó vehementemente la muerte
de Ezequías. Herodes consiguió hacerse absolver, tanto gracias
a una buena defensa como a la sombra enfurecida de Roma, a la que Hircano no
se atrevía a enfrentarse.
Y en ese punto se plantea una cuestión: ¿cómo pudo sentirse
indignado el pontífice de Israel por el hecho de que Heredes hubiera
ajusticiado a un cabecilla de bandoleros? Pues simplemente porque ese "bandolero",
en realidad, era el jefe de la estirpe real, un "hijo de David", y
porque ese rey en potencia había recibido previamente ya la unción,
y su bandolerismo era, de hecho, la manifestación de la resistencia judía.
Y lo que tiende a demostrar que Judas de Gamala y su padre Ezequías no
fueron unos malhechores ordinarios como pretende Flavio Josefo es que existió
una doctrina, que tuvo como autor a Judas de Gamala, y que se convirtió
en la doctrina de su movimiento.
En sus Antigüedades judaicas, Flavio Josefo nos describe cuatro sectas
entre las que se repartía el pueblo hebreo. Enumera en primer lugar los
fariseos, luego los saduceos y los esenianos. Pero existe una cuarta:
"Pero un tal Judas el Gaulanita, de la ciudad de Gamala, se acompañó
de un fariseo llamado Saddok, y se precipitó en la sedición. Pretendían
que dicho Censo no traía consigo sino una servidumbre completa, y apelaban
al pueblo a que reivindicara su libertad. Porque, decían, si llegaban
a vencer, sería en beneficio de la fortuna adquirida, y si eran privados
del bien que les quedaba, al menos obtendrían el honor y la gloria de
haber mostrado grandeza de alma. Por otra parte, Dios colaboraría preferentemente
en el éxito de sus proyectos si, ya que visaban a metas muy elevadas,
no ahorraban ningún esfuerzo para alcanzarlas...
"De ahí nacieron sediciones y asesinatos políticos, tanto
de conciudadanos, inmolados al furor que levantaba a unos contra los otros y
a la pasión de no ceder ante sus adversarios, como a enemigos; el hambre
empujaba hasta los extremismos más vergonzantes;
eran tomadas y destruidas las ciudades, hasta que por fin aquella revolución
entregó el templo mismo de Dios al fuego del enemigo. Hasta tal punto
el cambio de las instituciones nacionales y su perturbación influyen
para llevar a la perdición a aquellos a los que alcanzan, ya que Judas
de Gamala y Saddok, al introducir y al despertar entre nosotros una cuarta secta
filosófica, y al rodearse de numerosos adeptos, llenaron el país
de disturbios inmediatos, y plantaron las raíces de los males que causaron
allí estragos más adelante, y todo ello gracias a esa filosofía
desconocida antes de ellos, y de la que quiero hablar un poco, principalmente
porque el favor que dicha secta gozó en la juventud fue lo que causó
la ruina del país...
"La cuarta secta filosófica tuvo como autor a ese Judas el Gali-leo.
Sus sectarios concuerdan en general con la doctrina de los fariseos, pero sienten
un invencible amor por la libertad, ya que juzgan que Dios es el único
jefe y el único señor. Las más extraordinarias variedades
de muertes, los suplicios de sus familiares y amigos, les dejan indiferentes,
con tal de no tener que designar con el nombre de dueño a ningún
hombre. Como mucha gente ha sido testigo de la inquebrantable firmeza con la
que sufren todos esos males, no digo más sobre ello, pues temo, no que
se ponga en duda lo que he dicho respecto a ellos, sino al contrario, que mis
palabras no den una idea demasiado débil del desprecio con el que aceptan
y soportan el dolor. Esa locura comenzó a imperar en nuestro pueblo bajo
el gobierno de Gessius Florus, quien, a causa del exceso de sus violencias,
les decidió a rebelarse contra los romanos. Estas son, pues, las sectas
filosóficas que existen en el pueblo judío..." (Flavio Josefo,
Antigüedades judaicas, XVIII, I.)
Este texto da pie a varias observaciones.
En primer lugar, es erróneo decir que la secta fundada por Judas de Gamala
empezó a imponerse bajo Gessius Florus, ya que éste fue procurador
de Judea en el año 65, y Judas de Gamala incitó a la revolución
del Censo enn el año 6 de nuestra era. Hay que entender que dicha secta
se desarrolló de forma considerable y ganó a la juventud judía
en el año 65. Pero es evidente que animó todas las sediciones
intermedias, desde el año 6 hasta el año 65.
Sobre la insensibilidad de los miembros de la doctrina ante los sufrimientos
de sus supliciados, podemos observar que los Evangelios no hacen mención
alguna del dolor moral de María, su madre, frente a su hijo clavado en
la cruz del escarnio. Ella está allí, sin más, con algunas
otras mujeres. Las numerosas mujeres que acompañan al cortejo judicial
en su ascenso hacia el Góigota, y que se lamentan golpeándose
el pecho, son las habituales plañideras de todo cortejo fúnebre
en esas regiones del Oriente Medio.
De hecho, hay que admitir que ese integrismo mesiánico no es ninguna
novedad en Israel. Así, por ejemplo, en el segundo libro de los Reyes
vemos cómo Ismael, hijo de Netanías, y de raza real, da muerte
a Godolías y a los judíos colaboradores de los caldeos:
"Pero en el séptimo mes llegó Ismael, hijo de Netanías,
hijo de Elisama, de estirpe real, acompañado de diez hombres. Hirieron
mortalmente a Godolías, así como a los judíos y a los caldeos
que se encontraban con él en Misfa. Entonces todo el pueblo, grandes
y pequeños, con los jefes del ejército, se levantaron y se fueron
a Egipto, porque tenían miedo de los caldeos..." (// Reyes, 25,
26.)
Pueden encontrarse más amplios detalles sobre las actividades de dicho
Ismael, "de estirpe real", en Jeremías (41, 1 a 18). Pero el
celo de este hombre, vengador del honor de Israel, aparece de forma harto sospechosa
en el capítulo precedente:
"Pero Yojanán, hijo de Caréaj, y todos los jefes de las bandas
armadas, que se habían dispersado por la región, se presentaron
a Godolías en Mispá y le dijeron: "¿No sabes que Baalís,
rey de los hijos de Ammón, ha enviado a Ismael, hijo de Netanías,
para quitarte la vida?". Pero Godolías, hijo de Ajicam, no les creyó."
(Jeremías, 40, 13-14.)
A Godolías le proponen que tome la delantera y mande matar a Ismael,
pero Godolías se niega, declarando que no existe razón alguna
para que ese tal Ismael desee matarle. Simplemente ignoraba, o había
olvidado, el papel de Baalís, rey de los ammonitas. De manera que, en
realidad, nuestro vengador no era sino un asesino a sueldo.
Si consultamos el segundo libro de los Reyes (// Reyes, 9, 1 a 37), constataremos
que Elíseo, para hacer ejecutar a Joram, rey de Israel, y a Acazías,
rey de Judá, así como a la reina Jezabel, madre de Joram, hará
ungir antes por un hijo de profeta al joven Jehú, hijo de Josafat, hijo
de Nimsi.
Por lo tanto, parece evidente que existía una tradición oculta
que exigía que todo asesinato, toda ejecución, se convirtieran
automáticamente en legítimas si eran perpetradas u ordenadas por
un hombre de raza real, o revestido de la unción real.
Teniendo en cuenta esta larga tradición, que ya se remontaba a más
de novecientos años cuando tuvo lugar la revolución del Censo,
los sectarios de Judas de Gamala y sus sucesores creían ejecutar a sus
adversarios con toda legitimidad.
Basándonos en semejante dato, comprendemos mejor la orden que dio Jesús,
al salir de Jericó y dirigirse hacia Jerusalén, referente a la
matanza de los rehenes o de los prisioneros:
"Y en cuanto a aquellos enemigos míos que no quisieron que yo reinase
sobre ellos, traedlos aquí y degolladlos en mi presencia. Y después
de decir esto. Jesús se colocó en cabeza de los suyos y continuó
la subida hacia Jerusalén..." (Lucas, 19, 27-28.)
Así pues, Gamala, nido de águilas desde donde los combatientes
de la resistencia judía plantaban cara con desfachatez a los romanos,
esa Gamala era la verdadera patria de Jesús, hijo de Judas de Galilea,
de Judas el Gaulanita, y nieto de Ezequías. Y la montaña árida
y salvaje que, a causa de su silueta, dio nombre a la ciudad que se agazapa
sobre ella a la manera de un ave rapaz escrutando la llanura, es, por muy paradójico
que parezca, la montaña del famoso "sermón".
Y, efectivamente, si estudiamos con atención todos los pasajes de los
Evangelios en los que se habla de una montaña (dejemos de lado aquellos
que tratan de las montañas), nos vemos obligados a constatar que, cada
vez, o bien el texto precisa la naturaleza de dicha montaña, o bien habla
de "la montaña", sin más.
Así, por ejemplo, cuando dice la "montaña santa", se
refiere a Sión, sobre la cual está construido Jerusalén
y el santo templo. Si se refiere al monte de los Olivos, lo cita como "la
montaña de los Olivos". Cuando se trata del Tabor o del monte de
la Tentación, habla de una "alto montaña".
Pero a veces dice "la montaña", y nada más. Y hay algunos
versículos en los que se puede adivinar que se trata de una elevación
en las orillas del lago de Genezaret. Pero hay otras que no dejan lugar a ninguna
ambigüedad, y en ese caso la montaña en cuestión es Gamala.
Cómo podía pretenderse, si no, que los discípulos comprendieran
cuál era el lugar exacto de la cita, cuando Jesús les decía,
por medio de un "ángel" (en griego aggelos: mensajero):
"Id a decir a sus discípulos y a Pedro, que os precederá
a Galilea..." (Marcos, 16,7.)
"Id luego y decid a sus discípulos que ha resucitado de entre los
muertos y que os precede a Galilea; allí le veréis..." (Mateo,
28,7.)
Es evidente que con esa expresión, bastante discreta, los iniciados tenían
forzosamente que saber de antemano el lugar exacto de la cita:
"Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús
les había indicado..." (Mateo, 28,16.)
En cambio, él había dicho simplemente esto:
"Id y decid a mis hermanos que vayan a Galilea y que allí me verán..."
(Mateo, 28,10.)
¡Como ya hemos visto, no era necesario dar más precisiones!
9.- Para dar el cambiazo: Nazaret
"Será llamado nazareno.
mateo, 2, 23
Nos queda por aclarar un problema: el de la identificación de Nazaret.
Esta ciudad (Nazaret, Nazara, Nazareth) no figura en ningún texto antiguo.
El Antiguo Testamento -que era tan locuaz en cuanto a la geografía-,
Flavio Josefo, el Talmud, los manuscritos del mar Muerto, ninguno habla de ella.
No aparece hasta los manuscritos de los Evangelios oficiales, es decir, en el
siglo iv. Esta omisión quedará explicada más adelante,
cuando el lector comprenda que no se trata sino de un sobrenombre; es, simplemente,
la "ciudad del navreato", la "ciudad de los puros", en hebreo:
los kadoshim.
En realidad, la aldea actual no apareció materialmente hasta el siglo
VIH, porque un buen día fue forzoso situar esa ciudad de la que hablaban
los Evangelios: los peregrinos eran cada vez más numerosos, y querían
visitar Nazaret. De modo que se las arreglaron para crearla.
Pero no había ni que soñar con presentar bajo dicho nombre a la
verdadera "ciudad del nazireato", que ya hemos visto cuál era.
Revelar su nombre habría significado orientar las mentes hacia el verdadero
padre de Jesús. No obstante, el ignorante siempre miente mal, y la verdad
sale a relucir más tarde o más temprano.
En el Nazaret actual, cuando tuvo lugar el nacimiento oficial de Jesús,
éste habría sido súbdito de Heredes Antipas, tetrarca de
Galilea y de Pe rea. Pero los habitantes de Gamala no se convirtieron en súbditos
de César, es decir, de Roma, hasta el año 34, y entonces dependieron
de su procurador que, en aquel momento, era Pondo Pilatos. Y esto tendería
a demostrar que Jesús fue crucificado, como muy pronto, en el año
34, si no lo fue después.
En efecto, ¿qué dice Juliano el Apóstata, citado por Cirilo
de Alejandría en su Contra Julianumi Lo siguiente:
"El hombre que fue crucificado por Poncio Pilatos era súbdito de
César, y vamos a demostrarlo..."
Súbdito debido al lugar de su nacimiento, claro está.
Evidentemente, Cirilo de Alejandría, como buen obispo cristiano, se salta
la demostración anunciada. Pero esto carece de importancia. Lo que resta
cualquier tipo de valor a la Nazaret actual es su situación geográfica.
En los Evangelios oficiales, por ejemplo, podemos leer lo que sigue:
"Vosotros sois la luz del mundo. Una ciudad situada en la cima de un monte
no puede ocultarse..." (Mateo, 5,14.)
"Y se llenaron de cólera todos en la sinagoga al oír estas
cosas. Y levantándose le arrojaron fuera de la ciudad y le llevaron hasta
la cima del monte sobre el cual estaba edificada su ciudad, con la intención
de despeñarle. Mas Jesús, pasando por en medio de ellos, se fue."
(Lucas, 4, 28-30.)
Esta escena implica la presencia inmediata, a pocos pasos, de un precipicio
o de un profundo barranco cortado a pico. Salen de la sinagoga empujando delante
de ellos al hereje, lo conducen al parapeto y lo precipitan al vacío.
Y ese tipo de ejecución, que es ritual en la ley judía y se acompaña
del lanzamiento de piedras, conduce inevitablemente a Gamala, nido de águilas
rodeado de precipios, como acabamos de constatar. Pero en la Nazaret actual
semejante cosa es, propiamente hablando, totalmente imposible... porque esa
aldea está situada en la suave pendiente de una colina, al suroeste de
un amplio circo, de cimas blandamente redondeadas. Además, esa Nazaret
está situada en un pliegue del terreno, por consiguiente no hay ni precipicios
ni barrancos, y el horizonte es allí reducido, de modo que es imposible
soñar con precipitar a nadie a ningún vacío...
Para paliar semejante inverosimilitud imaginaron entonces que la escena llamada
de la "precipitación" se habría desarrollado en un monte
cercano, al que denominaron, sin prueba alguna, el "monte de la Precipitación".
Desafortunadamente, de Nazaret a dicho monte hay nada menos que una hora larga
de camino. ¿Es plausible que Jesús hubiera aceptado andar durante
una hora, en pleno calor, y ascender a continuación a dicho monte para,
una vez llegados arriba, utilizar por fin su estratagema, escurrirse por entre
la muchedumbre hostil que quena darle muerte, descender de nuevo en sentido
inverso, y volver a andar, durante otra hora, para llegar al camino que le permitiría
huir de Nazaret?
¿Y cómo iban a poder hablar del monte "sobre el cual estaba
edificada su ciudad..." (Lucas, 4, 29-30) si se necesitaban dos horas para
ir y volver de él?
Esa mentira, ya que no se trata de otra cosa que de una mentira, no es gratificante.
En cambio, si la escena hubiera tenido lugar en Gamala, todo podría haberse
desarrollado en apenas unos cuantos minutos: la salida de la sinagoga. Jesús
empujado por la multitud hostil, la llegada al parapeto, la ilusión mágica
(sin duda una especie de hipnosis colectiva), y Jesús escabullándose
antes de que el hechizo se rompiera.
A menos, cosa todavía mucho más sencilla, que sus guardias de
corps habituales no intervinieran una vez más, lo cual es más
que probable. Si éstos no eran judíos, sino idumeos, sirios o
egipcios, no podían penetrar en la sinagoga, y debían mantenerse
a distancia.
Otro detalle refuerza todavía más la identidad de Nazaret con
Gamala. Marción, en su Evangelio del Señor, nos dice:
"En el quinceavo año del reinado de Tiberio, Jesús descendió
del cielo a Cafarnaúm..."
En el espíritu de Marción, gnóstico convencido, se trataba
del eón de Jesús que se materializaba, se corporificaba, en Cafarnaúm.
Para ello, descendió del cielo. Pero en el texto inicial de Marción,
que evidentemente también se ha perdido, ¿se hablaba de "cielo"?
¿O fue Tertuliano quien añadió estas palabras para sofocar
el sentido verdadero?, porque es él quien nos trae esta frase del Evangelio
del Señor, destruido por orden de la Iglesia en el siglo iv, con el apoyo
del poder imperial, y cuya posesión acarreaba la pena de muerte para
todo marcionita o cristiano heterodoxo, y el descenso definitivo al fondo de
las minas para quien compartiera su doctrina.
Si Tertuliano añadió esas palabras, podríamos preguntarnos
si en la tradición primitiva no pondría en su lugar: "En
el quinceavo año del reinado de Tiberio, Jesús descendió
de Gamala a Cafarnaúm..." Porque Cafarnaúm, que se halla
junto al lago Tiberíades, está muy por debajo del nido de águilas
de Gamala, situado enfrente, al este.
No queremos concluir este breve estudio sobre Nazaret sin citar y examinar un
argumento que a menudo ponen por bandera los exegetas.
El poema de Eléazar Kalu, compuesto en el siglo vil, cita a Nazaret "como
una de las localidades galileas donde en el año 70, después de
la destrucción de Jerusalén, las veinticuatro clases sacerdotales
buscaron refugio". (Cf. Bulletin du Cercle Ernest Renán, núm.
137, octubre de 1965.)
Será tarea fácil señalar la inverosimilitud de la afirmación
de Eléazar Kalu, dado que:
a) toda la población de Jerusalén, sacerdotes incluidos, se encontró
cautiva de los romanos, y reducida a la esclavitud, a excepción de aquellos
que fueron encargados de la nivelación de la ciudad, y que más
tarde fueron transferidos a los puntos más diversos del viejo mundo;
b) ¿qué verosimilitud hay en el hecho de que los romanos toleraran
la partida y la reagrupación de la casta de los cohanim, si habían
masacrado a todos los ancianos para no conservar como cautivos a prisioneros
de más de diecisiete años, y habían vendido a los niños
en los mercados del viejo mundo, una buena parte de ellos con destino a los
lupanares, especialmente en el caso de las jovencitas?;
c) ¿cómo iban a admitir la reagrupación de la casta sacerdotal,
alma de la resistencia judía, ellos, que habían prohibido, bajo
pena de muerte en la hoguera, el estudio y la enseñanza de la Tora?
Por último, ese poema de Eléazar Kalu es del siglo va, época
en que la impostura imperaba ya desde hacía muchos lustros, y en que
la Iglesia oficial empezaba a preocuparse por situar geográficamente
Nazaret.
Esto basta para apreciar su valor.
Debemos observar, de todos modos, que si los textos de la época ignoraban
totalmente la existencia de una aldea llamada Nazaret, en cambio la Edad Media,
e incluso nuestros tiempos modernos, han sabido conferirle un lustre indiscutible.
Por ejemplo, en 1291, año en que cayó San Juan de Acre, caída
que marca el fin de la presencia franca en Palestina, Siria, etc., y el fracaso
de las Cruzadas, se produjo un hecho extraordinario: el 10 de mayo de 1291,
es decir, el 21 de mayo según el calendario gregoriano, previendo las
futuras invasiones turcas, y luego mongoles, unos ángeles se llevaron
de Nazaret la casa de la Sagrada Familia, y, a través del cielo, la transfirieron
a Croacia, a Susak, situada en la colina de Tersatto. El lugar exacto de su
emplazamiento está en la actualidad ocupado por una iglesia del siglo
XV: Nuestra Señora del Mar.
Tres años y medio más tarde, después de haber consultado,
sin duda, al ángel de la Profecía, y previendo la llegada de los
turcos a Croacia, la misma legión angélica arranca de nuevo de
Susak la casa de la Sagrada Familia, y, por los aires, la transfiere a Loreto,
en Italia, cerca de Ancona, al otro lado del Adriático. Y el 10 de diciembre
de 1294, por la mañana, no hay duda de que alguien se llevó una
buena sorpresa, y ese alguien seria, evidentemente, el propietario del terreno
en el que los ángeles la depositaron. En virtud del Tratado de Letrán,
el santuario que a continuación fue construido para albergar la "Santa
Casa" es propiedad de la Santa Sede, y es objeto de una gran veneración
y de frecuentes peregrinaciones anuales (fiestas: 25 de marzo, 15 de agosto,
8 de septiembre, 8-10 de diciembre). Por cierto que, desde 1920, Nuestra Señora
de Loreto se convirtió en la patrona de los aviadores, cosa que nos parece
perfectamente indicada.
Pero de todos modos, Nazaret no lo perdió todo, ya que, para conservar
una parte de las fuentes "peregrinas" aportadas por la presencia de
la casa de la Sagrada Familia, los ángeles encargados del transporte
inicial dejaron allí en depósito el taller de san José-
Y así es: a cien metros al norte de la iglesia de la Anunciación
se encuentra otra iglesia, reedificada en 1914 siguiendo el trazado de un plano
medieval, y que se halla en el emplazamiento en que el buen san José,
quien, como todo el mundo sabe, era carpintero, le daba a la garlopa y al escoplo.
A seiscientos metros del taller de san José, en el camino a Tiberíades,
se encuentra la fuente llamada "de la Virgen". Modernas reformas le
han hecho perder parte de su antiguo aspecto pintoresco. Según el Protoevangeiio
de Santiago, cuando María estaba sacando agua de ella fue cuando oyó
la voz del arcángel Gabriel. Asustada, se refugió en su casa,
contigua al taller de su esposo José, pero Gabriel fue hasta allí
a buscarla, y esta vez se le apareció, para anunciarle la buena nueva
de su embarazo milagroso.
Debemos suponer que esto no la asombró excesivamente, dado que el propio
Protoevangeiio de Santiago nos dice, un poco más adelante, que cuando
Mana se encontró en presencia de su prima Isabel "había olvidado
ya los misterios que le había revelado el arcángel Gabriel,.."
(Op. cit., 12, 2).
El lector que desee ir en peregrinación a Susak, en Croacia, o a Loreto,
en Italia, encontrará todo tipo de información sobre la casa de
la Sagrada Familia en las guías turísticas habituales. No obstante,
los especialistas en angelología todavía no han conseguido determinar
con certeza el "coro" al que pertenecían los transportistas
celestes de 1291 y de 1294.
10.- El misterioso José y la Sagrada Familia
"Yo, José, tomo vuestra mano y os digo: "Hijo mío, tened
cuidado". Vos me decís: "¿No sois vos acaso mi pudre
carnal^....""
Historia de José el carpintero, XVII
Para todo cristiano de estricta observancia, el padre aparente de Jesús
se llama José. Y, a decir verdad, los Evangelios canónicos son
bastante discretos en lo que se refiere a este personaje misterioso, evanescente,
que no desempeña sino un papel muy secundario en la leyenda cristiana,
y que desaparece sin que se sepa a dónde ni cómo. Vamos a estudiar
ahora, pues, a ese José.
En Mateo leemos lo siguiente: "Mattán engendró a Jacob, y
Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació
Jesús, llamado Cristo..." (Mateo, 1,15-16.)
Pero en Lucas le descubrimos un padre diferente: "Jesús tenía
aproximadamente treinta años cuando empezó su ministerio, y era,
según se creía, hijo de José, hijo de Helí..."
(Lucas, 3, 23.)
De modo que en Mateo y en Lucas el padre de José, abuelo oficial de Jesús,
no es el mismo. Y en el curso total de las dos genealogías sucede lo
mismo; son totalmente diferentes, desde los 76 grados a través de los
cuales Lucas hace remontar a Jesús hasta Adán (!), hasta los 50
grados mediante los cuales Mateo lo hace descender, más modestamente,
de Abraham.
Para explicar esta contradicción. Julio el Africano -personaje absolutamente
desconocido- se entregaría a toda una exégesis en su Carta a Arístides.
En cuanto a la Carta, fue parcialmente reproducida por Eusebio de Cesárea
en sus Quaestiones ad Stephanum, y la encontramos también en una Homilía
a la Santa Virgen atribuida a diversos autores, y entre ellos a Andrés
de Creta.
Le ahorraremos al lector la exégesis de Julio el Africano, quien, para
consolarnos de las dificultades que hemos experimentado en seguirla, termina
con este categórico requerimiento:
"Tanto si fue así, como si fue de otro modo, no podríamos
encontrar una explicación más satisfactoria, al menos según
pienso yo, y según debe creer todo hombre con buen sentido. Que nos baste,
pues, aun cuando no esté garantizada, dado que no tenemos nada mejor
o más verídico que presentar. Al menos el Evangelio está
enteramente en la verdad." (Eusebio de Cesárea, Historia eclesiástica,
I, VII, 15.)
Así pues, fue así y no de otro modo... No obstante. Julio el Africano
siente remordimientos frente a su corresponsal, y como se da cuenta de la vaguedad
de su exposición, la resume una última vez:
"Mattán, descendiente de Salomón, engendró a Jacob.
Al morir Mattán, Melqui, descendiente de Nathán, engendró
de la misma mujer a Helí. Helí y Jacob eran, por lo tanto, hermanos
uterinos. Al morir Helí sin hijos, Jacob le dio un descendiente y engendró
a José, su hijo según la naturaleza, y el hijo de Helí
según la ley. De modo que José es hijo del uno y del otro."
(Eusebio de Cesárea, op.cít.,l,VH,16.)
Todo hombre con sentido común objetará que esta solución
del difunto sin hijos, cuyo hermano, uterino o natural, se casa con la viuda
y le engendra un hijo según la ley, no puede aplicarse a los 76 grados
genealógicos citados por Lucas, o a los 50 grados citados por Mateo.
Ello equivaldría, propiamente hablando, a burlarse del mundo.
En otro punto, para explicar el hecho de que Santiago fuera calificado de "hermano
del Señor" por Pablo en su Epístola a los gálatas
(1, 19), Clemente de Alejandría y Orígenes, su discípulo,
supusieron que el citado José había estado ya casado y que era
viudo cuando se casó con María. Pero el hecho de subir al Templo
con ocasión dpl nacimiento de Jesús, para ofrecer allí
el sacrificio de sustitución del primogénito, prueba que jamás
antes había tenido hijo alguno.
A José vamos a descubrirle ahora un hermano, llamado Cleofás:
"Hegesipo cuenta, en efecto, que Cleofás era el hermano de José..."
(Eusebio de Cesárea, Historia eclesiástica, III, XI.) Éste
era, por lo tanto, tío de Jesús. Además, tenía un
hijo que se llamaba Simeón, el cual sucedería a Santiago, jefe
de la comunidad de Jerusalén, cuando los romanos hubieron ejecutado a
Santiago y a Simón-Pedro en el año 47, como hemos demostrado ya
gracias a Flavio Josefo y a sus Antigüedades judaicas.
Así pues, si tomamos la filiación pontificia oficial, vemos que
en Jerusalén es Santiago, hermano de Jesús, el primer "obispo",
y que el segundo es Simeón, primo de ese mismo Jesús: "Tras
el martirio de Santiago... los apóstoles y los discípulos del
Señor que estaban aún con vida acudieron de todas partes, según
se cuenta, y se reunieron con los familiares carnales del Señor -y, efectivamente,
un gran número de ellos estaban todavía vivos-, y todos juntos
mantuvieron consejo para examinar a quién juzgaban digno de suceder a
Santiago. Y todos, unánimemente, decidieron que Simeón, hijo de
Cleofás, que es mencionado en el libro de los Evangelios, era digno de
ocupar la sede de esta Iglesia; era en efecto, según se dice, primo del
Salvador". (Eusebio de Cesárea, Historia eclesiástica, III,
XI.)
Lo que ahora va a aparecerle a José, en el marco de los Evangelios, es
una cuñada. Veamos lo que dice Juan:
"Cerca de la cruz de Jesús se hallaban su madre y la hermana de
su madre. Mana la de Cleofás y Mana de Magdala." (Juan, 19, 25.)
Esta María, mujer de Cleofás, es por consiguiente la cuñada
de José, y también la tía de Jesús. Eran las mujeres
de la familia las que estaban junto a la cruz, o que, según Mateo (27,
55), "miraban de lejos...". De María de Magdala hablaremos
más tarde.
Ya tenemos pues a ese misterioso José en su entorno familiar. Apenas
sabemos ya nada más, después de haber escrutado cuidadosamente
las escrituras canónicas. En cuanto a los textos apócrifos, como
los agrupados bajo el título general de Evangelios de la infancia, de
ellos no puede extraerse nada válido ni cierto. Más bien entran
en el marco de esos textos ingenuos en los que la fe y la imaginación
del redactor rivalizan con el deseo de obtener relatos maravillosos a toda costa.
Vamos ahora a abordar de nuevo el doble problema de la veracidad del relato
evangélico y de la existencia real de un hombre llamado José,
padre oficial de Jesús. Volvamos a Mateo:
"La concepción de Jesucristo fue así: estando María,
su madre, desposada con José, se halló haber concebido por la
virtud del Espíritu Santo antes de haber convivido juntos. Entonces José,
su esposo, que era hombre de bien y no quería exponerla a la vergüenza,
decidió repudiarla secretamente. Mientras reflexionaba sobre esto, he
aquí que un ángel del Señor se le apareció en sueños
y le dijo:
José, hijo de David, no temas recibir en tu casa a María, tu esposa,
pues el hijo concebido en ella es obra del Espíritu Santo; ella dará
a luz a un hijo, a quien pondrás por nombre Jesús, porque salvará
a su pueblo de sus pecados. [...] Al despertarse José de su sueño,
hizo lo que el ángel del Señor le había ordenado, y recibió
en casa a su esposa. Pero no la conoció hasta que dio a luz a un hijo,
al que puso el nombre de Jesús." (Mateo, 1,18 a 25.)
Basta con leer todo lo que concierne al nacimiento de Jesús, lleno de
prodigios diversos, en Mateo y en Lucas, para darse cuenta de que era imposible
que José y María consideraran a ese niño como un niño
normal. Los ángeles, los pastores, el anciano Simeón, la profetisa
Ana, todos explicaron a José y a María que se trataba de un dios
encarnado, del "hijo del Altísimo". Y tanto el uno como el
otro se alegraron de haber sido elegidos para tan alta misión: criar
al niño-dios. El propio Lucas se toma el trabajo de decírnoslo:
"María guardaba todo esto y lo meditaba en su corazón."
(Lucas, 2, 19.)
Avancemos ahora doce años, y continuemos leyendo a Lucas:
"Sus padres iban cada año a Jerusalén, a la fiesta de la
Pascua. Cuando contaba ya doce años, habiendo ellos subido, según
la costumbre de la fiesta, y acabados los días, al volverse ellos, quedóse
el niño Jesús en Jerusalén, sin que lo advirtiesen sus
padres. Y creyendo ellos que andaría en la comitiva, caminaron una jornada,
y lo buscaron entre parientes y conocidos, y al RO hallarlo, se volvieron a
Jerusalén en busca suya. Al cabo de tres días lo hallaron en el
Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y haciéndoles
preguntas. Cuantos le oían quedaban estupefactos de su inteligencia y
de sus respuestas. Cuando sus padres lo vieron, quedaron atónitos, y
le dijo su madre: Hijo mío, ¿por qué has obrado así
con nosotros? Mira que tu padre y yo, angustiados, andábamos buscándote.
Y él les dijo: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais
que es preciso que me ocupe de las cosas de mi padre? Pero ellos no comprendieron
lo que les decía. Y bajó en su compañía y se fue
a Nazaret, y les era sumiso. Su madre conservaba todas estas cosas en su corazón..."
(Lucas, 2, 41 a 51.)
Hagamos ahora balance de todas esas contradicciones:
1) José y María, tanto el uno como el otro, no ignoran que son
los depositarios y los tutores de un dios encarnado. Por consiguiente ese misterioso
niño, nacido fuera de todas las normas de la naturaleza, no debía
causarles extrañeza alguna. Es más, todo en él debía
constituir para ellos materia de observación, meditación, reflexión.
¿No se nos precisa acaso que María "guardaba todas esas cosas
en su corazón..."? (Lucas, 2,19 y 51.)
2) Y no obstante, a pesar de todas esas maravillas a las que deben empezar a
acostumbrarse, a pesar de esa progresiva toma de conciencia de su responsabilidad,
que va creciendo de día en día, cuando salen de Jerusalén
no se preocupan lo más mínimo por ese precioso niño, que
es, según la tradición cristiana, su único hijo. Y durante
todo un largo y fatigoso día de marcha, no se preocupan en absoluto por
saber dónde está, con quién, si ha comido, si ha podido
calmar su sed, y todo ello, además, a lo largo de un camino que va de
Jerusalén a Jericó, y que, durante más de treinta kilómetros,
está infestado de bandidos, que asaltan y asesinan a los pacíficos
viajeros.
3) Al cabo de un día se dan cuenta de su desaparición, vuelven
sobre sus pasos, hacen de nuevo las ocho leguas que separan Jericó de
Jerusalén, y lo buscan durante dos días a diestra y siniestra.
Al final del tercer día suben al Templo, probablemente para ofrecer allí
un sacrificio propiciatorio a fin de encontrarlo, y lo ven en medio de los doctores
de la ley, escuchándoles y haciéndoles preguntas.
Pero, si sabían que ese niño era el "Hijo del Altísimo"
(Lucas, 1, 32), ¿qué podían temer a su respecto?
Por otra parte, acababan de andar durante un día entero, y el camino
lo habían hecho a pie, o bien, en el caso del más frágil,
en burro. Y eso equivaldría a veinte o treinta kilómetros. Pero
inmediatamente dan media vuelta, y hacen el camino en sentido inverso, lo cual
suma, en total, un recorrido de cuarenta a sesenta kilómetros de un tirón.
Por ultimo, cuando Jesús les responde que él debe ocuparse de
las cosas de su padre, ni José ni María comprenden que, tratándose
del "Hijo del Altísimo", su padre era necesariamente el tal
"Altísimo". Decididamente, ni el uno ni el otro parecían
tener una mente demasiado despejada.
4) El ángel Gabriel, durante la anunciación, le había especificado
a María que el hijo que nacería de ella "será grande
y será llamado Hijo del Altísimo..." y "por eso el hijo
engendrado será santo, y será llamado Hijo de Dios..." (Lucas,
1, 32 y 35.)
Entonces, ¿cómo podía decirle María a Jesús:
"Tu padre y yo, angustiados, andábamos buscándote..."
(Lucas, 2, 48), lo cual tendería a hacer suponer que ella no creía
ya en lo que el ángel le había dicho, y que consideraba que José
era el padre real de Jesusa Ya hemos observado que no creía en él
(Mateo, 12, 46 a 50;
Marcos, 3, 31-35; Lucas, 8, 20), y, lo que es más grave aún: que
"Oyendo esto sus deudos, salieron para apoderarse de él, pues decíanse:
está fuera de sí..." (Marcos, 3, 21.)
Las versiones protestantes de Second y de Osterwaid utilizan la palabra parientes.
La versión católica de Lemaistre de Sacy dice allegados. Otros
dicen los suyos. ¿Se trataba de los padres de Jesús, es decir,
de José y María, o de sus hermanos? ¿O de todos juntos?
Sea lo que fuere, si María no había dicho a sus otros hijos nada
sobre los prodigios que acompañaron al nacimiento de su "primogénito",
José tampoco parecía estar al corriente de esos milagros, ni del
destino y los orígenes fabulosos de su hijo adoptivo, a pesar de las
instrucciones que el ángel Gabriel le dictara antaño en dos sueños,
a los que había añadido además fe, dado que el citado José
siguió al pie de la letra esas mismas instrucciones.
Se trata, bien de incoherencias, bien de contradicciones, y hay que cargarse
con una buena dosis de ingenuidad para tener fe en todas esas maravillas un
poco demasiado pueriles.
De hecho, todo cuanto antecede fue obligatoriamente inventado para hacer desaparecer
el papel, las actividades y el final trágico de Judas de Gamala, muerto
en el curso de la revolución del Censo, que comenzó en el año
6 de nuestra era.
Para ello imaginaron una figura de oposición. Judas de Gamala era un
hombre joven, con toda la fuerza de su edad, ya que en Israel se casaban antes
de los dieciocho años. Le oponen a un José ya anciano. Judas de
Gamala era un hombre dinámico, un luchador; le oponen al evanescente
José, anciano desdibujado y lleno de dulzura. Judas de Gamala murió
necesariamente todavía joven, todo lo más contaría cuarenta
y cinco años. Los Evangelios de la infancia hacen morir a José
a la edad de ciento once años.
Hábil ardid, ya que esa figura de oposición tan diferente ha constituido
durante mucho tiempo una muralla insalvable, detrás de la cual los escribas
anónimos del siglo v ocultaron el cadáver de la Verdad.
Vamos a abordar a continuación el enigma de María de Magdala,
puesto que, como veremos, también ella pertenecía a la Sagrada
Familia.
"Los movimientos del espíritu se encarnan casi siempre en la belleza
de una mujer que se convierte en su estatua viviente...", nos dice Maurice
Magre.
En la época del cristianismo inicial, sombrío, pesimista, hostil
a la mujer, al amor, a la belleza, al matrimonio y a la procreación,
la leyenda, que es el atavío tradicional de la historia, opuso la imagen
de una bonita mujer joven, rica, con numerosos y hal.madores amantes, y que,
al menos espiritualmente, estaba enamonida de Jesús en su arrepentimiento.
La verdad es menos romántica, como vamos a constatarlo.
Los papas Juan XXIII y Pablo VI tacharon del calendario de los santos católicos
a veinticinco o veintiocho nombres: esos santos o santas no habían existido
jamás, o al menos no se sabía nada de ellos. Entre esos nombres
destacaremos el de san Jorge, uno de los patronos de la caballería; san
Cristóbal, patrón de los viajeros; y santa Filomena, mediante
cuya intercesión el cura de Ars afirmaba obtener la mayor parte de sus
gracias.
De hecho, existió realmente una "virgen consagrada al Señor"
llamada Filomena. Vivió hacia el año 145, junto a Apelas, discípulo
de Marción a quien los cristianos de la gran Iglesia respetaban, según
dice Eusebio de Cesárea en su Historia eclesiástica, "por
su género de vida y su avanzada edad". La virgen Filomena pertenecía
también a la Iglesia marcionita, ya muy importante, y por eso no puede
ser considerada por Roma como una santa "válida". Pero volvamos
a María de Magdala.
La citan Mateos, 27, 56 y 61; 28, 1; Marcos, 15, 40 y 47; 16, 1; Lucas, 8, 2;
Juan, 19, 25 y 20, 1. Por el contrario está totalmente ausente en los
Hechos de los apóstoles, y en las Epístolas diversas, tanto de
Pedro, de Pablo como de Santiago o de Juan. Y ni Eusebio de Cesárea ni
Papías la conocen.
Ello no significa forzosamente que no existiera, sino que quizá la podemos
encontrar bajo otro nombre... Ya veremos cuál en seguida.
La leyenda la ha identificado, sin ningún fundamento válido, con
la mujer de "mala vida" que acude un día a Jesús y vierte
sobre sus pies un perfume muy caro, y luego los seca con sus cabellos. Este
episodio sólo figura en Lucas, 7, 37. Más adelante veremos que
una mala traducción del texto griego inicial hizo identificar a esa "pecadora"
con María de Magdala.
Por otra parte, la misma leyenda que pretende que, después de abandonar
Palestina dos semanas después de la Ascensión de Jesús,
se retirara a la Provenza, a la gruta de Sainte-Baume, tampoco tiene fundamento
histórico alguno. El relato sagrado nos dice que, cuando Magdalena (démosle
su nombre) se presentó al pie de la montaña, cubierta de un impenetrable
bosque, la gruta, que se halla a 886 metros de altitud, era entonces totalmente
inaccesible a los humanos.
Debieron ser, entonces, los ángeles quienes la levantaron por los aires
y la depositaron en la gruta, invisible desde abajo. Ésta, orientada
al noroeste, es sombría y húmeda. De modo que cada mañana
los citados ángeles se llevaban a Magdalena cien metros más arriba,
al Santo Pilón, la dejaban sobre una plataforma soleada, y la volvían
a bajar al atardecer.
Como estaba completamente aislada del mundo, debió alimentarse de raíces,
y beber el agua de lluvia que había quedado en los huecos de las rocas.
Y como no llueve apenas en Provenza, Dios tuvo piedad de ella y, al cabo de
siete años, en la gruta brotó una fuente. Y así vivió
durante treinta años, una vez hubo llegado al término de su vida
y de su penitencia, los ángeles la bajaron hasta la ermita donde vivía
san Maximino, al pie de las montañas. Y allí, el buen san Maximino
le dio la absolución y la enterró junto a su oratorio. A partir
de ese instante, Magdalena no lloró más.
De hecho, fueron san Casiano y sus monjes los que abrieron el sendero e hicieron
la escalera que conduce a la gruta, y eso sucedió en el siglo V, y es
también de dicha época de cuando datan las pseudo tumbas de Magdalena
y de Maximino.
Volvamos ahora a la historia seria.
Magdala (en árabe Magdal) es la Midgdal Nounaya del Talmud, la Tauquea
de los griegos. Esta palabra designa el pescado en salazón, y esa reminiscencia
del Ikhthus es bastante curiosa. La ciudad se encuentra a 5 kilómetros
al norte de Tiberíades; Flavio Josefo había hecho de ella su cuartel
general y el centro de la resistencia judía contra las tropas de Vespasiano.
A su izquierda, sobre los acantilados, se pueden ver todavía las ruinas
de la fortaleza de Simón Bar-Kokhba, el jefe de la última revolución
del año 132.
Magdala ha dado lugar a nuestro nombre Magdalena, Maguelone, que significa en
griego "elevada, magnífica" (mégalon); en hebreo migédol
significa "torre, ciudadela", y ambos sentidos están muy próximos.
Observemos, de paso, que las letanías de la Virgen María la denominan
"Torre de David" y "Torre de Marfil".
A partir de ahí podemos empezar a contornear el personaje de María
de Magdala:
1) Mateo nos. dice que, cerca de Jesús, había dos Marías,
"que habían seguido a Jesús desde Galilea para servirle"
(Mateo, 27, 55). Y las nombra: María de Magdala y "la otra María".
Es evidente que ésta es la María "esposa de Cleotas"
y "hermana de su madre". Léanse atentamente los versículos
de Mateo citados antes y se constatará que no son más que dos.
Marcos nos lo confirma, simplemente añade a Salomé. Por el contrario,
Juan parece presentarnos realmente a tres mujeres llamadas María.
2) En los tres casos, es preciso que una de las dos Marías citadas sea
la madre de Jesús (María de Magdala o "la esposa de Cleofás"),
porque la Virgen María, la de la Anunciación, no está entonces
al pie de la cruz.
3 Lucas (8, 2) nos habla de "María, llamada de Magdala, de la cual
habían salido siete demonios...". Algunos manuscritos ponen "María,
llamada Magdalena...". Y precisamente este versículo constituye
la clave de todo el enigma, como veremos en seguida en su forma griega primitiva.
Marcos (3, 17) nos dice que a Santiago y a Juan se les dio el nombre de boanergés,
que en griego quiere decir "hijos del trueno".
Juan, en la Apocalipsis (es decir, Jesús, dado que fue él el autor
de esta "revelación") nos muestra a siete personajes que hablan
como truenos:
"Cuando gritó, hablaron los siete truenos con sus propias voces.
Cuando hubieron hablado los siete truenos... [...] Sella las palabras de los
siete truenos, y no las escribas,.." (Apocalipsis, 10, 3-4.)
Pues bien, sabemos que los Evangelios nos han presentado con bastante claridad
a los seis hijos de María, a saber: "¿No es éste el
carpintero, el hijo de María, y el hermano de Santiago, de José,
de Judas y de Simón? ¿Y no se hallan sus hermanas aquí,
entre nosotros?..." (Marcos, 6,3.)
Efectivamente, Jesús, Tomás el gemelo, Santiago, José,
Judas y Simón suman seis. Pero todavía falta uno para hacer siete.
Era demasiado joven aún para ser citado por los interlocutores de Jesús.
Sería el futuro evangelista, el "discípulo bienamado",
el joven Juan-También él era hermano de un tal Santiago. Y lo
veremos en el capítulo que trata sobre la descendencia de Jesús.
A menos que en ello contempláramos un sentimiento escabroso, el joven
que "se apoya sobre el pecho de Jesús" es un hermano joven,
tiernamente amado, sin más.
Esos son los siete "truenos", los boanergés cuyas revelaciones
apocalípticas deben permanecer selladas. Y ahora comprendemos el sentido
real de las palabras de Lucas (8, 2) referentes a María, llamada de Magdala,
de la cual habían salido siete demonios...".
Tomemos ese mismo versículo de la Vulgata latina de san Jerónimo:
"María, quae vocatur Magdalene, de qua daemonia septem exierant..."
(Lucas, 8, 2.)
El latín daemonia significa mal espíritu, cierto, pero también
quiere decir poseso. Ese es el sentido que le da san Jerónimo, quien
reproduce textualmente el término del versículo inicial en los
manuscritos griegos originales:
"María, é kaloumené Magdalene, aph' hés daimonia
hepta exelé-luthei..." (Lucas, 8, 2.)
Ahora bien, en griego daimonios o daimonikos significan "inspirado, médium
vaticinador". Y el griego antiguo no poseía ningún sentido
peyorativo para dichos términos. Podemos ver que al traducir esta frase
del griego al latín, y del latín al español, su sentido
real se había modificado considerablemente.
Por lo tanto, no hay nada sobre ninguna cortesana posesa o pecadora arrepentida
que hubiera tenido necesidad de un exorcismo de Jesús. Y así podemos
comprender por qué Tertuliano, al ir a investigar a Magdala (alias Tariquea),
en el seno de la colonia cristiana, no pudiera recoger sobre el terreno ninguna
tradición, ningún rastro de la existencia de la tal María
de Magdala.
También comprendemos bastante bien la razón del silencio total
de los Hechos de los apóstoles, de las Epístolas, de los relatos
de Papías, y de la Historia eclesiástica de Eusebio de Cesárea,
obra extensísima compuesta en tiempo de Diocleciano. Porque María
de Magdala era ignorada por todos ellos.
La razón era que ésta se confunde con María, madre de Jesús,
quien, al descender de David por su segunda mujer, Betsabé (ex esposa
de Urías el Heteano), era también de raza davidica y real. Y a
este título se la podía llamar "Torre de David" y "madre
de los siete truenos", el principal de los cuales era Jesús. Y aquí
es donde conviene volver a leer atentamente el versículo de Marcos que
dice:
"Oyendo esto sus deudos, salieron para apoderarse de él, pues decíanse:
está fuera de sí..." (Marcos, 3,21.)
San Jerónimo, en su Vulgata, versión oficial de la Iglesia católica,
traduce por: "...quoniam in furorem versus est!..." (Op. cit.)
In furorem versus significa "que se ha vuelto loco furioso". Y esto
está muy cerca del daimonios de los manuscritos griegos primitivos.
Recordemos que, por otra parte, hay que admitir que en los Evangelios canónicos
que nos presentan a "las santas mujeres" al pie de la cruz es imposible
identificar claramente a la madre de Jesús. Y para constatarlo, basta
con establecer una sinopsis de sus versículos:
MATEO (27, 56):
"María Magdalena y María la madre de Santiago y José
y la madre de los hijos de Zebedeo."
MARCOS (15, 41):
"María Magdalena, y María la madre de Santiago y de Josés,
y Salomé."
JUAN (19, 25):
"María Magdalena, María la de Cleofás, su madre."
LUCAS (23,49), dice simplemente, sin nombrarlas:
"Las mujeres que le habían acompañado desde Galilea."
De estas exposiciones contradictorias podemos simplemente sacar la conclusión
de que su madre es necesariamente la que aparece continuamente, sin ninguna
ambigüedad.
Una vez excluida Salomé, sólo puede tratarse de "María
de Magdala" o de "María, madre de Santiago y de José"
(alias Josés), o de "la madre de los hijos de Zebedeo". Pues
bien, todos esos versículos subrayan que se trata de la madre de varios
hijos, y no de su madrastra. A menos que se trate de una sola y única
mujer. De todos modos, la virginidad perpetua de María, madre de Jesús,
queda así excluida; dicha virginidad es fruto del mito y de la leyenda
popular.
11.- Los años oscuros de Jesús
"Si. conociéramos a los demás como a nosotros mismos, sus
acciones más reprobables nos parecerían merecedoras de indulgencia..."
ANDRÉ MAUROIS
En el capítulo 14 seguiremos la tradición general de los ocultistas
y esoteristas, que, al igual que los talmudistas, pretenden que Jesús
estuvo en Egipto para recibir allí la iniciación mayor, al término
de largos años de probación.
Esta hipótesis de los primeros, que en el caso de los segundos es una
tradición histórica (pero ¿se trata del mismo Jesús?),
vale lo que suelen valer los temas históricos cuando éstos no
se basan sobre conclusiones casi irrefutables. Pero la hemos dado porque es
la de muchos eruditos. Mas ¿de qué sirve? ¿Podemos admitir
que Jesús, tal como intenta demostrar todo nuestro informe, era realmente
el hijo primogénito de Judas de Gamala, y después de él
el jefe del integrismo judaico, y que, siendo así, fue a beber en una
fuente tan impura para un judío rigorista como la magia y la religión
egipcias, que eran, ambas, casi inseparables?
No lo creemos. Es más probable que fuera en el seno de la comunidad judía
de Alejandría, es decir, efectivamente en Egipto, donde recibiera por
parte de los cabalistas judíos la iniciación en los arcanos supremos
de su arte oculto, arte totalmente independiente de la tradición egipcia.
Una vez establecido, o admitido, este hecho, sigue en pie el misterio de los
famosos "años oscuros" de Jesús, dado que no estuvo
obligado a pasar más de veinte años de su existencia fuera de
su patria.
A menos que la clave de este enigma se halle en el evangelio de Lucas, de 18,
35, a 19, 28. Y eso es lo que vamos a estudiar ahora con toda atención.
En Jesús en son temps, Daniel-Rops nos dice lo siguiente:
"A veces hubo verdaderas luchas contra los romanos o contra los príncipes
herodianos, sus lacayos. Ya hemos visto aquella que ensangrentó el advenimiento
de Arquelao: los rebeldes, protegidos por barricadas en el atrio del Templo,
habían repelido los primeros asaltos; incluso se había tenido
que emplear toda la fuerza disponible para vencer la resistencia, al precio
de la muerte de tres mil hombres. Después, mientras Arquelao se encontraba
en Roma, los disturbios se habían reemprendido; el país entero
se vio envuelto en llamas y sangre. En Judea, dos mil soldados de Herodes, despedidos,
habían asaltado a las tropas romanas... Judas, hijo de aquel Ezequías
que tantos problemas había causado a Herodes, se apoderó del arsenal
de Séforis, y él mismo se erigía en rey. Fue preciso que
Varus, legado de Siria, acudiera con dos legiones y, a guisa de ejemplo, crucificara
a dos mil judíos en los puntos estratégicos del país. En
el año 6 de nuestra era, nueva explosión de odio..." (Op.
cit., pág. 158.)
En la página 138 de su libro, Daniel-Rops había precisado el nombre
del cabecilla de esos rebeldes permanentes:
"Judas, el rebelde que combatirá a Arquelao, será llamado
el Gaulanítida."
Éste es, en efecto, el tercer sobrenombre de Judas de Gamala, alias Judas
de Galilea (hijo de Ezequías), el padre de Jesús, y que será
citado en los Hechos por Lucas, 5, 37.
Y en la página 136 de su obra nuestro autor nos da la fecha de esta primera
revolución:
"Herodes murió en marzo o en abril del año 750 de Roma, y
Arquelao le sucedió en seguida. La ejecución de los tres mil rebeldes
tuvo lugar al principio de su reinado." (Op. cit.)
Esta ejecución corresponde, pues, a la primera rebelión, que él
nos detalla en la página 158. Nos hallamos, por consiguiente, en el año
6 antes de nuestra era, año de la muerte de Herodes el Grande, once años
antes de la deposición de Arquelao y de esa segunda revolución,
llamada del Censo, que tuvo lugar en el año 6 de nuestra era. Existe,
por lo tanto, un intervalo de once años entre esas dos sublevaciones.
Así pues, Arquelao se proclama rey a la muerte de su padre Heredes el
Grande. Pero desde su capital, Jerusalén, no reina sino sobre Samaría,
Idumea y Judea. Porque, a la vez que él, sus otros dos hermanos se han
creado sus propios feudos, y reinan a su vez sobre sus tierras.
Así, por ejemplo, Filipo tenía bajo su autoridad la Gaulanítide,
la Traconítide, la Batanea, con su capital Panias, a la que más
tarde se llamaría Cesárea de Filipo.
En cuanto a Herodes Antipas, éste reinó sobre Galilea y Perea,
y tenía su capital en Tiberíades.
Lacerado por la independencia de sus dos hermanos menores, independencia que
le costaba a él dos tercios de esa herencia que él esperaba que
fuera total, Arquelao decidió ir a Roma, a fin de intentar obtener del
emperador la confirmación de sus derechos. Pero al igual que él,
Herodes Antipas embarcó a su vez rumbo a la capital del imperio, para
hacer que se confirmara aquello que él había ocupado ya. Por último,
una delegación judía, compuesta por cincuenta ancianos del pueblo,
apoyados por ocho mil judíos residentes en Roma, se presentó también
allí. ¿Qué era lo que querían? Verse desembarazados
de los reyezuelos incircuncisos y ser gobernados directamente por César.
Después de haber oído a los interesados, el emperador Augusto
zanjó la cuestión en favor del statu quo. Cada cual conservaba
su tetrarquía, la cuarta parte restante seguía siendo romana,
y Arquelao regresó a Judea, corroído por el rencor. Durante su
ausencia, dos mil mercenarios que habían pertenecido a su padre, Herodes
al Grande, y que él había despedido antes de marchar a Italia,
se habían sublevado. Motivo: habían sido despedidos sin indemnización.
Esto implicaba el latrocinio para poder vivir. Las legiones romanas intervinieron.
Hubo una batalla entre esas "grandes compañías" y las
legiones.
En medio de este clima de guerra regresó Arquelao a su reino. Una de
las primeras medidas que adoptó fue despojar del gran pontificado a loazar,
hijo de Boetos, a quien acusó de haber participado en el complot inicial
y de haber estado en el Templo al lado de los rebeldes conducidos por Judas
de Gamala. En su lugar colocó a su hermano, Eleazar. Después,
haciendo caso omiso de la ley judía, se casó con su cuñada,
Glafira, unión prohibida por el Deuteronomio (25, 5) y por el Levítico
(18, 16 y 20, 21). Más tarde destituyó al citado Eleazar y lo
reemplazó por Jesús, hijo de Sié. Y los años fueron
pasando, en ese clima de tiranía y exacciones.
Fue entonces cuando los judíos y los samaritanos, no pudiendo soportar
más a Arquelao, depositaron una queja formal contra él ante el
emperador. Éste lo mandó detener en el curso de un festín,
y, después de haberle escuchado en Roma, lo condenó al exilio
en Vienne, en el valle del Ródano, donde moriría.
Como la condena de Arquelao se acompañaba de la confiscación de
sus bienes, Quirino, legado de Siria, con la ayuda de Coponio, procurador, tuvo
que proceder al inventario de éstos. Dicho inventario llevaba implícito
un censo. Y fue éste el que suscitó la revolución del Censo,
encabezada por Judas de Gamala.
Nos encontramos ahora en el año 6 de nuestra era. Hace, por lo tanto,
doce años que ha muerto Heredes el Grande. El Jesús según
Mateo, "nacido en los días de Heredes" (Mateo, 2, 1-2), cuenta
entonces doce años. El de Lucas acaba justo de nacer (Lucas, 2, 1-7),
¡no tiene sino unos cuantos días! El de san Ireneo, discípulo
directo de la edad apostólica, cuenta entonces poco más de veintitrés
años. Por consiguiente, y tal como hemos estudiado en un capítulo
precedente, habría nacido hacia el año 16 o 17 antes de nuestra
era, en la época en que Heredes decidió reconstruir el Templo
de Jerusalén. Y esa coincidencia sería la que posteriormente,
hacia los siglos III y IV, daría pie a que los partidarios de Jesús
identificaran a éste con un "templo" místico, dado que
en dicha coincidencia verían una señal.
Y llegamos al hilo conductor de los famosos "años oscuros"
de Jesús.
Veamos el capítulo 19 de Lucas. Jesús viene del norte y se dirige
hacia Jerusalén. Por consiguiente tiene que atravesar antes Jericó,
y previamente se nos dice: "Yendo hacia Jerusalén, Jesús
pasaba por los confines de Samaría y Galilea..." (Lucas, 17,11.)
Veamos ahora lo que sigue:
"Acercándose a Jericó, estaba un ciego sentado junto al camino,
pidiendo limosna. Oyendo a la muchedumbre que pasaba, preguntó qué
era aquello. Le contestaron: "Es Jesús de Nazaret que pasa."
(Lucas, 18, 35-37.) De ahí puede sacarse la conclusión de que
los seguidores de Jesús constituían una multitud considerable,
que hacía un ruido enorme. Pero ésa es la forma de marchar de
una tropa decidida, y no la de una docena de tímidos iluminados, acompañando
a su maestro espiritual. Mas prosigamos:
"Para aquellos que le escuchaban y que se imaginaban que, al estar él
cerca de Jerusalén, el Reino de Dios se les iba a manifestar, Jesús
añadió una parábola. Dijo, pues: un hombre noble partió
para una región lejana a recibir la dignidad real y luego regresar. Llamó
a diez de sus servidores, les dio diez minas y les dijo: negociad mientras vuelvo.
Pero sus conciudadanos le aborrecían, y enviaron detrás de él
una legación para decir: ¡No queremos que este hombre reine sobre
nosotros!
"Cuando hubo regresado, después de haber recibido el reino, hizo
llamar a aquellos siervos a los que había entregado el dinero, a fin
de saber cuánto le había reportado cada uno de ellos. Se presentó
el primero y dijo: señor, tu mina ha producido diez minas. Y le dijo:
muy bien, siervo bueno; puesto que has sido fiel en lo poco, recibirás
el gobierno de diez ciudades. Vino el segundo, que dijo: señor, tu mina
ha producido cinco minas. Díjole también a éste: y tú
recibe el gobierno de cinco ciudades. Otro vino y dijo: señor, ahí
tienes tu mina, que tuve guardada en un pañuelo, pues tenía miedo
de ti, pues eres hombre severo, que quieres recoger lo que no pusiste y segar
donde no sembraste.
"Su señor le respondió: mal servidor, te juzgaré sobre
tus propias palabras. Sabías que yo soy hombre severo, que tomo donde
no deposité y siego donde no sembré. ¿Por qué, pues,
no diste mi dinero al banquero? A mi regreso yo lo habría retirado con
los intereses. Y dijo a los presentes: quitadle a éste la mina y dádsela
al que tiene diez. Y le dijeron: ¡señor, ya tiene diez minas! Díjoles:
os declaro que a todo el que tiene se le dará, y al que no tiene, aun
lo que tiene le será quitado. Y en cuanto a aquellos enemigos míos
que no quisieron que yo reinase sobre ellos, traedlos aquí y degolladlos
en mi presencia.
"Y después de decir esto, Jesús se colocó en cabeza
de los suyos y prosiguió su subida hacia Jerusalén..." (Lucas,
19, 11 a 27.)
La continuación es bastante clara. En cuanto llega a Jerusalén,
Jesús monta en el asno que le han reservado, y que está atado
de antemano junto a su madre, la pollina, a fin de hacer coincidir su llegada
con la profecía de Zacarías: "Alégrate sobremanera,
hija de Sión. Alborózate, hija de Jerusalén. He aquí
que viene tu rey, el que es justo y victorioso, humilde y montado en un asno,
un muleto, hijo de una pollina. [...] Este rey dictará la paz a las naciones.
Su poder se extenderá de un mar al otro, y desde el río Eufrates
hasta las extremidades de la Tierra..." (Zacarías, 9,9-10.)
A este título será aclamado por toda la juventud judía
al entrar en Jerusalén: "¡Hosanna, hijo de David!...",
o, lo que es lo mismo:
"¡Libéranos, hijo de David!", y es entonces cuando entra
en escena el ataque al Templo, la arremetida contra los cambistas de monedas
extranjeras, contra los vendedores de ofrendas, y contra los peregrinos, "los
que compraban". (Mateo, 21,12.)
Y ahora saquemos conclusiones.
La pretendida parábola enseñada por Jesús a su salida de
Jericó, no lo es tal, ya que de ella no se desprende ninguna conclusión
piadosa, ninguna enseñanza moral, sino más bien todo lo contrario.
Jesús aplica por su cuenta la desventura de Arquelao, a quien los suyos
no querían como rey, y que se vio forzado a irse a un país extranjero
para recibir allí la investidura necesaria, y que luego, al regresar,
pidió cuentas y castigó duramente a quienes se habían opuesto
a su reinado. Es probable que la salida de Jericó de Jesús y de
su numerosa tropa ("la muchedumbre") se acompañara de una ejecución
de prisioneros, y que, a continuación, sin semejante "impedimenta",
hubieran podido marchar en buen orden hacia la Ciudad Santa. Pero eso era cosa
corriente en las costumbres de aquellos tiempos, y nuestros zelotas no eran
más sensibles que sus adversarios. Por otra parte, ¿quién
iba a reprochárselo?
Pero cuando Jesús se identifica con Arquelao al resumir la aventura de
éste tal y como nos relata Lucas (19, 12 a 19, 27), no conoce más
que el comienzo, ignora todavía que, por haber castigado a aquellos que
no le querían como rey, Arquelao será destituido de su trono por
el emperador Augusto, y enviado al exilio, a Vienne, en las Galios, en el año
6 de nuestra era, donde morirá poco tiempo después.
Y por consiguiente extraemos de aquí una última conclusión:
la salida de Jericó, la ejecución de los prisioneros o de los
rehenes, la marcha sobre Jerusalén, el ataque del Templo, todo ello es
anterior al año 6 de nuestra era, anterior a la revolución del
Censo, que tuvo lugar en dicha época, dirigida por Judas de Galilea,
y que por lo tanto se trató de la segunda sublevación de éste.
De modo que este último vive aún; Jesús, al igual que todo
hijo primogénito de un rey legítimo, es un "delfín";
es perfectamente "hijo de David", su heredero. Y tiene a su mando
(como los príncipes de antaño) una unidad militar en el ejército
de su padre.
Así pues, el ataque al Templo y la irrupción en la Ciudad Santa,
ante las aclamaciones de la juventud judía, tuvo lugar en el período
que Daniel-Rops nos describe en la página 158 de Jesús en son
temps (edición de 1945): "Después, mientras Arquelao se encontraba
en Roma, los disturbios habían reemprendido; el país entero se
vio envuelto en llamas y sangre. En Judea, dos mil soldados de Heredes, despedidos,
habían asaltado a las tropas romanas... Judas, hijo de aquel Ezequías
que tantos problemas había causado a Heredes, se apoderó del arsenal
de Séforis, y él mismo se erigió en rey..." (Op. cit.)
Es más que probable que el ataque al Templo de Jerusalén, encabezado
por Jesús, tuviera como objetivo apoderarse del tesoro del Templo y del
arsenal del mismo. Ambas cosas indispensables para una insurrección:
el dinero y las armas. Nos encontramos entre el año 3 y el año
2 de nuestra era aproximadamente, y Jesús tiene unos veinte años.
Este episodio forma parte de la revuelta latente, permanente (en espera de la
grande, llamada la del Censo, en el año 6), que Daniel-Rops resume así:
"Judas el rebelde, que combatirá a Arquelao, será llamado
el Gaulanítida".
Por otra parte, no es desatinado suponer que, a ejemplo de su padre. Judas de
Gamala, al apoderarse primero del arsenal de Séforis y del tesoro que
éste cobijaba, Jesús intentara apoderarse, durante ese golpe de
mano sobre el Templo, de las armas almacenadas en el arsenal de la Milicia del
Templo, y, en la misma ocasión, del tesoro de este último. La
existencia de ese tesoro del Templo era cosa conocida de todos, y, tal como
nos cuenta Flavio Josefo, había tentado ya a Heredes, y luego a los romanos.
Pilatos, por su parte, había extraído cantidades, con la excusa
de tener que realizar conducciones de aguas en Jerusalén.
Jesús también pudo haber pensado en ello, para alimentar su tesoro
de guerra, y, especialmente, para asegurar la subsistencia de su tropa, compuesta
por vagabundos, gente errante, que nunca tuvo oficio o que lo perdió,
y cuyas viviendas habían sido incendiadas por los romanos en el curso
de sus represalias. En efecto, se nos dice que a menudo se quedaba mirando los
cepillos del Templo, observando la cuantía de las sumas que los peregrinos
depositaban en ellos.
"Jesús, habiéndose sentado frente al gazofilacio, observaba
cómo la gente iba echando monedas..." (Marcos, 12, 41.)
Tal como hemos evocado en otro lugar, fue probablemente en el curso de un ataque
ulterior al Templo cuando el famoso Jesús-bar-Abba fue detenido por los
romanos y encarcelado junto con otros sediciosos, por asesinatos cometidos durante
una revuelta (Marcos, 15, 7), pues no es posible que los romanos se hubieran
dejado sorprender por dos veces consecutivas, y tan próximas la una de
la otra.
Las circunstancias posteriores a la detención de Jesús indican,
por otra parte, que de lo que se trataba no era de tomar medidas contra un predicador
iluminado, sino contra el jefe de unos guerrilleros, contra un rebelde- Esta
hipótesis aparece confirmada por lo siguiente: del hecho de que en los
Olivos se hubiera producido un combate nos basta como prueba este pasaje de
Lucas: "Entonces, viendo aquellos que estaban con él lo que iba
a suceder, le dijeron:
"Señor, ¿herimos con la espada?"..." (Lucas, 22,49.)
Por consiguiente, todos iban armados. No habían hecho sino seguir la
consigna que Jesús les había dado la víspera: "Y aquel
que no tenga espada, venda su manto y cómprese una..." (Lucas, 22,36.)
Primera conclusión: los que no tenían espada todavía, constituían
una miñona ínfima, puesto que Jesús dijo: "aquel que...",
lo cual da a entender que "si hay alguien que, por negligencia, no tiene
todavía espada...". Segunda conclusión: son lo suficientemente
numerosos como para plantearse la posibilidad de resistir a la Cohorte de los
Veteranos (seis centurias de élite) y a su refuerzo, formado por los
milicianos del Templo. Estamos muy lejos de los once fieles, alrededor de un
Jesús pacífico. Esta actitud belicosa de hombres armados, agrupados
alrededor de su jefe, viene justificada por la célebre frase de Jesús:
"No he venido a traeros la paz, sino la guerra..." (Lucas, 12, 51.)
Partiendo de esa premisa, ¿cómo no vamos a considerar como una
interpolación posterior (del siglo IV, como siempre) la frase "quien
a hierro mata, a hierro muere...", si está en contradicción
formal con la orden dada por Jesús de armarse, si es preciso aun a costa
de vender las ropas? A menos que supongamos que era inconsecuente, o que se
burlaba de sus fieles. Lo cual, después de todo, también podría
ser...
Y ahora abordamos el problema de los excesos inevitables de los zelotas, que
el acta de acusación englobará bajo la denominación general
de "bandolerismo". Y aquí, una vez más, será
Simón-Pedro quien nos dará la clave, como demostraremos en un
posterior capítulo.
12.- Jesús entre los doctores
"A los cinco años se alcanza la edad requerida para estudiar las
Escrituras;
a los diez para estudiar la Michna; a los trece para observar los Mandamientos..."
TALMUD, tratado Aboth, V, 24
Hemos visto que los padres de Jesús, José y María, no se
habían preocupado de él durante toda una jornada de viaje, por
un camino peligroso, al regreso de la Pascua de Jerusalén, y que al fin,
cuando se dieron cuenta de su desaparición, regresaron a Jerusalén
y, al cabo de tres días de búsqueda inútil, lo encontraron
"en el Templo, sentado en medio de los doctores, escuchándoles y
haciéndoles preguntas. Cuantos le oían quedaban estupefactos de
su inteligencia y de sus respuestas". (Lucas, 2, 46-47.)
El texto es bastante claro. Jesús hace preguntas a los doctores de la
ley, éstos le responden, él les escucha. Ellos le preguntan a
su vez, y él les responde inteligentemente. Estamos asistiendo aquí
a una vulgar sesión de catecismo judaico. De esta escena tan sencilla,
común a todos los pequeños judíos, como veremos en seguida,
se nos ha querido hacer, una vez más, un episodio sublime. Y este hecho
se ha convertido, tanto en los pintores como en los "historiadores sagrados",
en un lugar común bien conocido de todos: Jesús enseñando
a los doctores de la Ley.
¿Cómo imaginar que los doctores de la Ley, versados todos ellos,
sin excepción, en las sutilidades de las exégesis de la Tora y
del Talmud, e incluso en el caso de algunos de ellos, en los misteriosos arcanos
de la Cabala, cómo admitir que esos hombres se hubieran rebajado a nivel
de catecúmenos para instruirse humildemente de un chiquillo de doce años7
Porque, según Lucas (2, 42), Jesús, en ese episodio, contaba sólo
doce años de edad.
Pues bien, es precisamente esta última precisión la que nos permite
situar la naturaleza exacta de dicho episodio, que en el curso de los siglos
se convertiría en una importantísima ceremonia ritual: la Bar
Mitzva.
En el judaismo, cuando un hombre alcanza, a los trece años, la mayoría
de edad religiosa, adquiere, por ese mismo hecho, la mayoría de edad
jurídica y el pleno estatuto de hombre. Sus transacciones comerciales
de toda naturaleza son jurídicamente válidas, y tanto su noviazgo
como su matrimonio son asimismo válidos. Se hace responsable de todos
sus actos, infracciones, y transgresiones de la ley, y, por ello mismo, es merecedor
también de todas las sanciones prescritas por la citada ley.
A partir de esa edad es considerado como un judío adulto, y tiene la
obligación de observar todos los preceptos positivos, así como
de no transgredir los mandamientos negativos. Se le cuenta, además, como
miembro del quorum necesario para que pueda celebrarse el oficio público,
y está cualificado para que se le pueda invitar a leer la Tora en la
sinagoga local.
La manifestación más importante asociada a la Bar Mitzva es indiscutiblemente
el hecho de llevar, a partir de entonces, las filacterias rituales para las
oraciones de la mañana de cada día laborable, mientras que antes
se estaba dispensado de ello.
Antaño no existía ceremonia alguna para el acceso a la mayoría
de edad religiosa y civil. Más tarde, en una época que es imposible
determinar con exactitud, se constituyó un conjunto de formas rituales.
Pero es probable que en Jerusalén, en los tiempos de Jesús, no
se practicara para tal fin sino un simple examen, ante los doctores de la ley,
que tenía como objeto verificar si el nuevo fiel estaba capacitado para
asumir todas sus nuevas responsabilidades en el marco de la ley religiosa, que
regía asimismo la vida civil en Israel.
Fue más adelante cuando se empezó a celebrar la Bar Mitzva como
una solemne fiesta familiar. El día del sabbat de la semana en el curso
de la cual el muchacho cumplía los trece años, era llamado al
oficio de la mañana a la sinagoga para la lectura de la ley, y se le
daba a leer la sección de Maftir de la Tora, así como el pasaje
de los profetas, todo ello acompañado de bendiciones iniciales y terminales.
La convocatoria para la lectura de la Tora, el hecho de cantar el himno llamado
Haftarah, constituían una especie de ceremonia pública de iniciación
a la comunidad religiosa. Primitivamente era el padre del Bar Mitzva quien pronunciaba,
mientras leía su pasaje de la Tora, una bendición especial en
la cual daba gracias a Dios por haberle descargado de la responsabilidad que
él tenía hasta entonces sobre la conducta de su hijo. El joven
Bar Mitzva, a su vez, pronunciaba un corto discurso de forma religiosa en la
sinagoga o durante la comida familiar que celebraba este acontecimiento.
Así pues, aquello que fue pomposamente titulado "Jesús enseñando
a los doctores de la Ley" se limita, sencilla y humildemente, a su examen
de mayoría de edad religiosa y civil. Y casi con toda probabilidad fue
debido al hecho de su mayoría de edad irrevocable, por lo que José
y María, muy ocupados con sus otros hijos más pequeños,
se pusieron en camino de regreso sin preocuparse por su hijo mayor, que legalmente
ya estaba emancipado.
Pero, una vez más, esto indica el poco caso que hacían de las
revelaciones del ángel Gabriel en lo que a su hijo primogénito
se refería.
13.- Juan, el Precursor y el Bautista
"Cristo alza los ojos, me ve y su mirada se turba, cambia de color, me
hace preguntas que le traban la lengua, me habla en todos los tonos..."
El Libro de Juan, texto sagrado mandeano
"La primera ley de la Historia consiste en no atreverse a mentir. La segunda
en no temer expresar toda la verdad..." Son palabras de León XIII.
Hay que creer que los escribas anónimos que, en el siglo iv y v compusieron
ese cristianismo simbólico, basado en la vida metafísica de puros
arquetipos, y que se convirtió en el cristianismo oficial, no sabían
exactamente la diferencia entre la mentira y la verdad histórica.
Si existe en los Evangelios un momento en que la contradicción es soberana,
es en la descripción de las relaciones entre Jesús y Juan, llamado
"el Precursor" o también "el Bautista". Por eso esperamos
que el lector nos perdone el que le impongamos el cotejo de los pasajes de los
Evangelios canónicos referentes a las relaciones entre Jesús y
Juan. Veamos en Mateo; habla el Bautista:
"Ya está puesta el hacha a la raíz de los árboles,
y todo árbol que no dé buen fruto será cortado y arrojado
al fuego. Yo os bautizo con agua para llevaros al arrepentimiento; mas el que
viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno
de llevar sus sandalias. Él os bautizará en el Espíritu
Santo y en el Fuego. Tiene ya el bieldo en su mano, y limpiará su era
y recogerá su trigo en el granero, pero quemará la paja en un
fuego inextinguible.
"Entonces Jesús vino de Galilea al Jordán, y se presentó
a Juan, para ser bautizado por él. Pero Juan se oponía, diciendo:
Soy yo quien debe ser bautizado por ti, ¿y vienes tú a mí?
Jesús le respondió: Déjame hacer ahora, pues conviene que
cumplamos todo lo que es justo. Y Juan no se resistió más. Así
que fue bautizado. Jesús salió del agua. Y he aquí que
se abrieron los cielos, y vio el Espíritu de Dios descender como una
paloma y venir sobre él, mientras una voz del cielo decía: "Este
es mi hijo bienamado, en quien tengo todas mis complacencias"." (Mateo,
3, 10 a 17.)
Marcos (1, 1 a 11) nos dice lo mismo, aunque con más brevedad.
Lucas (1,5ª 80) nos cuenta la concepción y el nacimiento del futuro
Bautista, y nos precisa que María, futura madre de Jesús, es familiar
de Isabel, madre del Bautista. Después (3, 1 a 22) nos da a su vez la
historia del bautismo de Jesús por Juan. No obstante, hace detener a
Juan por los esbirros de Heredes y lo mete en prisión antes de mostrarnos
a Jesús bautizándose. Lo cual hace que ignoremos, en la versión
de Lucas, si fue Juan o uno de sus discípulos quien bautizó a
Jesús.
La versión de Juan (el evangelista) es más precisa todavía.
Juzgúese:
"Al día siguiente Juan vio venir a Jesús hacia él
y dijo: He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Éste
es aquél de quien yo dije: "Detrás de mí viene uno
que es antes de mí, porque era primero que yo. Yo no le conocía,
mas para que él fuese manifestado a Israel vine yo a bautizar en agua".
Y Juan dio todavía este testimonio: "Yo he visto al Espíritu
descender del Cielo como paloma y posarse sobre él. [..-] Y yo lo he
visto, y doy testimonio de que éste es el Hijo de Dios..."."
(Juan, 1, 29 a 34.)
Todo eso está muy claro y diáfano. Juan vio a Jesús y adivinó
que era el Mesías, y que había recibido al Espíritu de
Dios en su bautismo. Pues bien, consultemos de nuevo a Mateo:
"Juan, habiendo oído en la cárcel hablar de las obras de
Cristo, le mandó preguntar a través de sus discípulos:
¿Eres tú el que ha de venir, o hemos de esperar a otro?"
(Mateo, 11, 2 a 4.) Este versículo es clarísimo: Juan desconfía
de Jesús, duda.
Lo cual es absolutamente contradictorio. ¿Cómo conciliar los dos
relatos de Mateo. Sencillamente: consultando la versión de Lucas:
"Aconteció, pues, cuando todo el pueblo se bautizaba, bautizado
también Jesús..." (Lucas, 3, 21.)
Así pues, Juan bautizó a Jesús, y éste se limitó
a hacer "como todo el mundo". ¿Interés futuro? ¿Curiosidad?
Nunca lo sabremos. Pero Juan no identificó, en modo alguno, a Jesús
como el Cordero de Dios, ni vio abrirse los cielos y descender a ninguna paloma
sobre Jesús. Lo bautizó como a todos los demás, sin prestarle
más atención. Y eso lo cambia todo.
A fin de cuentas eran primos, sus madres se conocían, Juan recibió
la Apocalipsis, redactada por Jesús en el curso de su larga estancia
en Egipto, y fue después de haber recibido este texto cuando se erigió
en precursor, predicando y bautizando:
"Revelación de Jesús, el Ungido, que Dios le confió
para manifestar a sus siervos lo que ha de sobrevenir en breve, y que él
dio a conocer por mediación de un ángel suyo que envió
a su siervo Juan, el cual testificó la palabra de Dios y el testimonio
de Jesús, el Ungido, que es cuanto vio..." (Apocalipsis, Prólogo,
1,1 a 3.)
Pues bien, mensaje y mensajero se dicen, en griego, aggelos, y de esa palabra
han ido haciendo poco a poco, de traducción en traducción, un
ángelus, un ángel, un espíritu puro. Estamos muy lejos
del prosaico sentido inicial.
Y la prueba de que el Juan de la Apocalipsis es el Bautista (y no el evangelista)
se encuentra en sus propias palabras:
"Yo no le conocía, pero el que me envió a bautizar en agua
me dijo: "Sobre quien vieres descender el Espíritu y posarse sobre
él, ése es el que bautiza en el Espíritu Santo..."."
(Juan, 1, 33-34.)
Quien le envió a bautizar en agua, quien le dio la señal de "ataque"
mesianista fue el "mensajero" que le llevó el texto de la Apocalipsis.
Y no se conocían más que de nombre, porque Jesús se encontraba
desde hacía largo tiempo en Egipto, y Juan en el desierto jordano.
En Mateo (23, 35) y en Lucas (11, 51) nos enteramos, por el propio Jesús,
de que Zacarías, el padre del Bautista, fue "matado entre el Templo
y el altar".
Se avanzaron diversas versiones sobre la razón de esta muerte violenta
de un hombre que era sumo sacerdote, o sacerdote (cohén). Tuvo como sucesor
al anciano Simeón, autor de la profecía sobre el niño Jesús
(Lucas, 2, 27 y 34).
Una de esas versiones lo hace asesinar por los mercenarios de Heredes durante
la "matanza de los Inocentes". Por lo visto había sustraído
al futuro Bautista a esa matanza ordenada por Heredes.
Ya sabemos lo que hay que creer en lo referente a esa pseudo masacre. Por consiguiente,
esta versión no puede tenerse en cuenta.
Otra versión, de origen gnóstico, nos ha sido conservada por Epifano
(Herejías, 26, 12), quien la había encontrado en un manuscrito
gnóstico titulado Genna Marías. Según esta tradición,
mientras Zacarías estaba echando el incienso, según el rito vespertino,
solo, en el santuario, tuvo una visión repentina, la de un hombre con
cabeza de asno. Salió inmediatamente, enloquecido, y quiso decir a la
multitud lo que era en realidad la entidad adorada en el Templo. No pudo hacerlo:
se quedó mudo de pánico y de horror. Después, cuando hubo
recuperado el habla y pudo decirlo, la muchedumbre, indignada ante aquello que
consideraba una blasfemia, mató a Zacarías.
De hecho, esta muerte sobrevino en el momento de la revolución del Censo,
desencadenada y conducida por Judas de Gamala, su primo, en el año 6
de nuestra era, y no fue sino un episodio de ésta.
Sobre la muerte del propio Bautista, como se han divulgado tantos errores, intentaremos
también restablecer la verdad.
Herodes Antipas, hijo de Herodes el Grande, tetrarca de la Tra-conítide,
la Batanea y la Gaulanítide, se había casado con la hija de Aretas,
rey de Petra, en Arabia. Una vez que fue a Roma, ante el emperador, se detuvo
en casa de Herodes Filipo, tetrarca de Abi-lena, que era hermanastro suyo y
que se había casado con su sobrina Herodías, hija de su hermano
común, Aristóbulo. Y entonces Herodes Antipas quedó perdidamente
enamorado de Herodías, a quien propuso en matrimonio en cuanto regresó
de Roma, prometiéndole repudiar a su esposa actual, la hija de Aretas.
Esta última, en cuanto se enteró de la sorprendente noticia, adivinó
de antemano lo que le esperaba, teniendo en cuenta las costumbres de su tiempo,
y se refugió en casa de su padre, en Petra. Se convirtió entonces
en la causa de una guerra en la cual las tropas de Herodes Antipas fueron vencidas.
Sea lo que fuere, el caso es que Herodes Antipas hizo venir a Herodías,
quien se consideraba divorciada de Herodes Filipo, y vivió maritalmente
con Antipas. Fue entonces cuando, ante las violentas críticas de Juan
el Bautista, quien le reprochaba lo que él consideraba un adulterio permanente,
Herodes Antipas le mandó detener y encarcelar en la fortaleza de Machera,
alias Maqueronte. En Mateo leemos lo que sigue:
"Jesús, habiéndose enterado de que Juan había sido
entregado, se retiró a Galilea..." (Mateo, 4, 12.)
Este pasaje abre curiosos horizontes, porque:
a) si Juan fue entregado, era que se escondía. Esa es la actitud de un
conspirador, no la de un profeta que viene a clamar sus verdades a la cara de
un tirano o de un pecador;
b) si Juan fue detenido simplemente porque reprochaba a Herodes Antipas su adulterio
permanente con Herodías, ¿en qué afectaba esto a Jesús?
Por el contrario, si como hemos sostenido nosotros antes, Juan el Bautista era
el elemento público de la propaganda, el brazo derecho de Jesús,
en un dominio puramente político y mesiánico, se comprende que
Jesús, su jefe, tomara precauciones.
Por consiguiente, en los años 28 y 29 lo que llevan a cabo Jesús
y Juan es una campaña de agitación política, y no una trivial
predicación místico-moral. Y Flavio Josefo nos aporta la prueba,
al decirnos lo siguiente sobre el Bautista:
"Se habían congregado gentes a su alrededor, porque estaban muy
exaltadas oyéndole hablar. Herodes [Antipas] temía que semejante
facultad de persuadir suscitara una revuelta, ya que la multitud parecía
dispuesta a seguir en todo los consejos que daba este hombre..." (Flavio
Josefo, Antigüedades judaicas, XVIII, V, 118.)
Añadiremos a esta breve biografía dos fechas importantes en la
vida del Bautista: el 28 de mayo del año 31 de nuestra era, fecha en
que habría sido encarcelado en la ciudadela de Maqueronte. Y el 29 de
marzo del año siguiente, por consiguiente del año 32, en que habría
sido ejecutado.
Observemos también, de paso, que el incendio de Roma, en el año
64, estalló en el momento en que se desencadenaba en Judea la revolución
que desembocaría en la destrucción de Jerusalén, y que
el incendio afectó a las cuadras del Circo 33 años después
de la muerte del Bautista; hay coincidencias altamente reveladoras. Volveremos
a tratar sobre el tema en una próxima obra.
Pero entonces ¿qué era Maqueronte?
Maqueronte era una plaza fuerte situada en Transjordania, en los confines de
la Perea, en la frontera del reino nabateo. Se hallaba a 750 metros, dominando
la superficie de plomo del mar Muerto.
Según Renán, Herodes Antipas había construido allí
una fortaleza, en el interior de la cual se encontraba un palacio, provisto
de las instalaciones más lujosas, y una prisión, dado que en esas
terribles épocas nunca iban una cosa sin la otra. Sería allí,
según Renán, donde habría que situar la escena de la danza,
y la de la decapitación que siguió.
Pero Renán se equivoca. Los textos evangélicos son particularmente
reticentes en lo que concierne a los detalles y las precisiones al respecto.
Porque, si situamos la danza y la fiesta que dio pretexto a ella en el palacio
habitual de Herodes Antipas, en Tiberíades, el relato es poco plausible.
Entre Tiberíades, situada junto a las encantadoras orillas del lago de
Genezaret, o mar de Galilea, y Maqueronte, que se hallaba en la orilla oriental
del mar Muerto, hay, a vuelo de pájaro, una distancia mínima de
ciento cuarenta kilómetros. Por lo tanto, el verdugo de Herodes habría
tenido que hacer de noche, en pocas horas, un viaje de nada menos que trescientos
kilómetros, como mínimo, ida y vuelta. Cosa absolutamente imposible
en aquella época.
Por otra parte, Flavio Josefo, al contarnos la construcción de la fortaleza
de Maqueronte, llamada primeramente Herodion, no nos dice nada sobre palacio
interior alguno, y pronto comprenderemos el porqué.
Por el contrario sí que nos describe el que Herodes Antipas hizo construir
cerca de Jerusalén, lujosamente acondicionado, y que fue denominado asimismo
Herodion. Por lo tanto es ahí donde hay que situar la escena de la danza,
en el curso de la fiesta nocturna, y las decisiones que de ella salieron. Pero
no la ejecución del Bautista.
Otra contradicción. En los dos evangelios que narran la decapitación
del Bautista, Mateo (14, 11) y Marcos (6, 28), la bailarina que fascina a Herodes
Antipas es Salomé, la hija de Herodías. Esos textos son conocidos
en todo el mundo cristiano en el siglo iv. Ahora bien, en la misma época,
y en el siglo v todavía, la bailarina en cuestión es la propia
Herodías, especialmente para Juan Crisós-tomo, quien compara a
la emperatriz Eudoxia con Herodías, y se toma a sí mismo por Juan
el Bautista porque Eudoxia lo manda exiliar fuera de Bizancio. Esto mismo sucede
con Atanasio de Alejandría, quien no conoce a Herodías sino como
bailarina.
Y esto plantea un nuevo problema. Herodes Antipas, al hacer detener y encarcelar
lejos al Bautista, quiso hacerle callar y cortar todo contacto suyo con el pueblo,
por prudencia política. Y en los confines del desierto nabateo Maqueronte
cumple esta función. Pero, de todos modos, no lo manda ejecutar, porque
le teme. El Bautista es, a sus ojos, un profeta, se rumorea que es el propio
Elias reencarnado, además es nazir, es decir, consagrado al Señor,
y por lo tanto no se le puede poner la mano encima. Y detrás de dicho
temor quizás hubiera también una inconsciente admiración,
mezclada con una conciencia no muy limpia.
De modo que, cuando hubo sido pronunciada la imprudente promesa, sin duda debido
a la embriaguez del festín, cuando Herodes Antipas tuvo que cumplirla,
quizás el alejamiento mismo de la víctima designada le permitiera
la esperanza de escapar a sus imprudentes palabras.
Recapitulemos. Salomé (o Herodías, su madre) danza maravillosamente
delante de Heredes y su corte. Heredes, en recompensa, le promete concederle
todo lo que desee, aunque se trate de la mitad de su reino. Salomé (o
Herodías) pide entonces la cabeza del Bautista.
¿Lo conocía? Es poco probable. Las mujeres de su rango salían
poco, y si lo hacían era dentro de literas cerradas, escoltadas por esclavos
o eunucos armados, que despejaban las calles mucho antes de su paso. Y precisamente
este hecho es el que saca del aprieto a Herodes Antipas.
Llama a uno de sus oficiales. Le da una orden en voz baja. El hombre desaparece.
Algunos momentos más tarde, la fiesta es de nuevo interrumpida: el oficial
regresa. Detrás de él, un verdugo lleva, sobre una gran bandeja,
la cabeza del Bautista. O, mejor dicho, una cabeza exangüe, una cabeza
de hombre, barbudo y de abundante cabellera, de rostro pálido y flaco.
Eso es, al menos, lo que nos cuentan Mateo y Marcos, en quienes, por otra parte,
el relato está ostensiblemente interpolado.
Podía tratarse de la cabeza de un asceta que, debido a los votos de su
nazirato, jamás se hubiera cortado los cabellos y la barba, y cuya delgadez
fuera consecuencia de sus ayunos o del propio ascetismo en el que vivía.
Podía ser también la cabeza de un hombre corriente, pero que hubiera
estado viviendo durante muchos años en un calabozo lóbrego, y
que desde su encarcelamiento no hubiera podido cortarse ni los cabellos ni la
barba, y que estuviera flaco a consecuencia de la subalimentación común
a todos los cautivos de aquellas terribles épocas.
Pero ¿se trataba realmente de la cabeza del Bautista, encarcelado a más
de ciento cuarenta kilómetros de allí, en los confines del desierto
transjordano? La orden fue ejecutada con demasiada rapidez para que ello fuera
cierto, y Tiberíades está demasiado lejos de Maqueronte.
¿Por qué no pudo haberse desarrollado la fiesta en Maqueronte?
Pues porque la Maqueronte cuya construcción nos cuenta Flavio Josefo
es una ciudadela perdida en unos lugares desérticos, sin agua, y que
no hay ni que hablar de palacios suntuosos en Maqueronte. Y también porque
Herodes Antipas habría estado loco si se hubiera encerrado allí,
en la frontera misma de su enemigo Aretas, padre de la esposa a la que repudió
por Herodías, corriendo el riesgo continuo de verse asediado y capturado
por los árabes. Y sabemos por Flavio Josefo que, además, no iba
jamás por allí. ¿Cómo iba a exponer a la mujer a
la que amaba tan apasionadamente, tanto a la venganza de la hija de Aretas como
a la suerte que esperaría después a semejante cautiva? Todo eso
es impensable.
Por el contrario, en la época de la muerte del Bautista, Tiberíades
goza de un clima delicioso. Mientras que Maqueronte se halla entonces en el
centro de las terribles tempestades de arena que en esa época barren
la desértica meseta del Moab.
Además, la estancia en Maqueronte no podía entusiasmar en modo
alguno a Herodías por otros motivos. A esta mujer, habituada desde siempre
al lujo, no le podía gustar Maqueronte, donde no hay ni jardines encantadores,
ni surtidores de agua como en Tiberíades. Allí no se encuentra
sino agua de cisterna, un único pozo, y las fuentes están a más
de veinte kilómetros de allí. Y en las ruinas actuales de la ciudadela,
que culmina todavía a más de cien metros del barranco de defensa,
no hay ningún rastro que pueda permitir suponer que ese lugar abrasado
por el sol haya albergado jamás un palacio digno de Herodes Antipas y,
sobre todo, de la mujer a la que él idolatraba.
La continuación de la historia no es más clara.
Una tradición transmitida por Teodoredo, teólogo bizantino que
constituye una de las autoridades históricas de la Iglesia, pretende
que los paganos de Sebasta, en Samaría, profanaron en un lugar llamado
Makron la tumba del Bautista en el año 362, y quemaron los restos.
Se trata de un error, probablemente intencionado. Juan el Bautista fue enterrado
en Maqueronte, y no en Makron, en los confines de la Arabia Pétrea, en
la misma fortaleza donde había sido encerrado, y luego ejecutado. Cerca
de Sebasta, en Samaría, a más de setenta kilómetros a vuelo
de pájaro, se halla el lugar de la tumba del que habla Teodoredo, que
se llama, como hemos dicho antes, Migron o Makron. Y ese lugar está citado
en Isaías (10, 28) y en 1 Samuel (14, 2). Y no fue el cuerpo del Bautista
lo que albergó, sino el de Jesús, después de haber sido
extraído de la "fosa infame" situada cerca del Gólgota.
La tumba de Eliseo no estaba lejos de allí, y, según la tradición,
los patriarcas fueron inhumados en dicho lugar.
Otra tradición, la de Sozoméne, citada por el padre Lagrange,
pretende, por el contrario, que la cabeza del Bautista fue llevada de Jerusalén
a Cilicia, y luego de Cilicia a Constantinopla.
Una tercera tradición pretende que fue llevada a Damas, y en el siglo
IV, en la iglesia de Teodosio, se veneraba una cabeza atribuida a Juan el Bautista.
Todavía hoy, en la mezquita de los Omeyas, un edículo de mármol
pretende contenerla.
Observaremos que no se habla del cadáver.
De hecho, la cabeza que fue entregada sobre una bandeja a Salomé (o a
Herodías) debió sufrir la suerte de todas las cabezas de decapitados
en el Oriente Medio. Se las exponía ensartadas en una lanza o en una
estaca, en lo alto de la más alta torre, a fin de que sufrieran los ultrajes
de los pájaros del cielo, especialmente de los buitres, tan abundantes
en esas regiones. Cuando estaba ya descarnada y descompuesta, y no quedaba más
que la parte ósea de lo que había sido un "jefe" humano,
se la depositaba sobre una pira de leña mezclada con basuras, y se la
quemaba.
Eso es lo que sucedió con las cabezas de los soldados ingleses decapitados
en mayo de 1964 en el Yemen. Se las encontró carbonizadas, según
la prensa de finales de junio de 1964. En esas regiones, donde la vida no ha
variado desde hace siglos, las costumbres se mantienen, inmutables y crueles.
También es muy posible que Heredes Antipas se hubiera acordado de la
amenaza general, proferida antaño por el profeta Amos, que condenaba
implícitamente, en Israel, la incineración postuma:
"Y como ha quemado, calcinado, los huesos del rey de Edom, enviaré
el fuego a Moab, y devorará los palacios de Kerijoth, y Moab perecerá
en medio del tumulto, en medio de los gritos de guerra y del estrépito
de las trompetas... Y mataré a todos sus jefes con él, dijo el
Eterno..." (Amos, 2,2.)
En este caso, Antipas habría dado las órdenes oportunas para que
la cabeza no fuera profanada. Únicamente lo sería, sin duda, la
del decapitado anónimo entregada a Herodías.
En cuanto a Juan, éste murió, sin duda, pocos días después
de la fiesta. Heredes no podía zafarse y dejar con vida a aquel que,
en cuanto hubiera reaparecido, habría enfriado el amor de Herodías,
a quien él había mentido. Un mensajero debió partir al
amanecer hacia Maqueronte. Debió tardar cuatro días en ir y volver.
Y la espada cayó por segunda vez. A menos que interrumpieran simplemente
cualquier entrega de víveres al prisionero, para evitar verter la sangre
de un profeta.
Y teniendo en cuenta lo largo del camino y el calor, es poco probable que cerca
de la cindadela se encontraran unos discípulos, que hubieran sido advertidos
de la decapitación de su maestro, y hubieran recibido la autorización
de llevárselo a Samaría. Juan el Bautista fue inhumado en Maqueronte,
allí donde había muerto, y fue inhumado sin precauciones particulares,
como un condenado a muerte de aquellos tiempos, eso si el cadáver no
fue precipitado sin contemplaciones desde lo alto de las murallas. Además,
¿cómo habrían podido subsistir esos discípulos fuera
de la ciudadela, en medio de semejante caos desértico? ¿Y acaso
la guarnición los habría tolerado? Eso es más dudoso todavía.
Su presencia habría resultado sospechosa, al evocar una evasión,
siempre posible. Por esa razón, los restos inhumados en Sebasta, en Samaria,
no pueden haber sido los del Bautista. Tengamos esto en cuenta; pronto comprenderemos
la importancia de esta constatación.
El siguiente pasaje de las Guerras de Judea, de Flavio Josefo, en su versión
eslavona, nos basta como prueba de que el Bautista, al igual que Jesús,
era seguidor de la doctrina de Judas de Gamala:
"Había entonces un hombre que recorría la Judea vestido de
forma extraña, con pelos de animales enganchados a su cuerpo en los puntos
en los que no estaba cubierto por su propio pelo, y su rostro parecía
el de un salvaje. Abordaba a los judíos y los llamaba a la libertad,
diciéndoles: "Dios me ha enviado para mostraros el camino de la
ley gracias a la cual os salvaréis de tener a varios amos, y no tendréis
sobre vosotros a ningún amo mortal, sino tan sólo al Altísimo,
que me ha enviado..."" (Op. cit., 2, 2.)
"Al oír estas palabras, el pueblo se sentía feliz, y toda
la Judea le seguía, así como los alrededores de Jerusalén.
Y no hacía otra cosa que sumergirlos en las aguas del Jordán.
Y los hacía marchar, enseñándoles a dejar de hacer el mal,
y diciéndoles que les sería dado un rey que los liberaría
y que sometería a todos los insumisos, y que él mismo no estaría
sometido a nadie. Unos se burlaban de sus palabras, otros creían en ellas..."
(Op. cit., 2, 2.)
No hay más que comparar estos dos párrafos para constatar que
el segundo es la contradicción del primero. Es una interpolación
ulterior de los copistas cristianos. El primer párrafo se acomoda perfectamente,
en sus términos, a la doctrina de Judas de Gamala, y nosotros lo consideramos
auténtico. Desgraciadamente, las interpolaciones siguientes han sustituido
a pasajes de Flavio Josefo que nos habrían enseñado, indudablemente,
mucho más que los Evangelios de los siglos IV yV.
En cuanto a la razón por la cual Juan había adherido pelos de
animales sobre las partes de su cuerpo que habitualmente no están revestidas
de vello, es fácil ver en ello una provocación, una advertencia
a la dinastía usurpadora de los Herodes. Haciéndolo se asemeja
a Esaú, que estaba cubierto de vello (Génesis, 25, 25-26 y 27,
16-17). Ese fue el artificio que utilizó Jacob para engañar a
su padre Isaac al sustituir a Esaú, su hermano mayor y primogénito
de aquél. Pues bien, Jacob significa "suplantador", y Jesús
(a quien Juan anuncia) deberá suplantar a los tetrarcas colaboradores
de Roma. Por último Esaú, el "velloso", fue el primero
de los dos gemelos que salió del vientre materno. Y de los dos gemelos
que trajo al mundo Mana, Jesús era el primogénito.
Para los judíos, que estaban al corriente de la forma metafórica
de hablar de los profetas, quienes siempre hacían preceder sus palabras
de gestos o de actitudes simbólicas, Juan desempeñaba perfectamente
su papel, y se expresaba esotéricamente, conforme a la tradición.
Hasta ahora hemos seguido dócilmente el tema clásico de la leyenda
del Bautista, contentándonos con subrayar los anacronismos y las imposibilidades
en cuanto a la realidad histórica. Vamos ahora a controlar lo esencial.
Herodes el Grande murió en el año 5 antes de nuestra era. A su
muerte, acaecida en el mes de Nisán (21 de marzo-21 de abril), su hijo
primogénito, Arquelao, se embarca con rumbo a Roma para que el emperador
Augusto ratifique su elevación al trono de Judea. Su hermano Herodes
Antipas hace lo mismo, pero con la intención contraria. A su regreso
de Roma, este último convencerá a Hero-días, esposa de
su otro hermano, Herodes Filipo, a que vaya a vivir maritalmente con él,
con su hija Salomé, que Herodías tuvo de su esposo Herodes Filipo.
Esta decisión de Herodías se sitúa, según Flavio
Josefo (Antigüedades judaicas, XVIII, V, 136), poco después del
nacimiento de Salomé.
Por consiguiente, en el año 5 antes de nuestra era, dicha Salomé
está ya en el mundo y cuenta aproximadamente un año de edad. La
muerte del Bautista se sitúa en marzo del año 32 de nuestra era.
En esa época Salomé tendrá, pues, por lo menos treinta
y siete años (5 + 32).
La historia, contada fielmente por Flavio Josefo en sus Antigüedades judaicas
(XVIII, V, 137), nos dice que ella se había casado primero con su primo
Filipo, hijo de Herodes Antipas, que era, a su vez, su tío natural y
(por su unión con Herodías) su padrastro.
Al morir Filipo Antipas sin dejar sucesión de esta unión con Salomé,
ésta se casará otra vez, ahora con Aristóbulo, hermano
de Agripa.
De esta segunda unión Salomé tuvo tres hijos: Herodes, Agripa
y Aristóbulo. El tiempo pasará y, a la muerte de Jesús,
Salomé tendrá aproximadamente cuarenta años.
Y aquí nos planteamos el problema de la veracidad de los Evangelios canónicos
en cuanto a la causa real de la muerte del Bautista.
Herodes Antipas, en su palacio de Tiberiades, da una gran fiesta. En este banquete
está, a su lado, Herodías, la mujer a la que ama tiernamente.
Y también se halla, sin duda. Salomé, y su esposo de entonces,
que es probablemente Aristóbulo, si se casó por primera vez a
los quince años de edad con Filipo, el esposo difunto, o sea hacia el
año 10 de nuestra era. Cerca de ellos, alrededor de la gran mesa dispuesta
en forma de herradura de los banquetes antiguos, están los grandes oficiales
de Herodes Antipas, su corte.
¿Qué verosimilitud hay en el hecho de que el tetrarca idumeo pida
a Salomé, madre de familia, y delante de su esposo, que baile?
En Oriente, en aquella época, no se bailaba como en nuestros días,
"entre sí" y "para sí". Había bailarinas,
ése era su oficio, y por cierto un oficio bastante desacreditado. Y pedir
a la nuera, que era al mismo tiempo su sobrina, que se entregara a cabriolas
sugestivas ante los ojos de su esposo y de toda la corte, era cosa impensable;
habría sido injuriar gravemente a ambos. Tanto más cuanto que
se trataba de una mujer de treinta y siete años ya, y que, en Oriente,
teniendo en cuenta la época, debía de ser víctima de un
envejecimiento precoz.
¿Y qué plausibilidad había asimismo en el hecho de que
el tetrarca idumeo ofreciera como recompensa satisfacer cualquier deseo de Salomé,
aunque éste fuera la mitad de su reino, como dice el evangelio de Marcos
(6, 23)? Sería preciso que Herodes Antipas, tan apasionado por el poder
y por el engrandecimiento de sus dominios, hubiera perdido la razón.
En cuanto a transferir el problema en beneficio de Herodías, quien en
esa época debía contar unos cincuenta años, ¡la hipótesis
queda excluida! No se hace danzar en público a la esposa, sobre todo
siendo cincuentona, y no se ofrece la mitad del reino a aquella que reina ya,
junto con uno mismo, sobre la totalidad de los dominios.
¿Y bien? Concluyamos simplemente diciendo que Heredes Antipas hizo detener
a Juan el Bautista y lo encarceló lejos, en Maqueronte, en el desierto
de Moab, para retirarle toda influencia sobre la población judía.
Y lo hizo decapitar al cabo de un año, en esa misma fortaleza de Maqueronte,
cuando las actividades zelotas, dirigidas por Jesús, jefe de dicho movimiento,
empezaron a tomar una amplitud peligrosa. No fue sino una simple y despiadada
medida de prudencia, pero ni Herodías ni Salomé tienen aquí
nada que ver. Lo que explica que los padres de la Iglesia ya citados ignoraran
la famosa "danza de Salomé", episodio que se debe relegar al
campo de las leyendas, al igual que el de los discípulos autorizados
a permanecer durante un año a la sombra de la fortaleza, sin avituallamiento
y sin agua, para luego recibir y llevarse a más de cien kilómetros
de allí la cabeza del profeta decapitado.
14.- La magia en la vida de Jesús
"Que no se encuentre en tu pueblo a nadie que pregunte a los muertos..."
DEUTERONOMIO, 18, 11
No hay ni un solo exegeta que no haya observado o reconocido que, en la vida
de Jesús, hay un vacío oscuro, un período del que no se
sabe absolutamente nada. Para los docetas y todos los gnósticos en general,
y para Marción el primero. Jesús aparece de forma repentina, sin
que se sepa de dónde viene. Es asimismo en Cafarnaúm donde fijan
su primera aparición. Otros la sitúan en el vado del Jordán
llamado Beta-Abara, en el pueblo de Betania. (Hemos visto, en el capítulo
11, que esos "años oscuros" cubren un período de actividad
política, o incluso insurreccional.)
En ese período desconocido de la vida de Jesús, el rumor público
judío incluía su estancia en Egipto, con el fin de estudiar allí
la magia.
En efecto, en Israel existía una tradición sólidamente
establecida según la cual Egipto era la patria de dicha ciencia, y que
no se podía tener mejor maestro que un egipcio. Para todo talmudista
sincero, experimentado, poseedor de la tradición esotérica de
las sagradas Escrituras, uno de los tesoros robados a los egipcios cuando tuvo
lugar su salida de Egipto (cf. Éxodo, 12, 35-36) fue precisamente ese
conocimiento, y los famosos "vasos de oro y de plata" que los israelitas
tomaron sutilmente de las gentes de Egipto la víspera de su partida en
masa hacia la Tierra Prometida no eran otra cosa que las claves (los vasos,
los secretos) del doble poder mágico (el oro y la plata), todavía
representado en nuestros días esotéricamente mediante las dos
llaves de oro y plata que figuran en el blasón de los papas.
Esta creencia estaba tan sólidamente arraigada en el espíritu
del Israel antiguo, que todo viajero procedente de Egipto que entrara en Palestina
era sometido a un escrupuloso registro a su paso por la frontera común.
Y, en virtud de la palabra de las Escrituras, a todo aquel que introdujera un
tratado cualquiera de magia le esperaba como castigo la pena de muerte a partir
del momento en que franqueara los límites del país nabateo o de
la vetusta tierra de Menfis:
"Que no se encuentre junto a ti a ninguno de aquellos que practique las
adivinaciones, el sortilegio, el augurio, la magia; que practique hechizos,
que consulte a los espectros y a los espíritus familiares, que interrogue
a los muertos." (Deuteronomio, 18,10-11.)
Por eso:
"No dejarás vivir a la que practica la magia..." (Éxodo,
22, 17.)
Y este ostracismo llegaba muy lejos. En el siglo i de nuestra era, Rabbi Ismael
ben Elischa, nieto del sumo sacerdote ejecutado por los romanos, impide a su
sobrino Ben Dama que se deje curar por un cristiano de una mordedura de serpiente.
Basa su oposición en el tratado talmúdico Abhodah Zarah (27 B),
el cual enseña que:
"Vale más perecer que ser salvado por la magia..."
Así pues, para los judíos Jesús operaba sus prodigios sustentándose
en sus conocimientos de magia, que había aprendido y traído de
Egipto, y cuyos elementos esenciales había conseguido disimular bajo
sus ropas al pasar la frontera. (Qiddouschim, 49 B; Schab., 75 A y 104 B.) Todos
sus discípulos eran como él, ya que él les había
enseñado sus secretos. Eso es lo que explica sus milagros y el éxito
que éstos traían aparejado para ellos, de cara a la multitud ignorante.
En la misma época se verá cómo Rabbi Eliezer ben Hyrcanos,
que había sido acusado de haberse hecho cristiano en secreto, obtuvo
finalmente la gracia, al haberse llegado a la conclusión de que un hombre
tan sabio, tan fiel observador de la ley, no había podido extraviarse
de tal modo de no haber caído en una especie de hechizo espiritual, practicado
por los discípulos de Jesús.
Reconozcamos que esta opinión era todavía compartida por un porcentaje
bastante elevado de cristianos en el siglo V. En efecto, está demostrado
que los Evangelios llamados "de la Infancia", que se componen del
Protoevangelio de Santiago, del Evangelio del pseudo Mateo, de la Historia de
José el carpintero, y del Evangelio de Tomás, se reparten en fragmentos
que pueden haber sido compuestos, unos a finales del siglo II, y los otros en
el siglo v.
Pues bien, en todos esos textos se nos muestra al niño Jesús dotado
de facultades mediúmnicas extraordinarias, y ya apto para realizar prodigios,
a merced de sus reacciones infantiles. Se le ve penetrar en una caverna, donde
una leona acaba de parir. Y ésta juega y retoza con Jesús, junto
con los leoncillos. Y una palmera se inclina ante una orden suya, para ofrecer
a María, su madre, los dátiles que desea. Una fuente brota por
orden suya, para apagar la sed de sus padres. En el templo de Hennópolis,
en Egipto, las trescientas sesenta y cinco estatuas de las divinidades cotidianas
de las parénesis caen al suelo. Cuando juega con la tierra y el agua,
de regreso a Judea, aquellos que estropean sus frágiles construcciones
caen muertos a sus pies. Modela una docena de pájaros en arcilla, y les
da vida con sólo una palmada.
Ante la indignación de la población, consecutiva al abuso que
hace de sus poderes, sus padres lo encierran en la casa y no le dejan salir.
Entonces, tanto para hacerse perdonar, como para demostrar su poder. Jesús
devuelve la vida a un niño al que acababa de lanzar un hechizo mortal.
Lo confían a un maestro de edad muy avanzada para que le enseñe
a leer. El maestro, al golpear a Jesús con una varilla de estoraque,
cae inmediatamente muerto. Un hecho confirma en los Evangelios canónicos
ese carácter rencoroso de Jesús: es el episodio de la higuera
(Mateo, 21, 19 y Marcos, 11, 21), que debería haber dado higos a Jesús
instantáneamente, -y fuera de temporada, y a quien él maldice
por no haberlo hecho.
En todos esos apócrifos, el padre de Jesús se llama José,
evidentemente. Pero han permanecido algunos fragmentos de una veracidad que
a continuación fue sabiamente sofocada. Entre ellos están, por
ejemplo, los siguientes del pseudo Mateo sobre sus hermanos:
"Cuando José iba a un banquete con sus hijos Santiago, José,
Judas y Simón, así como con sus dos hijas. Jesús y su madre
iban también, junto con la hermana de ésta, llamada María,
hija de Cleofás..." (Cf. Evangelio del pseudo Mateo, 42,1.)
"José envió entonces a su hijo Santiago para recoger leña
y llevarla a casa, y el niño Jesús le seguía. Pero mientras
Santiago reunía las ramas, una víbora le mordió en la mano.
Y como sufría y se moría. Jesús se le acercó y sopló
en la herida. Inmediatamente el dolor cesó y la víbora cayó
muerta, y Santiago permaneció entonces sano y salvo." (Op. cit.,
16,1.)
En los apócrifos etíopes encontramos lo mismo. Vemos a Jesús,
en su edad madura, comunicando a sus discípulos fórmulas mágicas
extrañas, algunas de las cuales las encontraremos en los formularios
que todo buen doblara abisinio debe inevitablemente poseer.
Esas son las creencias supersticiosas que compartían los judíos
y los cristianos respecto a los "poderes" de Jesús.
Lo que es seguro es que los cristianos más cerrados al análisis
racional de un texto no podrán negar que Jesús utilizaba una técnica.
Y ésta es la prueba:
En su ingenuidad los creyentes ordinarios se imaginan que a Jesús le
bastaba con dar una orden para que el milagro se produjera. Y nada de eso. Hay
matices, y los procedimientos difieren según la naturaleza del resultado
deseado. Los siguientes textos lo prueban:
"Cuando hubo partido de allí, Jesús fue seguido por dos ciegos
que daban voces y decían: "¡Hijo de David, ten piedad de nosotros!"
En cuanto hubo llegado a la casa, los ciegos se le acercaron y Jesús
les dijo: "¿Creéis que puedo yo hacer esto?" Respondiéronle:
"Sí, Señor". Entonces tocó sus ojos, diciendo:
"Hágase en vosotros según vuestra fe". Y se abrieron
sus ojos..." (Mateo, 9, 27.)
"Llegaron a Betsaida, y le llevaron a Jesús un ciego, rogándole
que lo tocara. Tomando al ciego de la mano, lo sacó fuera del pueblo,
y, poniendo saliva en sus ojos e imponiéndole las manos, le preguntó
si veía algo. El ciego miró y le dijo: "Veo hombres, pero
algo así como árboles que andan". Jesús le puso de
nuevo las manos sobre los ojos, y cuando el ciego miró fijamente, fue
curado, y vio con toda nitidez." (Marcos, 8,22-26.)
"Pasando, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento [...]. Y después
de haber dicho esto, escupió en el suelo e hizo un poco de lodo con la
saliva. Luego aplicó este lodo sobre los ojos del ciego y le dijo: "Ve
y lávate en la piscina de Siloé". Fue, pues, allí
y se lavó, y regresó viendo claro." (Juan, 9,1 y 6-7.)
La piscina de Siloé estaba situada cerca de una de las puertas de Jerusalén.
Era allí donde los sacerdotes, revestidos con sus atavíos festivos,
sacaban e( agua que iban a utilizar para las purificaciones rituales del Templo.
Desde que el profeta Isaías la había alabado (Isaías, 8,
6) se la tenía por santa, y todavía en la Edad Media tenía
fama, entre los musulmanes, de dispensar un agua milagrosa. En efecto, en estos
tres milagros se ve que Jesús emplea tres técnicas diferentes:
a) en el primer caso, la fe de los ciegos garantizaba el resultado, por lo que
le basta con tocar sus ojos;
b) en el segundo caso, pone saliva suya sobre los párpados del ciego,
y le impone las manos. Al ser incompleto el resultado, empieza de nuevo la operación,
y por fin el ciego ve;
c) en el tercer caso, utiliza una vieja receta de la farmacopea antigua. Un
código médico del siglo III, atribuido a Serenus Sammo-nicus,
recomienda la aplicación de una capa de lodo para curar los tumores de
los ojos. Pero Jesús añade a ello, a modo de complemento, la inmersión
en la piscina milagrosa de Siloé, o por lo menos el lavado de los ojos
en esas célebres aguas.
Sobre el hecho de que Jesús utilizara la saliva en la curación
de las afecciones oculares, éste no hace sino emplear una receta antiquísima
que se basa en el valor terapéutico de la saliva. En los Anales de cirugía
plástica de abril de 1961, págs. 235-242, podemos leer en el artículo
"Las derivaciones salivales parotídeas en la xeroftalmia" los
siguientes pasajes:
"El síndrome xeroftálmico que se desarrolla sobre un ojo
con secreción lacrimal pobre o ausente, acarrea la queratinización
o la descamación de la conjuntiva desecada, con formación de adherencias...
La comea se opacifica... Las pestañas, al rozar, se convierten en un
factor de ulceración... El descenso de la agudeza visual desemboca a
menudo en una ceguera completa."
"La saliva y las lágrimas tienen una composición muy parecida,
y contienen ambas lisozima, sustancia bacteriostática de protección."
El cirujano comunicará entonces, por vía mucosa intrabucal, el
canal secretor de las glándulas salivales con el fondo de saco conjuntivo.
Y "...de ello resultará para el enfermo una mejora espontánea
de la agudeza visual..." (Op. cit.)
De este conocimiento inconsciente es de donde deriva el gesto de numerosos escolares
que, afligidos por dolor de ojos, humectan con su saliva, con ayuda de sus índices,
los lagrimales doloridos, mientras hacen sus deberes bajo la lámpara
familiar.
En el caso del exorcismo que nos cuenta Mateo (17, 21), también ahí
se ha utilizado una técnica. Juzgúese:
"Entonces se acercaron los discípulos a Jesús y aparte le
preguntaron: "¿Cómo es que nosotros no hemos podido arrojar
a ese demonio?" Jesús les respondió: "A causa de vuestra
incredulidad; porque en verdad os digo que, si tuviereis fe como un grano de
mostaza, diríais a esa montaña: Vete de aquí allá,
y se iría, y nada os sería imposible. Pero esta raza de demonios
no se puede expulsar sino mediante la oración y el ayuno...""
(Mateo, 17,19-21.)
En primer lugar, observaremos que existe contradicción. El texto nos
dice que nada es imposible para la/e absoluta y sincera. Pero el mismo texto
nos precisa los elementos de una técnica, ascética y mística,
para la obtención del resultado: la oración y el ayuno. Hay ahí
una indiscutible contradicción, ya que la frase final implica que, según
la naturaleza de los demonios, según su especie, debe utilizarse un procedimiento
u otro. Por lo tanto, la fe sola es insuficiente, y hay que añadirle
un soporte psíquico: ayuno, oración, sacramental (aceite, saliva,
lodo, agua, etc.).
Hay otros casos en los que el análisis debe ser más sutil, más
prudente. Así, por ejemplo, el caso del poseso de Gerasa. Un hombre está
poseído por numerosos demonios. Vive en los lugares desérticos
y en los sepulcros. Rompe las cadenas y los hierros con los que se le quiere
reducir. Jesús viene, ordena a los demonios que dejen a ese hombre. Ellos
le suplican:
"...y le rogaban encarecidamente que no les mandase volver al abismo. Pues
bien, había allí una piara de cerdos bastante numerosa paciendo
en el monte, y suplicaron a Jesús que les permitiese entrar en ellos.
Se lo permitió. Y saliendo los demonios del hombre, entraron en los puercos,
y se lanzó la piara por un precipicio abajo hasta el lago, y se ahogó.
Viendo los porquerizos lo sucedido, huyeron y lo anunciaron en la ciudad y en
los campos..." (Lucas,8,31-35.)
Observaremos, en primer lugar, que no son jabalíes, sino cerdos domésticos,
dado que se trata de una piara con porquerizos. La escena tiene lugar en "el
país de los gerasenos, que está frente a Galilea". Es, por
lo tanto, la Galaadítide. Pero ¿qué probabilidades hay
de que allí se criaran cerdos, animales cuyo consumo estaba formalmente
prohibido por la ley, y cuya utilización, preparación y venta
eran, por consiguiente, más que aleatorias? Por otra parte, en Gerasa
y en su región no hay lago alguno. Para evitar este escollo se nos quiso
transferir la escena a Betsaida-Julias, en las orillas del lago Tiberíades,
alias de Genezaret, alias mar de Galilea. Pero entonces el suceso no se desarrolla
ya en el país de Gerasa, ni en Galaadítide, sino en la Gaulanítide,
y a más de ochenta kilómetros a vuelo de pájaro de Gerasa...
Una vez más, los escribas anónimos del siglo iv imaginaron cualquier
cosa, sin pararse a reflexionar.
Por último, en el Voyage en Orient de Gérard de Nerval leemos
lo siguiente, y es Avicena el que habla:
"Siempre he dicho que el cáñamo con el que se hace la pasta
de haschich era esa misma hierba que, según decía Hipócrates,
comunicaba a los animales una especie de rabia que les inducía a precipitarse
al mar."
De hecho, si hacemos una selección entre los acontecimientos milagrosos
cuyo origen es incontrolable, que los judíos atribuyen a la magia y los
cristianos a milagros, vemos que la vida de Jesús está dominada
por tres hechos importantes:
a) el encuentro con el Príncipe de las Tinieblas, en la cima de la montaña
de la Cuarentena, en el desierto de Judá;
b) la evocación de Moisés y de Elias, en la cima del Tabor;
c) el diálogo final, poco antes de su detención, en el monte de
los Olivos, con un "padre" misterioso.
Pues bien, todo eso constituye una secuencia de operaciones mágicas,
prohibidas bajo pena de muerte por la religión judía.
En la escena de la Tentación (Mateo, 4; Marcos, 1; Lucas, 4), Jesús
es impulsado por el Espíritu a aislarse durante cuarenta días
y cuarenta noches, en la cima de un monte al que en nuestros días se
denomina el monte de la Cuarentena, y se nos precisa claramente que es para
ser tentado allí por el Diablo. Se trata de una prueba iniciática:
el operante debe triunfar sobre las fuerzas de Abajo, si quiere obtener el apoyo
de las de lo Alto. Este mismo episodio se encuentra en la vida de Buda y de
todos los grandes taumaturgos. Después, el triunfador es "asistido
por todo el Cielo y obedecido por todo el Infierno", según la conclusión
perfectamente conocida por todos los cabalistas.
Pero ¿se había tratado de una evocación, en la cual se
llama a una entidad, conjurada por ritos y palabras, y se la obliga a manifestarse,
o por el contrario ese retiro de cuarenta días, en la soledad y el ayuno,
no preveía explícitamente la aparición, sino que vino de
forma inesperada? Ningún texto lo precisa. Por otra parte, hay que considerar
como una exageración evidente el hecho de que Jesús hubiera permanecido
cuarenta días sin beber, en las terribles soledades del desierto de Judá.
Sometido a todas las vicisitudes de la carne, sufrió la flagelación,
la crucifixión, y murió, bien a causa de ésta o de la herida
de lanza del legionario romano, pero es absolutamente impensable que hubiera
resistido, en medio del calor tórrido y de las piedras recalentadas,
a semejante deshidratación.
Sea lo que fuere, el encuentro con una "manifestación" del
Principio del Mal es el primer hecho mágico importante de la vida de
Jesús. Existe todavía un segundo hecho, que generalmente pasa
desapercibido: con ese Principio tuvo lugar un segundo encuentro, uno, por lo
menos. Y éste se desarrolló inmediatamente antes de su detención,
o, todo lo más, unos cuantos días antes.
"Y el Señor dijo: Simón, Simón, Satanás os
ha reclamado para ahecharos como el trigo. Pero yo he rogado por ti, para que
no desfallezca tu fe, y tú, una vez te hayas convertido, confirma a tus
hermanos..." (Lucas, 22, 31-32.)
La Vulgata de san Jerónimo dice exactamente conversus, que significa
transformado, cambiado.
¿Qué puede deducirse de esos frecuentes "contactos"
con el Adversario?
La segunda gran operación teúrgica tiene lugar en la cima del
monte Tabor; se trata de la célebre escena conocida como la de la Transfiguración;
la encontraremos relatada con todo detalle en Mateo (17), Marcos (9, 2), Lucas
(9, 29), Juan (1, 14), y en la segunda Epístola de Pedro (1,16).
"Seis días después, tomó Jesús a Pedro, a Santiago
y a Juan, su hermano, y los llevó aparte, a un monte alto. Allí
se transfiguró ante ellos, brilló su rostro como el sol, y sus
vestidos se volvieron blancos como la luz. Y se les aparecieron Moisés
y Elias hablando con él. Pedro, tomando la palabra, dijo a Jesús:
"Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres,
levantaré tres tiendas, una para ti, una para Moisés, y otra para
Elias..." Aún estaba él hablando, cuando una nube resplandeciente
los cubrió. Y he aquí que una voz, procedente de la nube, dijo:
"Éste es mi hijo bienamado, en quien tengo mi complacencia, ¡escuchadle!"
Cuando oyeron esta voz, los discípulos cayeron sobre su rostro, sobrecogidos
de gran temor. Pero Jesús, acercándose a ellos, los tocó
y les dijo: "Levantaos, no tengáis miedo..." Alzando ellos
los ojos, no vieron a nadie, sino sólo a Jesús.
"Mientras bajaban de la montaña. Jesús les dio esta orden:
"No habléis a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del
Hombre resucite de entre los muertos"." (Mateo, 17,1-9.)
En primer lugar, observaremos que esta evocación apela a dos muertos,
ya que Moisés había muerto, en la cumbre del monte Ne-bo, hacía
catorce siglos. Y en cuanto a Elias, éste hacía once siglos que
"un carro de fuego y unos caballos de fuego" se lo habían llevado
hacia el cielo, ante la estupefacción de su discípulo Elíseo.
Si se hubiera tratado de la simple manifestación de su filiación
divina, Jesús habría podido llevarla a cabo en Jerusalén,
en la habitación más alta de la casa de un amigo. Pero como se
trataba de una evocación de los muertos, debía tener lugar en
un sitio apartado, en un lugar desértico, próximo al cielo, por
dos razones. La primera estribaba en el hecho de que semejantes ritos exigen
ser practicados de forma que no se corra el riesgo de ser molestado por la llegada
inopinada de profanos. La segunda debido a que, en Israel, no se bromeaba con
esas cosas que, de ser descubiertas, implicaban la pena de muerte en virtud
de las Escrituras: Deuteronomio (18, 10-11), y Éxodo (12, 35-36). De
donde la recomendación de Jesús: "No habléis a nadie
de esta visión..." (Mateo, 17, 9.)
En cuanto a la finalidad de tal evocación. Lucas es quien nos la revela,
al decirnos esto:
"Y he aquí que dos varones hablaban con él. Moisés
y Elias, que aparecían gloriosos y le hablaban de su partida, que había
de cumplirse en Jerusalén..," (Lucas, 9, 30-31.)
De manera que fue para conocer su destino cercano por lo que convocó
a Moisés y Elias, los dos guías esenciales de la historia de Israel.
Está establecido el hecho de que todo ello fue acompañado de los
sahumerios mágicos habituales con potentes alucinógenos por el
delirio y la embriaguez que demuestran sus discípulos, y la incoherencia
de las palabras de Simón-Pedro, quien sueña despierto y quiere
levantar tiendas para los recién llegados. Porque Lucas, antes, nos dice
que "Pedro y sus compañeros estaban cargados de sueño..."
(Lucas, 9, 32), y de Pedro que "no sabía lo que decía..."
(Lucas, 9, 34.)
En cuanto a la nube luminosa, la explicación es muy sencilla. Si uno
se sitúa en la cima de una montaña, en una región con el
cielo impecablemente azul, si llega una nube y el observador se halla envuelto
por dicha nube, al continuar el sol dando sobre esa montaña, hará
de la nube un verdadero difusor de luz, y será tal el contraste, que
el observador, sobre todo si va vestido de blanco, parecerá todavía
más deslumbrante.
Y llegamos ahora a la última evocación, la que tuvo lugar la noche
de la detención de Jesús, en el monte de los Olivos, cerca de
Betania, y en el lugar llamado Getsemaní, que designaba un lagar de aceite.
Veamos el relato de Lucas:
"Tras salir se fue, según costumbre, al monte de los Olivos, y le
siguieron también sus discípulos. Una vez llegó allí,
les dijo: "Orad, para que no caigáis en tentación..."
Se apartó de ellos a una distancia como de un tiro de piedra, y, puesto
de rodillas, oraba: "¡Padre! Si quieres, aparta de mí este
cáliz... Pero no se haga mi voluntad, sino la tuya". Entonces se
le apareció un ángel del cielo, para confortarle." (Lucas,
12,39-4ª.)
"Después de haber orado, se levantó, vino hacia los discípulos
y, encontrándolos adormilados por la tristeza, les dijo: "¿Por
qué dormís? Levantaos y orad, para que no entréis en tentación"."
(Lucas, 22,45.)
Aquí vamos a plantearnos una primera pregunta: ¿cómo puede
uno dormirse de tristeza? La angustia y la pena lo que hacen es quitar el sueño.
Ese "sueño de tristeza", ese sueño saturniano, está
producido ahí, una vez más, por sahumerios, probablemente de Datura
stramonium o de beleño, mezclado con gálbano, el helbénáh
de los sahumerios del Templo. Porque ahí se trata de una nueva evocación,
ahora no interroga a Moisés y a Elias, sino a su padre. ¿Pero
a cuál? Lo comprenderemos más tarde.
La segunda pregunta es la siguiente: si los discípulos se habían
dormido, y si estaba alejado, a la distancia de un tiro de piedra, ¿cómo
se conocen los términos de su diálogo con su padre?
No por ellos, puesto que duermen. Tampoco por él, dado que Jesús
aún no había terminado de amonestar a sus discípulos, por
fin despiertos, cuando los soldados romanos de la Cohorte, los servidores del
Templo, armados con espadas y cachiporras, conducidos por Judas Iscariote, su
sobrino, llegan a la luz de las antorchas y proceden de inmediato a su detención.
Es a través de un personaje, del que sólo nos habla Marcos, por
quien conocemos estas cosas, y los detalles son de lo más curiosos:
"Y abandonándole, huyeron todos. Un cierto joven le seguía,
envuelto en una sábana sobre el cuerpo desnudo. Trataron de apoderarse
de él, mas él, dejando la sábana, huyó desnudo..."
(Marcos, 14,50-52.)
En primer lugar, nos extrañará el hecho de que en pleno mes de
marzo, en Judea, en la cima del monte de los Olivos, se le ocurra a un joven
desplazarse con una sábana por todo vestido, todavía de noche,
en las horas más frías, tan frías que se encenderá
fuego en el atrio de Caifas, algunos instantes más tarde, allí
donde Pedro renegará de su Maestro. (Juan, 18,18.)
No se trata de una sábana en el sentido literal de la palabra. El latín
de la Vulgata de san Jerónimo, texto oficial de la Iglesia, tampoco emplea
el término latino pannus, que significaría paño. Y no se
trata de una sábana de cama, dado que en aquella época no se conocían
esas cosas. Los judíos se acostaban sobre esteras, al igual que todos
los pueblos de esas regiones. Los romanos utilizaban catres, con coberturas
de lana o de piel. Los galos utilizaban colchones, y, en el peor de los casos,
jergones. Pero no había sábanas de tela, cosa bastante reciente,
dado que todavía en nuestra época, en Alemania y en Austria, muchas
camas de las zonas rurales acostumbran a llevar sólo una.
En realidad, la Vulgata de san Jerónimo utiliza el término latino
sindon, que significa exactamente un sudario. Y un sudario no tiene nada en
común con las vestiduras rituales que debía llevar un judío
de aquellos tiempos.
Es este joven el que representa el papel del ángel "venido del cielo
para reconfortarle" y que nos narra Lucas (22, 39-44). Y es a través
de él como conocemos la plegaria que Jesús dirige a "su padre".
Es el comparsa clásico en todo espectáculo de este tipo; en argot
a esto se le llama un "barón".
Y comprendemos que toda esta escenografía tiene como finalidad reconfortar,
efectivamente, a Jesús en su misión, misión de la que él
no ignora que va a conducirle a una muerte horrible, sin esperanza alguna de
conseguir liberar a Israel y restablecer la realeza davídica. No ignora
que esta misión, desde que se retiró a Fenicia, él la ha
trasladado ya a otro "reino", que no es de este mundo. Pero los fanáticos
que le rodean no lo escuchan en esta misma sintonía.
Unos habían montado esta superchería para catapultarlo de nuevo
a ese mesianismo puramente político y sin esperanzas de éxito.
Otro había llegado ya más lejos, y ya lo había denunciado:
su propio sobrino, Judas Iscariote, hijo de Simón Pedro. Una vez desaparecido
Jesús, la filiación de Israel pasaba a Simón Pedro, y él,
Judas, se convertía en el "delfín"... En cuanto a los
demás, aprovechando la oscuridad de la noche, la poca luz producida por
las antorchas, se fundirían en las tinieblas del monte de los Olivos
y emprenderían la huida sin ningún escrúpulo.
Pero para los judíos de entonces no había duda alguna de que había
utilizado las ciencias prohibidas. El rumor de su encuentro con Samael en las
soledades del desierto de Judá debió extenderse. Se sabía
que había vencido al Príncipe de las Tinieblas. Por lo tanto éste,
según la tradición mágica común, era su esclavo,
puesto que Jesús lo había domado:
"Pero los fariseos replicaban: "Por medio del Príncipe de los
Demonios expulsa a los demonios..."" (Mateo, 9, 34.)
"Y se extendió el rumor de que tenía un Espíritu impuro
(se sobreentiende que a su "disposición")..." (Marcos,
3,30.)
En el episodio de la mujer adúltera parece utilizar un procedimiento
mágico, bien de adivinación o bien de purificación:
"Jesús, inclinándose, escribía con su dedo en la tierra.
Como ellos insistieran en preguntarle, él, incorporándose, les
dijo: "El que de vosotros esté sin pecado, arrójele la piedra
el primero..." (se sobreentendía que la piedra de la lapidación,
castigo que se aplicaba a las mujeres adúlteras según la ley)."
(Juan, 8,6-7.)
Aquí se trataba, probablemente, de una consulta geomántica. Todavía
en nuestra época, en Marruecos, Túnez y todo el Próximo
Oriente algunos adivinos practican consultas mediante el procedimiento adivinatorio
denominado Darb-el-remel, o "arte de la arena". Con ayuda de puntos
o de rayas trazados sobre la arena se obtienen figuras con valor de oráculo,
cuyo número es invariablemente de dieciséis, y que dan la respuesta
a la pregunta formulada.
Podía haberse tratado también de un procedimiento de "desprendimiento"
psíquico particular. Se trazan sobre la arena o la tierra determinados
diagramas mágicos, se hace pasar al sujeto en cuestión por encima,
y éste se encuentra liberado, ya que el espíritu malo, autor del
mal, no puede soportar el paso por encima de los caracteres sagrados. Éste
es, asimismo, el origen de los tatuajes protectores.
La indulgencia de Jesús hacia las mujeres adúlteras o las prostitutas
viene justificada por la presencia de varias de ellas en su genealogía
ancestral.
En primer lugar está Tamar, quien en el Génesis (38, 12 a 19)
se prostituye a su suegro en una encrucijada de caminos, sin que él la
reconozca, para conseguir casarse después. Luego está Rahab, la
prostituta oficial de Jericó, que oculta a los espías enviados
por Josué, antes de la destrucción de la ciudad, y por eso salva
su vida (Josué, 2, 1 y ss.; 6, 17 y ss.); después se casa con
Salmón, hijo de Naasón, príncipe de Judá, y será
madre de Booz (Mateo, 1, 5). Tenemos a continuación a Ruth, esposa de
Majalón, y luego mujer de Booz; ésta era de origen moabita, raza
originada por el incesto entre Lot, borracho, y sus dos hijas, origen que hubiera
debido prohibir a Ruth el acceso a una familia judía tradicionalista.
(Ruth, 1, 4 y ss.; 2, 2 y ss.; 3, 9 y ss.; 4, 5 y ss., y Mateo, 1, 5.) Está,
por último, Betsabé, mujer de Urías, oficial de David,
a quien este rey mandará asesinar para conservar a la esposa de aquél,
de quien ha hecho su amante, sin que ésta proteste. De dicho adulterio
nacerá Salomón (II Samuel, 11, y Mateo, 1,6).
En fin, parece sobreentenderse que Jesús, al igual que sus discípulos,
no pudo tampoco curar a todos cuantos tenían relación con él:
"Hallándose Jesús en Betania, en casa de Simón el
leproso, se acercó a él una mujer con un frasco de alabastro..."
(Mateo, 26, 6.)
Pues bien, se trataba de la casa de su amigo Lázaro, hermano de Marta
y María, quienes le ofrecían invariablemente hospitalidad cuando
él se encontraba en Jerusalén. Y dicho Simón seguía
estando leproso.
El episodio de la evocación de Moisés y Elias en la cima del monte
Tabor es la encrucijada del destino de Jesús. Hasta ese momento había
sido, después de su padre, Judas de Gamala, el pretendiente legítimo
a la realeza davídica. Sus discípulos, sus amigos, sus hermanos
"carnales", le llaman señor (adonai) a veces, porque es su
señor. En aquella época, y durante siglos, ese término
reemplazaba en todos los estados del Próximo Oriente al "sire"
medieval europeo. En público, la esposa del rey le llamaba a éste
"mi querido señor" o "sire".
Pero después de esa extraña ceremonia, efectuada con Pedro, Santiago
y Juan (serán los mismos que le acompañarán en la de Getsemaní),
ya no será el mismo. Habrá comprendido, él solo, que el
mesianismo político, terrestre, no tiene esperanza. La Providencia tiene
previstas otras cosas para el mundo, más importantes que el restablecimiento
de los descendientes de David en el trono de un Estado minúsculo. Y es
que de esa evocación algo subsiste en él, una entidad muy elevada
ha tomado posesión de él, y a partir de ahora se servirá
de él para remodelar el mundo. Para él, esta entidad se llama
Elias. ¿Qué hay de asombroso en ello? Tan sólo conoce su
propia mitología nacional. Para las legiones, que marchaban en cabeza
de sus ejércitos, esa entidad tenía ya, desde hacía siglos,
otro nombre: Mithra.
De ese fenómeno de "posesión" psíquica, Jesús
es perfectamente consciente. De ahí la frase, teñida de desengaño,
que dirige a Simón el Zelota, su hermano "según la carne",
y su sucesor legítimo, por orden de primogenitura, cuando él.
Jesús, haya desaparecido:
"En verdad te digo: cuando eras joven te ceñías e ibas a
donde tú quenas. Pero cuando seas viejo, extenderás tus manos,
otro te ceñirá y te llevará a donde tu no quieras..."
(Juan, 21, 18.)
Y en el Góigota, clavado en la cruz de infamia, será otra vez
a Elias a quien se dirigirá:
"Hacia la hora nona, exclamó Jesús con voz fuerte: "¡Eli,
Eli, lama sabachthani!..."" (Mateo, 27,46.)
Los escribas anónimos que redactaron los pseudo evangelios no dejan jamás
de traducirlo por "¡Dios mío! ¡Dios mío! ¿Por
qué me has abandonado?" (Mateo, 27, 47.) Pero los judíos
que asistieron a la crucifixión y que lo oyeron, no se equivocaron cuando
dijeron: "Está llamando a Elias..." (Mateo, 27, 48.)
Algunos exegetas y lingüistas, especialistas en lenguas muertas, consideraron
que esta frase era fenicio, y que significaba: "¡Señor! ¡Señor!
Las tinieblas... Las tinieblas..-", lo cual tenía explicación,
dado que se trataba de un agonizante, cuya vista iba apagándose poco
a poco, o que, a causa de un fenómeno mediúmnico suscitado por
el último estado, distinguía formas terroríficas, como
las descritas por el Libro de los Muertos tibetano, o por el apócrifo
Libro de José el Carpintero, y que no serían sino fantasmas interiores,
que se liberarían del subconsciente del agonizante.
Les dejamos a ellos la responsabilidad de semejante traducción, pues,
a nuestro parecer, y tal como pronto vamos a ver, esas últimas palabras
de Jesús tenían una significación muy distinta.
15.-El Rey de los Judíos
"La dignidad que se os confiere es a menudo
una servidumbre que se os impone."
rabino gamaliel II, siglo II
Los creyentes no dejan jamás de repetir hasta la saciedad la frase (que
nosotros creemos que fue imterpolada por los escribas griegos del siglo IV)
según la cual Jesús pretende ser el rey de un reino extraterrestre:
"Mi reino no es de este mundo, respondió Jesús. Si de este
mundo fuera mi reino, mis ministros habrían luchado para que no fuese
entregado a los judíos. Pero ahora mi reino no es de aquí..."
(Juan, 18,36.)
Si sopesamos bien los términos de esta frase, de ella se desprende una
constatación importante, ya que Jesús, con su propia respuesta,
reconoce que se ha equivocado. Hasta el momento de su detención creía
que su reino era de este mundo, pero al haber sido abandonado por los suyos,
entregado, capturado, piensa que su destino no era convertirse en rey. Entonces,
si no lo era de aquí abajo, es que lo sería en otra parte, entre
los muertos, y en esto hace suya, inconscientemente, una leyenda que no podía
ignorar: la de Osiris. De donde esa extraña construcción de la
frase final de su respuesta:
"Pero ahora (se sobreentiende: "Comprendo que...") mi reino no
es de este mundo..." (Op. cit.)
Si dudáramos del valor de esta interpretación, nos bastaría
con contemplar otra frase de los Evangelios canónicos:
"Entrando en Cafarnaúm, se acercaron a Simón Pedro los perceptores
de la didracma y le dijeron: "¿Vuestro maestro no paga la didracma?"
Y él respondió: "Cierto que sí". Cuando hubo
entrado en la casa, le salió Jesús al paso y le dijo: "¿Qué
te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quién perciben
los impuestos? ¿De sus hijos o de los extraños?" Simón
le dijo: "De los extraños". Y Jesús le respondió:
"Luego los hijos están exentos..."." (Mateo, 17,24-26.)
Así pues, en esta frase tan sencilla Jesús no se afirma en modo
alguno hijo de un rey del cielo, sino clara y llanamente hijo de uno de los
reyes de la tierra, en este caso concreto de Israel, la única sobre la
que tiene derecho, por ser "hijo de David".
Otros versículos de los Evangelios canónicos escaparon a los censores
y se han conservado, a pesar de las severas revisiones efectuadas en el curso
de los cinco primeros siglos. Vamos a pasarles revista, uno tras de otro:
"Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días
del rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén unos magos diciendo:
"¿Dónde está el rey de los judíos que acaba
de nacer? Porque hemos visto su estrella al oriente y venimos a adorarle...""
(Mateo, 2, 1-2.)
Ahí, ni la profecía mesiánica ni el propio texto evangélico
hablan de un rey del Mundo, de un dios, encarnado; no se trata sino de un rey
de los judíos, que va a reinar sobre Israel, lo que implica un gran acontecimiento
político para la época: la reconstitución de la unidad
judía, rota primero por la separación de Samaría, y luego
por la creación de las tetrarquías y por el protectorado romano
para el resto.
Pero el texto de Juan es bastante explícito. Juzgúese:
"Entró Pilatos, de nuevo en el pretorio y, llamando a Jesús,
le dijo: "¿Eres tú el rey de los judíos?" Respondió
Jesús: "¿Eres tú quien dice eso, o te lo han dicho
otros de mí?...'"" (Juan, 18, 33-34.)
Esta simple frase demuestra que Jesús desconfía. Antes de reconocer
si él se considera rey de Israel, cosa que podría costarle la
vida, quiere saber qué sabe Pilatos de dicha pretensión. Pero
de ahí se infiere asimismo que la voz pública consideraba a Jesús
como rey, en tanto que "hijo de David". De donde la confesión
que sigue:
"Le dijo entonces Pilatos: "¿Luego tú eres rey?"
Jesús respondió: "Tú lo has dicho, soy rey...""
(Juan, 18, 37.)
Los Evangelios sinópticos son todavía más claros:
"El gobernador le interrogó en estos términos: "¿Eres
tú el rey de los judíos?" Y Jesús le respondió:
"Tú lo dices"." (Mateo, 27, 11;
Marcos, 15,2; Lucas, 23, 3.)
El desarrollo del proceso muestra, sin discusión posible, que es como
rey de los judíos, rey de Israel, como comparece Jesús ante Pilatos:
"Pilatos les preguntó diciendo: "¿Queréis que
os suelte al rey de los judíos? [...] ¿Qué queréis,
pues, que haga con éste que llamáis rey de los judíos?""
(Marcos, 15, 9 y 12.)
Esta frase demuestra que, para una gran parte de la población, Jesús
es el rey legítimo.
Para los soldados romanos también. Cuando escarnecen a Jesús en
el pretorio, lo hacen como tal, y son las seis centurias de veteranos, que constituían
la Cohorte legionaria, las que se burlan cruelmente del "rey de tos judíos",
ellos también están al corriente, no hay ninguna vacilación,
ninguna ignorancia:
"Entonces los soldados del gobernador condujeron a Jesús al pretorio,
y reunieron en torno a él a toda la cohorte. Y habiéndole quitado
sus vestidos, le envolvieron en una clámide escarlata. Trenzaron una
corona de espinas y se la pusieron sobre su cabeza, y en su mano derecha le
pusieron una caña, y doblando ante él la rodilla se mofaban diciendo:
¡Salud, rey de los judíos!..." (Mateo, 27,27-29.)
Marcos, (15, 18) y Juan (19, 2-3) cuentan la misma escena, sólo que para
Juan el manto es púrpura, y no escarlata, a fin de subrayar la intención
de los legionarios romanos: revestir a Jesús con un manto que recordaba
el de los soberanos. Porque la clámide de los legionarios era escarlata,
y no púrpura, evidentemente.
Por otra parte, la pancarta colocada encima de la cabeza de Jesús cuando
está crucificado repite esa característica, o esa reivindicación:
"Para indicar el motivo de su condenación, pusieron escrito sobre
su cabeza: "Este es Jesús, el rey de los judíos"."
(Mateo, 27, 37.)
Marcos es más conciso; según él, la pancarta ponía
solamente: "El rey de los judíos". (Marcos, 15, 26.)
Esta concisión no hace sino subrayar el carácter principal de
la condenación de Jesús: la rebelión contra César,
crimen castigado con la pena de muerte, y crimen al que se añadirían
otras acusaciones, todas igual de graves, y que analizaremos aparte: magia nociva,
sedición, bandolerismo, etc.
Y cuando sus adversarios hebreos acuden al lugar de su ejecución, le
desafían a que se libere de la cruz, pero a título de rey de los
judíos:
"Que el Ungido, el rey de Israel, baje ahora de la cruz para que lo veamos
y creamos..." (Marcos, 15,32.)
Un último testimonio involuntario sobre la pretensión sostenida
por Jesús de ser el rey de Israel nos la aporta Juan:
"Los principales sacerdotes de los judíos decían a Pilatos:
"No escribas: 'Rey de los Judíos', sino: "Él dijo: Soy
Rey de los Judíos... "" (Juan, 19, 21.)
Era una época en la que Jesús, no obstante, pudo haberse convertido
en rey, si no de Israel en su totalidad, al menos sí de una parte. En
Juan descubrimos, en ese sentido, un pasaje harto revelador:
"Y Jesús, sabiendo que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey,
se retiró de nuevo al monte, él solo..." (Juan, 6, 15.)
En este rechazo a verse proclamado rey el lector se verá tentado de ver
una contradicción de las citas precedentes. Pero nada de eso. Porque
lo que quería Jesús, y aquello a lo que aspiraba, era al trono
de Israel, y sólo a eso. No pretendía una realeza cualquiera.
Quería unir de nuevo los dos reinos enemigos: Judea y Samaria, separados
desde la muerte de Salomón, en el año 930 antes de nuestra era,
y una frase lo prueba:
"Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y que lapidas
a los que te son enviados. ¡Cuántas veces he querido yo reunir
a tus hijos, a la manera que una gallina reúne a sus pollitos bajo sus
alas, y no quisiste!..." (Mateo, 23, 37.)
De ahí las relaciones de Jesús con el territorio impuro de Samaría,
a pesar de las prohibiciones judaicas. Porque si tenía éxito en
esta empresa, de cara al poderío romano. Palestina, por fin reunifi-cada,
podía esperar su liberación.
Ahora bien, los que querían arrebatarle y hacer de él su rey,
no eran los suyos, sino una gente equívoca, sin oficio ni beneficio,
un grupo en el que había tantos vagabundos como bandidos. En todo caso,
por lo que parece, no eran judíos auténticos, sino elementos muy
mezclados, y por lo tanto infrecuentablespor un judío que pugnaba porobtener
la realeza legítima. Basta con releer el texto de Juan para darse uno
cuenta de ello:
"Después de esto, partió Jesús, de Tiberíades,
al otro lado del mar de Galilea..." (Juan, 6,1.)
"Llegada la tarde, sus discípulos descendieron a la orilla del mar,
y, subiendo en una barca, atravesaban el mar (de Galilea) para ir a Cafarnaúm.
Ya había oscurecido, y Jesús no había vuelto todavía
con ellos..." (Juan, 6, 16-18.)
Basta, pues, con tomar un mapa de la región para constatar que:
a) Jesús y sus fieles salen primero de Tiberíades y atraviesan
el mar de Galilea. Allí se monta el complot de ir por la noche a secuestrarlo
para convertirlo en rey. (Juan, 6,15.)
b) Por lo tanto, se vuelven a marchar y atraviesan de nuevo el mar de Galilea,
pero esta vez en dirección a Cafarnaúm.
El simple examen del mapa demuestra que su primera escala tuvo lugar en un territorio
al que se denomina la Decápolis, federación helenística
de diez ciudades, y por consiguiente de población griega, y que debía
a Pompeyo el haber sido proclamada libre. Ahora bien, a Jesús no le interesaba
convertirse en el soberano de una población impura, por no ser judía.
Ahí estriba todo el secreto de su negativa. En cambio, si se refugiaba
en Cafarnaúm, se hallaba en Galilea, por lo tanto en su tierra.
Existe un apócrifo copto, el Evangelio de los Doce Apóstoles,
que el sabio Orígenes consideraba como el más antiguo evangelio
apócrifo, junto con el Evangelio de los Egipcios, ambos anteriores, probablemente,
al Evangelio de Lucas, según él. Y ese Evangelio de los Doce Apóstoles
nos aporta una curiosa tradición referente a un posible reinado de Jesús,
en vida de éste, se entiende.
La traducción de este evangelio es del doctor E. Revillout, profesor
y conservador en el Louvre hacia 1904, el cual estima que:
"...los relatos muy circunstanciados del evangelio en cuestión no
nos ofrecen menos curiosas revelaciones, pues debieron ser escritos antes del
siglo ll, dado que en el siglo lll Orígenes hizo de él un apócrifo
muy antiguo, que podía ser obra de san Lucas". (Op. cit., Pág.128.)
Pues bien, en los primeros fragmentos traducidos por E. Revillout, y que serán
completados por otras partes, se habla de un tal Carius, que habría sido
enviado por Tiberio César para nombrar a un nuevo tetrarca, en tanto
que, según los Evangelios canónicos, se buscaba a Jesús
para proclamarlo rey. (Juan, 6, 15.)
M. Robinson supone que Carius (Kairos) es, en realidad, el Qui-rinus (Kirinos)
del evangelio de Lucas (2, 2). El doctor Revillout, por su parte, considera
que se trata más bien del Caius que, según Tácito, fue
enviado por Tiberio para pacificar la Armenia e instalar allí a un rey
de su elección.
Según un nuevo fragmento, que debe ser anterior a los dos primeros, Tiberio,
antes de pensar en nombrar a un nuevo tetrarca que reemplazara a Filipo, había
recibido de Heredes Antipas, su hermano, unas denuncias que demostraban que
éste estaba montando un complot. Tiberio habría ordenado entonces
que se apoderaran de los bienes y de la tetrarquía de Filipo, y no le
habría dejado sino su vida, y la de su esposa y su hija. De hecho, lo
que probablemente quena Herodes Antipas era anexionarse la tetrarquía
de Herodes Filipo.
¿Podemos deducir que fue en esta ocasión cuando Heredes Antipas
se quedó con su cuñada Herodías y su hija Salomé?
Es muy posible: En este caso nos hallaríamos en el año 29 de nuestra
era.
Sea lo que fuere, tendríamos ahí la explicación de aquello
que los Evangelios canónicos no nos explican, a saber: la razón
del misterioso enfado de Pilatos y Heredes Antipas, quienes no se habrían
reconciliado hasta que fue capturado Jesús, hecho mediante el cual Herodes
Antipas constató que Pilatos no apoyaba ya la candidatura de Jesús
(véase Lucas, 23, 12).
Un fragmento del Evangelio según san Pedro, recientemente descubierto,
a principios de este siglo, parece confirmar todo esto.
Veamos, pues, los pasajes del Evangelio de los Doce Apóstoles que tratan
sobre esta intención de Tiberio de proclamar rey a Jesús, en lugar
de Herodes Filipo, tetrarca de la Gaulanítide, la Traconí-tide,
la Batanea y de Paneas:
"Herodes era, también él, tetrarca de Galilea. Por último
Satanás entró en él. Se levantó. Fue junto al emperador
Tiberio. Acusó a Filipo, a saber... (falta la continuación).
"Este emperador se enojó mucho, y dijo: "He ahí, pues,
que todo el universo está sometido a mi poder desde el tiempo en que
Dios puso esas cosas en las manos de mi padre Augusto. Y Filipo excitará
sediciones contra mi realeza y mi poderío. No lo permitiré yo".
Y ordenó... (falta la continuación).
""Confiscarás a Filipo, le quitarás su casa. Te apoderarás
de sus bienes, de sus servidores, de su ganado, de todas sus riquezas, de todo
lo que es suyo, y me harás llegar esas cosas a la sede de mi imperio.
Todos sus bienes, tú los contarás por mí, y no le dejarás
nada, de no ser su vida, la de su mujer y la de su hija." Esto es lo que
dijo Tiberio al impío Herodes (Antipas).
"Fue, al igual que aquellos a los que se había enviado con él.
Aprehendió a Filipo, sin que éste supiera nada, y sin que tuviera
conocimiento del asunto (por el que lo trataban así).
"Ahora bien, sucedió que en aquellos días, en los cuales
Jesús resucitó a Lázaro, un grande de Galilea había
ido a encontrar a Herodes por causa de la administración que les incumbía
sobre los territorios de Filipo, al cual Filipo se le había acusado ante
el emperador de haberlos devastado, so pretexto de que Herodes le había
sustraído a su mujer.
"Carios (Caius), pues, el grande del emperador, cuando hubo oído
hablar de los milagros que Jesús hacía, se apresuró a ir
hasta él, y lo vio. Entonces Canos aportó noticias de Jesús.
Dijo a Herodes:
"Éste es digno de ser nombrado rey de toda la Judea y de todos los
territorios de Filipo".
"Cuando Herodes hubo oído esas cosas sobre Jesús, estuvo
muy apenado y lanzó grandes acusaciones contra Jesús, añadiendo:
"No queremos que sea rey de Judea". Reunió también a
todos los grandes de los judíos. Les dijo lo que Carios pensaba respecto
a Jesús para hacerlo rey. En ese instante Herodes ordenó, diciendo:
"A aquel a quien se encontrare consintiendo a semejante cosa, se le dará
muerte por la espada, y se le arrebatará todo cuanto hubiere en su morada".
"Anás y Caifas, los grandes de los judíos, se reunieron con
Cairos, el grande de Tiberio, el emperador. Establecieron palabras falaces y
falsos testimonios, que no tenían fundamento, sobre Jesús, desde
su nacimiento hasta el fin. Algunos se referían a que era un mago, otros
a que había sido engendrado por una mujer, otros que rompía el
sabbat, otros a que destruía la sinagoga de los judíos (el Templo).
"Cuando tuvieron lugar esas cosas, Herodes (Antipas) pidió a cada
uno de los grandes de los judíos una, libra de oro. Reunió una
considerable suma. La dio a Carios para que consiguiera que el renombre de Jesús
no llegara a los oídos de Tiberio. Carios recibió el dinero de
manos de Herodes, y no transmitió el asunto al César." (Op.
cit., 2.° fragmento.)
Pues bien, todo esto es menos desatinado de lo que pudiera suponerse a primera
vista, teniendo en cuenta la forma ingenua de su presentación.
Porque esa restauración implicaba, en el pensamiento de Tiberio, el deseo
de pacificar de una vez por todas unos territorios en incesante disidencia,
al confiarlos a un soberano legítimo, quien resultaba ser el pretendiente
legal, válido, por ser "hijo de David".
Ese mismo pretendiente, que entonces era jefe de rebeldes permanentes, y a la
vez hijo y nieto de rebeldes, al entrar de ese modo en la legalidad pacificaba
por sí mismo el país. Por ese mismo hecho, dotado de una especie
de lista civil para el cobro de los peajes y de los impuestos, ya no deducía
nada ilegalmente. Por otra parte, Roma daba así satisfacción a
la mayor parte de los judíos, que soportaban bastante mal la tiranía
de los reyezuelos idumeos. Pero esto, evidentemente, no entraba en los cálculos
de Heredes Antipas.
Esta tesis, que nos es aportada por el Evangelio de los Doce Apóstoles,
proporciona así una explicación a dos pasajes misteriosos de los
Evangelios canónicos:
"Aquel mismo día vinieron algunos fariseos a decirle: "Sal
y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte..."" (Lucas,
13, 31.)
"Y Jesús, sabiendo que iban a venir para arrebatarle y hacerle rey,
se retiró de nuevo al monte, él solo..." (Juan, 6, 15.)
Es evidente que si Jesús se hubiera limitado a curar a los enfermos y
a enseñar moral, no habría existido razón alguna para que
Herodes Antipas hubiera decidido matarle. Si el astuto tiranillo lo había
decidido así, era porque Jesús representaba para él una
amenaza, y ésta no podía producirse sino en un único campo:
el de sus intereses, es decir, su propio pequeño reino. Y para ello era
imprescindible que Jesús, mediante su conducta, sus palabras y sus actos,
hubiera manifestado dicha amenaza. Y henos aquí muy lejos de la pastoral
descrita, o más bien imaginada, por Ernest Renán.
Pero en el destino de Jesús estaba escrito que no sería jamás
rey, y, contrariamente a la leyenda de la Anunciación, "el Señor
Dios" no le dio "el trono de David, su padre", y no reinó
"eternamente sobre la casa de Jacob". Porque menos de cuarenta años
después de su ejecución, no había ya casa de Jacob, y no
existía ya Israel.
Y no obstante, en el Testamento de Galilea, cuyos más antiguos manuscritos
encontrados son, en el mejor de los casos, del siglo vill, el famoso "regreso"
de Jesús con toda su gloria lleva precisada incluso la fecha, lo que
prueba que la redacción inicial de dicho texto es anterior a esa fecha,
ya que, si hubiera sido posterior, no se habría tratado ya de una profecía.
Y veamos el versículo en cuestión, traducido del etíope
sobre el más antiguo manuscrito conocido:
"En verdad os digo, vendré como el sol que se levanta, seré
siete veces más brillante que él en mi gloria, y delante de mí
irá mi cruz. Vendré a juzgar a los vivos y a los muertos... Nosotros
le dijimos- "Oh, Señor, ¿dentro de cuántos años
volverás? Y el nos dijo "Cuando haya pasado el año 150, en
los días de Pentecostés y de Pascua..." (Op. cit., 28, folio
16.)
La redacción inicial es, por lo tanto, anterior al ano 150 pero próxima
a él
A pesar de la buena opinión que tenía él de su retorno,
nuestro héroe no regresó, ni en el año 150, ni en el año
1000. Y seguimos esperando.
16.- El diezmo mesianista
"Una enseñanza de la Tora no debe convertirse
en una pala para recoger dinero..."
rabbi zadoq, 50 d. J. C.
Para comprender las requisiciones, imposiciones, deducciones forzosas, que los
sicarios imponían a las gentes de Israel, deducciones que, al efectuarse
en detrimento de los impuestos percibidos por los romanos o los tetrarcas idumeos,
adoptaban a los ojos de éstos un aspecto asociado al latrocinio, hay
que recordar dos cosas:
a) todo ejército de facciosos vive en el país donde opera, y eso
a las buenas o a las malas, tanto si gusta como si no a las gentes apacibles;
y no podría ser de otro modo;
b) en el caso de nuestros sicarios, persuadidos de representar a la monarquía
judía en toda su legitimidad y su pureza, existía además
la palabra formal de las Escrituras.
Cuando los judíos desearon tener a su cabeza, no ya a los sabios, denominados
jueces, sino a un rey, a ejemplo de los pueblos vecinos, el profeta Samuel les
previno con antelación de que ese rey tendría sobre ellos unos
derechos que ellos no podrían eludir en adelante:
"Samuel repitió todas las palabras de Yavé al pueblo que
le pedía un rey, y les dijo: "Éste será el derecho
del rey que reinará sobre vosotros: tomará a vuestros hijos para
destinarlos a sus propios carros y a sus propios caballos, para que corran delante
de su
carro, para usarlos como jefes de mil, jefes de ciento y jefes de cincuenta;
para que aren su campo y cosechen su mies; para que fabriquen armas de guerra
y arneses para sus carros. Tomará también a vuestras hijas como
perfumistas, cocineras y panaderas. Tomará lo mejor de vuestros campos,
de vuestras viñas y de vuestros olivares, y lo dará a sus eunucos
y a sus servidores. Tomará a vuestros esclavos y a vuestras esclavas,
así como vuestros mejores bueyes y vuestros mejores asnos, y los empleará
en sus labores. Retirará el diezmo de vuestro ganado menor, y vosotros
mismos os convertiréis en sus esclavos..." (I Samuel, 8,10-17.)
En función de esas palabras de las Escrituras, todos los Estados cristianos,
en adelante, justificarán el vasallaje, el impuesto de la sangre, el
servicio militar en provecho del soberano, el derecho de pernada, el diezmo,
el derecho de fonsadera, etc. Y la esclavitud tiene sus raíces en las
últimas palabras del versículo 17.
Cuando unos fanáticos están persuadidos de servir a una causa
justa y de tener a Dios de su parte, todo límite es rápidamente
rebasado. Fueron ejemplo de ello los chuanes en Francia, a los que muy pronto
la población rural les llamó "bandoleros" a causa de
sus actos de "bandolerismo", inevitables. Ése fue el caso de
los "Compañeros de Jehu", especie de chuanes del Ródano.
Ése fue también el caso de algunos grupos "maquis" que,
entre 1943 y 1944, tuvieron que ser abatidos, e incluso aniquilados, por los
resistentes regulares, a quienes los excesos de aquéllos hacían
correr el riesgo de desprestigiar. Este género especial de guerrilleros
del "maquis", de hecho estaba compuesto primordialmente por gentes
fuera de la ley.
Y, teniendo en cuenta todo esto, comprenderemos mejor lo que seguirá,
en lo referente al comportamiento de Jesús y de sus tropas, pues en todas
partes: "La necesidad carece de ley", y el dinero es el nervio de
la guerra.
Hay una frase muy reveladora sobre el reclutamiento mesianista en los Evangelios:
"Y Jesús les dijo: "En verdad os digo que los publícanos
y las meretrices os precederán en el reino de Dios. Porque vino Juan
(el Bautista) a vosotros por el camino de la justicia y no creísteis
en él, mientras que los publícanos y las meretrices creyeron en
él. Pero vosotros, aun viendo esto, no os habéis al fin arrepentido,
creyendo en él"." (Mateo, 21, 31-32.)
Las prostitutas están, efectivamente, proscritas de la sociedad en la
nación judía, y estos versículos lo prueban:
"Que entre las hijas de Israel no haya ninguna prostituta, y que no haya
ningún prostituto entre los hijos de Israel. Sea cual fuere el voto que
hayas hecho, no llevarás a la casa de Yavé, tu Dios, el salario
de una prostituta ni el precio que recibe un perro, como ofrenda, porque ambos,
salario y precio, son una abominación para Yavé, tu Dios..."
(Deuteronomio, 23, 18-19.)
De las dos citas precedentes se puede sacar la conclusión de que, dado
que las gentes de Israel, en su inmensa mayoría, sienten desconfianza
frente al mesianismo difundido por Juan el Bautista, por no sentirse especialmente
entusiasmados ante la perspectiva de una nueva rebelión (en los setenta
y dos años precedentes hubo cerca de cuarenta, sin resultado), no tendrán
sitio ni función en el reino cuando se haya restablecido éste
en provecho del Hijo de David, el heredero legítimo, es decir, Jesús.
Por el contrario, como los publícanos y las prostitutas se han puesto
de su parte, tendrán puestos privilegiados en la monarquía davídica
así restaurada. Observaremos que éstos, al encontrarse relegados
a la condición más baja de la nación judía, no tienen
nada que perder si adoptan el mesianismo, y todo que ganar, si éste tiene
éxito.
Hay que recordar que los peajeros, aunque se les conocía con el nombre
de publícanos, eran especialmente despreciados por la población.
El Talmud nos dice que:
"A los bandidos, los asesinos y los publicanos hay que colocarlos en la
misma categoría..."
Se instalan a la entrada de las ciudades y de los pueblos, en los accesos a
puentes y vados, dentro de unas casetas de piedra, a modo de arrendatarios de
puestos de peaje, como aduaneros. Cobran, en provecho de los romanos (si se
encuentran en un territorio administrado por ellos), o en provecho de los tetrarcas
(si se encuentran en una tetrarquía), es decir, de los subgobe madores
que colaboran con Roma, una suma igual a la décima parte del valor de
aquello que se introduce o que pasa por el citado lugar. Como es obvio, cobran
más para ellos, puesto que deben vivir.
Pues bien, nuestros sicarios idearon un medio muy sencillo para llenar la bolsa
del partido, la bolsa en la que metía mano libremente Judas Iscariote
sin que nadie se lo impidiera (Juan, 12, 6), por la excelente razón de
que él era uno de los artífices de su llenado regular. Ese medio
consistía en cobrar el diezmo a aquellos que percibían el diezmo.
En nuestros días a eso se le llama racket, término que designa,
en inglés, la acción del racker, palabra que incluye en su significado
el sentido de apremiar oprimiendo.
Los escribas anónimos que, en los siglos iv y v, redactaron los Evangelios
que nosotros conocemos, no tenían imaginación. Tanto para evitar
alejarse demasiado del eje principal de la tradición, como por disponer
de un borrador sobre el cual bastaba con efectuar algunas transposiciones, conservaron
el armazón histórico general. Los hechos están ahí,
eso es innegable, lo que es falso son los detalles, y sobre todo los comentarios
que fueron añadiéndose en adelante.
En primer lugar, observaremos que Jesús (o Simón el Zelota, su
hermano y lugarteniente) establece en el movimiento mesianista una disciplina
rigurosa, que impera incluso en el seno de la familia.
Así, por ejemplo, cuando María, su madre, quiere pedirle un favor
para otros dos hijos suyos, se postema delante de él; ¿no es acaso
el rey de Israel, el señor, el hijo de David? Júzguenlo:
"Entonces la madre de los dos hijos de Zebedeo se acercó a Jesús
con sus hijos, y se postró para pedirle algo..." (Mateo, 20, 20.)
Sabemos que el nombre de la mujer de Zebedeo era Mana:
"Entre ellas estaban María Magdalena y María, la madre de
Santiago y José y madre de los hijos de Zebedeo..." (Mateo, 27,
56.)
Es asimismo la María madre de Jesús, ya que Santiago, hijo de
Zebedeo, es hermano de Jesús:
"A ningún otro de los apóstoles vi, si no fue a Santiago,
el hermano del Señor..." (Pablo, Epístola a los galatas,
1,19.)
En las famosas bodas de Cana, le responderá con altivez:
"Mujer, ¿qué tenemos que ver tú y yo?" (Juan,
2, 4.)
Ahora se comprende mejor el hecho de que sea obedecido con los ojos cerrados
por sus hermanos y sus "discípulos" cuando da una orden. Ahí
donde el creyente ingenuo ve un ascendiente milagroso, por ser casi instantáneo,
el observador que hace uso de su razón constata simplemente una induscutible
autoridad en Jesús, y una obediencia total en sus colaboradores. En aquella
época, y durante numerosos siglos, la orden de un rey era ejecutada sin
siquiera una sombra de discusión. Y veamos cómo se organizaría
una nueva forma de impuesto.
En primer lugar, observemos que el publicarlo Leví no es otro que el
apóstol Mateo. Esto facilitará la comprensión de lo que
sigue:
"Pasando Jesús de allí, vio a un hombre sentado en el lugar
del peaje, y que se llamaba Mateo, y le dijo: "¡Sigúeme!"
Y este hombre, levantándose, le siguió." (Mateo, 9, 9.)
"Al pasar, vio a Leví, hijo de Alfeo, sentado en la oficina de peaje,
y le dijo: "¡Sigúeme!", y él, levantándose,
le siguió." (Marcos, 2, 14.)
"Después de esto salió y vio a un publicano llamado Leví
sentado en la caseta del peaje, y le dijo: "¡Sigúeme!"
Y Leví, dejándolo todo, se levantó y le siguió..."
(Lucas, 5, 27.)
No hay complicación alguna: Leví recibe una orden de su hermano
o primo, que es también su rey, y obedece. ¿Hay algo más
normal? La continuación es igual de sencilla:
"Leví le ofreció entonces un gran banquete en su casa, y
un gran número de publícanos y otros estaban con ellos en la mesa..."
(Lucas, 5, 29.)
"Y sucedió que, estando Jesús sentado a la mesa en casa de
aquél [la de Leví-Mateo, evidentemente], vinieron muchos publícanos
[peajeros] y pecadores a sentarse con Jesús y sus discípulos..."
(Mateo, 9,10.)
"Estando Jesús sentado a la mesa en casa de Leví, muchos
publícanos y pecadores se acomodaron en la mesa con él y sus discípulos..."
(Marcos, 2,15.)
Ese "gran banquete" era, por consiguiente, también un congreso:
el del "clan", y este término no es demasiado fuerte, pues
el propio Jesús coloca a los citados publícanos en el último
escalón de la sociedad:
"Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tenéis?
¿No hacen esto también los publícanos?..." (Mateo,
5,46.)
Había asociado ya los publícanos con las prostitutas, adecuándose
así a la tradición judía expresada en el Talmud, que los
equiparaba a los bandidos y a los asesinos.
Hay que decir que en esas regiones, todavía sometidas al bandolerismo
secular hace tan sólo treinta años, donde todavía reina
(teniendo en cuenta los acontecimientos políticos) un "maquisado"
permanente (Yemen, Irak, etc.), los publícanos se comportaban entonces
en sus exacciones personales, asociadas a las exacciones administrativas, como
verdaderos salteadores de caminos.
Pero, de todos modos, a Jesús no le gusta pagar los citados peajes:
"Entrando en Cafarnaúm, se acercaron a Simón Pedro los perceptores
de la didracma y le dijeron: "¿Vuestro maestro no paga la didracma?"
Y él respondió: "Cierto que sí". Cuando hubo
entrado en la casa (de peaje), le salió Jesús al paso y le dijo:
"¿Qué te parece, Simón? Los reyes de la tierra, ¿de
quién perciben los impuestos? ¿De sus hijos o de los extraños?"
Simón le dijo: "De los extraños". Y Jesús le
respondió: "Luego los hijos están exentos...""
(Mateo, 17,24-26.)
Dice eso porque es perfectamente consciente de que es hijo de rey (su padre,
Judas de Gamala, "Hijo de David" antes que él), y de que debe
percibir y no pagar. De donde su amargo juicio sobre los citados publícanos:
"Si tu hermano ha pecado... [...] ...sea para ti como un gentil o un publicano..."
(Mateo, 18,15-17.)
Ahí el peajero-publicano está colocado incluso después
del propio gentil. Pero en el orden normal de las cosas hay que cuidarlo, ya
que gracias a él se llena la bolsa del partido, esa bolsa que administra
Judas Iscariote, y en la cual mete mano, cosa conocida (Juan, 12, 6), pero que
carece de importancia, dado que se llena holgadamente. Tan holgadamente, que
Judas Iscariote todavía la conserva la noche de la detención de
Jesús.
De hecho, Leví-Mateo, el peajero, es el recaudador principal. Percibe
y centraliza las sumas pagadas por los otros peajeros, y Judas Iscariote, el
tesorero del movimiento, contabiliza y conserva el conjunto del presupuesto
zelota. Y es probable que la masa de las prostitutas hicieran algo más
que "creer en él" para merecer el "reino de Dios".
Se sabe, por otra parte, que Judas sustrae fondos del movimiento, y no obstante
no confían éstos a alguien más honrado, porque no se atreven
a retirárselos. Hay ahí un pequeño misterio que no carece
de interés. ¿Qué sabe Iscariote para ser tan inamovible?
Cosas no muy edificantes, evidentemente, y que pueden conducir a algunos a un
castigo tan infamante como definitivo.
Sobre el hecho de que los publícanos tuvieran que pagar a su vez contribución
a los zelotas (alias los sicarios), tenemos como prueba el versículo
siguiente, de Pablo:
"Los hijos de Leví que ejercen el sacerdocio tienen, según
la ley, el precepto de recibir el diezmo del pueblo, esto es, de sus hermanos,
no obstante ser también ellos de la estirpe de Abraham..." (Pablo,
Epístola a los hebreos, 7,5.)
Pues bien. Jesús se dirá sacerdote según la orden de Melquise-dec.
Pero veamos la continuación:
"...además, el mismo Leví, que percibe los diezmos, los ha
pagado...". (Pablo, Epístola a los hebreos, 7,9.)
No se trataba de Leví, hijo de Jacob y de Lea, sobrino de Raquel y nieto
de Abraham, pues ese Leví no pagó jamás diezmo alguno a
nadie. Su violencia y su carácter indómito eran proverbiales.
Léase a este respecto el Génesis (49, 5-7). El Leví que
está cerca de Pablo es el Leví alias Mateo, el peajero. Y éste
no sólo paga el diezmo, sino que organiza la percepción del mismo
entre sus colegas los peajeros. En provecho de la caja mesianista, claro está.
Después de la muerte de Jesús, al igual que antes, las rebeliones
judías que tenían como fin el restablecimiento de la realeza davídica,
continuarán. La percepción de ese "diezmo" también.
Juzgúelo el lector. Veamos lo que nos dice Flavio Josefo:
"Siendo Fadus gobernador de Judea, un mago llamado Teudas persuadió
a una gran multitud de que tomaran consigo sus riquezas y le siguieran hasta
el Jordán. Decía que era profeta, y que después de haber
dividido el no mediante una orden suya, podrían atraver-sarlo fácilmente.
Hablando así engañó a mucha gente. Pero Fadus no les dejó
gozar de su locura. Envió contra ellos a una tropa de caballeros, que
cayó sobre ellos de improviso y mató a un gran número,
capturó a muchos con vida y al propio Teudas entre ellos, a quien decapitó
y cuya cabeza envió luego a Jerusalén..." (Flavio Josefo,
Antigüedades judaicas, XX, 97-98.) Estamos en el año 45.
Sabemos que en el año 44 Santiago el Menor, "hijo de Alfeo",
fue decapitado en Jerusalén (cf. Eusebio de Cesárea, Historia
eclesiástica, II, I, 5). Pues bien, éste tiene un hijo, que es
el apóstol Judas, a quien se llama también Judá, alias
Tadeo. Este es un punto sobre el cual todos los exegetas, católicos y
protestantes, están de acuerdo. Y ese hijo es el Teudas, alias Tadeo,
decapitado, como su padre, por orden de Fadus. Le llaman mago por la sencilla
razón de que ha heredado de su padre esa magia traída de Egipto
por Jesús. Y lo mismo que a los astrólogos se les llamaba en aquella
época caldeos (es un hecho), a los magos les llaman egipcios. Ese término
se usará todavía en la Edad Media refiriéndose a los bohemios.
Por eso, cuando Pablo es detenido en Jerusalén en el curso de una nueva
sublevación (Hechos, 21, 27 a 36), encontramos el siguiente testimonio:
"A la entrada del cuartel dijo Pablo al tribuno: "¿Se me permite
decir una cosa?" El tribuno respondió: "¿Hablas el griego?
¿No eres tú acaso el egipcio que hace algunos días promovió
una sedición y llevó al desierto a cuatro mil bandidos?...""
(Hechos, 21, 37-38.)
No podía tratarse de un habitante de Egipto, quien evidentemente no habría
tenido nada que ver con la independencia judía y la realeza davídica,
sino de un "egipcio", término sinónimo de mago.
Todo esto tiene lugar en pleno período de insurrección, puesto
que Eusebio de Cesárea y Flavio Josefo están de acuerdo en situar
en esta época la terrible carestía de víveres:
"En aquellos tiempos Judea pasó una terrible hambre..." (Cf.
Flavio Josefo, Antigüedades judaicas, XX, 101.)
Bajo la pluma de los escribas anónimos que compusieron todo el Nuevo
Testamento, en los siglos iv y v, esas incesantes y terribles insurrecciones
se convirtieron en triviales y pequeñas escaramuzas, suscitadas, por
los malos fariseos contra los buenos cristianos, escaramuzas a las que los excelentes
romanos tenían a bien poner fin y servir de arbitros, a fin de mantener
el orden público. La realidad histórica, en cambio, es otra muy
distinta. Pero en la época en que se redactó el Nuevo Testamento,
todo el Imperio romano se había hecho ya cristiano, de buen grado o por
la fuerza. Y había que tratar con miramientos al emperador y al pueblo
romano. Y para ello, cargan todas las culpas sobre las espaldas de los judíos
que habían permanecido fieles a su religión.
Y veamos ahora un episodio de las exacciones de los zelotas, episodio tomado
a lo vivo, y que los anónimos redactores de los pseudo Evangelios quisieron
reproducir a guisa de ejemplo edificante para los candidos, entremezclando allí
los habituales elementos maravillosos, con toda la sutileza necesaria:
"La muchedumbre de los que habían creído no componía
sino un solo corazón y una sola alma. Ninguno tenía por propia
cosa alguna, antes todo lo tenían en común. Los apóstoles
atestiguaban con gran fuerza la resurrección del Señor Jesús,
y una gran gracia reposaba sobre todos ellos, pues no había entre ellos
ningún indigente. Todos cuantos poseían campos o casas los vendían,
aportaban el precio de lo vendido, y lo depositaban a los pies de los apóstoles.
Y a cada uno se le repartía según su necesidad." (Hechos,
4,32-35.)
Moderemos un poco nuestro entusiasmo y observemos que la arbitrariedad debía
reinar cumplidamente en esa apreciación de las "necesidades",
dado que en otro lugar leemos lo siguiente:
"Por aquellos días, habiendo crecido el número de los discípulos,
los griegos murmuraron contra los hebreos, porque las viudas de aquéllos
eran mal atendidas en la distribución que se efectuaba cada día..."
(Hechos, 6,1.)
Reanudemos nuestra lectura precedente:
"Pero un hombre llamado Ananías, con Safíra, su mujer, vendió
una propiedad y retuvo una parte del precio, sabiéndolo también
su mujer. Luego aportó el resto y lo depositó a los pies de los
apóstoles. Pedro (es Simón el Zelota, no lo olvidemos) le dijo:
"Ananías, ¿por qué se ha apoderado Satanás
de tu corazón, hasta el punto de que hayas engañado al Espíritu
Santo y hayas retenido una parte del precio del campo? ¿Acaso sin venderlo
no lo tenías para ti, y después de haber sido vendido no quedaba
el precio a tu disposición? ¿Por qué intentaste hacer tal
cosa? No has mentido a los hombres, sino a Dios". Al oír Ananías
estas palabras, cayó y expiró. Un gran temor se apoderó
de todos cuantos lo oyeron. Luego se levantaron los jóvenes, y envolviéndole
le llevaron y le dieron sepultura.
"Pasadas unas tres horas, entró la mujer, que ignoraba cuanto había
sucedido, y Pedro le dirigió la palabra: "Dime si habéis
vendido el campo a este precio". Dijo ella: "Sí, a este precio".
Entonces, Pedro le dijo: "¿Por qué os habéis concertado
en tentar al Espíritu Santo? Mira, los que han sepultado a tu marido
están ya a la puerta, y ellos te llevarán también a ti".
En el mismo instante cayó ella a sus pies y expiró. Al entrar
los jóvenes, la hallaron muerta. Se la llevaron, pues, y la sepultaron
con su marido. Un gran temor se apoderó de toda la Asamblea y de todos
cuantos se enteraron de estas cosas..." (Hechos, 5, 1 a 11.)
Observamos diversos puntos sorprendentes en este relato, visiblemente amañado
para que tuviera el "acolchado" habitual, pero en el cual brota a
cada instante la violencia de Simón el Sicario, padre de Iscariote, cuya
insensibilidad justifica una vez más su sobrenombre de "Piedra".
En primer lugar: el Espíritu Santo de Simón es muy susceptible,
Cuando su hijo Judas Iscariote hurtaba en la bolsa, el Espíritu Santo
no intervenía. "Era ladrón" (Juan, 12, 6), pero el Espíritu
Santo se conformaba. En cambio, cuando Ananías vende su propiedad para
hacer don a los apóstoles de una parte del precio de venta, éste
no tiene derecho a quedarse con una parte de lo que es suyo. Y eso merece la
muerte.
Y su esposa, que le es necesariamente sumisa, tanto por la ley judía
como simplemente por amor conyugal, su esposa, por no denunciar al esposo, también
merece la muerte.
Y según nuestros anónimos redactores de los siglos IV y v, fue
ese Espíritu Consolador, ese Paráclito que se supone que Jesús
envió a la tierra tras su ascensión a los cielos (Juan, 15, 26)
como un último don a sus fíeles, ése fue el que ejerció
el oficio de verdugo.
Tranquilicemos al lector. El proverbio dice que "De tal padre, tal hijo",
pero este proverbio, haciendo uso de un silogismo indiscutible, puede invertirse,
y damos: "De tal hijo, tal padre..."
Simón el Zelota, alias el Sicario, que mereció el sobrenombre
de "Piedra" (Pedro) a causa de su insensibilidad, es el digno genitor
del ladrón que fue Judas Iscariote. Porque ese sobrenombre lo tema ya
cuando Jesús le hizo entrar en escena:
"Cuando caminaba (Jesús) junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos:
Simón, llamado la Piedra (Pedro), y Andrés, su hermano..."
(Mateo, 4,18.)
"Los nombres de los doce apóstoles son estos: el primero. Simón,
llamado la Piedra (Pedro), y Andrés, su hermano..." (Mateo, 10,2.)
"Cuando vio esto, Simón-Pedro (la Piedra) cayó de rodillas
ante Jesús y le dijo: "Señor, apártate de mí,
que soy un pecador..."" (Lucas, 5, 8.)
"Andrés, hermano de Simón-Pedro (Piedra), era uno de los
dos que habían oído a Juan..." (Juan, 1,40.)
Podemos observar que aquí hay elementos que hacen suponer que el infortunado
Ananías era el mismo que aquel al que Pablo recogió en Damas,
cuando tuvo lugar su conversión. Como eso sucedió en el año
39, el asesinato de Ananías y de su esposa habría tenido lugar
cuando abandonaron Damas para ir a vivir a Jerusalén, quizás por
prudencia, después de los sucesos que fueron aparejados a la conversión
de Pablo. La propiedad vendida (en 5, 1 de los Hechos se habla de una propiedad,
y no de un campo) era sin duda alguna su vivienda, en Damas. Fueron muy mal
recompensados por ello.
En cuanto a su forma de morir, tiene una explicación muy sencilla. La
terrible sica (siria, jordana, palestina), puñal que dio su nombre a
los sicarios, es una temible arma. Los nativos de aquellas regiones, tanto en
esa época como en nuestros días, completan su acción con
un arma contundente, bien con una cachiporra hecha de una asta de palmera o
con un garrote de encina verde, o un nervio de toro cargado de bolas de plomo.
Así era como la milicia del Templo de Jerusalén, que iba armada
con la espada, en caso de tumultos populares separaba a las facciones adversas,
haciendo uso del garrote o la cachiporra.
Ananías y Safira recibieron simplemente un mazazo, lo que explica su
caída instantánea. Y si los jóvenes de la guardia de Simón
el Zelota tardaron tres horas en ir y volver de la inhumación de Ananías
es que tuvieron que llevarse el cadáver bastante lejos de Jerusalén.
El hecho tuvo lugar de día. De noche las puertas de la ciudad hubieran
estado cerradas, y no habrían podido salir.
Es posible que hubieran llevado el cadáver disimuladamente, embutido
dentro de un saco o de una caja, plegado y amarrado en posición fetal.
Fuera de Jerusalén no faltaban lugares desiertos propicios para efectuar
una inhumación clandestina. Bastaba con ir lo suficientemente lejos para
poder actuar tranquilamente. Habría sido necesaria una hora de trayecto
para la ida, media hora para excavar la tumba (el suelo, tremendamente rocoso,
era difícil de cavar: para practicar los pequeños agujeros destinados
a aislar los excrementos naturales, los esenianos utilizaban un hacha, denominada
ascia), y otra hora para el regreso, de modo que podemos situar el lugar de
la sepultura clandestina de Ananías a unos cuatro kilómetros de
distancia.
Fue probablemente en dirección a Jericó, ya que, según
Jesús, la región atravesada era desierta y estaba infestada de
bandidos, que se cobijaban en las numerosas grutas de dicha región.
"Bajaba un hombre de Jerusalén a Jericó y cayó en
poder de ladrones, que le desnudaron, le cargaron de golpes y se fueron, dejándole
medio muerto." (Lucas, 10,30.)
Es indudable que Simón el Zelota habría podido hacer como la mayor
parte de los sicarios, que abandonaban a sus víctimas en plena calle,
encrucijada o ciudad, según cuenta Flavio Josefo (Guerras de Judea, II,
5). Pero esas víctimas de su terrorismo sanguinario eran generalmente
fariseos y saduceos. Si se identificaba a Ananías como uno de los fieles
de la nueva secta, las pesquisas habrían demostrado rápidamente
que se trataba de un crimen de derecho común. Y en lugar de una decapitación,
muerte rápida y sin sufrimiento, se corría el riesgo de ser condenado
a la crucifixión, el más atroz de los suplicios, y reservado,
por eso mismo, a los mayores criminales. Cosa que, por otra parte, fue lo que
les sucedió en el año 47 a Simón-Pedro y a Santiago, como
ya hemos visto.
Y ahora nos hallamos frente a un episodio enigmático del naciente cristianismo,
el de los "mercaderes del Templo". Los cristianos modernos no dejan
jamás de subrayar la acción de Jesús expulsándolos
del templo, así como a los cambistas de moneda, para demostrar hasta
qué punto el cristianismo es opuesto al capitalismo a ultranza. Y olvidan
las condenas pontificias del socialismo "intrínsecamente perverso",
como afirmó textualmente el papa Pío XII.
Veamos, pues, ese episodio. No lo interpretaremos a la manera admirativa de
los crédulos devotos, sino como lo habría examinado el estratega
jefe de la milicia del templo, responsable del orden público.
En primer lugar observaremos que, desde siempre, allá donde hay un culto,
en sus alrededores se encuentran los abastecedores materiales de los accesorios
para dicho culto.
En Jerusalén en nuestros días, en La Meca, en Benarés,
en Roma, en Lourdes, en Lisieux, en Fátima, el peregrino encontrará
todo cuanto le es necesario para afirmar su fe ante Dios. Estas cosas no sorprendían
a nadie. El final de aquel estado no era para mañana, el profeta Zacarías
lo había dicho. Evocando el día lejano en que Jerusalén
sería la capital mesiánica del mundo entero, en que Israel, vencedor
de las naciones, las vería venir a "posternarse ante el rey"
(Zacarías, 14, 16) -lo que no es para mañana, con toda seguridad-,
el gran vidente nos dice lo que sigue:
"En aquel día, en los cencerros de los caballos estará escrito:
"Consagrado a Yavé", y los calderos del templo de Yavé
serán como las copas ante el altar. Todo caldero en Jerusalén
y en Judá será consagrado al Yavé de los Ejércitos.
Todos aquellos que vengan a ofrecer sacrificios, los utilizarán para
cocer en ellos la carne. Y en aquel día no habrá ningún
mercader en la Mansión del Yavé de los Ejércitos."
(Zacarías, 14,20-21.)
Veamos ahora el relato evangélico. Jesús sube de Jericó
a Jerusalén. Le seguía una muchedumbre numerosa (Mateo, 20, 29);
señalemos esto:
"Cuando, próximos ya a Jerusalén, llegaron a Betfagé,
junto al monte de los Olivos, envió Jesús a dos discípulos,
diciéndoles: "Id a la aldea que está enfrente, y en seguida
encontraréis a una borrica atada y con ella a un pollino; soltadlos y
traédmelos, y si alguien os dijera algo, responderéis; 'El Señor
los necesita', y al instante os los dejarán llevar".
"Esto sucedió para que se cumpliera lo que había sido anunciado
por el profeta: "Decid a la hija de Sión: 'He aquí que tu
rey viene a ti, manso y montado sobre un asno, sobre un pollino hijo de una
borrica...'." (Zacarías, 9, 9.) Fueron los discípulos e hicieron
como les había mandado Jesús. Trajeron la borrica y el pollino,
pusieron sobre ellos los mantos, y encima de ellos montó Jesús.
Los más de entre la turba (la que acompañaba a Jesús) desplegaban
sus mantos por el camino, mientras que otros, cortando ramas de árboles,
los extendían por la calzada. La multitud que le precedía y que
le seguía gritaba: "¡Hosanna, hijo de David! ¡Bendito
el que viene en nombre de Adonai! ¡Hosanna en las alturas!...""
(Mateo, 21, 1 a 9.)
Detengámonos aquí. Cuando se venía de Jericó, en
esa época, y se había llegado a Betfagé, dos caminos se
abrían ante nosotros: uno subía hacia la cima del monte de los
Olivos, a nuestra derecha, y por consiguiente en dirección nordeste.
El otro está directamente delante de nosotros, pasa por el "jardín
de los Olivos" (que no es el monte de dicho nombre, sino que se halla a
su pie), y atraviesa el lugar conocido como Getsemaní, donde se encuentra
una prensa de aceitunas y su almacén. Este lugar se haría célebre
a continuación. Pero no hay ningún otro pueblo antes de Jerusalén.
Se encuentra tan sólo, retrocediendo, el pueblo de Betania, donde viven
Simón el Leproso, Lázaro y sus hermanas, Marta y María,
todos familiares y amigos de Jesús. Si el pollino y la borrica estaban
atados a un olivo del citado Getsemaní, o si lo estuvieron en el pueblo
de Betania (lo cual habría implicado un rodeo), o en Betfagé,
la verdad es que habían sido colocados expresamente allí para
preparar esa "realización" de la visión de Zacarías.
Era el empujoncito final. Y, como es lógico, estaban vigilados, para
que nadie los robara, y para que su destinatario final los tuviera a su disposición
llegado el momento oportuno. Y así fue.
Y cuando Jesús dijo que respondieran: "El Señor los necesita",
da a entender su carácter real (señor significa rey), y no un
carácter divino. Esa frase es la consigna, y así el guardián
de los dos animales los abandonará en manos de los que vienen a buscarlos
sin poner dificultades. A eso es a lo que se llama "hacer encajar las profecías".
Continuemos:
"Y en cuanto entró en Jerusalén, toda la ciudad se conmovió
(en rumores) y decía: "¿Quién es éste?"
Y la muchedumbre (la que le seguía desde Jericó) respondía:
"Éste es Jesús, el profeta, de Naza-ret de Galilea".
"Entró Jesús en el templo de Dios, y arrojó de allí
a cuantos vendían y compraban en él, y derribó las mesas
de los cambistas y los asientos de los vendedores de palomas. Y les dijo: "Escrito
está: 'Mi casa será llamada casa de oración', pero vosotros
la habéis convertido en cueva de ladrones"." (Mateo, 21, 10-13.)
Efectivamente, Isaías nos dice:
"Y a los extranjeros que se hayan adherido a Yavé para servirlo...[...]...
los conduciré a mi monte santo y los colmaré de gozo en mi casa
de oración..." (Isaías, 56,6-7.)
Pero no habla de ladrones. Es evidente que los extranjeros y los israelitas
que acuden en peregrinación a Jerusalén, van necesariamente a
ofrecer un sacrificio en el Templo. Ese Templo se divide en dos partes principales.
Está el Templo, con sus naves superpuestas, con sus recintos y sus pórticos,
donde tienen acceso los extranjeros, las mujeres de Israel, los hombres de Israel,
los sacerdotes, los sacrificadores, el sumo sacerdote. Todo eso limitado por
unas barreras infranqueables bajo pena de muerte. Está el Santo, el santuario
propiamente dicho, y, como último recinto, el Sanctasanctórum,
donde solamente penetra el sumo sacerdote una vez al año. Lo mismo sucedía
en Pekín, en la Ciudad Violeta, o en Moscú, con el Kremlin. Sería,
pues, en las partes semisagradas donde se establecerían los pequeños
comerciantes y los cambistas de moneda extranjera. Éstos son indispensables
para el culto, nunca nadie se ha ofendido por ello, no se puede prescindir de
ellos. Sin ellos, sin los animales destinados a los sacrificios, no podía
haber culto.
Además, eso significaba mostrarse demasiado severo con ese pequeño
mundo de mercaderes y de cambistas, cuando él mismo había elegido,
entre sus apóstoles, a dos hombres que eran asesinos, padre e hijo, y
el hijo, para colmo, también era ladrón: Simón el Zelota
y Judas Iscariote. Y tanto más cuanto que los peregrinos, "los que
compraban", también fueron expulsados y golpeados.
De hecho, todo había sido montado minuciosamente con anterioridad. Jesús
no derribó él solo todos los tenderetes de los cambistas y mercaderes,
que esperaban que vinieran a comprarles sus animales. Todo eso ocupa mucho espacio,
tanto como una feria o un comicio agrícola. Y la gran masa que le seguía
desde Jericó había venido para eso. Esa pendencia estaba organizada
de antemano. Y se desencadenó a raíz de unas palabras de Jesús.
Podríamos preguntarnos, teniendo en cuenta cuanto precede, si todo el
dinero así dispersado por el suelo, si todos esos centenares de monedas
de oro y de plata rodando por aquí y por allá, fueron recuperados
luego por sus legítimos propietarios. O si quizás un cierto número
de iscariotes, venidos de Jericó con dicho fin, se inclinarían
a recogerlos. O si quizás nuestros cambistas y mercaderes no fueron tan
dóciles como los peajeros.
Podríamos preguntarnos también si el "estratega" del
Templo, que estaba al mando de la milicia de éste, ante semejante agresión
no mandaría un destacamento armado a fin de detener a los alborotadores,
y si de la ciudadela Antonia, alertada por sus vigías, no habría
acudido una centuria legionaria a cerrar la retaguardia a Jesús y a su
tropa zelota. De todo eso, que fue inevitable, los Evangelios canónicos
no dicen ni una palabra.
Quizás en una circunstancia similar (dado que hubo varios ataques al
Templo) fue cuando detuvieron y encarcelaron a un tal Jesús-bar-Aba con
otros sediciosos "por homicidio en el curso de una revuelta" (Marcos,
15, 7). Debemos convenir que no es en modo alguno inverosímil, en semejante
ambiente y con semejante tipo de gente, para quien el combate que se llevaba
a cabo era una guerra santa, como nos demuestran algunos manuscritos del mar
Muerto.
Por otra parte, tampoco es desatinado suponer que, a semejanza de su padre Judas
de Galilea, que se apoderó primero del arsenal y del tesoro de Séforis,
Jesús intentara, con esos asaltos al Templo, apoderarse de las armas
almacenadas en el arsenal de su milicia, y, aprovechando la ocasión,
del tesoro del Templo. La existencia de este último era conocida de todos,
y ello había tentado ya a Hir-cano, a Heredes, y a los romanos, que ya
habían sacado de allí algunas cantidades. El botín valía
la pena.
El hecho de que Flavio Josefo no nos hable de los ataques al Templo antes de
la caída de Jerusalén, no prueba absolutamente nada. No olvidemos
que los manuscritos originales desaparecieron. No poseemos sino copias de varios
siglos posteriores, y los monjes copistas y la censura cristiana pasaron por
allí.
Abramos aquí un paréntesis. Entre los numerosos documentos conocidos
como "del mar Muerto" existen unos rollos de cobre cuyo texto hebreo
pudo ser descifrado en el año 1956, en Gran Bretaña, por Wright
Baker, en la Universidad de Manchester. Son del siglo i de nuestra era. Fueron
redactados en un dialecto hablado, el de la Michna, parte más antigua
del Talmud, y no en hebreo neoclásico.
Se sabe (Dupont-Sommer dixit en sus Manuscritos del mar Muerto) que los telólas
estaban constituidos por la fracción política militante de los
esenianos, de los que al fin se separaron. Para Cécil Roth, los hombres
de Qumram (lugar donde fueron descubiertos todos los manuscritos) son los zelotas.
Pues bien, esos rollos nos hablan de un tesoro considerable, compuesto de aproximadamente
doscientas toneladas de oro, de plata, y de otras materias preciosas, oculto
y enterrado en sesenta puntos diferentes de Tierra Santa. Comprendemos que Nerón,
a quien a pesar de todo repugnaban las ejecuciones inútiles, prefiriera
hacer pagar a sus jefes enormes sumas, abandonando a los militantes ordinarios
a las leyes romanas y a los terribles usos que de éstas se hacía.
Aquí, una vez más, Flavio Josefo demuestra ser un excelente historiador,
ya que sus afirmaciones están corroboradas por los rollos de cobre de
Qumram, como vemos, a pesar de que las cantidades estén ostensiblemente
exageradas.
Henos muy lejos ya del "adorable Jesús", del "Corazón
misericordioso", del "Cordero que se ofrece en sacrificio por los
pecados de los hombres". Ese es el leshouah de la gnosis judía,
es el Salvador Invisible, el que todas las religiones de salvación, en
sus "misterios" iniciáticos, han detectado entre los Arquetipos
eternos. Es el Eón Jesús de los gnósticos valentinianos.
Es el Mithra judaizado del siglo IV, imaginado por los pseudo evangelistas al
servicio de Constantino. Es el Cristo idealizado que adoran los cristianos sinceros
desde siempre.
Pero no es el pretendiente al trono material de Israel, que marcha sobre Jerusalén
en cabeza de sus sicarios, para atacar a peregrinos inofensivos y robar a pequeños
comerciantes y cambistas. No es ése que, menospreciando a los peajeros,
se sierve de ellos y les cobra en provecho de su caja de guerra. No es ése
que, al elegir a sus lugartenientes inmediatos, empieza por tomar a dos asesinos,
padre e hijo, este último, además, ladrón. El que "marcha
sobre Roma" de esta manera es el futuro crucificado del procurador Poncio
Pilatos, un jefe político lleno de valor, un mago que hace honor a sus
maestros alejandrinos, pero un hombre, a fin de cuentas, desgastado, en el umbral
de la vejez, y cuya muerte está cercana.
Es ése el que los gnósticos, maniqueos, templarios y cataros rehusarían
confundir con Dios. Ése cuyo patíbulo, la cruz ignominiosa de
aquellas épocas, no será jamás tenida por sagrada por los
mismos templarios y cataros, ese mismo patíbulo ante el que incluso sentirán
horror, porque a sus ojos es un sacrilegio permanente frente a la verdadera
entidad divina que ha tomado a su cargo la salvación de los misterios
de todos los cultos. El que será crucificado es el Cristo inferior, terrestre,
entregado a un partido y cautivo de la Materia, que nos revelan los escritos
maniqueos, opuesto al Cristo superior, celeste, puramente espiritual y neumático.
Y los interrogatorios de los templarios demuestran de forma absoluta, a través
de algunas preguntas muy concretas, que lo que preocupaba a los inquisidores
era precisamente eso, es decir, esa noción diferencial...
Pues bien, pretender que los excesos ulteriores de Simón-Pedro no implicaban
otros semejantes en el activo de Jesús, es un error. Y aquí tenemos
la prueba.
En Mateo (17, 24-27) leemos el siguiente relato, muy imprudente por parte de
los escribas anónimos del siglo IV, porque nos revela, una vez más,
el tipo de ingresos particulares que eran tan familiares a Jesús y a
los zelotas:
"Entrando en Cafarnaúm, se acercaron a Simón-Pedro los perceptores
de la didracma y le dijeron: "¿Vuestro maestro no paga la didracma?"
Y él respondió: "Cierto que sí". Cuando hubo
entrado en la casa, le salió Jesús al paso y le dijo: "¿Qué
te parece. Simón? Los reyes de la tierra, ¿de quién perciben
los impuestos? ¿De sus hijos o de los extraños^' Simón
le dijo: "De los extraños".Y Jesús le respondió:
"Luego los hijos están exentos. Mas, para no escandalizarlos, yete
al lago, echa el anzuelo y agarra el primer pez que pique. Ábrele la
boca, y en ella encontrarás una estatera; tómala y dala por mí
y por ti..."" (Mateo, 17, 24-27.)
Si se trata de un milagro, lo es, y muy gordo. Sin embargo, como Dios encarnado.
Jesús habría podido muy bien chasquear sencillamente los dedos
y hacer aparecer en la punta de éstos la estatera solicitada. Habría
podido decir simplemente a Pedro:
"Mete la mano en tu faja, y allí encontrarás la pieza necesaria
para el peaje de los dos". Pero nada de eso. Simón, que acaba como
él de recorrerse toda Galilea, tiene de antemano una caña de pescar
enganchada en su cinturón. No nos dicen con qué. Y después
de haber capturado un pez, sin esperar, en el mismo segundo. Jesús le
materializará en sus fauces, a distancia, la estatera necesaria para
pagar el peaje. ¡Es fantástico! Pero nunca sabremos si el pez se
paseaba desde hacía mucho tiempo con esa moneda en su boca. tras haberla
recogido no se sabe dónde ni cómo, y haberla conservado todo el
tiempo necesario para encontrar por fin el anzuelo de Simón-Pedro. Cosa
que le permitiría a continuación reventar con la boca abierta,
fuera de su elemento natural. Tampoco se nos explicará cómo pudo,
de un bocado, atrapar el anzuelo sin soltar la pieza de moneda. Porque para
los ingenuos, hambrientos de milagros, todo vale. Sólo que la verdad
es más sencilla. Y más sórdida también, y se nos
va a aparecer el verdadero rostro del Jesús histórico, sin máscara.
Cuando muere un papa, se rompe a martillazos su anillo, al que se denomina "el
anillo del Pescador", y se graba uno nuevo, destinado a su sucesor.
Ese rito conmemora la frase de Jesús: "Venid en pos de mí
y os haré pescadores de hombres" (Mateo, 4, 19). De hecho, aquellos
a los que se dirige no tendrán que cambiar apenas de profesión,
porque Simón, como su hijo Judas, lleva el sobrenombre de Iscariote (Juan,
6, 70), y el de Barjona (Juan, 21, 15). Es decir, que nuestros asesinos y salteadores
están dispuestos a actuar bajo la insigne dirección de uno de
los hijos "de los reyes de la tierra". Porque, entendámonos,
¿era Jesús hijo del rey del cielo o hijo de los reyes de la tierra"?
Hay ahí una oposición evidente. De los crímenes anteriores
que había cometido, Simón se daba perfecta cuenta: "Señor,
apártate de mí, que soy un pecador..." (Lucas, 5, 8.)
Es decir, que el pez de esos episodios no es otro que el "pichón"
del argot moderno. Porque ¿desde cuándo se saca a un pez de su
elementó natural para asegurarle su futuro espiritual? Una vez pescado,
nuestro pez tiene asegurada una suerte invariable: primero será descamado
(despojado de su vestidura), a continuación será vaciado (despojado
de su dinero), y finalmente será cocido, o mejor aún, "frito",
sirviendo así de alimento a aquel o a aquellos que lo habrán capturado.
El "pichón" moderno será asimismo "desplumado",
"limpiado" y "frito". Para los lectores que ignoren el significado
de estos términos especiales, la consulta de un diccionario de argot
podrá serles de ayuda.
Pues bien, el "anillo del Pescador", atributo del sucesor de Simón-Pedro,
representa precisamente a este último tomando la red. También
aquí, una vez más, los símbolos hablan. No se saca a un
pez del agua por su bien, sino en provecho únicamente del pescador, y
con antelación puede decirse que está ya "frito".
Traduzcamos pues ahora el episodio evangélico antes citado. Jesús
afirma ser "hijo de los reyes de la tierra", rehusa pagar el impuesto
y pretende, por el contrario, cobrarlo. Partiendo de esa base, la solución
al problema planteado por el peajero de Cafarnaúm es para él sencillísima.
Simón descenderá hacia el lago, allí encontrará
a un "pichón", perdón, a un "pez", en este
caso a un individuo cualquiera, y percibirá de este último la
suma exigida para la entrada en Cafarnaúm. Es muy sencillo, y a este
tipo de tareas Simón está acostumbrado. La mano izquierda extendida
con un gesto elocuente esperará las cuatro dracmas o la estatera que
tiene el mismo valor, y la mano izquierda dejará asomar ligeramente la
sica disimulada bajo el manto, ese terrible puñal palestino que dio nombre
a los sicarios. Así, y sin haber abdicado de su carácter de "hijo
de los reyes de la tierra". Jesús y Simón entrarán
sin soltar un céntimo en la ciudad de Cafarnaúm.
Una prueba perentoria de que ahí se trataba de robar a un viandante,
y no de realizar un milagro es el hecho de que no es Jesús quien se encarga
de procurarse la estatera.
Hacer aparecer esa moneda bruscamente, de la nada, a la manera de un prestidigitador,
sena un poder de un dios encarnado. No había necesidad alguna de complicarse
la vida con caña de pescar, anzuelo, cebo, pez, etc. Y, no obstante,
no fue Jesús quien realizó la operación. ¿Por qué?
Pues porque era de estatura demasiado baja, estaba viejo, débil, y no
impondría suficientemente a la víctima eventual. Y sena Simón,
la "roca", el "duro", quien se encargaría de ello.
Porque él era de estatura como para intimidar a esa víctima, y
además estaba ya acostumbrado.
Y esto nos prueba todavía más que no se trata de un "pez"
ordinario. Una última observación va a confirmarnos lo bien fundado
de este punto.
Conocemos la sigla latina ICHTYS, transcripción en letras latinas del
monograma griego de Cristo, compuesto por las primeras letras de las palabras
"Jesucristo hijo de Dios, salvador" (en griego: Iesous Christos Theou
U ios Soter).
Y es esa misma sigla latina ICHTYS (en griego: Ikhthus: pez) la que va a desvelarnos
el subterfugio que utilizaron los escribas anónimos del siglo IV para
disimular la sórdida verdad del episodio del pez de la estatera.
Sabemos que Jesús divide a los hombres en dos categorías bien
distintas. Los corderos, es decir, los "buenos", los suyos (Mateo,
15, 24; 25, 32-33, y Juan, 10, 2). A éstos les reserva su derecha, con
la gloria eterna. Y los cabritos (las mismas referencias de los Evangelios),
es decir, los "malos", sus adversarios. A éstos les reserva
su izquierda, con la pena eterna...
Y por fin llegamos a la verdadera significación del ICHTYS latino. Porque
fonéticamente equivale al hebreo ish-thyss (aleph-iod-schin y thau-iod-schin),
que significan, palabra por palabra, "hombre-cabrito". Esos "hombres-cabrito"
que serían durante cerca de un siglo víctimas permanentes de los
zelotas, como nos muestra Flavio Josefo en sus Guerras de Judea y en sus Antigüedades
judaicas.
No obstante, no podemos silenciar otra hipótesis en cuanto al pretendido
milagro del pez de la estatera. Se sabe que en la Palestina antigua (especialmente
en la Decápolis), residía, al margen de la etnia judía,
toda una población griega. Y las tradiciones funerarías exigían
que los muertos de ésta se fueran al otro mundo con una moneda, un óbolo,
entre los dientes, destinada a permitirles pagar a Caronte, el barquero de los
muertos, quien les pasaría con su barca hasta el otro lado de la laguna
Estigia y les evitaría así andar errantes infinitamente en un
"mundo" intermedio.
Esa moneda tenía que ser, como mínimo, de un óbolo, moneda
griega de poco valor. Pero las familias ricas, evidentemente, entre los labios
de sus difuntos depositaban una moneda más importante.
Y se plantea aquí la cuestión: ¿el hombre-cabrito no sería
simplemente un cadáver (impuro, eso sí) que se hallara en un depósito
funerario en espera de su sepultura o incineración última, y al
cual Simón-Pedro habría robado la moneda? Cuando uno tiene valor
para atracar a los vivos, lo tiene también para despojar a los muertos.
Otro episodio de esa época, relatado por Flavio Josefo, nos confirmará
todo lo precedente. En sus Antigüedades judaicas, en el libro XX, leemos
esto, que se supone que se desarrolló en el año 63:
"Habiendo muerto Festus, Nerón dio el gobierno de Judea a Albinus,
y el rey Agripa despojó del sumo sacerdocio a José para entregárselo
a Ananus. Este Ananus, el padre, fue considerado como uno de los hombres más
felices del mundo, porque gozó tanto como quiso de esa gran dignidad,
y tuvo cinco hijos, que la poseyeron todos después de él, cosa
que nunca había sucedido a ningún otro. Ananus, uno de esos hijos,
del que hablaremos ahora, era un hombre audaz y emprendedor y de la secta de
los saduceos que, como ya hemos dicho, son los más severos de todos los
judíos, y los más rigurosos en sus juicios. Eligió el período
en que Festus había muerto y Albinus todavía no había llegado,
para reunir un consejo ante el cual mandó presentarse a Santiago, hermano
de Jesús, llamado Cristo de sobrenombre, y a algunos otros, los acusó
de haber contravenido la ley y los condenó a ser lapidados. Esta acción
desagradó extremadamente a todos aquellos habitantes de Jerusalén
que eran piadosos y que sentían un verdadero amor por la observación
de nuestras leyes. Enviaron secretamente al rey Agripa esta noticia, para rogarle
que ordenara a Ananus que no llevara a cabo nada semejante, y que lo que había
hecho era inexcusable. Algunos de ellos se adelantaron hasta Albinus, que entonces
había salido de Alejandría, para informarle de lo que había
pasado y explicarle que Ananus no habría podido ni debido reunir a ese
consejo sin su permiso. Él entró en esos sentimientos y escribió
a Ananus con cólera y amenazas de castigo. Agripa, viéndolo tan
irritado contra él, le retiró el sumo sacerdocio, que no había
ejercido más que cuatro meses, y se lo dio a Jesús, hijo de Damneus.
"Cuando Albinus hubo llegado a Jerusalén, empleó todos sus
sentidos en devolver de nuevo la calma a la provincia, por la muerte de una
gran parte de esos ladrones. En ese mismo tiempo, Ananías, que era un
sacerdote de gran mérito, se ganaba el corazón de todo el mundo.
No había nadie que no lo honrara, a causa de su liberalidad." (Flavio
Josefo, Antigüedades judaicas, XX, VIII, traducción de Arnauíd
d'Andilly.)
Es evidente que todo ese fragmento de Flavio Josefo sufrió modificaciones
de mano de los monjes copistas, y además modificaciones poco inteligentes,
porque:
a) se nos dice que Ananus y sus hijos se sucedieron en el sumo sacerdocio, y
a la vez que a uno de ellos le sucedió un tal José. Hay, pues,
contradicción;
b) se nos dice que Santiago, hermano de Jesús (es Santiago el Menor,
porque el Mayor había muerto con Simón-Pedro en el año
47), fue lapidado con algunos otros por haber contravenido la ley judía.
Pues bien, esa misma ley judía, de la que eran tan estrictos observadores
los saduceos, prohibe pronunciar varias condenas de muerte el mismo día.
Fue contra eso contra lo que protestaron los habitantes de Jerusalén,
y no contra el hecho de que se hubiera condenado a violadores de la ley, ya
que el hecho de protestar sería violar asimismo esa ley. Santiago el
Menor y "algunos otros" fueron, pues, juzgados por otros motivos.
¿Cuáles? Éstos son:
c) el último párrafo de esa cita nos dice que Albinus "empleó
todos sus sentidos para devolver de nuevo la calma a la provincia, por la muerte
de una gran parte de esos ladrones." Pero ¿dónde se había
hablado de "ladrones" en todo el texto precedente? En ninguna parte.
Al menos no en el relato de los monjes copistas, porque en el de Flavio Josefo
seguro que sí que se hablaba de ellos. Lo mismo
que en los capítulos precedentes, ya que nos detalla las exacciones de
los sicarios.
De hecho, el pasaje que los monjes copistas suprimieron cuidadosamente nos daba,
en efecto, el relato de la ejecución de ese "Santiago (Jacobo),
hermano de Jesús, llamado Cristo de sobrenombre": no se trataba
solamente de la violación de las costumbres religiosas de la ley judía,
sino de una violación que entraba en el marco del derecho común
puro y simple. En el pasaje eliminado por los copistas figuraba el término
"ladrones", ya que se refieren a ellos a continuación. Pero
nuestros copistas, más o menos ignaros, teniendo en cuenta la época
(la alta Edad Media), que deletreaban costosamente línea por línea,
siguiendo con el dedo, palabra por palabra, y que no leían con la misma
facilidad que nosotros, no vieron que esa interpolación no encajaba en
la continuación del texto.
A fin de evitar utilizar una traducción contemporánea, que podría
reflejar ideologías y preferencias religiosas de los traductores, hemos
tomado el texto de Flavio Josefo en la traducción de Amauíd d'Andilly
(1588-1674), traductor de varias obras religiosas, hermano mayor de Antoine
Arnauíd, el "gran Arnauíd" defensor de los jansenistas
contra los jesuítas, y de Angélique, su hermana, abadesa de Port-Royal.
Y es que en aquella época todavía no existía la critica
liberal del cristianismo, y Arnauíd d'Andilly no sospechaba la importancia
de su sinceridad en ese terreno. El texto que utilizamos tiene mucho más
relieve de esta forma.
17.- La huida a Fenicia
"Aquel que ejerce la misericordia para con todos
los hombres, gana la misericordia del Cielo."
rabban gamaliel III, siglo III
Los desplazamientos de Jesús durante los cuatro años de su vida
pública no son debidos al azar. Fueron necesariamente motivados por exigencias
de seguridad. Al pretender restaurar un reino de carácter religioso,
como heredero del trono de David, y al estar rodeado de pelotas, algunos de
los cuales tenían muy mala reputación, si se tiene en cuenta su
sobrenombre, forzosamente tuvo que estar vigilado por la policía romana,
doblada por la de los tetrarcas idumeos.
Por eso, cuando vemos que los historiadores cristianos califican de "retiro"
su viaje a Fenicia, no podemos evitar sorprendernos, a menos que demos a esa
palabra su sentido militar de "retirada".
Porque, puesto que se encuentra en Jerusalén, la Ciudad Santa, donde,
como ya hemos visto, todo judío de raza tenía derecho a entrar
en la penúltima nave, la de los hombres, cada día (y Jesús
no se privaba de ello), en ese Templo que era el único lugar de culto
regular, excluyendo cualquier otro, ¿cómo justificar que se fuera
a "retirar" a Fenicia, estado cuya población había sido,
desde siempre, hostil al pueblo hebreo, cuyos cultos eran esencialmente paganos,
y donde, como inevitable consecuencia, la impureza ritual le estaba rodeando
a cada momento?
De hecho, se trataba efectivamente de una retirada "militar", es 184
decir, de una huida, y precisamente a una región en la que no se les
ocurriría ni por un instante suponer que Jesús podría haberse
refugiado. De Jerusalén, donde se encontraba entonces, hasta Sidón,
a través de Judea, la Samaría hostil, y Galilea, hay, en total,
unos ciento noventa kilómetros a vuelo de pájaro.
Nunca sabremos el camino exacto que tomó Jesús, pero podemos suponer
que se mezclaría, en unión de los discípulos que le acompañaron
(que indudablemente serían los mismos de siempre:
Simón, Santiago y Juan), con una caravana de peregrinos que se dirigirían
a Fenicia para las ceremonias conmemorativas de la muerte y resurrección
de Adonis.
Porque, si damos crédito a los trabajos de los exegetas e historiadores
católicos, fue justamente en junio del año 29 cuando Jesús
se refugió en Fenicia. Y llega allí exactamente para las ceremonias
anuales, que tienen lugar, como veremos, en el solsticio de verano, cuando florece
precisamente la "rosa de Damas", esa anémona consagrada a Adonis.
De todos modos, va a permanecer allí poco tiempo, unos diez días
todo lo más, porque le reconocen:
"Saliendo de allí [de Jerusalén], Jesús se retiró
a los términos de Tiro y de Sidón. Y he ahí que una mujer
cananea de aquellos contornos comenzó a gritar, diciendo: "¡Ten
piedad de mí. Señor, hijo de David\ Mi hija es cruelmente atormentada
por el demonio". Pero él no le contestaba palabra, y sus discípulos
se le acercaron y le dijeron con insistencia: "Despídela, pues viene
gritando detrás de nosotros..."" (Mateo, 15, 21-24.)
En Marcos encontramos precisiones sobre su deseo de permanecer oculto:
"Partiendo de allí (de Jerusalén), Jesús se fue al
territorio de Tiro y Sidón. Entró en una casa, no queriendo ser
de nadie conocido, pero no le fue posible ocultarse, porque, en oyendo hablar
de él, una mujer cuya hija estaba poseída por un espíritu
impuro entró y se postró a sus pies..." (Marcos, 7, 24-25.)
Así pues, deseaba que nadie supiera quién era, deseaba permanecer
oculto. Extraña actitud para un dios encarnado, venido a proclamar la
verdad a las multitudes, ésa de huir e introducirse "en una casa",
y "ocultarse" allí.
Esa casa era probablemente la del misterioso hermano cuyo nombre se ignora y
que vivía en Sidón, con el sobrenombre de Sidonios, el sidonio.
¿Sería ése el misterioso hijo oculto^!
Sabemos la continuación. Jesús no pudo permanecer más tiempo
en Fenicia, porque había sido reconocido, y huyó de nuevo.
"Saliendo de nuevo de los confines de Tiro, se fue por Sidón hacia
el mar de Galilea, atravesando los confines de laDecápolis..." (Marcos,
7,31.)
Pues bien, si examinamos el mapa de esas regiones (página 4), constataremos
que Jesús intentó engañar a las gentes de Tiro. En efecto,
desde esa ciudad se fue hacia el norte, bordeando el litoral del Mediterráneo,
hasta Sidón, ciudad situada a unos cincuenta kilómetros por encima
de Tiro. Así, los tirios pudieron suponer que se iba definitivamente
de Palestina. Y si proporcionaron información sobre él a la gendarmería
romana, esa información fue errónea, porque de Sidón, siguiendo
una línea oblicua hacia el este, regresó entonces a Galilea, pero
atravesando la Decápolis.
Todo eso es perfectamente normal por parte de un hombre a cuya cabeza se ha
puesto precio, y que tiene a las legiones romanas en perpetua operación
policial contra sus propias tropas. Pero ¿por qué ocultárnoslo,
La "retirada" a Fenicia, interrumpida por la intervención de
la cananea y su indiscreción, se produjo, como hemos visto, en el momento
de las ceremonias celebradas en honor a Adonis. Ese dios, que no es otra cosa
que el principio del trigo y de la vegetación en general, poseía
un culto muy antiguo. Los especialistas en historia de las religiones lo identificaron
con el Osiris egipcio, y era también él quien, bajo los nombres
de Eshmoun, o Aphiad, se veneraba en algunas regiones, mientras que en otros
lugares se encontraba de
forma idéntica, sólo que bajo el nombre de Dummuzi, Tammuz, Sandon
y, por último, Adonis.
Israel, en los tiempos de esas tentativas de sincretismo religioso, que los
profetas consideraban, horrorizados, como adulterios espirituales hacia Yavé,
a veces había venerado a Tammuz:
"Luego me llevó a la entrada de la puerta del Templo de Yavé
que mira al norte. Y he aquí que allí se encontraban sentadas
mujeres que lloraban a Tammuz..." (Ezequiel, 8, 14.)
Este lleva el nombre de "Pastor del Cielo" o de "Pastor Celeste",
así como el de "Verdadero Hijo". Cuando desciende a la morada
de los muertos, se convierte en el señor de ella, y entonces adopta el
nombre de "Pastor de la Tierra". Y cuando tiene lugar su resurrección,
cuando remonta de la fúnebre morada hacia la luz, los muertos remontan
con él. Antes, cuando tuvo lugar su muerte (simbólica), su estatua
fue lavada, embalsamada con aromas, envuelta en un lienzo carmesí. Por
eso los especialistas en las religiones antiguas de Babilonia y de Asiría,
en especial Edouard Dhorme, han podido sacar la conclusión de que:
"Muerte, resurrección, ascensión, nada falta en los misterios
de Dumuzi..." (Cf. Edouard Dhorme, Les religions de Babylone et d'Assyrie.)
Y A. Moret, con otros numerosos autores, no vaciló en escribir: "Podemos
dar por seguro que los fenicios depositaban en los Adonis la esperanza de una
nueva existencia del hombre después de la muerte". (Cf. A. Moret,
Histoire ancienne de 1'Orient.)
Hay que admitir que los escribas anónimos que redactaron los Evangelios
actuales, en el siglo IV y siguientes, nos ponen en presencia de dos conclusiones
posibles:
a) o bien fue el propio Jesús quien, impresionado por las ceremonias
de Adonis durante su corta estancia en Fenicia, orientó su fin de una
manera semejante, provocando los acontecimientos y dando las instrucciones necesarias
a aquellos que se ocuparían de su cadáver después de su
muerte;
b) o bien ignoramos cómo sucedió en realidad, y fueron los escribas
del siglo IV los que, al componer los Evangelios, tomaron los detalles de la
religión de Adonis y de la de Mithra, que también encontraremos
dentro de poco, a fin de rellenar el vacío de su documentación.
Porque Jesús también se compara a un Pastor Celestial, y se dice
Hijo único de Dios; cuando desciende al Shéol rompe el imperio
del Príncipe del Abismo, y libera a los muertos que estaban a la espera;
la leyenda pretende que, en el instante de su muerte, se vio salir a éstos
de sus tumbas y errar por Jerusalén. Por otra parte, se envuelve con
aromas su cadáver. Resucita al tercer día y ocupa su lugar en
el Cielo, cerca de Dios. Todo eso igual que Tammuz y Adonis, no falta nada,
y el plagio es evidente.
Pues bien, de esa estancia de tres días y tres noches, con la consiguiente
resurrección, sólo se nos habla en tres pasajes de los Evangelios.
Él lo saca, por analogía, de la de Jonás en el vientre
de un enorme pez marino, aunque sin conocer su imposibilidad absoluta. Y sorprende
bastante, de parte del "hijo de Dios", que éste creyera y divulgara
semejante estupidez: ¡un hombre viviendo tres días y tres noches
en el estómago de un cachalote, y que saliera de allí fresco y
despierto!
Veamos dichos textos de los Evangelios:
a) "La generación mala y adúltera pide una señal,
pero no le será dada más señal que la de Jonás el
profeta. Porque, como estuvo Jonás en el vientre de un gran pez tres
días y tres noches, así estará el Hijo del Hombre tres
días y tres noches en el seno de la tierra." (Mateo, 12, 39-40.)
b) "Esta generación mala y adúltera busca una señal,
mas no se le dará sino la señal de Jonás..." (Mateo,
16, 4.)
c) "Esta generación es una generación mala; pide una señal,
y no le será dada otra señal que la de Jonás. Porque como
fue Jonás señal para las gentes de Nínive, así también
lo será el Hijo del Hombre para esta generación..." (Lucas,
11, 29-30.)
Cronológicamente, la permanencia de Jesús en Fenicia se sitúa
entre a) y b). O bien a) es una interpolación posterior (y en Mateo son
frecuentes), o bien es que ya pensaba en montar algo parecido a los misterios
de Tammuz y de Adonis cuando fue a Fenicia. Si se hubiera tratado de una interpolación,
la de a), lo que ésta habría pretendido sena evitar que el lector
estableciera ninguna relación entre su encuentro con las ceremonias de
Adonis y su ulterior afirmación en cuanto a su resurrección. Porque
de ésta no se había hablado nunca antes. La idea no se le ocurre
ni empieza a afirmarse hasta después de su viaje a Fenicia.
Por otra parte, por encima de Sidón, a la altura de la isla de Chipre,
en la región de Aradus, Hamah, Emesis, las legiones romanas acantonadas
en Fenicia habían establecido desde hacía mucho tiempo el culto
a Mithra. Estaba ausente de Palestina (y con razón) pero reaparecía
en Alejandría y cubría el mundo antiguo.
Se ha acordado situar en el siglo xiv antes de nuestra era la más antigua
manifestación conocida de éste. Y el último documento que
trata sobre el Mithra occidental data del siglo v después de Cristo.
Por lo tanto, ese dios reinó en el corazón de sus fieles durante
mil novecientos años. Su desaparición coincidió con las
medidas adoptadas por los emperadores cristianos a instigación de los
padres de la Iglesia contra todo lo que no era cristiano, y cristiano ortodoxo.
Pitagóricos, platónicos, gnósticos, seguidores de las diversas
ramas cristianas independientes trabaron entonces conocimiento con la tolerancia
mesianista y cristiana.
Mithra era, en efecto, el dios de las legiones. Esta religión, importada
ya en el año 181 antes de nuestra era al corazón mismo de Roma,
obtuvo el favor imperial. Cómodo, Diocleciano, Galerio, Licino, Juliano,
Aureliano, fueron fervientes seguidores de Mithra.
Es posible que Nerón, nacido el 25 de diciembre, el mismo día
que se festejaba el nacimiento de Mithra, fuera uno de los primeros emperadores
que le rindieron culto.
Pues bien, Mithra nace en una gruta, unos pastores asisten a su nacimiento,
es el arquero divino, que traspasa con sus flechas á las entidades del
Mal. En la Cena de los seguidores de Mithra se descubre esta sorprendente frase:
"El que no coma de mi cuerpo y beba de mi sangre de modo que se confunda
conmigo y yo con él, no obtendrá la Salvación..."
(Citado por Martín Vermaseren: Mithra, pág. 86.)
Y se dice que Jesús declaró, durante la suya:
"El que no coma de mi cuerpo y beba de mi sangre, no tendrá la vida
eterna..." (Juan, 6,53-54.)
Cuando los cristianos descubrieron el texto de la liturgia de Mithra, se enfurecieron.
Tertuliano, fuera de sí, afirmaría que eso era obra del Demonio,
que, mil años antes, había parodiado la Cena para desvalorizar
las palabras de Jesús.
Exactamente igual que en el caso de este último, a Mithra también
le adoran inicialmente los Magos, en Oriente. Éstos lo hacen en su función
de sacerdotes de la religión de Zoroastro, uno de cuyos aspectos es precisamente
el culto a Mithra. Cuando Mithra asciende al Cielo, ocupa su lugar al lado de
su padre. Aura Mazda, y éste declarará que "orar a Mithra
es orar a Aura Mazda".
Que el lector compare esas palabras con: "Que todos honren al Hijo como
honran al Padre..." (Juan, 5, 23), y con: "El Padre ha entregado al
Hijo todo el poder de juzgar..." (Juan, 5, 22). La analogía es evidente.
Es imposible no admitir las interferencias del culto a Mithra en el cristianismo.
Pero mientras el de Adonis pudo, stricto sensu, impresionar a Jesús,
el procedente de Mithra fue introducido (consciente o inconscientemente) más
adelante, en el curso de los primeros siglos, por los redactores anónimos
de los Evangelios.
Otros episodios demuestran, sin discusión posible, que Jesús,
al no poder ser rey en vida, tanto por la presencia de las legiones romanas
como a causa de la hostilidad de una parte de la nación judía,
así como por la propia doctrina de su padre Judas de Gamala (que era
la de todos los zelotas: "¡Dios es el único rey!...").
Jesús, que había rechazado el ofrecimiento de Tiberio de ser tetrarca
cuando tuvo lugar la deposición de Filipo, Jesús, como decíamos,
ideó convertirse en rey después de muerto, y eso fue después
de encontrarse en Fenicia con las ceremonias de la muerte y resurrección
de Adonis.
Así lo hacen pensar, primero, el hecho de reunir un cierto número
de datos relativos al Mesías esperado (omitiendo otros, completamente
imposibles de realizar), y también el hecho de esforzarse en hacer encajar
algunos episodios de su vida pública con esos anuncios profetices. Y
también el hecho de adoptar usos y ritos esotéricos de cultos
ya existentes. La materia y la forma eucarísticas, en primer lugar, del
culto de Mithra. El bautismo por inmersión en las aguas (no obstante
impuras) del Jordán, en segundo lugar, del induismo. Y es que, efectivamente,
hace por lo menos veinte o treinta siglos que en la India y el Nepal las aguas
de riachuelos o de ríos sagrados, como el Ganges, la "gran madre
Ganga", sirven a los indios para purificarse de sus pecados, gracias a
una inmersión en el curso de la existencia.
Así pues, cuando Jesús envió, en el año 27 de nuestra
era, sus instrucciones a Juan, su primo, el futuro Bautista, sobre las relaciones
entre el agua viva y la vida futura (Apocalipsis, 22, 17), no hizo sino parodiar
la religión védica.
Y también en la Apocalipsis, cuando evoca las relaciones entre el Mal
(la Bestia) y el número 666 (Apocalipsis, 13, 18), está copiando
al taoísmo. El lector no tiene más que remitirse a La Pen-sée
chinoise, de Marcel Granel, y a su sabio estudio sobre el cuadrado mágico
de nueve casillas, el "Lo chu", perfectamente conocido por los geománticos
que practican el / Ching. Constatará entonces que el 50 es el número
del Logos (cf. las "cincuenta puertas de la Inteligencia", en la Cabala),
y que el 666 es el número del Demonio, del Mal. Una vez más, Jesús
no inventa nada. No obstante, todo eso implica que, efectivamente, poseyó
y, por lo tanto, recibió una instrucción mágica, cosa que
el mundo bien pensante siempre se ha negado con indignación a admitir,
a pesar de la afirmación de los adversarios contemporáneos del
citado Jesús.
18.- Los enigmas del último día
"Un tribunal que pronunciase una sentencia de muerte cada setenta años,
merecería ser considerado como un tribunal asesino..."
rabbí eleazar-bar-asaria, siglo II
Daniel-Rops, en su libro Jesús en son temps, está de acuerdo con
esta breve cronología de los últimos días vividos por Jesús:
" jueves, 6 de abril: la Cena (al atardecer), la detención en los
Olivos;
" viernes, 7 de abril: (de noche) el proceso, la crucifixión, la
muerte;
" sábado, 8 de abril: permanencia en la tumba;
" domingo, 9 de abril: la resurrección (al alba).
Vamos a estudiar ahora atentamente las aseveraciones de la tradición
cristiana, y también a efectuar su crítica.
Y es que aquellos que redactaron en los siglos IV y V los Evangelios sinópticos,
el de Juan y los apócrifos no disponían de todos los elementos
necesarios para realizar una obra inatacable. Al carecer de comunicaciones,
de bibliotecas fáciles de consultar, de relaciones epistolares tan cómodas
como en nuestra época, les resultaba muy difícil, por no decir
imposible, llevar a cabo una obra perfectamente sincronizada. En aquella época,
teniendo en cuenta nuestros actuales métodos de verificación y
de control, no era fabulador quien quería.
Además, ni siquiera eran judíos. Sus errores lo prueban superabundantemente.
De las costumbres y de los ritos judaicos no lo saben todo, ni mucho menos.
Aquí vamos a reproducir el tan pertinente análisis crítico
de Auguste Hollard, en sus Origines des Fétes Chrétiennes:
"La última comida que tomó Jesús en compañía
de sus discípulos, el jueves, víspera de su muerte, dejó
en el recuerdo de éstos una impresión imborrable; fue entonces
cuando, por última vez, su Maestro bienamado pronunció la bendición
mientras partía el pan, para luego repartirlo como símbolo de
unión, y cuando llenó la copa y la bendijo, antes de pasarla a
sus discípulos.
"No había nada allí que no fuera perfectamente conforme a
las costumbres judías, incluidas hasta las fórmulas de las bendiciones,
que se decían así: "Bendito seas tú. Señor,
nuestro Dios, Rey del Universo, que haces producir el pan a la tierra"
y "Bendito seas tú, Señor, nuestro Dios, Rey del Mundo, que
has creado la viña". Fue en el curso de esta comida cuando Jesús
declaró a sus discípulos:
"Ya no beberé del fruto de la vid hasta que lo beba de nuevo en
el reino de Dios". (Marcos, 14, 25.) Es ahí donde deberá
tener lugar su próximo encuentro, de aquí allá no habrá
ni ocasión ni tiempo de reunirse, porque el Reino está al llegar.
Si Jesús tiene el presentimiento de que, antes de inaugurarlo, ha de
pasar por la muerte, por otra parte no está seguro del todo. Algunos
momentos después, en el huerto de Getsemaní, pedirá a Dios
que le ahorre esa suprema prueba.
"Por eso Jesús no había podido pensar en fundar, a propósito
de esa última comida y en conmemoración de su muerte, una "institución
de la Cena" que, en todo caso, la perspectiva inminente de una cita celeste
habría hecho bien superfina. La última cena de Jesús no
reviste ninguno de los caracteres de la comida pascual, de no ser el himno final
(Marcos, 14, 26 y Mateo, 26, 30), que, en todo caso, podría designar
el Hallel. Pero no se encuentran en ella ni las hierbas amargas, ni las cuatro
copas, ni siquiera el cordero pascual, que habría simbolizado a Cristo
mejor que cualquier otro elemento de la comida, y tampoco el pan ácimo,
sino pan corriente (arton, en griego)."
En Marcos (14, 22-23) y en Mateo (26, 26-27) leemos: "Mientras comían.
Jesús tomó pan y, bendiciéndolo, lo partió y se
lo dio, diciendo: "Tomad, éste es mi cuerpo". Tomando a continuación
una copa, después de dar las gracias, se lo dio". Para ver en esta
comida una comida pascual -aunque se le parezca poco- habría que admitir
que esa copa de bendición que sigue a la distribución del pan
era la tercera del ritual pascual judío. Lucas fue más clarividente
e hizo comenzar la comida (22, 17) con la bendición de la copa. No puso
lo de "mientras comían", que, efectivamente, perturba el orden
de la comida, y acaba la comida con la distribución de una copa, que
podría, en caso extremo, ser muy bien la cuarta ritual". (Cf. Guignebert:
Jesús.)
Pero todavía nos esperan otras contradicciones. ¿Cómo admitir
esos contrasentidos de parte de testigos oculares, como Juan y Mateo, y esa
ignorancia del ritual judío tradicional, tan puntilloso, de parte de
judíos piadosos como Lucas y Marcos'?
Para los sinópticos, es decir, para Mateo, Marcos y Lucas. Jesús
celebró la Pascua anual antes de su suplicio, y les repartió el
pan y el vino, transformados en carne y sangre místicas.
Para Juan, por el contrario, fue en el momento en que se preparaba la Pascua,
en que se inmolaba a los corderos rituales en el Templo, cuya sangre teñiría
el altar (animales que los padres de familia se llevaban a continuación
a casa, para consumirlos en familia, según un ritual muy concreto), en
ese instante preciso fue cuando, por un simbolismo esotérico evidente,
hizo expirar a Jesús en la cruz.
Pues bien, tenemos una contradicción evidente. Para los sinópticos,
la noche que precedió al día de la ejecución en el Góigota,
Jesús instituyó la Cena, en medio de sus discípulos. Eso
sucedió, pues, el jueves por la noche, y como, según la ley judía,
el día comienza al ponerse el sol, era ya el comienzo del día
15 del mes de Nisán. En el transcurso de ese día era cuando debían
sacrificarse en el Templo los corderos pascuales. Fue en el curso de la noche
que siguió inmediatamente cuando fue detenido Jesús en el huerto
de los Olivos, cuando fue juzgado y ejecutado; por lo tanto, era el día
siguiente, o sea, el viernes. Entonces pasó en la tumba el día
del sábado y resucitó el domingo por la mañana.
Por el contrario, según el relato de Juan se trataba, evidentemente,
de una colación, de una comida, y el episodio del pan mojado en el vino
y ofrecido a Judas es prueba de ello. Lo que no dice es que se tratara de una
institución de la Cena, ni de una comida pascual, en el sentido ritual
y judaico del término. La detención de Jesús tampoco se
produjo la noche del día 15, sino la noche del 14 del mes de Nisán.
A la mañana siguiente, los judíos no entraron en el Pretorio romano
por miedo a impurificarse, y no poder consumir a la noche el cordero pascual.
(Cf. Juan, 18,28.)
Y, por lo tanto, es en el momento en que esos corderos son inmolados en el Templo,
a millares, cuando Jesús expira en la cruz. Estamos en el mediodía
del 14 de Nisán. Hay, por consiguiente, dos días de diferencia
con los sinópticos. Y, no obstante, esos sucesos, ¡oh milagro!,
caen en los mismos días de la semana: el viernes tuvo lugar la ejecución,
y el domingo la resurrección. El sentido de esos trucajes está
claro. Porque el viernes es el día de Venus, alias Lucifer, y Jesús
expira el día de su Adversario. De ahí la prohibición,
durante siglos, de celebrar la Cena eucaristica en platos o copas que tuvieran
cobre en su composición, porque éste es el metal venusiano y luciferiano.
El sábado, día del sabbat, del descanso, es el día que
pasa en el silencio de la Tumba. Y el domingo, día del Sol, de la luz,
tiene lugar, al alba, la resurrección.
Quien quiere probar demasiadas cosas, no prueba ninguna, dice la sabiduría
popular.
Los acontecimientos, tal y como los cuentann los sinópticos Mateo, Marcos
y Lucas, conducen a anacronismos imposibles de admitir, y demuestran que los
anónimos que redactaron nuestros Evangelios en los siglos IV y v ignoraban
la lógica más elemental.
Si no, ¿cómo admitir que el primer día de Pascua, que debía
ser obligatoriamente consagrado al reposo, tan inviolable como el del sabbat
(Éxodo, 12, 16), en una semana que constituía un verdadero "retiro"
espiritual (pp. cit., 12), se les hubiera podido ocurrir montar la detención
de Jesús, la deliberación de los acusadores entre sí, y
luego con Poncio Pilatos, la compra de un lienzo por José de Arimatea,
y el entierro de Jesús?
En su Chronica Pascóle (initium), el autor antiguo Apolinar hace observar,
con justa razón, que una ejecución capital en Jerusa-lén
un día tan sagrado como el 15 de Nisán habría profanado
la Fiesta pascual que se preparaba, y habría podido desencadenar un levantamiento
más de las masas judías. Roma, que era muy prudente en estos puntos
tan delicados, que había aceptado retirar y ocultar las insignias de
sus legiones durante su estancia en Jerusa-lén, que había retirado
los escudos de oro destinados al Templo por haber sido ofrecidos por incircuncisos,
esta Roma, que había mostrado tantas veces su respeto al culto judaico,
no iba a lanzarse a semejante provocación judicial.
Por otra parte, los judíos difícilmente habrían podido
dispensarse de asistir al suplicio, ellos que (según los Evangelios)
habían solicitado de Pilatos la detención de Jesús. Pero
la ley dice de la Pascua, explícitamente: "[en ese día] no
os ocuparéis de trabajo alguno". (Números, 28,18.)
Durante esos días sagrados, Jerusalén estaba invadida por millares
de peregrinos. Jamás el Pretorio romano y el Sanedrín judaico
habrían podido proceder en tal día al juicio de Jesús.
Cuando, algunos años más tarde, también Simón-Pedro
será detenido en el curso de la semana pascual (por otra sublevación
más), Herodes Agripa tomará la precaución de aplazar su
juicio para "después de Pascua". (Hechos de los Apóstoles,
12,4.)
Además, los propios sinópticos nos confirman que esa detención
y el consiguiente juicio no podían tener lugar esos días: "Ellos
(los principes de los sacerdotes y los escribas) decían: "Que no
sea durante la fiesta, no vaya a alborotarse el pueblo..."" (Marcos,
14, 2 y Mateo, 26, 5.)
Aparte de eso, el interrogatorio de Jesús durante la noche pascual era
imposible jurídicamente, y ya sabemos cómo se ceñían
los fariseos y los doctores de la ley a esas sutilidades y a esos tabúes
legales.
En efecto, en una ciudad sin alumbrado nocturno, que, al igual que todas las
ciudades antiguas, disponía de un cubrefuegos draconiano (para paliar
los incendios), era materialmente imposible reunir, inmediatamente después
de la detención de Jesús, y hacia la una de la madrugada, a todo
un Sanedrín, compuesto por setenta y dos miembros, todos ellos de edad
avanzada, a los jefes de los cohanim, a los escribas, a los ancianos del pueblo
y a los numerosos testigos.
Además, según la ley, el Sanedrín, para juzgar en materia
criminal, 50/0 podía reunirse de día, y jamás de noche
"porque las tinieblas enturbian el juicio del hombre". Por otra parte,
en los asuntos criminales, cuando se reconocía la culpabilidad del acusado,
el veredicto no podía darse hasta el día siguiente.
Por eso, según la ley, "un proceso criminal no podía iniciarse
jamás la víspera del sabbat semanal, o la víspera de una
fiesta religiosa" (cf. Michna, Sanedrín IV, en Talmud de Babilonia,
Pág.32).
Y todavía hay más: no era posible que el 15 de Nisán, día
análogo al reposo obligatorio de un sabbat. Simón de Cirene "viniera
del campo", donde habría estado trabajando (Marcos, 15, 21, y Números,
28, 18), ni que se le obligara a ayudar a Jesús a cargar con la cruz,
dado que ello habría constituido un trabajo.
Por último, la salida de Jesús, seguido de sus discípulos,
después de la comida pascual (o de la "pretendida" comida pascual),
descrita en Marcos (14, 26), es incompatible con la prescripción formal
del Éxodo (12, 22), que prohibe rotundamente salir de la casa donde tiene
lugar la comida pascual, hasta la mañana siguiente:
"Que nadie de vosotros salga de la puerta de la casa hasta la mañana..."(£;coáo,
12,22.)
En las calles de Jerusalén no podía haber, deambulando, sino las
patrullas romanas, que velaban para que una nueva sublevación no viniera
a turbar la fiesta. Y todo judío (fácilmente reconocible por sus
costumbres típicas) hubiera sido infaliblemente detenido como sospechoso.
Vienen ahora una serie de cosas inverosímiles y de contradicciones evidentes.
El principal motivo que justificaba la detención de Jesús era
el de que decía ser rey. Eso daría lugar a la inscripción
que el propio Pilatos redactó y que mandó clavar, según
el uso de la época, encima de la cruz patibular. Y eso fue lo que el
procurador le reprochó en el curso de su interrogatorio, y que Jesús
no negó (Marcos, 15,2).
Pues bien, ése es el delito conocido como de rebelión. Y, para
hacerse con Jesús, rodeado de los suyos, todos armados con las espadas
que él les había recomendado que se procuraran, si era preciso
a costa de vender sus mantos (Lucas, 22, 36), Pilatos ordena una verdadera expedición
armada, que comprendía una cohorte, es decir, seiscientos veteranos,
soldados de élite mandados por un tribuno, magistrado militar con categoría
de cónsul (Juan, 18, 3 y 12). El contingente de levitas armados que el
Sanedrín añade a ese pequeño ejército romano no
está allí sino para manifestar la lealtad del judaismo oficial.
Todo hace, pues, suponer que, al ser Pilatos el que ordena dicha expedición
judicial, a él será a quien llevarán a Jesús, una
vez capturado. Pues bien, jde eso nada! Jesús, según los anónimos
redactores de nuestros Evangelios, será conducido ante las autoridades
religiosas judías, y todo el proceso versará, de hecho, sobre
una acusación de blasfemia.
En cada extremo habría podido sostenerse la hipótesis de que fue
conducido antes a Herodes Antipas, al ser éste el tetrarca de Galilea
y Perea, y al representar él allí el poder temporal, legitimado
por el acuerdo con Roma. Herodes Antipas se encontraba precisamente en Jerusalén
en aquella época, en su palacio, y Jesús, por ser galileo, dependía
de su autoridad.
Pero nuestros Evangelios nos dicen que Jesús fue conducido primero:
a) ante "Caifas, el sumo sacerdote" (Mateo, 26,57);
b) ante "el sumo sacerdote" (Marcos, 14,53);
c) ante "el sumo sacerdote" (Lucas, 22, 54);
d) ante "Anas, porque era suegro de Caifas, que era sumo sacerdote aquel
año..." (Juan, 18, 13).
Al final, ¿ante quién compareció Jesús primero?
¿Ante Anas o ante Caifas?
Y Daniel-Rops observa, con embarazo: "Lo molesto es que el texto del IV
evangelio es muy confuso en este punto. Leemos que primero condujeron a Jesús
a casa de Anas, el suegro de Caifas, "sumo sacerdote aquel año"
(18, 13). Viene a continuación una escena de interrogatorio, seguida
de la negación de san Pedro, que parece ser la misma que los sinópticos
sitúan en Caifas; luego, el versículo 24 señala que: "Anas
envió a Jesús atado a Caifas, el sumo sacerdote". Para conseguir
la secuencia lógica y a la vez la concordancia con los sinópticos,
habríamos de situar el versículo 24 después de los versículos
13 y 14, lugar que, por cierto, ocupa en un viejo manuscrito siríaco
y en Cirilo de Alejandría. ¡Pero entonces no se sabe ni palabra
de lo que Anas dijo a Jesús!" (Daniel-Rops, Jesús en son
temps, pág. 496.)
De hecho, e involuntariamente, unas páginas más adelante (en la
pág. 501) Daniel-Rops nos demuestra que en el curso de dicho interrogatorio
el pontífice de Israel no podía levantar en modo alguno una acusación
de blasfemia contra Jesús. Por eso mismo, nosotros, por nuestra parte,
en el episodio de la comparecencia de Jesús ante el Sanedrín vemos
una secuencia inventada por los escribas anónimos del siglo IV, quienes,
al ser griegos y antisemitas, intentaron liberar a Roma de la responsabilidad
de la muerte de Jesús. En esta época el cristianismo era la religión
oficial en el Imperio romano, y a toda costa había que tratar con miramientos
al poder imperial.
En cambio, es muy posible que Jesús fuera conducido primero a presencia
del tetrarca, dado que Herodes representaba el poder temporal judaico, mientras
que Pilatos representaba el poder temporal romano, la potencia ocupadora y protectora,
y por lo tanto superior.
Y, una vez más, la acusación que se levanta contra Jesús
es la de pretenderse rey. Tenemos la prueba en este pasaje asociado a las actividades
anteriores de Jesús:
"Aquel mismo día vinieron algunos fariseos a decirle: "Sal
y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte". Él les respondió:
"Id y decid a esa raposa..."" (Lucas, 13, 31.)
¿Por qué Herodes Antipas, tetrarca de Galilea y de Perea, quería
ya en aquella época matar a Jesús? Pues porque este último
representaba la legitimidad davídica y real, después de su padre
Judas de Gamala, y la manifestaba al pretenderse rey. Si no, ¿a qué
venía ese odio del tetrarca? ¿Qué podían hacerle
a él unas lecciones de piedad y de moral colectivas impartidas al pueblo?
¿En qué podía ofenderle a él el pretendido mensaje
evangélico?
En fin, el caso es que Jesús compareció ante él después
de su detención, y el relato que nos hacen al respecto contradice al
precedente:
"Oyendo hablar de Galilea, Pilatos preguntó si aquel hombre era
galileo, y habiéndose enterado de que era de la jurisdicción de
Heredes, le envió a éste, que estaba también en Jerusalén
por aquellos días.
"Cuando Heredes vio a Jesús, se alegró mucho, pues desde
hacía mucho tiempo deseaba verle, porque había oído hablar
de él, y esperaba verle hacer algún milagro. Le dirigió
bastantes preguntas, pero Jesús no respondió nada. Estaban presentes
los príncipes de los sacerdotes y los escribas, que lo acusaban con violencia.
Herodes, con su escolta, lo trató con desprecio y, después de
haberse burlado de él, v de haberle vestido con una vestidura luciente,
se lo devolvió a Pilatos. En aquel día Pilatos y Herodes se hicieron
amigos, pues antes eran enemigos..." (Lucas, 23,6-12.)
Ahora bien, dice Daniel-Rops, una gran parte de los comentaristas estiman que
esa vestidura era una túnica blanca, análoga a la que los tribunos
militares revestían para el combate, o incluso que se trataba de la túnica
blanca que los candidatos a las elecciones llevaban obligatoriamente en Roma;
se trataba, entonces, de la toga candida.
Tanto en un caso como en el otro, Herodes quería demostrar así
que consideraba a Jesús como un jefe militar, o como el aspirante a una
función. La alusión es clara y refuerza nuestra tesis, a saber,
que se persiguió a Jesús como rebelde, como pretendiente al trono,
como un cabecilla guerrillero caído a continuación, por necesidad
vital, en el bandolerismo, pero en ningún caso como un blasfemo. El proceso
de Jesús es un proceso en parte político, y en parte de derecho
común, sin más, pero ambos polos no podrían disociarse.
Y esto va a demostrárnoslo ahora el análisis del acta de acusación.
19.- El acta de acusación de Jesús
¡Amó la maldición! ¡Que recaiga, pues, ésta
sobre
SALMOS, 1Ü9, 17
Los disturbios diversos suscitados por la actividad mesiánica e integrista
de Jesús, lo que nosotros denominaremos la "Gran Revolución",
teniendo en cuenta su importancia ulterior en la historia del mundo, y que no
acabarían hasta el término de la era de Piscis, duraron unos cuatro
años, como máximo.
Para conseguir evolucionar libremente, seguido por un masa de varios miles de
personas, partidarios suyos armados, acompañados por sus mujeres y sus
hijos, como era costumbre en todo el Oriente Medio, y que vivían sin
trabajar porque, al haberse salido de su vida habitual, se habían convertido
poco a poco en gentes fuera de la ley (barjonnas, en acadio), y se alimentaban
necesariamente de lo que cogían a su paso, a las buenas o a las malas
(Marcos, 6, 36), era preciso que Jesús se beneficiara del temor o de
la complicidad tácita de las poblaciones sedentarias y no "comprometidas"
en nada.
Y lo mismo en Jerusalén, y el pasaje siguiente de los Evangelios canónicos
lo demuestra de forma indiscutible:
"Aquel mismo día vinieron algunos fariseos a decirle: "Sal
y vete de aquí, porque Herodes quiere matarte..."" (Lucas,
13,31.)
Y si nos remitimos a Juan (7, 30 y 7, 44), vemos cómo los milicianos
del Templo se escabullen para no proceder a su detención, y a los sanedritas
contentarse, bonachones, ante su explicación.
Es fácil comprender que esos pasajes fueron imaginados de principio a
fin por los escribas anónimos del siglo IV con el único fin de
intentar proporcionar una explicación a esa asombrosa y permanente impunidad.
Porque, en aquella época, era impensable que unos milicianos o unos oscuros
guardias pudieran valorar libremente una orden recibida de la autoridad legítima,
decidir si ésta debía ser ejecutada o no por ellos. Y, por otra
parte, durante veinte siglos, la desobediencia del soldado será castigada
con la muerte, en todos los ejércitos del mundo.
Por lo tanto. Jesús gozó durante mucho tiempo de la benevolencia
discreta de unos y de la neutralidad prudente e indiferencia hostil de otros.
Pero un buen día Roma agotó por fin su paciencia y decidió
terminar con él, y entonces tuvo que ser imprescindible que el judaismo
oficial tomara partido. Es probable que Pilatos decidiera tomar rehenes, o incluso
asestar golpes a la comunidad judía de forma indiscriminada, pues la
creía, con razón, cómplice de Jesús. Y en cuanto
al Sanedrín, también le tocó elegir.
Una frase de los Evangelios nos lo confirma:
"Uno de ellos. Caifas, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo:
¡Vosotros no sabéis nada! ¿No comprendéis que vale
más para todos que muera un solo hombre por el pueblo, y que no perezca
toda la nación judía'!..." (Juan, 11,50.)
Así pues, la actividad de Jesús y de su tropa de zelotas había
terminado por poner a toda la nación judía en peligro de perecer.
Este hecho no sorprenderá a nadie si se recuerdan los relatos de Flavio
Josefo en los que se ve a los romanos deportar y vender como esclavos a la población
entera de algunas aldeas, culpables de haber prestado apoyo a la resistencia
judía.
Ahora bien, un punto que absuelve al sumo sacerdote Caifas de todo cálculo
egoísta es que el Evangelio de Juan, en ese pasaje, nos especifica que
aquél pronunció esas palabras, no por sí mismo, sino en
un verdadero delirio profetice, es decir, bajo la inspiración divina,
que le reconoce el propio evangelio en dicha circunstancia.
Es, con toda probabilidad, de esa frase, tan clara, tan sencilla, de donde Pablo,
el "visionario", extrapoló la idea de que Jesús murió
por la salvación espiritual (y no ya material) de todas las naciones
(y no ya tan sólo de Israel).
Por lo tanto es evidente que fue para halagar al poder imperial, Roma, y a Constantino
en particular, por lo que los escribas anónimos del siglo IV, que ya
eran antisemitas, se empeñaron en presentar a los judíos como
si éstos se hubieran encarnizado con Jesús, para perderle, y a
Pilatos esforzándose por declararlo inocente, cuando con toda seguridad
debió ser justo al contrario. Porque los hechos, y el espacio de tiempo
en el que se insertan, desmienten el que los judíos hubieran querido
hacer morir a Jesús.
Si lo hubieran deseado, les habría resultado muy fácil, y desde
hacía ya mucho tiempo; los Evangelios lo confirman: "Todos los días
me sentaba en el Templo para enseñar, y no me prendisteis..." (Mateo,
26, 55.)
¿Cuál pudo ser el hecho patente, históricamente conocido,
que hizo desbordar la copa e incitó a Pilatos a terminar con él?
Existe una hipótesis que debemos tener en cuenta; vamos a estudiarla
ahora:
En Lucas leemos esto:
"Por aquellos tiempos se presentaron algunos, que le refirieron el caso
de los galileos, cuya sangre había mezclado Pilatos con la de los sacrificios
que ofrecían." (Lucas, 13,1.)
Según la cronología adoptada por Daniel-Rops en Jesús en
son temps, este episodio puede situarse en enero del año 30. Vamos a
ver si esa fecha es válida, y, para eso, consultemos a Flavio Josefo
en sus Antigüedades judaicas, libro XVIII:
"Los samaritanos no carecieron tampoco de disturbios, pues estaban incitados
por un hombre que no consideraba grave el mentir, y que lo combinaba todo con
tal de agradar al pueblo. Les ordenó que ascendieran con él al
monte Garizim, al que tienen como la más santa de las montañas,
asegurándoles con vehemencia que, una vez llegaran allí, les mostraría
unos vasos sagrados enterrados por Moisés, quien los había colocado
allí en depósito. Ellos, creyendo que sus palabras eran verídicas,
tomaron las armas, y, tras instalarse en un pueblo llamado Tirathana, adhirieron
a cuantas gentes pudieron recoger, de forma que iniciaron la ascensión
de la montaña en masa. Pero Pilatos se apresuró a ocupar con antelación
el camino por el que debían efectuar la ascensión, y envió
allí a caballeros y a soldados de a pie, y éstos, cargando contra
las gentes que se habían reunido en el pueblo, mataron a unos en la refriega,
pusieron a otros en fuga, y a muchos se los llevaron prisioneros, los principales
de los cuales fueron ejecutados por orden de Pilatos, así como los más
influyentes de entre los fugitivos.
"Una vez calmado este disturbio, el consejo de los samaritanos acudió
a Vitelio, personaje consular, gobernador de Siria, y acusó a Pilatos
de haber masacrado a las gentes que habían perecido; porque no era para
rebelarse contra los romanos, sino para escapar a la violencia de Pilatos, por
lo que se habían reunido en Tirathana. Después de haber enviado
a uno de sus amigos, Marcelo, para ocuparse de los judíos, Vitelio ordenó
a Pilatos que volviera a Roma para dar cuenta al emperador de los actos de los
que le acusaban los judíos. Pilatos, después de diez años
de permanencia en Judea, se apresuró a ir a Roma, por obediencia a las
órdenes de Vitelio, a las que no podía objetar nada. Pero antes
de que hubiera llegado a Roma, sobrevino la muerte de Tiberio." (Flavio
Josefo, Antigüedades judaicas, XVIII, IV, 85-89).
Recapitulemos. Pilatos se convirtió en procurador de Judea en el año
25. Permaneció allí diez años, según nos dice Flavio
Josefo. Por lo tanto la insurrección samaritana se sitúa en el
año 35. Tiberio murió 17 días antes de las calendas de
abril del año 37 de nuestra era, o sea, el 18 de marzo en el calendario
juliano, y el 29 en el gregoriano. (Cf. Suetonio, Vida de los Doce Césares,
Tiberio, LXXIII.) Pilatos estaba todavía en el mar cuando ese emperador
murió. Por lo tanto fue a finales del año 36 cuando recibió
la orden de presentarse en Roma para justificarse, y fue reemplazado por Marcelo.
Ahora bien, se plantea un problema. ¿Quién era ese misterioso
desconocido que "lo combinaba todo con tal de agradar al pueblo",
y que organizó dicha insurrección? Inmediatamente un nombre acude
a los labios, el de Jesús, que, a lo largo de sus actividades, no economizó
sus simpatías por el pueblo samaritano, con gran escándalo de
los judíos de estricta observancia.
Y de nuevo tenemos otra artimaña de los escribas anónimos del
siglo IV; la de presentarnos a unos galileas, en lugar de unos samaritanos,
en el pasaje de Lucas ya citado (Lucas, 13, 1), a fin de disimular que fue otra
vez Jesús quien organizó esa nueva insurrección.
Desgraciadamente, ésta fue la última. Debió encontrarse
entre los fugitivos de los que habla Flavio Josefo. Consiguió llegar
a Jeru-salén y pasar allí inadvertido entre la muchedumbre que
empezaba a acudir allí para la próxima Pascua, lo que aumentaba
considerablemente la población habitual de la ciudad santa.
Y fue entonces cuando se produciría el ultimátum de Pilatos a
los sanedritas, así como el consejo de Caifas, ya citado:
"¿No comprendéis que vale más para todos que muera
un solo hombre por el pueblo, y que no perezca toda la nación judía?..."
(Juan, 11,50.)
Si nuestra hipótesis es exacta, no sería pues en el año
34, como nosotros creemos personalmente, cuando habría sido ejecutado
Jesús, sino en el 35. De todos modos, la cronología seguida por
Daniel-Rops es pura fantasía, a menos que sea voluntariamente errónea.
Algunas cronologías protestantes fijan dicha ejecución en el año
31, aunque precisando que la era común lleva un retraso de cuatro años,
lo que nos sitúa de nuevo en el año 35. Lemaistre de Sacy, en
su Santa Biblia, lo hace morir en el año 37. Como vemos, la fecha media
se sitúa entre los años 34 y 36, dado que en el 36 Pilatos está
en camino hacia Roma.
Admitiendo que la represión de ese procurador, en el monte Garizim, fue
un error táctico, una torpeza, que habría motivado su reexpedición
a Roma, la ejecución de Jesús no le fue jamás reprochada
administrativamente. Y el mundo latino supo siempre a qué atenerse sobre
los motivos reales y legales de su condenación.
Recordemos al emperador Trajano, que reinó del año 98 al 117,
y que, al interrogar a un jefe mesianista que "apeló al César",
le preguntó, cortándole la palabra: "¿Hablas de aquel
al que Poncio Pilatos hizo crucificar?" He ahí un sobresalto que
da mucho que pensar.
¿Habrá que citar a Maximino Daza, emperador que en los años
311 y 312 mandó fijar carteles en todo el imperio que dijeran los motivos
legales de la condenación de Jesús? Recordemos los términos
que utiliza el escritor latino, y cristiano ardiente, Minucius Félix,
en su Octavius, para resumir las objeciones habituales: "Un hombre ejecutado
por sus crímenes sobre el madero funesto de la cruz... adorar a un criminal
y a su cruz... ¡No! Pasar un hombre por un dios... Y especialmente semejante
culpable..." Pues bien, Minucius Félix es, con Tertuliano, uno de
los primeros escritores cristianos latinos, en el siglo ¡ll. Hierokies,
juez en Nicomedia bajo Diocleciano, encarnizado perseguidor de los cristianos,
dice: "Un bandido..." Los verdugos romanos causan horror. Pero, teniendo
en cuenta las costumbres comunes a todas esas terribles épocas, hay que
recordar que el palacio imperial de Nicomedia se había incendiado misteriosamente
y había quedado totalmente destruido. Después, hacia el año
303, en Siria, y en Asia Menor, cerca de Bagdad, en Seleucia, algunas personas
habían intentado apoderarse del imperio, proclamando emperador al tribuno
Eugenio. Pues bien, una gran cantidad de cristianos fueron capturados y encarcelados
en el curso de esta persecución, en calidad de "rebeldes",
según nos dice monseñor Duchesne en su Histoire Ancienne de 1'Eglise,
tomo II, pág. 14. Está muy claro.
Pero, concretamente, ¿qué podían reprochar con certeza
los romanos a Jesús?
Antes que nada, debemos llamar la atención sobre el hecho de que Pilatos,
procurador de Roma en esas regiones lejanas, representaba allí al cesar,
en este caso a Tiberio, que no era precisamente un emperador bondadoso y candido.
Además, Pilatos tenía como tarea esencial mantener el orden, pero
el orden romano únicamente. Las acusaciones que se dice que los judíos
llevaron ante el procurador contra Jesús no es posible que sean verídicas.
Pilatos despreciaba a los judíos, como todo romano. Tenía para
con ellos la mano dura, y Flavio Josefo nos dará numerosas pruebas de
esta actitud.
¡Pedirle al procurador de Roma la muerte de un hombre porque éste
pretendía ser "hijo de Dios" equivalía a hacerse echar
manu militan fuera del pretorio! No olvidemos que numerosas familias romanas
pretendían haber salido de la cohabitación de una mortal con un
dios, o a la inversa. Ese era concretamente el caso de Julio César, cuya
familia pretendía haber nacido de los amores de Afrodita con un antepasado
suyo. ¿Qué podía sostenerse todavía, como acusación,
ante Pilatos? Todo lo que sigue, y que vamos a analizar. Pero en esos cargos
que se le imputaban, el procurador no tenía nada que ver con los judíos.
Su papel consistía en mantener y hacer respetar el orden romano, únicamente.
Pues bien, ese orden romano está definido, y de forma muy precisa, por
las leyes romanas. Y quienquiera que violase esas leyes incurría en las
penas que ellas implicaban, es decir, en los castigos romanos: azotes con vara,
latigazos, "flagra", prisión, decapitación, crucifixión,
etc. Y Jesús, efectivamente, no fue ejecutado según la ley judía,
sino según la ley romana, por romanos, y por cargos exclusivamente romanos.
¿Cuáles eran los delitos, o quizás incluso los crímenes,
que Roma podía reprochar a Jesús, en esas provincias en las que
él resultaba ser, le gustase o no, necesariamente "súbdito
de César", como mucho más tarde recordaría el emperador
Juliano? Aquí están:
1. Pretendere rey: lo hizo; basta con releer atentamente Mateo (17, 24 a 26)
para constatar que Jesús pretendía ser "hijo de rey".
Y ante Pilatos, cuando éste le preguntó: "¿Eres tú
el rey de los judíos?", Jesús respondería, con toda
claridad: "Tú lo has dicho..." (o "Tú lo dices...")
(Mateo, 27,11.)
Indudablemente, está el pasaje en el que se dice que Jesús se
retira a la montaña al enterarse de que iban a intentar secuestrarlo
para hacerle rey (Juan, 6, 15). Pero lo que Jesús rechaza es serio de
manos de los romanos, los ocupantes aborrecidos, o incluso simplemente serlo,
dado que la doctrina de su padre, Judas de Gamala, no admite otro rey que Yavé.
Sea lo que fuere, Pilatos seguro que no estaba al corriente de las sutilezas
de todas esas doctrinas judías, expresadas en manuscritos que no poseía,
y en una lengua que ignoraba; el hebreo. Oralmente todavía le resultaba
peor. Por eso eran tan despiadado frente a cualquier agitación: "Por
aquellos tiempos se presentaron algunos, que le refirieron el caso de los galileos,
cuya sangre había mezclado Pilatos con la de los sacrificios que ofrecían..."
(Lucas, 13, 1-5). Este procurador de mano dura no apreciaba en absoluto a aquel
Jesús que deambulaba del norte al sur y del este al oeste de Palestina,
predicando un doctrina y un reino que no tenían lugar en el orden romano,
y, sobre todo, arrastrando tras de sí, en esa manía suya de deambulación,
a todo ese tropel de gentes vagabundas, en la que se incluían numerosos
asesinos zelotas.
2. Cobrar impuestos y diezmos, como un rey: esto confirma la acusación
precedente. El hecho de que fuera el mundo de los peajeros y de las prostitutas
el que alimentaba una misteriosa caja de guerra, hizo a Jesús todavía
más sospechoso a los ojos del procurador. Pero en general, someter a
súbditos de César a una imposición es un acto, bien de
rebelión, o bien de latrocinio. Dos crímenes castigados del mismo
modo: con la cruz.
3. Practicar la delincuencia: porque los ataques contra los peregrinos y los
mercaderes de ofrendas en el Templo de Jerusalén eran, de hecho, para
el orden romano, actos delictivos. Y se repitieron como mínimo dos veces,
si damos crédito a los Evangelios, en dos Pascuas diferentes. Por otra
parte, en Marcos (6, 35) y, sobre todo, en Lucas (9, 12), vemos a esos militantes
que le siguen alojarse y alimentarse en los pueblos en que se encuentran: "Despide
a la muchedumbre, para que vayan a las aldeas y a las alquerías de alrededor,
donde se alberguen y encuentren alimentos..." ¿Compraban? ¿Pagaban?
¿Con qué dinero? Porque esas gentes eran vagabundas, errantes,
que no trabajaban en absoluto. ¿La hospitalidad oriental se ejercía
de buen grado para con las "grandes compañías"? Es dudoso.
Y si pagaban, era con el producto del racket. Tanto en un caso como en el otro,
para los romanos había desórdenes y delitos. Tanto más
cuanto que el tesorero del grupo, Judas Iscariote, era ya conocido como "ladrón"
(Juan, 12,6).
4. La toma de Jericó: hay todavía otra escena extraña,
descrita en Lucas (19, 11 a 28). Si la releemos atentamente, no podemos evitar
un cierto malestar. ¿A qué enemigos hada Jesús alusión?
¿Quiénes eran aquellos a los que se debía degollar en presencia
de ese misterioso hombre de estirpe real? ¿Debemos comprender que ahí,
en clave, daba Jesús una consigna concreta a sus fieles, que lo entenderían
con medias palabras^ Y esto tiene lugar justamente antes de la subida a Jerusalén,
y antes del asalto a la tercera nave, en la que se encuentran los cambistas
de moneda y los mercaderes de ofrendas.
Semejante orden implicaría entonces la presencia de prisioneros misteriosos,
ya en manos de sus seguidores desde su paso por Jericó. Y por consiguiente,
ese cuarto parágrafo de nuestra acta de acusación se referiría
a verdaderos homicidios y ejecuciones sumarias propios de todos los movimientos
de este tipo.
Algunos hechos concretos confirman esta hipótesis. El segundo ataque
contra los cambistas, los mercaderes y los peregrinos se sitúa, según
Juan, poco antes de la cuarta Pascua, cuando comienzan a afluir a Jerusalén
los peregrinos habituales. (Juan, 2, 14.)
Nos encontramos, pues, a pocos días de la detención de Jesús
por la cohorte de los veteranos, al mando del tribuno (Juan, 18, 3 y 12). A
esa tropa, constituida ya por seis centurias de soldados de élite, se
le añaden elementos de la milicia del Templo, para mostrar la buena voluntad
del Sanedrín de cara a Roma. Y cuando haya sido efectuada dicha detención
nos enteraremos, por pura casualidad, de que hay un tal Jesús-bar-Abba,
"malhechor famoso, encarcelado con otros sediciosos, que en una revuelta
habían cometido un homicidio". (Lucas, 23, 19, y Marcos, 15, 7.)
Es evidente que Pilatos no tenía por costumbre alargar las cosas, no
era su estilo. La rapidez del proceso de Jesús, el corto lapso de tiempo
entre la sentencia y la ejecución, lo demuestran más que sobradamente.
Por lo tanto es también perfectamente evidente que la sedición
y el crimen del que es culpable Jesús-bar-Abba, en compañía
de otros sediciosos, son acontecimientos muy recientes, y que la condena a muerte
de este último acaba de ser pronunciada también, lo mismo que
la de los otros dos bandidos que serán ejecutados con Jesús.
Por otra parte, durante aquellos pocos días que precedieron al "retiro
pascual" (Éxodo, 12), no hubo, con toda seguridad, sino una sola
revuelta, la del Templo, en la que Jesús y los suyos atacaron a peregrinos,
cambistas y mercaderes. Porque se pudo sorprender a Roma una vez con una sedición
de ese tipo, pero no dos veces seguidas...
Por lo tanto fue en la que encabezaba Jesús donde fueron detenidos Bar-Abba
y los otros sediciosos, y donde fue cometido el crimen que se le reprochaba.
Pero sólo se nos habla de éste, mientras que había muchos
otros sediciosos, y varios en prisión con él. Por lo tanto hubo,
probablemente, otras víctimas, muertos o heridos, en el curso de ese
alboroto. En consecuencia, al ser Jesús el jefe responsable de dicho
ataque al recinto sagrado del Templo de Jerusalén, es Jesús quien
carga con la responsabilidad de la sangre derramada por su tropa. Porque ese
ataque a mano armada no lo impidió ni moderó antes. Lo suscitó,
lo dirigió desde mucho antes de Jericó, y él mismo dio
la señal, al golpear él primero, azotando con cuerdas previamente
arrolladas a las gentes que se encontraban allí. Él o los cadáveres
que quedaron sobre las losas del Templo jalonarían a partir de entonces
el camino detrás de Jesús. Y para Pilatos, que representaba el
orden romano, eso constituía claramente un delito, y la ley romana debía
aplicarse con toda su severidad. Tanto más cuanto que probablemente le
habían contado a Pilatos la actitud de Jesús ante los cepillos
del Templo: "Jesús, habiéndose sentado frente al gazofilacio,
observaba cómo la gente iba echando monedas..." (Marcos, 12, 41.),
y algunos manuscritos ponen: "... y que muchos ricos echaban muchas",
como el utilizado en la Santa Biblia de Lemaistre de Sacy, versión católica
revisada por el abad Jacquet; y las versiones protestantes de Segundo y de Oster-waid
lo traducen también así. De modo que lo que Jesús observa
no es una forma de echar monedas, en este episodio, sino las cantidades. Luego,
si los cepillos están demasiado cargados, Iscariote y sus émulos
encuentran el medio de aligerarlos.
5. Practicar la brujería: la ley llamada de las "Doce Tablas"
implicaba, en algunos de sus artículos, la pena de muerte para quienquiera
que practicase sortilegios, hechizos o palabras mágicas, maleficios contra
personas, ganado o cosechas. (Sobre este último punto, véase el
episodio de la higuera estéril: Mateo, 21, 19, y Marcos, 11,13.)
Pues bien, son innumerables las manifestaciones en las cuales Jesús profiere
maldiciones contra las ciudades, las colectividades religiosas judaicas. "Ay
de vosotros..." son términos que salen con frecuencia de los labios
de Jesús. Y lo que es más grave, enseña ese tipo de cosas
nocivas a sus lugartenientes, como el rito de las sandalias, en el cual se utiliza
el polvo sucio de las simientes para maldecir una vivienda o una ciudad, sacudiéndolas
entre sí (Mateo, 10, 14-15). Y por poco que hubieran tenido en sus manos
una copia de la Apocalipsis, cuyo prólogo declara que Jesús es
su autor (Apocalipsis, 1, 1), sólo los versículos 1 a 6 del capítulo
11 bastaban sobradamente para aplicarle la pena de muerte prevista por la ley
de las "Doce Tablas".
Y lo que era peor todavía, en una época en que todo el mundo antiguo
practicaba una gran tolerancia hacia todos los cultos, y donde sólo se
condenaba el ateísmo (ése fue el único reproche que se
le hizo a Sócrates), Jesús condena a la pena del infierno a todos
aquellos que no comparten sus opiniones. Léase de nuevo Mateo (25, 31-46),
y, sobre todo, la Apocalipsis en su capítulo 18, en el cual el incendio
de Roma, si no es aconsejado abiertamente, es al menos "predicho"
con destreza, y entonces se podrá determinar la dulzura y mansedumbre
del jefe de los zelotas.
Y ante esas amenazas de resonancias ocultas, Pilatos no podría olvidar
la ley de las "Doce Tablas".
Pero todos esos párrafos de un acta de acusación bastante completa
son con toda seguridad secundarios ante el primero: pretender ser rey. Porque
cuando Jesús se dice "hijo de rey" en Mateo (17, 24-26), reivindica
implícitamente la sucesión de su padre.
Pues bien, en el caso de los condenados a la cruz, era habitual indicar el motivo
por el que debían sufrir ese suplicio, y para ello clavaban en el tablero
un cartel que decía cuál era el crimen. Y en el caso de Jesús,
Pilatos mandó, por lo que parece, transcribir literalmente al latín,
al griego y al hebreo aquello que constituía el motivo esencial de su
crucifixión: "Jesús de Nazaret, rey de los Judíos",
añadiendo, quizás, alguna alusión a sus hechos delictivos,
lo cual justificaba que fuera crucificado cabeza arriba.
A los judíos deseosos de hacer rectificar, por diplomacia y prudencia,
esa inscripción, añadiéndole una precisión suplementaria,
"Escribe que él ha dicho: Yo soy el rey de los judíos..."
(Juan, 19, 21), Pilatos les responde bruscamente: "Lo que he dicho, dicho
queda..." Lo cual demuestra que, para Pilatos, era evidente que Jesús
había sido realmente considerado por los judíos como su rey legítimo,
aunque fuera clandestino y en potencia, durante todos sus años de actividad,
y que era demasiado tarde para que lo negaran.
Así pues, y tal como observaba justamente el doctor Culmann, exegeta
e historiador protestante indiscutible, en su pequeño libro Dios y el
César, Jesús fue condenado a la cruz como jefe zelota, y ese calificativo
bastaba sobradamente para reemplazar a todos los otros delitos, habida cuenta
de su gravedad.
Y es también muy probable que los dos "bandidos" que fueron
ejecutados con él, a su lado, fueran también zelotas, miembros
de su tropa, es decir, a los ojos de los romanos, malhechores. Quizá
fueron también capturados en los Olivos, quizá fueron los que
"sacaron la espada" y golpearon con ésta (Lucas, 22, 49). Porque,
de otro modo, ¿por qué le habrían reprochado su impotencia
para liberarse él milagrosamente, y también a ellos? Es altamente
probable, asimismo, que, en su desesperación, se acordaran de sus afirmaciones
de antaño, cuando en el último momento obtenían la victoria
final, gracias a intervenciones sobrenaturales. Porque sólo en Lucas
leemos que uno de ellos defiende a Jesús (23, 41); en Mateo y en Marcos
los dos le injurian por su impotencia. Lucas, por otra parte, aporta una contradicción
más, cuando Jesús le afirma al buen ladrón que aquel mismo
día estará con él, en el Paraíso. Porque, en ese
caso, ¿qué hay de la famosa estancia de tres días en el
seno del Infierno?
Finalmente, vieron morir a Jesús mucho antes que ellos. Hacia el atardecer,
los soldados les rompieron las piernas a golpes de maza, para acelerar esa asfixia
de la que morían todos los crucificados, y que éstos evitaban
el mayor tiempo posible apoyándose en las piernas. Todavía moribundos,
los echaron al pudridero que era la "fosa infame", reservada a los
cadáveres de los condenados a muerte, y de la que los Evangelios se guardan
bien de hablarnos, porque ésa es, nada menos, la famosa tumba personal
de que disponía José de Arimatea.
No obstante, es sorprendente el hecho de que se nos muestre en los Evangelios
a los soldados romanos dando de beber a Jesús, o permitiendo a un tercero
que le dé de beber. Porque en una época en que la crucifixión
y el empalamiento eran suplicios extremadamente corrientes, ninguna persona
que estuviera familiarizada con esos tipos de ejecución podía
ignorar que, haciendo tal cosa, se remataba al supliciado. Y así es,
no hay ningún ejemplo de un crucificado o un empalado que no muriera
inmediatamente después de haber bebido. Aunque podemos imaginar que el
oficial romano responsable de la ejecución, el exactor mortis, había
recibido órdenes secretas al efecto. Jesús, "hijo de David",
se habría beneficiado en ese caso de un tratamiento de favor; así
habrían precipitado discretamente su muerte, con el fin de evitarle la
agonía en la "fosa infame".
Un pasaje del Evangelio de los Doce Apóstoles, manuscrito copto del siglo
V, pero cuyo texto inicial parece ser que fue anterior al Evangelio de Lucas,
según Orígenes (lo cual, según dice éste, lo convertiría
en uno de los más antiguos evangelios conocidos), nos habla de esa "fosa
infame", pero bajo la denominación de pozo:
"Condujeron a Pílalos y al centurión al pozo de agua del
huerto, pozo muy profundo... Miraron hacia abajo, en el pozo. Los judíos
gritaron: "¡Oh, Pilatos! ¿No es ése el .cuerpo de Jesús,
que ha muerto?" Pero los discípulos dijeron: "Señor,
los sudarios que tú tienes son los de Jesús! Ese cuerpo es el
del ladrón que crucificaron con él..."" (Evangelio de
los Doce Apóstoles: 15. "fragmento.)
De hecho, la creencia de la proximidad de un huerto fue lo que dio la idea a
los escribas coptos del Bajo Egipto de hablar de un pozo con agua. El texto
hebreo inicial no debía hablar sino de shoat (fosa, en el sentido de
fosa-prisión o de fosa profunda), o de béhr, que tiene el mismo
sentido, pero que puede designar también una fosa de destrucción,
como en el versículo 24 del Salmo 55, por asociación de ambos
términos, es decir, béhr-shoat.
No podemos finalizar este capítulo sin estudiar un personaje muy enigmático:
José, el llamado de Arimatía, o también José de
Arimatea. Es a él a quien la ingenua leyenda del Grial pone en escena
desde el primer momento.
Ese José de Arimatía reviste, a merced de los diferentes relatos
evangélicos, diversos aspectos. Mateo, (27, 57 a 61) nos dice simplemente
que la tumba donde fue inhumado Jesús era de su propiedad. Juan (19,
38) nos dice que era discípulo de Jesús, pero "en secreto".
Marcos (15, 43) hace de él un "ilustre consejero", y Lucas
(23, 50) un "miembro del consejo", aparentemente del Sanedrín.
En cuanto a su verdadero nombre, es decir, José-bar-X..., según
el uso judaico, ése lo ignoramos. Se le llama de Arimatía o de
Arimatea. Ahora bien, en la geografía del Antiguo Testamento, en las
obras de Flavio Josefo y en el Talmud, buscamos en vano una localidad de dicho
nombre. Deducimos, pues, que Arimatea, al igual que Nazaret, es un nombre ficticio,
que se ha puesto premeditadamente para ocultamos algo.
Si descomponemos ese nombre extraño para devolverle (o darle) un cierto
aire hebraico, nos encontramos en presencia de dos sílabas básicas:
ar y mat, sílabas que encontraremos en hebreo, pero siempre en términos
estrictamente relativos a la muerte y a las sepulturas:
aretz: significa campo, terreno;
har: significa fosa, agujero;
math: significa muerte.
Así por ejemplo, el nombre bíblico Hatzarmoth significa "patio
de los muertos" (Génesis, 10, 26), y proviene de los mismos "soportes"
filológicos.
Es por lo tanto evidente que el pseudo pueblo de Arimatía, inexistente
en la época de Jesús, ve formarse su nombre basándose en
un trivial barbarismo que reposa en el hebreo har math, que significa tanto
un cementerio como una sepultura.
En una palabra, José de Arimatea es José el Sepulturero, el "guardián
del cementerio", si Jesús fue inhumado en la necrópolis ritual
de los Olivos (sudeste de Jerusalén), o el guardián de la "fosa
infame", si fue inhumado en el Góigota.
De todos modos, el "ilustre consejero" es, en realidad, un hombre
de baja clase, en estado de impureza permanente ante los ojos de la ley judía,
por estar obligado a manipular cadáveres sin cesar.
Y estamos ya muy lejos de la leyenda del Grial, tallado en la esmeralda de 72
facetas desprendida de la frente de Lucifer durante su caída, y recogida
por José de Arimatea después de la Cena.
Un último detalle viene a confirmar que José de Arimatea no era
otro que José el Sepulturero.
En el Evangelio de Bartolomé, texto muy gnóstico que vemos que
ya se cita en el siglo IV (lo cual indica que sería algo más antiguo),
el propietario del huerto donde fue sepultado Jesús no se llama José,
sino Filogenes, del griego philos: amigo, y genos: nacimiento, vida. O sea:
el Amigo de la Vida.
Ahí está la confesión. A aquel que, por su oficio de cavar
sepulturas, siempre se hallaba en estado de impureza, quisieron sustituirlo
por un simple "hortelano", y le dieron un nombre absolutamente opuesto
a su triste función. Pero, desgraciadamente, quien quiere probar demasiadas
cosas, no prueba ninguna, como dice el proverbio.
Aquí está dicho texto:
"Ellas estaban de pie en el jardín de Filogenes, el hortelano (Képouros)
a cuyo hijo Simeón curó el Salvador cuando descendía de
la montaña de los Olivos con los Apóstoles." (Evangelio de
Bartolomé, 2. "fragmento.)
También ahí encontramos la confirmación del hecho de que
la tumba en que fue sepultado Jesús se encontraba en los Olivos, puesto
que fue ahí donde encontró a José el Sepulturero, quien,
debido a su oficio, vivía muy cerca del cementerio ritual, que a su vez
no estaba situado muy lejos de los Olivos, como hemos visto.
Pues bien, ahora lo sabemos: José de Arimatea, en hebreo, es José
har-ha-mettim, es decir, "José de-la-Fosa-de-los-Muertos".
Lo cual evoca, curiosamente, una sola fosa para numerosos muertos.
Y esto está muy cerca de esa "fosa infame" en la que se precipitaba
a los cuerpos de los ajusticiados, tanto más cuanto que, tal como observa
Daniel-Rops en Jesús en son temps, los romanos crucificaban la mayoría
de las veces al lado de un cementerio.
Lo que nos induce a sacar la conclusión de que la fossa infamia pudo
muy bien hallarse en los Olivos, al lado del cementerio ritual.
20.- La maldición sobre Jerusalén
"Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, y si tiene sed, dale de beber,
porque asi acumulas carbones ardientes sobre su cabeza..."
proverbios, 25,21;
y EPÍSTOLA DE PABLO A LOS ROMANOS, 12, 20
Este axioma, muy extendido entonces en Jerusalén, generalmente se resumía
así: "Perdonad a vuestros enemigos, y así acumularéis
sobre su cabeza carbones ardientes". Así comprendemos mejor, sobre
todo a la luz de lo que va a seguir, hasta qué punto conoce bien Jesús
todos los arcanos del ocultismo, y principalmente aquel que consiste en dejar
que el adversario acumule las malas acciones con respecto a nosotros. Haciendo
eso, y no respondiendo, no equilibramos la misteriosa balanza de la fatalidad,
y más pronto o más tarde se producirá el desequilibrio,
con la reversión del golpe hacia el adversario, quien verá volverse
contra él, en bloque, todo lo que había acumulado en el curso
de un período a veces bastante largo.
Esta táctica, tan eficaz como oculta, la practicaron los cristianos conscientemente
contra el Imperio romano.
Pues bien, esta regla misteriosa Jesús la aplica en el momento de su
crucifixión, si damos crédito a los Evangelios elaborados en el
siglo IV, en griego, por griegos. Existen dos hipótesis: o bien la colocaron
ahí para halagar una vez más a Roma, porque los verdugos eran
legionarios romanos, y Jesús, en ese caso, no lo pronunció jamás;
o bien el hecho es auténtico, y Jesús no hizo sino aplicar el
conocido proverbio, pronunciando las célebres palabras: "Padre,
perdónalos, porque no saben lo que se hacen..." (Lucas, 23, 34.)
En su obra: Sinopsis de los Evangelios, el padre Deiss nos dice que "la
autenticidad textual de la frase de perdón es controvertida". (Op.
cit., tomo I, pág. 313.)
De todos modos, no sabremos jamás si la frase es auténtica o no,
porque los Evangelios primitivos se perdieron, y Orígenes (siglos u y
III) nos dice que, ya en su tiempo, el Mateo primitivo se desconocía.
Si los encontráramos, es probable que revelaran unos textos medianamente
diferentes a los elaborados por los escribas anónimos del siglo IV, porque
ya los apócrifos son prueba de ello. Incluso el propio Orígenes
fue retocado por Rufino de Aquilea, y eso en el propio siglo IV, y el tal Rufino
no oculta que corrigió a Orígenes cuando este último no
le parecía bastante ortodoxo. Tiene la desfachatez de decírnoslo
en su prefacio, y afirma que hizo como Jerónimo (santo), en la traducción
que éste había hecho de las Homilías:
"Cuando en el texto griego (inicial) se encontraba algún pasaje
escandaloso, pasó la lima, tradujo y expurgó, de manera que el
lector latino no encontrara allí nada que se apartara de la fe..."
Y se plantea una cuestión: ¿cuáles eran esos pasajes "escandalosos"
que no se podían poner ante los ojos de los fieles ya en el siglo V,
so pena de destruir la leyenda?
Lo mismo sucedió con los Evangelios primitivos, y, bajo la pluma de falsificadores
como Jerónimo o Rufino, el lector de nuestra época tiene la garantía
de encontrar las falsificaciones más desvergonzadas. Júzguenlo:
En Mateo (27, 25) leemos lo siguiente:
"Y todo el pueblo respondió diciendo: "Caiga su sangre sobre
nosotros y sobre nuestros hijos..."
Esta frase se encuentra solamente en Mateo. Y Mateo, como sabemos, es un pseudo
Mateo, porque el primero se había perdido ya en la época de Orígenes,
muerto en el año 254. A pesar de eso, sobre esa frase, que es una abominable
impostura (y vamos a demostrarlo), los cristianos han fundado durante veinte
siglos su antisemitismo permanente; sobre esa mentira, sobre esa falsedad, se
han justificado las matanzas, las violaciones, los saqueos, los actos de violencia
contra los judíos.
Haremos observar a todo lector razonable que es impensable suponer que una multitud
numerosa pudiera elaborar y clamar con todas sus fuerzas, espontáneamente,
una frase tan complicada y que daba respuesta a una pregunta que les era imposible
prever de antemano. Esa misma muchedumbre, normalmente, no podría hacer
brotar de sus pechos, en un solo grito, sino un eslogan, un clamor, el que está
acostumbrada a gritar: "Viva este... Abajo el otro..." Pero imaginar
que, por una especie de comunión y de percepción mutua de sus
pensamientos, los judíos, uniformemente, expresaron el mismo deseo, en
los mismos términos, es totalmente irracional.
Esta frase, pues, no fue jamás pronunciada en esos términos por
la masa judía congregada delante del palacio de Pilatos. Fue elaborada,
de pies a cabeza, por nuestros falsificadores anónimos de los siglos
IV y v, para justificar la cadena implacable de persecuciones y de desgracias
que se abatieron sobre el desgraciado pueblo judío, cadena cuyo origen,
ellos, mejor que nadie, podían justificar.
Y también para desviar la atención de una frase enigmática,
con la que se corría el riesgo de que se adivinara la fuente de esa serie
inexplicable de desgracias. Frase que nuestros falsificadores también
trucarían, prudentemente, a la vez. que harían desaparecer el
texto inicial atribuido a Mateo,
Es una tradición popular común, en China, en el Tibet, en el Japón,
en la India, desde hace siglos y siglos, que si un hombre tiene quejas de otro,
y va a suicidarse, con fuego o de otra manera, frente a la casa de éste,
la desgracia caerá sobre este hombre, por haber sido el causante de la
muerte del primero.
Por ejemplo, cuando tuvo lugar la ejecución de Jacques de Mo-lay y de
Geoffroy de Charnay, gran maestre y comendador provincial, respectivamente,
de la Orden del Temple, que fueron quemados vivos en París, en la lie
de la Cité (exactamente en el islote conocido como "isla de los
judíos"), éstos emplazaron al papa y al rey de Francia a
que comparecieran ante el tribunal de Dios dentro de aquel año, y esta
terrible apelación fue escuchada: el papa, como si hubiera estado dirigida
a él solo, murió "en los primeros cuarenta días".
Y dentro del mismo año, a los nueve meses, murió a su vez Felipe
el Hermoso.
Lo mismo sucedió en el caso de la destrucción de Jerusalén,
en cuanto a Jesús.
En el capítulo 23 de Mateo, escena repetida por Lucas (13, 34), Jesús
maldice en ocho ocasiones a la población de Jerusalén, porque
bajo el término de escribas hay que adivinar el de saduceos; en cuanto
a los fariseos, éstos fueron nombrados de forma muy precisa. Los esenianos
quedaban entonces fuera, puesto que no residían en Jerusalén.
Llega la crucifixión. Jesús ha llegado al límite de su
resistencia, su debilidad física va a hacerle expirar mucho antes que
los dos bandidos crucificados con él. Es entonces cuando, igual que hizo
Jacques de Molay, utilizará el misterio tenebroso de la última
voluntad de un moribundo, para asumir su venganza, expresada ya en el curso
de las ocho maldiciones citadas.
Leemos, en efecto, en Mateo (26, 45-50) y en Marcos (15, 33-37), lo siguiente:
"Hacia la hora nona exclamó Jesús con voz fuerte: "Eli,
Eli, lama sabachtani...", es decir: "¡Dios mío. Dios
mío! ¿Por qué me has abandonado?..." [...] Jesús,
dando de nuevo un fuerte grito, expiró."
En Lucas se dice que gritó: "¡Eloí! ¡Eloí!
Lama sabachtani."
De lejos, los judíos presentes supusieron que llamaba al profeta. Creyeron
que, respondiendo a los reproches y a las mofas vengativas de los dos ladrones
crucificados a su lado, haría una última tentativa para que el
cielo acudiera en su ayuda.
En primer lugar observaremos lo falaz de semejante traducción. Ni Eli
ni Eloí pueden traducirse por "Dios mío". Eli, en hebreo,
es Dios, en singular, como Eloi; el plural, reservado para expresar la majestad
divina, es Eiohim. Pero todo esto únicamente en el caso de que puntuemos
con los signos habituales bajo las letras, de manera que se pueda dar una pronunciación
vocalizada, ya que el hebreo no posee, en su alfabeto, sino consonantes.
Así, las tres letras que expresan Eli (aleph-lamed-hé), puntuadas
de forma distinta (aunque siempre aleph-lamed-hé) pueden significar conjurar,
maldecir, lo cual es totalmente diferente, debemos admitirlo.
Pues bien, la frase "¡Eli! ¡Eli! Lama sabachtani..." es
el primer verso del salmo 22. Los salmos son unos himnos en verso, no son todos
del rey David, sino también de sacerdotes anónimos. Éste
comienza así: "Para el maestro de coro. Sobre la "Cierva de
la Aurora". Salmo de David." Ello significa que este himno debe entregarse
al maestro de canto, que debe cantarse sobre la música de un canto popular
israelí, sin duda un canto de amor, llamado "Cierva de la Aurora",
y, por último, que el propio David fue quien escribió la letra.
Y veamos lo que aparece de forma muy clara: si leemos ese salmo entero, nos
sorprende su carácter profetice de la pasión de Jesús...
pero es así sólo si nos limitamos a las traducciones católicas
o protestantes. El texto hebreo inicial, en cambio, es muy distinto.
Donde habla de agujerear las manos y los pies, en realidad se trata del león,
que, cuando es capturado, ve sus patas atadas, y la llamada del suplicante no
tiene lugar solamente en ese momento del Calvario, sino de forma permanente,
y tanto de noche como de día. De hecho, es el rey David quien habla y
se dirige a su Dios.
Por consiguiente esa frase nos resulta sospechosa. Porque ¿qué
plausibilidad hay en el hecho de que un hombre torturado, que está sufriendo
todos los espantosos dolores de la crucifixión, con la espalda desgarrada
por los terribles latigazos de plomo rozando contra la madera rugosa de la cruz,
con las manos perforadas en el lugar más doloroso de su red nerviosa,
con el perineo lentamente serrado por el ángulo agudo del apoyo pelviano
que debía impedir a las manos desgarrarse, asfixiándose lentamente
por ese descoyuntamiento en el patíbulo, con los huesos de los pies probablemente
machacados por los mazazos asestados para remachar los clavos, que probablemente
no ha comido ni bebido desde hace cincuenta y cuatro horas, repetimos, qué
plausibilidad hay en el hecho de que expresara sus indecibles sufrimientos declamando
versos, versos sacados de un cántico tradicional?
Un hombre al que se va a fusilar puede cantar, por el camino, el himno de su
nación o de su partido; puede, frente a los ejecutantes, gritar por última
vez un eslogan, que resuma su fe. Porque ese hombre no sufre físicamente.
Pero un hombre en el potro de tortura no acudirá a la poesía para
expresar sus dolores. Cuando haya llegado a ese grado último, en el que
la carne puede a menudo sobre el espíritu, ¡no se sentirá
con alma de poeta! O bien no dirá nada, o gemirá de sufrimiento,
o aullará su odio contra los verdugos. Y esto es lo que, según
creemos, hizo Jesús.
Y entonces podemos intentar encontrar la frase verdadera que los escribas anónimos
del siglo iv hicieron desaparecer, y vamos a verla ahora, terrible en su brevedad,
terrible en sus conclusiones, terrible en su realización, cuarenta años
más tarde.
Si tomamos los manuscritos mágicos más antiguos, titulados Clavículas
de Salomón, cuyo texto más exacto que haya llegado a nosotros
figura en el manuscrito de la biblioteca de Padua redactado por Pierre d'Abane,
discípulo directo de Enrique-Cornelio Agripa, médico de Carlos
V y ocultista célebre, quien a su vez lo tenía de su maestro Juan
Tritemo, abad de Spanheim y de Wurtzburgo, leemos esto en el tercer día
de la semana, o sea, el martes:
Aquel día, los Nombres Divinos diversos entre los que el mago elegirá
aquellos que entienda que se refieran a su obra, incluyen, en especial, El y
Eiohim, plural de Eloí.
Entre los nombres de los espíritus que gobiernan la región oeste
del mundo, que según la tradición es la de los muertos, descubrimos
a Lama y Astagna.
Por último, entre los doce nombres de los Espíritus que gobiernan
las doce horas del Día y las doce horas de la Noche, encontramos Tani,
a veces deformado y transcrito como Tanic o Tanie, en los célebres libros
de magia de los buhoneros.
Y la frase hebraica puede entonces establecerse así:
"¡ELi ¡EL.OÍm! LAMA ASTAGNA TANÍ..."
Lo que equivale a: "¡Conjuración! ¡Maldición!
Por Lama, Astagna, Tani..."
Evidentemente, los magos no utilizan todos los nombres ocultos de un mismo día,
su memoria no se lo permitiría. Basta con conocer algunos. Parece ser
que, cuando se trazan los célebres Círculos Mágicos, en
el primero (que simboliza el plano divino) se colocan los nombres de Dios o
"nombres divinos". En el segundo círculo se ponen los nombres
de los espíritus o de los ángeles. En el tercero y último
los nombres de los espíritus de la Hora, el Día y la Estación.
Hay, pues, una jerarquía en la presentación de dichos nombres.
Según la tradición, el nombre divino le da al mago poder sobre
el mundo de los espíritus o de los ángeles; el nombre angélico
le da poder sobre el mundo de los espíritus, y el nombre de los espíritus
le da poder sobre el mundo contingente, el del Espacio y del Tiempo.
Pues bien, es muy curioso constatar lo que sigue, respecto a esa frase misteriosa,
así restablecida:
1. Todas las palabras de esa frase pueden ser nombres usados en la Magia, y
están exactamente en el orden jerárquico de su empleo.
2. Todos esos nombres dependen únicamente de la tonalidad de Marte, incluido
el nombre del Espíritu que gobierna la hora planetaria en que se pronuncian
esas palabras; el día es el martes.
3. Esa hora es exactamente la octava, que es la última hora que vivió
Jesús, que murió al principio de la novena, por lo tanto es la
hora en el curso de la cual pronunció esa frase.
4. Es la octava hora del día, y exactamente esa, no otra, porque la octava
hora de la noche está gobernada por un Espíritu de otro nombre
(Tafrac).
5. Todos esos nombres no permiten sino causar daño a los enemigos. Podemos
citar:
"Su naturaleza consiste en provocar batallas, mortandades, crímenes,
incendios, causar muertes, enfermedades, devolver la salud (despues), hacerse
levantar durante un tiempo a dos mil soldados..." (Cf. Heptamerón
o Elementos de Magia, por Fierre d'Abane, filósofo, Lieja).
O sea, todas las cosas que le ocurrieron a Jerusalén después,
al cabo de poco tiempo: el levantamiento de los soldados, militantes del partido
Zelota, con Jehan de Giscala, la curación de los primeros "cristianos",
que sucedería probablemente al envío previo de una misteriosa
enfermedad, la guerra con Roma, el asedio de la Ciudad Santa, con todos sus
horrores, tan bien descritos por Flavio Josefo, los crímenes entre facciones
rivales en la ciudad asediada, las epidemias, etc. No falta nada. Está
todo. Quizás incluso la alusión: "¿Crees que no podría
invocar a mi Padre, quien pondría a mi disposición al instante
más de doce legiones de ángeles?..." (Mateo, 26, 53), es
decir, los "dos mil soldados" prometidos por el conjuro.
Pero el lector se preguntará el por qué de esa importancia concedida
a las entidades del martes. M. Dupont-Sommer nos ha revelado en sus estudios
sobre los manuscritos del mar Muerto, que el misterioso calendario solar del
Libro de los Jubileos, opuesto vehementemente al calendario lunar del judaismo
de entonces, era utilizado por los zelotas, ala extremista de los esenianos,
que se separó definitivamente del movimiento inicial.
En su libro La Date de la Cene, Anne Jaubert nos muestra que Jesús y
sus discípulos utilizaron el calendario solar del Libro de los Jubileos,
lo cual implica que eran esenianos o zelotas. Ahora bien, no siguen en absoluto
los usos esenianos, y comen carne, beben vino, igual que los zelotas. Es fácil
sacar la conclusión: si tienen las mismas costumbres, la misma liberación
de los tabúes judaicos, el mismo calendario solar, desconocido por la
gente judía normal, eso significa que nuestros "cristianos"
eran realmente zelotas.
Pero sobre el martes, Anne Jaubert nos aporta esta valiosa reflexión,
en la página 39 de su pequeña obra:
"Podemos preguntamos si, en ese sistema, el martes no revestiría
una importancia especial. La Pascua se inmolaba un martes al atardecer. El 7.°
día de Pascua era un martes. Y también lo era el 7.° día
de la Fiesta de los Tabernáculos, antes de la introducción del
8.°. Tres de cada cuatro visiones de Ageo se situarían en martes,
uno de los cuales era el 7.° día de los Tabernáculos. El único
dato que poseemos del I-Hénoch es una visión en el 14.° día
del 7.° mes (martes), y víspera de la Fiesta de los Tabernáculos."
(A. Jaubert:
La Date de la Cene, Gabalda, París, 1957.)
Así pues, si tal y como cuenta Juan, Jesús murió en el
momento en que se sacrificaba al cordero pascual, en el calendario zelota, ese
día era un martes.
De donde la doble elección de las entidades de ese día y de esa
misma hora, por Jesús.
Por otra parte, los cristianos no ahorraron jamás ese mismo principio
de la maldición. Sin llegar hasta las horribles consecuencias del texto
de la Excomunión Mayor, citaremos simplemente a san Pablo:
7.a Epístola a los Corintios, 5, 3-5: "...yo he condenado ya, como
si estuviera presente,'al que eso ha hecho: congregados en nombre de nuestro
Señor Jesús, entrego a ese hombre a Satanás, para ruina
de su carne..."
7.a Epístola a Timoteo, I, 20: "...entre ellos Himeneo y Alejandro,
a quienes entregué a Satanás, para que aprendan a no blasfemar."
En el primer caso, se trataba de un hombre joven, que se había casado
con la viuda de su padre, por consiguiente con su madrastra. En el segundo caso,
se trataba de cristianos ordinarios, que habían pasado a la gnosis, y
que, probablemente, afirmaban que el mundo era la obra de un demiurgo imperfecto,
y no la de un Dios supremo.
Pues bien, tanto en un caso como en el otro, encomendar a una criatura humana
a las Potencias Infernales para su destrucción carnal y para hacerla
morir, era un crimen castigado con la muerte por la ley romana llamada de las
"Doce Tablas", porque se decía que eso era magia negra.
Sobre el carácter totalmente mágico de las últimas palabras
pronunciadas por Jesús tenemos una última confirmación
en el siguiente pasaje de los Acta Pilati, apócrifo copto, en su segundo
fragmento:
"Entonces, en la sexta hora, la oscuridad se hizo sobre la tierra entera,
hasta la hora nona. El sol se había oscurecido. Jesús gritó
con voz fuerte: "Aba... Abi... Adach... Ephkidru... Adonai... Aroa... Sabel...
Luel... Eloi... Elemas... Abakdanei... Orioth... Mioth... Uaath... Sun... Perineth...
Jothat...""
A eso es a lo que se llama "nombres de poder" en los libros de magia
antiguos, y en los más conocidos se encuentran con frecuencia algunos
de ellos. Por ser diferentes de la frase clásica, su presencia afirma
el carácter encantatorio de las últimas palabras de Jesús.
Y la continuación de ese manuscrito subraya todavía más
la importancia de esa asombrosa tradición:
"En el momento en que el Salvador dijo esas cosas, el aire cambió,
el lugar se oscureció, se abrió el abismo, el firmamento se conmocionó..."
(Op. cit., 2."fragmento.)
Por consiguiente, sí que se trataba de apelar a las fuerzas tenebrosas
y caóticas.
De este breve estudio sacamos fácilmente una conclusión: las últimas
palabras de Jesús fueron una maldición contra la ciudad que le
había abandonado en su tentativa de liberación del yugo romano,
y esa maldición, aunque fuera la última, no había sido
la primera, como ya hemos demostrado. Pero, al estar asociada con el último
suspiro de un moribundo, cayó de firme sobre la ciudad, del mismo modo
que, trece siglos más tarde, las últimas palabras del gran maestre
de los templarios asestarían un buen golpe a la monarquía francesa
y al papado...
21.- La ejecución de Jesús
"¿Por qué arremeter contra la flecha, si el arquero está
presente'.'..."
proverbio de laindia
¿Cuál fue la verdadera Acta de Acusación sobre la que se
condenó a Jesús? En estas páginas hemos intentado reconstruirla,
teniendo en cuenta cuáles podían ser las cosas que se le reprochaban
de cara a las leyes del Imperio. Pero, de hecho, si durante un tiempo fue conocida,
luego fue cuidadosamente destruida, o quizás ocultada en archivos a los
que el vulgo no tiene jamás acceso.
Todos los exegetas católicos reconocen que el pretendido informe de Pilatos
a Tiberio sobre la resurrección y la ascensión de Jesús
es una burda falsedad. Clasifican entre los apócrifos los Hechos de Pilatos
que hemos citado antes, porque eran descaradamente aduladores para con Jesús,
lo cual, evidentemente, le retira toda verosimilitud. Pero conocemos el contenido
de todos esos documentos. Constituyen la primera parte del Evangelio de Nicodemo.
Pero no sucede lo mismo con un tercero, que los cristianos citan, pero que no
reproducen. En efecto, en el año 311 o 312, bajo el reinado del emperador
Maximino Daza, fueron divulgados por todas partes, por todo el imperio, y especialmente
en las escuelas, unos nuevos Hechos de Pilatos.
Veamos lo que dice de ellos, con bastante prudencia, Eusebio de Cesárea:
"Habiendo fabricado entonces unos Hechos de Pilatos y de nuestro Salvador,
llenos de blasfemias contra Cristo, ellos (los funcionarios del Imperio) los
enviaron, con la aprobación del soberano, a todo el país sometido
a su poder, y, por medio de carteles, recomendaron que en todo lugar, en el
campo y en las ciudades, fueran expuestos bien a la vista de todos, y que los
maestros de escuela se cuidaran de dárselos a los niños, a guisa
de enseñanza, y se los hicieran aprender de memoria..." (Eusebio
de Cesárea, Historia eclesiástica, IX, V, I.)
Es muy probable que esos textos, bautizados por los escritores eclesiásticos
como Hechos de Pilatos, a semejanza de aquellos otros favorables a sus creencias,
no fueran sino el resumen del proceso de Jesús, o quizás, incluso,
simplemente el texto de la sentencia final por Pilatos.
Pero ese documento, que sería de gran valor por más de una razón,
y que podría compararse con los Hechos de Pilatos halagadores para con
Jesús, no ha llegado hasta nosotros. Sólo estos otros han pasado
a través de los siglos.
Lo contrario hubiera sido extraño. Los procuradores, los altos funcionarios
del Imperio, enviaban regularmente a Roma informes sobre los hechos importantes
acaecidos en su jurisdicción. Así fue como Tácito nos dejó
sus Anales y sus Historias. Allí vemos lo que pasa, tanto en Oriente
como en Occidente, día a día. Excepto todo cuanto se refiere a
los hechos que se produjeron en Judea en la época de Jesús. Los
monjes copistas pasaron por ahí. Lo mismo sucedió con el informe
de Pilatos a Tiberio sobre la gran revolución del año 33, cuyo
jefe fue Jesús. Cuando los cristianos accedieron al poder, con Constantino,
los archivos de la cancillería imperial debieron ser inmediatamente expurgados.
Al convertirse en seguida en perseguidores de todo lo que no fuera cristiano,
y cristiano ortodoxo, los dirigentes de la secta mesiánica no debieron
tener escrúpulo alguno para con las piezas de archivo, ellos que enviaban
a las minas a los filósofos y a los doctores gnósticos.
De la forma de ejecución de Jesús sacaremos todavía muchas
informaciones de gran valor para el presente estudio.
En primer lugar, es imposible que fuera azotado con vara.
Según las leyes romanas, los delincuentes que debían sufrir la
flagelación eran golpeados, bien con bastones (fustis), bien con varas
(virga), o con látigos (flagellum). El bastón era un castigo reservado
a los soldados, las varas estaban reservadas a los ciudadanos romanos, los látigos
a los esclavos. Pero hacia finales de la República, las varas fueron
abolidas para los ciudadanos, en virtud de la ley Porcia (cf. Cicerón,
Contra Yerres, III, 29, y Tito Livio, X, 9).
De todos modos, los romanos condenados a muerte, que perdían por ese
hecho su calidad de ciudadanos romanos (si lo eran), seguían siendo pasados
por las varas. Ése fue el caso de Saulo-Pablo, antes de ser decapitado.
Por el contrario. Jesús, al no ser ciudadano romano ni soldado que sirviera
a Roma, no pudo ser pasado por las varas, tuvo que ser obligatoriamente y legamente
flagelado por látigo.
Sólo que los escribas que redactaron los Evangelios canónicos
en el siglo IV no habían asistido jamás a una crucifixión,
porque ese suplicio había sido abolido por Constantino, a petición
de los mandatarios del movimiento cristiano. Por eso, al ver siempre pasar a
los lictores con sus haces de varas, supusieron que era con ellas con las que
habían golpeado a Jesús antes de ejecutarlo en la cruz.
Ahora bien, la crucifixión, postrero y definitivo suplicio, el más
horrible según Plinio, iba siempre precedida por una flagelación
con ayuda de los flagella (látigos), pero la crucifixión, en sí,
comprendía también numerosos matices. Júzguenlo:
1. Era el castigo aplicado a los sediciosos, a los malhechores, a los esclavos
rebeldes. Por esta causa, les atravesaban las palmas de las manos que habían
rehusado la obediencia, la disciplina, la servidumbre, el trabajo. Para evitar
que las manos se desgarraran bajo el peso del cuerpo, se hincaba un robusto
clavo por debajo del perineo del hombre, y ese "soporte" añadía
al supliciado el tormento del potro al de la crucifixión. Las mujeres
eran crucificadas de cara a la madera, no por pudor, como imagina ingenuamente
Daniel-Rops en Jesús en son temps, sino porque sus formas carnosas no
permitían sentarlas sobre esa barra. Y así, crucificadas de cara
al tronco, ese clavo de ángulos rudos hería la vulva y el perineo,
y quizá también, en algunos casos, la vagina de la crucificada.
Los pies eran traspasados a su vez, en castigo de la huida que generalmente
acompañaba a la rebelión.
2. Si el condenado había cometido actos de violencia con ocasión
de su captura, se rompía sus brazos a golpes con barras de hierro o a
mazazos. Si había reiterado una tentativa de fuga, se le quebraban las
piernas. La crucifixión, al descoyuntar al condenado sobre la cruz, causaba
rápidamente un comienzo de asfixia. Para hacer durar el suplicio, los
legionarios (que ejercían el papel de verdugos casi siempre), perforaban
el costado derecho del condenado con una lanzada, asestada sobre el hígado,
bajo las costillas. Se trataba de una especie de neumotorax, y así, al
llegar el aire directamente al pulmón, retardaba la amenaza de asfixia
y hacía durar el suplicio.
3. Si el condenado había agravado su caso con la violación de
una mujer libre o de una virgen, el clavo destinado a servir de "soporte"
era insertado directamente sobre sus partes sexuales, en lugar de serlo por
debajo de éstas.
4. Si dicho condenado había agravado su caso con el crimen de incendio,(en
esas épocas, el incendio de una casa acarreaba a menudo el de toda la
ciudad), en lugar de ser flagelado por los látigos de cuero con bolitas
de plomo, lo era entonces por látigos compuestos por cadenillas de hierro
con bolitas de bronce y puestas previamente al rojo vivo en un brasero. A los
primeros se les llamaba "flagella", a los segundos "flagra"
(ardientes). De todas formas, la flagelación, con un número de
golpes ilimitado, tenía como finalidad romper en el condenado toda posibilidad
de resistencia en el lugar de la crucifixión.
5. Había dos formas de crucificar. Los malhechores y los esclavos rebeldes
eran crucificados cabeza arriba, mientras que los sediciosos lo eran cabeza
abajo. La razón de este matiz era puramente simbólica. El sedicioso
había cometido un sacrilegio contra la majestad imperial, divinizada,
que encarnaba al Imperio romano por entero. Por eso se le mostraba derribado.
En este último tipo de crucifixión se le clavaban al reo los pies,
muy separados, en los dos brazos de la cruz. Los clavos se hundían en
el espacio comprendido entre la tibia y el peroné, inmediatamente debajo
de los maléolos y el tarso. Las manos eran clavadas por las palmas o
por las muñecas (entre el cubito y el radio), o directamente en el carpo.
Las manos debían estar cruzadas una sobre otra, detrás de la espalda,
y eran clavadas, claro está, al otro extremo vertical de la cruz. Virgilio
hace alusión a esta crucifixión cabeza abajo en su célebre
verso:
"Debellare superbos..." La Eneida, VI, 5, 853), es decir, "Derriba
a los soberbios..."
Esta particular crucifixión, cabeza abajo para los sediciosos y cabeza
arriba para los malhechores, ha llegado a nosotros a través de Séneca.
Demeunier, en su libro L'Esprit des Usages (París, 1790), y Fernand Nicolay
en Histoire des Croyances (París, sin fecha), nos resumen a Séneca.
Eusebio de Cesárea, que fue testigo ocular de semejantes ejecuciones,
nos confirma estas dos particularidades:
"...; otros, por último, fueron crucificados, unos de la manera
usual para los malhechores, otros de una forma peor, puesto que fueron clavados
cabeza abajo, y se les dejó con vida hasta que perecieran de hambre en
los propios patíbulos". (Eusebio de Cesárea, Historia eclesiástica,
VIII, VIII.)
Por eso, cuando nos cuentan que hubo cristianas a las que colgaron por un pie,
o por los pies, y por consiguiente con la cabeza abajo, eso significa que nos
encontramos en presencia de mujeres convencidas de pertenecer a la secta y al
movimiento mesianistas, y que Roma las consideró entonces como agentes
de una sedición puramente política, y no como seguidoras de una
religión particular.
Y aquí se nos plantea una cuestión, de respuesta muy grave. Jesús
fue condenado como sedicioso, se le reprochaba pretender que era rey, incitar
al pueblo a la revolución, cobrar diezmos y peajes indebidamente (Lucas,
23, 2). Ahora bien, los Evangelios nos lo muestran ¡crucificado cabeza
arriba! Nos bastan como prueba los siguientes pasajes:
"Para indicar el motivo de su condenación, pusieron escrito sobre
su cabeza: "Éste es Jesús, el rey délos Judíos...""
(Mateo, 27, 37.)
"Los que pasaban le injuriaban, moviendo la cabeza y diciendo:
"[...] Si eres el Hijo de Dios, \baja de esa cruz!..."" (Mateo,
27, 39-40.)
"Luego, corriendo, uno de ellos fue a buscar una esponja, la empapó
en vinagre, la fijó en una caña y le dio a beber..." (Mateo,
27,48.)
"E, inclinando la cabeza, entregó el espíritu..." (Juan,
19, 30.)
Los tres otros sinópticos nos dan las mismas precisiones.
Hay que entenderse de una vez por todas. ¿Fue crucificado como sedicioso
(crimen político)? Entonces lo fue cabeza abajo, y los Evangelios no
nos dicen la verdad. ¿Por qué esa mentira? Para evitar un nuevo
exceso en la representación del Mesías. La crucifixión,
suplicio infame en grado extremo, bastaba ya sobradamente.
Pero si fue crucificado cabeza arriba, como los dos bandidos que le acompañaban
y que fueron capturados con él, en los Olivos, entonces no fue condenado
como sedicioso, no era un crimen político lo que se le reprochaba, sino
uno o varios crímenes de derecho común.
Y esta última observación la sostienen las propias Escrituras:
"Porque os digo que ha de cumplirse en mí esta escritura: "Fue
contado entre los malhechores"." (Marcos, 15, 28, y (Lucas, 22, 37.)
Ahí Jesús muestra su deseo de realizar la palabra de Isaías,
así citada. Pero, de todos modos, debemos recordar que son los escribas
anónimos griegos los que hablan, cuatro siglos más tarde. Su entorno
de bellacos era más que suficiente para que un romano poco indulgente,
como era Pilatos, lo considerara a él también como tal, aun cuando
Jesús no hubiera hecho sino ordenar, tolerar, insinuar, sin llevar nada
a cabo por sí mismo.
Lo que nos lleva a pensar así son los nombres que la tradición
da a los dos bandidos: Dimas y Cystas. Son dos nombres griegos: Kistos es la
cesta, Dimas puede ser un término que designa los órganos sexuales.
Pero también puede derivar de dimakairos, que significa "que tiene
dos espadas".
Pues bien. Jesús había dado la consigna a los suyos de llevar
todos una espada (Lucas, 22, 36), y si era necesario, de vender su manto para
conseguirla. Estamos en la víspera de la detención. La noche en
que ésta tiene lugar, todos van armados: "Entonces, viendo aquellos
que estaban con él lo que iba a suceder, le dijeron:
"Señor, ¿herimos con la espada?..."" (Lucas, 22,
49.)
Por consiguiente, en toda esa tropa de fieles que le rodea las espadas son muy
numerosas. Ahora bien, pocos instantes antes nos enteramos de que no había
más que dos.
Por lo tanto, es posible que esa expresión no designara dos espadas materiales,
sino que fuera simplemente el sobrenombre de un jefe de banda mercenario, incorporado
por Jesús entre los suyos para conformar su propia guardia (no olvidemos
que desconfiaba de los suyos, de sus hermanos en especial: Juan, 7, 10). En
este caso, "Dos Espadas" sería un apodo, como más tarde,
a un soldado profesional, se le daría el de "Larga Espada".
Y los ignaros escribas abreviaron Dimakairos en Dimas. Lo mismo pudo suceder
con Cystas (o Kistos), que puede ser la deformación de Ksifias, "que
tiene la forma de una espada". Si preferimos kistos, quiste, este sobrenombre
designaría la maza o el garrote que acostumbraba a usar el segundo ladrón
en sus agresiones, arma común a todo el Oriente Medio.
Fieles a la palabra dada, y en función del pago recibido, los dos bandidos
permanecieron al lado de Jesús hasta el final, mientras que todo el resto
de la multitud, discípulos y mercenarios, huía a través
de una noche que ni las antorchas ni los faroles de las centurias de la cohorte
conseguían disipar. Eso es lo que explicaría el pasaje del manuscrito
copto: "...que te crucifiquen en el lugar donde te prendieron, con Dimas
y Cystas, los dos ladrones a los que se apresó contigo..." (Acta
Pilati, IX.)
Es quizás esa guardia mercenaria, compuesta por gentes sin confestón,
pero que servían fielmente a quien les pagaba, lo que explica el temor
de los judíos encargados de detener a Jesús: "Algunos de
ellos querían apoderarse de él, pero nadie le puso la mano encima..."
(Juan, 7, 44.)
Y fue probablemente a cambio de esa fidelidad (pues ellos habían jugado
lealmente a este juego), por lo que reprocharon a Jesús que no hiciera
un milagro a fin de liberarlos.
Los nombres de esos dos personajes misteriosos varían según los
manuscritos que hablan de ellos. Demás o Dismas y Gestas o Cystas en
los Hechos de Pilatos ya citados; Titus y Dumachus en los evangelios árabes
llamados de la Infancia; Zoathan y Chammatha en algunos manuscritos de los evangelios
canónicos; Moab y Zandi en algunos manuscritos medievales. Se dijo que
eran galileos, e incluso miembros de la banda de Barrabás, como dice
Daniel-Rops. Y eso es de lo más significativo...
Pensamos que los que están más cerca de la verdad son los nombres
griegos, porque los escribas de esta lengua, en el siglo iv, corrían
menos riesgo de desnaturalizarlos. Probablemente fueron los copistas coptos
quienes los deformaron al transcribir y traducir los originales griegos. Pero,
como podrá constatar el lector por lo que antecede, esos dos personajes
tienen su importancia para el historiador, y pueden ser la clave de ciertos
aspectos del enigma.
Los Hechos de Pilatos constituyen, como hemos dicho, la primera parte del célebre
Evangelio de Nicodemo. Este famoso apócrifo, junto con la Primera Epístola
de Pedro y otro apócrifo, el Evangelio de Pedro, es el único que
nos dice que Jesús, después de su muerte, descendió in
inferno a predicar la palabra de Dios a los muertos que esperaban. Los Evangelios
canónicos no hablan de este detalle que, al estar introducido en el "Credo",
y mucho antes en el universal "Símbolo de los Apóstoles",
hace de él un artículo de fe para el cristiano.
Los Hechos de Pilatos, que fueron citados por san Justino, mártir, en
el siglo II y por Tertuliano en el III serían, pues, como vemos, muy
antiguos. Como Justino murió en el año 165, esos Acta Pilati han
de ser anteriores. De todos modos, el manuscrito copto que ha llegado a nuestras
manos es del siglo iv.
Aun así, nos aportan con gran sencillez un detalle que en aquella época
no pareció revestir importancia, pero que a nosotros nos parece muy válido,
ya que justamente está desprovisto de un simbolismo excesivamente descabellado,
demasiado frecuente entre los autores cristianos de aquellos tiempos.
Los Evangelios canónicos, a saber, Mateo, (27, 33), Marcos (15, 22),
y Juan (19, 17), nos dicen que Jesús fue crucificado en el lugar llamado
Góigota, en hebreo "cráneo" (calvario). Lucas (23, 33)
dice simplemente: "al lugar llamado cráneo". Era un giba rocosa,
alta y abrupta, que, efectivamente, tenía la forma de cráneo.
Existía una leyenda que decía que bajo ese cráneo de roca
reposaba Adán, y su cabeza estaba justamente bajo dicha colina.
Actualmente el Góigota consiste en una excrecencia de unos cincuenta
centímetros, que se levanta del suelo en la basílica del Santo
Sepulcro. En cuanto a la colina, ésta desapareció tras la toma
de Jerusalén por Tito, con la nivelación de la ciudad (efectuada
por prisioneros judíos), y luego con la construcción de una nueva
ciudad sobre los cimientos de la antigua, por el emperador Adriano. Éste
hizo recubrir todo el Góigota por un terraplén, y allí
se plantó un bosque sagrado consagrado a Venus-Afrodita. Evidentemente,
es imposible encontrar nada del antiguo lugar después de un conjunto
tal de trabajos. Y menos aún cuando el plano más antiguo de Jerusalén
data, aproximadamente, del año 595. La ciudad fue todavía asolada
en el año 614 por Chosroés II, quien exterminó a sus habitantes,
y luego, en el año 1214, por los mongoles, que la devastaron por completo.
Pues bien, los Hechos de Pilatos nos dicen que el procurador, en su sentencia,
ordenó lo siguiente: "...Primero, ordeno que se te flagele, en virtud
de las leyes imperiales, y luego, que se te crucifique en el lugar donde te
prendieron, con Dimas y Cystas, los dos ladrones a los que se apresó
contigo..." (Op. cit., 9.)
Pero el lugar donde Jesús fue capturado no fue el Góigota, sino
Getsemaní, en el huerto de los Olivos, al pie del monte de dicho nombre.
Y por lo tanto debemos abordar este problema, porque es más importante
de lo que parece a primera vista, y ya veremos por qué a continuación.
Daniel-Rops, que utiliza con enorme frecuencia en su libro Jesús en son
temps los términos "debió", "puede suponerse que...",
"es probable...", y que sitúa, en cabeza de una exhibición
de ejecución puramente romana, a un "ujier del Sanedrín"
(...), se abstiene de afirmar cosa alguna en cuanto al itinerario seguido por
los condenados y su escolta militar. Vuélvase a leer el capítulo
titulado "Le chemin de Croix" (el Vía Crucis), y se constatará
su prudente incer-tidumbre. Sobre todo si se recuerda que no se comenzó
a definir y precisar dicho itinerario hasta el siglo IV (otra vez...), con la
llegada de los primeros peregrinos de la historia 1
La emperatriz Elena, madre de Constantino, mandó construir una basílica
en el emplazamiento final de la peregrinación. Allí está
todo agrupado, por el bien de los peregrinos, y para evitar dispersiones fatigantes
e inútiles. Así, la tumba y el calvario están la una al
lado del otro. A veinte metros, todo lo más, se halla el emplazamiento
donde (a raíz de un sueño enviado por su ángel de la guarda)
ella mandó efectuar excavaciones, para encontrar allí intactas,
cuando ya habían pasado casi tres siglos, las tres cruces de Jesús
y los ladrones. Después se recuperarían los clavos, la corona
de espinas, la túnica de Jesús, el lienzo de la bienaventurada
Verónica, y, para terminar, treinta y nueve sudarios, cada uno de ellos
más auténtico que los otros. Hasta tal punto, que todos justificarían
su existencia mediante numerosos milagros. De hecho, pues, nada falta en ese
museo, ni siquiera el prepucio de Jesús, conservado en el Vaticano.
A partir de ese momento el peregrinaje está ya a punto, perfectamente
organizado, puede decirse que todo está al alcance de la mano. Más
adelante, los canónigos del Santo Sepulcro tendrán una idea genial:
todo villano que acudiera en peregrinación al Santo Sepulcro recibiría
de ellos la orden caballeresca, y así volvía convertido en caballero.
Nuestro villano, provisto de un certificado firmado y sellado, sería
así poseedor de la nobleza personal a su regreso a Europa. Cosa que,
en aquella época, presentaba numerosas ventajas. Si su hijo y su nieto
hacían lo mismo, su nobleza se convertiría en hereditaria, "a
la tercera fe".
De todos modos, Daniel-Rops, en Jesús en son temps, se muestra prudente
en cuanto al itinerario seguido por la cruz: "A decir verdad, esa localización
no es sino hipotética, pensemos en todas las ruinas que los siglos han
acumulado en la ciudad santa, y en las masas de escombros que se amontonaron
en las hondonadas... Es inútil conceder demasiada importancia a esos
recuerdos, demasiado precisos..."
Pues bien, intentemos reconstruir un plano de Jerusalén de la época
de Jesús, con la ayuda del descubierto en Madaba (Jordania), sobre un
mosaico, y que data del año 595.
Del norte de la ciudad parte un camino que va, a través de Rama, hasta
Samaría, y otro que conduce a Cesárea. Éstos se separan
a unos sesenta metros de la Puerta del Norte, a la que en la Edad Media se denominó
"Puerta Dolorosa". Un poco más allá, hacia el oeste,
pasado el valle del Tiropeon, se abre la puerta de Efraím, de donde sale
el camino hacia Joppe (Jaffa). A unos cien metros, aproximadamente, a la derecha
del viajero, se levanta la giba rocosa del Gólgota. Afirmar con Daniel-Rops
que se trata del camino de Damasco es un lapsus calami o un error geográfico.
Por otra parte, el cementerio antiguo no está allí, se encuentra
al otro lado del Tiropeon y del Cedrón, a un kilómetro y medio
aproximadamente, a vuelo de pájaro, al pie del monte del Escándalo,
muy cerca de Getsemaní y del monte de los Olivos.
Pues bien, Daniel Rops, en Jesús en son temps, nos dice lo siguiente:
"La costumbre -conservada todavía en numerosos países, y
sobre todo en el Oriente- consistía en situar los cementerios a la puerta
de las ciudades, y muy frecuentemente las ejecuciones capitales se efectuaban
en medio de las tumbas. ¿No está el Golgota a unos veinticinco
metros del lugar donde José de Arimatea tenía su sepulcro? En
el Satiricen, en el capítulo donde Petronio narra la historia cómica
de la viuda inconsolable, ¿no vemos también cómo una crucifixión
tiene lugar entre las tumbas? Hay que representarse el Calvario como uno de
esos puntos siniestros, dominados por el espíritu de la muerte, y oliendo
a cadáver, sobre los que rondan, al acecho del último suspiro
de su pasto, esos "pájaros del Esquilmo" de los que habla Horacio
(porque en Roma las ejecuciones se efectuaban por regla general en el cementerio
de la puerta Esquilina), los buitres, tan familiares al cielo de Judea..."
Observemos, pues, que el lugar de la crucifixión de Jesús y de
los dos ladrones exige la proximidad de un cementerio, porque ésa es
la costumbre,' y también porque la tumba donde fue inhumado provisionalmente
así lo requería.
231
Nada de todo eso se encuentra en el Gólgota. La proximidad del Templo,
lugar sagrado, que se encontraba apenas a trescientos metros a vuelo de pájaro,
lo impedía, ya que un cementerio, lugar impuro por excelencia, y más
aún si se acompañaba de un emplazamiento de ejecución,
donde los cadáveres de los supliciados permanecían expuestos,
habría profanado el lugar santo.
Por lo tanto, el Gólgota como lugar de la ejecución de Jesús
debió ser escogido en el siglo IV por su nombre, por la leyenda que lo
acompañaba, y también para comodidad de los peregrinos. En una
época en que no quedaba absolutamente nada de la ciudad que vio morir
a Jesús, en que la arqueología y sus disciplinas, dependientes
de la historia, son totalmente inimaginables, en que la ingenuidad de los fieles
no tiene límites, en que se preferirá siempre la fe pueril a la
crítica racional, quedaba excluida la posibilidad de entregarse a semejante
investigación. No existía ningún mapa de la Jeru-salén
antigua. Era imposible que se apelara a la tradición oral, ya que los
judíos habían sido deportados sin excepción tras la toma
y la aniquilación de la ciudad. Durante varios siglos, hasta Constantino,
se les había prohibido acercarse a la ciudad de David. ¿Cómo
imaginar entonces que se haya podido recoger sobre el terreno tradición
alguna? Los romanos y los griegos, que bajo Adriano, es decir, en el año
131, habían poblado la nueva ciudad, Aelia Capitalina, no encontraron
allí ningún habitante. Escuchemos a Flavio Josefo:
"Todo el resto, las murallas, las casas, el Templo, los demoledores lo
aplanaron tan bien, que no se reconocía rastro alguno de construcción.
Y si hubiera venido alguien de otro país, se le hubiera mostrado eso
y se le hubiera dicho: "Aquí había una ciudad", no lo
habría creído..." (Guerras de Judea, VII, I.)
Así, pues, desde el año 70, toma de Jerusalén por Tito,
hasta el 131, año de la fundación de Aelia Capitolina, es decir,
durante un periodo de sesenta y un años, el lugar donde se había
elevado la más prodigiosa ciudad de la historia de la humanidad no fue
sino un campo de ruinas, totalmente niveladas, sin ningún ser humano.
Entonces, ¿dónde pudieron ser recogidas esas tradiciones orales?
Por el contrario, si nos trasladamos más allá de Jerusalén,
al valle de Josafat, exactamente a Getsemaní, en la encrucijada de los
dos caminos que conducían, uno a Jericó, y el otro a Betfagé
y Betania, nos encontramos en el lugar donde Jesús fue "capturado,
con Dimas y Cystas, los dos ladrones...", según los Acta Pilati.
Nos hallamos menos lejos del palacio de Pilatos de lo que estábamos en
el Góigota, estamos muy cerca del cementerio, donde se encontrará
la tumba necesaria para su sepultura, estamos en el jardín de los Olivos,
donde "fue capturado...", y, sobre todo, en esa encrucijada, por donde
pasa infinitamente más gente que en aquel lugar apartado que era el Gólgota.
Pues bien, los romanos crucificaban siempre "para ejemplo", lo que
implicaba que los condenados fueran expuestos al máximo a la vista de
los viandantes. Y esa encrucijada se impondrá inconscientemente al mundo
cristiano futuro como una verdad esotérica, ya que siempre, más
tarde, se erigirá un calvario en una encrucijada. Es el símbolo
de la elección entre el Bien y el Mal, símbolo del "doble
camino" que separa el mundo de los muertos, es en la encrucijada del Hades
donde vela el Can Cerbero. Una de sus tres cabezas hace frente al recién
llegado; dejará pasar al alma de un muerto, y prohibirá el paso
a esa fúnebre morada a todo vivo. Las otras dos, giradas en sentido contrario,
evitarán un eventual regreso de los muertos hacia la Vida. La de la izquierda
prohibirá a los muertos que hayan bajado a los Infiernos el regreso a
ésta, la de la derecha "impedirá a las almas de los Campos
Elíseos una tentativa semejante.
Además, en el Gólgota, que dominaba Jerusalén, los vientos
regulares habrían bajado el olor de los cadáveres de los crucificados
hasta la ciudad. Mientras que en el valle del Cedrón, situado muy por
debajo de la ciudad, y en el viejo cementerio próximo a los Olivos no
podía temerse este inconveniente. Todo esto subraya el interés
de ese lugar como emplazamiento de las ejecuciones por crucifixión, con
la larga exposición de los restos de los supliciados.
Hay, en el mismo orden de ideas, un argumento suplementario a favor de la ejecución
de la crucifixión en dicho lugar.
Es el camino de Jericó, que va hacia la izquierda en esa encrucijada.
Tiene aproximadamente treinta y cinco kilómetros, y en esa distancia
desciende unos mil metros. El paisaje es desértico y siniestro: rocas
áridas, numerosas grutas a un lado y a otro, en unas altitudes desoladas.
Al caer la noche, el matiz rojizo del paisaje hace todavía más
escalofriante esta desolación.
El recorrido es peligroso desde hace ya mucho tiempo. Está poblado, para
enorme peligro del viajero, por hienas, chacales, salteadores de caminos, y
también criminales. Fue allí donde, a sabiendas, situó
Jesús la parábola del buen samaritano, justificando así
sus relaciones (que en Judea causaban escándalo) con los habitantes de
Samaría.
Y allí, erigidas en la encrucijada de donde sale un camino más
peligroso que ningún otro, de cara a la región donde se ocultan
y acechan los bandidos de los caminos, las tres emees de infamia constituyen
una especie de desafío y también de réplica por parte del
orden romano a la rebelión zelota, así como a la delincuencia
pura y simple, que a menudo va asociada a aquélla.
Por otra parte, nada nos prueba que el bosque y el monte de los Olivos no constituyeran,
cerca de Jerusalén, lo que el bosque de Bondy constituyó, durante
tan largo tiempo, a las puertas de París. Esto justificó, sin
duda, la importancia de la expedición en el curso de la cual fueron capturados
Jesús y los dos ladrones: la cohorte y su tribuno, o sea seis centurias
de veteranos, mandadas por un magistrado militar con rango de cónsul
y una tropa de auxiliares destacada por el Sanedrín, de doscientos soldados
como mínimo. Ese monte de los Olivos y su bosque eran quizás,
entonces, una especie de Cour-des-Miracles (Corte de los Milagros) a cielo abierto.
Era, efectivamente, una posición estratégica ideal para la vigilancia
y un eventual asalto de Jerusalén. Flavio Josefo nos da un ejemplo en
sus Antigüedades judaicas (libro XX, VIII), al recordarnos a ese "egipcio"
que se había atrincherado allí con un verdadero pequeño
ejército, y que fue derrotado por el procurador Antonius Félix
hacia el año 58 de nuestra era, que se le adelantó en el ataque.
Era, realmente, una posición clave:
"Desde allí (el egipcio), era capaz de tomar Jerusalén por
la fuerza, de reducir a la guarnición romana y al pueblo de forma tiránica,
sirviéndose de las gentes armadas a las que dirigía..." (Flavio
Josefo, Guerras de Judea, versión eslavona, II, 5, y He-c/105,25,8-12.)
Sobre la importancia de ese grupo insurrecto, los Hechos nos hablan de 4.000
sicarios, mientras que Josefo da la cifra, sin duda exagerada, de 30.000. Pero
aunque sólo fuera por la posibilidad de albergar a 4.000 combatientes,
el monte de los Olivos justificaba la importancia de su ocupación por
orden de Pilatos: un tribuno, seiscientos soldados de élite, doscientos
milicianos como mínimo, sólo para la captura de Jesús y
de su tropa.
Pero entonces se impone una conclusión:
Si Jesús no fue crucificado como un sedicioso político, es decir,
cabeza abajo, si fue crucificado como un simple malhechor, cabeza arriba, el
lugar de la crucifixión subraya este hecho.
El Sanedrín reprochaba quizás a Jesús sus ultrajes, sus
herejías dogmáticas, su desprecio de las costumbres religiosas
más imprescriptibles, pero Roma, a quien todo esto no le preocupaba lo
más mínimo, le reprochaba algo muy distinto: latrocinios, crímenes,
rac-ket, como ya hemos demostrado, a lo que se añadía la magia
nociva.
Por consiguiente, al crucificarlo entre dos ladrones, capturados con él,
en una encrucijada del camino que se dirigía hacia la región en
la que proliferaban las bandas idénticas, a la vez a guisa de ejemplo
y de desafío, Pilatos no hizo sino reforzar el carácter de derecho
común puro (y no político), por el que condenó a Jesús
al más infamante de los suplicios.
Sin duda Isaías lo había predicho: "... porque fue contado
entre los impíos..." (Isaías, 53, 12.)
Lo cual parece implicar, por la citada profecía, que esa decadencia del
Mesías estaba decidida y era querida por el propio Dios. Y todo el capítulo
53 parece, efectivamente, describir de forma extraordinaria las peripecias de
la Pasión. Que el lector tome, pues, su Biblia, y relea esos pasajes.
Una vez hecho eso, tomaremos de nuevo la palabra.
Los manuscritos de Isaías que poseíamos antes del descubrimiento
de los del mar Muerto databan de la Edad Media. Es decir, que para todo historiador
escrupuloso y precavido, son sospechosos. Tan sospechosos que al lector le bastará
con tomar la Biblia e Isaías, y leer todo el capítulo 52, pero
sólo hasta el versículo 12. Luego, saltando todo lo que sigue,
que reanude la lectura en el versículo 1 del capítulo 54, y constatará
que uno puede prescindir muy bien del trozo saltado; más aún,
todo encaja de una forma perfecta.
¿Qué otra cosa pensar, sino que los versículos 13 y siguientes
del capítulo 52, y el capitulo 53 por entero, fueron interpolados en
una época muy posterior y para justificar el fin infamante de Jesús?
Interpolados, o interpretados de forma más que liberal. Quizás
ésa es la razón de todas esas persecuciones medievales contra
las comunidades judías. Haciendo eso, se apoderaban de sus riquezas y
de sus bienes, se destruía sus libros religiosos, y no se dejaban subsistir
sino las copias "arregladas". Los manuscritos del mar Muerto están
ahí para demostrarlo. Hasta nuestros días no se han descubierto
más que dos libros de Isaías. Uno es propiedad del monasterio
de San Marcos, en Jerusalén, monasterio ortodoxo. Tiene el mismo número
de capítulos que nuestras copias medievales. El de la Universidad Hebraica
comienza en el capítulo 10 y llega hasta el final clásico. Pero
las diferencias entre esos dos documentos de antes de nuestra era y nuestros
manuscritos medievales son considerables.
Así, por ejemplo, donde estos últimos escriben, hablando del Mesías:
"Del mismo modo que muchos se asustaron de él, porque su aspecto
estaba denasiado desfigurado para un hombre, hasta no tener figura humana..."
(52, 14), el manuscrito del monasterio de San Marcos (el del mar Muerto) dice:
"Por mi Unción, su apariencia es más que humana..."
(52,14.)
Debemos reconocer que la diferencia es muy grande, y que ese Mesías de
Isaías, así descrito, de rostro resplandeciente y terrible, como
el de Moisés al bajar del Sinaí, no se parece en nada al rostro
entumecido de Jesús, al salir del pretorio camino a su crucifixión.
Que nosotros sepamos, el manuscrito de Isaías del monasterio de San Marcos
no se ha publicado traducido, ni tampoco el de la Universidad Hebraica. ¿Lo
serán un día? En caso afirmativo, será conveniente controlar
cuidadosamente la traducción del versículo 12 del capítulo
53. Tiene su importancia en el problema de la ejecución de Jesús.
Por último, ha quedado citado un documento que plantea todo el problema
de la autenticidad del relato evangélico de la crucifixión de
Jesús. Es el propio texto de la sentencia abreviada, que figuraba sobre
la cruz, y que se atribuye al mismo Pilatos.
Ahora bien, ¿por medio de quién conocemos el texto del letrero
que Pilatos mandó clavar en lo alto del poste patibular, según
la costumbre romana?: Por medio de los escribas que redactaron los Evangelios
a partir del siglo IV. Pero ¿era realmente ése el texto que figuró
en lo alto de la cruz? Podemos perfectamente ponerlo en duda, porque:
" no es posible que Pilatos hubiera escrito que Jesús era originario
"de Nazaret", puesto que dicha localidad no existía en su época,
sino que sería creada hacia el siglo vm, para satisfacer a los peregrinos.
El texto de la Vulgata de san Jerónimo, texto oficial de la Iglesia católica,
no lo dice. Lo que dice es nazareas, o sea, nazareno, que significa "consagrado
al Señor" (nazir);
" por otra parte, Pilatos no pudo aplicar dicha cualidad a Jesús
porque:
a) ése no era, evidentemente, motivo de condena a los ojos de la ley
romana, y no se le podía reprochar a Jesús tal cosa;
b) Jesús no fue jamás nazareno, dado que dicha consagración
le prohibía beber vino, comer carne, acercarse a las gentes ritualmente
impuras según la ley judía, y, menos aún, acercarse a un
cadáver y tocarlo. Cosas todas ellas de las que no se privó durante
toda su vida. Por esos motivos. Jesús no fue jamás ni esemano
ni nazareno.
Partiendo de esa base, el texto condenatorio atribuido a Pilatos por los evangelistas
es un texto falso.
Sustituyó a otro, que ése sí que era real, pero infamante,
y que justificaba el hecho de que Jesús fuera crucificado cabeza arriba,
a la manera de los malhechores, y no cabeza abajo, como los rebeldes, lo cual
habría sido su caso, de habérsele acusado solamente de llamarse
"rey de los Judíos".
Por otra parte, es muy probable que el letrero que acompañaba a toda
ejecución en cruz fuera primero colgado al cuello del condenado, quien
lo llevaría así desde la prisión hasta el lugar de ejecución.
Sus brazos eran entonces extendidos lateralmente, y atados a la viga transversal,
que descansaba sobre su nuca, a la manera de un yugo. Eso era todo lo que llevaba
el condenado, pues el poste vertical permanecía en el emplazamiento habitual
de las crucifixiones, clavado en tierra.
Pero Mateo, Marcos y Lucas nos dicen que un tal Simón de Cirene fue requerido
por los soldados para llevar la cruz de Jesús, quien, al estar demasiado
debilitado, no podía soportarla. En cambio Juan (19, 17) ignora la existencia
de ese Simón de Cirene. Para él, que se encontraba allí,
cosa que subraya (19, 26), Jesús "llevando su cruz, llegó
al sitio llamado Calvario, que en hebreo se llama Góigota" (op.
cit., 19, 17). Pues bien, como ya hemos visto, no llevaba toda la cruz, sino
el travesano.
La viga vertical, por otra parte, no era muy alta; generalmente la víctima
tenía los pies a unos treinta centímetros del suelo. La cruz tenía
habitualmente la forma de T (tau griega); la viga vertical tenía, en
su parte superior, una espiga, y la transversal se fijaba a ésta a través
de una hendidura por la que penetraba la citada espiga.
Esto nos induce a suponer que el letrero que justificaba la ejecución
solía clavarse detrás de la cabeza del crucificado, dado que la
cruz no tenía prolongamiento alguno por encima de ésta.
En los casos de numerosas crucifixiones simultáneas, las cruces patibulares
legales eran reemplazadas entonces por árboles, y la víctima era
clavada a ellos, no ya en forma de T (tau), sino de Y (i griega).
Si volvemos a la tesis oficial de Jesús crucificado en el Góigota,
y examinamos ese lugar a la luz de los descubrimientos arqueológicos,
nos veremos inducidos a constatar que ese lugar todavía responde menos
a la imagen del Jesús oficial que su crucifixión en el monte de
los Olivos.
En primer lugar, señalaremos el hecho de que en el curso del año
1968 se descubrió, al norte de Jerusalén, enterrado a ras del
suelo, el esqueleto de un crucificado, cuyos huesos del pie izquierdo todavía
estaban perforados por un clavo.
Pues bien, los arqueólogos que exploran el suelo de Tierra Santa resultan
ser de confesión cristiana, protestantes o católicos en general,
y son muy escasos los de confesión judía. La conclusión
de dicho descubrimiento es fácil de adivinar: se guardó en un
primer momento silencio absoluto sobre esa exhumación. Pero ¿qué
temían? Jamás se dijo nada sobre que Jesús hubiera sido
crucificado al norte de la Ciudad Santa. La única dificultad estriba
en sostener que Jesús fue crucificado en el Góigota o, por el
contrario, en el monte de los Olivos. Y crucificados en los alrededores de Jerusalén
los hubo a millares ya sólo en el curso del último asedio de la
Ciudad Santa.
Por otra parte, en los Olivos, la proximidad del cementerio judío oficial
(y ritual), una cierta indulgencia de Pilatos para con un condenado de raza
real, todo eso puede hacer plausible la inhumación de Jesús en
una tumba correcta, propiedad o no de ese enigmático José de Arimatea.
Pero en el Góigota, eso no sólo es imposible, sino que en su proximidad
no hay ningún cementerio judío ritual, sino algo peor.
En efecto, unas recientes excavaciones han permitido sacar a la luz, en ese
sector:
a) hornos de incineración, reservados, evidentemente, a los griegos y
a los romanos, deseosos de ver regresar sus cenizas a su patria en la urna funeraria
tradicional, y por lo tanto partidarios, en vida, de la incineración
postuma, cosa vilipendiada por el judaismo;
b) osarios, que no podían ser sino las clásicas fosas comunes
reservadas a los judíos indigentes, o análogas a la "fossa
infamia" destinada a recibir los cadáveres de los judíos
condenados a muerte. Porque, aunque los romanos restituían bastante fácilmente
a su familia los cadáveres de los ejecutados, los judíos encerraban
a éstos en "fosas infames", tapadas con una reja. Cuando los
cuerpos habían sido totalmente descarnados por las ratas o los chacales,
cuando no quedaba de ellos más que el esqueleto, los devolvían
a la familia.
Así, ahora queda planteado el problema con toda nitidez:
" o el cadáver de Jesús fue inhumado en el Góigota,
lugar oficial de su ejecución, y en ese caso fue encerrado a continuación
en la "fosa de infamia", y entonces no hay nada de la tumba honorable,
y en ese caso es que, efectivamente, fue crucificado como malhechor (En su carta
a Fotino, el emperador Juliano declara que Jesús tuvo por tumba la muy
legal "fossa infamia".)
" o bien fue inhumado en una tumba honorable y ritual, y en ese caso fue
crucificado muy cerca, es decir, en el monte de los Olivos. Y a partir de ese
momento la frase terrible de los Acta Pilan adquiere todo su relieve. Fue detenido
con, y al mismo tiempo que, los dos bandidos "capturados con él".
Y uno se pregunta entonces qué podía tener en común un
pretendido "dios encarnado" con asesinos y ladrones como Simón-Pedro
y Judas Iscariote (su hijo), y con vulgares bandidos anónimos, como los
dos ladrones.
De todos modos, hay que tener en cuenta que Jesús ya se esperaba la "sepultura
infame", puesto que preveía que, de ser capturado por los romanos,
sería crucificado. Tenemos la prueba en la parábola de los Viñadores
(Lucas, 20), en que éstos, después de haber dado muerte a los
servidores enviados por el amo de la viña (es decir, a los profetas),
matan al hijo del amo de la viña (Jesús, rey legítimo,
si no legal), v arrojan su cadáver fuera de ésta, sin darle sepultura.
Sobre Getsemaní es posible que podamos obtener algunas precisiones útiles
para concluir este capítulo, pues esta palabra, en hebreo, significa
prensa de aceite. Pues bien, es evidente que hay pocas posibilidades de que
ésta pudiera albergar y ocultar a un grupo tan numeroso como el que acompañaba
a Jesús (sólo los apóstoles y los discípulos representaban
ya, sin nadie más, un centenar de hombres). Por lo tanto había
allí otra cosa, y esa "otra cosa" nos va a precisar qué
era un antiguo evangelio apócrifo. En el Evangelio de los Doce Apóstoles
(que Orígenes consideraba más antiguo que aquel "según
Mateo") hay un fragmento catalogado como 4 bis en la traducción
del doctor Revillout, conservador del Louvre. Y en ese fragmento, que ha llegado
a nosotros muy mutilado, se nos precisa que en los Olivos "estaba la casa
de Irmeel, que era donde él vivía" (op. cit.).
De hecho, no se trata de Irmeel, sino de lerahmeel, nombre hebreo que significa
"Amado por Dios" (cf. Diccionario rabínico de Sander).
Sin duda, ese hombre era secretamente partidario de los guerrilleros zelotas,
y les ayudaba lo mejor que podía, albergándolos, ocultándolos
y dándoles provisiones. Pero en ese caso, la existencia de semejante
dominio, en el que estaba incluida la prensa de olivas, justificaba el hecho
de que Pilatos hubiera hecho tal despliegue de tropas: una cohorte, es decir,
seis centurias de veteranos, mandada por su tribuno (que tenía rango
de cónsul), y a la que se había añadido un destacamento
de soldados del Templo en número proporcional. Si evaluamos en unos doscientos
a estos últimos, y sumamos los seiscientos de la cohorte, no estamos
lejos de los ochocientos combatientes.
¿A quién se le haría creer que ese pequeño ejército
no tenía otro objetivo que la detención de un iluminado inofensivo
que pretendía ser "hijo de Dios", y que predicaba simplemente
el perdón de las ofensas y el amor universal? Si todavía nos quedaran
dudas, nos bastaría con releer este pasaje del Evangelio de los Doce
Apóstoles ya citado, que nos revela (aunque involuntariamente, sin lugar
a dudas), que se produjo realmente un combate entre judíos y romanos,
antes de que dicha batalla acabara con la captura de Jesús, jefe oficial
del movimiento zelota, finalmente abandonado por los suyos:
"Pilatos se acordó... Fijó su atención en el centurión
que estaba en pie a la puerta de la tumba, y vio que tenía un solo ojo
(porque le habían saltado el otro durante el combate), y que lo tapaba
con su mano todo el tiempo, para no ver la luz..." (Evangelio de los Doce
Apóstoles, 15.° fragmento).
Observaremos que ese centurión no había perdido un ojo en un combate,
sino en el combate, y que la herida era muy reciente. Ahora bien, aunque se
pueda reprochar a los Evangelios apócrifos sus excesos en el plano de
lo sobrenatural y de los milagros, no se pueden pasar por alto detalles tan
sencillos e inocentes. Una cosa así no se inventa, y es más concebible
la presencia de un tuerto así y en tales circunstancias, que la de un
centinela ya ciego que recobrara milagrosamente la vista en el instante mismo
de la lanzada al costado de Jesús. Pero existe un nexo entre las dos
historias, dado que la segunda fue elaborada para hacer olvidar la primera.
22.- La pseudo resurrección
"Incluso una sirvienta cananea del país de Israel está segura
de heredar el mundo futuro..."
TALMUD, tratado Kethuboth, 111ª
Cuando tomó cuerpo la creencia en la resurrección, fue necesario
precisar el momento en que Jesús abandonó la tumba. Diversos motivos
apoyaban el principio de una permanencia de tres días enteros en el seno
de esta última.
Durante el Cautiverio de Babilonia, los judíos deportados no habían
traído de allí solamente los nombres de los ángeles, su
alfabeto cuadrado y muchas teorías procedentes directamente de la vieja
religión de los Magos, sino también la creencia en la resurrección
futura de los muertos, tal como Zoroastro la había definido. Y según
esa tradición, el alma no abandonaba definitivamente el cadáver
hasta tres días después de la muerte aparente. Por cierto que
esa doctrina la asimiló el islamismo popular.
Según el Talmud de Jerusalén, "el alma permanece tres días
junto al cadáver, intentando entrar de nuevo en él. Y no se aleja
definitivamente hasta que el aspecto del cuerpo empieza a modificarse".
Es, pues, la descomposición en sus inicios lo que arroja definitivamente
al alma lejos de su envoltura primitiva.
Esto lo confirma el episodio de Lázaro muerto. Cuando Jesús da
la orden de apartar la piedra del sepulcro. Marta, la hermana del muerto, le
hace observar: "Señor, ya hiede, pues lleva cuatro días ahí..."
(Juan, 11,39.)
Por eso, para no traumatizar psíquicamente al difunto, diversos textos
recomiendan no proceder a la sepultura del cuerpo antes del tercer día
después de la muerte aparente. Por ejemplo, el Testamento de los Doce
Patriarcas, el Midrash Kohelet, el Libro de Rabbi Juda I.
Por otra parte, nuestros anónimos redactores de los Evangelios, en los
siglos IV y v, tenían un enorme interés en sustentar sus palabras
con algún paralelismo que probara de forma conmovedora la realidad de
las profecías mesiánicas. Y es probable que el entorno de Jesús,
para quien los fines de su misión eran puramente políticos y materiales,
se esforzara particularmente en ello.
Así, cuando el salmo 22 evoca, según ellos, la Pasión de
Jesús, efectúan ligeras rectificaciones en el texto hebreo tradicional
para hacerle decir lo que no dice.
En el texto hebreo del versículo 17 leemos esto: "He aquí
que me rodean perros, una banda de malvados me cerca, como a un león,
atan mis manos y mis pies..."
En el texto latino de la Vulgata de san Jerónimo leemos: "Foderunt
manus meas et pedes meos..." Y traducen por "perforar" las manos
y los pies, en lugar de "lacerar al atarlos". Es evidente que al león
que se capturaba para los parques de fieras reales, en el mundo antiguo, incluso
en tiempo de David, se le ataba, pero no se le perforaba las patas a través
de la red utilizada para su captura.
El episodio del asno y la pollina, en cambio, era perfectamente realizable.
Zacarías, el profeta, lo había predicho: "He aquí
que viene tu rey, [...] montado en un asno, hijo de una pollina..." (Zacarías,
9, 9.) Y durante su entrada en Jerusalén, rodeado y seguido por la multitud
de sus partidarios. Jesús, rey legítimo de Israel, descendiente
e "hijo de David", no tendrá más que montar sobre un
asno que sigue a su madre, para realizar la profecía. Es muy sencillo:
basta con preparar antes al uno y a la otra. Y cualquiera habría podido
hacer lo mismo.
El salmo 22, versículo 19, declaraba: "se reparten mis ropas entre
ellos, y echan a suertes mi túnica..." Y todos se extasiaron candidamente
ante el hecho de que los verdugos de Jesús actuaran así. Pero
¿olvidamos que hasta la Revolución francesa, en toda Europa, la
venta de las ropas de todo condenado a muerte al ropavejero más próximo
era el privilegio del verdugo? ¿Olvidamos que en los campos de batalla
de la Edad Media, al día siguiente al combate, los muertos aparecían
despojados de todo su equipo y de sus armas?
Pues bien, el salmo 16, versículos 10 y 11, dicen:
"Porque no abandonarás mi alma al Seol, no dejarás a tus
fieles en el Abismo, tú me darás a conocer el camino de la vida,
la plenitud de la alegría que se goza en tu presencia, las delicias eternas
de las que uno se deleita a tu diestra..."
De ese texto no se puede aplicar nada al Verbo eterno, puesto que el versículo
implica que el beneficiario de los gozos anunciados no los ha conocido todavía
nunca.
Por otra parte, el mismo texto latino de la Vulgata está en contradicción
con el texto hebreo original, pues la versión latina dice así:
"No permitirás que tu bienamado vea la corrupción..."
en lugar de "No dejarás a tus fieles en el Abismo...". Podemos
asegurarle al lector que son palabras muy diferentes.
Así pues, una vez pasados tres días no podía hablarse ya
de resurrección, dado que se suponía que entonces el alma había
sido arrastrada ya muy lejos en la noche del Más Allá.
Por otra parte, antes de tres días podía dudarse de la muerte
real;
el episodio de la hija de Jairo (Mateo, 9, 18 y 23-25), que había muerto
"hacía un momento", y a la que Jesús declara viva: "No
está muerta, duerme...", permitiría sostener un argumento
idéntico para el caso de la resurrección de Jesús.
El herbario mágico del vudú africano y antillano incluye drogas
vegetales que permiten hacer creer en una muerte real, y que no es sino aparente.
La víctima es debidamente inhumada en el cementerio del pueblo, y al
cabo de veinticuatro horas se va a desenterrarla clandestinamente. La transportan
en secreto a un pueblo muy alejado, y el beneficiario de la operación
posee así un robot humano, totalmente embrutecido, del que hará
uso a su antojo. El Código penal haitiano tiene previstas unas penas
extremadamente severas y graves para semejantes prácticas de otros tiempos.
Lo mismo existe en Brasil y en Venezuela, y este hecho es indiscutible.
Sin duda por prudencia, al sospechar la posibilidad de una artimaña de
este tipo, fue por lo que el legionario romano, siguiendo unas órdenes
secretas, asestó un golpe de lanza definitivo a Jesús.
"Vinieron, pues, los soldados y rompieron las piernas al primero, y al
otro que estaba crucificado con él. Pero llegando a Jesús, como
le vieron ya muerto, no le rompieron las piernas, sino que uno de los soldados
le atravesó con su lanza el costado, y al instante salió sangre
y agua..." (Juan, 19, 32-34.)
Observemos, de paso, que el entusiasmo irracional jamás tiene medida.
Así, por ejemplo, la leyenda pretende que ese soldado, "que era
ciego", recuperara milagrosamente la vista por virtud de esa agua que brotara
del costado de Jesús crucificado. Es difícil imaginar que Roma
hubiera confiado la vigilancia de los condenados a muerte a soldados, uno de
los cuales era ciego.
Otra leyenda bíblica había militado en favor de la permanencia
de tres días en el sepulcro. Era la del profeta Jonás, engullido
por un gran pez, y que, tras haberse mantenido milagrosamente con vida en el
estómago de dicho cachalote, a pesar de los espasmos y del jugo gástrico,
había sido devuelto a la playa al cabo de tres días.
Indudablemente, conocemos algunos casos raros de marineros caídos al
mar y engullidos por uno de esos gigantescos cachalotes que siguen a los barcos.
Un hecho se produjo a comienzos de la segunda mitad del siglo XX. Pero la víctima,
un marino inglés, a pesar de que se había arponeado y abierto
inmediatamente al animal, estaba muerta cuando se la pudo extraer del estómago.
Y la epidermis y la dermis ya no existían, corroídas por los ácidos
gástricos del pez. De modo que no cabe en la cabeza la posibilidad de
una permanencia de "tres días y tres noches" (Jonás,
2, 1) de dicho profeta, con o sin milagro. Dejaremos esa historia a los crédulos
y a los niños de catecismo.
Naturalmente, estamos oyendo ya a quienes se aterran a la tradición religiosa,
que dirán que todo eso es "simbólico". Es curioso constatar
cuántos militantes religiosos se han vuelto "simbolistas" desde
hace medio siglo. Parece que hayan olvidado los anatemas y las excomuniones
dogmáticas que fueron formuladas, no hace aún mucho, contra los
partidarios de un esoterismo de las Escrituras.
Sea lo que fuere, la leyenda de Jonás el profeta, aberrante o no, fue
el tema predilecto sobre el que se fundó en gran parte el de la resurrección
de Jesús. Claro que se apoyaba en sus propias palabras; él garantizaba
su carácter histórico real:
"La generación mala y adúltera pide una señal, pero
no le será dada más señal que la de Jonás el profeta.
Porque, como estuvo Jonás en el vientre de un gran pez tres días
y tres noches, así estará el Hijo del Hombre tres días
y tres noches en el seno de la tierra..." (Mateo, 12,39-40.)
Detengámonos un poco y construyamos nuestro silogismo. Si la aventura
de Jonás es un tema esotérico y simbólico, entonces la
resurrección también es un tema esotérico y simbólico.
Pero si la resurrección es un acontecimiento histórico real, entonces
la aventura de Jonás es un hecho histórico y real. Dado que este
hecho es totalmente imposible, lo mismo sucede con su paralelo.
Si los escribas anónimos que redactaron los Evangelios y todos los relatos
maravillosos, en los siglos iv y v, hubieran conocido mejor las leyes naturales,
si hubieran sido algo más que unos fanáticos ignorantes, no habrían
escrito jamás semejantes disparates. Bernabé, uno de los cuatro
"padres apostólicos", junto con Ignacio de Antioquía,
Policarpo de Esmirna y Hermas de Cumes, nos enseña que "la liebre
adquiere cada año un ano más, y cuantos más años
vive, tantas más aberturas tiene...", y "Este animal, la hiena,
cambia de sexo todos los años, y es alternativamente macho y hembra",
"Como ese animal, la comadreja, que concibe por la boca..." (Bernabé,
Epístola, 10, 7 a 9.)
Por último, los cristianos de los primeros siglos vivían en un
ambiente pagano que les había acostumbrado inconscientemente a los temas
de resurrección de los dioses. Y no podían por menos que hacer
resucitar también a su divinidad particular propia.
Por otra parte, la profecía de Oseas se lo decía claramente:
"Nos hará revivir dentro de dos días, al tercer día
nos hará resurgir, y viviremos ante él..." (Oseas, 6, 2.)
Oseas, hijo de Beeri, de la tribu de Isacar, la de los grandes videntes de Israel,
profetizó bajo los reinados de Jeroboam, de Ozías, de Johatán,
de Acaz y de Ezequías, todos ellos reyes de Judá, es decir, en
el siglo IX antes de nuestra era. Es evidente que su profecía se refiere
a los patriarcas, a los muertos que permanecerán "a la espera del
Mesías", y que lo que dice sobre la acción de este último
debe desarrollarse en el Más Allá, en el Seol.
En una palabra, el Mesías, muerto en el mundo de los vivos, dará
una vida sobrenatural a los muertos que están a la espera de su llegada
desde hace siglos, cuando él mismo haya penetrado en el Seol, después
de haber muerto, a su vez, como ellos.
Eso es lo que el profeta Oseas quiere anunciar con sus palabras. Pero, en el
caso del Mesías, no se trata en modo alguno de regresar a una vida humana
corriente, en el mundo de los vivos. Eso es lo que se sobreentiende con la frase:
"...nos hará resurgir, y viviremos ante él...". Algunos
traductores emplean la palabra "resucitar" en lugar de "resurgir".
Y entre ellos, en especial, Lemaistre de Sacy.
Pero con toda certeza los cristianos de la primera época comprendieron
la "resurrección" en el sentido de Oseas. Fueron los escribas
de los siglos IV y V de nuestra era los que imaginaron una resurrección
puramente carnal y terrestre. Nos basta como prueba el hecho de que la tradición
gnóstica del docetismo negara que Jesús hubiera poseído
un cuerpo humano normal, y pretendiera que, ya en vida, no hubiera sido sino
una materialización momentánea, provisional, del Eón Jesús,
descendido del Pleromio para enseñar a los hombres el camino de la Salvación,
en una palabra: una "apariencia".
Y a esto se añade otra tradición, que vamos ahora a estudiar:
Juliano, sobrino de Constantino, nacido en el año 331, fue proclamado
emperador en el año 361 y murió en el 363. Había sido educado
en la religión cristiana. Después de haber efectuado varias constataciones
concluyentes, la abandonó, para dedicarse a cultos esotéricos,
y se apasionó por la teurgia, e incluso por la magia de los antiguos
santuarios paganos. De donde procede el sobrenombre de Apóstata que le
dieron los cristianos.
Cuando marchó para combatir a las tropas de Sapor, rey de Persia, en
el curso de una carga de caballería fue mortalmente herido por un venablo
que le fue lanzado por la espalda. Se cargó esto en el haber de un prisionero
bárbaro medio loco. Pero ¿dónde se ha visto que los prisioneros
de guerra acompañen a las cargas de caballería, y menos con venablos
en sus manos? De hecho, en los medios cristianos circulaban numerosas alusiones
a su muerte cercana, y no sentían embarazo alguno al hablar de ello,
con medias palabras.
En los Hechos de Teodoredo, el sacerdote Teodoredo declara a un funcionario
imperial: "Tu tirano [Juliano], que espera que los paganos resulten vencedores
(las tropas de Juliano), no podrá triunfar. Perecerá de tal manera
que nadie sabrá quien le ha matado... ¡Y no regresará al
país de los romanos!..."
En los mismos Hechos de Teodoredo se ve a un tal Libanius preguntando a un profesor
cristiano: "¿Y qué hace ahora el hijo del carpintero?"
A lo que el cristiano responde: "El Amo del Mundo, a quien tú llamas
irónicamente el hijo del carpintero, está preparando un féretro..."
En el año 362, Juliano llega a Antioquía, procedente de las Galias
y de su querida Lutecia. No disimula su intención de exhumar una tumba
antes de emprender su guerra contra los persas. A partir de ese momento, en
los medios cristianos las amenazas contra él no llevan disfraz:
"Nuestros dardos han hecho diana. Te hemos acribillado a sarcasmos, como
otras tantas flechas... ¿Cómo te las arreglarás, valiente,
para afrontar los proyectiles de los persas?..."
Los cristianos rezaban y celebraban oficios para que se produjera la derrota
del emperador. Dos de sus comensales, Félix y Julianus, habían
muerto al mismo tiempo, a comienzos del año 363, y anunciaban sin disimulos:
"Ahora le toca a Augusto..." Este hecho nos lo recuerda el historiador
latino de origen griego Amiano Marcelino en su Historia, (XXIII, 1).
La partida para la guerra contra los persas data de marzo del año 363.
Antes, en el 362, en el mes de agosto, al enterarse de que los judíos
de una cierta secta iban a ir en peregrinación a una tumba de Makron,
en Samaría, "para adorar allí como un dios" a "un
muerto" que había "resucitado". Juliano estableció
inmediatamente la distinción entre el cuerpo de Juan el Bautista, del
que se pretendía que había sido enterrado por sus discípulos
cerca de Sebasta (la antigua Sichem de la Biblia), y el de Jesús.
Es evidente que aquel al que denomina "el muerto", el que los judíos
"adoran como un dios", y del que pretendían que había
"resucitado", no es Juan el Bautista, que fue decapitado, a quien
nadie en Israel adoró jamás como un dios, y de quien jamás
se ha pretendido que hubiera resucitado. A quien Juliano designa con esas palabras
es a Jesús.
Tanto más cuanto que la leyenda del Bautista precisaba que lo que sus
discípulos habían conseguido llevarse a Samaría era solamente
su cabeza, y lo que había en Sebasta era un esqueleto completo. Por lo
tanto, no era el del Bautista.
Y entonces da las órdenes necesarias para que se haga abrir la tumba,
quemar los restos y lanzar sus cenizas al viento. De modo que, si había
restos, antes cadáver, y ahora esqueleto, es que no se había producido
ninguna resurrección carnal. Al hacer esto. Juliano firmó su sentencia
de muerte. No tardó ésta en sorprenderle, precedida por todas
las amenazas alusivas a ella, y que hemos citado antes.
Evidentemente, los cristianos pretenderían entonces que lo que Juliano
mandó profanar fueron los restos del Bautista. Desafortunadamente, existe
un testimonio de aquella época, que pronto vamos a abordar. Por el momento
daremos las razones de la inhumación en Samaría.
Cuando los mesianistas hubieron recuperado el cadáver de Jesús,
previamente envuelto en mirra y áloes antiputrefactantes por José
de Arimatea, se lo llevaron en secreto. El motivo de esa elección es
sencillo. Desde el año 325 antes de nuestra era, la ruptura entre el
reino de luda y el reino de Samaría era definitiva. No había peligro
de que los fariseos enviaran allí a recuperar el cuerpo ni a efectuar
investigación alguna. Y, dadas las relaciones que Jesús había
mantenido con las gentes de allí (cosa absolutamente contraria a la ley
judía), podían contar con numerosas complicidades.
Pero hemos de preguntarnos cómo pudo producirse la sustracción
del cadáver de Jesús, hecho que, de poderse probar, aniquilaría
todo el dogma de la resurrección, y, con él, todo el cristianismo.
De una manera muy sencilla, como vamos a demostrar.
La gran astucia de los exegetas que examinan periódicamente en sus obras
el "misterio de la resurrección" consiste en descartar de entrada
todas las explicaciones llamadas "racionalistas", que, según
ellos aseguran, no resisten a un examen. Una vez efectuado ese allanamiento
de dificultades (y es considerable), examinan punto por punto todos los detalles
de la citada resurrección, en su tradición ortodoxa, evidentemente.
A continuación concluyen que las apariciones de Jesús después
de su muerte no resultan en modo alguno de las creencias en la aparición
de espectros, en las semimaterializaciones de fantasmas, que conocían
y en las que creían todos los pueblos de entonces. Demuestran, y con
razón, aunque basándose sólo (y teniendo únicamente
en cuenta) en textos sin valor histórico real, que Jesús "resucitado",
comiendo y bebiendo, cambiando de rostro y de aspecto, dotado de un cuerpo al
que se podía tocar y palpar, no presentaba ninguno de los caracteres
de las citadas apariciones fantasmales. A partir de entonces, la cosa está
hecha. Transfieren la discusión a un plano en que la verdad no tiene
ya lugar, en que la leyenda es la reina, y será sobre esa leyenda sobre
la que se discutirá en lo sucesivo.
Vamos, por lo tanto, a estudiar nosotros el problema, y desembocaremos en conclusiones
diametralmente opuestas.
En las Antigüedades judaicas de Flavio Josefo, en el libro XVI, capítulo
VII, leemos lo siguiente:
"1. Herodes, que hacía grandes dispendios, tanto para el exterior
como para el interior de su reino, se enteró muy pronto de que el rey
Hircano, uno de sus predecesores, había abierto la tumba de David y había
tomado de allí tres mil talentos, pero que quedaban aún muchos
más, que serian sobradamente suficientes para sus suntuosos gastos. Hacía
mucho tiempo que proyectaba esta empresa. De modo que una noche, habiendo hecho
abrir la tumba, entró en ella, tomando todas las precauciones para que
la ciudad se enterara lo menos posible, pero acompañándose de
sus amigos más seguros.
"No encontró, como Hircano, sumas de dinero puestas en reserva,
sino muchos ornamentos de oro y joyas, y se lo llevó todo. Se esforzó
por profundizar más en su búsqueda, y avanzó más
en el interior de los sarcófagos que guardaban los cuerpos de David y
Salomón.
"Pero dos de sus guardias perecieron por el efecto de una llama que, por
lo que se cuenta, brotó del interior a su entrada. Él mismo retrocedió,
asustado. Como monumento expiatorio a su terror, levantó a la puerta
del sepulcro un monumento de mármol blanco, de elevado precio. El historiador
Nicolás, contemporáneo suyo, menciona esta construcción,
pero no el descenso del rey a dicha tumba, porque se daba cuenta de que este
acto le hacía muy poco honor..."
Es evidente que mencionar la construcción de dicho monumento expiatorio
es confesar implícitamente la violación de la sepultura. Y Josefo
reconoce, respecto al historiador Nicolás, que: "En el transcurso
de toda su obra, no cesó de exaltar desmedidamente las acciones honestas
de este rey, y de excusar del mismo modo sus fechorías..."
Por otra parte, sabemos por los historiadores eclesiásticos que cuando
el emperador Juliano, llamado el Apóstata, quiso proceder a la reconstrucción
del Templo de Jerusalén, cada mañana, al reanudar su trabajo,
los obreros vieron con terror brotar llamaradas en cuanto daban los primeros
golpes con el azadón.
Y el historiador Amiano Marcelino, un latino del siglo iv, muy bien informado
e imparcial, nos dice que: "Unos peligrosos globos de fuego, que se elevaban
del seno de la tierra, con ataques redoblados, quemaron a los obreros y en varias
ocasiones hicieron inaccesible el lugar..."
El sentido está muy claro (él mismo precisa: "Ferere locum
exustis..."). Se trata de cargas de explosivos, que detonaban y explosionaban,
dando la impresión de globos de fuego. La percusión de los azadones
sobre el fulminato mezclado con la arena era lo que causaba dichas explosiones,
y esas cargas eran preparadas, evidentemente, la noche anterior, por obreros
cristianos, discretamente introducidos en los equipos de trabajo, que conocían
los emplazamientos del trabajo al día siguiente, y de quienes no se podía
sospechar.
Y en el libro de Josué leemos, refiriéndose a la toma de Jericó:
"El pueblo clamó y los sacerdotes hicieron sonar sus trompetas.
Cuando el pueblo oyó el sonido de las trompetas, lanzó grandes
gritos, y la muralla se derrumbó. Entonces el pueblo subió a la
ciudad, cada uno ante sí..." {Josué, 6, 20.)
Por otra parte, en las Guerras de Judea de Fia vio Josefo leemos lo siguiente,
que quizás explicará el hecho:
"Los romanos, que habían empezado a construir el terraplén
el 12.° día del mes de Artemision, lo acabaron con grandes dificultades
el 29.° día (los días 30 de mayo y 16 de junio del año
70). Como habían colocado aparatos de asedio, Juan, excavando por debajo
de tierra, llegó hasta el terraplén, introdujo por debajo madera
seca y resinosa con azufre, le prendió fuego y se fue. Al incendiarse
la madera, la tierra se reblandeció, y, con un ruido de trueno, los terraplenes
se hundieron con las torres (torres de madera). Porque primero se elevaba humo
con el polvo, y la llama no podía quemar porque estaba cubierta. Pero
una vez el suelo estuvo reblandecido y desmoronado, la llama ardía. Y
a los romanos les invadió el pánico al ver repentinamente salir
fuego de bajo tierra, y un abatimiento profundo cayó sobre ellos..."
(Op. cit-, libro V,7.)
Está muy claro. Nos encontramos apenas a cincuenta kilómetros,
a vuelo de pájaro, de Alejandría, capital indiscutible de la alquimia
en aquella época. Y los iniciados en esta ciencia, que fue la madre de
la química moderna, conocían el secreto de la pólvora,
y del o de los fulminatos, de mercurio o de plata. Y eso tanto si eran egipcios,
hebreos o griegos. VA fuego griego era en el mar lo que la pólvora en
tierra.
Volvamos a la visita de Heredes a la tumba de David. Es evidente que la puerta
de bronce se abría hacia el interior, que es el sentido normal de todas
las puertas. Y una llama "brotó del interior a su entrada..."
(op. cit.) La explicación es muy sencilla. Si se espolvorea de antemano,
por prudencia, con polvo y fulminato los primeros metros del pasillo cerrado
por la puerta de bronce, al abrir ésta o al poner el pie sobre el fulminato
mezclado con arena, la pólvora se encenderá y el fuego saltará
al rostro de los profanadores. Ése es el principio de las minúsculas
bombas infantiles llamadas "bombas argelinas", o "petardos",
en las que algunos granos de sílex mezclados con un poco de fulminato
la hacen detonar al más mínimo choque.
En el peor de los casos, las gotas de resina encendida que caerían de
las antorchas de los guardias al suelo bastarían para incendiar la pólvora.
Todo eso es muy sencillo en nuestros días. Pero en aquella época,
en aquel mundo ignorante y profano, parecía milagroso.
Volvamos, pues, a la "resurrección de Jesús" tal como
la cuenta Mateo:
"Pasado el sábado, al alba del primer día de la semana, vino
María Magdalena con la otra María a ver el sepulcro. Y sobrevino
un gran terremoto, pues un ángel del Señor bajó del cielo
y, acercándose, hizo rodar la piedra del sepulcro y se sentó sobre
ella. Era su aspecto como el relámpago, y su vestidura blanca como la
nieve. Los guardias temblaron de miedo y se quedaron como muertos..." (Mateo,
28, 1-2.)
Observaremos en primer lugar que la escena se desarrolla en un momento en que
los judíos no habían podido salir aún de Jerusalén,
y nadie podía estar en el sepulcro, excepto los guardianes. Porque el
sabbat no terminó hasta la puesta del sol. Y en ese minuto preciso, una
vez pasado el sábado según la ley judía, se entró
en el domingo, pero dado que era de noche nadie tenía nada que hacer
fuera. Y al alba las dos mujeres no temían ser observadas en el Góigota,
pues era aún demasiado temprano.
Su llegada atraería la atención de los guardianes, ya fuera por
desconfianza, o por galantería, dado que se trataba de dos mujeres jóvenes,
tanto María de Magdala como María, hermana de Eleazar. Ahora bien,
José de Arimatea (ahora conocemos su verdadero nombre) fue quien había
preparado el entierro de Jesús; José de Arimatea, que era "discípulo
de Jesús" (Mateo, 27, 57). Traduzcamos: que era, también,
un zelota, ya que Juan (19, 38) añade esta precisión: "discípulo
de Jesús, aunque en secreto, por temor de los judíos...".
Otro comparsa, Nicodemo, a quien Juan reconoce asimismo como discípulo
de Jesús, pero en secreto, porque iba a ver a Jesús "de noche"
(Juan,3, 1; 7, 50), había llevado una mezcla de aproximadamente cien
libras de mirra y de áloes {Juan, 19, 40). Es decir, cincuenta kilos
de resinas. En semejante saco hay sitio para disimular la cantidad de pólvora
y de fulminato necesarios para hacer saltar la piedra de lado, sin romperla.
Porque ésta rueda (Mateo, 27, 60; Marcos, 15, 46), y ese ligero detalle
simplifica aún más la operación de abertura del sepulcro.
Es evidente que José de Arimatea, que no es sino un simple sepulturero,
guardián del recinto de los muertos, no está al corriente del
secreto de la pólvora. Lleva simplemente el saco que contiene las resinas
antiputrefactantes y el explosivo. Pero Nicodemo, fariseo, un fiel de Jesús,
"pero en secreto, que no iba a su encuentro sino de noche" (Juan,
3, 1), es también uno de los jefes de los judíos (op. cit., 3,
2), y era él el proveedor del grupo (Juan, 19,39).
En cuanto a los guardianes, es evidente que una explosión de improviso,
con las llamas y la detonación, la trepidación del suelo y el
ruido, eran motivos más que suficientes, en aquella época, para
dejarlos "como muertos...", anonadados por el miedo y el asombro.
En cuanto volvieron en sí, se largaron a toda prisa, tanto para ponerse
a cubierto como para llevar la noticia de tal prodigio a los sanedritas, en
Jerusalén. A continuación, los fieles encargados de la operación
de traslado del cadáver se acercaron e hicieron lo necesario. Y lo hicieron
tan bien, con tanto respeto para con ese muerto que había sido su rey
y su guía, que tomaron incluso la precaución de doblar cuidadosamente
el sudario manchado de sangre y de agua, cosa que un ángel no habría
hecho, evidentemente. Y la prueba de que hubo por lo menos dos hombres efectuando
esta exhumación reside en el hecho de que las bandas estaban en el suelo,
mientras que el lienzo estaba plegado. El que había manipulado las primeras,
manchadas de sangre y de agua, las había tirado con asco, por ese motivo,
ya que implicaban para él un exceso de impurificación ritual a
los ojos de la ley judía (estaba ya el hecho de tocar un cadáver).
El segundo había tomado más precauciones con el lienzo, que había
doblado y colocado aparte (Juan, 20, 3-7).
El traslado del cadáver fue facilitado por la exigüidad del tamaño
de Jesús, tan pequeño que un asno podía servirle de montura,
mientras que un hombre de estatura normal, para evitar el ridículo de
semejante situación, habría montado sobre la pollina que estaba
allí con su hijo, tal como nos cuentan los Evangelios (Lucas, 19, 35
y Juan, 12,14).
Y los exhumadores tomaron discretamente el camino de Samaría donde Jesús
había tenido siempre amigos, con el cadáver probablemente disimulado
dentro de un saco, y con la cobertura de los cincuenta kilos de mirra y de áloes
repartida alrededor de su cuerpo para quitarle toda forma humana. Una carreta,
forraje, dos personajes de los que se ignoraba que habían sido partidarios
de Jesús, como ya hemos visto antes, todo eso no tenía nada de
sospechoso.
De Jerusalén a Betel, ciudad situada en la frontera misma de los dos
reinos, había unos veinte kilómetros. De Betel a Sebasta, lugar
de la inhumación definitiva, había que contar unos treinta más.
El recorrido era, por lo tanto, de cincuenta kilómetros en total. Distancia
trivial para aquellos caminantes infatigables que son los orientales. Pero Betel
estabai ya en territorio samaritano. El recorrido peligroso sólo era,
pues, de veinte kilómetros, de hecho, y no representaba sino tres o cuatro
horas de marcha todo lo más. Si se efectuaba al amanecer, teniendo en
cuenta la hora de la salida del sol en Jerusalén y la latitud de aquella
ciudad, esa operación de traslado del cadáver de Jesús
habría quedado terminada, en Sebasta, a las cuatro de la tarde, todo
lo más. Pero desde las nueve y media se encontraban ya en territorio
samaritano.
Ahora bien, los judíos de Judea, fieles a la ortodoxia tradicional, así
como los galileos, rehusaban penetrar en un territorio impuro para ellos, debido
a la herejía samaritana. Y cuando iban de Judea a Galilea, tomaban el
camino de Jericó, atravesaban el Jordán para penetrar en Perea,
y dejando a mano derecha el camino de Filadel-fia, subían hacia Pella,
en la Decápolis, para de allí, pasando por Escitópolis,
llegar a Galilea.
Es decir que aquellos que se llevaron el cadáver de Jesús no corrían
en absoluto el riesgo de encontrar, y menos tan temprano, a judíos informados
de la ejecución de Jesús, ya que los que venían de la frontera
samaritana hacia Jerusalén no estaban todavía al corriente del
caso, y, en sentido inverso, los raptores habían adelantado a cualquier
caravana que tomara la misma dirección que ellos.
Pero el lector se preguntará: ¿y los romanos? Por parte de éstos
los exhumadores de Jesús tampoco arriesgaban nada, porque el procurador,
Pilatos en persona, había autorizado la recuperación del cadáver
y la inhumación de éste por sus fieles. Para ellos no había
delito alguno.
En efecto, no habían violado una sepultura para saquearla ni para extraer
restos orgánicos destinados a las invocaciones malignas. Habían
procedido a una exhumación, a la que seguía un traslado. ¿Qué
había más normal? Es posible, incluso, que cuando se hubieran
encontrado suficientemente lejos de Jerusalén hubieran dispuesto el cuerpo
públicamente, como en una ceremonia oficial. Devolvían un muerto
a su pueblo, eso era todo. Ahora bien, el respeto a los muertos, aunque fueran
paganos, era una obligación legal en Israel: "Si tú cumples
hacia mí un acto de bondad después de mi muerte, es una bondad
de fidelidad..." (Talmud: Génesis, R. 96,5.)
Un cadáver no sepultado recibía el nombre, en hebreo, de met mitzva,
es decir, "cadáver que es una obligación religiosa".
Se concedía al entierro una importancia tal, que incluso un sumo sacerdote
u otra persona santificada (cohén, por ejemplo), o un nazir, debía
proceder a ello con sus propias manos si no encontraba a nadie disponible, de
no ser él, y aunque a todos estos personajes les estuviera prohibido
mancillarse con el contacto de un cadáver. (Talmud: Sifré Números,
26, 9ª.)
Y, a este respecto, al "retrato" de Jesús puede añadirse
este rasgo, que lo sitúa una vez más en una perspectiva nueva.
Conocemos todo el respeto que se debía a los padres en la religión
judía. El quinto mandamiento, dictado por Yavé a Moisés
en el Sinaí, decía:
"Honra a tu padre y a tu madre, y así tendrás larga vida
sobre la tierra que Yavé, tu dios, te concede..." (Éxodo,
20, 12.)
Y poseemos fragmentos del Talmud, muy explícitos a este respecto. Pues
bien, no sólo Jesús no siente respeto por los padres en vida,
sino que tampoco lo siente cuando están muertos. Júzguenlo:
"Otro discípulo le dijo: "Señor, permíteme ir
primero a sepultar a mi padre". Pero Jesús le respondió:
"Sigúeme, y deja a los muertos sepultar a sus muertos"."
(Mateo, 8, 21.)
Así pues, para Jesús, aquellos que, piadosamente, procedían
a los funerales y al entierro decoroso del cadáver de su padre o de su
madre, aquellos eran "muertos" espirituales. Para ser, a sus ojos,
un discípulo celoso había que dejar el cadáver de su padre
descomponerse lentamente en la casa familiar.
Pero el destino le devolvería duramente el golpe, ya que, mucho más
tarde, el emperador Juliano mandaría abrir, cerca de Sebasta, aquella
tumba en la que reposaba el cuerpo de aquel al que él llama "el
muerto", "al que los judíos adoran como un dios", del
"que pretenden que resucitó", y haría quemar sus restos
y dispersar sus cenizas al viento.
De que se trataba realmente de la tumba de Jesús, conocido como tal en
aquella misma época, en el año 362, nos basta como prueba el texto
del Contra Celso, atribuido falsamente a Orígenes.
Decimos falsamente, y vamos a probarlo:
Existe un Discurso Verdadero, que todavía se denomina Contra los Cristianos,
y que tiene como autor a un tal Celso. La historia conoce a tres:
1. Celsus Cornelius Aulus, médico y erudito, que vivía bajo el
reinado de Augusto, es decir, del año 31 antes de Jesucristo al 14 de
nuestra era. Evidentemente, no se trata de éste.
2. Celsus, filósofo epicúreo (y no platónico), que vivía
en Roma bajo los Antoninos, y al que la Iglesia atribuye el Discurso Verdadero.
Habría redactado este texto hacia el año 180, y entre el 246 y
el 250 Orígenes lo habría refutado en su Contra Celso.
3. Celsus, amigo del emperador Juliano, su compañero de estudios en las
escuelas de Atenas, alumno, amigo, admirador de Liba-nius, y a quien Juliano
nombró gobernador de las provincias de Capadocia, y Cilicia, y pretor
de Bitinia. Él es el autor del terrible Discurso Verdadero.
Lo citan Amiano Marcelino, Libanius y, en nuestra época, el escritor
católico Paúl Allard en su obra Julien.
Si el Discurso Verdadero tenía como autor al precedente, si fue escrito
en el año 180, ¿cómo es que los cristianos esperaron setenta
años para responder a él? ¿Por qué los escritores
cristianos de finales del siglo II y comienzos del III no hablan de él?
Porfirio, Melitón -obispo de Sardes-, Apolinar de Hierápolis,
Atenágoras y Arísti-des ignoran ese escandaloso libro. ¿Por
qué?
Porque fue escrito, para justificar lo que había decidido el emperador
Juliano, por su amigo, el tercer Celso. Y no fue Orígenes (muerto en
el año 254) quien le respondió con el Contra Celso, sino un autor
anónimo, que se ha convenido en llamar el pseudo Orígenes. Y la
prueba reside en este pasaje:
"Creed que aquel de quien os hablo es realmente el Hijo de Dios, aunque
haya sido atado vergonzosamente, y sometido al suplicio más infamante,
y aunque, recientemente, haya sido tratado con la última ignominia..."
(Pseudo Orígenes, Contra Celso.)
Ese "recientemente" designa evidentemente la apertura de la tumba
que estaba cerca de Sebasta, en Samaría, y la incineración del
esqueleto, mezclado con esqueletos de animales, y luego la dispersión
de sus cenizas al viento. Ahora bien, esto tuvo lugar en agosto del año
362, por orden del emperador Juliano.
Así pues, la tumba de Sebasta, abierta en aquella época, no era
en modo alguno la tumba del Bautista (como hemos demostrado en el capítulo
13), sino la tumba de Jesús, ya que Juan el Bautista no fue sometido
al "suplicio más infamante" (la cruz), pues tuvo la muerte
honrosa de la decapitación, reservada habitualmente a los ciudadanos
romanos. Y tampoco se sostuvo jamás que fuera el "Hijo de Dios",
título reservado a Jesús por sus seguidores.
Por último, y siguiendo con el tema de la existencia de un cadáver,
que justifica la de una tumba, tenemos todavía un testimonio que data
de los primeros años del siglo v, del año 408 al 411.
Juliano, obispo de Halicamaso, durante una correspondencia que mantuvo con Severo,
obispo de Antioquía, y durante tres años, sostuvo la teoría
de la incorruptibilidad absoluta y permanente del cuerpo de Jesús.
En cambio, para Severo de Antioquía ese cuerpo había sido corruptible
como todos los cuerpos humanos, y eso hasta que fue a sentarse a la diestra
de su Padre, al cielo, es decir, hasta la Ascensión.
Severo veía claramente el peligro de la doctrina de Juliano de Halicamaso.
Si el cuerpo de Jesús había sido siempre incorruptible, no habría
podido sufrir, ni ser herido por la flagelación, por el suplicio de la
cruz, por la lanzada final. Y entonces todo eso no había sido sino apariencia,
ilusión. Juliano de Halicarnaso se acercaba al docetismo y al marcionismo
en sus excesos doctrinales. Además, si el cuerpo de Jesús había
sido incorruptible desde su formación no habría existido resurreción
en el sentido exacto del término, ni encarnación en el sentido
humano de la palabra.
Severo tenía un argumento que, para él, era válido. Si
se había tomado la precaución de envolver el cadáver de
Jesús con mirra y áloes antiputrefactantes, era que se temía
la corrupción natural, común a todos los humanos.
Pero de toda esa discusión sutil entre nuestros dos obispos resulta que
el problema que seguía planteándose a principios del siglo quinto
era saber si el cadáver de Jesús, en su tumba, había esperado
o no a su ascensión para tornarse incorruptible.
Pues bien, semejante discusión establecía forzosamente (y de forma
imperativa teniendo en cuenta la autoridad espiritual de esos participantes)
la existencia de un cadáver de Jesús... Y en aquella época,
los escribas anónimos que redactaban los manuscritos de los nuevos Evangelios,
en griego (que, por cierto, son los únicos que han llegado hasta nosotros),
afirmaban ya que los discípulos o las santas mujeres habían encontrado
el sepulcro vacio, y que ya no estaba allí el cadáver de Jesús,
pero el sudario y los lienzos se habían encontrado, plegados separadamente.
Y unos ángeles se habían hecho responsables de ello.
La Iglesia, al ver venir el peligro, reaccionó inmediatamente a su manera.
Las cartas de Juliano de Halicamaso y de Severo de Antioquía, las copias
que se habían hecho de ellas y que circulaban por ahí, todo ello
debía ser quemado por los cristianos en cuanto cayera en sus manos, pero
sin enterarse de lo que decían, so pena de excomunión mayor.'
Pero la verdad histórica velaba. Y no todo se perdió. Lo que quedó
ha sido publicado y ya no corre el riesgo de ser destruido.
En el Atlas biblique pour tous, del padre Lúe H. Grollenberg (Ed. Sequoia,
París-Bruselas, 1965, con imprimatur del 8 de marzo de 1960), leemos
lo siguiente en la página 177:
"En 1952 fueron descubiertos en el monte de los Olivos, cerca del "Dominus
Flevit", unos emplazamientos de tumbas de contemporáneos de Cristo,
una parte de los cuales reproducimos aquí (foto en la página 41);
en ellos se encontraron gran número de osarios, es decir, de pequeños
cofres que contenían los huesos de los muertos que, previamente, habían
estado sepultados en las cámaras funerarias. A menudo está escrito
sobre ellos el nombre del difunto, a veces en griego, y a veces en arameo. En
el monte de los Olivos se encontraron, entre otros, los de Jairo, Marta, María,
Simón Bar Jona, Jesús, Salomé, Filón de Cirene."
De esos descubrimientos pueden sacarse diversas conclusiones, en función
de tres hipótesis:
a) Si los osarios son falsos, es que fueron fabricados en una época en
que presentaban interés. No podía tratarse sino de atraer a los
peregrinos, y esto nos daría la época más lejana, es decir,
mediados del siglo IV todo lo más, bajo el reinado de Constantino. Ahora
bien, si se presentaba a los peregrinos un cofre de piedra que hubiera contenido
los huesos de Jesús, eso significaría que la leyenda de la resurrección,
con "desaparición" del cadáver y la pretendida tumba
vacía, todavía no había sido elaborada. Y esto confirmaría
el valor de la discusión entre Juliano de Halicamaso y Severo de Antioquía,
obispos en el año 402. Y también que en esa época se admitía
que Simón-Pedro, el "barjonna", había muerto en el año
47 en Jerusalén, y no en el 67 en Roma.
b) Si los osarios son auténticos, es más grave todavía.
Eso significaría que Jesús murió y fue inhumado como todos
los hombres, que no hubo resurrección, volatilización ni transubstanciación
de su cuerpo carnal, dado que los huesos fueron conservados, según la
costumbre judaica, mucho tiempo después de haberlos sacado de la tumba
inicial. La misma observación es válida en lo que respecta al
cadáver de Simón-Pedro.
c) El Jesús cuyo osario se encontró no es Cristo. En este caso,
¿de qué Jesús se trataba? ¿Cómo imaginar
que todos los otros personajes pertenecieran al entorno, e incluso a la familia,
del Jesús oficial, y que mezclaran allí con ellos a un Jesús
extraño? Suponiendo que se tratara de otro Jesús de la misma familia,
ello confirmaría la tesis del hermano gemelo, del taoma. Y entonces no
habría nada ya de la concepción milagrosa del hijo único
de Dios por obra del Espíritu Santo...
Conclusiones todas ellas en las que el padre Grollenberg no pensó cuando
reveló su descubrimiento.
23.- Apariciones y Ascensión de Jesús
"Leí, comprendí, rechacé.
JULIANO, emperador
Es evidente que si, en el año 362, los cristianos iban todavía
a adorar, cerca de Sebasta, en Samaria, el cuerpo de Jesús, era que la
creencia en una "Ascensión" corporal, en carne y hueso, no
había sido elaborada aún. Lo que imaginaban fácilmente
era que su espíritu y su alma, asociados en una forma evanescente, habían
ascendido al Pleromio, para ocupar allí su lugar a la derecha de Dios.
Esta opinión no excluía el culto que pudiera rendirse a los restos
corporales de Jesús, en una tumba muy material. Y la discusión
de Juliano de Halicarnaso y de Severo de Antioquía, obispos de lo más
regulares, lo demuestra de forma indiscutible.
No fue hasta mucho después de la profanación de la tumba por orden
del emperador Juliano, y después de la destrucción de los restos
de Jesús, cuando se elaboró la leyenda de la ascensión
corporal, en carne y hueso. Pero como entonces no existían los medios
necesarios para poder sincronizarlo todo cuidadosamente, las fuertes contradicciones
en que incurrieron opusieron definitivamente a los redactores anónimos.
Por ejemplo, según Lucas, discípulo de Pablo, que redactó
el libro de los Hechos de los Apóstoles (1, 1 a 11), Jesús permaneció
cuarenta días en compañía de sus discípulos, después
de su desaparición del sepulcro. Esa larga permanencia es incompatible
con las apariciones o materializaciones que enumera Pablo en su Primera Epístola
a los Corintios (15, 3 a 11). Ahora bien, las epístolas de Pablo son
anteriores, evidentemente, a la redacción de los Hechos por su secretario,
Lucas.
Por otra parte, el relato de los hechos no concuerda tampoco con el del evangelio
redactado por el mismo Lucas (24, 50-53), que también le precede. Según
Lucas, Jesús condujo a los once discípulos a Betania, cerca de
Jerusalén, el mismo día de su resurreción, o todo lo más
tarde al día siguiente o al otro, y los abandonó para subir a
los cielos.
Otros textos cristianos contradicen también la tesis de la prolongada
permanencia de la que hablan los Hechos. Así, en la Epístola de
Bernabé (primer cuarto del siglo n), la Ascensión siguió
inmediatamente a la Resurrección. Júzguenlo:
"No son los sabbats actuales los que rne gustan, sino aquel que hice y
en el cual, poniendo fin al universo, inauguraré el octavo día,
es decir, otro mundo. Por eso celebramos con gozo el octavo día, en que
Jesús resucitó, y en que, después de haberse manifestado,
subió a los cielos..." (Epístola de Bernabé, 10, 8-9.)
En el Evangelio de Pedro, el ángel dice a María de Magdala y sus
amigas, que acababan de constatar que la piedra había sido desplazada
y que la tumba estaba vacía: ""¿Por qué habéis
venido? ¿A quién buscáis? ¿No será a aquel
que fue crucificado? Ha resucitado y se ha ido. Si no lo creéis, inclinaos
y ved el lugar donde había sido depositado; no está, porque ha
resucitado, y se ha ido al lugar de donde había sido enviado..."
Entonces las mujeres, asustadas, huyeron..." (Evangelio de Pedro, 56-57.)
Tertuliano, por su parte, está en posesión de una tradición
todavía diferente: "Después de dos días, al tercero,
en que resucitó gloriosamente de la tierra, fue recibido en el cielo,
de donde venía..."
Otro texto, igual de antiguo, la Epístola Apostolorum (62, 51), hace
coincidir, en el mismo día. Resurrección y Ascensión. En
esta epístola Jesús, después de haber dado las últimas
instrucciones a los suyos, les dice: ""He aquí que después
de tres días y tres horas Aquel que me ha enviado vendrá para
que me vaya con Él..." Y en cuanto hubo pronunciado esas palabras,
retumbó el trueno, la tierra tembló, y una nube arrebató
a Jesús..." (Epístola de los Apóstoles, 62,51.)
Hay un hecho patente: en el siglo II la Iglesia no celebraba más que
la Pascua y Pentencostés, pero no la Ascensión. Lo que prueba
que, para el mundo cristiano de entonces, Pascua (la Resurrección) coincidía
con la Ascensión.
A finales del siglo IV, la iglesia de Jerusalén celebra la Ascensión
cincuenta días después de Pascua, es decir, el día de Pentecostés.
Y en la misma época, san Paulino sólo menciona como grandes fiestas
cristianas Navidad, la Epifanía, Pascua y Pentecostés.
Por lo tanto, a principios del siglo v, y por consiguiente después de
la discusión de Juliano de Halicarnaso y Severo de Antioquía,
y después de la decisión brutal de la Iglesia de hacer destruir
todo rastro de dicha controversia, será cuando Juan Crisóstomo
(muerto en el año 405), y Agustín (muerto en el año 430)
podrán aportarnos los rastros de una Ascensión, festejada y celebrada
cuarenta días después de la resurrección de Pascua, como
en la actualidad.
Es una lástima que Juliano el Apóstata mandara destruir el cadáver
de Jesús en Samaría, en agosto del año 362, pues de lo
contrario la Iglesia no se hubiera atrevido a ir tan lejos en la construcción
del mito.
Nos encontramos pues ante varias afirmaciones diferentes en cuanto a la duración
del período en que Jesús, resucitado, se apareció a sus
discípulos y a las mujeres que le seguían:
a) un día, según Lucas en su evangelio (24, 1 a 53);
b) un día, según Pedro (evangelio, 56-57);
c) un día, según Tertuliano (160-240);
d) un día, según la Epístola Apostolorum (62, 51);
e) ocho días, según la Epístola de Bernabé (10,
8-9);
f) cuarenta días, según Lucas en sus Hechos de los Apóstoles
(1,3).
En Mateo, el período en cuestión no está determinado, pero
puede deducirse del lapso de tiempo necesario para ir de Jerusalén a
Galilea, donde Jesús había dado cita a sus discípulos (28,
10). Eso representa, aproximadamente, 150 kilómetros por la vía
romana de la época. Es decir, tres días de camino. Maleo sería,
pues, partidario de tres días. Marcos tiende a dar el mismo lapso de
tiempo que Lucas en su evangelio, es decir, de un día todo lo más.
Juan (20 y 21) tendería a limitar el mismo período a nueve o diez
días.
De todas esas falaces contradicciones resulta, no obstante, que el tiempo que
se dice que Jesús se apareció de improviso a sus discípulos
fue muy corto.
Pero todavía hay otras más sorprendentes aún. Porque existen
dos tradiciones referentes al lugar en que se produjeron dichas apariciones
de Jesús.
Las apariciones en Galilea corresponden en la tradición común
a Mareo y a Marcos (excepto la parte apócrifa, que todo el mundo reconoce
como tal, después de 16, 8), al apéndice de Juan, representado
por todo su capítulo 21, asimismo apócrifo, y al Evangelio de
Pedro.
Las apariciones en Judea, por su parte, corresponden a Lucas, a Marcos en su
final apócrifo (16, 9 a 20), y a Juan, exceptuando su apéndice
(21 completo).
Resulta que tenemos los testimonios de los discípulos directos de Jesús
(Mateo, Marcos y Juan), y de un discípulo directo de Pablo, que es Lucas,
y no están de acuerdo, al menos en el caso de los tres primeros, en lo
referente a la provincia en que obtuvieron esa confirmación pasmosa de
la resurrección de su maestro. Convendremos en que esa contradicción
es cuando menos incomprensible. Porque, a fin de cuentas, si para volver a verle
tuvieron que recorrer como mínimo 150 kilómetros a pie para llegar
hasta Galilea, ese hecho no es como para olvidarlo, ni para confundirlo con
una aparición sobre el terreno, en la misma Jerusalén...
Todas esas contradicciones fueron la obra ulterior de escribas anónimos,
empeñados en redactar unos textos que necesariamente debían elaborar
la leyenda de la resurrección de Jesús y hacer olvidar que era
el hermano gemelo, el taoma (en hebreo: gemelo) convertido en Tomás (apóstol
que jamás existió bajo dicho nombre, que no es hebreo), que había
sido el comparsa, el "barón" de esta superchería. Cosa
que vamos a estudiar ahora.
Jesús tenía un hermano gemelo. Hemos encontrado el texto cop-to
del siglo IV, el célebre Evangelio de Bartolomé, en el cual le
saluda así: "Salud a ti, mi gemelo, segundo cristo..." Y fue
ese gemelo el autor de las pseudo apariciones.
Peor aún, las pseudo y escasísimas "apariciones" se
revestían de un sorprendente lujo de precauciones.
Así, por ejemplo, mandó decir a sus discípulos que, para
constatar su triunfo, hicieran más de cien kilómetros a pie, para
ir hasta Galilea, donde se ignoraba todavía su muerte a manos de los
romanos, y así le era posible manifestarse sin correr el riesgo de ser
detenido de nuevo.
Y esta consigna la expresa de manera harto curiosa, en boca de uno de los ángeles
que esperan, en su lugar, en el sepulcro, la llegada de las mujeres:
"Id a decir a sus discípulos y a Pedro que os precederá a
Galilea. Allí es donde le veréis, tal como os ha dicho..."
(Marcos, 16,7.)
¿El les precederá? ¿De manera que también él
hará el camino a pie? Si ha resucitado, si está dotado a partir
de aquel momento de un cuerpo glorioso, el famoso "cuerpo de resurrección"
de los teólogos, vive ya en otra dimensión, y entonces se desplaza
casi instantáneamente.
Por otra parte, al abandonar el sepulcro, en Jerusalén, abandonó
su sudario y los lienzos que lo completaban. De modo que Jesús está,
entonces, completamente desnudo. Y se plantea un problema muy importante, que
jamás ha sido abordado, que nosotros sepamos, por la crítica liberal.
Ese "cuerpo" nuevo, de tres dimensiones, que no es sino la "espiritualización"
del antiguo, pero que no obstante le permite comer, beber, respirar (cosa que
un espectro no haría), ese "cuerpo" perfecto, ¿cómo
va vestido? ¿Se fue Jesús de la sepultura totalmente desnudo,
o los dos ángeles le llevaron ropas conforme a la ley judía? ¿Le
dieron un cuffieh para la cabeza, una túnica de lino, un manto adornado
en sus ángulos con las borlas rituales, dos cinturones, uno de cuero
y el otro de lana, y para los pies sandalias?
¿O debemos admitir que el "cuerpo glorioso" exteriorizaba por
sí mismo un "simulacro" de vestidura destinado a velar el citado
"cuerpo glorioso"? En caso afirmativo, esta explicación contradice
al principio de "restitución" del privilegio adámico
inicial, ya que el Génesis nos dice: "El hombre y la mujer estaban
desnudos, pero no sentían vergüenza alguna". (Génesis,
2, 25.) Y si el Cristo glorioso se hallaba en la obligación de vestirse,
era que todavía no había recuperado todos los privilegios de Adán.
Además, en el exterior reviste otro aspecto, no le reconocen. Así,
por ejemplo, en el huerto, delante de la tumba vacía, María de
Magdala lo toma por el hortelano (Juan, 20, 15). En el camino de Emaús
aborda a dos de sus discípulos, habla con ellos largo rato mientras camina
a su lado, y éstos tampoco le reconocen. Y no se da a conocer hasta que
no se encuentran en el interior de la casa.
La razón de todas esas precauciones es fácilmente comprensible.
El gemelo, el misterioso taoma, se parece a Jesús igual que un gemelo
se parece a otro. Si se mostrara a cara descubierta, él, que siempre
se había mantenido apartado, sería reconocido, tanto entre los
judíos como entre los legionarios romanos, que lo detendrían de
nuevo, y entonces ya no habría posibilidad de ningún "milagro".
En cuanto a presentarse como triunfador "postumo" ante Pilatos, He-rodes
o Caifas, ¡todavía menos! Por otra parte, nuestro gemelo circula
disfrazado, y ésa es la razón por la cual, en el exterior, tanto
en el huerto como en el camino, ni María de Magdala ni los discípulos
que se dirigían a Emaús lo reconocieron. Pero en el interior era
distinto, allí estaba a cubierto.
En lo que respecta a sus "desapariciones" repentinas, no es necesario
para eso atravesar murallas. Lo que se pone en el vino de la copa común,
el "bang", que utilizan frecuentemente los narradores anónimos
de las Mil y una noches para turbar y luego adormecer al héroe de sus
cuentos, ese "bang" es perfectamente conocido en Palestina y en todo
el Oriente Medio, en aquella época. Y, en su defecto, un fakir podría
hacer uso de su poder hipnótico, simplemente.
Pero este papel es muy peligroso. De modo que se abreviará la permanencia
del pseudo Jesús resucitado. Y rápidamente, en pocos días,
nuestro gemelo organizará su "ascensión", con la ayuda
de los comparsas habituales: Pedro, Santiago y Juan. Y los "quinientos
hermanos" cuyo testimonio evoca Pablo (Primera Epístola a los Corintios,
15, 6) quedan deslumhrados, y con razón, puesto que, una vez más,
se hace uso de la pirotecnia de la época. Y así nuestros Evangelios
podrán afirmar que "una nube lo sustrajo a su vista".
Pero el lector se preguntará qué se hizo de aquel gemelo después
de la comedia de la resurrección.
Pensamos que muy hábilmente, y como ya hemos señalado anteriormente,
se utilizó una estratagema para hacerle franquear las fronteras de Palestina,
sin correr el riesgo de que fuera detenido. Efectivamente, en el segundo fragmento
del Evangelio de Bartolomé se relata una escena harto extraña.
Se desarrolla después de la resurrección de Jesús, y se
dice que éste vendió a Tomás a un mercader de esclavos:
"Kepha (Pedro) dijo al mercader: "Éste es nuestro señor,
ven a hablar con él de aquello en lo que tú consientes".
"Entonces el mercader dijo a Jesús: "Salud, hombre poderoso
y venerable, pareces un hombre importante y bien nacido".
"Y el mercader miró el rostro de Tomás. Lo encontró
más maduro que Mateo. Dijo: "Recibe el precio de éste, y
dámelo..." Jesús le dijo: "Dame tantas libras de oro
por él". Y el mercader consintió. Dijo a Jesús: "Escríbeme
la venta". Jesús escribió: "Reconozco vender a mi hombre..."."
El fragmento acaba ahí. Es evidente que no es Jesús resucitado
quien vende a Tomás, recibe a cambio "x" libras de oro y redacta
el acta de venta. Pero es muy posible que fuera Simón-Pedro, con el asentimiento
del misterioso taoma.
Porque los esclavos no tenían existencia legal. No eran más que
bienes propios, al mismo título que animales domésticos, ganado,
aves de corral, etc. El mercader o el amo, al pasar la frontera, declararían
sólo tantos esclavos varones y tantas esclavas hembras, y pagarían
el peaje proporcional a esa verdadera fortuna viviente y móvil, sin más.
Pero esos seres no poseían ya ninguna identidad civil. Como Nerón
no había abolido todavía las crueles costumbres antiguas, el mercader
o el amo teman derecho de vida y muerte sobre sus esclavos; y si estaban enfermos
los podían abandonar al borde del camino, o echarlos fuera de la ciudad.
Pero a cambio de esto el taoma podrá pasar tranquilamente las fronteras
de las tetrarquías, sin tropiezos, y sin nada que temer. Después,
si tema valor para ello (y a los zelotas eso era algo que no les faltaba), se
escaparía, a pesar de los terribles castigos reservados a los esclavos
fugitivos y capturados. Y aún le quedaría otra posibilidad: la
de que un judío de su secta lo comprara, a su vez, en su lugar de destino,
si la comunidad zelota de allí había podido ser prevenida. Y eso
no era en modo alguno imposible.
Observaremos, por cierto, que la sustitución del misterioso gemelo permitía
obtener "apariciones" de un Jesús de tres dimensiones, que
comía y bebía (y con razón), cosa que, efectivamente, un
fantasma no habría podido realizar. Porque el hecho de comer y deglutir
sobreentienden la existencia de órganos de digestión, y éstos
implican órganos de evacuación.
Pues bien, después de la supuesta "ascensión" de Jesús
al cielo, ya no hay más apariciones, o, mejor dicho, "materializaciones"
en tres dimensiones.
Una vez desaparecido el taoma misterioso, cesan los prodigios de ese tipo. Cuando
Saulo, en el camino a Damasco, pretende haber oído la voz de Jesús,
que salía de una gran luz, no hay ninguna materialización en tres
dimensiones.
Y en la continuación de la historia del cristianismo, las muy escasas
apariciones de Jesús a extáticos o a místicos en trance
siempre son subjetivas. A veces tienen lugar en sueños. Nunca más
se verá aparecer a Jesús, sentarse a una mesa, comer y beber,
hacer tocar sus manos y sus pies. Y es fácil comprender por qué.
Sin duda, los ritos y el culto cristiano durante tantos siglos han constituido
una forma-pensamiento, un egregore, que poco a poco ha revestido el tamaño,
el rostro, la juventud del Jesús ideal, imaginado por las multitudes
creyentes. Y ese Jesús egregórico no se parece en nada al Jesús
histórico analizado en esta obra, eso es bien evidente. Puede incluso
ser visto por algunos extáticos dotados de clarividencia. Como forma-pensamiento,
poderoso aglomerado psicomagnético como todos los egregores, puede reaccionar
y manifestarse. La metapsíquica posee en este campo una experiencia y
unas constataciones ya tan antiguas como inexplicables.
Pero dichas manifestaciones, que pertenecen a una "dimensión"
muy mal conocida de nuestro universo, no proceden en absoluto de las realidades
contingentes. Y cuando leemos, de la pluma de Louis-Claude de Saint-Martin,
que los Reales-Cruces, último grado de los Elegidos-Cohén, evocaban
en el curso de ceremonias mágico-teúrgicas a aquel a quien denominaban
el "Reparador", el sentido común se subleva. Porque si Jesús
es realmente el Logos Creador, si es el Hijo del Altísimo, ¿cómo
imaginar que obedezca a encantamientos, a llamadas y a fumigaciones, y que observe
dócilmente todo lo sagrado de los círculos evocatorios?
Por el contrario, si no existe en esa otra misteriosa "dimensión"
sino un simple egregore, una forma-pensamiento lentamente constituida en el
curso de los siglos por la piedad de millones de creyentes, entonces la realización
de tales fenómenos ocultos es muy posible, porque lo que los discípulos
de Martínez de Pasqually creían materializar y hacer actuar en
el curso de sus evocaciones no era otra cosa que eso. Magnetizada por las técnicas
rituales de la teurgia martinezista, la forma-pensamiento se hada perceptible
a los operadores, tanto más cuanto que en los últimos grados de
los Elegidos-Cohén las fumigaciones rituales se completaban con potentes
alucinógenos, como el datura, la adormidera negra y la adormidera blanca.
El manuscrito de la Instrucción secreta de los Reales-Cruces está
ahí para probarlo.
Por último, y en lo que concierne a la pseudo ascensión de Jesús,
las múltiples contradicciones de los Evangelios canónicos le retiran
toda plausibilidad. Júzguenlo:
1. Para Mateo (28, 16-20), Jesús deja a sus discípulos en Galilea,
en la montaña. Y no se habla de ninguna ascensión.
2. Para Marcos (16, 6-20), se trata de una cita en Galilea, y hay una ascensión,
pero no se nos dice dónde.
3. Para Lucas (24, 50-53), hay una ascensión, pero esta vez tiene lugar
en Betania (Judea), cerca de Jerusalén.
4. Para Juan (21, 1-25), Jesús deja a sus discípulos en Galilea,
pero no en la montaña, sino al bajar de la barca de pesca de Simón-Pedro,
a orillas del mar de Tiberíades, y no se habla de ninguna ascensión.
Pues bien, entre la ascensión en Betania y la ascensión en el
Tiberíades o en la montaña (de Gamala), hay 110 kilómetros
a vuelo de pájaro, y unos 150 por carretera.
¿Cómo imaginar que los apóstoles no hubieran podido acordarse
del lugar exacto donde se separó de ellos Jesús, después
de semejante caminata a pie? ¿Cómo imaginar que dos de los cuatro
evangelistas olvidaran tal prodigio: la ascensión de Jesús por
los aires, delante de ellos?
Por lo tanto los hechos no debieron producirse como se nos cuenta, de forma
tan contradictoria e incoherente. Si aún lo dudáramos, bastaría
con revisar un versículo de Mateo que suena un poco raro: "Los once
discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había
indicado, y, viéndole, se postraron, aunque algunos vacilaron. Y, acercándose
Jesús, les dijo..." (Mateo, 28,16-17.)
Y el relato acaba con la promesa que les hace: "Yo estaré con vosotros
siempre, hasta la consumación del mundo..."
Así pues, al verle a plena luz, en la cima de la montaña, por
respeto hacia su rey legítimo se posternan. Pero, no obstante, le miran
muy discretamente, y lo que ven les inspira dudas. No es exactamente el Jesús
habitual, hay diferencias; el maquillaje de las pseudo llagas no es perfecto;
algunos estigmas de la pasión están ausentes; o quizás
el gemelo no es un sosias exacto.
De donde esa duda discreta, esa reticencia cortés, pero significativa.
24.- La Redención
"Yo quiero piedad, y no sacrificios, y el conocimiento de Dios, más
que holocaustos, dijo el Eterno..."
OSEAS, 6, 6
Víctor Hugo planteó bastante bien el problema: "La Redención
es Dios-Justo haciendo sufrir a Dios-Inocente para desagraviar a Dios-Bueno..."
Algo así como si un profesor indulgente, harto de castigar a alumnos
insolentes y alborotadores, y desconsolado por esa causa, un buen día
administrara delante de ellos una corrección magistral al único
alumno respetuoso y dócil, a fin de poder levantar, a continuación,
todos los castigos a los alumnos malos, hilarantes ante dicho espectáculo.
Pero, argüirá el lector creyente, es Dios mismo quien, en su amor
infinito, sustituye al hombre, se sacrifica y sufre en su lugar. Está
bien, admitámoslo. Entonces será a sí mismo a quien el
bondadoso profesor administrará la corrección, ante los ojos y
el enorme regocijo de los malos alumnos, que estarán desternillándose
de risa.
Plantear este problema significa ya por sí solo señalar sus inverosimilitudes.
La noción de la caída de las almas y de su elevación hacia
la Fuente Primera era ignorada por el judaismo clásico, y en especial
por los saduceos. Esta noción era propia de la gnosis alejandrina, y
parece ser que después se filtró a los esenianos.
La elevación hacia el Pleromio, a través de las esferas y a pesar
de los arcontes dependía de un ritual de forma teúrgica y de una
ascesis. Y era obra del alma misma, ayudada por el cuerpo, cierto, pero de hecho
sólo de ella. En ningún caso un sacrificio humano sangriento podía
liberar a la comunidad humana en su totalidad. Hubiera sido indigno del Dios
Supremo exigir un acto así de bárbaro, y hubiera sido injusto
en grado extremo liberar a aquellos que no habían hecho nada por ello,
y, lo que era peor, que no les importaba tampoco lo más mínimo.
Los profetas de Israel habían expresado con bastante claridad esta noción.
Júzguenlo:
Veamos primero un fragmento del Deuteronomio, resultante de las consignas dadas
por Dios mismo a Moisés, en la cumbre del Sinaí, según
la tradición del Antiguo Testamento. Nos parece extravagante negarle
a éste una importancia capital. Entre Dios hablando, según se
nos dice, a Moisés, y las extrapolaciones de Pablo en sus epístolas,
hay un considerable margen. Veamos ese pasaje:
"Los padres no morirán a causa de los hijos, ni los hijos morirán
a causa de los padres: cada uno morirá sólo por su propio pecado..."
(Deuteronomio, 24, 16.)
Veamos ahora lo que dice Jeremías:
"En aquellos días no se dirá ya: "Los padres comieron
uva agria y por eso los hijos tuvieron dentera". Porque, ciertamente, cada
uno morirá por su iniquidad. Aquel que haya comido la uva agria será
el que tendrá dentera..." (Jeremías, 31, 29-30.)
"¡Señor! Tú eres grande en consejo y poderoso en obras,
tú, cuyos ojos están abiertos sobre todos los caminos de los mortales,
para dar a cada uno según su conducta y según el mérito
de sus acciones..." (Jeremías, 32, 19.)
Veamos ahora Ezequiel:
"La palabra de Yavé me fue dirigida en estos términos: "¿Qué
tenéis que vais repitiendo por el país de Israel esta sentencia
mordaz: 'Los padres han comido uva agria y por eso los hijos tienen dentera?"
[...] No debe encontrarse ninguno más entre vosotros, en Israel, que
repita ese proverbio.
"[...] Morirá la persona que peca, y sólo ella. Un hijo no
debe pagar nada de la iniquidad de su padre, ni un padre pagará nada
de la iniquidad de su hijo. Sobre el justo estará su justicia, y sobre
el malvado, su maldad.
"Y el propio malvado, si se enmienda, observa mis leyes y practica la justicia
y el derecho, permanecerá con vida, no morirá. [...] Si el justo
descuida la justicia y obra la iniquidad, imitando todas las abominaciones que
comete el impío, ¿vivirá? Todas las obras justas que ha
realizado serán olvidadas; morirá por la infidelidad y sus pecados.
[...]
"Por eso juzgaré a cada uno de vosotros según su propia conducta..."
(Ezequiel, 18, 1-3, 20-22, 24,30.)
En cuanto al Nuevo Testamento, observaremos que la propia patrología
lo confiesa: el pecado original, que no se halla en el Símbolo llamado
de los Apóstoles, tan sospechoso también de inau-tenticidad, no
fue enseñado por los Padres sino de viva voz, y no en sus escritos. Por
mucho que lo busquemos en los Evangelios, no lo encontraremos. Jesús
vino exclusivamente a salvar a los hombres de sus propios pecados, y éstos
deben redimir sólo estos últimos. El único pasaje que san
Agustín encuentra en todos los Evangelios que pueda servirle para citarlo
en apoyo de su opinión personal sobre el tema (cf. Contra Julianum) es
un versículo de Lucas, de lo más equívoco y ambiguo:
"El hijo del hombre ha venido a buscar y salvar a los que estaban perdidos..."
(Lucas, 19, 10.)
No se nos precisa el motivo de dicha perdición, ni su naturaleza: individual
o colectiva.
Pues bien, lo que ignoramos con demasiada frecuencia es que el propio Jesús
jamás pretendió lo contrario. Jamás se presentó
como objeto de un holocausto expiatorio stricto sensu. Jamás declaró
que su muerte dolorosa tendría como efecto liberar las almas de las garras
del demonio. Que el lector se tome la molestia de releer atentamente todas las
palabras que ponen en boca de Jesús los anónimos redactores del
siglo iv, y podrá constatar este hecho de manera absoluta.
Indudablemente, en varias ocasiones hace alusión a una muerte próxima,
y de forma violenta, y dolorosa en grado sumo. Parece ser que obtuvo confirmación
de ella tras la evocación del Tabor, en que Moisés y Elias le
revelaron su cercano fin. Pero ¿qué había en ello de extraño?
Había heredado la responsabilidad del movimiento ze-lota, lo había
conducido, gobernado, y, por ese hecho, era buscado por los romanos por rebelión
a mano armada (la orden que dio a los discípulos de vender, si era necesario,
parte de sus ropas para procurarse espadas, en Lucas, 22, 37 y 49, es una prueba).
Por consiguiente, no cabía duda sobre cuál iba a ser su suerte.
Como todos los otros jefes zelotas anteriores capturados por Roma -su abuelo
Ezequías, su padre Judas de Gamala-, lo que le esperaba era la crucifixión,
con la flagelación preliminar, tal como estaba prescrito por la ley romana.
Pero Jesús no asociaría jamás ese fin a la noción
de sacrificio liberador de la raza humana. Y menos aún dado que era racista
totalmente, y se interesaba única y exclusivamente por los hijos de Israel,
y nada más. A lo largo de las Escrituras sus propias palabras son suficientemente
explícitas (ya las hemos citado, y no volveremos a repetirlas).
Y fue como mínimo quince años después de su ejecución
cuando un hombre, que jamás lo había conocido en vida, un hombre
llamado Saulo, y más tarde Pablo, imaginaría la asociación
simbólica de dicha muerte con la de las víctimas animales sacrificadas
cada día en el altar del Templo de Jerusalén.
Sin duda se nos presentará, como objeción, las palabras que pronunció
durante la Cena: "El que no coma de mi carne y beba de mi sangre, no tendrá
la vida eterna..." Pero esta frase está sacada de una liturgia que,
en la época de Jesús, se remontaba ya a catorce siglos atrás.
Es la de los fíeles de Mithra: "Quien no coma de mi carne y beba
de mi sangre, no vivirá..."
Esta constatación enfurecería a Tertuliano, en el siglo ni, y
para salir airoso el célebre fanático afirmaría que eso
era una estratagema del Diablo, que, habiéndose enterado por su presciencia
de los futuros detalles de la Cena, se había apresurado a establecer,
mucho tiempo antes, una imitación de esas palabras. Lamentable explicación.
Lo que es cierto es que la Cena primitiva no se pareció en nada a una
misa de hoy, ni en su forma ni en su espíritu. Y lo que es probable es
que fueran los escribas anónimos del siglo IV quienes introdujeron la
frase tomada de la liturgia de Mithra, y justo en una época en la que
este culto había quedado definitivamente proscrito, so pena de muerte,
en una época en la que el populacho fanático e ignorante, seguro
de su impunidad, y si era necesario alentado por los poderes públicos,
saqueaba y llenaba de basuras los santuarios de Mithra, cuando no añadía
también los cadáveres de los sacerdotes de Mithra salvajemente
asesinados, para profanarlos mejor. Los descubrimientos de las excavaciones
están ahí, para probarlo. ¿Hay que recordar el linchamiento
de la pitagórica Hypathia, en el año 415, en Alejandría?
Así pues, la noción de un Jesús calmando con sus sufrimientos,
libremente aceptados, la cólera de su Padre celestial (es decir, de sí
mismo, ya que le es consubstancial y coeterno), apareció con el tiempo,
y se impuso gracias a este último, como un hecho consumado, a pesar de
su carácter totalmente irracional, y teológicamente insostenible.
Está, además, desprovista de toda lógica, en contradicción
con las Escrituras del Nuevo Testamento, que nos afirman que liberó en
una sola vez la totalidad de las almas pasadas, presentes y futuras. Por otra
parte, cada una de esas almas debe ganarse, ella misma, su propia salvación
individual, si no quiere condenarse. Algo así como si un regimiento amotinado
obtuviera una amnistía general, pero que al mismo tiempo todos y cada
uno de los soldados que lo constituía tuvieran que comparecer delante
del consejo de guerra para ser allí de nuevo juzgados individualmente.
Vemos hasta qué punto la gnosis, operativa y ascética, de las
antiguas escuelas alejandrinas estaba alejada de esa noción de una única
y exclusiva víctima expiatoria, propia del cristianismo ordinario, al
condicionar la salvación del alma al acceso progresivo a las esferas
superiores, tanto por medio de la teurgia como de la ascesis, esta última
a la vez física y moral, sin omitir la unión de esta alma con
un daimon parearos, es decir, con una chispa divina individualizada. Porque:
"Si tú estás hecho de Vida y de Luz, y lo sabes, volverás
un día a la Vida y a la Luz...", nos dice Hermes Trismegisto.
Queda la noción de un pseudo "hijo" de la Divinidad, una especie
de dios segundo, que habría recibido de ésta el gobierno general
de la Creación, después de haber sido su Autor directo. Lo que
da a entender que el Dios Supremo no puede hacerlo todo por sí mismo,
que necesita un colaborador.
Ahora bien, nos parece muy difícil presentarse como el salvador de Israel,
anunciado por los últimos profetas manifestados, identificándose
con el Dios Supremo, con el Eterno al que todos invocan.
Porque los diversos salvadores y liberadores del pueblo elegido tuvieron cada
uno de ellos su anunciador, y no hubo un solo salvador de Israel, sino muchos,
de Moisés a Zorobabel, pasando por Josué, David, etc. Así
pues, por el hecho de que las sagradas escrituras mencionen periódicamente
la venida de uno de esos liberadores, no habrá que imaginar que el último
sea necesariamente un avatar de la Divinidad Suprema. En el espíritu
de los profetas, esos salvadores no son sino hombres predestinados, y nada más.
¿Habrá que admitir que Jesús fue uno de ellos? Imposible,
puesto que no liberó a Israel de la tiranía romana ni de los reyezuelos
idumeos; más bien al contrario, su venida coincidió con la disgregación
progresiva, que acabó por la dispersión general, después
de la destrucción de Jerusalén.
Por otra parte, nos parece impensable el hecho de apelar sin cesar al Antiguo
Testamento y a sus profetas cuando, por pretender reiteradamente su propia divinización,
se convierte de modo permanente en su desmentida. Porque, sin la garantía
del Antiguo Testamento, ¿cómo justificar el Nuevo Testamento?
Pues bien, el evangelio atribuido a Juan, y que es en realidad un ensamblaje
de textos cristiano-gnósticos, que eran a su vez malos plagios del Corpus
Hermeticum, ese evangelio nos afirma esto:
"Al Principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo era dios..."
(Juan, 1,1.)
Observamos que el texto griego original establece una diferencia entre "el
Dios" (se sobreentiende "supremo"), y "un dios", calificativo
que muestra así el carácter inferior y subordinado del segundo.
En las lenguas vulgares modernas no se puede plasmar esa diferencia si no es
mediante el uso de una mayúscula y de una minúscula.
Sea lo que fuere, dado que los cristianos pretenden justificar su religión
por el hecho de que ésta constituiría la realización del
Antiguo Testamento, veamos unos textos que lo desmienten categóricamente,
con antelación:
"Sabed que soy Yo quien soy Dios, y que fuera de mí no hay otro
Dios..." (Deuteronomio, 32, 39.)
"Antes de Mí no fue hecho ningún Dios, y después de
Mí no habrá ningún otro..." (Isaías, 43, 10.)
"Yo, Yo soy Yavé, fuera de mí no existe ningún salvador..."
(Isaías, 43, 11.)
"Soy Yo, Yo quien borra tus culpas, por Mi amor, y entonces no me acordaré
más de tus pecados..." (Isaías, 43, 25.)
"Así dice Yavé, vuestro redentor..." (Isaías,
43, 14.)
"Nuestro redentor, el que se llama Yavé de los Ejércitos..."
(Isaías, 47, 4.)
"Entonces todos sabrán que Yo soy Yavé, tu salvador, y tu
redentor, el Fuerte de Jacob." (Isaías, 49, 26.)
Hemos subrayado al principio de este capítulo el carácter totalmente
irracional de esta "redención", tal como nos la presentan,
para cualquier persona sensata.
Acabamos de demostrar que, a pesar de las numerosas afirmaciones llenas de audacia,
ni siquiera se adecuaba al Antiguo Testamento.
Si añadimos a esto el poco caso que Jesús y los suyos hacían
de las prescripciones rituales, esa diferencia se agrava todavía más,
y nos parece más presuntuoso todavía afirmar que el Nuevo Testamento
no es sino la realización del Antiguo.
25.- La ejecución de Judas
"No hay que hacer sufrir a los envidiosos o a los que nos lo parecen. Hay
un cierto tipo de desesperación que se manifiesta en una forma de la
envidia y que merece piedad..."
MAURICE MAGRE, L'Amour et la Haine
En los diferentes versículos de los Evangelios en los que se menciona
a Judas Iscariote, se le llama hijo de Simón. Ese Simón tiene
a veces su nombre completado con un sobrenombre; le llaman el Cananeo o el Cananita,
por ser de Cana. Pero en hebreo Kana significa celo, fanatismo, intransigencia.
También se le llama el Zelota. Y en griego violes significa asimismo
celoso, fanático. También se le llama Iscariote, como a su hijo.
Y la versión bíblica católica de Lemaistre de Sacy, en
su índice onomástico, nos precisa que dicho término significa
"criminal" en hebreo. Así pues, eso nos decide: Simón,
el padre de Judas Iscariote, es un sicario, uno de esos terroristas del integrismo
judío de la época, y sobre los cuales Flavio Josefo nos proporciona
numerosos detalles en sus Guerras de Judea y en sus Antigüedades judaicas.
Pero ¿ese Simón es el mismo que el Simón Kepha, es decir,
Si-món-Pedro, de los Evangelios? Casi seguro que sí. Hay una relación
evidente entre el sobrenombre de Kepha y el carácter despiadado propio
del sicario, porque kepha significa "punta de roca", aguja de piedra,
en hebreo. Es ése el término utilizado por Jeremías (4,
29):
"Trepan sobre las rocas", y por Job (30, 6): "Viven en las cuevas
de la tierra y en las puntas de las rocas..."
Pero hay un pasaje del Evangelio de Juan que lo precisa de forma aún
más categórica:
"Y dijo Jesús a los Doce: "¿Queréis iros vosotros
también?" Respondióle Simón-Pedro: "Señor,
¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida eterna,
y nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Ungido, el santo
de Dios". Respondióle Jesús: "¿No he elegido
yo a los Doce? ¡Y uno de vosotros es un Diablo!" Hablaba de Judas
Iscariote, hijo de Simón, porque era él, uno de los Doce, quien
había de entregarle..." (Juan, 6, 67-71.)
En esos versículos se habla de Simón-Pedro, y cuando se precisa
quién es el padre de Judas, se le presenta como tal, no se trata de ningún
otro Simón. El Cananeo, el Zelota, el Iscariote, siempre es el mismo.
Lo que confirma que no hubo doce discípulos en el estado mayor mesianista,
sino sólo ocho, o quizás incluso siete nada más. Pero volvamos
a Judas.
Leemos lo siguiente en Mateo, y únicamente en su evangelio:
"Viendo entonces Judas, el que le había entregado, cómo era
condenado, se arrepintió y devolvió las treinta monedas de plata
a los príncipes de los sacerdotes y a los ancianos, diciendo: "He
pecado, entregando sangre inocente". Dijeron ellos: "¿Qué
nos importa? Allá tú". Y arrojando las monedas de plata en
el Templo, se retiró y fue a ahorcarse..." (Mateo, 27, 3-5.)
En los Hechos encontramos otros detalles, pero éstos mucho más
curiosos:
"...acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús,
y era contado entre nosotros, habiendo tenido parte en este ministerio. Éste,
pues, adquirió un campo con el salario de su iniquidad, y habiendo caído
de cabeza, reventó por medio y se derramaron todas sus entrañas..."
(Hechos, 1,16-18.)
En primer lugar observaremos que, en Mateo (27, 7), se nos había precisado
que, con las treinta monedas de plata arrojadas por Judas en el Templo, los
sacerdotes habían comprado un campo a un alfarero. En los Hechos lo había
comprado el propio Judas, que luego murió de un accidente, en el curso
del cual sus entrañas se desparramaron.
Pero, ¿cómo quedamos? ¿Se ahorcó o murió
accidentalmente? Vamos a responder a esto: ni lo uno ni lo otro. Judas fue ejecutado
como traidor, según un ritual perfectamente judaico, aunque muy particular.
Había traicionado a la causa sagrada del mesianismo, había entregado
a manos de los romanos al rey de Israel, al Hijo de David, al Ungido, había
guiado a aquéllos hasta el refugio secreto del monte de los Olivos, el
lugar donde se encontraba la prensa de aceite que le había dado nombre:
Getsemaní. Él había sido el causante de la derrota final,
del fracaso de todo lo que se había preparado; juzgúese:
En Juan leemos esto, que es muy claro:
"Judas, el que había de traicionarle, conocía también
el sitio, porque Jesús y sus discípulos a menudo se reunían
allí." (Juan, 18,2.)
De modo que, cuando Jesús, a pesar de su cansancio, abandonaba por las
noches Jerusalén para, en los primeros tiempos, ir a dormir a Betania,
a casa de Simón el Leproso, en la morada de Lázaro, de Marta y
de María, Getsemaní es el lugar secreto de reunión. Más
adelante, cuando Betania será conocida y no pueda ya salir a dormir fuera
de Jerusalén, bajo riesgo de ser capturado de noche, será a Getsemaní
a donde Jesús irá a dormir. Hasta el día en que Judas revelará
ese escondrijo. Continuemos:
"Judas, pues, habiéndose puesto en cabeza de la cohorte, y de los
alguaciles enviados por los sumos sacerdotes y por los fariseos, vino allí
con linternas, antorchas y armas..." (Juan, 18, 3.)
"La cohorte, pues, el tribuno y los alguaciles de los judíos prendieron
entonces a Jesús y le ataron..." (Juan, 18,12.)
Sin duda el texto griego inicial emplea la palabra griega quiliarca (chiliarcos),
y los historiadores oficiales, por prudencia, quisieron hacer de él un
oficial subalterno, al mando de un pequeño destacamento. Pero un quiliarca
mandaba a mil hombres, un "millar", y por eso, para obtener una correspondencia
jerárquica exacta, fue por lo que san Jerónimo, en su Vulgata,
tradujo muy correcta e inteligentemente quiliarca por tribuno.
A esas seis centurias de veteranos, al mando de un tribuno con rango de cónsul,
el Sanedrín, para demostrar su "colaboración" leal,
no podía por menos que enviar un refuerzo de unos doscientos soldados
del Templo. La proporción nos parece correcta. Esta milicia del Templo
tenía su arsenal en el recinto de éste. Allí estaban depositadas
las armas de guerra propiamente dichas: arcos, flechas, dardos, lanzas, escudos.
Para la simple vigilancia del Templo y de sus naves y recintos, los elementos
en servicio disponían de una espada y de un garrote, la terrible cachiporra
de todo el Oriente Medio.
Pero el hecho de mencionar (Juan, 18, 3) que esa tropa fue allí con armas
escapó en toda su importancia al escriba oficial del siglo IV. Porque
esa precaución que él revela, a pesar suyo, demuestra claramente
que la pretendida "detención" no fue ni más ni menos
que una verdadera expedición. El tribuno de las cohortes, magistrado
militar con rango de cónsul, no se desplaza con una decuria por escolta.
Y no va a efectuar un simple arresto en compañía de un grupito
de cabos de varas. Eso habría sido algo así como si el comisario
general de policía fuera a detener en persona a un delincuente común
en un pequeño coche patrulla.
Por lo tanto, fue para guiar a los romanos, y sólo a ellos, para lo que
Judas se puso en cabeza del pequeño ejército de 800 hombres que
se dispone, de noche, a rodear el monte de los Olivos. Y ése será
su crimen, inexplicable a los ojos de todos los demás: haber entregado
al rey legítimo de Israel, al Ungido, al Hijo de David, no a una secta
rival como era el judaismo oficial, sino a los romanos, a los aborrecidos ocupantes.
Volvamos al texto de Juan:
"Los judíos le buscaban durante la Fiesta (de los Tabernáculos)
y decían: "¿Dónde está?" Y había
entre la muchedumbre gran murmureo acerca de él. Unos decían:
"Es hombre de bien". Mas otros decían: "No, embauca al
pueblo". Sin embargo, nadie hablaba libremente de él, por temor
a los judíos." (Juan, 7, 11-13.)
¿Qué significa eso? Nada serio.
Pero si sustituimos "los judíos" por "los romanos"
todo está clarísimo. Y se comprende por qué Judas se pondrá
en cabeza de la cohorte para mostrarles por fin aquel al que buscan desde hace
tanto tiempo: a Jesús, jefe de la Revolución judía del
año 33...
Porque es evidente que los judíos, por su parte, conocían perfectamente
a Jesús. Él mismo lo proclama: "Todos los días me
sentaba en el Templo para enseñar, y no me prendisteis..." (Mateo,
26, 55.) Sí así era, ¿de dónde íbamos a sacar
que lo andaban buscando?
Pero los romanos, en cambio, no le conocían. Al mantenerse aparte de
la vida judía, no podían, en su calidad de gentiles, penetrar
más allá del recinto reservado a éstos en el Templo. No
podían tener acceso a la nave en la que, cada día, los judíos
podían escuchar a Jesús predicando la restauración del
Reino de Dios, ese reino en el que, según la doctrina de su padre. Judas
de Gamala, no habría sino un solo amo, un solo rey, el dios de Israel,
Yavé. Y esa doctrina la predicaba también él, a su vez:
"...uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos..."
(Mateo, 23, 8,)
Es muy probable que, al abandonar el Templo, por la noche, lo hiciera mezclado
con la muchedumbre que bajaba de las cinco naves superpuestas, y, por prudencia,
rodeado por los suyos, por su guardia, como siempre. Quizá llevaba incluso
una de esas máscaras de yeso, pintadas y con postizos, de las que nos
habla Luciano de Samóstata, y que utilizará su hermano gemelo.
La exigüidad de su estatura le ayuda a pasar todavía más
desapercibido, y así los legionarios romanos estarán mucho tiempo
sin poder identificarlo. Será necesaria, por último, la traición
de su sobrino. Judas Iscariote, para señalarlo formalmente, en los Olivos,
al tribuno y a la cohorte de veteranos que habían rodeado el monte.
Porque únicamente los centinelas que, de lo alto de la ciudadela Antonia,
vigilaban de lejos el Templo, estaban en condiciones de observar, desde hacía
largo tiempo, agrupaciones considerables y sospechosas en la nave de los hombres.
"Subleva al pueblo...", le reprocharían los sanedritas (Lucas,
23, 5 y 14). Pero, por orden de Roma, Pilatos no habría podido enviar
allí a nadie, porque a cualquier espía no judío le habría
dado muerte la milicia del Templo, sin que Roma pudiera hacer nada por evitarlo.
De todos modos, fue por eso por lo que Judas Iscariote, para darlo por fin a
conocer a los romanos, se puso en cabeza de la cohorte, quizá llevando
él mismo de las riendas el caballo del tribuno.
Y esta traición los sicarios no se la perdonarían.
Afirmar que Judas fue ejecutado por los discípulos no dejará de
suscitar numerosas protestas. ¿Cómo suponer que esos hombres melenudos
y barbudos, andrajosos e iluminados, todo dulzura y perdón, se erigieran
en justicieros? Es que la prensa, el cine, la radio, la televisión, nos
han acostumbrado a un modelo especial de "cristiano". Y ese "modelo"
no concuerda con la verdad histórica.
¿Cómo hacer coincidir a ese tipo de iluminado inofensivo con el
del sicario descrito por Flavio Josefo? La respuesta es muy sencilla. Basta
con recordar esa hipocresía pasmosa con la que se nos intenta hacer creer
que fue el Espíritu Santo quien cegó a Elymasbar-Jesús
en Pafos, y no Pablo y sus compañeros; que fue el Espíritu Santo
el que mató a Ananías y a su esposa Safira, en Jerusalén,
y no Simón-Pedro y sus jóvenes; que fue el'Espíritu Santo
quien paralizó a la hija de Simón, pedida en matrimonio por un
noble romano, y no el propio Simón; que fue el Espíritu Santo
quien incendió Roma, como había sido anunciado en el Apocalipsis
(¡y tardaba un poco!); y que también fue, una vez más, el
Espíritu Santo quien incendió Bizancio la noche en que Juan Crisóstomo,
exiliado por orden de la emperatriz Eudoxia, abandonó, loco de cólera,
dicha ciudad.
Y, no obstante. Judas fue ejecutado y no se suicidó. Vamos ahora a proporcionar
las pruebas:
Sabemos que los miembros de las corporaciones judaicas, tanto talladores de
piedra como carpinteros, no frecuentaban las sinagogas ordinarias: poseían
las suyas propias (cf. Gérard Nahon: Les hébreux). Eso indica
que poseían tradiciones quizá particulares, o al menos en algunos
campos.
Quizá Simón llevaba el sobrenombre de "piedra" (mucho
antes del regreso de Jesús, como ya hemos visto) porque había
trabajado en canteras de piedra cerca de Cafarnaúm, donde se encontraba
su casa. (Marcos, 1,29.)
Esas tradiciones corporativas fueron pasando, sin que se sospechara su importancia,
por las corporaciones romanas y luego cristianas, hasta desembocar, a menudo
deformadas y degeneradas, a la masonería especulativa medieval. En el
siglo xvn, en Gran Bretaña, esta última dio nacimiento a la francmasonería
especulativa moderna.
Y vamos a descubrir, en el seno de sus tradiciones más secretas, un tipo
de ejecución del traidor que va a llevarnos de nuevo hasta Judas.
En efecto. Simón tenía su vivienda familiar en Cafarnaúm,
a la entrada del valle de Genezaret (Marcos, 1, 21 y 29). Pero más al
sur, entre Tiberíades y Séforis, existen varios kilómetros
de cavernas que fueron explotadas como canteras. En la época de Jesús,
los proscritos, los rebeldes, los malhechores y los canaítas o zelotas,
encontraban allí un refugio seguro contra la policía de Heredes
o la romana. Algunos conseguían caer en el olvido. Y el rabino Simeón-bar-Jokai,
de quien la tradición dice que fue quien dictó el Zohar a sus
discípulos, vivió allí durante dieciséis años.
Simón, llamado "la piedra", al habitar en esa región
donde las canteras de piedra tenían tanta importancia, quizá debía
a ellas su sobrenombre, o quizás incluso era también "Simón
el Cantero".
En 1746, Carlos Eduardo Estuardo, pretendiente al trono de Inglaterra, hijo
de Jaime Estuardo y nieto de Jaime II, fue vencido en Culloden (Escocia) por
el duque de Cumberland, tercer hijo de Jorge II, y príncipe de la casa
de Orange.
Los historiadores han descrito abundantemente las atrocidades de las tropas
inglesas para con las tropas escocesas, y el duque de Cumberland entró
en la Historia con las manos más ensangrentadas que un carnicero de bajos
instintos.
Los jefes de la tentativa jacobita comparecieron ante la Cámara de los
Pares. Los más importantes, Kilmarnock y Balmerino, fueron castigados
más severamente. La sentencia habitual que se aplicaba a los traidores,
a los desleales, a los rebeldes, decía:
"Seréis colgados por el cuello, pero no hasta que os sobrevenga
la muerte, porque deberéis ser abiertos vivos. Vuestras entrañas
serán arrancadas, luego quemadas ante vuestros ojos. Vuestras cabezas
serán a continuación separadas de vuestros cuerpos, cortados en
cuatro partes que se pondrán a disposición del rey."
El rey Jorge II, por vergüenza o por miedo, ante el siglo que le contemplaba
(porque estamos en el siglo xvill, Catalina de Rusia ha suprimido la tortura,
Voltaire está al acecho...), no se atrevió a hacer ejecutar esa
sentencia tan atroz, y los condenados fueron simplemente decapitados.
Pues bien, todos eran masones, pero masones de esa francmasonería jacobita
de obediencia católica, y que se insertaba desde hacía siglos
en la masonería operativa de Escocia. Su jefe era el gran maestre Charles
Radclyffe, lord Derwentwater. Pero frente a ellos se erguía la recién
llegada francmasonería inglesa de obediencia protestante, nacida en Londres
en 1715. Y como en el caso de Cazotte, se trató del proceso a francmasones
juzgados por francmasones. Hubo una traición de la que no se habló
oficialmente, la que habían cometido los masones jacobitas escoceses,
convertidos en soldados de los jesuítas. Y la sentencia primera fue la
que las tradiciones masónicas cuentan que fue aplicada a los asesinos
de Hiram. Véamosla:
En el ritual masónico del grado "Ilustre-Elegido de los Quince"
se encuentra la ejecución de los dos últimos asesinos de Hiram.
El primero había sido tratado en el grado precedente: "Maestro-Elegido
de los nueve", y la muerte de los dos últimos cierra el tema general
de la venganza. Veamos el relato ritual:
"Seis meses después de la muerte de Hiram y de su asesino, Abyram
Akiroph, uno de los intendentes de Salomón, llamado Ben-Acar, al efectuar
una búsqueda por el país de Goth, tributario de Salomón,
se enteró de que Sterkin y Osterfult, los otros dos asesinos de Irma,
se habían refugiado allí, creyéndose a salvo. En cuanto
Salomón lo supo, escribió inmediatamente a Malla, rey de Goth,
y le hizo saber su deseo de castigar ese crimen.
"En consecuencia. Salomón eligió a quince de los más
dignos y más celosos maestres, entre los cuales se contaban los nueve
que habían ido en busca del primer asesino, Abyram Akiroph. Partieron
el 15 del mes de Tammuz y llegaron el 28 del mismo mes al país de Goth
Entregaron la carta de Salomón a Malla, rey del país, quien, asustado
por esta noticia, dio de inmediato las órdenes pertinentes para que se
buscara a esos dos bandidos y fueran entregados a los israelitas, sintiéndose
muy feliz de desembarazar a sus Estados de semejantes monstruos.
"Se emplearon cinco días en llevar a cabo las más exactas
pesquisas. Por último, dos de los "Quince" fueron los primeros
que descubrieron a los dos asesinos de Hiram en una caverna denominada "Bendicar".
Fueron encadenados juntos y cargados de pesadas placas, sobre las que se grabó
el crimen del que se les hacía culpables y el tipo de castigo que les
estaba reservado.
"Llegaron a Jerusalén el 15 del mes siguiente, y fueron conducidos
ante Salomón quien, después de haberles reprochado la negra fechoría
de la que eran culpables, ordenó que les llevaran a la torre de Achyar,
hasta el momento de su ejecución.
"A1 día siguiente, hacia las diez de la mañana, fueron colgados
a un poste por el cuello, con los brazos y las piernas atados por detrás.
Su cuerpo fue abierto crucialmente, desde el pecho hasta el pubis. Permanecieron
en este estado durante ocho horas. Lentamente las entrañas fueron descendiendo,
los insectos y las moscas se hartaron con su sangre y con el jugo de sus visceras.
"Sus gritos y sus gemidos eran tan lamentables, que conmovieron incluso
el corazón de los verdugos. De modo que les cortaron la cabeza y arrojaron
sus cuerpos por encima de las murallas de Jerusalén, donde sirvieron
de pasto a los cuervos y a los animales salvajes."
Dejemos los detalles de esta historia, sin fundamento histórico seguro.
Constatemos simplemente que, por el canal de las corporaciones judaicas, por
el de la famosa "ruta del estaño", una tradición judicial
concerniente al castigo de los traidores, rebeldes a su soberano, pasó,
del Israel antiguo y de sus corporaciones, a la Escocia medieval, en sus corporaciones.
Esta tradición implica que el traidor a su rey, colgado por el cuello
a un poste, con los brazos y piernas atados por detrás, con lo que el
cuerpo quedaba vuelto hacia abajo, era a continuación rajado por el vientre,
a fin de que las entrañas escaparan por allí, por su propio peso,
lentamente.
Pues bien, si damos crédito a Mateo y a los Hechos, Judas Iscariote murió
colgado y perdiendo sus entrañas. No son ésas unas operaciones
que pueda realizar fácilmente un solo hombre. Le ayudaron. Y ahí
no vacilamos en reconocer la mano de los sicarios una vez más. Porque
los Hechos contradicen a Mateo en la tesis del suicidio. Un hombre que compra
un campo con el beneficio de una operación, aunque sea delictiva, no
se abre las entrañas accidentalmente, sin que le ayuden. Y si además
se cuelga, todavía menos. Así pues, Juda-bar-Simón, llamado
Iscariote, hijo de Simón-Pedro, sobrino de Jesús, nieto de María,
fue ejecutado por los discípulos, lisa y llanamente.
Pero el lector creyente dirá: ¿qué prueba que los apóstoles
y los discípulos tomaran parte (o incluso ejecutaran) en un crimen tan
salvaje, sea cual fuere su carácter justiciero? Si ha quedado bien probado
que se trató de un rito de venganza muy preciso, si se ha demostrado
que ese rito era el propio de los miembros de las corporaciones judaicas, quedaría
aún por demostrar que los apóstoles eran miembros de éstas.
Hemos previsto esta objeción, y tiene respuesta.
En los mismos Hechos de Tomás, citados en el capítulo 6 con referencia
al misterioso gemelo de Jesús, cuando Tomás, alias Judas, es vendido
a un mercader de esclavos (ya hemos explicado por qué), el citado Tomás,
para estar bien seguro de que el comerciante lo compra, precisa que posee un
oficio, cosa que, en el caso de un esclavo, aumenta su valor. Y declara ser
carpintero, como su hermano gemelo Jesús, que sabía tallar columnas,
mármol, piedra, etc. Es, por lo tanto, carpintero y cantero, y sabemos
que esos dos oficios, en Judea, no constituían sino una sola y única
corporación.
Conclusión: Jesús no fue "oficialmente" sólo
carpintero, sino también cantero, dado que era la misma corporación.
Sin duda nunca practicó mucho esas dos profesiones. Pero oficialmente
lo era. Y como en Israel todo hombre debe poseer un oficio, eso constituye para
él una justificación civil.
Por otra parte, igual que en la antigua Francia y en toda la vieja Europa, el
hijo debe permanecer en la corporación de su padre. No puede salirse
de ella (y tampoco tiene interés en hacerlo, puesto que hereda sus astucias
en el oficio, sus herramientas de trabajo, su reputación). De modo que
podemos sacar la conclusión de que su padre. Judas de Gamala, también
poseía oficialmente esa doble calificación. Y eso implica que
los hermanos de Jesús también la poseían. La pesca no era
sino un medio accidental de subsistencia, igual que la caza. (En nuestros días,
la caza o la pesca furtiva es un complemento alimentario para ciertos trabajadores
agrícolas.) Así pues. Simón debe su sobrenombre de "piedra"
a algún episodio de su vida obrera o a una identidad de carácter
con su propio oficio.
Y, nueva conclusión, si los jefes del movimiento zelota, Jesús
y sus hermanos, son miembros de la corporación de los carpinteros y canteros,
es probable que reclutaran a sus fieles en ese mismo medio. No olvidemos que
las corporaciones judaicas tenían sus sinagogas particulares, lo cual
implica que estaban "aparte" de la población judía corriente.
En hebreo eso constituía la clase de los "separados", De los
cuatro mil o cinco mil hombres que formaban la mano de obra de Jesús
(Mateo, 14, 21 y 15, 38), ¿cuántos pertenecían a dicha
corporación?
Y esa pertenencia a la corporación implica, en consecuencia, el uso de
un ritual concreto para la ejecución de un traidor, asesino de su señor.
Y por consiguiente fueron realmente los discípulos los autores de una
represión así de salvaje
La traición de Judas Iscariote y su ejecución por los otros miembros
del estado mayor de Jesús pesaron sobre el cargo de su padre, Simón,
a quien con toda seguridad le retiraron mucho de la confianza común.
Y, por cierto, ¿por qué confió Jesús su madre a
Juan, y no a sus otros hermanos, hijos de María al igual que él:
"Simón, Santiago y Judas..." (Mateo, 13, 55)? Porque al fin
comprendió la traición de los suyos; se habían deshecho
de él, y harían callar a Judas para que no quedara ninguna huella
de esta traición general. Recordemos que ya habían querido encerrarlo
como loco (Marcos, 3, 21). Sus familiares habían ido para eso.
Pretender, por otra parte, que Judas traicionó a su tío y su rey
por treinta monedas de plata es una explicación que carece de valor.
Judas era ladrón (Juan, 12, 6), sin duda de profesión; era un
salteador de caminos, como la mayoría de los sicarios, según dicen
los Evangelios. "Como guardaba la bolsa, robaba lo que se metía
dentro de ella." (Juan, 12, 6.) Hubiera podido continuar así todavía
durante mucho tiempo, porque esa bolsa se llenaba a la medida de sus necesidades.
Si traicionó fue, sin duda, por dos razones.
La primera fue que Jesús probablemente había efectuado una especie
de reconversión del movimiento después de la evocación
del Tabor. Una entidad misteriosa había tomado posesión de él.
O una evolución interior le había conducido a rechazar esa guerra
despiadada y sin cuartel, donde todo estaba perdido de antemano, frente a la
potencia de Roma. O bien había envejecido ("próximo a la
vejez", nos dice san Ireneo), y ya no tenía más esperanza.
En cambio Judas era joven, y ni el odio a los romanos ni las locas esperanzas
habían muerto en su corazón.
La segunda fue que, al ser hijo de Simón, el cual era hermano de Jesús,
tras la designación de su padre como sucesor del Hijo de David, la realeza
teórica de Israel pasaba a su descendencia. Él, Judas, ladronzuelo
de los caminos, sicario sin celebridad, se convertía, a la muerte de
su padre, en el jefe del mesianismo judío. Y ya a la muerte de su tío.
Jesús, se convertía en el "delfín".
¿Por qué Simón rondaba solo después de la detención
de Jesús, lo más cerca posible del lugar de la audiencia judicial?
¿Era por fidelidad (su triple negación lo hace poner en duda),
o por temor a que Jesús fuera finalmente liberado y regresara a pedir
cuentas a Simón, y a su hijo Judas?
Quizá no fue necesario nada más para decidir suprimir a este último
(con beneficios además, ya que, con seguridad, a la cabeza de Jesús
los romanos le habían puesto precio, y la cantidad debió de ser
bastante superior a treinta dinares), quizá no necesitó de nada
más para decidir la supresión de ese jefe que había entrado
en la desviación doctrinal y táctica.
¿Pensaría también en suprimir a Simón, su padre,
más adelante? No es improbable. Las Antigüedades judaicas y las
Guerras deJudea relatan esos odios familiares sin piedad, en el seno de las
familias dinásticas del Oriente Medio. Sea lo que fuere, la espantosa
muerte de Judas Iscariote no indignó a su padre Simón, sino que
dejó que se hiciera lo que, a los ojos de todos, era un acto de justicia,
si no lo aprobó también él.
Pero no se acabaron ahí las consecuencias de los sucesos relacionados
con la muerte de Jesús.
He conservado para el final del capítulo el texto de un documento esencial
para mi tesis: Judas Iscariote ejecutado como castigo a su traición.
Ese texto parece demostrar que volvió contra él a todo el estado
mayor de Jesús, sin duda con su padre incluido. Porque ¿acaso
al actuar así no había puesto en peligro a todos los discípulos,
que pudieron ser apresados por los romanos? En todo caso, veamos el texto. Está
sacado del Evangelio de Bartolomé, apócrifo copto del siglo V,
y figura en su primer fragmento:
"Y Jesús se volvió entonces hacia el hombre que le había
entregado, es decir, hacia Judas Iscariote. Y le dijo: "¿En qué
te has beneficiado, Judas, por haberme entregado?... Yo he sufrido todos los
dolores por salvar a una criatura, pero tú Judas, ¡ay de ti!...
¡Doble anatema sobre ti! ¡Que la maldición caiga sobre ti!...""
"Porque la herencia de Judas es con el Diablo... Se ha borrado su nombre
del Libro de la Vida. Se ha quitado su destino de entre el número de
los vivos... Se ha destruido su panegírico, se ha lacerado su estrella...
Satanás ha recibido su juicio con él, cuando se va, despreciado
por todos. Le han quitado su episcopado. Le han robado su corona. Unos extraños
se han apoderado de sus penas. Se ha revestido de maldición. Ha sido
impurificado como el agua corrompida. Le han robado sus vestiduras de gloria.
Han apagado la llama de su astro. Han dejado su casa desierta. Sus días
han sido abreviados. Su vida ha terminado. La paz se ha alejado de él.
El dolor ha venido a su encuentro. Las tinieblas le han invadido. El gusano
lo ha heredado. Lo han cubierto de podredumbre. Los ángeles que siguen
al Señor lo han rechazado...
"Ésas son las cosas que el Salvador dijo sobre Judas, que estaba
en el fondo del Amenti. Entonces el Salvador resucitó de entre los muertos
al tercer día..." (Evangelio de Bartolomé, primer fragmento.)
De ese texto se desprende una especie de excomunión (análoga,
sin duda, al terrible herem judaico, figura que precedió a la ulterior
excomunión romana), que fue lanzada contra él, y que, para mayor
seguridad, fue seguida por la ejecución mediante ahorcamiento (rito judicial
regular de la ley judía), acompañada de la eventración
con la sica.
En ese texto vemos cómo la violencia aumenta de secuencia en secuencia,
y podemos seguir línea por línea la exaltación del odio
del que habla, objeto perseguido a fin de conferir mayor fuerza a este extraño
texto. Pero también encontramos en él la confesión implícita
de la ejecución de Judas. Hay que ser tan ciego como el infortunado Elymas-bar-Jesus
en Paros, para no constatarlo. En cuanto a los "ángeles" de
los últimos versículos (ángelus en latín, aggelos
en griego, significan mensajero), en ellos veremos simplemente a "enviados",
elegidos para esta tarea vengativa.
Falta la fecha de la ejecución de Judas. Podemos situarla, en virtud
mismo del texto, en los tres días siguientes a la muerte de Jesús,
de lo que da fe la última frase.
Parece ser que la esposa de Judas, que según otro evangelio apócrifo
era la nodriza del hijo de José de Arimatea, también fue suprimida.
Por eso es por lo que el texto dice que su casa quedó desierta, o mejor
aún: "Han dejado su casa desierta". Por consiguiente, no dejaron
allí a ningún ser viviente. Pero como se nos precisa que su mujer
amamantaba al hijo de José de Arimatea, eso prueba que acababa de ser
madre. Por lo tanto deducimos que el hijo de Judas y de su esposa debió
perecer también.
Aquí abrimos un paréntesis. El Evangelio de Bartolomé,
en uno de sus fragmentos, especifica que José de Arimatea fue a recoger
a su hijo a casa de Judas Iscariote después de ser apresado Jesús
en el monte de los Olivos. Pero, fiel a la tendencia a lo maravilloso de la
mayor parte de los apócrifos, cuenta que fue a petición del propio
niño, que no podía soportar la maldad de la mujer de Judas.
Un niño que mama todavía de su nodriza no tiene semejantes escrúpulos
de conciencia. No habla todavía, o apenas. Traduzcámoslo pues:
José de Arimatea, prevenido de lo que iba a pasar en casa de Judas, se
adelantó al grupo de sicarios designados por los discípulos para
hacer justicia al traidor y a los suyos, y llegó a tiempo para recoger,
antes de su llegada, a su propio hijo.
¿Cómo se llamaría el hijo de Judas Iscariote? Observaremos
que el Evangelio de Bartolomé lo presenta en masculino, por lo tanto
se trataba de un varón. El árbol genealógico de su padre
permite suponer que se llamaría Simón, en virtud de una especie
de costumbre familiar, que la genealogía permite constatar; existe un
ritmo en los nombres:
Ezequías-bar... Capturado y crucificado por orden de Herodes es padre de:
Judas-bar-Ezequías, alias Judas de Gamala, Judas de Galilea, Judas el Gaulanita, jefe de la Revolución del Censo, quien es padre de:
Simón-bar-Judas,
alias Simón-la-Piedra, Simón el Zelota, Simón el Cananeo,
Simón Iscariote, quien es padre de:
Judas-bar-Simón
alias Judas Iscariote, quien es padre de:
Simón-bar-Judas, el niño del que nos habla el Evangelio de Bartolomé,
hermano de leche del hijo de José de Arimatea, alias José del
recinto de los muertos, el sepulturero. Pero, recordémoslo, ese nombre
de Simón no es sino una suposición.
¿Cómo
murieron la esposa de Judas y su hijito? En primer lugar debemos recordar que
estamos tratando de tradicionalistas fanáticos, partidarios de esa "cuarta
secta" fundada por Judas de Gamala, y señalada por Flavio Josefo.
Son integristas puros.
Y partiendo de ese hecho podemos estar seguros de que también ahí,
en la ejecución de la joven esposa de Judas Iscariote y de su hijo, aplicaron
el "ritual" habitual en semejante circunstancia. Exactamente igual
que en el caso de Iscariote, ya que todo eso estaba destinado a servir de ejemplo.
Ese ritual estaba ya definido en los Salmos (69, versículos 26 y 109,
versículos 8 a 12). Ahí se prescribe que su morada quedará
desierta, y cáela en ruinas. Probablemente se llevarían a la mujer
y al niño, e incendiarían la casa.
¿Cómo debió perecer la esposa de Judas? Una frase de Jesús
nos pondrá sobre la pista, al evocar discretamente ciertas costumbres
del Oriente Medio:
"¡Ay entonces de las embarazadas y de las que estén criando
en aquellos días!..." (Lucas, 21, 23.)
El último caso es el de la joven esposa de Judas. En efecto, en el caso
de las primeras, cuando tenía lugar el saqueo de las ciudades ocupadas,
era costumbre general de todos los pueblos de esas regiones rajarles el vientre
desde el pubis al esternón, y luego partir en dos el útero.
En cuanto a las segundas, o bien hacían lo mismo, y al niño le
aplastaban la cabeza contra una pared, o lo arrojaban bajo la rueda de un carro,
o bien (si los vencedores tenían tiempo) lo machacaban en uno de aquellos
grandes morteros tan usuales en aquellas tierras. También se dio el caso
de adultos que fueron machacados en morteros de su tamaño. (// Reyes,
8, 12 y 15, 16; Amos, 1, 13; Isaías, 13, 16 y 14, 21; Nahum, 3, lü;
Oseas, 10, 14; 14, 1.) o bien utilizaron un medio empleado por los guerreros
de Antíoco IV, rey de Siria, llamado Epífano (el Ilustre), quien
entre el año 174 y el 164 antes de Cristo persiguió a Israel,
fue vencido por los macabeos, y murió loco furioso; ese método
consistía en colgar a los niños por el cuello de un cordón
atado al cuello de su madre, quien era ahorcada a su vez en su propia casa,
con el fin de hacerla definitivamente impura, debido a los cadáveres.
"Colgaban a los niños del cuello de sus madres en todas las casas
donde los encontraban..." (I Macabeos, 1,61.)
Esta crueldad no era nada extraña en Israel, y en el Antiguo Testamento
vemos cómo a los presuntos culpables se les da muerte junto con sus esposas,
hijos, servidores y esclavos, e incluso con sus animales domésticos,
ganado, etcétera.
Esa tradición persiste todavía en dichas regiones. Durante la
revolución egipcia, en El Cairo, cuando los sublevados invadieron el
palacio del ex rey Faruk, mataron a todos los animales domésticos que
la reina y el rey tenían para su solaz, y reventaron los ojos a los poneys
de las cuadras reales.
Si estuviéramos seguros de que Judas compró realmente el campo
con la recompensa que recibió por la captura de Jesús, podríamos
levantar otra hipótesis distinta a la señalada antes. Los apócrifos
nos muestran a su esposa reclamándole dinero sin cesar. Por ella se habría
convertido Judas en ladrón, a expensas de la bolsa común de todos
los discípulos. Era muy joven, evidentemente, y ella también.
Y entonces la compra de un campo, el hecho de residir en una casa en Jerusalén
(o cerca), y no ya en Galilea, en casa de su padre Simón, en Cafarnaúm,
mostraría a un Judas deseoso de liberarse del ambiente mesianista. Podríamos
entonces imaginar que entregó a su tío Jesús, "Hijo
de David", y rey de Israel, sólo para poner fin a una lucha terrible
y sin esperanzas, y para escapar por fin a ese papel de sicario y vivir a partir
de entonces una vida apacible, cultivando su campo y gozando de la vida familiar
por fin conseguida.
De todos modos, la llegada de los sicarios puso fin a su sueño, fuera
el que fuese, y la implacable venganza mesianista se cobró tres cadáveres
más.
26.- Jesús y las mujeres
"Todos aquellos que han llegado a los límites más extremos
de la voluptuosidad con la criatura más amada, han tenido la sensación
más o menos contusa de que rozaban algo divino, de que se acercaban al
mayor misterio del mundo..."
MAURICE MAGRE. L'Amour et la Haine
Hay un problema que raramente ha sido abordado por los historiadores más
liberales en sus estudios sobre Jesús, y es el de su vida de hombre.
Sea por timidez, por miedo a reacciones hostiles, o por ceguera dogmática
previa, lo cierto es que parece que el solo hecho de aludir a ello constituya
un escándalo.
Pero la religión judía hacía del matrimonio y de la procreación
legítima un deber que muy pocos israelitas se atrevían a desobedecer.
Sin duda se citará a los esenianos, pero Jesús no fue jamás
eseniano; su comportamiento verbal, el hecho de beber vino, de admitir los sacrificios
animales, su desprecio de la limpieza corporal, asi como el hecho de infringir
los usos más formales de la tradición mosaica en ciertos campos,
demuestran que nunca fue eseniano. Todo lo más, estamos casi seguros
de que fue miembro de aquel extremismo salido de esa secta, y que se convertiría,
como señala Dupont-Sommer, en la gran corriente política extremista
constituida por los zelotas.
Sobre el matrimonio necesario y obligatorio, citaremos la propia ley judía:
"El que no se casa, vive sin gozo, sin bendición y sin bien..."
(Talmud: Yebamoth, 62 b.)
"La casa de un hombre, es su esposa..." (Talmud: Yoma, 11.)
"Casad a vuestros hijos ahora que todavía los tenéis bajo
vuestra mano. De los dieciséis a los veintidós años, o
mejor aún, de los dieciocho a los veinticuatro..." (Talmud: Kidduchim,
30 a.)
Por regla general, el amor mutuo debe justificar el matrimonio, esa regla es
muy explícita. El matrimonio por interés, el efectuado entre esposos
mal avenidos, el matrimonio forzado, por causa de los padres, todos ellos están
condenados por la ley judía.
El divorcio se toleraba por causas graves, pero era deplorable:
"Quienquiera que repudie a su mujer en su juventud, el propio Altar derrama
lágrimas por ella. Porque Él (Dios) odia el repudio..." (Talmud:
Malachim, 2, 13s y 16.)
En principio, lo único que se admitía para justificar la repudiación
de una esposa era la infidelidad.
De todos modos, Jesús no se casó nunca. O al menos no ha quedado
ningún rastro de esa unión, si es que hubo una. Sin duda Juan,
el "discípulo bienamado", fue el único de todos que
se quedó soltero. Una tradición eclesiástica cuenta que,
a su muerte, se pudo constatar que sus órganos sexuales habían
permanecido como los de un niño de apenas seis años. Esto tendería
a representarlo como anormalmente constituido, dado que sexualmente era impotente.
Quizás era una tara congénita, o quizá fue consecuencia
de las prácticas mágico-psíquicas de las que trataremos
en seguida, pero, en todo caso, era una tara religiosa, que impedía cualquier
unión legal según la ley judía.
Si murió efectivamente en Éfeso en el año 96 de nuestra
era, debía tener unos treinta años en la época en que se
sitúa la ejecución de Jesús. Pero en su propio evangelio
hay un pasaje que suena un poco extraño, y ése es el único
evangelio que cita el hecho:
"Uno de sus discípulos, el amado de Jesús, estaba recostado
en el seno de Jesús. Simón-Pedro le hizo señal, diciéndole:
"Pregúntale de quién habla". Y este discípulo,
reclinándose sobre el pecho de Jesús, le dijo: "Señor,
¿quiénes?..."" (Juan, 13,23-25.)
En los banquetes antiguos, los hombres estaban reclinados en catres, y la esposa,
o la "compañera" del banquete, disponía de un asiento
a su lado, en el que se sentaba. En Grecia, a esas compañías ocasionales,
análogas a las geishas del Japón, se las llamaba "sombras".
El tipo superior era la hetaira, la "leona" de aquellos tiempos. Tan
sólo cuando se acercaba el final de la comida se tendían las mujeres
al lado de los hombres, y los servidores extendían coberturas sobre las
partes inferiores de los cuerpos.
Entre los judíos, la comida pascual se celebraba también así:
cada uno de los convidados debía tenderse "como un rey", y
toda la familia se encontraba presente, mujeres y niños incluidos. El
elevado carácter moral de esta comida pascual excluía, en cambio,
cualquier equívoco, cosa que, evidentemente, no solía suceder
siempre entre los griegos o los romanos.
Pero, cosa extraña, la Cena supuestamente pascual de Jesús y sus
discípulos no incluía a ninguno de los miembros de sus familias,
ni las esposas ni los hijos. Y por eso, precisamente, no era una comida pascual
ritual. Lo que demuestra que no fueron judíos los autores de los Evangelios
canónicos, sino griegos anónimos del siglo IV, que ignoraban las
costumbres judaicas, y quizás incluso aborrecían a las mujeres.
Pero cuando esto se vuelve ya más que sorprendente es cuando vemos que
un joven, que, como hemos visto, carecía de los caracteres viriles, se
recostaba sobre el seno de Jesús, que según san Ireneo contaba
ya cincuenta años, en lugar de la esposa ausente. El porqué de
esa extraña actitud permanece inexplicado, a menos que tengamos en cuenta
la acusación de homosexualidad sostenida recientemente por varios historiadores,
entre los cuales se cuenta un pastor metodista.
Pero nosotros no sostendremos esa hipótesis, y pronto veremos por qué.
De ese laberinto mendaz construido por los escribas anónimos del siglo
IV parece desprenderse, sin embargo, que Juan, también "hijo de
Zebedeo", no fue sino un hermano mucho menor de Jesús. Y no olvidemos
las extrañas palabras pronunciadas por ese mismo Jesús:
"Hay eunucos que nacieron así del vientre de su madre, y hay eunucos
que fueron hechos por los hombres, y hay eunucos que se han hecho a sí
mismos tales por amor del reino de los cielos..." (Mateo, 19, 12.)
Es probable que algunas prácticas psíquicas (videncia, profetis-mo,
etc.), el uso de ciertos productos con los mismos fines, utilizados ya desde
la adolescencia, desvirilizaran poco a poco, sin intervención quirúrgica,
a quien hiciera uso de ellos.
Casi todos los productos clasificados bajo el nombre de "estupefacientes"
son, en efecto, afrodisíacos para las mujeres, y desvirilizantes para
los hombres.
Como el profesor Maier observa: "En la mujer, la embriaguez cocaínica,
incluso ligera, desencadena una irritabilidad sexual irresistible".
En el hombre, por el contrario, la excitación del simpático tiene
más bien como efecto provocar una vasoconstricción local que entorpece
la función. Jean Cocteau resumió así la oposición:
"En el hombre la droga no adormece al corazón, adormece al sexo.
En la mujer despierta al sexo, y duerme al corazón". Pero la fórmula
es demasiado esquemática para ser exacta, biológicamente hablando.
A largo plazo, las dos acciones desembocan en una misma atonía sexual.
Pues bien, en todo el Oriente Medio se conocía ya, en aquella época
y desde hacía siglos, el hachís; el antiguo Egipto usaba el opio
en tiempos de Ramsés II; griegos y romanos conocían los efectos
de la adormidera, llamada en griego mékon.
Esa atonía sexual pudo ser inicialmente la causante de las formulaciones
doctrinales que desembocaron en la proliferación de todas las sectas
cristianas llamadas encratistas: tatianistas, encratistas, continentes, severianos,
apotácticos, sacóforos, etc., sectas caracterizadas por el horror
al matrimonio y a la procreación. Encontramos un eco de ellas en la exaltación
de la castidad y de la continencia común a todo el conjunto de la corriente
patrística.
A esas sectas cristianas se opondrían otras sectas asimismo cristianas,
y a las que se clasificaría bajo el nombre general de gnósticos
licenciosos: carpocratianos, nicolaítas, barbelitas, etc. Estos últimos
serían los que justificarían la acusación de inmoralidad
y de prácticas orgiásticas que escandalizaron tanto a los padres
de la Iglesia oficial como a los autores latinos, como Cornelius Pronto.
Pues bien, esas prácticas licenciosas estuvieron muy extendidas. Veamos
algunas citas que darán luz al lector:
"Tras una larga comida, cuando los vinos con los que se han embriagado
comienzan a excitar en ellos los fuegos del desenfreno... las antorchas caídas
se apagan. Entonces, libres de la importuna luz, se unen al azar, en medio de
las tinieblas, en escandalosos enlaces..." (Minutius Félix, Octavius,
VIII-IX.)
San Pablo evoca con embarazo esos "ágapes" especiales en su
Primera Epístola a los Corintios (11,17).
"Entre vosotros, el ágape proporciona a vuestros jóvenes
la ocasión de acostarse con cristianas..." (Tertuliano, De Jejuniis,
17.)
"Muchas de ellas deberán pasar después por la abonadora..."
(Tertuliano, De virginibus velandis, XIV.)
La sodomía entre hombre y mujer no era desconocida en esos medios. San
Cipriano la estigmatiza:
"No hay, entre esas hermanas, ninguna que pueda ser defendida ni que pueda
probar que es virgen, pues aunque se la reconociera como tal en las partes comunes
a las mujeres, pudo haber pecado en otras partes del cuerpo..." (Cipriano,
Epístolas.)
Orígenes el Impuro (a quien no hay que confundir con Orígenes
Adamanteus, el "gran Orígenes") y sus discípulos enseñaban
la legalidad "religiosa" de la sodomía entre esposos, a fin
de evitar el riesgo de procreación, a causa de la cual un alma se hundía
en la Materia. ¡Era la aplicación de esos principios, llevada al
límite más extremo! Y Pablo, horrorizado, estigmatizará
semejantes costumbres:
"Es ya público que entre vosotros reina la impudicia, ¡y una
impudicia tal, que no se encuentra ni entre los paganos! Hasta el punto de poseer
uno de vosotros la mujer de su padre..." (Pablo, Primera Epístola
a los Corintios, 5,1.)
Como las ceremonias de vigilias tenían lugar en locales muy mal iluminados,
por la noche, san Jerónimo conjura a las jóvenes a que no se alejen
de su madre ni a la distancia de una uña: "...transver-sum unguen..."
(Jerónimo, Ad Loetam, De institutionefiliae.)
"La mayor ocupación de ciertos clérigos consiste en procurarse
direcciones de mujeres ricas..." (Jerónimo, Cartas, XXII.)
De donde su amargo juicio:
"¡Esposas sin bodas, concubinas sin sombra de religión, cortesanas
y hermanas voluptuosas, que buscan hermanos de placer, y que, pasando por castas
y vírgenes, tras una comida exquisita, sueñan con apóstoles!..."
(Jerónimo, Cartas a Eustaquio, XXII.)
Algunos clérigos y algunas "vírgenes consagradas al Señor"
vivían como agapetas, es decir, en pareja, y san Jerónimo dirá
de ellos:
"No tienen sino una sola casa, a menudo un solo dormitorio y una sola cama..."
(Jerónimo, Cartas a Eustaquio, XVIII.)
Sucedía a menudo que esas vírgenes, llamadas sub-introducta (subintroducidas),
quedaban inevitablemente embarazadas. Y san Jerónimo las estigmatizaba:
"¡Míralas cómo miden sus pasos! ¡Admira su tocado,
sencillo y modesto! ¡Pero la preñez traiciona su vida íntima!;
algunas piden a los venenos la esterilidad, y otras matan su fruto antes de
su nacimiento..." (Jerónimo, Cartas a Eustaquio, XXII.)
Juan Crisóstomo (347-407) censurará todavía más
esos desenfrenos, corrientes en la gran masa cristiana, en dos de sus tratados:
Contra las vírgenes de Dios que cohabitan con hombres y Contra aquellos
que introducen a vírgenes.
Todo eso durará todavía largo tiempo. Y en el año 741,
san Bonifacio, arzobispo de Maguncia, denunciará al papa Zacarías:
"...a los diáconos que, de noche, se acuestan con cuatro o cinco
concubinas, e incluso más. Y una vez se han convertido en sacerdotes
u obispos, continúan con ese tipo de vida, diciéndose autorizados
por Roma". (Cardenal Boronius, Anales eclesiásticos, año
741.)
Era preciso que esa masa cristiana, sincera, fiel en su fe, pero refractaria
a la continencia, si no a la castidad, hallara en alguna parte motivo de justificación.
Es obvio.
Y es en este punto donde volvemos a Jesús:
El propio Pablo tenía consigo a una concubina, y lo dice claramente:
"¿No tenemos derecho de llevar con nosotros a una hermana en calidad
de mujer, como los otros apóstoles y los hermanos del Señor y
Cefas? ¿O solamente Bernabé y yo no tendremos derecho a hacer
uso de ello?..." (Pablo, Primera Epístola a los Corintios, 9, 5-6.)
En su Vulgata latina, san Jerónimo emplea el término mulier, que
designa, efectivamente, a la mujer carnal, la esposa.
Ahora bien, poco antes del descubrimiento de los célebres manuscritos
de Qumram, a orillas del mar Muerto, se habían exhumado fortuitamente
unos manuscritos igual de valiosos. Esto sucedía en Khenoboskion, en
el Alto Egipto. Se encontraba entre ellos un Evangelio de Tomás que no
se conocía sino por citas que de él habían hecho Clemente
de Alejandría y Orígenes a principios del siglo III.
De todos modos, no poseíamos los originales de estos autores, sino que
tan sólo los conocíamos a través de traducciones ulteriores,
en manuscritos del siglo v.
El manuscrito hallado en Khenoboskion estaba redactado en copto, y era del siglo
IV. Pero existían fragmentos de un papiro que figuraba entre los descubiertos
en 1897 en Oxyrhynchus, en el Medio Egipto, y que no se había podido
atribuir a ningún autor por estar demasiado incompleto. Ese texto, redactado
en griego, era del siglo III, y contenía unos versículos típicos,
que no se volvieron a encontrar hasta el Evangelio de Tomás, descubierto
en Khenoboskion en 1947. Pudo entonces establecerse que, ya en el siglo 111,
el Evangelio de Tomás existía en su redacción completa.
Pero, dado que Clemente de Alejandría y Orígenes, que murieron
en el año 220 el primero, y en el 254 el segundo, citan a ese Evangelio
de Tomás como un texto muy antiguo ya en su época, podemos admitir
que su redacción inicial debe situarse, por lo menos, en la segunda mitad
del siglo II, con una fecha media que podía fijarse en los alrededores
de los años 175-180.
Por lo tanto nos hallamos en presencia de un texto que puede clasificarse poco
después de aquellos otros citados también por Clemente de Alejandría
y Orígenes, el Evangelio de los Hebreos y el Evangelio de los Egipcios,
que esos autores consideraban como los más antiguos apócrifos
conocidos.
Veamos ahora el muy canónico Evangelio de Marcos. Jesús acaba
de expirar en la cruz:
"Había también unas mujeres que miraban de lejos. Entre ellas
estaban María de Magdala, María, madre de Santiago el Menor y
de Josés, y Salomé, las cuales, cuando él estaba en Galilea,
le seguían le servían, y otras muchas que habían subido
con él a Jerusalén..." (Marcos, 15,40-41.)
Lucas (8, 3) nos dice que esas mujeres "le asistían con sus bienes",
es decir, con su dinero, puesto que habían abandonado sus casas. No se
trataba ya de hospitalidad.
Pero he aquí que, en el Evangelio cíe Tomás, encontramos
de nuevo a esa Salomé, y en el papel que Pablo daba a su compañera
en la Epístola a los Corintios:
"Salomé dijo; "¿Y tú quién eres, hombre?
¿De quién has salido para haberte metido en mi cama y haber comido
en mi mesa'?..." Y Jesús le dijo: "Yo soy aquel que se ha producido
de Aquel que es su igual. Me han dado lo que es de mi Padre". Y Salomé
respondió:
"¡Soy tu discípula!..."" (Evangelio de Tomás,
65.)
De esas palabras, del tono adoptado por la tal Salomé, se desprende que
gozaba de una situación social materialmente superior a la de Jesús.
El término griego que en Marcos (15, 40-41) han traducido por servir,
significa también asistir, como en laucas.
No nos extrañemos. En la Historia han sido muy numerosas las mujeres
que ayudaron económicamente al hombre al que amaban en sus empresas políticas,
y el ejemplo de Corisanda de Gramont, que ayudó a Enrique de Navarra
en su conquista de la corona de Francia, está en la mente de todos.
A esa Salomé la encontraremos también en el Evangelio de tos Egipcios,
y los versículos subrayarán que de lo que se trata en el texto
antes citado, y en la alusión a Jesús entrando en la cama de Salomé,
es, efectivamente, de sexualidad:
"Y María-Salomé preguntó al Señor: "Maestro,
¿cuándo acabará el reino de la Muerte?" Y Jesús
respondió: "Cuando vosotras, mujeres, no concibáis más
hijos... Cuando hayáis depuesto el vestido de vergüenza y de ignominia,
cuando los dos se conviertan en uno, cuando el varón y la hembra estén
unidos, cuando ya no haya ni hombre ni mujer, entonces terminará el reino
de la Muerte..." Y Salomé prosiguió: "¿Entonces
he hecho bien. Maestro, de no concebir?..." Y Jesús respondió:
"Come de todos los frutos, pero del de la amargura (la maternidad) no comas...""
(Evangelio de los Egipcios, citado por Clemente de Alejandría en Stromates,
III, IX, 66, y por Clemente de Roma [muerto en el año 97] en su segunda
Epístola a la Iglesia de Corinto.)
Más adelante, en el mismo texto. Jesús responderá a Salomé:
"He venido a destruir la obra de la mujer..."
Teniendo en cuenta esos dos textos sorprendentes, quizá no sea inútil
dar algunas precisiones sobre la posición de la ley judía en el
terreno de la procreación:
Observaremos que, en el caso de una pareja casada:
1. La obligación de la procreación cesaba en cuanto la pareja
había engendrado a dos hijos: niño y niña.
2. Los procedimientos de anticoncepción, bien conocidos en el mundo antiguo,
tan sólo los podía utilizar la mujer, que no estaba sometida a
las mismas exigencias legales que el hombre. Éste no podía emplearlos.
3. Su utilización, justificada por motivos de orden médico -psíquico
o genético-, se inscribía entonces en la orden de la propia ley,
y se convertía en un deber legal.
4. La necesidad o la decisión de evitar la procreación no anulaba
en absoluto el deber moral y religioso (porque eso era) de la satisfacción
sexual legítima. El Talmud la denomina "el gozo por excelencia"
(en hebreo: ein simha elah simha chel huppa).
5. Las prácticas abortivas eran toleradas hasta el tercer mes de gestación.
Los doctores de la ley consideraban que antes del primer trimestre del embarazo
el germen no era sino nephesh (cuerpo), y que la ruah (el espíritu) y
el neshamah (el alma) aún no se le habían unido.
Fuera del matrimonio legal, y en el caso de un simple concubinato no reconocido
por la ley, esas reglas eran todavía más elásticas, no
cabe duda.
Tal como hemos dicho, el mundo antiguo conocía perfectamente los anticonceptivos
mecánicos, generalmente utilizados por las mujeres de costumbres libres:
bailarinas, músicas, cortesanas, etcétera.
Lo mismo sucedía con los procedimientos de aborto, y el uso de las plantas
abortivas, como la ruda, la artemisa, el ajenjo, y sobre todo la temible sabina,
no tenía ningún secreto para las parteras de aquella época.
Es decir, que la decisión de Salomé de no tener hijos no tenía
en sí nada de extraordinario.
¿Quién era esa Salomé? Una mujer rica, evidentemente, pero
¿mesianista y zelota convencida, o simplemente admiradora de Jesús?
Misterio... Pero del hecho de que se haya querido disimular ulteriormente que
había sido la concubina de Jesús, y que éste hubiera sacado
de ella el máximo de lo que un hombre puede sacar de una mujer, tenemos
como prueba suficiente el silencio absoluto de Eusebio de Cesárea respecto
a ella. Buscaríamos en vano cualquier tipo de evocación de ella
en su Historia eclesiástica. Cita simplemente, bajo el reinado de Heredes
el Grande (o sea, en el año 6 antes de nuestra era): "Salomé,
hermana de Heredes, mujer de Alexas" (Eusebio de Cesárea, Op. cit..
I, VIII, 13). Y quizá sea por el mismo motivo por lo que los padres de
la Iglesia citan siempre a Herodías, y jamás a Salomé,
como la bailarina que exigió la muerte del Bautista. Hay silencios muy
reveladores.
Para concluir, es evidente que Salomé, mujer rica según parece,
no fue solamente la discípula de Jesús, no le sirvió y
le siguió tan sólo, como reconoce Marcos. También le abrió
su cama y su mesa, y ese hecho tan humano nos lo revela el Evangelio de Tomás.
Comprendemos ahora los motivos de su desaparición...
Es de suponer que en el siglo n esto no constituía escándalo alguno,
ya que estaban mejor documentados sobre el Jesús de la Historia que ahora,
y era ése el episodio que los cristianos de la gran iglesia consideraban
como justificativo de la existencia de una concubina junto a sus clérigos,
de los siglos i al v.
Por eso Salomé, corazón fiel, acompañaría a Jesús
hasta la cruz, justificando así la palabra de Salomón:
"El amor cubre todas las faltas..." (Proverbios, 10, 12), sea cual
fuere el misterio que cubre su personalidad.
Permanece en pie un enigma, el de la identidad de la mujer que vierte sobre
los pies de Jesús un perfume de elevado precio que contenía un
jarro de alabastro, y que seca a continuación con sus cabellos, después
de haberlos "cubierto de besos" (Lucas, 7, 38).
No podía tratarse, contrariamente a la leyenda que voluntariamente se
alimentó, de María de Magdala, porque ahora ya sabemos quién
era (véase capítulo 10).
Tampoco podía ser Salomé, porque el tono de ésta es el
de una mujer altanera, rica, acostumbrada a mandar; eso es lo que se desprende
de la frase que nos cuenta el Evangelio de Tomás, en el versículo
65. Sobre esa otra mujer, los Evangelios canónicos nos proporcionan algunas
precisiones:
Mateo dice de ella: "una mujer" (26,6-7).
Marcos dice lo mismo: "una mujer" (14,3).
Juan declara que se llama "María" (11, 2 y 12, 3).
Lucas dice de ella: "una mujer de mala vida" (7, 37), y la expresión
griega inicial dice "una pecadora de la ciudad".
Evidentemente, el Evangelio de los Egipcios y la Pistis Sophia la llaman Salomé:
María-Salomé. Pero no es ella la mujer del jarro de alabastro.
La María que, según Juan (12, 3), vierte el precioso perfume es
hermana de Marta y de Lázaro, el "resucitado" a quien Jesús
profesa un profundo afecto.
Viven en Betania, modesto pueblo situado en las afueras de Je-rusalén.
Nada de eso evoca a la rica Salomé
Pero conservaremos todo el derecho a asombrarnos de que Jesús, que sitúa
a las prostitutas en cabeza del "reino de Dios", experimente asimismo
satisfacción en alojarse en casa de una de ellas, contrariamente a la
ley religiosa judía.
¿Y qué pensar de su hermana Marta? ¿De qué vive?
No se nos dice.
¿Y qué hay de ese Lázaro, tan querido a Jesús, que
tolera, contrariamente a la ley judía, que al menos una de sus hermanas
sea "una mujer de mala vida"? ¿Y él, de qué vive?
Decididamente, si a esto sumamos los dos "Ishkarioth", padre e hijo.
Simón y Judas, es obvio que Jesús, "hijo de Dios", frecuenta
a gentes harto sorprendentes.
¿Qué pensará su "Padre celestial", él,
que había ordenado a Moisés: "Que entre las hijas de Israel
no haya ninguna prostituta..."? (Deuteronomio, 23,18.)
Volvamos ahora, para terminar, a la misteriosa Salomé.
Hemos constatado que el tono de ésta en el Evangelio de Tomás
dejaba adivinar una mujer rica, acostumbrada a mandar y que, finalmente, y en
vista de todo eso, se pregunta cómo ha podido abrirle su cama y su mesa
a un hombre como Jesús. Es, pues, indiscutiblemente, de un rango social
elevado. Pero ¿quién puede ser?
Tenemos los nombres de algunas de las mujeres que seguían a Jesús
y a los doce y "los asistían con sus bienes" (Lucas, 8, 3).
En primer lugar hay una que se llama Susana, después una tal Juana (lochannah,
en hebreo), "esposa de Chuza, intendente de Hero-des" (se trata de
Heredes Antipas).
Y de inmediato se nos ocurre una pregunta: ¿cómo pudo abandonar
esta mujer a su marido para seguir a ese auténtico "maquis"
ambulante que Jesús arrastra tras de sí, sin que Chuza, alto funcionario
del tetrarca de Galilea, la hiciera volver a casa de grado o por fuerza? Y tanto
más cuanto que está así mezclada con otras mujeres.
Segunda pregunta: cuando Heredes Antipas, despojado de su etnarcado, es exiliado
y condenado a vivir en Vienne, en las Galias, en el año 39, es decir,
cuatro o cinco años todo lo más después de la ejecución
de Jesús, Herodías le acompaña a su exilio. Sabemos eso
por Flavio Josefo y Eusebio de Cesárea. Pero ni el uno ni el otro nos
dicen nada sobre lo que se hizo de Salomé, la hija de Herodías.
Tercera pregunta: los Hechos de los Apóstoles (1, 14) no nos hablan de
ninguna de esas mujeres nominalmente. El texto dice "las mujeres",
pero sabemos que, además de Salomé, Susana y Juana había
otras. Ahora bien, fuera cual fuese su importancia pasada, no se dice nada de
ellas. ¿Por qué?
Cuarta pregunta: ¿por qué Atanasio de Alejandría (295-373),
Juan Crisóstomo (340-407) y Eusebio de Cesárea (265-340), no nos
hablan sino de Herodías como "la bailarina" que pidió
la muerte del Bautista, y silencian a Salomé, contradiciendo así
formalmente a los Evangelios canónicos que, no obstante, no desconocen?
Acuden a nuestra mente una serie de hipótesis que pueden servir de respuesta
a esas cuatro preguntas:
1. Chuza, intendente de Heredes Antipas, permite a su esposa Juana (lochannah)
seguir a Jesús y a sus tropas, porque es la doncella de Salomé.
2. Herodías se va sola con Heredes Antipas al exilio a las Galias porque
Salomé es mayor de edad desde hace tiempo, y por lo tanto es libre
3. Los Hechos no nos hablan ya de Juana y de Susana, porque abandonaron el movimiento
zelota a la muerte de Jesús, tras el incumplimiento de las promesas de
éste, o porque fueron detenidas por los romanos en el lugar de la crucifixión
como seguidoras del dicho Jesús, y estaban pudriéndose en el fondo
de las mazmorras de la Antonia, o porque estaban muertas. Pero nada de eso le
sucedió a Salomé, a quien su rango y su nacimiento preservaban.
4. Atanasio de Alejandría, Juan Crisóstomo y Eusebio de Cesárea
no hablan de Salomé y transfieren todo el relato a Herodías, precisamente
para hacer desaparecer a Salomé de la historia, habida cuenta de su papel
un tanto particular al lado de Jesús. A eso se le llama "hacer el
trueque".
Y no será esta confesión implícita lo que minimizará
nuestra hipótesis: la misteriosa Salomé era, muy probablemente,
la hija de Herodes Filipo y de Herodías, que luego, con el nuevo matrimonio
de su madre, se convertiría en la hijastra de Herodes Antipas.
Y también aquí, en este problema histórico, podemos decir
que la realidad supera a la ficción: la nieta de Herodes el Grande, que
había hecho crucificar a Ezequías, convertida en la tierna amiguita
del nieto de este último: Jesús, pretendiente al trono de Israel.
Esto no pudo sino agravar las malas intenciones de Herodes Antipas para con
el tal Jesús, ya que los celos son cosa bastante humana.
Si recordamos que Daniel Massé afirmó en una de sus obras que
de sus investigaciones personales (y era juez de instrucción) podía
sacar la conclusión de que existía un parentesco por alianza entre
la familia de María, madre de Jesús, y la de Herodes, las relaciones
entre su hijastra Salomé y Jesús, "hijo de David", aparecen
ya infinitamente menos sorprendentes que a primera vista.
Lo que parece corroborar que, en efecto, existieron algunos lazos, tanto familiares
como de intereses, entre los miembros de la dinastía herodiana y los
de la descendencia davídica, cuyos representantes auténticos a
principios de nuestra era fueron Judas de Gamala y luego su hijo primogénito
Jesús, es que Flavio Josefo nos dice que, cuando tuvo lugar la estancia
de Arquelao en Roma, poco después de la muerte de Herodes el Grande,
los judíos habían entrado en insurrección y, entre los
rebeldes, "había parientes de Arquelao, a los que César (Augusto)
hizo castigar por haber combatido contra su pariente y su rey..." (Flavio
Josefo, Antigüedades judaicas, XVIII, X, 297 y Guerras de Judea, II, 1,
manuscrito eslavón.) Entre éstos se contaba, en especial, Achiab,
primo de Herodes el Grande, tío de Arquelao, y tío abuelo de Salomé
(op. cit.).
Pues bien, Daniel-Rops, en Jesús en son temps, nos precisa que la insurrección
política montada contra Arquelao (aparte de las de puro bandolerismo,
montadas por bandas diversas), estaba dirigida por Judas de Gamala. Y si miembros
de la familia herodiana, parientes de Arquelao, se incorporaron a una insurrección,
no podía tratarse, evidentemente, sino de la política de Judas
de Galilea, y no de cualquiera de las otras, de simple derecho común,
encabezadas por malhechores anónimos. Sin duda es ahí, en esa
afiliación al partido de los "hijos de David" de elementos
de la familia de Arquelao, donde se halla la génesis de las ulteriores
relaciones entre Jesús, "hijo de David", y Salomé.
Porque no debemos olvidar que ella también es de la gran familia idumea.
Salomé es la nieta de Herodes el Grande, la sobrina de Arquelao, hija
del mismo Herodes, y sobrina nieta de aquel Achiab que en el año 5 antes
de nuestra era se incorporó, con otros miembros de la familia, a las
filas de los insurrectos conducidos por Judas el Gaulanita.
Otro argumento aboga en favor de esta hipótesis:
Sabemos que en el Israel antiguo jamás se puso un nombre doble, ni masculino
ni femenino. Únicamente en el mundo cristiano se vio aparecer varios
nombres seguidos y asociados: María Teresa, María Juana, Juan
Francisco, etcétera.
Pues bien, en el Evangelio de los Egipcios y en Pistis Sophia, ambos salidos
de un original hebreo, a Salomé la llaman María-Salomé,
es decir, en esa lengua: Myrhiam-Shaloma. Pero, tal como hemos dicho antes,
no podemos considerar Myrhiam como el equivalente de María, ya que eso
daría un nombre compuesto, cosa totalmente desconocida en aquella época.
Por lo tanto debemos considerar y traducir María, alias Myrhiam, como
nombre común, y no como nombre propio. Y como esa palabra significa "princesa"
en hebreo, se trata, efectivamente, de la "princesa Salomé"
y no de una "María-Salomé". Es un título, y nada
más.
No olvidemos que, en los manuscritos antiguos, no hay ni puntuación,
ni guiones, ni mayúsculas, y que jamás se ponen puntos y aparte.
Todo está transcrito seguido, sin ninguna secuencia.
Por otra parte, esas relaciones entre el entorno de Jesús y la dinastía
idumea están subrayadas por otros textos canónicos:
"Había en la iglesia de Antioquía profetas y doctores: Bernabé
y Simeón, llamado Niger, Lucio de Cirene, Menahem, hermano de leche del
tetrarca Heredes, y Saulo." (Hechos, 13,1.)
Estamos en el año 45. Ese Menahem es nieto de Judas de Gama-la, sobrino
de Jesús. Saulo tiene un hermano, que se llama Costo-baro, y no son de
origen judío, sino idumeo, y principes de la familia de Heredes. Y Menahem,
cuyo nombre significa, en hebreo, "Consolador", y en griego se dice
igual (parakíetos), fue anunciado por Jesús, su tío (Juan,
15, 26). Él sería quien alzaría de nuevo el estandarte
de la revolución en los años 63-64, bajo el procurador Gessius
Floros.
Volvamos a Salomé. Era viuda de Heredes Filipo desde el año 33,
v no había tenido hijos. Se volvió a casar, esta vez con Aristó-bulo
III, y éste recibió de Nerón, en el año 54, el reino
de la Pequeña Armenia, y luego, en el año 60, una parte de la
Gran Armenia, y por último, en el 70, se convirtió en rey de Chaléis.
Al ser protegido y amigo de Nerón, poseía una suntuosa mansión
en Roma. Pues bien, en el año 58 Pablo, ex Saulo, se encontraba en Corinto,
donde redactó su Epístola a los romanos. Al final siguen los saludos
a numerosas personas, y especialmente éstos, muy significativos: "...Saludad
a los de la casa de Aristóbulo, saludad a Herodión, mi pariente,
saludad a los de la casa de Narciso, que están en el Señor".
(Op. cit., 16,10-11.)
Así pues, Saulo-Paulo hizo prosélitos donde sabía que los
había: en la mansión romana de Aristóbulo y de Salomé,
v se dice pariente de Herodión (el "pequeño Herodes"),
que es su hijo primogénito También los hay en el palacio de Nerón,
ya que en su Epístola a los filipenses terminará así: "Todos
los santos os saludan, y principalmente los de la casa de César".
(Op. cit., 4,22). Y escribe esto desde Roma mismo, en el año 62.
Salomé, por lo tanto, permanece fiel al recuerdo de Jesús, pues
ella también ha sido víctima de la leyenda mesiánica, y
se ha convertido, después de su segundo matrimonio, en protectora de
aquellos a quien desde entonces se denomina "cristianos", tanto en
su casa como en aquellas de la alta sociedad romana donde puede tener acceso.
Algunos no dejarán de sonreír ante nuestra tesis, o puede que
incluso se burlen de ella, porque, en el fondo, les molestará terriblemente.
No obstante, es menos inverosímil de lo que podría suponerse a
primera vista. Aparte de todo lo que acabamos de descubrir, y que a partir de
ahora ya no puede seguir pasándose por alto en el debate, ¿hay
que recordar a aquella emperatriz de la Europa central que un buen día
se fugó con un violinista, a aquella reina que se hizo comunista, o a
aquellas princesas a las que unos amores tumultuosos y descastados convirtieron
en estrellas? El corazón tiene razones que la razón ignora, diremos.
Nos limitaremos a subrayar, una vez más, que toda la historia de Jesús,
"hijo de David", no es sino la continuación de una guerra sin
piedad, suscitada a la vez por intereses políticos y dinásticos,
conducida por los herederos legítimos del trono de Israel, tanto contra
los usurpadores idumeos como contra los ocupantes romanos, y quizás no
sea necesario mezclar en ello amores románticos.
Igual que el Jesús "de la Historia" está muy lejos del
"Jesús carpintero", la Salomé histórica también
está muy lejos de la del teatro y el cine...
27.- Epílogo: La hoguera
"El Tiempo altera y borra la palabra del hombre, pero lo que se confía
al fuego perdura indefinidamente..."
RITUAL MASÓNICO, Incineración del testamento filosófico
Estamos en el 11 de marzo de 1314, y es lunes. Hace ya muchos meses que en Francia
se han ido encendiendo las hogueras por todas partes. Bien mediante torturas,
presiones psicológicas, mazmorras y cadenas o bien por la amenaza del
fuego eterno, lo cierto es que los inquisidores han obtenido 207 confesiones
formales. Ahora no queda ya por decidir sino la suerte del gran maestre y de
los principales oficiales mayores.
La mañana de ese día, en París, Jacques de Molay, gran
maestre del Temple, Godofredo de Gonaville, comendador de Poitou y de Aquitania,
Godofredo de Chamay, comendador de Normandía, y Hugo de Payrando, gran
visitador de la Orden, son sacados de sus calabozos de la fortaleza del Temple
y conducidos a la Cité. Allí, la comisión cardenalicia,
compuesta por Arnaldo de Farges, sobrino de Clemente V, Amaldo Novelli, monje
de Ctteaux, convictorista de Francia, Nicolás de Fréauville, hermano
predicador, antaño confesor y consejero del rey, Felipe de Marigny, familiar
suyo, arzobispo de Sens, con algunos otros obispos y decretistas, habían
hecho levantar una tarima delante del atrio de Notre-Dame, a fin de dar lectura
pública a tas confesiones y a la sentencia final.
Hacen subir a ella a los templarios, y se les manda arrodillarse. Uno de los
cardenales toma la palabra y empieza la lectura. Cuando pronuncia la sentencia,
que condena a Molay y a sus hermanos a cadena perpetua, es decir, a ser "encerrados
a perpetuidad", teniendo como único alimento "el pan de dolor
y el agua de tribulación", los representantes de Felipe el Hermoso
se sobresaltan.
Se había precisado que dicha gracia era consecutiva al hecho de haber
"confesado ingenuamente sus faltas". Pero en ese instante, y cuando
menos se lo esperaban los jueces, el gran maestre y el comendador de Normandía
se levantaron, y, cortándole la palabra al cardenal, y dirigiéndose
tanto a la comisión inquisitorial como a la multitud, declararon que
todo lo que habían confesado en sus interrogatorios era falso. Sostuvieron
que habían admitido dichas confesiones tan sólo por deferencia
y confianza hacia el papa y el rey, quienes, a cambio de esas confesiones, les
habían prometido la libertad, y protestaron enérgicamente contra
la sentencia de los cardenales, principalmente contra el arzobispo de Sens,
Felipe de Marigny, y los acusaron a todos de hacer caso omiso de la palabra
del papa y del rey.
Es fácil comprender los motivos del cambio de opinión de Molay
y de Charnay. Las confesions no les costaban nada, en cambio la libertad lo
era todo. La libertad representaba, primero, la reanudación, luego la
prosecución, y, quién sabe, quizás la realización
de la gran empresa templaría. Y ahora, no quedaba nada de la libertad.
Y en su lugar había algo mucho peor que la muerte: la lente descomposición,
física y moral, en una mazmorra, encadenado a un muro a veces chorreante,
solo, en semioscuridad, y en medio de un silencio más pesado que el de
una tumba. Y sólo quedaba una esperanza: una muerte liberadora, precipitada
por la desnutrición y la disentería crónica. Para ese anciano
que era Molay (contaba ochenta y un años), que no esperaba ya nada de
la vida, lo mismo que para Charnay, que se le acercaba mucho en edad, la elección
estaba hecha. La mazmorra podía durar años. En cambio, los ejemplos
y la costumbre demostraban que el hecho de desmentir las confesiones y retractarse
acarreaba ipso facto la muerte en la hoguera. Dolo-rosa, cierto, pero breve
a pesar de todo, y, a fin de cuentas, mucho menos terrible que irse pudriendo
lentamente en el secreto de un calabozo tenebroso, cuando fuera la vida se exalta
llena de luz para tantos otros seres.
Para Molay y para Charnay la decisión está ya tomada. Sus miradas
se han cruzado cuando ha sido pronunciada la frase fatídica, y se han
comprendido. Y es la voz del gran maestre la que se eleva: "Monseñores,
mi hermano y yo protestamos contra el uso que se hace aquí de mis palabras
de ayer, las cuales no tuvieron otro objeto que el de dar satisfacción
al rey de Francia y al papa, nuestro señor. Y si por esas cosas, reconocidas
por todos nosotros para su placer y nuestra obediencia, debemos ir a consumimos
en alguna prisión, entonces declaramos enérgicamente que los citados
rey y papa nos habían asegurado de antemano, y casi jurado, que ningún
daño, fraude o violencia nos resultaría de ello. Siendo así
que esto no se ha cumplido, declaramos entonces que nuestras confesiones, obtenidas
tanto por tortura como por astucia y engaño, son nulas y no válidas,
y no las reconocemos ya como verídicas..."
Reina el estupor. De inmediato los cardenales entregan de nuevo a los prisioneros
al prevoste de París, que está allí presente para representarlos
al día siguiente. Se conduce, por lo tanto, de nuevo a los cuatro condenados
a sus calabozos del Temple. Al mismo tiempo se lleva la noticia a Felipe el
Hermoso, quien inmediatamente reúne a su consejo, sin llamar a él
a ningún eclesiástico. Deciden que, al atardecer, el gran maestre
y el comendador de Normandía serán quemados en la isla del Palacio,
entre el jardín del rey y los Agustinos. Lívido de furor, el rey
precisa que serán quemados "a fuego lento". Quizás ha
adivinado la razón de su retractación.
Inmediatamente, a la isla de los Judíos, llamada así porque allí
habían quemado ya a varios rabinos y talmudistas testarudos, que se obstinaban
en negar la divinidad de Jesús, llevan y amontonan la leña necesaria
para hacer dos piras idénticas. Las cantidades que se quemarán
serán relativamente mínimas, a fin de hacer durar el suplicio,
conforme a "los deseos del rey, nuestro señor".
Se clavan en tierra dos sólidas vigas de encina. Estos maderos han sido
sacados de las empalizadas de amarre sumergidas en el agua del río. Al
estar embebidos de agua desde hace muchos meses, no se corría el riesgo
de que se encendieran, y los condenados, estrechamente sujetos a ellas por cadenas,
no podrán desatarse en el curso de la combustión.
A las nonas, todo está a punto. Las campanas de Notre-Dame tocan lentamente
a muerto. A la hora de las vísperas, el cielo, ya gris, se ensombrece
todavía más; unas nubes cargadas de lluvia pasan rápidamente
sobre la ciudad, empujadas por un viento frío que viene de Normandía.
Las orillas del Sena están repletas de gente. Un rumor ininterrumpido,
como el zumbido de un monstruoso insecto, se eleva hasta los centinelas que
vigilan de pie en las atalayas del viejo Louvre.
De pronto el rumor se acrecienta; bordeando la orilla izquierda de la isla de
La Cité, acaba de aparecer un cortejo. El gran prevoste, precedido por
sargentos a caballo, viene seguido por un fuerte destacamento de hombres armados
a pie, que rodean una carreta de heno tirada por un caballo. Apenas se distinguen
vagamente las siluetas de dos hombres, tendidos y atados en el suelo de la carreta.
Detrás de los últimos arqueros, y cerrando la marcha, hay un último
destacamento de sargentos a caballo.
Bajan a los condenados y los trasladan en barca al islote, donde les espera
ya el verdugo y sus ayudantes. Éstos atan fuertemente a Molay y a Charnay
con largas cadenas a cada una de las vigas, y a su alrededor amontonan los leños,
hasta la altura de las rodillas. Después de haber echado una última
mirada hacia la ventana donde sabe que Felipe está mirando, el gran prevoste
se gira y hace una señal al verdugo; al mismo tiempo, un trompeta a caballo,
a su lado, toca "fuego". Tanto en la isla como en las orillas del
río, todos han comprendido, y los ejecutores, antorcha en mano, han prendido
ruego a los ángulos de cada una de las piras. Como habían tomado
la precaución de untar con aceite algunos de los maderos, el fuego prende
rápidamente. Se eleva el humo, y, con él, un olor penetrante se
va extendiendo poco a poco, primero sobre la isla, luego sobre el río,
hasta llegar a las orillas. Es entonces cuando, en medio del crepúsculo
que ya oscurece insidiosamente La Cité, un clamor se eleva. En un primer
momento se cree que las llamas que brotan de los vestidos encendidos de los
dos supliciados son la causa; pero no, no son gritos de dolor lo que sale de
las hogueras. ¡Es la voz del héroe de San Juan de Acre, la voz
que, erigiéndose en estandarte de batalla, veintitrés años
antes, el atardecer del 5 de abril de 1291, arrastraba a la carga templaría
en el estruendo de los cascos de sus corceles! Y, trescientos contra diez mil,
el escuadrón blanco y negro, con el gonfalón "plata y sable"
en cabeza, arrollaba las líneas egipcias...
Pero en este momento no es ya sino la voz de un hombre que va a morir, la voz
de Jacques de Molay, último gran maestre de los templarios.
Instantáneamente, el rumor popular ha enmudecido. El pueblo contiene
la respiración, porque lo que clama esa voz es algo terrible, inesperado,
imprevisible para esas almas sencillas, doblegadas por el temor al báculo
y al cetro. Y el verbo sacrilego acaba de percutir contra las murallas del Palacio,
abofeteando mejor a ese Capelo rencoroso, agazapado en la tronera de aquella
estrecha ventana como no podría estarlo en un guantelete de justa. Y
la voz truena:
"Clemente, y tú también Felipe, traidores a la palabra dada,
¡os emplazo a los dos ante el Tribunal de Dios!... A ti, Clemente, antes
de cuarenta días, y a ti, Felipe, dentro de este año..."
Reina un silencio de muerte, no se oye sino el crepitar de las hogueras.
Y así será. El papa morirá de disentería y de vómitos
en Roquemaure, en el valle del Ródano, el 9 de abril de 1314, veintiocho
días más tarde. Y Felipe el Hermoso morirá el 29 de noviembre
de 1314 en Fontainebleau, arrojado de su caballo, como sucede en la degradación
de los caballeros traidores, ocho meses más tarde. El verbo y la llama
dieron a conocer de qué lado estaba la razón.
Pero el fuego ahora ha ganado altura; las ropas andrajosas se han encendido,
y dos siluetas se retuercen bajo las llamas. Los gritos y gemidos son demasiado
sordos para llegar hasta la multitud, muda en su silencio horrorizado. El fuego
ha alcanzado ya las piernas y asciende, lamiendo los torsos ya desnudos; barbas
y cabellos han desaparecido. Los cuerpos, irreconocibles, adosados a las vigas
con las cadenas al rojo vivo, se convierten poco a poco en informes masas carbonizadas,
y de los dos fuegos crepitantes, el humo, ahora negruzco, lleva en oleadas malolientes
hasta las dos orillas del Sena el olor de la carne y la grasa quemadas.
Ya tarde, cuando los cuerpos no fueron más que pobres restos lentamente
carbonizados, el pueblo "se abalanzó hacia las hogueras", a
pesar de algunos guardias que se habían quedado allí, según
nos dice el abad Velly en su Historia de Francia, "y recogió ceniza
de los mártires para llevársela como una preciosa reliquia. Todos
se persignaban y no querían oír nada más. Su muerte fue
bella, y tan admirable e inaudita, que todavía hizo más sospechosa
la causa de Felipe el Hermoso..."
Los Compañeros, carpinteros y talladores de piedra, especie de tercera
orden corporativa protegida por los Caballeros del Templo, que se habían
introducido entre la muchedumbre en grupos de tres o cuatro, oyeron la voz de
Molay como una sentencia. Eso significaba para ellos a la vez una orden para
avanzar y una esperanza. Por eso las catedrales de Francia se quedarían
como estaban, y sus torres inacabadas. Pero el pensamiento vengativo se abriría
camino pacientemente, de siglo en siglo. Por tres veces la descendencia del
rey se extinguiría con tres hermanos. Los Capelos con Luis X El Obstinado,
Felipe V el Largo y Carlos IV el Hermoso. Los Valois con Francisco II, Carlos
IX y Enrique III. Los Borbones con Luis XVI, Luis XVIII y Carlos X. La Jacquerie
de 1358 preludiaría la Revolución jacobina de 1789; Los Jacques
(Jaimes), conducidos por Jacques Bonhomme, vengarían un día a
Jaime (Jacques) de Molay. Y de esa torre del Templo donde fueron "interrogados"
los jefes de la Orden, es de donde, una mañana de enero de 1793, partiría
el vigésimo segundo sucesor de Felipe el Hermoso hacia su último
viaje.
Y así, por un extraño misterio del verbo, el destino, obsesivo
y monótono, hizo resonar incesantemente a lo largo de la historia de
Francia el nombre del último gran maestre de los Templarios...
La abolición de la Orden fue decidida por el Concilio de Vienne, en el
valle del Ródano, en el año 1311. Y exactamente cinco siglos más
tarde, en 1811, la fortaleza del Temple, en París, fue arrasada.
¿De qué habría sido ésta testigo? ¿Había
caído un nuevo velo sobre el mortal secreto que guardaba desde el 11
de marzo de 1314?
Durante mucho tiempo se contó una leyenda. Decía que cada año,
en la noche en que había sido decretada la abolición de la Orden,
un espectro vestido con el manto blanco que llevaba la cruz roja grabada, armado
con su escudo "plata y sable" y con su lanza, se aparecía a
medianoche en la cripta del Templo, en París. Y entonces se oía
una voz sepulcral que preguntaba:
"-¿Quién quiere liberar Jerusalén?
"-Nadie -respondía el eco a través de las columnas de la
cripta-. Porque el Templo ha sido destruido..."
5 de febrero de 1967-26 de febrero de 1970
NOTA
El lector no habrá dejado de observar la repetición de un cierto
número de citas de escrituras o de traducciones de términos. Pero
el autor así lo ha considerado necesario. En efecto, durante más
de quince siglos un verdadero "lavado de cerebro" dogmático
ha impregnado, a las buenas o a las malas, el psiquismo hereditario del hombre
occidental, y a menudo, sin que éste se diera cuenta, lo ha vuelto más
o menos refractario a la crítica, e incluso a la lógica más
evidente. ¡El propio autor reconoce no haber escapado a él antaño!
Por eso en esta obra ha creído necesario subrayar ciertos textos esenciales,
repitiéndolos. Y pide excusas por ello al lector.