Luz
y tradición
Por Carmelo Ríos
La Tradición Primordial- la transmisión de la Luz- ha utilizado diferentes cuerpos externos que una vez cumplida su misión han quedado abandonados, a veces como pétreos cadáveres de gigantes, y otras como elocuentes vestigios de extintas civilizaciones, ambos símbolos visibles que demuestran la existencia de una ciencia muy evolucionada incluso para nuestro tiempo, que ha existido subyacente, subterránea o paralela a las diferentes religiones, ciencias, creencias y cultos temporales de la Humanidad.
Los monumentos celtas y los círculos megalíticos de Stonehenge, en Inglaterra y de Carnac en Bretaña, los templos mayas, aztecas y toltecas, algunos santuarios del sur de la India- réplicas de las vimanas o agni-rathas, las naves espaciales del Ramayana y del Mahabharatalas piedras de Palenque, las pistas de Nazca, Los maoris de la Isla de Pascua, la arquitectura sagrada de las catedrales edificadas por las hermandades secretas de maestros constructores, o las inimitables vidrieras realizadas por los alquimistas, son mudos pero elocuentes testigos de una ciencia extraordinariamente avanzada que existió muchos siglos antes de lo que nuestra civilización tecnológica actual o la investigación histórica pueden o quieren recordar.
Lo mismo podría ser dicho de las encomiendas y castillos templários
en toda Europa, situados siempre de forma estratégicamente energética,
y miles de otros lugares sagrados dispersos por toda la faz de la Tierra
que circundan nuestro mundo con una aureola de enigmas indescifrables para
el profano ("en el exterior del templo") si no se posee la llave
secreta y la aptitud interna de un verdadero Iniciado.
Las nuevos descubrimientos de la geología y de la paleontología
llagan ahora para datar la antigüedad de las pirámides y la
Esfinge de Egipto en más de veinte mil años, es decir, en
la llamada Era del Hielo (¡el tiempo de los mamuts¡) lo que
revela que en la época prediluviana existió una civilización
extraordinariamente avanzada, ahora convertida en leyenda, que aventajaba
a la más vanguardista de nuestras ciencias, sociedades y religiones,
pues poseían-según filósofos como Platón, quien
recibió esa información de los sacerdotes de la escuela de
Heliópolis, en Egipto, con quienes convivió durante más
de veinte años, (tal como afirma en sus Diálogos Critias y
Timeo) ciudades prodigiosas, incluso bajo el mar, y aeronaves que surcaban
los cielos y las aguas por medio de una forma de energía psíquica
similar al Vril de la que habla el escritor Eduard Bullwer-Litton en su
célebre obra La Raza Futura.
Todo ello aliado
a una avanzada medicina, una sociedad democrática y teocrática
insospechada para nuestra época y una sola lengua que se extinguió
por causa de un cataclismo geológico o tal vez un meteorito que sumergió
su grandeza en las profundas aguas del Atlántico, de la que hablan
también Herodoto, Solón, Diodoro o Estrabon, entre otros,
aunque su existencia haya sido negada hasta nuestros días desde los
tiempos de Arsitóteles. De los sacerdotes de Heliópolis supo
Platón de la existencia de una inmensa pirámide que antaño
se erguía imponente en las altas cimas de Ruta, una de las más
importantes islas de la Atlántida, cuyo ápice culminaba con
un gigantesco disco solar.