El Poder del Perdón
Por Carmelo Ríos
Tal vez el
perdón sea el acto más sabio, mas profundo y más liberador
que un ser humano pueda realizar en esta vida, y a la vez el que mas le
acerca a Dios, que es perdón absoluto, absolución eterna y
eternidad liberadora.
Al candidato en el umbral de la Iniciación se le pide que haga tabla
rasa con su pasado, que perdone, que olvide, para abrirse a una nueva posibilidad
de vida en esta misma existencia que se ofrece ahora, a cambio de la capitulación
del yo mismo, de la rendición incondicional ante una fuerza o luz
infinitamente mas poderosa que el ego.
Acaso el perdón sea el único gesto soberano que el ser humano
puede hacer antes de morir y renacer en vida por el proceso mismo de la
alquimia del espíritu. Perdonar es un acto de sacrificio, pues renunciamos
a la venganza, al desquite, a la justa o injusta compensación.
Hay varias formas de perdón. Primeramente está el valeroso
acto de pedir perdón, no solamente a los seres humanos, sino a la
Naturaleza y al Universo visible o invisible. Elevar nuestra mirada y nuestras
manos hacia la noche estrellada y pedir perdón al Infinito por nuestra
mediocridad, por nuestra ingratitud, por nuestra ignorancia y nuestra falta
de amor.
Pero, cuan a menudo nuestro orgullo, que es el adversario por excelencia
del amor y de la luz, nos ha impedido pedir perdón, no como un gesto
de cortesía o de superflua e hipócrita norma social, sino
desde una profunda contrición, desde una sincera humildad, desde
la urgente necesidad de reconciliarse, de redimir, de establecer la paz,
la tregua o el armisticio de las situaciones mas imperdonables aun en medio
del campo de batalla de las difíciles relaciones humanas, y decir
desde los mas hondo de nuestro sentir: lo siento, lo siento mucho, te pido
perdón.
Acaso pedir perdón, con valor, con humildad, con absoluta entrega
y desde el corazón roto sea otro acto soberano que caracteriza al
verdadero buscador espiritual, al peregrino del Amor, al genuino capitán,
al auténtico líder de los hombres, pues nuestra capacidad
de perdonar y de pedir perdón es sinónima de nuestra grandeza
de alma.
Martin Luther King dijo que aquel que es incapaz de perdonar es incapaz
de amar. El perdón renueva nuestra vida y pone fin a los asuntos
pendientes, nos da otra oportunidad, nos ofrece la posibilidad de redimir
lo pasado, nos saca del infierno en vida del rencor, del resentimiento,
de la cólera, de la idea de venganza, e incluso de justicia, y nos
permite la entrada libre en el Reino de los Cielos, que no es un lugar allende
de las estrellas, sino un estado de la mente y del corazón compasivo,
expandido y redimido.
Los Maestros de todas las tradiciones espirituales nos recuerdan constantemente
que pidamos perdón y que perdonemos antes de que sea demasiado tarde,
pues el perdón es un acto primordial de inteligencia espiritual y
de compasión hacia nosotros mismos, y acaso sea la compasión
la lección que todos los seres venimos aprender a esta tierra. Perdonar
es también un acto de profunda sabiduría, pues como dijo León
Tolstoy:"comprenderlo todo es perdonarlo todo".
Perdonar es
olvidar. Solo alguien muy oscuro o ignorante puede decir "perdono pero
no olvido". Precisamente la ciencia ha descubierto que una de las funciones
principales de la memoria es su capacidad de olvidar. ¿Y cuantas
veces deberemos olvidar las ofensas, perdonar a nuestro hermano, a nuestro
prójimo como a nosotros mismos? El Maestro del Amor nos dice categóricamente:
¡setenta veces siete¡
¿Pero existe aun algo más difícil, mas salutífero
y mas redentor que perdonar o pedir perdón? Si, perdonarse a uno
mismo. Un viejo axioma de Confucio dice: "Perdonárselo todo
a aquel que es incapaz de perdonarse a sí mismo".
¡Perdonarme a mi mismo¡ Eso es algo para lo cual uno no se siente
nunca suficientemente preparado, ni entrenado, ni incluso "autorizado".
Preferimos vivir en el purgatorio moral del desaliento, de la mortificación,
de la auto-culpa, no perdonarnos y como consecuencia, no perdonar, alimentando
con la memoria el hedor lúgubre de la pena, del remordimiento y la
tristeza, que marchitan nuestras vidas y nos arrebatan el precioso don de
la alegría, tal vez esperando que algo o alguien, quizás un
sacerdote, un santo, un ángel o una fuerza sobre-natural haga por
nosotros lo que nadie puede hacer por nosotros.
¿Alguna vez nos hemos atrevido a decirnos frente al espejo, pronunciando
nuestro nombre: ¡te perdono¡ Te perdono de corazón, total
y absolutamente, y te dejo libre?, como se lo diríamos a nuestro
único hijo adolescente que se hallara apesadumbrado por las consecuencias
de una decisión errónea o de un acto equivocado
Y aun en la distancia, podemos pedir perdón y perdonar, pues la energía
sigue al pensamiento y estas imágenes, clichés y vibraciones
sutiles de perdón y de anhelo de reconciliación, viajarán
por el éter en busca de la unidad con el otro y de la Divina Armonía
que ponen fin al dolor y al sufrimiento, a veces de muchas vidas pasadas.
Pero, nos preguntaremos, y si el otro- si es que existe un "otro"
que no sea yo mismo fuera de mi- no desea la paz, no busca la reconciliación,
la curación de lo incurable? El Maestro Philippe de Lyón nos
dice que hablemos entonces con nuestro Ángel de la Guarda para que
hable con el Ángel Guardián nuestro "adversario"
y que ambos lleguen a un acuerdo.
El Maestro Philippe daba una importancia extraordinaria al perdón.
En muchas de sus enseñanzas hacía referencia a la necesidad
absoluta de perdonar y de pedir perdón:
- "En
la vida progresamos sin cesar, y en la medida en que progresamos, cambiamos
de guía. De ahí la necesidad de hacer la paz INMEDIATAMENTE
con los enemigos, pues, ofendiendo a los enemigos, ofendemos a su guía,
y la paz solo puede ser hecha entre los mismos interesados. Sino, habrá
que esperar a que en una serie de reencarnaciones el mismo periodo se produzca
y que el perdón sea acordado. Es necesario, incluso, que el ofendido
rece por el ofensor". (1)
Que redención, que alegría, que júbilo el perdonar
y pedir perdón, ¡pero que gloria aun mayor es perdonarse a
sí mismo¡ Si no me perdono, si no me olvido, si me juzgo, si
me condeno y no me exculpo, me aferro al dolor, a la necesidad de sufrir,
a la culpa, y consecuentemente, espero el castigo o el mal karma. ¿Y
que puedo crear, en que puedo creer, como puedo crecer si me aferro al dolor,
a la culpa y al sufrimiento que conllevan los supuestos errores cometidos
en un pasado sobre el cual ya no tengo ningún imperio? ¿Que
ha ocurrido en la historia de la humanidad cuando los hombres han erigido
ideologías, religiones y filosofías basadas en el dolor, el
miedo y la culpa?
Se cuenta que en una ocasión, un prisionero de un campo de concentración
le preguntó a otro: ¿has perdonado a los nazis? Y este le
contestó: ¡nunca¡ El otro le respondió:¡entonces,
aun te tienen prisionero¡.
Los sufíes dicen: "El enemigo está agotado de ti".
Y busca también su redención, su absolución, su perdón.
Pues el perdón libera al que es perdonado y con frecuencia también
al que perdona. Los Evangelios dicen que el propio Jesús el Cristo
perdonó a sus verdugos, pues como la mayoría de de los hombres,
en todas las épocas, reinos y dimensiones de consciencia, no sabían
lo que hacían.
¡Que
fuerza tan extraordinaria, que alquimia sublime del Amor glorificado y expandido,
y que belleza del corazón secreto se encuentran en el perdón¡.
El perdón permite que nuestro corazón se rompa por todos los
corazones que rompió, y la redención que surge de ese acto
de compasión dinámica lo reconstruye despacio, fragmento a
fragmento, para resucitarlo a la verdadera vida como el cuerpo desmembrado
de Osiris, de Orfeo o de Mitra.
El poeta inglés William Blake dijo: "Es más fácil
perdonar a un enemigo que a un amigo", pues del amigo solo esperamos
comprensión, apoyo, y afecto, y del enemigo aguardamos solo lo peor,
la traición, el oprobio o el ataque. Así que el desafío
del discípulo, del verdadero buscador espiritual es perdonar también
a su amigo, a su hermano, indultarle de las ofensas, de los actos y aún
de los pensamientos, antes incluso de que los realice.
El perdón del corazón es una suerte de presagio del Cielo
en la Tierra que no puede ser provocado, pues llega a veces como el deletéreo
vuelo de una Presencia angelical que nos acerca al misterio insondable de
la Gracia. Como consecuencia de la llegada de esa bendición sutil,
es perdonado lo imperdonable, es olvidado lo inolvidable, es amado lo poco
amable y es redimido lo irremediable.
Sueño con el día en que el ángel dormido que soy yo,
tenga el valor de erigirse ante la Presencia de Dios, y pedir perdón
en nombre de todos los seres sensibles, por los millones de años
de separación de la Luz y del Amor.
Así, concluyo que el Cielo en la Tierra ha de edificarse sobre la
misericordia, la compasión y el perdón, y que todo, absolutamente
todo, ha de ser perdonado.
Siddharta el Buda nos aconsejó: "Sed como el sándalo
que perfuma la hoja que le infiere corte". Y el escritor Mark Twain
dice en uno de sus poemas:
"El perdón
es el perfume
Que la violeta deja
en el pie que la pisa".
Bibliografía:
(1) Le Maître Philippe de Lyon, Thaumaturgue et Homme de Dieu",
por Philippe Encause. Ediciones Tradicionales, Paris, 1985.
(2) "El Maestro Philippe", de Alfred Hael. Ediciones Escuelas
de Misterios. Barcelona.
(3) "Un año de Vida" de Stephen Levine. Ediciones Libros
del Comienzo.
(4) "La Sabiduría del Perdón". S.S. Dalai Lama.
Ediciones Oniro.