Sobre Las Relaciones De Lo Físico Y De La Moral
(Manuscrito original de Louis-Claude de Saint-Martin)


Conservado en la Biblioteca de la Sociedad Teosófica, Plaza Rapp, París, Francia. No hay ser organizado que no tenga en él en potencia el germen y el principio de acción de todas las propiedades y de todos los fenómenos donde él es susceptible según su clase.
No hay ser organizado que pueda solo convertir en acto esta potencia la cual se proporciona por su naturaleza; necesita necesariamente la ayuda y la reacción de alguna fuerza exterior, fuerza que se incluyó en general bajo el nombre muy indeterminado de movimiento; porque el movimiento no es más que el órgano, o si se quiere el efecto, de esta fuerza exterior; el movimiento por fin no es más que la manera sensible en que esta fuerza se agita, pero no es el móvil y la causa radical por la cual se agita. Cuando empujo una bola, el movimiento de mi brazo o mi pie no es el móvil radical que hace rodar la bola; este movimiento sólo es el órgano, que causa ocasionalmente, que reaccione. El móvil radical, en este ejemplo, reside en mi vida física, animal, o en mi sangre; - y, si se quiere remontar así de causa en causa, se llegará a un principio generador universal, que sólo no podrá manifestar nada sensible por este movimiento, pero cuyo movimiento no estará así como un órgano, y contendrá en él la fuente radical, primitiva y viva de toda cosa, y absolutamente independiente y distinta de todo lo que llamamos movimiento. El orden moral se somete como el orden físico a esta ley general de reacción, y, aunque el ser moral que piensa en nosotros tener el germen y el principio de todas las acciones y de todos los efectos que son de su incumbencia, no puede desarrollar nada ni manifestar fuera él sin las fuerzas externas, sino que a las que similares vengan a hacerle reaccionar, excitarle, fomentarle, como hacen el calor terrestre o solar, aquellos engranajes de toda especie sobre los gérmenes de los distintos cuerpos de la naturaleza. No tenemos por eso lo que solemos llamar las ideas innatas; sólo tenemos la aptitud, la potencia y la disposición de estas ideas cuando las circunstancias favorables vienen a hacerlas nacer. Es esta semejanza de leyes entre la moral y lo físico que indujo a los hombres a creer en la semejanza y la unidad de sustancia en ellas.
Pero teniendo cuidado con otros hechos tan simples como los que acabamos de establecer, habrían reconocido que, si esta semejanza existe entre algunas leyes de lo físico y de la moral, existe también una gran diferencia en algunas otras leyes de estas dos entidades. Y en primer lugar, en vez de creer que la moral sea el producto y el resultado de lo físico, habrían sido no partícipes de esta idea que repugnaba a la rectitud de nuestro juicio: que el efecto sea mayor que la causa.
Ahora bien, si es nuestra voluntad la que, a su modo de ver, es el efecto y el resultado de lo físico, sería necesario admitir este repugnante axioma; ya que ciertamente nuestra voluntad es superior a nuestro físico puesto que1 controla en medio de las circunstancias y que controla incluso lo físico de otros en estado de sonambulismo y crisis. Lo que condujo a este error, fue ver que, si hay casos donde nuestra voluntad parece controlar lo físico, hay otros en donde es lo físico lo que controla la voluntad y todas las facultades morales. Se observó este imperio de lo físico como un poder vivo y generador; que al examinarlo de más cerca se habría visto que no hay nada de eso. Los poderes recíprocos de lo físico sobre la moral y de la moral sobre lo físico son innegables, pero ellos están lejos de ser iguales. Un simple vistazo basta para convencernos. El poder de lo físico sobre la moral sólo es pasivo, el de la moral sobre lo físico es activo.
Me explico.
Si estoy enfermo levemente grave; mis facultades morales parecen desplomarse, absorberse y devienen como nulas; el poder de lo físico sobre ellas parece entonces no ser más que el poder de estrechar y destruir, lo que está bien lejos de producir y de generar. Si supongo lo físico en el mejor orden posible, mis facultades morales reanudan su tono y su medida; pero si no diera a estas facultades morales una cultura y reacciones que les fueran similares, permanecerían en su estado natural y no adquirirían ningún aumento, quizá incluso se irían degenerando; lo que prueba que se han visto hombres muy bien constituidos y muy sanos en cuanto a lo físico, pero cuyas facultades morales están en el último grado de inferioridad, faltos de cultura, mientras que se han visto hombres cacoquímicos y muy mal conformados en cuanto a lo físico, que daban bastantes cuidados a su moral para atraer admiración por sus virtudes y por su espíritu. El físico más perfecto sólo tiene pues a lo sumo el poder de no obstruir ni de decidir el desarrollo de nuestras facultades morales. Favorece, si lo quiere, este desarrollo en lo que les provee o deja ir la facilidad de adquirir, pero no les da nada más sí a continuación ellas no se afanan por ellas mismas; y es eso lo que llamo el poder pasivo.
El poder activo al contrario parece pertenecer en propiedad a la moral sobre lo físico, en que no solamente puede velar por lo físico y conservar la medida de fuerzas y facultades que la naturaleza les concedió, sino que puede aún extender esta medida y aplicar sus cuerpos a miles de talentos que la sola naturaleza física nunca les habría hecho adquirir. Por esta potencia y esta autoridad generadora, la moral parece pues dar algo a lo físico, parece crear hasta cierto punto en él nuevas subvenciones y un mayor alcance de actividad y facultades; y es eso lo que llamo el poder activo. Ahora bien, este poder activo de la moral siendo incontestablemente más importante, mayor que el poder pasivo de lo físico, inquiero, siendo que este último sea el que lo genere, cómo puede ser al final que el efecto sea más grande que la causa. Vayamos más lejos. En todo punto que nuestras porciones puedan absorber y destruir desde lo físico sobre lo moral, eso nunca llega hasta la destrucción completa; y, si los desórdenes de lo físico, causados o por la enfermedad, o por las pasiones, vienen a cesar, la moral se encuentra siempre más o menos dispuesta a recuperar en parte sus fuerzas y sus facultades (verdad sujeta, sin embargo, a miles de variaciones combinadas con la edad del individuo, su negligencia anterior a ocuparse de su moral, a los remanentes de las enfermedades que pueden observarse como una continuidad de la enfermedad, etc.). Al contrario, el poder de la moral sobre lo físico, que se extiende tanto en destruir como en conservar y en perfeccionar, puede llegar hasta la destrucción de este mismo físico por la muerte que puede darle, de modo que por una parte cuando el físico está más favorecido, la moral no hace más que dejarle gozar de todos sus derechos sin separarse, en cambio cuando el físico opera en sentido contrario sobre la moral, no hace más que obligarle y absorberle sin destruirle, mientras que en el otro sentido la moral contiene el doble poder de crear hasta cierto punto nuevas facultades en el físico, y al mismo tiempo de hundirlo si quiere lo puede llevar a una destrucción sin vuelta. Estos signos opuestos me parecen muy sorprendentes por pertenecer al mismo ser. Tengo y participo de esta admiración universal por los hombres que en todas las épocas dominaron sobre su físico, cosa que nunca sería imposible según el sistema que yo combato porque no es el efecto el que debe controlar la causa, sino que la causa la que debe controlar al efecto.
Podría repetir también la objeción que aún no se soluciona sobre el ejemplo que el hombre, único entre los animales, nos otorga el suicidio y que hace que el ser que recibió de la naturaleza la mayor suma de vida y por consecuencia el mayor deseo de conservarlo es por sí solo el máximo de perfección junto a lo máximo de imperfección diametralmente opuesto.
Podría por fin, observar que, en la física misma, los desórdenes de un principio constitutivo no vienen del mismo principio, sino de otro principio constitutivo que lo obstruye, se le opone y lo domina. La sangre sólo se enciende por la reacción de las sales; nuestras sales se debilitan y se reducen por la excesiva abundancia de los fluidos acuosos que las disuelven; nuestros huesos sólo se carian por la acción de fuego que los quema o del agua que produce la putridez, etc., etc., etc.
Si pues, en estos pequeños ejemplos, veo siempre a dos agentes diferentes en donde se manifiesta un desorden, no se cómo se podría aún negar en reconocer que todos los hechos expuestos arriba se someten a las mismas condiciones para que tengan lugar, y espero que se haya decidido algo sobre eso para pasar a la explicación de las crisis.
N.B. La naturaleza constatada por las observaciones de todos los siglos. He allí quizá una de las razones de la alteración y de la muerte del cuerpo de los hombres, puesto que el tiempo y sus trabajos elevaron al edificio y pusieron su espíritu en la región de la luz y la libertad. Sin embargo todas estas cosas se operan de una manera lenta e insensible porque no son más que el desarrollo de los secretos de Dios. Ahora bien, Dios no muestra sus secretos al descubierto para no empeorar las profanaciones del impío y el juicio que merecerían, y, además para mantener en actividad la vigilancia del sabio, ya que Dios quiere que velemos, puesto que somos espíritu.
El árbol después de haber empujado una única vez sus raíces en la oscuridad de la tierra produce en la claridad de los cielos y en la libre atmósfera una abundancia y una continuidad de frutas que se renuevan cada año. Eso puede ofrecernos una pequeña imagen de la eternidad comparada al tiempo, haciéndonos ver cuál es el límite de la generación en el tiempo y cuál es el alcance de las generaciones en la eternidad. Se nos dijo que no había generación sin putrefacción. Pero hay dos putrefacciones y sólo una de estas dos putrefacciones es la que genera: es la del agua. Ésta humilla los principios demasiado volátiles y les hace pasar en la corporización en donde el agua es el principio, como el mercurio es el principio de la forma. Esta putrefacción por agua no da ningún olor desagradable porque tiene por objeto lo contrario de hacer que todo reingrese en el orden a la imagen de la creación de las cosas. La putrefacción por el fuego opera el contrario. Es movida por el orgullo, exalta los principios volátiles e incluso los fija cuando puede hacerlo; traspone todo, destruye todo con el fin de ponerse en el lugar de todo. Por eso sólo retorna infección y sólo opera por la destrucción de seres corporales, mientras que la otra sólo opera para su formación. Se pueden ver según la putrefacción de los cadáveres cuál será la putrefacción del final de las cosas. Se puede ver también por allí de donde proceden estos mismos cadáveres.

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