De los siete dones del Espíritu Santo en Cristo
Bernardo de Clairvaux



1. La presente solemnidad de la Anunciación del Señor, Hermanos míos, parece que presenta a nuestra vista la sencilla historia de nuestra reparación bajo el aspecto de una llanura dilatada y amenísima. Se confía una nueva embajada al Ángel San Gabriel, y una Virgen que profesa una nueva virtud, es honrada con los obsequios de una nueva salutación. Se aparta de las mujeres la maldición antigua, y la nueva Madre recibe una bendición nueva. Se halla llena de gracia la que ignora la concupiscencia (pleonexia, epithymia) , a fin de que viniendo sobre ella el Espíritu Santo, conciba en su seno virginal, un Hijo, la misma que se desdeña de admitir varón. Penetra en nosotros el antídoto de la salud por la puerta misma, por donde, entrando el veneno de la serpiente, había ocupado la universalidad del linaje humano. Innumerables flores semejantes a éstas es fácil recoger en estos hermosos prados; pero yo descubro en medio de ellos un abismo de una profundidad insondable. Abismo inescrutable es verdaderamente el Misterio de la Encarnación del Señor, abismo impenetrable aquel en que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. ¿Quién le podrá sondear, quien podra asomarse a él, quién le comprenderá? El pozo es profundo y yo no tengo con qué pueda sacar agua. Sin embargo, acontece algunas veces que el vapor que se exhala del fondo de un pozo, humedece los lienzos puestos sobre la boca del mismo pozo. Así, aunque recelo penetrar adentro, conociendo bien mi propia flaqueza, con todo eso repetidas veces, Señor, colocándome junto a la boca de este pozo, extiendo a Vos mis manos, porque mi alma está como una tierra sin agua en vuestra presencia. Y ahora, que subiendo de abajo la niebla ha embebido en sí algo de ella mi tenue pensamiento, procuraré, hermanos míos, comunicároslo con toda sencillez, exprimiendo, por decirlo así, el lienzo y derramando sobre vosotros las pequeñas gotas del celestial rocío con que se halla empapado. 2. Pregunto, pues, ¿por qué razón encarnó el Hijo, y no el Padre o el Espíritu Santo, siendo así que no sólo es igual la gloria de toda la Trinidad, sino también una sola e idéntica su sustancia? Pero ¿quién conoció los designios del Señor, o quien ha sido su consejero? Altísimo misterio es éste, ni conviene que temerariamente precipitemos nuestro parecer sobre este punto. Con todo eso, parece que ni la Encarnación del Padre ni la del Espíritu Santo hubiera evitado el inconveniente de la confusión en la pluralidad de hijos, debiendo llamarse el uno hijo de Dios, y el otro hijo del hombre. Parece también muy congruente que el que era Hijo se hiciera hijo, para que no hubiera equivocación, ni siquiera en el nombre. En fin, esto mismo constituye la gloria de nuestra Virgen, esta es la singular prerrogativa de María, que mereció tener por hijo al mismo que es Hijo de Dios Padre: la cual gloria no tendría, como es constante, si no hubiera sido el Hijo el que se encarnó. Ni a nosotros se nos podría dar de otro modo, igual ocasión de esperar la salud y la herencia eterna; porque, hecho Primogénito entre muchos hermanos, el que era Unigénito del Padre, llamará sin duda a la participación de la herencia, a los que llamó a la adopción: pues los que son hermanos son coherederos también. Jesucristo, pues, así como con un misterio inefable juntó en una persona la sustancia de Dios y la del hombre; así también, usando de un altísimo consejo, en la reconciliación no se apartó de una equidad prudente, dando a uno y a otro lo que convenía; honor a Dios, y misericordia al hombre. Bellísima forma de composición, entre el Señor ofendido y el siervo reo, es hacer que ni por el celo de honrar al Señor sea oprimido el siervo con una sentencia algo más dura, ni tampoco condescendiendo con él inmoderadamente sea defraudado el Señor en e¿ honor que le es debido.

3. Escucha, pues, y observa atentamente las dos partes en que dividen su cántico los Ángeles en el nacimiento de este Mediador: Gloria, dicen, sea a Dios en las alturas; y en la Tierra paz a los hombres de buena voluntad. Es de notar aquí como, para conformarse con estas dos partes del cántico, no le faltó a Cristo, nuestro fiel reconciliador, ni el espíritu de temor con que mostró siempre reverencia al Padre, le rindió los homenajes que le son debidos y procuró su gloria: ni el espíritu de piedad con que misericordiosamente se compadeció de los hombres. A más de esto tuvo también como necesidad de echar mano al espíritu de ciencia, para mantenerse en el fiel de la balanza entre el espíritu de temor y de piedad. Pues bien, advertid ahora cómo en el pecado de nuestros primeros padres fueron tres los autores que a él contribuyeron, pero a cada uno de los tres faltóle alguna de estas tres cosas. Hablo de Eva, del diablo y de Adán. No tuvo Eva el espíritu de ciencia, pues como dice el Apóstol, fué seducida para cometer el pecado. Seguramente esta ciencia no faltó a la serpiente pues se nos describe como la más astuta entre todos los animales; pero careció el maligno del espíritu de piedad, puesto que fue homicida desde el principio. Tal vez Adán podría parecer piadoso en no querer contristar a la mujer, pero abandonó el espíritu de temor de Dios, obedeciendo antes a la voz de Eva que a la divina. Ojalá que hubiera prevalecido en él el espíritu de temor, como expresamente leemos de Cristo en la Escritura, que estuvo lleno no del espíritu de piedad, sino del de temor; porque en todo y para todo debe preferirse el temor de Dios a la piedad con los prójimos, y él solo es el que debe ocupar todo el hombre. Por medio de estas tres virtudes, que son el espíritu de temor, el de piedad y el de ciencia, reconcilió a los hombres con Dios nuestro Mediador: porque con su consejo y con su fortaleza los libró del poder del enemigo. En efecto, con su espíritu de consejo, permitiendo que Satanás echara sus manos violentas sobre el Inocente, le despojó de sus antiguos derechos: con su fortaleza prevaleció contra él, para que no pudiera retener a los redimidos, cuando volvió de los infiernos vencedor y devolvió la vida a todos los que resucitaron con Él.

4. Nos sustenta, a más de esto, con el pan de vida y de entendimiento, y nos da a beber del agua de la sabiduría que da la salud. Porque la inteligencia de las cosas espirituales e invisibles es verdadero pan del alma, que corrobora nuestro corazón, y nos fortalece para toda obra buena en todo género de ejercicios espirituales. El hombre carnal, que no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, sino que le parecen necedad, tiene motivos de gemir y llorar diciendo: Se ha secado mi corazón, porque me olvidé de comer mi pan. Mira, qué verdad tan pura y perfecta es, que de nada le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma. Pero ¿cuando percibirá esto el avaro?. En vario trabajará cualquiera que pretenda persuadírselo. ¿Y por qué? Porque la parece necedad. ¿Qué cosa más verdadera, que ser suave el yugo de Cristo? Pues intenta persuadir esto a un hombre mundano, y verás cómo lo reputa piedra antes que pan. Y ciertamente con la inteligencia de esta verdad interior vive el alma, y éste es su manjar espiritual; porque No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que procede le la boca de Dios. Sin embargo mientras no saborees esta verdad, difícilmente podrá penetrar hasta el interior de tu alma. Mas cuando comenzares a sentir deleite en ella, ya no será manjar, sino bebida; y sin dificultad entrará en tu alma, para que así el manjar espiritual de la inteligencia se digiera mejor, mezclado con la bebida de la sabiduría; no sea que padeciendo sequedad los miembros del hombre, esto es, sus afectos, sirva más de carga que de provecho.

5 De todas las cosas, pues, que eran necesarias para salvar a los pueblos, ninguna absolutamente faltó al Salvador. Porque Él es de quien anticipadamente cantó Isaías: Saldrá un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz se elevará una flor, y reposará sobre ella el espíritu del Señor; espíritu de sabiduría y de entendimiento, espíritu de consejo y de fortaleza, espíritu de ciencia y de piedad, y la llenará el espíritu del temor del Señor, Observa con cuidado que dijo que esta flor se elevaría, no del renuevo, sino de la raíz. Porque si la nueva carne de Cristo hubiera sido creada de la nada en la Virgen (como algunos pensaron) no se podría decir que la flor había subido de la raíz sino del renuevo. Mas al decir el Profeta que se elevó de la raíz, se hace manifiesto que tuvo una materia común con los demás hombres desde el principio. Cuando añade que descansará sobre Él el Espíritu del Señor, nos declara que ninguna contradicción o lucha habría en Él. En nosotros, porque no es del todo superior el espíritu, no descansa del todo; puesto que la carne lucha y combate contra el espíritu y el espíritu contra la carne: del cual combate nos libre aquel Señor en quien nada semejante hubo, Aquel hombre nuevo, Aquel hombre íntegro y perfecto que tomó el verdadero origen de nuestra carne, pero no tomó la vieja levadura de la concupiscencia (pleonexia, epithymia) .


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