LAS ARTES DE LA IMAGINACIÓN
JOSCELYN GODWIN


¿Cómo haría usted para construir una catedral en una sociedad sin papel y ampliamente ignorante? Los arquitectos modernos, desde luego, dibujan diagramas a escala y trabajan cada detalle en papel que luego sirve para transmitir sus intenciones al constructor. Pero en tiempos antiguos toda la planificación, desde la ingeniería básica hasta los motivos decorativos, tenía que hacerse internamente, en la mente del arquitecto. El "secreto masón" del arquitecto de la antigüedad era que estaba entrenado para construir un edificio entero en su imaginación, para que una vez empezado el trabajo en el sitio, él pudiera dar instrucciones en cada punto. Al referirse al patrón guardado en su memoria, el arquitecto podía decirle a sus obreros cómo debía estar cortada y colocada cada piedra.


Una investigación inédita de la Dra. Marsha Keith Schuchard, ha revelado las asombrosas conexiones de los arquitectos de la antigüedad con dos sistemas de trabajo mental, la meditación Cabalística y el Arte de la Memoria. En retrospectiva, tiene perfecto sentido que los arquitectos de la antigüedad hayan desarrollado la técnica de la imaginación activa mucho más lejos que nada de lo que seamos capaces hoy. También, dado que los antiguos arquitectos, desde Stonehenge hasta Chartres, se ocupaban primordialmente de construcciones sagradas, es seguro que sus imaginaciones estaban llenas de mitos y símbolos religiosos. La construcción mental de templos e iglesias era inseparable de la meditación en el significado de esos mitos, mientras que el esfuerzo intenso de la imaginación podía fácilmente pasar a ser una experiencia visionaria.
Los siglos doce y trece que vieron el surgimiento de las catedrales en el occidente cristiano también fueron años dorados para cabalistas y sufís. La práctica de la imaginación activa es la esencia de la Cábala, en la cual el manejo mental de letras, números, y formas geométricas en dos y tres dimensiones supuestamente lleva a la comprensión del plan creativo de Dios. Este entendimiento puede eventualmente llevar al cabalista a la convicción de conocer a Dios. Las mismas técnicas eran practicadas por los sufís, como se ha mencionado en el segundo artículo de esta serie ( "Zoroastro").


El Arte de la Memoria, conocido por los antiguos, estaba relacionado con estas prácticas meditativas, pero era específicamente arquitectónico: su técnica básica era imaginar una construcción, en la cual las imágenes simbólicas de las cosas a recordar serían puestas consecutivamente en las paredes y en las habitaciones. En la Edad Media del cristianismo occidental fueron los judíos y los islámicos, a menudo viviendo pacíficamente a la par, quienes cultivaron tales técnicas y las artes a ellas asociadas: las matemáticas, la arquitectura y la ingeniería. Estas pasaron, con el tiempo, al mundo cristiano y vinieron a formar parte de las enseñanzas secretas de las guildas de masones, cuyas imágenes delatan sus orígenes por estar sacadas exclusivamente del Viejo Testamento.


La tradición esotérica occidental ha enfatizado siempre el uso de la imaginación como el medio primordial de acceso a los mundos superiores. Todas las escuelas esotéricas, hasta donde yo sé, instruyen a sus alumnos en la visualización e imaginación creativa. Los sentidos internos pueden ser fortalecidos, tal como los músculos de un atleta o la destreza de un músico es desarrollada a través del entrenamiento. El tiempo, el esfuerzo y la dedicación que se requieren son comparables, en los tres casos, al igual que la necesidad de una disposición genética.


Aquí, nuestro interés es en ambos usos de la imaginación: el esotérico como vehículo para entrar en los mundos internos, y el exotérico, para la educación y el adoctrinamiento. Hay varias maneras de estimular la imaginación, incluyendo el ayuno, la privación de sueño y una amplia serie de drogas. La meta, es superar su usual imprecisión y aspecto borroso y lograr un grado de claridad y realidad que rivalice con el estado de vigilia.


Los monjes irlandeses medievales fueron de los primeros y más entusiastas exploradores del reino visionario, el cual experimentaron de un modo semi-cristianizado aún en deuda con las tradiciones paganas de su tierra. Era "otro mundo" bien definido, con sus propias marcas (landmarks) y habitantes, incluyendo a las hadas y duendes, que encontraron su rincón en la cosmología cristiana como ángeles caídos. Usualmente se llega al Otro Mundo después de un viaje imaginario por mar hacia el Occidente. Está tan lleno de aventuras como la misma Irlanda, pero más lleno de santidad, en tanto que el viajero a menudo se encuentra con espíritus no caídos viviendo en jardines edénicos donde celebran una liturgia de canto y danza sagrada. Todo en ese mundo es más cristalino, las frutas más deliciosas, las bestias y los pájaros más mansos y dotados de la palabra.


Naturalmente los viajes irlandeses pasan hoy por fantasía-ficción, como sucede con la culminación de todos los "viajes del alma" medievales: la Divina Comedia de Dante. La erudición racional no conoce ningún intermedio entre hecho y ficción, y ya que esas islas occidentales, y mucho menos el Infierno, el Purgatorio y el Paraíso, no existen, lo que allí sucede tiene que haber sido inventado. Pero los eruditos racionales ignoran típicamente el funcionamiento de la mente creativa. No conocen esos éxtasis en donde el poeta contempla "formas más reales que el hombre viviente" que luego trata de captar en verso. Si los conocieran, las llamarían alucinaciones.


El entrenamiento de los Cabalistas y Sufís, sujeto como lo estaba a sus convicciones religiosas y a las enseñanzas de sus libros sagrados, conducía al viajero imaginativo a encontrar un mundo con una topografía y población definidas. Obviamente, las versiones judía y musulmana diferían, salvo tal vez en la misma cúspide donde los ángeles y sus cielos daban indicios de la presencia de Yahveh, o Allah. Pero cada una era consecuente. El propósito de visitar esas regiones por medio de la meditación era la purificación del alma a través de la experiencia de los mundos superiores, no la indulgencia en la Disneylandia astral, familiar a los consumidores de alucinógenos. Los devotos esperaban encontrarse con la confirmación de su fe, la cual, en su mayor parte, recibían debidamente. Si sus relatos eran copiados y circulaban, era para alentar a otros y fortalecer toda la trama. Sólo irrumpía la torpeza cuando la sublimidad de la experiencia hacía a los viajeros insubordinados al dogma exotérico y al bajar a la tierra emitían opiniones heréticas. Por semejante arrebato fueron ejecutados los sufís Al-Hallaj y Sohrawardi.


Desde luego, Dante no describe un cosmos judío o musulmán, sino uno basado en una doctrina cristiana y especialmente escolástica, y muy colorido, especialmente en el Infierno, por su propia programación personal y política. Su narración es tan circunstancial, tan vívida, detallada y poéticamente memorable, que por siglos ha alimentado la imaginación de sus compatriotas. Leer a Dante o cualquier otro trabajo sobre la imaginación visionaria, es compartir de modo pasivo esa experiencia, que es todo lo que la mayor parte de nosotros puede esperar o aun desear. Pero no hay que menospreciar el poder de estos trabajos de la imaginación. Sus imágenes míticas y símbolos se alojan en nuestras propias almas y pueblan el mundo interior de nuestros sueños. En la gran mayoría de los casos, son más fuertes que las personalidades que invaden y adoctrinan. El cristiano medieval que vivía su vida envuelto en los relatos, los cantos, la poesía y las imágenes visuales de la fe cristiana no podía ser otra cosa que un cristiano. Como tampoco podía el musulmán medieval ser otra cosa que un musulmán. El uno estaba tan convencido de un cielo de santos y ángeles cantando, como el otro de un jardín del Paraíso lleno de núbiles vírgenes. Cada uno estaba verdaderamente dispuesto a arriesgar su vida peleando contra el otro.


Pocos siglos después de Dante, Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, desarrolló un sofisticado método de imaginación activa que sirvió exactamente para el propósito de adoctrinación. Sus ejercicios espirituales estaban destinados a ser la base de la educación jesuita, especialmente para aquellos que se unían a la Orden, pero también en versiones modificadas para niños y laicos. La parte central de los ejercicios era la imaginación de episodios de los evangelios, que debían ser evocados internamente con la mayor realidad y detalle como fuera posible. No sólo había que despertar los sentidos internos sino las emociones, para que los sufrimientos de Jesús, los gozos y los pesares de María, etc., se convirtieran en los del espectador. Tal poder tiene la imaginación que, en casos excepcionales, a través de algún proceso psicofísico inexplicable por la ciencia médica, aparecía un estigma en el cuerpo del devoto.


La confianza que tenían los jesuitas en el efecto formativo de la imaginación también los llevó a convertirse en pioneros en las artes del teatro y la arquitectura teatral, las que mientras cautivaban y divertían, imprimían las imágenes deseadas en los sentidos internos y el alma. No es de extrañar que fuera Athanasius Kircher, un jesuita, quien encabezara el desarrollo de la lámpara mágica y el que describiera las primeras imágenes de luz en movimiento. ¡Qué podría haber hecho con el cine!


En el siglo dieciocho ocurrió una de las irrupciones más fenomenales en el mundo de la imaginación: la de Emmanuel Swedenborg, científico y estadista distinguido. Cuando joven, Swedenborg había estudiado las prácticas cabalísticas en la comunidad judía de Londres y había penetrado algunos de los secretos de la respiración controlada y el yoga sexual, como nosotros hoy podríamos llamarlo. Esto sentó la base para que pudiera penetrar en 1744, a la edad de 56 años, en los cielos e infiernos del universo. Pasó el resto de su larga vida escribiendo tratados teológicos basados en sus visiones. Sus interminables crónicas acerca de conversaciones con los espíritus son a menudo cómicas -y él era bien consciente de ello; sin embargo, no hay ninguna sugerencia de que la experiencia fuera imaginaria o meramente alegórica. Swedenborg humildemente aceptó su rol como portador de una nueva revelación de Dios para la humanidad y como fundador de una Nueva Iglesia para una nueva era.


¿Qué más puede hacer un visionario, una vez que se ha entregado, en cuerpo y alma, al poder de la imaginación? No puede poner en duda que el mundo celeste que le ha sido revelado con tan palpable realidad pudiera no ser el artículo genuino.


El comienzo del siglo diecinueve vio un desarrollo más allá en la exploración del mundo imaginal. Los seguidores de Anton Mesmer descubrieron que la gente, por lo general las mujeres, a la que se había puesto bajo trance hipnótico, podía a veces describir lugares no de esta tierra, y contestar preguntas acerca de cosas que nunca conocieron en estado de vigilia. Algunos, como Swedenborg y Dante, habían podido conversar con espíritus fallecidos, y por lo tanto describir el mundo que supuestamente nos espera a todos después de la muerte. No importa que los "espíritus" fueran frecuentemente descubiertos en disparates y mentiras (como Swedenborg ya había notado), o que los diversos relatos de otros mundos fueran contradictorios: los médiums decían lo que sus oyentes estaban ansiosos de oír.


La gran interrogante acerca de lo que se experimenta en la imaginación activa atañe a su objetividad. Los sufís de Persia, principalmente Sohrawardi entre ellos, afirmaron que el mundo de Hurqalya al que accedían interiormente era en verdad un mundo objetivo, pero sin un substrato material. Por lo tanto, otros siguiendo la misma práctica se encontraban en los mismos lugares, tan ciertamente como dos viajeros a Bagdad estarían de acuerdo en que habían visitado la misma ciudad. El mismo principio se aplica a la práctica cabalística aunque ahí la experiencia tiende a ser más matemáticamente abstracta.


Una posibilidad que no suele ser tenida en cuenta es que estos filósofos-místicos han encontrado efectivamente una salida de la Caverna de Platón al Mundo Real (ver el quinto artículo de esta serie, "La Tradición Platónica"). En la filosofía platónica éste es definitivamente un mundo objetivo más real que el material. ¿Pero cómo explicamos las diferencias impresionantes entre lo que allí se encuentra dependiendo de cuál sea la religión del filósofo? Mientras que el filósofo de Platón se encontraba con los dioses griegos, el sufí encuentra ángeles y "maestros que han ascendido". Los cabalistas pueden explorar, órgano por órgano y pelo por pelo, el cuerpo macrocósmico de su Dios. Los cristianos como Dante y Swedenborg probablemente vean el Infierno, como también el Cielo, y así sucesivamente. Las diferencias son suficientes para que el agnóstico moderno no-viajero se vuelva completamente escéptico acerca de la objetividad del Otro Mundo.


Esto es como si cada religión, y aún cada secta, fuera una especie de club exclusivo. Las mentes de los miembros están llenas, desde la niñez, con cierto conjunto de ideas y símbolos que estructuran su mundo imaginativo, su filosofía y sus expectativas de vida después de la muerte. Las catedrales e iglesias medievales eran depositarias de esas imágenes y símbolos, y medios de adoctrinamiento en el mejor sentido; pues cuando hay consenso imaginal en una sociedad, la discordia se reduce al mínimo. Cuando esas personas poco comunes, dotadas y entrenadas para las prácticas esotéricas se embarcaban en sus meditaciones, era dentro de ese mismo consenso. Ellos veían, oían, sentían y olían un ambiente que pudo haber sido nuevo y lleno de maravillas y sorpresas, pero estaba aún controlado por su fe y expectativas. Sólo cuando el místico iba más allá de los sentidos internos estaba liberado de lo que había aprendido a través de los sentidos externos. Entonces, como todos los estudiantes de misticismo saben, las descripciones se vuelven inseguras: el místico no puede encontrar palabras para la experiencia. Todo es luz y unidad y paradojas donde la mente racional no tiene en qué apoyarse.


Puesto que la mayoría de nosotros (y yo me incluyo enfáticamente) no somos expertos en viajar en el mundo interno de lo imaginal, colgamos en las paredes de los palacios de nuestra imaginación cuadros que otros nos han dado. Si somos afortunados, nuestros padres habrán empezado el proceso contándonos historias y dándonos libros con láminas que llenaron nuestras imaginaciones con imágenes arquetípicas de bestias parlantes, héroes y heroínas, lugares lejanos, comedia y tragedia. Tal vez ellos también nos criaron en una de las tradiciones religiosas ricas en imágenes. Podemos haber dejado sus dogmas atrás mientras crecíamos, pero su mitología es un fondo del cual nunca dejaremos de extraer cosas.
Si fuimos desafortunados, nuestros padres nos aparcaron frente a la televisión. Y esa es la medida del abismo entre el mundo imaginal de los pobres e ignorantes campesinos medievales y los campesinos de hoy.

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