LA REGULARIDAD INICIÁTICA


La adhesión a una organización tradicional regular, como hemos dicho, es no solamente una condición necesaria de la iniciación, sino que es, incluso, lo que constituye la iniciación en el sentido más estricto, tal como lo define la etimología del nombre que la designa, y es ello lo que está en todas partes representado como un "segundo nacimiento", o una "regeneración"; "segundo nacimiento" porque abre al ser a un mundo distinto a aquel en el cual se ejerce la actividad de su modalidad corporal, mundo que constituirá para él el campo de desarrollo de posibilidades de un orden superior; "regeneración", pues restablece así a este ser en las prerrogativas que eran naturales y normales en las primeras edades de la humanidad, cuando ésta no estaba todavía alejada de la espiritualidad original para hundirse cada vez más en la materialidad, como debía hacerlo en el curso de las épocas posteriores, y porque debe conducirle principalmente, como primera etapa esencial de su realización, a la restauración del "estado primordial", que es la plenitud y la perfección de la individualidad humana, residiendo en el punto central único e invariable de donde el ser podrá a continuación elevarse a los estados superiores.

Es preciso ahora que insistamos todavía a este respecto sobre un punto de capital importancia: la afiliación de que se trata debe ser real y efectiva, y una supuesta afiliación "ideal", tal como algunos se complacen en considerar de vez en cuando en nuestra época, es por completo vana y de nulo efecto (32). Esto es fácil de comprender, ya que se trata propiamente de la transmisión de una influencia espiritual, que debe efectuarse según leyes definidas; y estas leyes, siendo evidentemente distintas de las que rigen las fuerzas del mundo corporal, no son menos rigurosas, y presentan incluso con estas últimas, a pesar de las profundas diferencias que las separan, una cierta analogía, en virtud de la continuidad y la correspondencia que existen entre todos los estados o grados de la Existencia universal. Es esta analogía lo que nos permite, por ejemplo, hablar de "vibración" a propósito del Fiat Lux por el cual es iluminado y ordenado el caos de las potencialidades espirituales, aunque no se trate en absoluto de una vibración de orden sensible como las estudiadas por los físicos, al igual que la "luz" en cuestión no puede ser identificada con la que es captada por la facultad visual del organismo corporal (33); pero estas formas de hablar, siendo necesariamente simbólicas, ya que están fundadas sobre una analogía o una correspondencia, no son menos legítimas y estrictamente justificadas, pues esta analogía y esta correspondencia existen realmente en la naturaleza misma de las cosas, y van incluso, en un cierto sentido, mucho más lejos de lo que se podría suponer (34). Deberemos retornar más ampliamente sobre estas consideraciones cuando hablemos de los ritos iniciáticos y de su eficacia; por el momento, es suficiente retener que hay leyes a las que es forzosamente preciso tener en cuenta, a falta de las cuales el resultado deseado no podría ser alcanzado, tal como un efecto físico no puede ser obtenido si uno no se sitúa en las condiciones requeridas en virtud de las leyes a las cuales su producción está condicionada; y, cuando se trata de una transmisión efectivamente operada, esto implica manifiestamente un contacto real, sean cuales sean por otra parte las modalidades por las cuales podrá ser establecido, modalidades que estarán naturalmente determinadas por dichas leyes de la acción de las influencias espirituales a las cuales hemos hecho alusión.

De esta necesidad de una adhesión efectiva resultan inmediatamente numerosas consecuencias extremadamente importantes, sea en cuanto al individuo que aspira a la iniciación, sea en lo que concierne a las organizaciones iniciáticas en sí mismas; y son estas consecuencias lo que nos proponemos examinar ahora. Sabemos que hay, incluso muchos, a quienes estas consideraciones parecerán muy poco agradables, sea porque alterarán la idea demasiado cómoda y "simplista" que se habían formado de la iniciación, sea porque destruirán algunas pretensiones injustificadas y algunas aserciones más o menos interesadas, pero desprovistas de toda autoridad; pero estas son cosas ante las cuales no podríamos detenernos, por poco que fuera, no teniendo ni pudiendo tener, ahora como siempre, ninguna otra preocupación que la de la verdad.
En primer lugar, en cuanto al individuo, es evidente, después de lo que acaba de ser dicho, que su intención de ser iniciado, incluso admitiendo que sea real en él el intento de unirse a una tradición de la cual ha podido tener algún conocimiento "exterior", no podría en absoluto bastar para asegurarle la iniciación real (35). En efecto, no se trata aquí en ningún modo de "erudición", lo que, como todo lo que depende del saber profano, no tiene aquí ningún valor; y no se trata tampoco de ensueños o de imaginación, no más que de cualquier otra aspiración sentimental. Si fuera suficiente, para poderse llamar iniciado, leer libros, aunque fueran las Escrituras sagradas de una tradición ortodoxa, acompañadas incluso, si se quiere, de sus comentarios más profundamente esotéricos, o de pensar más o menos vagamente en cualquier organización pasada o presente a la cual se otorga con complacencia, y tanto más fácilmente cuando es muy mal conocida, su propio "ideal" (esa palabra que se emplea en nuestros días a cada paso, y que, significando todo lo que se quiera, en el fondo no significa realmente nada), esto sería ciertamente demasiado fácil; y la cuestión previa de la "cualificación" se encontraría incluso por ello completamente suprimida, pues cada uno, estando naturalmente inducido a estimarse "bien y debidamente cualificado", y siendo así a la vez juez y parte de su propia causa, descubriría con seguridad sin dificultad excelentes razones (excelentes al menos a sus propios ojos y según las particulares ideas que se haya forjado) para considerarse como iniciado sin más formalidades, y no vemos por qué debería detenerse a mitad de camino y no desearía atribuirse de una sola vez los grados más trascendentes. Aquellos que se imaginan que se han "iniciado" a sí mismos, tal como hemos dicho, ¿no han reflexionado nunca en las consecuencias más bien molestas que implica su afirmación?. En estas condiciones, no hay nada de selección ni de control, nada de "medios de reconocimiento", en el sentido en que ya hemos empleado esta expresión, ninguna jerarquía posible, y, por supuesto, nada de transmisión, sea cual sea; en una palabra, nada de lo que caracteriza esencialmente a la iniciación y de lo que de hecho la constituye; y, sin embargo, es esto lo que algunos, con una asombrosa inconsciencia, osan presentar como una concepción "modernizada" de la iniciación (bien modernizada, en efecto, y con seguridad digna de los "ideales" laicos, democráticos e igualitarios), sin dudar de que, en lugar de haber al menos iniciados "virtuales", lo que después de todo es todavía algo, no habrían así mas que simples profanos erigidos indebidamente en iniciados.

Pero abandonemos aquí estas divagaciones, que pueden parecer despreciables; si hemos creído deber mencionarlas es porque la incomprensión y el desorden intelectual que desgraciadamente caracterizan a nuestra época les permiten propagarse con una deplorable facilidad. Lo que debe comprenderse es que, cuando se plantea el tema de la iniciación,, se trata exclusivamente de cosas serias y de realidades "positivas", algo que diríamos de buen grado si los "cientifistas" profanos no hubieran abusado tanto de esta palabra; que se acepten estas cosas tal como son, o que no se hable ya más de la iniciación; no vemos ningún término medio posible entre estas dos actitudes, y más valdría renunciar francamente a toda iniciación que dar este nombre a lo que no sería mas que una vana parodia, incluso sin las apariencias exteriores que tratan al menos todavía de salvaguardar algunas otras falsificaciones de las que deberemos hablar después.

Para volver a lo que fue el punto de partida de esta digresión, diremos que es preciso no solamente que el individuo tenga la intención de ser iniciado, sino que debe ser "aceptado" por una organización tradicional regular, estando cualificada para conferirle la iniciacion (36), es decir, para transmitirle la influencia espiritual sin el refuerzo de la cual le sería imposible, a pesar de todos sus esfuerzos, llegar jamás a liberarse de las limitaciones y obstáculos del mundo profano. Puede ocurrir que, en razón de su falta de "cualificación", su intención no encuentre ninguna respuesta, por sincera que pueda ser por otra parte, pues ésta no es la cuestión, y en todo esto no se trata en absoluto de "moral", sino únicamente de reglas "técnicas" referidas a leyes "positivas" (repetimos esta palabra a falta de otra más adecuada) y que se imponen con una necesidad tan ineluctable como, en un orden distinto, las condiciones físicas y mentales indispensables para el ejercicio de ciertas profesiones. En semejante caso, no se podrá jamás considerar como iniciado, sean cuales sean los conocimientos teóricos que llegue a adquirir por otros conductos; y es de presumir, por lo demás, que, incluso con respecto a ello, no irá jamás muy lejos (hablamos naturalmente de una comprensión verdadera, aunque todavía exterior, y no de la simple erudición, es decir, una acumulación de nociones haciendo únicamente llamamiento a la memoria, tal como tiene lugar en la enseñanza profana), pues el conocimiento teórico en sí mismo, superando un cierto grado, supone ya normalmente la "cualificación" requerida para obtener la iniciación, que le permitirá transformarlo, mediante la "realización" interior, en conocimiento efectivo, y así nadie podría ser impedido de desarrollar las posibilidades que lleva verdaderamente en sí mismo; en definitiva, no son apartados sino aquellos que se ilusionan por su cuenta, creyendo poder obtener algo que, en realidad, demuestra ser incompatible con su naturaleza individual.

Pasando ahora a la otra parte de la cuestión, es decir, la que se relaciona con las organizaciones iniciáticas mismas, diremos esto: es muy evidente que no se puede transmitir lo que no se posee; en consecuencia, es necesariamente preciso que una organización sea efectivamente depositaria de una influencia espiritual para poderla comunicar a los individuos que se unen a ella; y esto excluye inmediatamente a todas las formaciones pseudoiniciáticas, tan numerosas en nuestra época y desprovistas de todo carácter auténticamente tradicional. En estas condiciones, en efecto, una organización iniciática no podría ser el producto de una fantasía individual; no puede estar fundada, a la manera de una asociación profana, sobre la iniciativa de algunas personas que deciden reunirse adoptando unas formas cualesquiera; e, incluso si estas formas no son por completo inventadas, sino adoptadas de ritos realmente tradicionales de los cuales sus fundadores habrían tenido algún conocimiento por "erudición", no serán por ello más válidas, pues, a falta de filiación regular, la transmisión de la influencia espiritual es imposible e inexistente, si bien, en semejante caso, no se tiene relación mas que con una vulgar imitación de la iniciación. Y con mayor razón cuando no se trata mas que de reconstrucciones puramente hipotéticas, por no decir imaginarias, de formas tradicionales desaparecidas tras un tiempo más o menos remoto, como las del Egipto antiguo o las de Caldea, por ejemplo; e, incluso si hubiera en el empleo de tales formas una voluntad seria de adherirse a la tradición a la cual han pertenecido, no serían más eficaces, pues nadie puede unirse en realidad sino a algo que tenga una existencia actual, y todavía faltaría para esto, tal como dijimos en lo concerniente al individuo, ser "aceptado" por los representantes autorizados de la tradición a la cual se refiera, de tal manera que una organización aparentemente nueva no podrá ser legítima mas que si es como una prolongación de una organización preexistente, de forma que mantenga sin interrupción la continuidad de la "cadena" iniciática.

En todo esto, no hemos hecho en suma sino expresar en otros términos y más explícitamente lo que ya habíamos dicho acerca de la necesidad de una afiliación efectiva y directa y de la vanidad de una adhesión "ideal"; y nadie debe, a este respecto, dejarse engañar por las denominaciones que se atribuyen ciertas organizaciones, a las que no tienen ningún derecho, pero que intentan darse con ello una apariencia de autenticidad. Así, por tomar un ejemplo que ya hemos citado en otras ocasiones, existe una multitud de agrupaciones, de origen totalmente reciente, que se dicen "rosacrucianas", sin haber tenido jamás el menor contacto con los Rosacruces, ni siquiera a través de alguna vía indirecta y degradada, y sin incluso saber lo que ellos han sido en realidad, ya que se los representan casi invariablemente como habiendo constituido una "sociedad", lo cual es un error grosero y específicamente moderno. No se debe ver en esto, lo más frecuentemente, sino la necesidad de engalanarse con un título o la voluntad de imponerse a los ingenuos; pero, incluso considerando el caso más favorable, es decir, si se admite que la constitución de algunos de estos grupos proviene de un deseo sincero de adherirse "idealmente" a los Rosacruces, no será todavía esto, bajo el punto de vista iniciático, mas que una pura nada. Lo que decimos acerca de este ejemplo particular se aplica por otra parte de forma parecida a todas las organizaciones inventadas por los ocultistas y otros "neoespiritualistas" de todo género y denominación, organizaciones que, sean cuales sean sus pretensiones, no pueden, en verdad, ser calificadas sino de "pseudoiniciáticas", pues no tienen en absoluto nada real que transmitir, y lo que presentan no es sino una falsificación, incluso muy a menudo una parodia o una caricatura de la iniciación (37).

Añadiremos todavía, como consecuencia de lo que precede, que, aún cuando se trata de una organización auténticamente iniciática, sus miembros no tienen el poder de cambiar las formas a su antojo o de alterarlas en lo que tienen de esencial; ello no excluye ciertas posibilidades de adaptación a las circunstancias, que por otra parte se imponen a los individuos más bien que derivan de su voluntad, pero que, en todo caso, están limitadas por la condición de no atentar contra los medios por los cuales está asegurada la conservación y la transmisión de la influencia espiritual de la cual es depositaria la organización considerada; si esta condición no fuera observada, resultaría una verdadera ruptura con la tradición, que haría perder a esta organización su "regularidad". Por otro lado, una organización iniciática no puede legítimamente incorporar a sus ritos elementos tomados de formas tradicionales distintas a las que según la cual está regularmente constituida (38); tales elementos, cuya adaptación tendría un carácter totalmente artificial, no representarían sino simples fantasías redundantes, sin ninguna eficacia desde el punto de vista iniciático, y que consecuentemente no añadirían absolutamente nada de real, pero cuya presencia no podría ser, en razón de su heterogeneidad, sino una causa de disturbios y de desarmonía; el peligro de tales mezclas está por lo demás muy lejos de quedar limitado al dominio iniciático, y es un punto lo demasiado importante como para merecer ser tratado aparte. Las leyes que presiden el manejo de las influencias espirituales son por otra parte algo demasiado complejo y delicado como para que aquellos que no poseen un conocimiento suficiente puedan permitirse impunemente aportar modificaciones más o menos arbitrarias en las formas rituales, en las que todo tiene su razón de ser, y cuyo alcance exacto se les escapa.

Lo que claramente se desprende de todo esto es la nulidad de las iniciativas individuales en cuanto a la constitución de las organizaciones iniciáticas, sea en lo que concierne a su origen mismo, sea en relación con las formas que revisten; y puede señalarse a propósito de esto que, de hecho, no existen formas rituales tradicionales a las cuales puedan asignarseles como autores individuos determinados. Es fácil comprender que sea así, si se piensa que la meta esencial y final de la iniciación sobrepasa el dominio de la individualidad y sus posibilidades particulares, lo que sería imposible si estuviera reducido a medios de orden puramente humano; de esta simple indicación, sin ir siquiera al fondo de la cuestión, puede entonces deducirse inmediatamente que es necesaria la presencia de un elemento "no humano", y este es en efecto el carácter de la influencia espiritual cuya transmisión constituye la iniciación propiamente dicha.

Notes
32. Para los ejemplos de esta supuesta afiliación "ideal", por la cual algunos llegan incluso a pretender revivir formas tradicionales totalmente desaparecidas, ver Le Regne de la Quantité et les Signes des Temps, cap. XXXVI; volveremos por otra parte sobre ello un poco más adelante.
33. Expresiones como las de "Luz inteligible" o "Luz espiritual", u otras equivalentes, son por otra parte bien conocidas en todas las doctrinas tradicionales, tanto occidentales como orientales; recordaremos únicamente de manera particular con este motivo la asimilación, en la tradición islámica, del Espíritu (Er-Rûh), en su esencia misma, con la Luz (En-Nûr).
34. Es la incomprensión de una tal analogía, tomada sin razón por una identidad, lo que, junto a la constatación de una cierta similitud en los modos de acción y los efectos exteriores, ha inducido a algunos a formarse una concepción errónea y más o menos groseramente materializada, no solamente de las influencias psíquicas o sutiles, sino también de las influencias espirituales, asimilándolas pura y simplemente a fuerzas "físicas", en el sentido más restringido de la palabra, tales como la electricidad o el magnetismo; y de esta misma incomprensión ha podido surgir, al menos en parte, la muy extendida idea de pretender establecer acercamientos entre los conocimientos tradicionales y los puntos de vista de la ciencia moderna y profana, idea absolutamente vana e ilusoria, ya que son cosas que no pertenecen al mismo dominio, y por otra parte el punto de vista profano en sí mismo es propiamente ilegítimo. -Cf. Le Règne de la Quantité et les Signes des Temps, cap. XVIII.
35. Entendemos por ello no solamente la iniciación plenamente efectiva, sino también la simple iniciación virtual, según la distinción que debe hacerse a este respecto, y sobre la cual deberemos volver a continuación de manera más precisa.
36. No queremos decir con ello únicamente que deba tratarse de una organización propiamente iniciática, con exclusión de toda otra especie de organización tradicional, lo que es en suma demasiado evidente, sino también que esta organización no debe provenir de una forma tradicional a la cual, en su aspecto exterior, el individuo en cuestión fuera extraño; hay incluso casos donde lo que se podría llamar la "jurisdicción" de una organización iniciática está todavía más limitada, como el de una iniciación basada sobre un oficio, y que no puede ser conferida sino a individuos pertenecientes a este oficio o que tengan al menos con él ciertos lazos bien definidos.
37. Las investigaciones que debimos hacer a este respecto, en un tiempo ya muy lejano, nos han conducido a una conclusión formal e indudable que debemos expresar aquí claramente, sin preocuparnos de los furores que pueda suscitar en diversos círculos; si dejamos de lado el caso de la posible supervivencia de algunas raras agrupaciones del hermetismo cristiano de la Edad Media, por otra parte extremadamente restringidas en todo caso, es un hecho el que, de todas las organizaciones con pretensiones iniciáticas que están actualmente extendidas en el mundo occidental, sólo hay dos que, por decaídas que estén a causa de la ignorancia y la incomprensión de la inmensa mayoría de sus miembros, pueden reivindicar un origen tradicional auténtico y una transmisión iniciática real; estas dos organizaciones, que por otra parte, a decir verdad, no fueron primitivamente mas que una sola, aunque con múltiples ramas, con el Compagnonnage y la Masonería. Todo el resto no es sino fantasía o charlatanería, cuando no sirve incluso para disimular algo peor; y, en este orden de ideas, no hay invención, por absurda o extravagante que sea, que no tenga en nuestra época alguna posibilidad de salir adelante y de ser tomada en serio, desde los ensueños ocultistas sobre las "iniciaciones astrales" hasta el sistema americano, de intenciones principalmente "comerciales", de las pretendidas "iniciaciones por correspondencia".
38. Es así como, muy recientemente, algunos han querido intentar introducir en la Masonería, que es una forma iniciática propiamente occidental, elementos tomados de doctrinas orientales, de los cuales no tenían por otra parte sino un conocimiento por completo exterior; se encontrará un ejemplo de lo citado en L'Esotérisme de Dante, p. 20.