El Martinismo
es una escuela de alto hermetismo, que se descubre a muy poca gente, prefiriendo
la calidad a la cantidad.
La iniciación Martinista es el resultado de una enseñanza,
pero hay en su desarrollo una parte inmensa de formación personal.
Cualquier poder conocido por la naturaleza o la sociedad, para ser útil
debe desarrollarlo y adaptarlo a su función, aquél que ha
de beneficiarse.
Existe una cualidad de alma, que caracteriza esencialmente al verdadero
Martinista; es aquella afinidad entre espíritus unidos por un mismo
comportamiento intelectual, por las mismas tendencias. De todo lo cual se
sigue la obligatoria constatación que el Martinismo está compuesto
por seres que, en una primera etapa, meditan aislados y solitarios en el
silencio de su gabinete, buscando su propia iluminación.
Cada uno de estos seres, en una segunda etapa, tiene el deber, una vez que
han adquirido el conocimiento de las leyes del equilibrio, de transmitir
su comprensión a su alrededor, a fin de que quienes deban comprender,
participen de la verdad de su vida espiritual. Es aquí entonces,
donde interviene la misión de servicio del Martinismo. Es solamente
en este sentido que esta corriente espiritual especial encuentra su lugar
en la tradición occidental.
Los asuntos de dinero son casi desconocidos en la Orden. Los grados son
conferidos siempre al mérito y no pueden ser nunca objeto de tráfico.
La afiliación a la ORDEN MARTINISTA es buscada sobre todo por la
instrucción, que lleva bastante lejos y que comprende el estudio
profundo del simbolismo y el hermetismo.
La Orden abre sus portales tanto a los hombres como a las mujeres, no demanda
a sus miembros ningún juramento, sólo solicita a su tiempo,
un compromiso de trabajo sincero. Tampoco impone ningún dogma.
Acoge sin distinciones a todos los que sienten en sus corazones el amor
por el prójimo y que desean trabajar por el bien común.
Dentro de la orden es de rigor poseer el espíritu de comprensión
más acentuado.