En
invierno es época de siembra. Allí procuraremos, como el sembrador,
elegir los mejores granos. Análogamente es época de pensar en
nuestros objetivos para el nuevo ciclo, conforme a la experiencia adquirida.
El sol se ha alejado del hemisferio y la tierra se prepara para trabajar interiormente.
Los frutos de la cosecha anterior ya han sido recogidos. Es el momento para
seleccionar los mejores frutos, obtener sus semillas y volver a sembrar. Hay
frutos que se pasmaron, se pudrieron o no se desarrollaron bien. Estos se
eliminan y se guardan los mejores.
Análogamente, hay un momento para evaluar los objetivos logrados. De
todo lo que te has propuesto, seguramente habrá metas que no se han
conseguido todavía. Esto no es un fracaso si aprendes de la experiencia.
Es decir, si investigas cuales son las causas que han impedido hasta ahora
su logro. Una vez determinados los obstáculos que lo han impedido,
elabora un plan para superarlos y acercarte, de esta manera, a un éxito
final.
Los obstáculos pueden ser de diversa índole. La mayoría
seguramente están en ti mismo. No culpes a nadie de lo que te sucede.
No culpes a los demás si no has logrado todavía determinadas
metas. Tal vez no sea tiempo todavía, quizás tengas que desarrollar
otros objetivos antes, tal vez tengas que vencer tus temores, o emplear más
energía y voluntad para conseguirlos. A veces las metas son poco realistas
y en ese caso deberás replantearlas para avanzar por etapas: una escalera
se sube peldaño a peldaño.
Un
período de amor y solidaridad
Nosotros,
seres humanos, hemos vivido cientos de miles de años en estrecho contacto
con la naturaleza, siendo parte de ella misma. Solamente estos últimos
siglos hemos construido ciudades y nos hemos alejado de ella. Pero todo nuestro
ser sigue respondiendo a esos ciclos, llevamos ese programa en nuestros genes.
Imagina una tribu viviendo en cuevas o chozas en pleno invierno. Para sobrevivir
han debido guardar los granos de los alimentos que cosecharon para alimentarse
con ellos en invierno, cuando escasean los vegetales para comer. También
protegen sus animales para tener disponible, especialmente, leche.
De acuerdo a la dedicación y esfuerzo, es seguro que algunas familias
logran mejores cosechas que otras. Pero si quienes tienen para comer en el
invierno se guardan lo que tienen e incluso lo que no alcanzarán a
comer y no comparten con quienes no tienen lo suficiente, el resultado sería
la muerte de algunos miembros de la tribu. Y esto, lógicamente, perjudica
a la totalidad, pues los debilita. De modo que, por razones de superviviencia,
toda la tribu comparte lo que tienen para pasar la época más
difícil.
El sol, como hemos dicho, se ha alejado. Hay más frío y más
escasez de todo. El sol es la fuente de vida y de calor. Sin embargo, el ser
humano observa fácilmente que el sol retornará y la naturaleza
volverá a mostrar su abundancia y esplendor.
Los miembros de la tribu se reúnen en torno de una fogata. El fuego
obviamente les da calor, luz y además, probablemente les permite cocinar
algunos alimentos. Juntos, se apoyan y comparten lo que tienen.
Esto se va transformando en una celebración y una ceremonia. El fuego
es la representación del sol, momentáneamente alejado. Es también
el elemento transformador de todo: lo que era sólido lo transforma
en líquido, lo líquido en vapor, lo denso se transforma en algo
sutil.
Los pueblos de todos los lugares del planeta comienzan a celebrar el Solsticio
de Invierno.
De allí que las fiestas solsticiales se acompañan de fuego.
Incluso se colocaron antorchas en los árboles para iluminar el camino
y el lugar de la celebración. En la noche solsticial se intercambian
obsequios. Es noche de solidaridad, de amor y de esperanza.
Cuando el cristianismo comienza a propagarse en Europa, asimila estas fiestas
solsticiales a sus propios ritos y símbolos. De allí que se
fija la fecha del nacimiento de Jesús en el Solsticio de Invierno (Hemisferio
Norte). El niño Jesús pasa a simbolizar para los cristianos
la idea de solidaridad, amor y esperanza. Por eso se colocan luces en los
árboles, a semejanza de las antorchas que antiguamente se colocaban
en el norte de Europa. Por eso se intercambian regalos, aunque en la mayoría
de los cristianos de hoy, pasa a ser simplemente una expresión de materialismo
y consumismo. Muchos han olvidado que no es importante el valor material,
sino que cada uno debe dar algo de sí que pueda compartir con los demás,
para que juntos, unidos en amor y solidaridad, puedan mejorar su calidad de
vida.
Es el momento de tener fe y esperanza que todo irá mejor si tenemos
la actitud interior correcta, si amamos y si somos solidarios