ECCE HOMO (1)
En el Evangelio según san Juan, después de la flagelación, Pilatos, presenta a Jesús al gentío y exclama: «¡He aquí al hombre (Ecce Homo)!» EH


Traducción, J. Lohest

La humanidad blanca ha
perdido al hombre en camino.
Serge Lier (2)

¿Estamos cerca del final de los tiempos, o del final de un tiempo? ¿Del final de la edad de hierro? se preguntarán algunos. En cualquier caso, vivimos una época en la que las nociones tradicionales, degradadas por la confusión de las palabras, se han convertido en los fermentos de la subversión de los espíritus.

Entre las nociones más equívocas de nuestros días, tenemos las de liberación y naturaleza. Se trata aquí de la naturaleza humana. Dicen que la moral consiste en seguir a la naturaleza; reprimirla acarrearía multitud de complejos y frustaciones. Afirmaciones como éstas son corrientes hoy en día. ¿Cuántos nos han elogiado la psiquiatría que los desculpabiliza...! Estos términos bárbaros son hoy habituales, al igual que las ideas o, mejor dicho, los sueños y sentimientos que expresan.

Es nuestra naturaleza quien nos guía, sigámosla pues, liberémonos de los tabúes y viviremos felices.

En efecto, todos tenemos nostalgia de un paraíso perdido. Para convencerse de ello, basta contemplar a la gente en vacaciones precipitarse hacia las regiones de clima caluroso para no hacer nada, para jugar y vivir desnuda y sin coacción. Pero el más hermoso paraíso de los ecologistas nunca dejará de ser más que un paraíso animal en el que los hombres mueren como en cualquier otra parte, sin finalidad ni esperanza. Toda moral es vana ante la evidencia de la muerte. La muerte es también la quiebra de nuestro optimismo respecto a la naturaleza humana, una ogresa que, en resumidas cuentas, devora una por una todas sus producciones.

¿Y cuál es, pues, esta producción? Lleva el nombre bíblico de Esaú. En hebreo, este nombre constituye el participio pasado del verbo hacer. Por consiguiente, Esaú es un hombre hecho, un hombre animal, un hombre realizado para este mundo. Se vuelve perfecto cuando se cubre de pelo. Esta es su naturaleza y destino. Más allá nada hay sino corrupción y muerte.

La admirable filosofía judaica trata sutilmente, pero con precisión del hombre y su destino. Uno de los grandes obstáculos que impide su difusión es el necesario conocimiento del hebreo y del arameo (3), por eso es poco conocida exteriormente. Esta filosofía no es, al fin y al cabo, más que un comentario, una explicación del Pentateuco, los cinco libros de la Revelación mosaica, la famosa Ley de Moisés, término equívoco heredado de la Setenta, y que preferimos sustituir por la palabra hebrea Torá, Revelación, es decir, una instrucción viva y vivificante descendida del cielo.

Dicha revelación tiene un objeto, que es el hombre. Este hombre se llama Jacob y es el hermano gemelo de Esaú. Jacob procede de una raíz hebrea que significa huella, ya que este hombre lleva la huella del cielo. Se llama también Israel, cuyo sentido es el que ha vencido la fuerza. La Torá es una revelación dada a Israel. Es el don de Arriba, transmitido de edad en edad por el Padre a sus hijos en la alianza bendita. En el don de la Torá, Israel es revelado a sí mismo, a fin de conocerse: ésta es la vía de la verdad, llamada también cábala, que significa recepción de un don.

El pueblo más monoteísta del mundo no dispone de ninguna palabra para designar a Dios. Las traducciones que se le dan no son más que aproximativas. El incognoscible, origen de Todo, no puede definirse. La tradición judaica lo llama Ein Sof, el Sin Límites, admirable negación que excluye toda definición y que conviene perfectamente a aquello de que se trata: no se le puede limitar ni conocer. Por consiguiente, no es objeto de revelación:

«Has de saber», escribe Pérez de Barcelona (4), «que del Ein Sof que hemos mencionado, no se encuentra ninguna alusión en la Torá, ni en los Profetas, ni en los Hagiógrafos, ni en las palabras de nuestros sabios (5). Sólo los maestros de la adoración han aludido alguna vez a ello».

El Ein Sof se piensa a sí mismo o, más exactamente, se sueña, y este sueño es la primera de todas sus emanaciones (6). Se la llama corona celeste (en hebreo, Keter Elion). Esta primera emanación del Ein Sof es descrita como una materia muy fluida, la más sutil que pueda haber, llamada simiente (7) por los Sabios de la Verdad. Pero este pensamiento divino puede ser alcanzado por el hombre en aquello que se llama precisamente el don de la Torá o creación. En esta creación, la divinidad se expresa y se conoce definiéndose. Del mismo modo, contemplándola, Israel se revela a sí mismo, como en un espejo misterioso. Y todo ello se llama alianza. Así, la Torá y la Alianza no son más que una sola y misma cosa dada a Israel en el misterio de la bendición.

«El Santo-bendito-sea», escribe Menahem de Recanati (8), «no es un aspecto separado de la Torá, la Torá no le es exterior, y él no es algo exterior a la Torá. Asimismo, los sabios de la cábala han dicho: el Santo-bendito-sea es la Torá».

El «Santo-bendito-sea» es el nombre que los rabinos dan al famoso Tetragrama ihvh, llamado vulgarmente Jehovah.

Este Tetragrama es el lugar de la existencia del Ein Sof, el lugar de la verdad...

«Como no podemos alcanzar el Ein Sof del Santo-bendito-sea, (él) ha hecho un lugar (maqom) que se llama con un nombre que evoca la idea de límite, y aquí está la existencia del Santo-bendito-sea. La vía del maqom es llamada salida de Egipto en verdad» (9).

Tal es, precisamente, uno de los comentarios de la hagadá de Pascua, o relato de la salida de Egipto que los judíos piadosos leen en familia durante la noche de Pascua. La palabra hebrea Pesah que traducimos por Pascua, significa paso, pues es una alusión al paso del Señor por la tierra de Egipto para la liberación de su pueblo (10).

En la misma edición de la hagadá encontramos el siguiente comentario:

«El Santo-bendito-sea es llamado Lugar (Maqom) porque es el lugar del mundo, mientras que el mundo no es su lugar... Y algunos dicen que se llama Lugar por la siguiente razón: antes de que el Santo-bendito-sea hubiera dado la Torá a Israel, se les conocía, a Él y a Su Sabiduría, como una cosa oculta en un lugar secreto e invisible. Y cuando hubo dado la Torá a Israel, entonces, (Él) hizo resplandecer su luz sobre el mundo entero. Y según la vía de la verdad (la Cábala) está escrito: He aquí un Lugar conmigo (Exodo XXXIII, 21). En dicho lugar puede alcanzarse el espejo resplandeciente que dice: Bendito-sea. Y el inteligente callará...» (11).

Así pues, podemos concluir haciendo la distinción entre Esaú y Jacob.

Exiliado de su lugar, el primero está sometido al espíritu que domina el mundo. Su vida es efímera mientras permanece sometida a la naturaleza animal y al exilio. En cuanto al segundo, permanece en su lugar, y los sabios han dicho:

«Bienaventurado aquel que reconoce su lugar y se mantiene en él. Salomón dice al respecto: Si el espíritu que domina al mundo se eleva contra ti, no dejes tu lugar (Eclesiastés X, 4)» (12).

Existe una Torá escrita y una Torá no escrita. Esta última es llamada Torá sobre la boca. Es la tradición oral heredada también del Sinaí y que vivifica la Escritura dándole su sentido verdadero. Una es para la otra lo que el espíritu es al cuerpo de la letra.

Para comprender bien esto, es necesario un cierto conocimiento de las lenguas semíticas. En hebreo especialmente, las vocales no forman parte del alfabeto, que está compuesto únicamente por consonantes. No obstante, un texto constituido sólo por consonantes permanecería impronunciable, sería un texto muerto, como un cuerpo sin alma. Así, el lector vocaliza de forma instintiva el texto, sabiendo, por su conocimiento de la lengua y el sentido del contexto, los sonidos que debe atribuir a las diferentes consonantes.

En la época de la gran diáspora, después de la ruina del estado judío bajo el emperador Adriano, se hizo sentir la necesidad de mantener con rigor el sentido del texto bíblico. En efecto, a medida que el sentido primitivo se perdía, una vocalización errónea hubiera dado al texto de la Santa Escritura un sentido totalmente diferente. Así fue como los masoretas establecieron, al principio de la era cristiana, un sistema gráfico de vocales, independiente del alfabeto, compuesto por signos, generalmente puntos colocados junto a las letras y cuya lectura permite vocalizar el texto.

Las consonantes han sido así comparadas al cuerpo de la flauta de siete orificios, siendo las vocales como los dedos del músico que la anima con su soplo. Tratándose de signos auxiliares, las vocales nunca se emplean solas, sino que siempre acompañan a una consonante.

Según una antigua tradición, la vocalización que leemos en el texto bíblico es una vocalización para el tiempo del exilio.

Cuando venga el Mesías, habrá otras vocales y el sentido del texto, permaneciendo igual en lo que al cuerpo de la letra se refiere, será totalmente distinto en cuanto al sentido, y esto es la Torá sobre la boca o cábala: leer en el presente lo que aún está oculto y será revelado a todos sólo al final de los tiempos.

Se ha comparado naturalmente la letra de la Escritura al hombre mismo, ya que una y otro tienen un cuerpo que puede estar muerto o vivo gracias al soplo que lo anima. En el tiempo del Mesías, el texto recreado con otras vocales resucitará, al igual que el hombre. Es la creación del hombre que va a la par con la del texto.

El Zohar es, en algunos pasajes, muy explícito al respecto:

«Todas las letras son como un cuerpo sin alma. Cuando vienen los puntos, que son el secreto del alma viva, he aquí que el cuerpo se endereza en su consistencia y, a propósito de esto, está escrito: Y Adán fue en alma viva (Génesis II, 7). Y todo esto ha salido de un solo punto, que es la Sabiduría de Arriba...» (13),

o sea, Keter Elion o la corona celeste.

Y también:
«Cuando salieron las letras del seno del secreto de Arriba, como hemos aprendido (...) éstas se desarrollaron y fueron grabadas en el hombre (lo que es el secreto del cuerpo del primer hombre), luego aparecieron los puntos e insufló en ellas el soplo de vida, pues los puntos son el secreto del soplo de vida que está en las letras, y las letras se enderezaron como un hombre que se yergue sobre sus pies por la consistencia del soplo» (14).

Se comprenderá las consecuencias de una enseñanza como ésta, que hace de Adán el lugar de los soplos a la vez que el lugar de la Revelación. En efecto, el espíritu no puede conocerse ni expresarse sin cuerpo, ya que permanecería entonces sin límites, como las vocales, que no pueden ser pronunciadas sin las consonantes. Así como el cuerpo muerto no expresa ni conoce nada, así también las consonantes de un texto no pueden expresarse sin las vocales.

La exégesis judaica tiene métodos que sorprenden nuestros espíritus cartesianos. Aludimos a la guematría, que ha sido muy empleada. Se sabe que las letras del alfabeto hebreo también son cifras. La guematría consiste en hacer la suma aritmética de las diferentes palabras y establecer una equivalencia de sentido entre las palabras que tienen el mismo número; así la palabra Adán suma 45 y el Tetragrama ihvh (jehovah) también suma 45.

«No podría expresarse mejor», escribe Paul Vulliaud, «la calidad teándrica del Ser, en cuya aparición se efectuará el misterio de la Unión. El Zohar llama a este Hombre, Jehovah, el Justo» (15).

Se trata en realidad de una creación que se renueva en el curso de la historia de los hombres. Los rabinos han enseñado que por el misterio de la revolución (guilgul o metempsicosis) el alma de Adán había emigrado a David y de David al Mesías, todavía oculto a causa de nuestros pecados.

*

La intención de los evangelistas fue precisamente poner en evidencia en ciertos fragmentos del relato de la Pasión, a este Mesías todavía oculto a causa de nuestros pecados. Este Hombre, en efecto, será siempre impugnado en el curso de nuestra historia, hasta que se alce la luz del final de los tiempos. Por este motivo, los textos que vamos a citar tienen un alcance profético:

En el Evangelio según san Juan (16), después de la flagelación, Pilatos, presenta a Jesús al gentío y exclama: «¡He aquí al hombre (...) os lo traigo fuera!» en griego, exo. Este término parece expresar la profanación del Hombre, presentado con las manos atadas, una corona de espinas, revestido de un manto púrpura, etc. Fueron los soldados quienes, por burla, así lo disfrazaron. Así son los hombres de todos los tiempos que, sin tener que reflexionar, obedecen a los instrumentos del poder del extranjero; la especie no ha desaparecido de nuestras grandes religiones sociales.

Es, pues, una cara desfigurada la que el romano presenta al gentío, exo, fuera. Tal es la idolatría.

En la corte del sumo Sacerdote durante la gran controversia, ante el tribunal de los hombres, Pedro renegó tres veces de su Señor diciendo: «¡No conozco a este hombre!» (17). No obstante, cuando cantó el gallo, le reconoció, es decir, al alzarse la aurora, cuando se disipan las sombras de la noche.

Existe también la noche de la historia, con sus símbolos, imágenes e ídolos que no son sino las sombras proyectadas en la conciencia humana.

*

El relato bíblico de Esaú y Jacob constituye lo que en hebreo se llama una hagadá, eso es, una historia destinada a instruirnos. Se trata de una historia que acaba bien. Al final, los dos hermanos se abrazan, reconciliados (18).

He aquí los detalles de esta reconciliación: Jacob, yendo al encuentro de su hermano Esaú, le ofrece un presente, su bendición y le dice:

«Si he hallado misericordia ante tus ojos, tomarás esta ofrenda de mi mano, pues, por ello he considerado tu faz como el aspecto de la faz de Elohim (19); toma, pues mi bendición» (20).

Sin embargo, Esaú empezó por rehusar diciendo:

«Tengo mucho, (rav) guárdate lo que es tuyo. Y Jacob le respondió: lo tengo todo (kol) y le acosó tanto que al final, la aceptó...».

Observemos aquí la función de las vocales. El comentario del Zohar (21) nos invita a no leer «tengo mucho», (rav) sino «tengo querella» (riv). La palabra riv, querella, indica un culto extranjero, o sea, idólatra, al que Esaú se había entregado con toda naturalidad. Esta fue la razón de su vacilación. Pero cuando al final, acepta la bendición de su hermano Jacob, su faz resplandece como la de Elohim.

Jesús enseñaba a sus discípulos a bendecir a sus enemigos con su bendición transformadora... ¡a condición de que la aceptaran! Es entonces la mejor manera de librarse de ellos, y convertirlos en amigos y hermanos.

1. Extracto de E. d’ Hooghvorst, Le Fil de Pénélope, ed. La Table d’Emeraude, París, 1996, pp. 227- 236.
2. «El hombre es la suerte del hombre», artículo aparecido en Le Monde-Dimanche del 21-X-79.
3. El cristianismo, que fue una difusión del judaísmo en el mundo greco-romano, está profundamente arraigado en el suelo hebreo. Esto se ha olvidado demasiado; por esta razón, la religión de Cristo es tan a menudo mal comprendida y enseñada. La mayoría de los cristianos, y no los menos importantes, se han preocupado durante más tiempo de polémicas contra los judíos que de buscar entre ellos los fundamentos tradicionales y escriturarios de su propia religión. Reconozcamos que han habido excepciones, más numerosas de lo que se cree, sobre todo entre los Padres de la Edad Media Latina y entre los cabalistas cristianos del Renacimiento. Además, la historia de Nicolás Flamel, que era instruido por su maestro Cánchez, tendría que llamar la atención de los alquimistas. Este hecho no es un caso aislado entre los adeptos del Hermetismo cristiano. Este saber, en efecto, tiene tres caras: divina, natural y vil. ¿Quién sabrá unirlas, en vez de separarlas?
4. O bien, Pérez de Gerona ben Isaac (siglo XIII), autor del Ma'areket Haelaout, La disposición de la divinidad, editado en Mantua, en 1558, p. 82, citado por G. Scholem, Les Grands Courants de la Mystique Juive, ed. Payot, París, 1950, p. 369.
5. Son las tres subdivisiones de la Biblia Judía. Las palabras de nuestros sabios están contenidas en la literatura talmúdica.
6. ... cuyo conjunto constituye las diez sefirot.
7. P. Vulliaud, La Cabale Juive, ed. E. Nourry, París, 1923, tomo I, p. 439.
8. Menahem de Recanati, oriundo de Recinato, pequeña ciudad de Italia, vivía a finales del siglo XIII. Fue uno de los primeros comentadores de la Torá que citó El Zohar. Nuestro texto es una cita de su obra, El Libro de los sentidos de los mandamientos III, 1.
9. Hagadá Shel Pesah, ed. Lemberg, 1865. Comentario de Geburot Israel a la palabra Baruj Hamaqom (Bendito sea el lugar).
10. Exodo XII, 21. Vemos que el comentador da aquí a la palabra Pesah un segundo sentido: la salida del exilio o paso hacia el lugar de la revelación. Observemos que Israel define el exilio como el poder extranjero. Ver también la definición de la Pascua en Juan XIII, 1: «... Jesús, sabiendo que su hora había llegado, de pasar de este mundo al Padre...»
11. Hagadá Shel Pesah, idem, Comentario de Rabí Iom Tob ben Abraham, comentador del Talmud, siglo XIII, discípulo del célebre cabalista de la escuela de Gerona, Nahmánides. Comentó varios tratados del Talmud, y ciertas obras de Maimónides. Su nombre significa, Buen-Día-hijo-de-Abraham.
12. Extracto del Midrach Hagadol (Gran explicación de la Torá), ed. Mossad Harav Kook, Jerusalén, p. 49.
13. El Zohar, Comentario sobre el Cantar de los Cantares, Zohar Hadash, Shir Hashirim, trad. Ashlag, vol. XXI, fol. 73, ¤ 603. Este punto es llamado holem, que es el nombre de la vocal o. Pero holem viene de una raíz que significa sueño. Esta doctrina según la cual los puntos sobre las letras son como el alma en el cuerpo, se encontraba ya en el Bahir, obra del siglo XII, probablemente redactada en Provenza (ed. Mossad Harav Kook, Jerusalén, 1942, ¤ 40). Un comentador del Bahir ha escrito a propósito de este sueño: «Todo sueño, o sea la corona (Keter Elion) está dentro del punto holem... pues es el alma de todas las almas... y aquí está el secreto de Números XII, 6: Si hay entre vosotros un profeta... a través de un sueño hablaré en él. ...O sea, por medio de la corona (Keter) llamada sueño, o sea, los puntos holem de todas las elevaciones...» (Comentario de Or Haganuz).
14. El Zohar, op. cit., vol. XXI, fol. 74, ¤ 634.
15. P. Vulliaud, op. cit., vol. II, p. 135. A propósito del nombre del Mesías, ver Jeremías XXXIII, 6: «Y este es el nombre con el que se le llamará: ihvh, nuestra Justicia».
16. Juan XIX, 4 y 5.
17. Juan XVIII, 15 a 27.
18. Cfr. Génesis XXXIII.
19. Esta palabra se traduce generalmente por Dios.
20. Génesis XXXIII, 10.
21. El Zohar, op. cit., Lej lejá, vol. IV, fol. 84a, párrafo 174.

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