DE SPIRITU SANCTO
según san Isidoro de Sevilla
Sebastián Rubí
El Espíritu de Dios se cernía
sobre la superficie de las aguas
Génesis i, 2


San Isidoro de Sevilla fue un gran estudioso y conocedor de la antigua sabiduría clásica y cristiana.

Nació en Andalucía a mediados del siglo VI pero se desconoce tanto la fecha exacta como el lugar. La cronología de sus más de 17 obras se inicia después del año 600, siendo ya obispo. Destaca su códice de Etimologías que, en opinión de san Braulio, es obra «de enorme extensión, que él dividió, para mayor claridad, por títulos». Y continúa el mismo autor «Esta obra, que abarca todo el conocimiento, absolutamente hablando, todo aquél que la estudie a fondo y la medite largamente, se hará sin duda dueño del saber en todos los temas divinos y humanos. Brinda una selección más que abundante de las diversas artes, al reunir en apretada síntesis todo cuanto en la práctica debe saberse».

Para los lectores amantes de textos medievales, hay que decir que es una de las obras fundamentales de la antigüedad. Consta de 20 libros escritos en perfecto latín de la época con formato de enciclopedia. En castellano disponemos de una excelente edición bilingüe preparada por José Oroz Reta en la Biblioteca de Autores Cristianos.

Seleccionamos el tema sobre el Espíritu Santo del libro VII que se titula: «Acerca de Dios, los ángeles y los fieles», cuya lectura completa recomendamos a aquellos lectores deseosos de conocer los orígenes de las palabras utilizadas en la tradición cristiana.

DE SPIRITU SANCTO
Sobre el Espíritu Santo
1. Se dice que el Espíritu Santo es Dios porque procede el Padre y del Hijo, y posee su misma sustancia, ya que del Padre no pudo proceder nada que no fuese el mismo Padre.

Está escrito en los Evangelios: (Juan xv, 26): «Cuando venga el consuelo, que yo os enviaré de parte del Padre, el Espíritu de verdad que procede del Padre, él dará testimonio de mí».

2. Se le llama Espíritu, en cuanto que, al estar espirado, va referido a algo; y al espirar, está siendo inspirado por el espíritu; y de ahí que Espíritu sea su nombre. En cierto sentido se le dice Espíritu Santo, en cuanto que está referido al Padre y al Hijo, porque es Espíritu de ambos.
La palabra Spiritus en latín significa: ‘soplo de aire’, ‘aire que se respira’. Cuando nacemos, dice la Astrología, queda constituido el tema astral del hombre por la primera inspiración del aire; justo en el momento en que se sale del vientre de la madre se aspira el aire sublunar que permite fijar el psiquismo del individuo según las influencias de los astros en sus posiciones zodiacales.
La Astrología nos habla de lo que acontece a partir del instante en que es inspirado el aire al momento de nacer.
Pero hay que decir que san Isidoro nos habla de un Espíritu «santificado».

3. Pues este nombre de Espíritu no va simplemente referido a una cosa, sino que toma su nombre en consonancia con una determinada naturaleza.
En el libro xi 1,1, el mismo Isidoro nos señala la importancia de la palabra «naturaleza»: «La naturaleza debe su nombre por ser ella la que hace nacer las cosas. Es, por lo tanto, lo que tiene capacidad de engendrar y dar vida. Hay quienes han afirmado que la naturaleza es Dios, por quien todo ha sido creado y existe».

4. Y así, en las Sagradas Escrituras se da el nombre de Espíritu a toda naturaleza incorpórea, por lo que esta denominación no sólo es privativa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, sino que es perfectamente aplicable a toda criatura racional, así como el alma.

5. Ahora bien, el Espíritu de Dios es denominado «Santo», porque es la santidad del Padre y del Hijo. Dado que el Padre es espíritu y también es espíritu el Hijo; y que santo es el Padre y santo es igualmente el Hijo, es lógico que el Espíritu Santo reciba tal nombre siendo como es, la santidad coesencial y consustancial de ambos.

6. Sin embargo, no se dice que el Espíritu Santo sea «engendrado», con el fin de que no parezca que en la Trinidad hay dos Hijos. Del mismo modo no se califica de «ingénito», para que no se crea que existen dos Padres en la Trinidad.

7. En cambio, se dice «que procede» de acuerdo con el testimonio de Señor, que se expresa en estos términos: «Tengo aún muchas cosas que deciros, pero no podéis escucharlas ahora. Sin embargo, vendrá el Espíritu de la verdad, que procede del Padre y las ha oído de mí: él os indicará todas las cosas» (Juan xvi, 12). Y no procede únicamente por su naturaleza, sino que está procediendo siempre y sin interrupción para llevar a cabo las obras de la Trinidad.

8. La diferencia existente entre el «nacimiento» del Hijo y la «procedencia» del Espíritu Santo consiste en que el Hijo nace de una sola persona, mientras que el Espíritu Santo procede de dos. Por eso dice el Apóstol: «El que no posee el Espíritu de Cristo, no es de él» (Romanos viii, 9).

9. Al Espíritu Santo, por su obra, se le da también el nombre de ángel. De él se dice «Y os anunciará lo que ha de suceder» (Juan xvi, 13). Precisamente el término griego ángel, se traduce en latín por ‘mensajero’. De ahí que a Lot se le aparecieran dos ángeles, en los que se representa precisamente al Señor en cuanto que en ellos se ve el Hijo y al Espíritu Santo, pero no al Padre, por cuanto que en ningún lugar se lee que éste sea enviado.

10. El Espíritu Santo recibe el nombre de Paraclitos por su consuelo: paraclesis se traduce en latín por ‘consuelo’.
En Juan xiv, 26, dice el Señor a los apóstoles: «.. pero el consuelo (Paracletos), el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, ése os lo enseñará todo y os traerá a la memoria todo lo que yo os he dicho». Cristo lo envió a los apóstoles sumidos en la tristeza después que desapareció de su vista al ascender al cielo.

11. Es enviado a los tristes como consuelo, de acuerdo con aquella promesa del Señor mismo: «Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados» (Mateo v, 4). También dijo: «Entonces llorarán los hijos del esposo, cuando el esposo les haya sido arrebatado».

12. Asimismo se le llama Paráclito, porque proporciona consuelo a las almas que pierden el gozo temporal. Hay, empero, quienes traducen el término paráclitos, en latín como ‘orador’ o ‘abogado’. En efecto: el Espíritu Santo habla; él es quien enseña; por él se concede la sabiduría; él inspiró las Sagradas Escrituras.

13. Se denomina también Espíritu Septiforme, debido a los dones que, particularmente los que son dignos de ellos, alcanzan la plenitud de su unidad. Él es el Espíritu de la sabiduría y la inteligencia; el Espíritu del consejo y la fortaleza; el Espíritu de la ciencia y la piedad; el Espíritu del temor de Dios.

14. En el Salmo l, se lee «Espíritu principal»; y debido a que en este pasaje se repite tres veces la palabra Espíritu, hay quienes han pensado que se refiere a la Trinidad.
En el Salmo l, leemos: «dentro de mí un Espíritu recto»; « Y un Espíritu santo»; y también: «un Espíritu principal». Así por tres veces aparece la palabra ‘espíritu’ (en hebreo ruaj), en el sentido de la Santa Trinidad,

15. Al Espíritu Santo se le llama «don», porque es dado.
Es de todos conocido que el Señor Jesucristo cuando, después de su resurrección de entre los muertos, subió a los cielos, les envió el Espíritu Santo, llenos del cual, los creyentes hablaban las lenguas de todas las naciones.

16. Es «don de Dios», en cuanto se le considera como donado a quienes por medio de él aman a Dios. En cambio, considerado en sí mismo, es Dios; con relación a nosotros, es don y eternamente el Espíritu Santo es un don que va distribuyendo a cada uno de nosotros, según quiere, los dones de la gracia.
En Timoteo II i, 6, leemos: «Por esto te amonesto para que despiertes el don (carisma) de Dios que hay en ti por la imposición de mis manos». En griego, carisma quiere decir ‘gracia divina’, ‘don divino’. Notemos que una traducción de caris es ‘donaire’ (don-del-aire), palabra utilizada a partir del siglo xiv, aunque derive del latín: donare.

17. Y así concede el don de la profecía a quien quiere; y a quien quiere perdona sus pecados, pues los pecados no se condenan sin el Espíritu Santo.

18. Con toda justicia, el Espíritu Santo recibe el nombre de «caridad», pues está unido íntimamente a las dos personas de las que procede y muestra una unidad con ellas; y actúa en nosotros para que permanezcamos en Dios, y él en nosotros.
En Corintios xiv, 1 está escrito: «Seguid la caridad (ágape), aspirad a los dones espirituales». La palabra ágape se traduce del griego por ‘amor, caridad, cariño’ y en plural por las comidas fraternales de los primeros cristianos: ágapes.

19. De ahí que, entre los dones, ninguno resulta mayor que la caridad, como tampoco hay mayor don de Dios que el Espíritu Santo.

20. Se le denomina también «gracia», porque se nos concede no por nuestros méritos, sino gratuitamente, por la voluntad divina; de ahí su nombre de gracia. Del mismo modo que al Verbo único de Dios lo llamamos «sabiduría», a pesar de que tanto el Espíritu Santo como el propio Padre son también sabiduría, así el Espíritu Santo recibe de manera especial el nombre de «caridad», a pesar de que también el Padre y el Hijo son caridad.
Corintios II i, 12. «Pues ésta es nuestra gloria, el testimonio de nuestra conciencia de que no es sabiduría carnal, sino en la santidad y sinceridad; mas con la gracia (caris) de Dios, nos hemos conducido en el mundo y más especialmente entre vosotros». En griego caris puede traducirse por ‘gracia, atractivo, encanto; belleza, hermosura, donaire, garbo, elegancia; goce, placer, gusto, satisfacción, contento, deleite; benevolencia, bondad, liberalidad, generosidad, indulgencia; favor, merced, beneficio, utilidad, servicio’.

21. En los libros evangélicos se declara expresamente que el Espíritu Santo es «dedo de Dios». Así, uno de los evangelistas dice: «Expulsó los demonios en el Dedo de Dios» (Lucas xi, 20). Y otro dice así refiriéndose a lo mismo: «Expulsó los demonios en el Espíritu de Dios» (Mateo xii, 28).
Con el «dedo de Dios» fue escrita la Ley, entregada cincuenta días después de la muerte del Cordero; a los cincuenta días de la pasión de nuestro Señor Jesucristo vino el Espíritu Santo.

22. Se le llama «dedo de Dios» para poner de manifiesto el poder de actuación que posee junto con el Padre y el Hijo. Por eso dice Pablo: «Todas estas cosas las realiza un único y mismo Espíritu, repartiendo entre cada uno lo que le parece» (i Corintios xii, 11). Del mismo modo que por el bautismo morimos y renacemos en Cristo, así somos marcados por el Espíritu, porque es «dedo de Dios» y señal espiritual. Escrito está que el Espíritu Santo descendió en forma de paloma, para poner de relieve su naturaleza por medio de un ave que es todo simplicidad e inocencia.
Leemos en Juan i, 32: «Y Juan dio testimonio diciendo: Yo he visto al Espíritu descender del cielo como paloma y posarse sobre Él». De ahí que dijera el Señor: «Sed sencillos como palomas» (Mateo ix, 16). Este ave, en su cuerpo, carece de hiel y solamente tiene inocencia y amor. En Juan ii, 16, leemos: «Y a los que vendían palomas (en el templo) les dijo: Quitad de aquí todo eso y no hagáis de la casa de mi Padre casa de contratación».

23. Al Espíritu Santo también se le conoce con el nombre de «fuego», por contarse en los Hechos de los apóstoles que apareció bajo formas de lenguas de fuego que se posaron sobre cada uno de ellos.
Esta alusión es de Hechos de los apóstoles ii 3-4 «Aparecieron, como divididas lenguas de fuego, que se posaron sobre cada uno de ellos, quedando todos llenos del Espíritu Santo; y comenzaron a hablar en lenguas extrañas, según que el Espíritu les otorgaba expresarse».

24. Por ello se concedió a los apóstoles la gracia de diversas lenguas, para hacerlos idóneos para la predicación de los pueblos fieles.

25. Se recuerda expresamente que se posó sobre cada uno de ellos, para que se comprenda que no se dividió entre muchos, sino que se mantuvo entero en cada uno de ellos, como suele suceder con el fuego.

26. Pues es tal la naturaleza del fuego, que cuantos a él se aproximan, cuantos contemplan su «crin de purpúreo esplendor», a todos ellos alcanza la claridad de su luz, a todos ellos proporciona el beneficio de su favor, mientras que él continúa manteniendo plenamente su integridad.
La palabra crin, del latín crinis, se traduce por ‘cabello, cabellera’ y también por ‘cola de los cometas’.

27. El Espíritu Santo recibe en el Evangelio el nombre de «agua», en palabras del Señor, que dice: «Si alguno tiene sed, que se acerque a mí y beba. El que en mi crea, ríos de agua viva fluirán de su vientre» (Juan vii, 38). El evangelista expone a continuación el motivo de estas palabras y añade: «Esto lo decía por el Espíritu que habrían de recibir quienes creyeran en él».

28. Pero una cosa es el agua del sacramento y otra el agua que simboliza el Espíritu de Dios: el agua del sacramento es visible, en tanto que la del Espíritu es invisible. Aquélla lava el cuerpo y representa con ello lo que sucede en el alma; en cambio, por el Espíritu Santo, es el alma misma la que se limpia y vigoriza.
En Mateo i, 8 está escrito: «Yo os bautizo en agua, pero Él os bautizará en el Espíritu Santo».

29. El Espíritu Santo recibe también el nombre de «unción», según testimonia el apóstol Juan, porque del mismo modo que el óleo, por su peso natural sobrenada en todo líquido, así en el principio, el Espíritu Santo estaba por encima de las aguas. Así leemos que el Señor fue ungido con el óleo de la alegría, es decir con el Espíritu Santo.

Hemos visto, anteriormente que la palabra crisma significa ‘don’, pero también puede traducirse por ‘unción’. En griego la palabra utilizada para designar la acción de ungir es aleifo que significa ‘ungir para el combate, preparar o excitar para él’.

35. El propio apóstol Juan llama «unción» al Espíritu Santo cuando dice: «Que permanezca en vosotros la unción que de él habéis recibido; no tenéis necesidad de que nadie os enseñe, ya que su unción os instruirá sobre todas las cosas» (Juan i, 2, 27). El Espíritu Santo es, pues, «unción invisible».

... id, pues; enseñad a todas las gentes, bautizándolas
en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo,
enseñándoles a observar todo cuanto yo os he mandado
Mateo xxvii, 19-20.

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